ANTONIO COSTA GÓMEZ
Les llamo perros
porque están llenos de vida, porque le ladran a cualquiera en mitad de la
noche, porque se expresan de forma sincera y desgarrada. Los Cínicos en la
antigua Grecia se llamaron a sí mismos perros porque volvían a lo radical y
natural, porque podían decirle al mismo Alejandro Magno que se apartase porque
solo querían recibir el Sol, porque no se andaban con remilgos ni con rodeos.
Les llamo perros porque tienen vitalidad y autenticidad, porque rompen los
platos si hace falta y manchan los sillones, porque se expresan con libertad.
Igual que Louis-Ferdinand Céline fue un perro francés que llenó de vida y de
garra la literatura, tirando por el aire todos los academicismos y las
hipocresías.
Derek Walcott
nació en Santa Lucía, una de las Antillas Menores. En los tercetos
de Omeros recrea la mitología griega en las Antillas, dos
pescadores y un soldado inglés se pelean por los encantos de Helena,
chisporrotean todas las vitalidades del Caribe, todo se mezcla con todo, habla
de la cama-lámpara, del mar-almendra, de la onda-ruido, del
azúcar-manzana, habla del picor en las axilas, del chisporroteo de los fritos
en aceite, del jamón tachonado con olores, de los caballos de carreras, de las
villas naranja, del hedor de los bosques desconocidos, de los olores
transportados por el viento, pone evocaciones africanas, imágenes cristianas,
palabras en francés, la música calipso, las cortinas como enaguas de los
barcos, la vida de los pescadores, se burla de las sonrisas de postal para los
turistas y toda esa falsificación, hay que vivir auténticamente el ser a cada
instante, hay una especie de orgía adánica, de impulso imparable de vivir, y
todo se mueve: Me acosté en la cama / llevado por la corriente y oí el
rugido / del viento agitando las ventanas y me acordé / de Aquiles
en su colchón y del desesperado Héctor / tratando de salvar su canoa, pensé en
Helen / como mi isla perdida en la bruma. En La voz del
crepúsculo rechaza la musa de la Historia, dice que hay que dejarse de
venganzas o de remordimientos y vivir lo adánico, reivindica a los poetas
adánicos de América como Neruda o Walt Whitman, habla de otros
poetas del Caribe como Saint John Perse o Aimé Cesaire, que perciben el
misterio del Nuevo Mundo, dice que rompemos la vasija de las distintas culturas
pero el amor desgarrado que reúne sus fragmentos es más fuerte que el amor que
daba por sentada su simetría cuando la vasija estaba intacta, dice que somos
mezcla y juntura y frenesí, dice que el niño que lanza una piedra en el Egeo
vive lo mismo que el que escucha el susurro de las palmeras en el amanecer en
el Caribe, habla de los ibis escarlatas que regresan a la isla Trinidad al
atardecer, reivindica la voz del crepúsculo mezclada, misteriosa, delirante, se
salta las chorradas de la crítica pedante y habla con pasión y visiones de sus
poetas preferidos de todas las latitudes, el Caribe sería entonces esa locura y
esa sensualidad que se salta las filosofías, los encierros ideológicos, los
conceptos. Al final del libro, en ‘Café Martinique’, habla de un viejo poeta
que regresa a su isla después de haber viajado por todo el mundo y siente esa
levedad y esa intensidad.
