MAURIZIO BAGATIN
Las
palabras de Simone Weil entran también hoy como un corto circuito, intentan deshacerse
del rumor de la máquina, buscando al hombre mecánico, con paciencia y con la
voz rauca.
En el
trabajo en cadena, al ritmo calculado por la ciencia exacta de algún hombre,
ella movía su cuerpo con elasticidad. La pura fibra muscular obedecía a la
costumbre, al movimiento dictado por una maquina; hasta su sonrisa era
elástica, pensante, calculada.
Mi hermana
no terminó siquiera la escuela para entrar en una fábrica. El trabajo
dependiente ofrecía la ilusión de autonomía, de libertad, de independencia, un
oxímoron casi perfecto, hoy diríamos distópico. El paisaje estaba cambiando y
con él todo el resto.
Las veíamos
pasar en sus Graziella, "la Rolls-Royce de Brigitte Bardot", blancas
con un freno-pedal que muchas veces provocaba irreversibles caídas, otras veces
imperceptibles sonrisas. Mecanicidad también en los pequeños gestos, en un
cambio de época, en un nuevo estado de ánimo. Las minifaldas se movían con
ellas, adherían a una teatralidad, el modelo lo habían estudiado en las
revistas o frecuentando escuelas nocturnas de corte y confección, no, la moda
aún estaba solo en Milán, en la urbe invadida por el tráfico y llena de esmog.
Luego llegaron la confección y la producción en serie, el prêt-à-porter en muy
pocas oportunidades, el inicio del vestirnos y del vestir de otra manera,
homologados a las modas. Dia y noche funcionaban aquellas fábricas.
Para la
mayoría de ellas era il posto, el lugar de un trabajo seguro, desmarcándose de
todo lo arcaico que el boom económico quiso olvidar. Incluya lágrimas y sudor,
mientras veíamos solo el color pastel de aquellos días, la crisis del petróleo,
los miniassegni del ’75, las cocinas americanas, la posibilidad de una
motocicleta, el estéreo Hi-Fi…
Entraban en
invierno, cuando el sol no había roto su temprana timidez, para salir cuando ya
no se lo veía y la niebla las acompañaba hasta sus casas, durante el verano con
la esperanza de un día en la playa, con el novio entre filares de uvas y los
maizales, viviendo el primer acierto de haber sido jóvenes.
La fábrica
cambió a la mujer, y nos cambió a todos. Algunos éramos hijos de campesinos,
pero todos éramos nietos de campesinos. El campo seguía ahí mirándonos, al otro
lado cuatro paredes ya definían otro futuro.
Allá no
será mejor ni peor, allá será diferente. Eso es todo. Fue el único consejo que
le pudo dar. Era la única vía que debía tomar para que todo sea solo diverso a
lo que él vivió, diferente. Ni mejor, ni peor, diferente.
10 de julio
2021
Imagen: Filippo de Pisis, Paris con la fábrica, 1927
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