Wednesday, December 27, 2023

ELYTIS: CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DEL POETA DE LA LUZ


MIGUEL CASTILLO DIDIER

 

Odiseo Elytis nació en Creta en 1911: Su familia procedía de la isla de Mitilene, la antigua Lesbos, tierra de Safo. El poeta dijo una vez que su vida fue "insular". Las islas y el mar fueron su medio natural y ello se reflejará decisivamente en su poesía. Y en efecto, aunque hubo de hacerse "ateniense por adopción", siguió siempre afectiva y poéticamente ligado al Mar Egeo, sus islas de indescriptibles bellezas y especialmente a Lesbos.

Estudió derecho en la Universidad de Atenas, pero pronto deja la senda de las leyes para seguir el camino de las letras. El abrirse de su alma juvenil al mundo de la poesía coincide con el nacimiento de lo que en Grecia se llamará "poesía moderna", término que abarca varias tendencias renovadoras del quehacer poético que acogen más o menos abiertamente las nuevas tendencias estéticas europeas. Los primeros poemas de Elytis aparecen en la revista de vanguardia Nea Grámata en 1935 (Nuevas Letras). Seferis había hecho su aparición en 1931 y Ritsos, en 1934. Nikitas Randos, al comienzo de la década, había dado en cierto modo la partida al cambio, a la superación de la tradición, cuya figura más ilustre era Kostís Palamás (1859-1943).

Entre los poetas que comienzan a destacarse durante la década del 30, Elytis va a mostrar rápidamente una especial originalidad. Y aunque en algún momento llegó a señalárselo como uno de los introductores del surrealismo en Grecia, la mayoría de los estudiosos de la poesía moderna helénica coincide en afirmar que Elytis "parte desde el surrealismo" y aprovecha sus técnicas en los comienzos de su obra, para forjarse enseguida un lenguaje poético propio.

El primer libro propiamente tal de Elytis apareció en 1940: Orientaciones. Pero en esa colección se contienen otras que habían sido publicadas en revistas desde 1935: Primeros poemas, Espóradas. Jornal del verano y las clepsidras de lo desconocido. El segundo volumen es Sol el primero, 1943, que se integra con Variaciones sobre un rayo de luz. Ecos de su experiencia como combatiente en la epopeya de Albania, cuando entre octubre de 1940 y abril de 1941, la pequeña Grecia resistió con heroísmo inverosímil el ataque gigante fascista, aparecen en el Canto heroico y fúnebre para el Subteniente caído en Albania. El Axion Estí, su obra más extensa y compleja sale a la luz en 1959. Vendrán más tarde otras colecciones poéticas, por lo general reducidas en extensión: Seis y un remordimiento para el cielo, El árbol-de-la-luz y la decimocuarta belleza, María la Nube, La erre del amor, y otras.

La luz y la diafanidad en la obra elytiana

Uno de los elementos de la poesía de Elytis que más nítidamente se deja apreciar es la presencia de la luz. Pareciera que la luz, la luz griega y la luz de la creación se hubieran consubstanciado con esta poesía y se hubieran enseñoreado hasta con los objetos que la pueblan. Por esto último, la diafanidad constituye otro elemento perceptible en esta escritura, la búsqueda de la diafanidad. En 1975, expresaba el poeta: "la diafanidad es quizás el único elemento que domina hoy mi poesía"1. Y añadía: "al decir diafanidad, entiendo que tras un objeto concreto puede aparecer algo diferente, y tras esto, a su vez, otra cosa; y así sucesivamente". Por esta compenetración con luz, todo objeto puede volverse transparente y la transparencia que existe la naturaleza puede ser trasladada e instalada en la poesía.

Mucho antes de que lo hiciera el poeta, un estudioso había destacado este aspecto de la poesía elytiana, entonces en sus comienzos. En efecto, en 1938, escribía Mitsos Papanikolau: "los paisajes de Elytis poseen toda la diafanidad y la nueva hermosura de los paisajes que las lluvias y las brisas han purificado y hasta aquella de los primeros paisajes de la creación. Su naturaleza es joven y tan encantadora, como si la enfrentaran por primera vez los ojos del niño o de alguien dormido"2.

La fuente de la luz y la diafanidad están, sin duda, en la naturaleza griega: en la belleza y plenitud infinitas del mar griego; en la hermosura paradisíaca de sus paisajes insulares; en la pureza inefable y si pudiéramos decir extraterrenal del cielo helénico.

De ahí proviene la voluntad de luminosidad y diafanidad del poeta, al servicio de la cual ha puesto algunos de sus más característicos recursos expresivos.

Uno de esos recursos lo constituyen las imágenes. El mencionado estudioso Mitsos Papanikolau también se detenía en las imágenes, al tratar de explicarse la impresión que le dejaban los primeros poemas de Elytis. Escribía el crítico: "Sus imágenes imágenes que se suceden una tras otra plenas de la más tierna nostalgia juvenil, plenas de frescura estival, densas, cordiales, ricas en suaves cromatismos crean el más límpido, el más puro lirismo"3. Más tarde, en 1960 Hilty destacaba que la originalidad de las imágenes elytianas, plenas de luz, de color y de vivacidad, poseen un centelleo intenso; y agregaba que "es justamente en ese centelleo donde Elytis halla sus dones poéticos más personales"4.

Pero veamos algunos poemas en que hallamos la manifestación de esta búsqueda de diafanidad y luz. Al personaje de La Marina de las rocas figura enigmática, estatua, mujer, creatura quizás petrificada y expuesta al perpetuo beso de las olas se dirige el poeta con estas palabras:

Te decía que midieras en el agua desnuda sus días luminosos

Que gozaras de espaldas el alba de las cosas

O que vagaras de nuevo por los llanos amarillos

Con un trébol de luz en tu pecho

La transparencia de los fondos que es muy real en los mares griegos y a ella se refiere el poeta cuando sigue hablando a la Marina de los mares:

Y abrías con estupor tus manos diciendo su nombre Ascendiendo con levedad hasta la transparencia de los abismos Donde fulguraba tu propia estrella de mar.

La tierra seca, áspera, de Beocia, la ve el poeta como intensamente luminosa,"ataviada por la música de las hierbas". La saluda en uno de sus más hermosos poemas como iluminada por el vendaval:

Oh tierra de Beocia que te ilumina el viento

"Oh piélago inmarchitable": con estas palabras invoca al mar, mientras que a la isla de Santorini, la antigua Thera, la ve como "la reina de los latidos y las alas del Egeo" Y "en la tarde/

y su imperial aislamiento, la gaviota su azulada libertad entrega al horizonte".

Incluso en Siete séptinas nocturnas, a pesar del título de esta breve y temprana colección poética, la luz es el elemento dominante:

El rocío nace en las hojas Como en el infinito mar El claro sentimiento

En estas Septinas, la luminosidad, la claridad, la transparencia, la diafanidad, se asocian a objetos y realidades de ámbitos muy diversos:

Propicias claridades de astros Trajeron el silencio... En lo hondo de mi alma Ancla una flota de estrellas.

Como recordaremos más adelante, el Axion Estí es la obra de más profundo contenido nacional de Elytis. En ella, la luminosidad triunfa sobre las sombras en el recuento lírico que se hace de "la pasión", los sufrimientos del pueblo griego y del poeta; esto a pesar de que en la larga y accidentada historia del helenismo, sin duda parece pesar más las vicisitudes y momentos trágicos. Sólo en el sentido de que no es fácil de comprender en la primera lectura debido al denso contenido y a las alusiones a la historia griega tres veces milenaria, podría decirse que este magno poema no es tan claro. Pero en verdad desde el primer "Himno" del Génesis (I Parte), donde comienza el nacimiento del mundo en la conciencia del poeta, la luz inunda versos y poemas. Precisamente, la luz se instala en el primer verso del Génesis y en el primero de la Doxología o Laudes.

En el principio la luz y la hora primera. Dignum est la luz y el primer voto.

Buscando en su alma, el poeta trata de iluminar el cielo con la lámpara de las estrellas:

Con la lámpara del astro a los cielos salí

Dónde encontrar mi alma lágrimas de cuatro hojas!

Con la lámpara del astro doy vueltas por los cielos

Dónde encontrar mi alma lágrimas de cuatro hojas!

"Tengo algo que decir diáfano e inasible": lo expresa el propio poeta al comenzar su serie Villa Natacha, en el volumen "Los medios hermanos" (1974). Y pareciera que el desarrollo de toda su poesía constituyera un largo esfuerzo por cumplir el anhelo de decirnos ese algo.

A la luminosidad se asocia frecuentemente el color en la poesía elytiana. Sin duda, el color más reiterado es el blanco, el albo: aspros y lefkós; y le sigue en frecuencia el azul, celeste y glauco: uranios, ghalazios, kianós, glafkós. Este último y el blanco dominan en Edad del glauco recuerdo.

