Wednesday, July 28, 2021

Memorial Zappa


PABLO CINGOLANI

 

Ahora lo sé: cuando escuchábamos a Zappa lo hacíamos por un no consciente afán terapéutico y una secreta búsqueda de redención.

 

Zappa era una eficaz cura contra el clima social reinante -el miedo ensordecedor que inoculó la dictadura militar- y era una llave devocional que abría puertas que te habilitaban el acceso a mundos que intuías pero que, con la música reventando parlantes, la música chorreando por las paredes y demoliendo hoteles, se develaban, estaban ahí, podías tocarlos con los ojos, con los oídos, con tus manos.

 

Las murallas del temor eran demolidas por el sonido abrumador, compacto, total, que creaba Zappa y la película mesiánica de tu vida, cargada de epifanías cotidianas, siempre tenía un final feliz, el que te procuraba la púa ardiendo, la guitarra electrizando el momento, que se volvía eterno y latía con vos en las calles donde probabas que no necesitabas de otro héroe que no seas vos mismo.

 

Eran los días donde mezclabas todo en tu cabeza, tensabas tus neuronas y tus estados de ánimo, y te admirabas de que en el mundo hubiera Zappa y por eso, sólo por eso y era un inicio, confiabas en la abolición del mal y, secretamente, comenzabas a soñar con volarlo todo, acabar con la prisión de la realidad pautada, regimentada, domesticada: convertir a la vida en una celebración permanente, sin final, definitiva.

 

Hubo un tiempo que fue hermoso y fue ese: cuando escuchábamos a Frank Vincent Zappa y todo lo demás podía esperar, cuando nos embarcábamos en su nave ebria de sonidos, de colosales montañas de sonidos que te lanzaban a un cielo nimbado, colmado de rebeldía, de no-me-conformo-con-lo-que-ustedes-me-ofrecen-y-pueden-meterse-su-sistema-en-el-culo (y a la dictadura también).

 

Así sobrevivimos. Sin la magia desatada por Zappa, todo hubiera sido mucho más difícil (y muy aburrido).

 

Cuando el tío Frankie partió hacia las estrellas, ya vivía en La Paz y su despedida acá fue más que honorable: era de noche un día de semana y en un sótano, proyectaron 200 Moteles en una sábana y todos los asistentes -un puñado de alucinados- nos volamos prolijamente el bocho en honor a una de las mentes más creativas que, con fiebre y fervor, habíamos introducido en nuestras vidas. Todavía late, sigue latiendo.

 

Laderas de Aruntaya, 27 de julio de 2021

 

 

Esa noche del adiós, uno de los conjurados fue el Cé Mendizábal que laboraba en el extinto periódico Última Hora. Él tuvo a bien publicarme el texto que pueden leer aquí:

 



Un día de 1979 o 1980, por ahí, desde Buenos Aires, Argentina, le escribí una carta a Frank Vincent Zappa. Me respondió sorprendido que en un país tan lejano lo escuchásemos. Y, en un sobre color madera, me envió esta foto con su firma.

 


En esos días, todas las mañanas, religiosamente, escuchaba este blues, el blues del tío Remus. Después, en la vereda de la calle Bacacay, en el Flores de Roberto Arlt, me iba a tomar cerveza con el Sergio y el Julio y, luego, entrábamos a clases, a aburrirnos con lo que nos enseñaban en el secundario, ese que Pasolini, con toda razón, dijo que había que abolir porque, tal como lo diseña el capitalismo, no sirve para nada.

 

Frank Zappa-Uncle Remus

 

 

Saturday, July 24, 2021

Prólogo a la nueva edición de DIARIO SECRETO


WILLY CAMACHO 

 

Un asesino, sádico, violador enfrenta su último objetivo: hacer que un ser bueno se vuelva como él. En medio de esto, una orgía de sangre, de violencia, de sexo forzado, de brutalidad… Eso sería una síntesis muy apretada del argumento. Pero, más allá de un despliegue de imaginería sobre las andanzas de un asesino y violador serial, creo que Diario Secreto explora una estética del horror, quizá incluso una poética.

Hay cierta inclinación, muy profunda, hacia el horror, como un placer culposo que nos alienta a mirar por el ojo de la cerradura la maldad que nos circunda. Es que queremos sentirnos a salvo, seguros en nuestras casas/burbujas, pero, al mismo tiempo, sabemos que la realidad no es rosa y, precisamente, buscamos ese lado oscuro, desde lejos, desde la comodidad de nuestro hogar, para degustar el morbo que provoca el sufrimiento ajeno.

De hecho, los noticieros se han convertido en telepoliciales, pues al menos la mitad de su contenido informativo tiene que ver con crónica roja. La noticia es que una mujer fue asesinada, y el público quiere saber cómo. Los detalles, las posibilidades del sufrimiento, los misterios del dolor ajeno, son tan inefables cuanto irresistibles. Pero las imágenes televisivas solo colman la necesidad de disfrute voyeurista, el desliz facilón que no deja oportunidad a la imaginación.

Y no solo atrae la desgracia del prójimo, sino también fascina la personalidad, la mente del victimario. No es casual que en Estados Unidos los convictos por crímenes abominables sean pretendidos por mujeres que, a priori, podrían considerarse ciudadanas modelo. Hay clubes de fanáticos de asesinos seriales, grupos casi sectarios que veneran a genta capaz de hacer lo que el fan no puede pero quiere: explorar el sufrimiento, el dolor, la muerte.

