Sunday, September 20, 2020

ARVO PÄRT


PABLO MENDIETA PAZ

Creador de una música depurada, de inspiración profundamente religiosa, Arvo Pärt ha compuesto obras que se ejecutan en todo el mundo. Inspirado por el canto gregoriano y la antigua polifonía, el compositor ha desarrollado su propio estilo denominado tintinnabular. Arvo Pärt nació el 11 de septiembre de 1935 en Paide, Estonia, ciudad situada aproximadamente a 90 kilómetros de Tallin, su permanente lugar de residencia. Divorciados sus padres, su madre lo llevó a Rakvere, al noreste de ese país. Entre los siete y ocho años siguió cursos de música en la escuela y más tarde aprendió las bases de piano y de teoría musical. Ya adolescente se interesó especialmente por la música sinfónica, y aunque el piano era el instrumento de su predilección practicó también el oboe en la orquesta de su escuela. En 1954, ya en la escuela secundaria de música de Tallin, y bajo la tutela principal de Harri Otsa, estudió teoría musical, composición, piano, literatura musical, análisis y música popular. Algo después, compondría obras cercanas al neoclasicismo de Shostakóvitch, Prokófiev y Bártok.  Luego, con el maestro Veljo Tormis asimiló ideas musicales novedosas que llegaban de Occidente, sobre todo la del dodecafonismo (Schõnberg), toda una revelación para el artista. En 1962 dio a conocer en la Unión Soviética la obra “Nuestro jardín¨, para coro de niños y orquesta, con la cual obtuvo el primer premio de jóvenes compositores de la URSS. En 1963, una vez egresado del Conservatorio de Tallin, su carrera como compositor ya gozaba del aplauso y consideración de los críticos y musicólogos, testigos directos de su inclinación por la música serial (técnica avanzada de composición -de parámetros musicales de dinámica, ritmo y timbre- originada en el dodecafonismo, aunque esta, particularmente, sugiere solo la altura de las notas), de la cual nacieron sus dos primeras sinfonías. En 1968, luego de la censura de su Credo por el régimen comunista, Arvo Pärt renunció a la música serial para dedicarse durante diez años al estudio del canto gregoriano, el canto llano, y la música de los compositores medievales franceses y flamencos, como Guillaume de Machaut, Ockeghem, Obrecht y Josquin des Prés, bajo cuya influencia escribió, en 1971, la Sinfonía Nº 3; luego Für Alina (1976), con las que rompió el estilo de sus primeras obras para calificar a las nuevas como las tintineantes (tintinnabular), cuya estructura le permitía trabajar con una o dos voces solamente, construidas a partir de un acorde perfecto y una tonalidad específica. Las tres notas del acorde perfecto sonaban como campanas, por lo mismo que su música fue bautizada con el denominativo de tintinabular. Las tres obras más importantes y reconocidas con este estilo son Fratres, Canto en memoria de Benjamin Britten y Tabula Rasa. Luego de una travesía por Viena (donde obtuvo la nacionalidad austríaca), y por Berlín del Oeste, regresó a Tallin. En 1996, pese al inconveniente que surgió a raíz de que fuera alineado a compositores "minimalistas místicos” como Henryk Górecki y John Taverner (Pärt es precursor secante del minimalismo sacro), fue nombrado miembro de la Academia Americana de Artes y de Letras. Creador de música depurada y de inspiración profundamente religiosa (fiel a su confesión cristiana ortodoxa), los cantos ortodoxos, así como los gregorianos, influyeron en su estilo sobre la modulación lenta de los sonidos asociada a la música posmoderna. Arvo Pärt es un leal, firme e inalterable creador del estilo tintinnabular, del que no desiste bajo ningún concepto, ni siquiera para ilustración sonora de películas y espectáculos de danza. La fina escritura minimalista de Pärt da tal impresión de simplicidad que sorprende. El primer elemento de esta, según los profundos estudios de su obra, es la utilización de ritmos simples tales como "negro, blanco, negro, blanco” o "blanco, negro, blanco, negro”, es decir de una moderación y llaneza notables en el estilo (se podría decir elemental, aunque, de modo implícito, sea de carácter profundo). El segundo elemento es el famoso estilo tintinnabular, que se inspira en el sonido de las campanas, es decir que cualquier instrumento articula su juego entre tres notas principales: el acorde perfecto. Pärt, contrariamente a muchos compositores de las épocas barroca, clásica y romántica, no emplea jamás ninguna forma de modulación o cambio de tonalidad.  Es tan impresionante su minimalismo, que a pesar de haber jugado en términos de exploración con la polifonía más pura -la renacentista-, y con el estilo gregoriano, no llama la atención que su música emplee solo lo estrictamente imprescindible. Pärt, en el breve análisis que uno pueda aventurarse a hacer, obsequia auténtica magia en su música; la hace fluir con cualidades sensitivas de fácil comprensión, pero a partir de una profunda construcción, como si uno estuviera frente a un manantial de las aguas más puras y, al reparar en su exquisitez natural, no pueda sino valorar en su inmensa magnitud el tremendo misterio que encierra la naturaleza. Lo que impresiona de Pärt es que al oírlo parecería que hay en su música acordes de usanza polifónica (uno los escucha y no los hay), pues economiza esa base de la armonía occidental y también ahorra elementos imprescindibles como las notas de paso o las apoyaturas (términos de armonía), pero insisto, ¡se los escucha!... En fin, música incomparable con ahorro de sonidos pero, en feliz paradoja, con una plétora inacabable de ellos. Este prodigioso músico estonio toca el cielo con las manos (el oyente y el público hacen lo propio escuchándolo), guardando todos los sonidos posibles en un depósito herméticamente cerrado para que nadie pueda oírlos; pero, como un Houdini, de pronto los libera y el auditor logra "asirlos” sin que realmente estén ahí. Prueba de ello son, entre muchas otras composiciones, su Trivium, De Profundis, Nunc Dimittis, Spiegel im Spiegel (es frecuente oír fragmentos de esta obra en varias cintas cinematográficas), Psalom. Con Arvo Pärt, en fin, uno se transporta a abismos que ascienden. Aunque su obra instrumental es la más extendida, Arvo Pärt expresa en su música coral una fuente inagotable de espiritualidad. Escuchemos de él una magnífica pieza: El grito o lamento del venado. 