Y un hálito bullicioso levantó la blanca casa Los blancos sentimientos recién lavados sobre El cielo que con una sonrisa iluminaba.

El color verde suele asociarse en las imágenes elytianas a la frescura, la juventud, la virginalidad. En La cinco-veces-bella en el jardín, podemos contemplar a la hermosura joven cantada allí en un paisaje en que elevación, frescor, alegría de aurora, verdor y armonía se funden estrechamente.

Oh cuán hermosa eres.

En alto con tu alboral regocijo

Plena del verdor del oriente

Plena de los pájaros primeramente oídos

Oh cuán hermosa eres

Arrojando la gota del día

Sobre el inicio del canto de los árboles!

En Portokalenia, poema de la colección Variaciones sobre un rayo de luz, incluida en Sol el primero (los dos títulos parecen derramar luminosidad), cielos y cristales de hielo, ángeles y jovencitas, se reúnen junto al asombro de cigüeñas y pavorreales, que contemplan la metamorfosis de una niñita en una mata de naranjo:

Así cuando los sietes cielos resplandecieron glaucamente Así cuando los cristales de hielo tocaron una fogata Así cuando fulguraron colas de golondrinas Desconcertáronse los ángeles en lo alto y abajo las jovencitas Asombráronse en lo alto las cigüeñas y abajo los pavorreales.

Indisolublemente ligados a la luz en la poesía elytiana están el mar y la luz, como lo están en la increíble hermosura de la naturaleza griega. Sol el primero, título feliz, inspirado posiblemente en un verso de otro poeta de la luz y del mar, Andreas Kalvos, constituye uno de los volúmenes más importantes de la obra de Elytis (1943). De él surge la figura de Portokalenia, recién mencionada, aquella muchachita a la que "tanto la embriagó el zumo del sol", que aceptó ser una matita de naranjo. El primer poema de la colección es una negación de la noche y un anhelo de aurora:

No conozco ya la noche terrible anonimía de la muerte En lo hondo de mi alma ancla una flota de estrellas Véspero centinela, brilla junto a la celeste Brisa de una isla que me sueña

Para que anuncie yo el alba desde sus elevados roqueríos.

Cuerpo del Verano es el segundo poema de este volumen y "constituye un ejemplo clásico" del arte elytiano. Recordemos su final en el cual el verano es visible en la figura de una playa, entre las algas y la espuma. Más allá de las inclementes variaciones de un tiempo a veces cruel y rudo, la sonrisa ilumina el rostro del tierno muchacho:

Sin embargo tras todo eso sonríes despreocupadamente Y vuelves a encontrar tu obra inmortal Como te reencuentra el sol en las arenas Como en tu salud desnuda el cielo.

Sol, mármol, viñas, mar; cuatro "verdades" griegas ligadas a la luz se entretejen al comenzar otro poema "clásico" de este volumen:

Bebiendo sol corintio

Leyendo los mármoles

Pasando a tranco largo por viñas mares

Luego de imágenes que aluden a otras "verdades" helénicas viento limoneros, vuelve la luz no nombrada, pero que inunda los últimos versos:

Hundo mi mano en los follajes del viento Los limoneros siegan el polen del buen tiempo Las aves verdes rasgan mis sueños Me voy con una mirada

Amplia mirada donde el mundo vuelve a llegar a ser Bello desde el principio en las dimensiones del corazón!

Exuberante, impetuosa, quizás podríamos decir, se muestra la luminosidad en el poema de El granado enloquecido. De Jornal del verano, en Orientaciones. La metamorfosis de una niña en planta, en una mata de granado, origina el poema, que, desgraciadamente, presenta dificultades casi insuperables para su traslado a nuestro idioma. El personaje, el árbol es femenino en griego, mientras que en castellano es masculino. La primera estrofa inicia ya una especie de apoteosis y colores:

En estos solares blanquísimos que sopla el viento sur Silbando en arcos abovedades, decidme ¿Qué es el granado

/ enloquecido

Que palpita de alborada con follajes recién nacidos Desplegando todos los colores en la altura con un temblor

/ de triunfo?

Luego del paso del alba al día, el clima de intensa luz permanece y hasta se acentúa:

En el día que por envidia se adorna con alas de siete clases Ciñendo el sol eterno con mil prismas Enceguecedores, decidme ¿es el granado enloquecido...

En la Oda a Santorini, de la misma colección, una sucesión impresionante de imágenes nos transporta al tiempo en que surgió del mar esa isla volcánica. Mientras Seferis vio a Santorini como símbolo del hundimiento fatal de todas las cosas, del deshacerse de las piedras y de las vidas, tomando como base el hecho cierto de haber desaparecido partes de la isla, Elytis, en cambio, prefiere fijar su atención en la sugerencia de la tierra del seno al mar, en el nacimiento de entre las aguas luminosas de una isla virginal, en los purísimos tiempos remotos.

Nos hemos encontrado desnudos sobre la piedra pómez mirando las islas surgentes mirando las islas rojas que se hunden en su sueño, en nuestro sueño.

Esta es la voz del poeta de Jonia, del cantor de las piedras quebradas, de los mármoles desechos, de los viajes no terminados y de las islas hundidas.

Brotaste de las entrañas del trueno Estremeciéndote en las nubes contritas Roca amarga, sufrida, orgullosa Buscaste el sol como primer testigo Para enfrentaros juntos al temerario fulgor Para desplegaros en el piélago.

Esta es, en cambio, la voz del poeta del Egeo y sus maravillas de transparencia y luz y sus islas paradisíacas. Santorini (presente en varios poemas elytianos y hasta en las canciones infantiles de La erre del amor, 1972) es recordada en el momento increíble de su surgimiento.

Despertada-por-el-mar, altiva Erguiste un pecho de roca

Salpicada por la inspiración del viento sudeste,

Para que allí grabara sus entrañas el dolor

Para que esculpiera allí sus entrañas la esperanza

Con fuego con lava humos

Con palabras que proselitizan el infinito.

La isla que el mar dio a luz, da a luz, a su vez, a la voz del día. Claridad es el signo de este nacimiento.

Diste a luz la voz del día

En alto erguiste

En verde y rosa divagación

Las campanas que tañe el montañero espíritu

Glorificando a los pájaros en la luz del medio-agosto

Euforia de vida, exaltación de existencia, plenitud, de alegría de nacimiento, presiden el marítimo alumbramiento:

Experimentaste la dicha del nacimiento

Saltaste primera en el mundo

Nacida-en-la púrpura, surgente

Enviaste hasta los lejanos horizontes

El augurio que creció en las vigilias del ponto

Para acariciar los cabellos del quinto amanecer.

Reina de los latidos y de las alas del Egeo", "hija de un arrebato cumbre-reño", la isla encuentra su destino y la misión que le exige el poeta. Belleza, luz, vendavales, música de la creación se amalgaman en ella:

Hasta resplandecer en la proclama del vendaval

La nueva y eterna belleza

Cuando se eleva el sol de las tres horas

Íntegramente glauco tocando el armonio de la creación.

La luz es, pues, elemento esencial en la poesía de Elytis, componente de su misterio. Para el poeta, esto forma parte de la raíz helénica de su arte: "Los europeos y los occidentales hallan siempre el misterio en la oscuridad, en la noche, mientras nosotros los griegos lo hallamos en la luz, que es para nosotros algo absoluto.. .Un misterio que nosotros los griegos podemos concebir integralmente y ofrecerlo. Quizá sea mejor concebible aquí y que la poesía pueda ofrecerlo al mundo entero: el misterio de la luz".5

 

Notas

1.- Elytis, O. Entrevista de I. Ivask, p. 201.

2.- Papanikolau, M., "El poeta Odiseo Elytis", Neoheliniká Grámmata, N° 72, 16-IV, 1938, repoducido en Odiseo Elytis Selección 1935-1977, p. 162.

3.- Papanikolau, M., op. cit., en vol. cit., p. 162.

4.- Hilty, M.R., "Un lirico griego contemporáneo", en Neue Zürcher Zeitung, 17-VII, 1960, rep. en griego en vol con. Cit., p. 167.

5.- Entrevista de I. Isvak, en vol. cit., p. 201. Como lo hace notar Kimon en su "Introducción" al volumen Odisseus Elytis The Sovereign Sun Selected Poems, acaso sólo en Kazantzakis, en la Odisea, podemos encontrar la luz como elemento básico de un mundo poético. Nosotros añadiríamos a Andreas Kalvos y sus veinte Odas, plenas de luminosidad. Sobre el tema de la luz en la Odisea de Kazantzakis, ver Monory M., "Kasantzakis et les images de feu", Rev. Etudes Helléniques, vol. II, Aix-en-Provenzel 1970; y Castillo Didier, M., "El tiempo, la muerte y la palabra en la Odisea de Kazantzakis", apartado de Byzantion Nea Hellás, vol. III-IV, Centro de Estudios Bizantinos y Neohelénicos Universidad de Chile, Santiago, 1972-1973.