Claudio Ferrufino, que ha vivido gran parte de su vida en el país que más asesinos seriales registra, se anima a meterse en la mente del criminal, y ofrece, desde la literatura, una exploración detallada del horror. Con su propia voz, el protagonista nos relata sus motivos, sus inquietudes, a través de su memoria fragmentada, que repasa varios periodos de su vida, siempre relacionados con el afán, tan científico cuanto hedonista, de explorar el misterio de la muerte y sus prolegómenos.

Varias voces narrativas aportan además a la construcción del personaje central, y así se puede percibir que el ser humano es capaz de sobreponerse a las adversidades por su increíble capacidad de olvidar. Algunas víctimas del protagonista declaran su amor por él, pero no se trata de un mero síndrome de Estocolmo, sino una necesidad de afecto que ha sido colmada pese a la maldad que conlleva recibirlo. Otras víctimas ni recuerdan los malos tratos y, años después, tienen vidas normales y alguna incluso agradece por el daño sufrido, ya que eso habría sido el inicio de una nueva y mejor existencia.

Claudio condimenta la crudeza del relato con toques finos de humor negro, como cuando el protagonista se da modos para ocasionar un accidente cuyo resultado es que un motociclista muere decapitado y su cabeza rueda por el asfalto. “Me acomodé, puse la radio, The Talking Heads. Me dio hambre y enfilé hacia el supermercado. En el Starbucks pedí dos cafés y llamé a la esposa: Buenos días, te amo”, dice luego de esta escena macabra.

El humor es una válvula de escape que permite aligerar la presión, la tensión que generan las imágenes que describen los narradores. Es un humor oscuro, sádico incluso, pues no se trata de acomodarse a lo políticamente correcto, eso es impensable para Claudio, sino de caminar siempre al borde de la cornisa, hacer equilibrismo y desafiar la inteligencia del lector, invitarlo a que trascienda las convenciones morales para enfrentar sus demonios, los mismos que atormentan o quizá seducen al protagonista.

¿En qué momento la racionalidad se convierte en locura? ¿Cuándo se cruza la delgada línea entre la crueldad inocente de la infancia y la maldad consciente de la madurez? ¿O acaso las fronteras se difuminan en el complejo universo de la psiquis? Y más allá de eso, ¿quién establece los límites?, ¿quién determina la diferencia entre el Bien y el Mal? Estos cuestionamientos surgen en el transcurso de Diario secreto, cuya narración va develando la personalidad de un hombre que experimenta constantemente con el dolor ajeno, y que, en la búsqueda del sentido de su existencia, esboza una estética/hermenéutica hedonista del sufrimiento. Así lo declara cuando cuenta cómo “bombardeaba” hormigas con bolsas plásticas ardientes: “No negaré que el chisporroteo de la carne quemada y los saltos que producía la explosión en los cuerpos tenían su belleza. También lo practiqué”.

Esos “juegos” infantiles delatan su precoz vicio y perversión, pero esto, al parecer siempre pasa desapercibido para su madre, quien, como buena ama de casa de clase acomodada prefiere destacar su gran educación por encima de su maldad, asegurando que era un buen muchacho pues no rayaba pupitres ni pegaba chicles en ellos. Aquí Claudio también abre vetas de lectura sociológica, que permiten identificar ciertas características del complejo de superioridad de las familias con ascendencia europea en nuestro país.

Y claro, el trabajo de lenguaje, pulcro, como en toda su obra, adquiere una dimensión visceral cuando le cede voz a los personajes, pues hay cierto tono descarnado, cínico, casi indolente, pero, al mismo tiempo, con palabras medidas y precisas que trascienden la mera simulación de oralidad cotidiana para instalar un ritmo propio que, muy sutilmente, tiene pinceladas poéticas sin desentonar con las personalidades particulares de quienes narran. Y en eso puede advertirse una intención estética y poética en la narración del horror, en la puesta en escena de la crueldad que horroriza y, al mismo tiempo, atrae.

Claro que esto es solo una entrada de lectura de las múltiples que ofrece esta novela. Queda al lector descubrir y explorar otras.

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Diario secreto, Editorial 3600, Bolivia, 2021. Prólogo de Willy Camacho; contratapa de Gabriel Mamani Magne; Cubierta de Antagónica Furry. Premio Nacional de Novela 2011. 

Thursday, July 22, 2021

THE ROLLING STONES Y LA VERDADERA ALIANZA DE CIVILIZACIONES. BAILAR HASTA LA MUERTE


ABDELLATIF BOUZIANE

 

El fenómeno de Trance ha atraído siempre a los músicos que tocan instrumentos eléctricos. Es una manera o forma, con carácter, de una huida o escape. Marruecos y concretamente la región de las montañas de Tánger, como el Tibet en la India para los John Lennon y compañía, ha sido elegida por The Rolling Stones como lugar para practicarlo.