Pedro Blas es el
profeta del puerto de Cartagena de Indias. En Cartas del soldado
desconocido (Bogotá, 1971) se compara con el profeta Daniel que se
encontraba en la fosa de los leones, un soldado sin nombre clama contra los
grandes conceptos que sojuzgan la carne viva, contra el militarismo, el
patriotismo, las grandes hipocresías. Usa un lenguaje bíblico mezclado con
desgarramientos, erotismos, imágenes desenfrenadas, expresiones llenas de
fuerza, adjetivaciones audaces, se proclama de la casta de los perseguidos, de
los aplastados, se remite a Camus y su rebeldía contra el absurdo en una cita
muy significativa, habla de ángeles encadenados con el tono del salmo o la
oración. Es un profeta de una religión rebelde, tropical, lunar, con fondo
trágico, heredera de los sufrimientos de los esclavos, delirante de vitalidad,
su tono tiene tonos de Allen Ginsberg o del descontrol mesiánico de Walt
Whitman, que era el mesías de todos los perseguidos y el desenfreno generoso,
se rebela contra los aplastamientos yanquis, pero conecta con esa otra América
del jazz, los alucines, las pulsiones, tendría una hermana tal vez en Toni
Morrison. En Poemas de Calle Lomba (Cartagena de Indias, 1988)
celebra orgiásticamente del barrio popular de Gethsemaní, continúa con el profetismo,
la visión, los clamores, proclama una religión tropical, popular y delirante,
prosigue la religión del deseo y la desmesura de William Blake, exalta
la religión de lo popular, el exilio, lo lunar, el sexo, las sombras. Nos habla
de la policía de Dios y del Sol que vigila todas las esquinas, contra eso
inventa su propia luna, el lenguaje se hace todavía más audaz, desenfrenado, mezclando
todos los registros, liberando todos los entusiasmos. Nos habla del maíz negro
que nace de la noche, de las brujas contrabandistas, del corazón descalzo sobre
las calles. Su Gethsemaní es para él un barrio santísimo, con esa santidad
delirante donde triunfa Celia Cruz, lo litúrgico se reúne con la modernidad
alucinada, se afirma una fiesta inveterada y genética, un catolicismo salvaje
se une a la santería, el rock folla con los fantasmas de la bahía. Si todo
escritor genuino es un profeta, Blas es el mártir de los barrios alucinados de
Cartagena de Indias.
Pedro Juan
Gutiérrez es uno de los escritores más impactantes de Cuba, sus obras chorrean
intensidad, sus palabras viven y saltan, sus textos nos golpean. Elimina todo
lo que es retórica, literatura en el peor sentido, y por eso mismo proclama la
fuerza de la literatura. Una vez charlamos en una terraza de Lavapiés, en
Madrid. Lo han comparado con Bukovski, pero él dice que solo son etiquetas para
vender, Bukovski era un tipo anglosajón que sentía pánico por su padre, y
Gutiérrez adoraba a su padre, en él no hay esos traumas, él es caribeño, es
decir, latino al cuadrado. Le pregunto quiénes le influyeron y contesta que
Cuba se cerró mucho en los años 60 y les llegaban pocos escritores, pero con
Bruguera les llegaban Capote, Dos Passos, Hemingway, y a él le deslumbró Desayuno
en Tiffanys de Truman Capote, se dijo: esto es tan natural, no parece
literatura. Le pregunto cómo empezó en la literatura y responde que él
trabajaba en el puerto de La Habana y quería hacer arquitectura, pero al final
estudió periodismo, no quería estudiar literatura, le parecía que eso iba a
aplastar su sentido de la audacia, se dijo: lo que tengo que hacer es follarme
a todas las mujeres que pueda, viajar todo lo que pueda, me fascina la vida,
captar la esencia del ser humano. Le digo que habla de miserias y sordidez,
pero tiene como un vitalismo desesperado, y contesta que los cubanos somos así,
que son un pueblo mestizo y eso los salva, son bulliciosos, locos, fuertes, se
parecen a los brasileños, en el amor por el sexo, la música, el ron, el ser
extrovertido, el reírse, por eso en Trilogía sucia de La Habana hay
un juego continuo con el lenguaje, la gente siempre inventa palabras nuevas. Le
digo que su estilo recuerda al de Céline, que parece que escribe como le surge,
que no hubiera elaboración, y contesta que ése es el quid, pero que aprender a
escribir así le llevó mucho tiempo, creo que la literatura tiene que ser como
la vida, la vida es una gran aventura y hay que dejarse arrastrar por ella, hay
mucha similitud entre la literatura y la música, uno escucha a Bebo Valdés y
parece que no le da trabajo. Le digo que en ‘Nuestro Graham Greene en La
Habana’ compara al escritor con el sacerdote, y contesta que los dos creen en
lo que están haciendo y tratan de convencer a los demás, que los dos lo viven.
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De EL COLOQUIO DE
LOS PERROS, 12/03/2015
Imagen 1: Pedro Juan
Gutiérrez
Imagen 2: Derek
Walcott
Imagen 3: Pedro Blas
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