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De Revista SciELO, 10/2011

 


Monday, December 11, 2023

Tania y las Matrioshkas


DANIEL MOCHER

 

Tania vuela a Rusia para resolver unos asuntos familiares ineludibles. Le pedimos que tenga cuidado, bromeamos para destensar un poco los nervios, te tratarán como a una espía, los del FSB. Sometida a interrogatorios extenuantes nuestra Mata Hari ucraniana y sexagenaria será enviada a la prisión de Butyrka o a la Siberia más gélida en un pasaje arduo y lento como las cadenas de un tanque sobre la tundra, nuestra inocente Tania atrapada, y además sin retorno posible. Fabulaciones. Risas para ahuyentar el miedo, recurso muy humano, abrazos y besos, cariño sincero en la despedida. No sabe cuándo estará de regreso. Le digo que si puede nos traiga unas matrioshkas, símbolo de maternidad, fertilidad y unión familiar. Pienso en pedirle también un gorro de trampero ruso pero me contengo a duras penas.

 

Mientras Tania va rumbo a Moscú, acuden hacia mí, en esta tarde ociosa de chimenea y relajo, viejas historias eslavas al galope como una caballería cosaca cruzando la estepa hacia el pillaje en aldeas débiles y remotas. Incendios azotando las sombras. Me sacude la muerte de Pushkin en un duelo de honor y poco después la de Lérmontov en las mismas circunstancias. Isaac Bábel fusilado por orden de Stalin, tras el fallecimiento de su protector, el intocable Maksim Gorki. Osip Mandelstam y tantos otros, asesinados, cuánto talento destruido. Eran tiempos de violencias rápidas, explícitas, descubiertas, de un salvajismo que no era preciso ocultar. Hoy tal vez ignoramos, felices o un poco estúpidos, que en el mundo actual tenemos una trama de violencia parecida, intuimos alguna similitud que nos parece más lenta, menos brutal, reptiliana, encubierta, cobarde y diplomática, refinada y cargada de sofisticación, siempre lejana, a nosotros no puede pasarnos, hasta que se nos cae encima con todo el equipo, aplastándonos, una violencia idéntica a todas, y ahora, además, también se asesina en vida, por si fuera poco, sin derramar una gota de sangre, con mayor ensañamiento y crueldad si cabe. Un asco superlativo sin salida aparente. Soñaremos con algo mejor, pero otro día.

 

Sombras de otros tiempos desfilan por la mesa entre tazas de café y copas variadas. La lucha despiadada del viejo mundo de los zares y el nuevo mundo proletario, lo pronto que las ideas se pudren como manzanas cuando son tocadas por la mano del hombre, anarquistas insurgentes, como Néstor Majnó, ganándose a pulso la persecución, el exilio y la muerte por tuberculosis junto al Sena, bolcheviques contra mencheviques, todo bien mezclado, los tiempos y los espacios, Iliá Ehrenburg hablando en sus memorias de pogromos salvajes, de una antigua Zona de Asentamiento creada por Catalina la Grande, a petición de los celosos comerciantes moscovitas que no querían competencia, en donde los judíos tenían permitido residir, se ordenó la prohibición de la enseñanza del idioma ruso en sus escuelas y además la injusticia de los numerus clausus que tenían que soportar en las universidades. El odio tan actual que siempre se repite. Las montañas se doblan ante tamaña pena y el gigantesco río queda inerte, que decía la Ajmátova.

 

También aparecen en el salón los 304 años de reinado de la dinastía Románov que terminan con Nicolás II y su familia fusilados por los bolcheviques en Ekaterimburgo, sus cuerpos, mutilados, empapados en ácido y quemados, son escondidos en dos fosas que se descubren en 1991 y en 2007. La sangre del duque de Edimburgo, sobrino nieto de la zarina Alejandra, fue necesaria para, mediante análisis de ADN, llegar a la conclusión de que ningún miembro de la familia había sobrevivido. Las leyendas y especulaciones sobre una posible huida de Anastasia se desvanecieron en el río revuelto de la historia junto a la falsa palabra de todas aquellas mujeres que alguna vez juraron ser ella buscando notoriedad y fortuna.

 

He pasado horas de fiebre y obsesiones, agitado, sin moverme de la silla, creando túneles y comunicaciones entre libros y personajes, épocas decisivas, en un período tan cruel, convulso y sanguinario como el presente que nos ha tocado vivir. La historia es cíclica y a veces calcada hasta el terror como dos gotas de cianuro. Así me he entretenido hoy, acariciando un gato de Angora que me muerde. Tania no habrá llegado todavía al Óblast de Kursk, hace frío y es de noche, communication breakdown, solo quedan cenizas y pavesas en la chimenea, voy a encender con ellas un nuevo fuego que me lleve a Lublin junto a Isaac Bashevis Singer tras los pasos de un mago singular o con Claudio Ferrufino hacia el oriente, a Tashkent, en busca de sangre fresca sobre la nieve. Sangre de fantasmas.

 

Imagen: Matrioshkas.

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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor, 09/12/2023

Tuesday, December 5, 2023

Alguien para no olvidar, Norah Lange


MARIANO OROPEZA

 

En 1927 César Tiempo y Pedro Juan Vignale editan la “Exposición de la Actual Poesía Argentina”, un botón del furor renovador de la vanguardia martinfierrista que avasallaba el campo cultural. Más de cuarenta poetas, hombres, y una sola poeta, mujer. Norah Lange. Conocida por los círculos intelectuales de Florida, los compañeros de ruta preferían sus chispeantes discursos en banquetes, una precursora del marketing editorial, o una figura impactante de diosa nórdica, que su obra literaria, a la que apreciaban socarronamente. En las pocas líneas autobiográficas en aquella publicación de los boedistas Tiempo y Vignale, Lange ubica la casa de la infancia, la mítica de Tronador y Pampa, materia prima de sus poemas y narraciones, y la constelación reunida sábado a sábado alrededor de un dios pequeño, Georgie, o sea Jorge Luis Borges “Actualmente en la espera dichosa del libro que saldrá –“Voz de la vida”, novela de una apenas velada trama de la musa codiciada por célebres plumas-, y otra más, la de vivir… el sábado, cuya tarde se alumbra con Georgie, -Eduardo- González Lanuza y Xul Solar; y que escuchemos juntos los tangos que escuchamos siempre”, confiesa Norah las sutiles estrategias para hacerse oír en la hegemonía masculina. Punto aparte, aclara, “Algo que se debe olvidar, tengo veinte años”, respondiendo con altura a aquel prólogo de Georgie a su primer libro, “iCuánta limpia eficacia en estos versos de chica de quince años!”, escribe el maduro Borges en 1925.  El camino a las letras femeninas que abrió Alfonsina Storni en la poesía, fue el legado de Norah Lange en la prosa para todas las escritoras argentinas.

Gunardo Anfin Lange y Berta Erfjord se habían conocido en La Plata, en un baile de la colectividad noruega, y casados en 1896, tienen una prolífica descendencia, nívea y pelirroja, que crece tranquila en Villa Mazzini, hoy Villa Ortúzar. Allí nace Norah el 23 de octubre de 1905, una de las cuatro Lange. Papá Lange es un célebre topógrafo que intervino decisivamente en el litigio con Chile, y en los estudios de navegabilidad del río Pilcomayo, una verdadera hazaña del novecientos. La mansión no iba a la saga de la fama del noruego, en el recuerdo de Borges, “Esa quinta que no demarcaré con mentirosa precisión topográfica y de la que me basta señalar que está en la hondura de la tarde, junto a esas calles grandes con las cuales es piadoso el último sol y en que el apagado ladrillo de la altas aceras es un trasunto del poniente cuya luz es como una fiesta pobre sobre los terrenos finales” Por allí asomaba Norah jugueteando en los extensos jardines hasta que el padre es contratado en Mendoza e, intempestivamente, fallece en 1915.