Una ciudad espabilada y cosmopolita, donde la convivencia del Islam, del cristianismo y de la religión judía se llevaban a la perfección, bajo las órdenes de un mismo dios, parecían compinchadas. Aquello formaba una auténtica alianza de civilizaciones. Pero, una vez que uno se coloca dentro, la orientación de su intimidad y su comportamiento se desarrollan con total naturalidad y discreción, hasta tal punto que no es necesario ningún guía para conocer Tánger. Pero siempre se ha notado, por toda la ciudad, la existencia de un sabor agrio, de un corazón roto y dividido por las dos potencias coloniales Francia y España en los tempranos años 20. Tánger gozaba de un estado especial como zona internacional, que duró hasta 1956. Las flojas y permisivas leyes de impuestos, y el privilegio como puerto franco, congregó una afluencia notable de europeos, turistas, bohemios, millonarios, buscavidas de cualquier tipo de aventura o de trabajo (incluso el de espías), hombres de negocios, escritores, artistas y vividores variopintos... Por supuesto, esto ha provocado la aparición de los negocios sucios, del contrabando, de la mala y buena vida. Tánger adquirió un encanto discreto pero atrayente. Se convirtió en una ciudad de gozo, de placer y de refugio de personajes de la talla de Brion Gysin, Paul Bowles, de Burroughs, Capote, Tennessee Williams, Brian Jones….

Concretamente Brian Jones vino con la intención de descansar unos días y se topó con los principales músicos exponentes de Jajouka así como con los músicos negros Gnawa. Nuevas músicas a descubrir. Músicas antiguas del trance que sacudieron su mente con sus ritmos acelerados y repetitivos, con sus ondas vocales cantadas y su percusión implacable que puede durar varias horas sin interrupción. Le cautivaron, y con la ayuda de las pipas misteriosas, el viaje está asegurado a otros mundos. Al mundo de los sueños nómadas y del humo del kif. Era una especie de libertad, de magia, de rebeldía ante lo convencional. Los peores y tristes recuerdos se ocultan e hipnotizan bajo las piedras de las llanuras y de las tierras de las montañas. Un sonido continuo que induce al trance y se relaciona con los ritos religiosos del Boujloud, del Dios Cabra (basado en disfrazar a un joven con una cabeza de cabra y hacerlo bailar hasta la extenuación, a veces hasta la muerte). Este acto se relaciona con el mito mediterráneo de Pan y con la filosofía religiosa islámica del sufismo de origen persa. La música de los Jajouka es circular e hipnótica, cada ejecutante superpone su frase a la de los demás produciendo un efecto de eco. Los músicos de Jajouka tienen una antigüedad de al menos mil años, pasando sus conocimientos de generación en generación. La música de Jajouka, en particular, se basa en la conjunción de instrumentos de percusión y de viento típicos del Folclor Rifeño tales como la Gaita (entre el oboe y la trompeta), la Lira (una flauta de bambú), el Guimbri (especie de Laúd de tres cuerdas) y el tambor de doble cabezal. La gran originalidad de la idea de Brian Jones era la grabación y la incorporación de esta fascinante música en el mundo occidental. Hasta entonces no se había grabado música étnica con fines de edición. Existían grabaciones privadas, no comerciales, como las que había realizado el propio Brion Gysin para su uso. El mismo Paul Bowles, ya en los años 50, grabó música de distintos lugares de Marruecos, sin finalidad alguna en la edición de discos.

Pero esta historia comienza con Paul Bowles, un norteamericano que precozmente escapa del “American Way Life” para realizar frecuentes viajes por Europa hasta adentrarse en Marruecos, Sáhara y Argelia. Conoció Tánger en 1931 enamorándose de la ciudad a la que, sin embargo, no volvió hasta el año 1947 para establecer su residencia definitiva en ella. Para entonces, la devastación de la II Guerra Mundial, el miedo a la bomba atómica y el mundo de rancios valores opresivos, revitaliza a un grupo de escritores norteamericanos que fueron conocidos como la Generación Beat. Eran escritores bohemios, amantes del jazz y de la libertad, defensores de los marginados y de los malditos, con la conciencia y valores orientales del hinduismo o el budismo, no renunciando al uso de las drogas, la sexualidad y la música de vanguardia, y admitiendo que la espiritualidad oriental podía encontrarse también en la música marroquí así como en la músicas étnicas, hasta entonces olvidadas en Occidente. Por ejemplo, no demasiado lejos de Tánger, la villa de Jajouka, situada en un valle en las montañas rifeñas, es el centro de una historia con nombres propios, dos de occidentales y otros dos marroquíes: El escritor Paul Bowles, el pintor Brion Gysin, el también pintor Mohamed Hamri, y el músico Bachir el Attar, sin olvidar que alrededor de estos nombres gira el de otro famoso músico, Brian Jones de los Rolling Stones así como el del propio grupo.

En agosto de 1965, Brian Jones, guitarrista de los Rolling Stones, y su novia, la espectacular Anita Pallenberg, pasaron unos días en Tánger. Durante ese mes de agosto Brian se encontró con Brion Gysin, que le invita a visitar el misterioso pueblo de Jajouka donde las fiestas rituales y la música, alrededor del kif, duran toda la noche.

