Por Carmen Moreno
Si algo está claro en la literatura de todos los tiempos es que el malditismo es mucho más atractivo, sugerente y literario que los comportamientos dentro de la ley, la ética y el orden establecidos.
Todos los autores, desde Cervantes, hasta Baudelaire, Verlaine, o Anaïs Nin han promovido esa necesidad de moverse en el extrarradio de lo que la sociedad denomina. Pero, con todo, si hay un escritor marcado por el malditismo, el desarraigo y la miseria, ese es Jean Genet.
Genet, hijo de una prostituta que lo entrega con un año a la asistencia pública, nace en París en 1910. Esta ciudad le verá dar sus primeros pasos delictivos, pero no será la ciudad que le acoja ya nunca. Pasó toda su adolescencia entrando y saliendo de cárceles en las que no aprendió sino a sobrevivir.
En 1949, con diez condenas a sus espaldas, Genet corre el peligro de ser condenado a cadena perpetua, pero por él interceden Jean Paul Sartre, Jean Cocteau, Picasso, etc… Y nunca más sería encarcelado. Alguien le propuso que escribiera sobre su vida y así lo hizo, exagerando para enaltecer su imagen. Escribe en 1946 El milagro de la rosa.
Cuando llega la edad adecuada, los dieciocho años, y deja atrás las cárceles francesas, decide alistarse en ele ejército. Pero imaginar a un Genet domesticado por la vida castrense es, cuanto menos, irrisorio. También de aquí será expulsado cuando le sorprenden manteniendo relaciones homosexuales con uno de sus compañeros.
Genet empieza a deambular por Europa, robando, prostituyéndose… Una de las ciudades que más le impactan y donde más tiempo permanece es en Barcelona. En esta ciudad sigue robando, prostituyéndose. Su literatura arranca de ahí, precisamente, de una vida que está muy lejos de ser la de un burgués, sino que representa a alguien que aprende a sobrevivir y se mitifica.
Las novelas de Genet tienen ese aire de picaresca donde el delincuente es la víctima porque su actitud viene determinada por su nacimiento. Pero, ¿hasta qué punto es así? Es cierto que el francés estuvo hasta los ocho años en un orfanato, pero a esa edad es acogido por una familia humilde que se preocupa por él, que, en ningún momento, le desatienden. En cambio, él les hace los convierte en sus primeras víctimas al robarles.
A su llegada a Barcelona, Jean Genet hace suyo el popular barro de El Raval, que es frecuentado por las prostitutas y los personajes de peor calaña que se congregaban en la Ciudad Condal en ese momento. Incluso, en ese momento, Genet disfruta de su condición de marginado y la convierte en su bandera.
Gallimard publica en 1949 Diario de un ladrón que no son sino sus aventuras en ese oficio. Empieza a tener éxito literario, pero no por eso cambia su actitud vital. Sigue frecuentando el lumpen, sigue dejándose ver vestido de mujer, viaja a Cádiz para conocer la vida nocturna de una de las ciudades europeas con más movimiento internacional de la época.
Estuvo al lado de las causas perdidas, de los desheredados, de los vencidos. A partir de los años 60 se acentúa más su voluntad y afinidad política, declarando que, si bien la Revolución del 68, era necesariamente una causa perdida, también era fundamental que pasara: “la ideología del Mayo Francés es una mezcla de exaltación de la juventud y de rechazo a la autoridad y a la jerarquía”. Más tarde fue invitado a los EEUU, por los Panteras Negras, porque se declaró afín a su causa.
Hasta 1964 su vida sentimental estuvo unida a la de Abdallah, un funambulista que en ese año acabó con su vida. El escritor, intentó suicidarse después de este hecho, pero con mejor suerte.
No acaba ahí su periplo por tierras musulmanas. Visita Jordania, el Líbano, y fue el primero en entrar en el campo de refugiados palestinos de Sabra, horas después de que los kataeb libaneses asesinaran a cientos de palestinos. Fruto de esa visita escribió el artículo “4 horas en Chatila”, publicado y posteriormente censurado en Revue d´Etudes palestiniennes en 1982.
Cuatro años después moriría en Marruecos y fue enterrado en el cementerio español de Larache, Marruecos, por deseo expreso de Genet.
De Revista de Letras, 26/11/2009
Imagen: BEAUFORD DELANEY (1901-1979)/Portrait de Jean Genet
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