Vuelta la familia a Buenos Aires, la madre reorganiza la economía familiar de una familia numerosa y las niñas, ahora mujeres, se irían convirtiendo en secretarias o traductoras. Pero el destino de la pequeña Norah es diferente porque mamá Berta, posiblemente a fin de no perder status social, abrió las puertas a la bohemia literaria de los veinte, “Allí Jorge Luis Borges – “Guillermo Juan Borges, primo de Jorge Luis es también mi primo, porque es hijo de una hermana de mi madre. El parentesco común motivó el acercamiento entre Jorge Luis y yo”, comentaba Lange sobre esta filiación que no impidió el enamoramiento con ella del tímido Georgie, uno más del autor de “Ficciones” (1944) - escuchaba de pie solemnes tangos de la guardia vieja, mientras Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal -las hermanas Amundsen de “Adán Buenosayres” (1948) son las Lange, en el réquiem de la vanguardia martinfierrista- y Jacobo Fijman describían acaloradas posibilidades poéticas; allí Horacio Quiroga (…) y Alfonsina Storni (…) se adiestraban estruendosamente en el Martín Pescador (…), Raúl Scalabrini Ortiz recitaba, a gritos, desparramados trozos de “El hombre que está solo y espera” (1931) (…) y Xul Solar trasladaba inquietantes horóscopos a diecisiete idiomas”, rescataba Jorgelina Núñez en la revista Ñ. Y la pequeña Norah fue creciendo entre estos notables creadores hasta convertirse en una hermosa mujer, “Inmóvil ante él, una sensación de vacío se fue agudizando poco a poco. Me pareció que me alejaba de lo que había sido hasta ese instante y que, al distenderse hacia mí, ese dedo me señalaba algo desconocido en que me iría internando, paso a paso; algo que, al ofrecerme otras emociones y otros riesgos, me apartaría paulatinamente, de todas las pequeñas incidencias, de todos los pequeños miedos, de todas las pequeñas manías... de toda la ternura que recorrió mi infancia”, aparece en “Cuadernos de infancia” (1937), un encuentro entre un viejo jardinero y una adolescente Norah, en una de las mejores páginas del pasaje a la pubertad escritas entre nosotros.

Con Borges o con Borges

En 1923 vuelve Borges de Europa con la novedad del ultraísmo, la metáfora intuitiva como estandarte frente al anacrónico modernismo, y dan las campanas del parricidio literario que propone la barra alegre de la revista Martín Fierro, que consigue aunar vanguardias extranjeras con criollismo entre 1924 y 1927, en la reformismo moderado que caracterizó al movimiento del denominado Grupo Florida “El trío Borges-Lanuza-Lange dio fuerte envión al movimiento renovador, animó más al grupo”, rememoraba en 1945 Evar Méndez, el principal editor en compañía de Girondo, Sergio Piñeiro, Eduardo Bullrich y Alberto Presbich,  y enfatiza que la “juvenil poetisa -palabra despectiva, si las hay, todavía usada en el siglo XXI- ultraísta Norah Lange, primera y única musa del grupo martinfierrista”, remarcando la soledad de la escritora. Y las necesidades de recalcular las maneras de insertarse en un mundo vedado a las mujeres, “Martín Fierro -recordaba Ulyses Petit de Murat- había incorporado mujeres a los banquetes.  La literatura era cosa de hombres. Norah (Lange) fue un pilar fundamental de esas reuniones. Pronunciaba discursos subida a una mesa”, Norah que ya tenía un peso como fundadora de revistas, la  publicación  mural  Prisma  (1921-1922) y la revista Proa  (primera  época,  1922-1923). Además su nombre era reconocido desde que había sido seleccionada en el especial dedicado al ultraísmo de la consolidada -y tradicional- revista Nosotros en 1922. O lo que se refiere un animador de las letras y las noches porteñas Petit de Murat son los extravagantes discursos de Norah que animaban los banquetes, y que son inseparables del fenómeno artístico y social llamado martinfierrismo. Para la escritora de “Los días y las noches” (1926) y “El rumbo de la rosa” (1930), los últimos poemarios casi ignorados, era un campo de batalla, una manera de decir “aquí estoy” Aquellas disertaciones efervescentes, luego reunidas en “Discursos” (1942) y “Estimados congéneres” (1968), en la exuberancia, contrapuesta a la abstracción y distancia de su literatura, son una marca que descubren una barroca Lange. “Coetáneos consagrados a diversas musas: mi inquebrantable perspicacia señálame, con énfasis acento, que esta noche no soy la indicada”, arrancaba tímida en 1934 en uno de los regulares homenajes a la revista, de un grupo que se preocupó en remachar su pedestal en el canon, para luego en 1949, ya plenamente instalada en su viraje a la narrativa, experimental, fantástica, integrarse con plenitud, y no desde una falsa intelectualidad,  “a todos los martinfierristas que durante cuatro años tratamos de ejercer algo que constituía el fundamento de nuestros días y nuestras noches. Vuestra imaginación es capaz de dilucidar este anhelo pero prefiero pronunciarlo para estar más segura: me refiero a la obra sin apremio, a la amistad sin ictericias, al cariño y a su lógico y enternecedor barullo”. Y recordaba aquel homenaje a Ricardo Güiraldes, que yendo con Borges, terminó saliendo de los brazos de Girondo, “avizoré, por primera vez y emocionada vez, los ojos miradores”, y vivieron juntos hasta la muerte del autor de “20 poemas para leer en el tranvía” (1922) en 1967.

Lange o un tesoro nacional a descubrir

Sin embargo a mediados del 27 parte Girondo nuevamente a Europa y Norah quedaría algo decepcionada. Además sin el apoyo de un despechado Borges, su estrella empezaba a declinar, y decide una alternativa inusual para una mujer de los veinte, o de cualquier década: visitar a un familiar en Noruega viajando en un barco carguero, con treinta hombres. Aquella experiencia quedaría retratada en la segunda novela, “45 días y 30 marineros” (1933), un peculiar diario de viaje, escrito en tercera persona, dicen que Norah viajó alcoholizada la travesía completa por el Atlántico, y que con un atmósfera sombría y siniestra anticipa la literatura existencialista. Para la presentación del libro, Lange se vistió de sirena en la recepción, que asistió Federico García Lorca, y fue realizada en la nueva casa, que retomó el ánimo de las tertulias de Tronador, ahora en la calle Suipacha al 1400, hoy parte del Museo Fernández Blanco, al igual que la biblioteca Lange-Girondo.

““Cuadernos de la Infancia” (1937) uno de los más bellos y luminosos libros de memorias infantiles que se hayan escrito en la literatura latinoamericana, tan rica en el género” destaca César Aira del libro que obtuvo el Premio Municipal y el tercer Premio Nacional de Literatura. En la dedicatoria se puede leer, Oliverio Girondo -cuyo elogio siempre será mezquino— por su severa, generosa y paciente culpabilidad”, otra vez en la ironía de subalterno, que reafirma su subjetividad en la enunciación. El recuerdo fragmentario e invertebrado, el collage, una manera de narrar cubista, hacen que Lange capture situaciones al límite de lo decible, como ésa de la madre en Mendoza que pretende curar a un hijo desfalleciente -un tema caro a Norah, quien no tuvo descendencia- “Sin vernos, sin mostrarnos, como si ya hubiese realizado el milagro de su ternura, de su miedo”, pintaba de una memoria desenvuelta, contrapuesta a las rigideces anteriores de Miguel Cané, Lucio V. Mansilla o, posteriores, de Victoria Ocampo.

“Si “Cuadernos  de  infancia”   relata,  de  forma  más  o  menos  realista,  episodios  de  su infancia y pubertad, “Antes que mueran” (1944) recrea esos mismos episodios y algunos otros, extendiéndose incluso hasta la adultez de la autora, desde el revés de la tela, es decir, ahondando en el mundo psíquico, de sensaciones y vivencias inefables, casi secretas, de la escritora. La visión es más interiorizada, por ello el tono es susurrante, más íntimo que en Cuadernos... -señala María Cecilia Ferreira Prado en “Una autobiografía fantástica de Norah Lange: Antes que mueran” (Estudios Románicos, Volumen 26, 2017)- El retrato directo del anterior libro da paso a un estilo mucho más sugerente donde lo que prima no es la narración en sí de la anécdota infantil, sino la captación de una atmósfera, a veces de un presentimiento, el dibujo de aquello que no se  ve  pero  se  intuye,  la  inquietud  que  pasa  desapercibida  para  los  otros  y  que  atañe al mundo emocional del  personaje. Por ello, en “Antes que mueran” no hay nombres ni datos espaciales o temporales precisos que ayuden a definir lo vivenciado, el relato se abisma en una ambigüedad y una atemporalidad inquietantes”, en uno de los libros más curiosos de la literatura local, estampas, relatos y poemas en prosa, en el vacío conmovedor de una niñez demolida en la adultez, quizá cercano a Silvina Ocampo. Por lo demás, Lange con este inclasificable libro se ubica en la vanguardia de la literatura fantástica que propician Borges, Ocampo y Adolfo Bioy Casares en los cuarenta. Las posteriores novelas “Personas en la sala” (1950) y “Los dos retratos” (1956) completan un universo femenino en clave tan oscuro como el epílogo de “Antes que mueran” Póstumamente se editó la novela inconclusa “El cuarto de vidrio” (2006). Norah Lange fallece en Buenos Aires el 4 de agosto de 1972. En 2021, a 115 años de su nacimiento, el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) organizaron las  “Jornadas Norah Lange/Oliverio Girondo” entre el 20 y 21 de octubre, registradas en malba.org.ar y en el canal de YouTube del museo.