Dos años más tarde Mick Jagger, su novia Marianne Faithfull, y Keith Richards toman rumbo a Tánger con la intención de experimentar lo mismo, en compañía de Brian Jones y su pareja Anita Pallenberg. En el trayecto Anita cambia de pareja, de guitarrista a otro guitarrista, y cambia a Brian por Keith. Se suceden varias broncas y escenas de celos entre los componentes del grupo. Brian, decidido, pretende aumentar la influencia étnica en la música de Stones con los ritmos marroquíes, intentando también introducir la música Gnawa, originaria de los negros del sur de Marruecos y que en su viaje anterior grabó en Marrakech. Los Gnawa son de la raza de los Bambara practican otra modalidad de música de trance, hipnótica, basada en unos peculiares instrumentos magrebíes tipo grandes crótalos en forma de ocho, acompañada de grandes tambores. Brian Jones se encontraba cada vez más distanciado del grupo The Rolling Stones. El 9 de junio de 1969, fue expulsado de la banda en la que de hecho ya había dejado de participar hacía tiempo. Semanas después, el 2 de julio de 1969, apareció muerto, aparentemente ahogado, en la piscina de su casa. En el juicio el dictamen fue de una muerte accidental, ocurrida en el fondo de la piscina de Cotchford Farm, debida a los excesos de alcohol y droga, propios de Brian Jones. Pero, las extrañas circunstancias de lo ocurrido aquella noche del 3 de julio de 1969, así como todos los problemas ocurridos en sus viajes de aventuras a Tánger, no han hecho más que alimentar, todos estos años, los rumores sobre el asesinato del guitarrista fundador de los Rolling Stones. Habría razones para un suicidio puesto que Jones se deslizaba por una pendiente destructiva desde que había perdido el liderazgo de la banda y, sobre todo, tras haber sido echado del grupo al que había contribuido a formar y dar fama. Sin embargo, las investigaciones no oficiales realizadas en los últimos años convergen todas en la teoría del asesinato. Está confirmado que Brian Jones durante su estancia en el pueblo de Jajouka tuvo una premonición mientras presenciaba el sacrificio de una cabra y, agarrando su cuello, empezó a gritar: “¡Soy yo, soy yo!”.

En septiembre de 1971 los Rolling Stones decidieron editar en su nuevo sello, como primer disco, “Brian Jones presents the pipes of Pan at Jajouka”, reconocido mundialmente como el primer disco occidental de música étnica. Este disco, aunque tuvo una trascendencia limitada en ese momento, fue un homenaje a Brian Jones y sirvió de impulso a los músicos de Jajouka. El disco salió con un cuadro en portada realizado por Mohamed Hamri, el chico de 15 años que allá en 1947 había encontrado Paul Bowles dibujando en la tierra… Y describe a Brian Jones entre los músicos. Hamri se convirtió en manager de los Maestros Músicos de Jajouka que, poco después, pudieron grabar su propio disco en 1973 (“The Masters musicians of Jajouka”). En 1991, tras varias disputas que se originan por el control de los derechos del disco de Brian Jones de 1971, The Rolling Stones deciden ceder finalmente los derechos a Bachir El Attar, el leader de The Jajouka . En 1995, el disco de Brian Jones es reeditado con el sonido original, eliminando los ecos y efectos añadidos así como la portada original con la pintura de Mohamed Hamri y las notas de Robert Palmer, poniendo en la portada una foto del mismo Bachir.

Pese a todo es realmente escaso el balance de la influencia marroquí en la música de los Stones. Los deseos étnicos de Brian Jones encontraron eco fuera de la música de la banda. El liderazgo de Jagger y Richards llevó la música de los Rolling por otros derroteros, pero a los Stones, o mejor dicho, a su colíder Brian Jones, le corresponde el honor de haber acercado la música de Jajouka a los oídos occidentales. No en balde existe en muchas casas de Jajouka una foto de Brian en señal de agradecimiento a ese extraño europeo rubio que, en la citada villa rifeña, visualizó su propio sacrificio caprino once meses antes de morir. Los Jajouka fieles a su música editan varios discos en los años 90. Ya en 1995 dedican, en su disco Black Eyes, un tema a Brian Jones (“Brahim Jones, very stoned”).

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De https://tangerexpress.blogspot.com/, 30/01/2008

 

Wednesday, July 21, 2021

1916. El club de los poetas muertos


CARLOS SALA

 

Hace 100 años, la llamada Gran Guerra se convirtió en una auténtica masacre de escritores e intelectuales, de Saki a W. N. Hodgson.

La guerra era cruenta. El grotesco grajo de los cuervos caía sobre los cadáveres. Todavía llegaba a lo lejos el tambor de la artillería, pero intermitente, con un fantasmagórico ritmo. Por lo demás, silencio. Silencio. El gris, el lóbrego viento y silencio. La leyenda asegura que los cuervos sólo salen de sus nidos cuando el horror se posa en el corazón de los hombres. Allí estaban. El soldado cayó al barro, con el eco de las balas todavía bailando en su cabeza. La pátina de las bayonetas brillaba bajo el lodo. Agarrados al rifle, estaban sus compañeros muertos. 19.000 de ellos. Todavía el hedor no había despertado a la carroña, pero era cuestión de minutos. La sangre seca producía extraños reflejos con el sol y él no era más que ese estertor agrio que los desahuciados susurran al morir. Era soldado, era sargento, era teniente, era poeta y salió de la trinchera al grito de ¡A LA LUZ! Pero ya no quedaba nadie, nadie le oyó.

La llamada Gran Guerra llegó en 1916 a la cúspide de su deshumanización. El 1 de julio de aquel año comenzó la llamada batalla de Somme, en la que el ejército británico perdió en sólo una jornada más de 19.000 muertes, muchos de ellos jóvenes y prometedores escritores y poetas, como W. N. Hodgson. «Por todas estas locas catástrofes, hazme un hombre, Señor... He de decir adiós a todo esto, por todos los placeres que perderé por siempre, ayúdame a morir, Oh, Señor», escribía este poeta dos días antes de que fuera acribillado por una ametralladora mientras intentaba trasladar granadas a sus compañeros. Tenía 23 años.