 

Bolivia y su simbología necesaria/Una lectura de Seúl, São Paulo de Gabriel Mamani Magne

MAURIZIO BAGATIN

Escribir es inútil, sin embargo hay que hacerlo para darle algún sentido a la vida, para evocar historias vividas y no vividas, paisajes verdaderos y falsos, figuras extrañas y figuras extraordinarias…  

Los que han nacido en democracia coleccionan figuritas de Messi y Ronaldinho y el 21 de junio esperan el primer rayo del sol en Tiwanacu, viven en casa “casi cholet”; entre ellos hay muchos obesos y choripapas y pseudo Mc Donald’s -hay violencia, racismo y mucho alcohol- wiphalas, monolitos y nombres de toda esta civilización del espectáculo. Bolivia es simbología, Bolivia son mitos profundos que con cada generación cambian piel como las serpientes, y así, solo así, vuelven a empezar. 

Seúl, São Paulo es la evolución de un cuerpo, lo que un verso de Blanca Wiethüchter, lo que se descubre, lo que es ya descubierto, lo imposible a descubrirse… las diferencias en el olor (si se hubiera estrenado Parásitos antes de la novela… aunque la generación es la misma) en el color de la piel, en ser lampiño y tener la libreta del servicio militar. No parece vislumbrarse ningún dilema shakesperiano y sin embargo lo hay: “Ni boliviano, ni brasileño: aymara”. Para quien escribe la novela no es nada, que es todo.

Comilonas, mestizajes y fiestas, fiestas para todo y para nada, cómo hacer dinero, emigrar y hacer afuera lo que nunca harías aquí, todo para salir vivo de la vida… la camaradería es el like (not rolling stones) al Facebook, la tecnología que se ha adueñado de lo humano, no hay Le donne, i cavallier, l'arme, gli amori, ya no… Baudelaire sembrando flores en el asfalto, un flâneur volando en mota y Claudio Ferrufino que inspiran… hay que emigrar, irse antes de los veinte años, mañana tal vez volver, pero ahora irse, alejarse, desdoblarse, metamorfosearse en el desarraigo y luego, tal vez, volver. No cambiará nada porque nada habrá cambiado, sino nuestro ver: si un muchacho no se encuentra de repente solo al mundo, nunca crece

Seúl, São Paulo es el reaparecer del final de la Chaskañawi, un Adolfo Reyes que lúcidamente reafirma los males de esta, y de todas las otras sociedades, la escuela y el cuartel… y el consuelo o la burla a una declarada derrota, la Claudina. Bolivia es un país fantástico, un país imposible, por eso mágico, donde todo es ligado a su simbología necesaria. Hacernos creer que lo mejor es lo que se importa mientras se come quinua en toda Europa y en los Estados Unidos; hacer creer que la moda, que la música, que hablar en otro idioma y jugar al tenis… y terminar siempre como unos Santiago Zavala.

Septiembre 2020