“Me gusta todo lo que esté rodeado de cierto enigma: nunca pude aceptar las cosas directas. Me chocan. Me educaron de esa manera, y yo la acepto como un beneficio más que como una deformación”, comentaba la escritora a Beatriz de Nóbile en 1968, dando pistas de cómo leer una literatura en permanente resignificación, que se mueve. Adriana Astutti —responsable de la publicación de sus Obras Completas para Beatriz Viterbo, en el Centenario de la autora— entiende que "a Lange el reconocimiento de escritores nunca le faltó; César Aira, Elvio Gandolfo, Arturo Carrera dijeron que ella es una de las grandes de la literatura argentina. La crítica empieza a considerarla de manera más constante a partir de los 80, con lecturas en el horizonte de los estudios de género o en el de las vanguardias, como las de Francine Masiello, Silvia Molloy, Beatriz Sarlo o Nora Domínguez, entre otros". Como esa hache que se agrega Lange al nombre oficial de la partida de nacimiento, Berta Nora, en el prisma del canon que la silencia, que la pone de “mujer de” o de femme fatale de la literatura, en lo que no se nombra, una nueva baraja del mazo.

 

Dice Norah Lange

“Tarde a solas”

Vacía la casa donde tantas veces

las palabras incendiaron los rincones.

 

La noche se anticipa

en el plano mudo

que nadie toca.

 

Voy a solas desde un recuerdo a otro

abriendo las ventanas

para que tu nombre pueble

la mísera quietud de esta tarde a solas.

 

Ya nadie inmoviliza las horas largas y cerradas

tanto pudor de niña.

 

Y tu recuerdo es otra casa.

 

Y mis latidos forman una hilera de pisadas

grande y quieta

por donde yo tropiezo sola.

que van desde su puerta hacia el olvido.

De “Los días y las noches”, 1926

“Una noche, sin ninguna razón, se me ocurrió que sería terrible no poder resistirse al impulso de manifestarle a alguna de mis amigas que su madre era estúpida o que su hermana preferida sólo merecía el calificativo de insignificante, de tonta (...) Al rato dejé de reflexionar en esos absurdos y terminé por dormirme, pero, algunos días después, durante la visita que hicimos Susana y yo a unos amigos que nos querían mucho, me asaltó, repentinamente, la tentación de proclamar que el dueño de la casa era un imbécil.

Sentí que el impulso se tornaba irrefrenable, y que una sensación de rubor y miedo me subía por las piernas (itálicas del articulista). Mientras los demás charlaban y reían, yo aguardaba el momento para decir «tu padre es un imbécil», tan serenamente como cuando se llega a una conclusión”

De “Cuadernos de la infancia”, 1937

Dicen de Norah Lange

“En 1950, “Personas en la sala”, con una dedicatoria “a un poeta auténtico y entrañable”…¿Entrañable? Sí. Palabras imprevistas que rompen la costumbre del pensamiento, encanto breve y reiterado, una sorpresa tras otra, surrealismo, inteligencia o divagación, pero siempre encanto, el instantáneo prestigio de las cosas inesperadas, el poder de las palabras que no tenían que andar juntas y que ya se aman. Imágenes, imágenes, belleza o gratuidad según el estado de ánimo de quien lee, pero concretado en lo sensible, el pequeño descubrimiento, la irrealidad conmovedora. Y en este delicioso mosaico, colección y revista, no unidad, diestra carrera de insertar palabra tras palabra, sin desmayo, mintiendo y jugando, Norah Lange siempre hace vivir las agudas apariencias de algo que es ya verdad tras las trampas y las acrobacias” de Adelaida Gigli en revista Contorno 5-6. Septiembre de 1955. Buenos Aires.

 

Fuentes: Lange, N. Obras completas. Dos tomos. Rosario: Beatriz Viterbo. 2006; Miguel, M. E. Norah Lange. Una biografía. Buenos Aires: Editorial Planeta. 1991; De Navascués, J. “Las miedosas memorias de Norah Lange” en Anales de Literatura Hispanoamericana, nro 26 II. Servicio de Publicaciones. UCM. Madrid, 1997; El periódico Martín Fierro en las artes y en las letras 1924-1927. Catálogo. Museo Nacional de Bellas Artes. 2010. Buenos Aires.

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Imagen: Norah Lange 

De SER ARGENTINO.COM, 23/10/2021 

Leo Perutz. Hasta el último aliento


JUAN JIMÉNEZ GARCÍA

 

Seguramente las dos obras que han corrido mejor fortuna de Leo Perutz son De noche, bajo el puente de piedra (aquel paseo en múltiples relatos por la Praga rodofilna, ese lugar mágico) y El maestro del juicio final, que ahora nos trae Asteroide, en una nueva traducción de Jordi Ibáñez. Si la primera nos remitía a un lugar bien especial, por otra parte el lugar de nacimiento del escritor, esta nos lleva a una Viena no menos especial, en la que pasó su vida. Es importante. Para Perutz, los lugares no son un sitio cualquiera, sino un complejo telón de fondo que tiene algo que decir, con una historia (muchas) detrás.

El maestro del juicio final es una novela policiaca sin policías, una novela de crímenes con suicidas y una novela fantástica en la que los otros mundos están en este. La quiebra de un banco, un actor en horas bajas, una reunión de amigos para interpretar a Bach, la nueva presencia de un ingeniero de origen báltico, una historia sobre un joven que saltó por una ventana y la de su hermano, que quise entenderle y acabó repitiendo los actos inexplicables de aquel, se convierten en una inquietante historia sobre la creación y sus límites, sobre la búsqueda de los desconocido y sobre un juicio final que todos llevamos dentro y que nos corresponde a cada uno, lejos de ser un destino compartido.

Más allá del misterio sobre el que se construye todo el relato, una carrera contrarreloj para encontrar al verdadero culpable y salvar el honor (y con él la vida), Perutz construye su relato sobre la fortaleza de unos personajes de una espesura y unas dobleces no muy habituales en el género (si es que podemos hablar de una novela de género, que tal vez sí). El barón Von Yosch, narrador y protagonista, es un oficial de caballería de vida no muy complicada, que escribe con ternura sobre sí mismo pero que se revela en sus actos y un sus palabras con una veleta que gira hacia el lugar que le marca su humor del instante. Frente a él, el ingeniero Waldemar Solgrub no deja de ser su opuesto. Ya no solo en la atracción que sienten por Dina, la mujer del Eugen Bischoff, actor en sus últimas horas, intentando ahondar en un próximo Ricardo III, sino en una cierta nobleza. Solgrub no es personaje de la atracción del narrador, pero en sus actos de desvela como un ser preocupado por algo que no está muy a la moda: lo justo. Ellos dos no dejan de ser los únicos que están a la altura. Uno en su miseria, que fatigosamente intenta superar, otro en su pasión, irracional para la razón de los otros.

Podríamos pensar en Poe o en Conan Doyle y seguramente nos equivocaríamos. Leo Perutz está preocupado por otras cosas y su relato no aspira a la oscuridad o a la revelación, sino más bien a ir al encuentro de algunos apuntes, pocos, sobre la condición del artista y la necesidad de que la creación surja de un riesgo, un riesgo que puede acabar con el propio creador. Una búsqueda que puede acabar en el extravío y la muerte. Una necesidad de llegar más allá, a ese lugar dónde nadie ha llegado antes y que está en algún rincón de nosotros mismos. Y mientras tanto, nosotros recorremos ese camino hasta el último aliento, en un viaje a través de los miedos de los demás.

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De DÉTOUR, 27/03/2017

 

Saturday, December 2, 2023

Arábica; Pablo Cerezal (Lecturas de Noviembre)


DANIEL MOCHER

 

Pablo Cerezal nos regala en esta novela excepcional su pasión por la música, por el café y por los débiles. Entre el reportero Munir, la prostituta Tiziana y el conserje Francesco, tres seres desubicados, frágiles, sin arraigo, se va tejiendo y destejiendo una historia de amor, amistad, sexo, hachís, café 100% arábica, la búsqueda del camino y la identidad, los sueños y las ilusiones, la traición, el engaño, la pérdida, infancias difíciles, viajes por el Mediterráneo musulmán en busca de los grandes Cafés y sus historias míticas, Led Zeppelin, Jean Genet, los atentados del 11 de septiembre del 2001, David Bowie, Oum Kalthoum y mucho más que tiene cabida exacta en la trama y desfila por sus páginas de la mano magistral de un autor de estilo único, personal e intransferible, barroco y callejero, lírico, enciclopédico, periodístico, rompedor, libre, híbrido, mestizo, innovador, elegante, ecléctico, todo al servicio de un artefacto literario que atrapa desde la primera página. No se puede salir impertérrito de este libro. Como el aroma embriagador de un buen café arábica, sería un pena que pasase desapercibido.