No fue el único que moriría aquel día. John Williams Streets fue herido en la batalla en el estómago y desapareció, sólo para reaparecer muerto diez meses después. Nadie sabe qué ocurrió durante aquel periodo, aunque sus poemas de «El esplendor que no muere», publicado póstumamente ese mismo año, explican a la perfección la angustia de esos últimos momentos de vida.

No era extraño, sin embargo, que los cuerpos se perdieran en la batalla. Otro poeta inglés, Gilbert Waterhouse, fue herido y socorrido por un sirviente, aunque no pudo oficializar su muerte hasta 1917, para desespero de su familia, que publicó de forma póstuma sus poemas. Lo mismo podría decirse de otros muchos intelectuales y escritores como Henry Field, Alfred Ratcliffe, Alexander Robertson o Bernard White, y sólo en aquel fatídico primer día.

La batalla de Somme se prolongó hasta el 8 de noviembre, triste efeméride que se celebrará esta semana y que, entre otros soldados ilustres, también vio matar y morir a uno de los escritores británicos de principios de siglo XX más brillantes, Hector Hugh Munro, conocido como Saki. Aunque sobrevivió a la masacre, el 14 de noviembre, en otra refriega en Ancre, lo mató un francotirador alemán mientras descansaba en un refugio. En su estertor, se dice que sus últimas palabras fueron «¡Que alguien apague ese maldito cigarrillo!», humor negro que ejemplifica a la perfección sus cuentos, obras maestras de la sátira de costumbres sobre la época edwardiana. A pesar de tener 43 años cuando estalló la guerra, se alistó voluntario y se sabe que a pesar de heridas y enfermedades, nunca se ocultó a la hora de ir al frente.

Alan Seeger, Tom Kettle, Edward Wyndham Tennant y Percy Jeeves, nombre que homenajearía poco después el escritor P. G. Wodehouse para nombrar a su célebre personaje, fueron otros de los poetas muertos en aquella fatal batalla, que acabó con la vida de un millón de hombres entre británicos, franceses y alemanes. Los que tuvieron mejor suerte fueron otros célebres autores como Robert Graves, que luego pasaría sus últimos días en Deià, también fue herido en la batalla, incluso se le dio por muerto entre la confusión de numerosísimas bajas. El novelista Stuart Cloete y el dramaturgo Arnold Ridley también fueron dados por muertos, aunque consiguieron sobrevivir. El autor de «Winnie de Pooh», A. A. Milne, tuvo que ser licenciado por el shock de aquella batalla, aunque luego volvería con el ejército británico en la II Guerra Mundial. Otro de los traumatizados por la batalla fueron el poeta Ford Maddox Hueffer y Sigfried Sassoon, que acabaría por recibir una medalla de honor por su valentía en combate.

Otro nombre célebre que vio el horror de cerca fue el de Tolkien, autor de «El señor de los anillos», que recién casado viajaba a Francia en 1916 para su servicio militar y acaba por establecerse en el servicio de comunicaciones. Y aquí acaba el auténtico club de los poetas muertos.

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De LA RAZÓN, 02/11/2016

 

Sunday, July 11, 2021

Madrid-Cochabamba. Cartografía del desastre. Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Coqueugniot


JORGE ISURY CRUZ

 

“Todo mejorará cuando regrese a casa y me cubra de nuevo con tu latido. Cuando entre en ti, amor, una vez más”. Pablo Cerezal

“Los faroles de kerosén de las anticucheras, el humo negro, guardan un dejo poético” Claudio Ferrufino-Coqueugniot


Leo este libro en una ciudad donde ya nos dejan salir, ha abierto sus fronteras. Una ciudad de todos y de nadie. Se suele decir que se conoce más a la gente a través de sus amigos, dime con quién te juntas y te diré quién eres. Claudio y Pablo saben rodearse de los suyos, disfrutan las calles que caminan, aunque estas ardan. Llego 6 años después de su publicación, pero sigue siendo actual.

Busco un disco de Antonio Vega que tengo en la estantería, encuentro uno en directo que grabó en el Círculo de Bellas Artes “Antonio Vega, Básico” hace casi 20 años, comienza y me veo tentado a tomar la guitarra y tocar con él la primera canción “Lucha de gigantes” En un mundo descomunal, siento mi fragilidad. Así es la lectura de este libro, como ese verso de Antonio. Remato los detalles de esta lectura de “Madrid Cochabamba”.

Una vez leí una noticia que presentaban a Claudio diciendo “El siempre desconocido, Claudio Ferrufino presenta su nuevo libro“, y así es Claudio con una amplia trayectoria pero siempre en los márgenes. Claudio Ferrufino-Coqueugniot nació en Cochabamba en 1960 y vive, por casi el mismo tiempo que vivió en Bolivia, en Estados Unidos. Un detalle insignificante en un arte que no conoce ni respeta fronteras. La solapa de uno de sus libros dice “ecléctico e irreverente, reclama para sí una herencia multicultural que se refleja en sus letras. Paso los días, afirma, no rememorando lo que fue, sino expectante de lo que vendrá. ¿Dónde o de dónde?, no interesa“. En su producción literaria destacan: Ejercicios de memoria (1989), Años de mujer (1989), Virginianos (1991), El señor don Rómulo (Mención Casa de las Américas, 2002), El exilio voluntario (Premio Casa de las Américas, 2009), Diario secreto (Premio Nacional de Novela de Bolivia, 2011), Muerta ciudad viva (Limbo errante. 2018). También es cocinero.