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De REVISTA PURGANTE, 30/11/2023

Thursday, November 16, 2023

Scarlet Rivera: El violín del huracán


JULIA ROIG

 

Un sinfín de historias y leyendas hablan sobre el significado o el poder del cruce de caminos. El no-lugar, que decía Marc Augedonde los ciudadanos se convierten en meros elementos de conjuntos que se forman y deshacen al azar. En las encrucijadas se enterraba a los suicidas en la Edad Media, se llevaban a cabo ejecuciones y en muchas culturas el cruce de caminos servía para invocar a los ancestros y espíritus, realizar ofrendas, rituales mágicos, de purificación e incluso, canjes a lo Robert Johnson con el mismísimo diablo.

Algo más prosaico pero no menos poético, es el cruce de caminos que en ocasiones une a dos personas. O tres. O dieciocho. Y esos encuentros también pueden resultar una ofrenda para nuestros sentidos, un punto de encuentro entre lo terrenal y lo divino.

Un 5 de junio de 1975, una joven de 25 años llamada Donna Shea caminaba con el estuche de su violín al hombro por la 13th Street del Lower East Side, de Nueva York. La historia no habla de a dónde se dirigía ni de dónde venía porque a veces todo ese envoltorio de detalles queda reducido a la nada, sobre todo cuando una limusina de un color verde horrible se cruza en tu camino. Esa joven nacida en Chicago en 1950, de orígenes irlandeses y sicilianos, que soñaba con viajar a Europa del Este, amaneció un jueves cualquiera sin poder imaginar jamás que acabaría subiendo a un coche desconocido para ir a un local de ensayo en el que pasaría la tarde, escuchando tocar y tocaría ante Muddy Waters, entre otros, grabaría ese verano un álbum, Desire, y saldría embarcada prácticamente en una gira que duraría seis meses. El nombre artístico de la violinista es Scarlet Rivera y el del brujo con el que se cruzó y cambió su vida haciéndola subir al coche, Bob Dylan.

Tres meses después, el escritor y dramaturgo Sam Shepard, encontraba una pequeña nota de color verde sobre la mesa de su cocina con un número de teléfono. Bob Dylan quería que le acompañara en su gira para escribir el guion o cuaderno de bitácora de la misma, con la idea de que todo desembocara en una película. Shepard tenía mil planes en mente en su nuevo rancho. ¿Qué pensaba Dylan? ¿Que con un chasquido de dedos iba a dejarlo todo? Sí, de nuevo, el brujo, el bardo de Minnesota, abducía al escritor más cool del momento y lo unía a esa troupe rocanrolera y circense que haría historia recorriendo EEUU y Canadá en 57 recitales que venían a retumbar el mundo, a imagen y semejanza de los indios Hopi, con su legendaria danza de la serpiente y como mensajeros de este mundo lanzarían su plegaría al más allá. La gira del trueno que retumba había cobrado vida.

Dylan y Shepard no se habían encontrado nunca antes, al menos siendo conscientes de ello. En la misma época en la que el Wizard grababa el épico disco The times are changing en los míticos Columbia Studios de Nueva York (lugar que alumbró las grabaciones del Kind of blue de Miles Davis, The Wall de Pink Floyd o el New York New York de Frank Sinatra entre otros muchos), tan sólo a unas calles de allí, en pleno corazón del Greenwich Village, un joven Shepard trabajaba de busboy, lo que vendría a ser ayudante de camarero en uno de los garitos más emblemáticos, el Village Gate. La mayor parte de los feligreses que acudían a expiar sus pecados a golpe de voz o mediante el exorcismo de los instrumentos musicales en el famoso estudio de grabación, también conocido como The Church, ya que eso fue, una iglesia desde 1875, en 1948 reconvertida -eriza por dentro imaginar la acústica y la sensación que debía embriagar cada grabación- tocaban después en vivo, al caer la noche, en el Village Gate. Ambos lugares gozaban de mágicas propiedades acústicas, damos fe de ello.

Los tres, Rivera, Shepard y Dylan gastaron sus suelas, sus manos, sus días y noches en busca de sus sueños, en el mismo entramado de calles antes o después o al mismo tiempo. De hecho los tres procedían de ciudades muy cercanas, Rivera y Shepard de Illinois, a orillas del Lago Michigan, y el bardo Dylan de un poco más arriba, Duluth, a orillas del Lago Superior. En esa rayuela del destino se fueron moviendo siempre cerca.

La reunión urgente y salvaje de 18 músicos quedó maravillosamente retratada de la mano de Shepard en un épico libro que probablemente nada tenía que ver con la idea original de lo que debía ser. Algo nos dice que Dylan quería hacer su propia película, inspiradísima en Les enfants du paradis (1945), ya que verle con esa máscara blanca y ese sombrero de ala ancha repleto de flores es ver al gran mimo y actor Jean-Louis Barrault en la misma. Así, como dijo Oscar Wilde «el hombre no es él mismo cuando habla en su propia persona. Dale una máscara y te dirá la verdad», así hizo el hoodoo man, con su banda improvisada y cambiante, sin apenas ensayos, conciertos en pequeños aforos, sembrando el hechizo en ciudades ignoradas en las grandes giras, con actuaciones de casi cuatro horas por sólo siete dólares y medio, más bien una ruina en lo económico, pero para ser historia hay que hacer historia.

Allí, en ese cruce de caminos, fortuito o premeditado, con un elenco de músicos inaudito e inspiradísimo, embriagados todos con el violín que lloraba y reía, los temas sonaron con una energía hechizante, la mirada de Dylan electrizaba y sometía, hay algo hipnótico en cada grabación que nos ha llegado. Para la historia, las cuerdas de Scarlet en el «Yo acuso» musical más efectivo y emotivo que se recuerde, el «Hurricane», nos sigue maravillando, sonó con una fuerza distinta lo envolvió todo de un fuego místico porque allí estaba «la misteriosa dama oscura del violín, con sus sortilegios, su espada y su serpiente», tal y como la describió Shepard. Y como suele pasar en el no-lugar, los elementos de conjuntos que se forman y deshacen al azar, el de Minnesota no volvió a contar con Scarlet, según dicen eso suele pasar con los genios. O con los trucos de magia en los circos. O en los cruces de caminos.

Pero el violín del Huracán nos sigue y seguirá hechizando.

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De MUZIKALIA, 16/11/2023

 

Escapismos


DANIEL MOCHER

 

Hay una inclinación natural a la desaparición desde hace muchos años, al escapismo, a las bombas de humo, tal vez la tendencia sea intrínseca, como un hilo que forma parte esencial de esta madeja inextricable que soy, de este atadillo de enigmas y pasiones que anda (con sobrepeso) y cuenta sílabas (fatigándose). Hubo un tiempo de tribus y ninguna era la mía. Eso deja huella, cicatrices, callo en la fractura, psicología y perspicacia. A la fuerza ahorcan. Descreo desde entonces de toda estructura piramidal, me incomodan las multitudes, la arenga y su escabeche, me espantan las sectas, las peñas, los partidos. Voy o trato de ir por otras veredas menos transitadas, con más aire. La ausencia, el desapego, la disolución del ego, ser como un gran Buda de bronce que pude ver en Nara, en el templo Tōdai-ji, monolítico y etéreo, estar y no estar o viceversa, no sé, ir cruzando el cielo con aquella bandada de grullas, gris en lo gris, que vi sobre mi cabeza en una gasolinera navarra, los atardeceres impagables de la Albufera de Valencia contemplados desde su embarcadero, prestar atención a lo desatendido, guardar silencio y dejar que el mundo hable en mí, para mí, por mí y por todos mis compañeros, con sencillez y hondura, que esa es la verdadera esencia del quedar callado, enmudecido, para que lo otro se diga mejor por nuestros cauces finalmente silenciosos y entregados, tácitos, por entero disponibles.

En estos días movedizos igual se inauguran museos de arte contemporáneo que se lanzan misiles, así de contradictorios somos. El hombre es mosca cojonera para el hombre. Un mismo ser humano es capaz de lo mejor y lo peor, del machete y la caricia, lo sabemos por experiencia. Odiosos y adorables en alternancia impetuosa mientras dure la vida o el vigor. Por eso, todavía, la esperanza o el Apocalipsis, depende del día o del humor, todo es posible. La política hiede a estiércol, cada día una guerra nueva y la amenaza constante, creciente, de una tercera guerra mundial, la economía de los ciudadanos de a pie acusa el efecto mariposa gravemente y las familias cada vez se distancian más, cada uno por su lado con sus claves bancarias, su wifi y sus ilusiones, como islas flotantes a la deriva de un desamor que suele resultar estúpido, torpe y ridículo. Tristes hundimientos. Todas las direcciones son contrarias cuando no contamos con el prójimo y su equipaje. Distopías cruzando nuestras noches en vela como fuegos artificiales sobre la bahía.

No siempre es posible quedarse entre los demás, hay que reservar momentos para estar con nadie, o sea, con lo más cierto de uno mismo. Me escoro y me alejo un poco, que uno aprende a esquivar los golpes a golpes. Las ves venir cuando, por desgracia, no has visto venir muchas otras parecidas que hicieron daño irreparable en la línea de flotación y en el currículum. No huyo de la realidad y su aspereza, no evito su contacto ni el de sus gentes, pero me es preciso como el respirar, cada vez con mayor frecuencia, el irme por las ramas o por peteneras, pensar en las musarañas y no salir en la foto. Por un rato hacer apología de lo inútil y lo improductivo, hacer un nucciordine en toda regla, y que viva el dolce far niente, la hora del vermú, la siesta con pijama y orinal, el ir por libre, el loco del pueblo también, la mente en blanco. Simpatía por Robert Walser, Thoreau, la vida retirada de Fray Luis de León, la casa emboscada de Christian Bobin muy cerca de Saint Fermin, las certeras soledades al óleo de Edward Hopper. Simeón el Estilita, hazme un sitio que voy corriendo, en el desierto cabemos todos. None but the lonely heart de Tchaikovsky, only the lonely (know the way i feel) que cantaba Roy Orbison tras las grandes gafas oscuras de su timidez.

 

Hoy seremos Oimiakón en el frío siberiano, La Rinconada andina, Rapa Nui, la recóndita isla de Tristán de Acuña, el archipiélago Juan Fernández en donde estuvo Miguel Sánchez-Ostiz siguiendo los pasos novelescos de Alexander Selkirk, dejadme en el centro exacto de la puszta húngara, hoy toca perderme sin retorno por los Apalaches o por la estepa infinita de Mongolia, permitídmelo, que mañana volveré a ser pachinko en Shinjuku, mercado de las especias en Nueva Delhi, rascacielos desmedido en Shanghái, vendedor de café en el gran bazar cairota de Jan el-Jalili, seré todos nosotros, con todo nuestro vértigo, un atasco interminable en la pinche hora pico de la Ciudad de México.

 

Imagen: Houdini.

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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor

Saturday, November 11, 2023

'Diario de Corea': la gran fiesta erótica literaria de Pablo Cerezal


JESÚS FERNÁNDEZ ÚBEDA

 

Una de las grandes virtudes que, como escritor, tiene Pablo Cerezal (Madrid, 1972) es su desparrame literario, su tremenda –y acertada– capacidad de desbordar géneros. Su última obra, Diario de Corea (Versátiles Editorial), es buena prueba de ello. ¿Es un dietario, una novela lírica, un poemario encubierto? Sí pero no, no pero sí, a saber. Y en ese "a saber", en esa anarquía ordenada y excesiva, se manifiesta el embrujo de su prosa.

El argumento de Diario de Corea es simple: un tipo narra su enamoramiento, sus fantasías eróticas y sus polvos salvajes con una chica que "no es coreana, ni del sur ni, por supuesto, del norte. Ni siquiera es asiática". El qué no da para muchoy da igual, porque el cómo es fabuloso. Cerezal, dándole la vuelta al efecto Magdalena de Proust, empieza a narrar sus andanzas con su amante cuando se le cae un diente de leche que aún permanecía anclado en su dentadura. "Ahora que lo miro –escribe–, comprendo que ya estoy más cerca del cementerio que del paritorio, y que lo que me queda por vivir ya es un morir lento y despacioso".

El autor escribe bajo la influencia o, cuando menos, tiene dejes de Francisco Umbral y de Henry Miller. Aléjense del libro quienes pretendan encontrarse con un primo pobre de Cincuenta sombras de Grey. En Diario de Corea hay mucho sexo, pero mucho sexo bien contado, con elegancia, finura y, por supuesto, sin beatería. Cerezal ejecuta un lirismo exuberante, salpicado de sentencias que pasarían por versos –"Siempre es primavera en ti, amor, aunque suene a propaganda de grandes almacenes"–, pero sabe detenerse en el momento justo para no caer en el manierismo.

Además, bien a través de sus ojos, o de los "ojos adultos" de Corea, "mujer de mirada niña que ha perdido sus pupilas entre cambalaches y cachivaches", Cerezal traza la geografía de un Madrid que "se pretende moderno ignorando que lo moderno solo es saber poner al día lo antiguo", o en el que, en sus vagones, "hace turismo sin saldo un rebaño proletario de pupilas con pantalla táctil que rehúyen el contacto"; en la segunda parte de la obra, el autor pasea al lector por las bibliotecas borgianas o las plantaciones de té de Corea del Sur. Si ha estado o no allí, da igual.

Así, en Diario de Corea, Pablo Cerezal ofrece un chupito de aguardiente literario, puro e independiente, y concentrado, quemante y placentero, en el que sigue manifestando, sin quererlo o, al menos, sin ínfulas, su apuesta temeraria por la despiadada y agradecida explotación, en el mejor de los sentidos, de la lengua maravillosa que se margina y/o maltrata en Canet de Mar o en el Premio Espasa de Poesía.

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De LIBERTAD DIGITAL, 24/12/2021

Friday, November 10, 2023

Jodasievich, Necrópolis


LAURA ESTRIN

 

“Soy un historiador, no un crítico” (Gersenzon citado por Jodasievich)

Sigo con los libros que encantan, con los que les interesan solo a los que les interesan. Quiero decir, tomados por algunos autores, solo queremos seguir leyéndolos y ahí están entonces estos retratos, genialidad de la forma. Voy desdeñando la ficción a pasos grandes, prefiero estos libros de una sinceridad irremediable –como dijo Néstor Sánchez. O como precisó el Diario de Gombrowicz, para el escritor exiliado que vive en una sociedad restringida, asegura que «lo más indicado es una sinceridad áspera».

Con prólogo de Berbérova estos retratos de Jodasievich. Y puedo abrir y cerrar un paso por la literatura rusa entre El subrayado es mío de ella, su mujer, y Necrópolis. Ella cuenta que al irse de Rusia Jodasiévich afirmaba: “Lo más importante: es absolutamente indispensable sentirse ´emigrados´ al pie de la letra, y no personas que al azar ha llevado desde Jamovniki (barrio de Moscú) hasta París. La literatura no puede sobrevivir en los hospicios ni en los asilos para niños abandonados”. Era una época de semi-emigrados, anota él luego.

También puede tirarse una cuerda tensa, como pensó Shklovski para uno de sus libros, entre los perfectos retratos de Tsvietáieva y éstos. Ambos habían sentido muy profundamente que adentro de Rusia era imposible y afuera inútil. Fueron tan diferentes pero tan enloquecedoramente obsesivos ambos, tan atornillados a nosotros luego de leerlos. Libros sin retorno: o escribir como Gógol o dejar de hacerlo, así pensaban ellos. Quizá porque como Jodasiévich en su primer recuerdo señala justo: “Puede parecer raro a primera vista, pero, en principio era normal en ese período y en ese ambiente que el ´don de escribir´ y el ´don de vivir´ fuesen valorados casi del mismo modo.” Incluso se valoraba solo el talento para vivir, lo más difícil, agrega, ya sabemos que escribir, escribe cualquiera.

Digo que Necrópolis es un libro insistente de la vida, para empezar a hablar de amor hay que ir a los cementerios –dice Babel. Y Jodasievich en estas memorias anota: “Las huellas que dejó en la vida, al igual que las que dejó en la literatura, no son profundas. Pero antes de morir, con esa ironía que raramente lo abandonaba, me dijo: ´Recuérdalo: sin embargo existí” (“Muni”). 

Jodasievich no cierra sus retratos, no los acomoda, no son solo de escritores, son solo de gente que él tuvo cerca en los años terribles de la Rusia del 900: “Muni y yo vivíamos en un mundo abstruso y complejo que ahora me resulta difícil de describir tal como entonces lo percibíamos… Vivíamos por consiguiente en dos mundos… En una carta en verso de 1909 Muni me escribía con letra clara: ´la poesía no salvará a Rusia,/ Difícilmente Rusia salve a la poesía’”. Jodasievich escribe: “la Revolución nos desalojara a todos y a todo definitivamente” cuando Gumiliev altivo con su misma porte afirmaba: “nada ha sucedido. ¿La Revolución? Nada sé de ella”. El escritor puede vivir un tiempo en su propio aire.