Quien firma el libro con Claudio es Pablo Cerezal (Madrid. 1972). Quien ha publicado Los cuadernos del Hafa (2012), Breve historia del circo (Chamán Ediciones, 2017), Al-Maqhaa (2017). Ahora acaba de publicar su última novela, ya pedida, Arábica (Chamán Ediciones, 2021). Viajero y amante de la música, esto último queda patente en los textos suyos que aparecen en Hey Bob (homenaje a Bob Dylan) y Lift Off (Homenaje a David Bowie), y es letrista del músico Álvaro Suite.

Madrid-Cochabamba. Cartografía del desastre (Lupercalia, 2015) con edición en Bolivia (Ed. 3600) no es una guía de viajes ni es políticamente correcta, es lo opuesto; MAD-CBBA no son ciudades de cartón piedra y fuegos artificiales, son vivencias personales, intimas. Un lector de cualquier urbe podrá reconocer su ciudad en estas páginas, porque tienen calle y lectura, una tela que cortar y hacer un traje a medida para cada lector que se atreva a abrir cualquier página, no solo de este libro, sino cualquiera que hayan firmado Claudio y Pablo.

Madrid y Cochabamba, a simple vista no tienen nada de parentesco. Dos ciudades, dos corazones. Dos centros de sus respectivos países. Pero ambas están descritas desde abajo, donde tus ojos llegan sin pretender nada, a donde te llevan para presentarte a sus ángeles y demonios. Las penas, tristezas, alegrías y llantos, las mismas que tenemos encima, que se miran cara a cara en la calle Montera o en la calle Aurora, con alegría y melancolía.

Cochabamba, “Cochebomba” la llamó una vez Andrés Calamaro, y Madrid, a donde regresa siempre el fugitivo, dice Sabina, existen como existe un Nueva York de Paul Auster, una Habana de Padura, una Lisboa de Pessoa, una Buenos Aires de Pizarnik, o una La Paz para Jaime Sáenz. Existe un Madrid no solo de Baroja, Lope o Larra, sino también una de Pablo Cerezal, y una Cochabamba no solo de Nataniel Aguirre o de Adela Zamudio, también de Claudio Ferrufino-Coqueugniot.

Viva mi patria Bolivia, una gran nación…No tengo ni vida ni corazón para dar“, dice Claudio. La historia de Bolivia y España se juntan cada vez más, porque ambas terminan mal.

Leyendo el Madrid de Pablo vuelves a echar de menos esa ciudad donde ocultabas la litrona cuando una patrulla municipal pasaba a tu lado. Madrid era eso, odiar a los pijos que sí podían salir ya borrachos del bar donde la copa te costaba 15 euros. Madrid, colmena de avispas desorientadas por el alcohol y los estupefacientes.

Con ellos volví a comer buñuelos en el mercado, cocido madrileño (Un pecado como boliviano es que no me gusta el api, y como madrileño es que no me gustan los callos), escuché a mis padrastros Neil Young, Tom Petty, me volví a enamorar, pisé barrios cercanos y lejanos a la vez, y volví a Paco Umbral, el poeta de Madrid.

Miguel Sanchéz-Ostiz que escribe el prólogo, conoce bien ambas ciudades y también a sus dos amigos. Escribe sobre las ciudades “Las relaciones del escritor con la ciudad en la que vive o en la que ha nacido, y lleva como una carga en la memoria, son complicadas, raras, azarozas”, dice. Sobre Madrid comenta: “Madrid tiene muchos Madrid dentro, depende de dónde vivas y de la fortuna de la que goces“. Cochabamba “tiene cielos que dan ganas de zambullirse en ellos” dice. “Ambos escriben como forzados de vidas propias y ajenas, sin darse tregua, en el combate necesario con la época que les ha tocado vivir consigo mismos“.


Concebido después de la muerte de “El yonqui del rock and roll”, “El poeta eléctrico”, Lou Reed, cuando ambos lloraban su muerte y leyeron sus obituarios, así la literatura se hizo realidad. Este libro, al igual que sus ciudades, es una puerta para su literatura, porque ambos tienen letras, arriesgada y sin fisuras, compleja pero accesible. A través de “Madrid-Cochabamba…” podemos intuir “Exilio Voluntario” y “Muerta ciudad viva” de Claudio, y “Breve historia del circo” de Pablo.

No conozco Cochabamba, pero tampoco conozco Lima, y la he recorrido con Vargas Llosa, tampoco París, pero tenía a Modiano, tampoco Sucre, pero para eso estaba Matilde Casazola. Pero la he visitado con Paz Soldán, con Rodrigo Hasbún, Rocha Monroy, y también con Claudio. Y aunque viva en Madrid, la lectura de las crónicas de Pablo sobre Madrid, me hacen conocerla mejor, cómo era y también cómo es.