  

En el tijereteante retrato de Esenin, Jodasievich afirma: “El año 1917 nos aturdió. Habíamos olvidado que no siempre la revolución viene de abajo, que a veces puede venir de muy arriba”: Esenin, siguiendo a Kliuev, se orientaba hacia donde había que hacerlo, eso Jodasievich marca fuerte. Y es en el único medallón en que analiza poemas y escribe: “No juguemos con las palabras” y hablando de los bolcheviques: “estaban dispuestos a desprenderse de la última camisa y a perder el alma por amor al prójimo. Y a fusilar a ese mismo prójimo si ´lo hubiese ordenado la Revolución´. Todos escribían poemas y todos estaban en contacto directo con la Cheka. Uno de esos seráficos rubiecitos se hizo más tarde de un nombre en los campos de fusilamiento. Pienso que Esenin los frecuentaba debido a su curiosidad sin escrúpulos y a su gusto por las cosas extremas, fueren cuales fueren.” Esenin después vio que no se iba hacia ningún socialismo y lo escribió: “No soy un delincuente, no robé nada,/ no fusilé desgraciados en la prisión./ No tengo amigos entre la gente,/soy súbdito de otro reino”. Creo que por uno de estos versos Mandelstam lo perdonó.

Y así el libro retrata gente que se quedó sola, que se murió, gente que mataron, gente que armó una enorme necrópolis. Jodasievich dice clarito lo que piensa y vio de ellos, “Era antisemita” – anota de Briusov. Pero no inventa nada, Briusov mismo había dicho: “los polacos son de lejos antisemitas mucho más coherentes que yo”.

Jodasievich en varios de sus retratos aclara casi dialogal: “Estas son memorias, no un artículo crítico” y en el recuerdo de Sologub, otra vez: “No estoy escribiendo un ensayo crítico, pero tampoco quiero hacer afirmaciones gratuitas”. Los autores son los que se permiten escribir lo que quieren. Así Necrópolis muestra el devaneo comunista de Briusov: “Mientras se escribía sobre la metamorfosis de Briusov, de ´esteta´ a poeta ´comprometido´, él, en el techo de su casa, aprendía a tirar con el revólver, ´por si los huelguistas vienen a robar´”. Briusov no tardó en decir que la revolución era el gobierno de los judíos. Jodasievich afirma sin vueltas: en el 18 comienza el terror y Briusov había denunciado al propio Jodasievich.

  

Jodasievich era poeta pero dejó de escribir poesía. Jodasievich era muy duro, un gran pesimista, estas memorias de sus contemporáneos son como frases que él se dice a sí mismo. No parecen esperar un lector, Jodasievich está seguro de lo que dice, no espera que lo confirmen. Inesperadamente el retrato de Esenin deja al provinciano muy abajo y en el de Gorki éste queda bastante arriba. No tiene problemas en afirmar que el genio de Biely se malogró y que los Simbolistas, y también los Acmeístas, jugaron a las palabras “estropeando los significados –y estropeando las vidas”.

Jodasievich varias veces aclarará: “Por distintos motivos, hoy no puedo contar todo lo que sé y pienso sobre Biely… Este deseo me obliga a ser honesto al máximo. Considero un difícil deber el eliminar de la narración la hipocresía de las ideas y el miedo a las palabras… La verdad no puede ser mezquina, baja…” Así afirmará que solo Petersburgo tiene una instancia filosófica, política, sus demás obras son siempre autobiográficas. Llamativamente es la que más se conoce, de la que más se habla, de la no autobiográfica… Lo histórico-político es seriocorrecto, objetivo, la vida mancha y la crítica quiere siempre hablar de otra cosa. Y la vida de Biely era una laceración, como él mismo la definió, frente al recuerdo de Muni, para quien la vida era un ´ligero estorbo´, como ´el incidente´ de Maiakovski o la astilla de otros autores. Quizá al bosque no habría que haberlo talado, reflexiona Jodasievich, y las astillas no habrían saltado -supone triste.

Jodasievich, de quien hemos leído poco y solo sabemos por Berbérova, por Tsvietáieva, es un poeta directo, esos que no explican: Chestov decía que aquellos “no son más que ´fastidiosos consoladores´ que no saben ni siquiera lo que dicen” y agrega: “El que es libre no solo no busca explicación, sino que como una intuición infalible adivina que la simple posibilidad de una explicación es el mayor peligro que amenaza su libertad”.

Me parece que estos libros gustan solo a los que algo conocen ya de lo que ellos tratan. Es como ver fotos de las vacaciones de otros, de los recuerdos de otros. Es como no pedirle al pescador que recorra su espinel pedirnos que no querramos andar por donde hemos andado. Éstos son retratos que cuentan lo que no hay que contar, de Biely leemos en Necrópolis: “Se lamentaba conmigo: ´Pasternak me aburre´. Supongo que a Pasternak le decía: ´Jodasievich me aburre´”. Digamos, un libro contundente, y podemos silabear como hacía Tsvietáieva para acentuar el término. Y “Muni”, en el retrato, es presentado así: “En sus juicios literarios era en extremo severo, despreciaba casi sin vueltas todo lo que no fuese absolutamente genial; tenía la desgracia de ser muy sincero”. Este libro incluso señala un inoportuno Blok muriéndose ya mientras pronuncia su conocido discurso a Pushkin, mientras articula: “los funcionarios son nuestra plebe, la plebe de ayer y de hoy” y luego Jodasievich define: “El autor de Los doce confiaba a la sociedad y a la literatura rusa el deber de custodiar la extrema herencia pushkiniana: la libertad, aunque fuese secreta” y allí la enorme afirmación del Blok de Berbérova: Blok murió por falta de aire. Jodasievich dirá siempre más rocoso, que Blok ya no podía vivir, que “murió de muerte”.

Jodasievich es un hombre áspero pero el retrato más entrañable es el de Gersenzon: “la bondad no opacaba su vivacidad, no debilitaba su ánimo… Cada tanto gritaba: ´¡hablen francamente, francamente´!… intolerante a la estupidez, a la hipocresía, al doctrinarismo –cosas que en verdad lo ofendían-, sin embargo jamás se fastidiaba cuando la ofensa era personal”. Y Jodasievich dirá. “Su crítica era siempre benévola –y despiadada-. Expresaba sus opiniones con una brutal franqueza”. ¡A Gersenzon, eso consta en el  documento que Necrópolis cita, lo dejaron morir los de la CEKUBU (Comisión Central para el Mejoramiento de las Condiciones de vida de los Académicos)!.

Ehrenburg en sus memorias escribe que “Jodasievich hablaba de todo el mundo con tono sarcástico y escribía poesías tiernas en las que decía que la muerte lo atraía”, Ehrenburg agrega que en ese tiempo Blok hacía su diario, Korolenko escribía cartas y Gorki artículos. Por el 900 hubo otros malhumorados, parece que Chaim Soutine, el pintor lituano emigrado a París, también era un huraño obstinado, siempre de mal humor –eso lo cuenta el hijo de Chagall.

Necrópolis es un libro que evidentemente responde al grito de Shklovski de que hay que escribir biografías para ganar la batalla contra la historia y refrenda mi idea de que hay solo algunas verdades y no miles y que el mejor Gorki está en Los bajos fondos. Estos retratos son una tijera dura de citas, de recuerdos, un tejido espinoso. Cuando se extiende sobre el ir y venir, sobre el imposible mundo en que soñaba Gorki, escribe: “no puedo decir ahora todo lo que sé y pienso, y por otro lado una narración llena de reticencias no tendría sentido”. Pero no tarda en avanzar: “Pero, el principal motivo, el más importante y que probablemente él mismo ignoraba, se representaba mediante una particularísima circunstancia: su actitud –en extremo compleja- con respecto a la verdad y a la mentira, que en él se manifestó bien pronto, y que ejerció una influencia decisiva tanto en su obra como en toda su vida.” Y nuevamente: “Escribo recuerdos sobre Gorki, no un ensayo crítico sobre su obra…” para agregar más abajo: “A este ´gran realista´, en verdad, lo que le deleitaba era solamente todo aquello que hermosea la realidad…” y cita una carta del propio autor: “odio la verdad del modo más puro y firme”. Gorki, a muchos les dio hogar y comida, liberó a muchos autores de la Rusia del 20, se sacó él mismo enojado con Lenin –Irina Bogdaschevski siempre nos recordaba sus “Pensamientos inoportunos” (Letopis), nadie recuerda que volvió con Stalin, enredado. Chentalinski cuenta como mataron a su hijo y cómo a él, tal vez. 

Jodasievich vivió una temporada en Italia como su huésped, nos cuenta que Gorki sabía de su mito y lo jugaba: “solía decir tristemente, con una mueca, tenso e irritado: ´no se puede, arruinaría la biografía´. O bien: ´qué quieres, debo hacerlo, de otro modo, arruinaría la biografía”. Cuando Gorki leyó los recuerdos que Jodasievich editaba sobre Briusov, le dijo: “ha escrito de un modo muy cruel, pero espléndidamente. Cuando muera, se lo ruego, escriba sobre mí”.   

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De CUARTA PROSA, 21/06/2018

Imagen: Vladislav Felitsianovich Jodasevich