Paseamos Madrid, ya digo, como quien pasea un mapamundi de sabores. El mundo encerrado en esa breve cartografía que nos vio nacer”, “Entre país y país, entre selva y cordillera, entre océano y caudal, caminamos Madrid como quien camina un sueño fase REM para darse cuenta de que ignora si es mejor soñar o permanecer despierto“, escribe Pablo Cerezal.


Música, comidas, muertes, literaturas, alcoholes, mujeres, se muestran en estas 300 páginas bien logradas. Pablo y Claudio son sobre todo sinceros, aunque la verdad a veces incomode. Ambos escuchan a los “heartbreakers” por algo, porque ellos tienen el corazón lleno de caminos hechos con bisturí y por ahí nos hacen caminar. Quienes leemos a Claudio y a Pablo somos unos afortunados, tomamos sus libros entre la jauría literaria que nos avasalla, tomamos la decisión de acompañarlos en el viaje, comiendo, bebiendo, riendo y aprendiendo, somos unos valientes. Insisto, esto no es un simple libro más que una vez leído se queda en la biblioteca a empolvar, es un libro al que hay que volver, como a misa los domingos, o mejor que a misa, como volver al Rastro cada domingo.

La escritura da luz a lo escondido y así nos damos cuenta de su belleza, su razón de vivir, y nos sentimos obligados a rescatar lo oculto. ¿Por qué cartografiar el desastre? Porque ahí han vivido ambos, el desastre los ha formado. Exilios, aunque voluntarios, no deja de ser exilio y destierro. El libro es un acto de amor que une artes. A este libro lo acompañó el director José Ramón da Cruz, cuando lee Madrid-Cochabamba, le apasiona y decide hacer arte visual, no solo es un relato de esta aventura, también saca a flote la relación entre el hombre y su ciudad.

Hay algo que queda por encima de todo, consiguiendo una de las cosas más sagradas de este mundo: La amistad. Antonio Vega se despide antes de cantar el himno madrileño “Chica de ayer“, “Son ellos y vosotros“, dice apuntando a su músicos y al público. Son ellos, Pablo Ferrufino-Coqueugniot y Claudio Cerezal. Un libro de dos autores y una sola voz.

PD: Desde aquí también agradezco al taxista que llevó a Pablo a su casa, previa amenaza de Claudio si no lo regresaba sano y salvo. Sin él este libro no hubiera sido posible.

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De NAVAJA DE PAPEL, blog del autor, 17/06/2021

 

Mussolini, Lugones y la ideología


HÉCTOR LANDOLFI

 

Pedro Kropotkin (1842-1921) militar, geógrafo e intelectual anarquista ruso, escribió una Historia de la Revolución Francesa. Y Benito Mussolini (1883-1945) fue el traductor al italiano de esa obra.

Algún lector desprevenido puede sorprenderse ante el hecho que el líder fascista se haya interesado por un ideario que fue la antípoda de su propia ideología.

Mussolini militó en la fracción más radical del Partido Socialista Italiano. Esta actividad, y su natural inclinación a la violencia política, lo llevaron reiteradamente a la cárcel.

En cierta oportunidad elude la persecución policial y se exilia en Suiza. En el país helvético, el futuro Duce es ayudado por los anarquistas locales. El grupo ácrata suizo sintió cierta vecindad ideológica con el refugiado italiano, y una común atracción por la “acción directa” los unió aún más. Es posible, también, que la juvenil formación militar de Kropotkin influyera en el ánimo belicista del italiano.

Era la época del “vivere pericolosamente” y de la velocidad transformada en ideología. Así anunciada por el poeta futurista, de profusa y condecorada actividad militar y adherente al fascismo, Filipo Tommaso Marinetti (1876-1944).

Hacia fines de 1911 aparece en Ginebra la edición italiana de la obra de Kropotkin. El anarquista ruso se encontraba en Suiza, y al leer su obra traducida por el futuro dictador peninsular escribe a Luis Bertoni, el editor italiano: “La he hojeado mucho y en todas las páginas he visto que la traducción es verdadera, inspirada por el mismo sentimiento que el original, por lo tanto justo, doblemente justo”.

Mussolini, ubicado en ese entonces en la izquierda –término eurocéntrico y  definitorio en la época; hoy, y en la periferia austral del mundo su sentido es vidrioso- de su partido y con un discurso provocador, inquietaba a los sectores moderados del Partido Socialista.

Los conflictos que Mussolini generaba y su deriva ideológica hacia posturas nacionalistas y belicistas produjeron la salida del futuro dictador de la agrupación política socialdemócrata.

Al declararse la Primera Guerra Mundial (1914-18) el futuro Duce se alista como soldado y al finalizar la contienda obtiene el grado de cabo. Otro combatiente en esa guerra, el austríaco Adolfo Hitler (1889-1945) también logra la misma jineta.

Curiosamente, la vocación militarista que impulsaba a Mussolini y a Hitler no les permitió ascender en la jerarquía castrense más allá de su primer escalón.

La vocación por la lucha armada no fue el único punto de coincidencia entre el dictador italiano y el alemán.

En el Manifiesto o Programa del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (partido nazi) hay algunos enunciados que los suscribiría la izquierda actual.

La historia llevó al nazismo y al fascismo a conformar un Eje que, junto a Japón, promovió el conflicto armado más devastador de la Historia: la Segunda Guerra Mundial (1939-45).

Mussolini, ya en el poder y como Primer ministro, concurría al Parlamento y solía tener agrios enfrentamientos con el diputado Antonio Gramsci (1891-1937), presidente del Partido Comunista Italiano. Gramsci increpaba a Mussolini por las detenciones de militantes comunistas que hacía la policía italiana. El Primer ministro le respondía que las razzias de la policía soviética en la URSS eran mucho peores. Y ambos tenían razón.

Las coincidencias entre Gramsci y Mussolini no fueron de ubicuidad, meramente, como las habidas en el Parlamento. Los dos políticos fueron afiliados al Partido Socialista Italiano y coincidieron como periodistas en “Avanti”, el diario oficial de esa agrupación política: el Duce como director y el creador de la Hegemonía, como columnista. Y ambos salen de la socialdemocracia peninsular para radicalizarse: Mussolini hacia el fascismo y Gramsci hacia la fundación del Partido Comunista.    

La Hegemonía gramsciana, metodología cultural e ideológica para dominar la mente de las personas y obtener poder, confrontó con el fascismo, instrumento político menos sutil pero con los mismos objetivos hegemónicos.

La larga marcha de la Hegemonía gramsciana llegó a niveles presidenciales en la Argentina. Ernesto Laclau (1935-2014) intelectual neomarxista argentino, profesor en la Universidad de Essex y especialista en la Hegemonía de Gramsci, visitaba con frecuencia nuestro país. Al llegar, tenía abiertas las puertas del despacho de la presidenta Cristina Fernández, de la que fue su mentor ideológico, y de las de alguno de sus ministros.

Entre nosotros hubo alguien que, como Mussolini, recorrió el arco ideológico de punta a punta: Leopoldo Lugones (1874-1938). Nuestro “máximo escritor”, definido así por Borges, comienza sus escarceos políticos con los anarquistas, circunstanciales compañeros de ruta de la alborotada juventud del dictador italiano.

Lugones parte de la primigenia y ácrata estación trepado a un tren que recorre el espectro ideológico y se detiene en todas las instancias del recorrido. Se suceden: el comunismo, el socialismo, el radicalismo y el conservadurismo. Hasta que, finalmente, llega la hora de desenvainar su espada fascista.

Lugones y Mussolini, contemporáneos, recorren el mismo camino  ideológico; por partes el escritor argentino y de un salto el político italiano.

Lugones trasciende su tortuosa deriva política con la literatura –“la trascendencia está en la estética”, Borges dixit-. Mussolini, siguiendo el mismo periplo ideológico, termina ejerciendo el poder despótico.

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De CONFLUENCIA DIGITAL, 05/07/2021

 

La fábrica


MAURIZIO BAGATIN

 

Las palabras de Simone Weil entran también hoy como un corto circuito, intentan deshacerse del rumor de la máquina, buscando al hombre mecánico, con paciencia y con la voz rauca.

 

En el trabajo en cadena, al ritmo calculado por la ciencia exacta de algún hombre, ella movía su cuerpo con elasticidad. La pura fibra muscular obedecía a la costumbre, al movimiento dictado por una maquina; hasta su sonrisa era elástica, pensante, calculada.

 

Mi hermana no terminó siquiera la escuela para entrar en una fábrica. El trabajo dependiente ofrecía la ilusión de autonomía, de libertad, de independencia, un oxímoron casi perfecto, hoy diríamos distópico. El paisaje estaba cambiando y con él todo el resto.

 

Las veíamos pasar en sus Graziella, "la Rolls-Royce de Brigitte Bardot", blancas con un freno-pedal que muchas veces provocaba irreversibles caídas, otras veces imperceptibles sonrisas. Mecanicidad también en los pequeños gestos, en un cambio de época, en un nuevo estado de ánimo. Las minifaldas se movían con ellas, adherían a una teatralidad, el modelo lo habían estudiado en las revistas o frecuentando escuelas nocturnas de corte y confección, no, la moda aún estaba solo en Milán, en la urbe invadida por el tráfico y llena de esmog. Luego llegaron la confección y la producción en serie, el prêt-à-porter en muy pocas oportunidades, el inicio del vestirnos y del vestir de otra manera, homologados a las modas. Dia y noche funcionaban aquellas fábricas.

 

Para la mayoría de ellas era il posto, el lugar de un trabajo seguro, desmarcándose de todo lo arcaico que el boom económico quiso olvidar. Incluya lágrimas y sudor, mientras veíamos solo el color pastel de aquellos días, la crisis del petróleo, los miniassegni del ’75, las cocinas americanas, la posibilidad de una motocicleta, el estéreo Hi-Fi…

 

Entraban en invierno, cuando el sol no había roto su temprana timidez, para salir cuando ya no se lo veía y la niebla las acompañaba hasta sus casas, durante el verano con la esperanza de un día en la playa, con el novio entre filares de uvas y los maizales, viviendo el primer acierto de haber sido jóvenes.

 

La fábrica cambió a la mujer, y nos cambió a todos. Algunos éramos hijos de campesinos, pero todos éramos nietos de campesinos. El campo seguía ahí mirándonos, al otro lado cuatro paredes ya definían otro futuro.

 

Allá no será mejor ni peor, allá será diferente. Eso es todo. Fue el único consejo que le pudo dar. Era la única vía que debía tomar para que todo sea solo diverso a lo que él vivió, diferente. Ni mejor, ni peor, diferente.

 

10 de julio 2021

Imagen: Filippo de Pisis, Paris con la fábrica, 1927