Sunday, April 28, 2019

Una fábula llamada Goliarda Sapienza


MAURIZIO BAGATIN

Toda la inocencia dostoievskiana, la locura y la ironía en su mente, en su cuerpo de mujer, en la condición de mujer, de ayer y de hoy…en el incesto, en el machismo perpetuo del hombre minúsculo y acabado.
                                                                                                                                                     Toda la violencia pasoliniana, en la ficción teatral de un pueblo, en las farsas continuas, en el hombre que se repite como ritual bíblico, como esclavo del Mito y de su piel…

Pero cuanta poesía en su humor sículo, en su humanismo… dejar su profesión para atender la madre enferma…y seguir luchando contra vientos y mareas, así sensual y así pura, de aquella belleza que el Mediterráneo lleva en sus entrañas, en la tierra llena de azufre, en la fertilidad de la lava volcánica, en la sal marina y en el viento que trae memorias de dioses y de heroínas, un día Eurínome, otro Demetria…

Tentar la vía de la muerte y amar la vida. Siempre.

Un arte es el placer voluptuoso, otro arte es lo que trae la experiencia que ofrece la vida: “Perché si impara di piú dai nemici e dalle cose brutte del passato che…”. Goliarda atea, viva come una flor y una mariposa que se besan con los ojos abiertos… siempre en búsqueda de bellas palabras, porque las feas son demás o como bien decía Ionesco: “Sólo las palabras cuentan y el resto son charlas”.
La felicidad, tal vez, sea una ilusión…en la búsqueda continua, en el remordimiento del ayer, en todas las voluntades del hoy, la felicidad, tal vez, puede ser una ilusión… mientras su vida y su obra inseparables, una Colette, una Hipatía, una Juana de Arco: “Dios cuenta las lágrimas de las mujeres”. Es un arte el placer, todas las emociones y el firmamento, el encanto de vivir y vivírsela la vida… para Goliarda que en una fábula siempre vivió.
Abril 2019 

BLAISE CENDRAS Y «LA INDIA»


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Es en Prosa del Transiberiano, ilustrado de Delaunay, donde Blaise Cendrars, gran viajero, erudito, mitómano y fabulador, uno de los grandes, deja escrito que si ha perdido todas las apuestas, solo le queda enjuagar su inmensa tristeza viajando lejos, a la Patagonia, a los Mares del Sur: «Estoy en camino / Siempre he estado en camino…». Cendrars viajó mucho, escribió también mucho, vivió de manera intensa, cuando tenía dos brazos y después de perder el derecho en la Primera Guerra Mundial.
                
Al tiempo de la guerra de España, su editor de la revista Gringoire le envió a la frontera a investigar el paradero de unos vagones de tren con la ayuda militar francesa (munición) que debía llegar a los republicanos y habían sido detenidos en Hendaya. Lo cuenta en una de sus crónicas: «En la frontera española»
                
Aquellas semanas de agosto y septiembre de 1936, Cendrars se aloja en Biarritz, en La Mimoseraie, la casa de la que él llama «La India», aunque no diga su nombre, pero en su relato autobiográfico, Bourlinguer, describe una mansión colonial colgada sobre un abismo de mil metros, en La Paz, donde Cendrars nunca estuvo. ¿Una casa patricia al borde de un risco? Dudo que fuera Pampahasi. ¿Hacia San Jorge? ¿En ninguna parte? Cendrars viajó a Brasil, pero no a Bolivia. A Drieu La Rochelle le pasó algo parecido.

La India era la millonaria chilena Madame Errázuriz por matrimonio, nacida Eugenia Huici Arguedas, de padres bolivianos. Cendrars la hace nacida en La Paz. El personaje es fascinante. Fue una mecenas del modernismo, el cubismo y el arte de entreguerras. A ella están unidos los nombres de Cendrars, Cocteau, Picasso (que pintó los frescos de La Mimoseraie), Coco Chanel, Diaghilev, Le Corbusier, Jacques-Émile Blanche, Boldini, Proust, Sargent, Stravinsky… y hasta Pío Baroja, a quien visitó en Itzea.
                
Cendrars cuenta cómo aquellos días de lluvia de mediados de del verano de 1936, él y la india se dedicaban a encender la chimenea con antiguos libros religiosos españoles, rodeados de cuadros de Picasso y joyas de arte plumario andino, y a beber Anís del Mono. En aquel ambiente de borrasca guerrera –desde la casa se podían ver a lo lejos los bombardeos de los franquistas sobre Irun y el fuerte de Guadalupe-, éxodo masivo de españoles, tanto combatientes como civiles que buscaban refugio, La India le contaba a Cendrars de su infancia en La Paz, de las calles en cuesta, de la arquitectura colonial de la casa, de una hermana curiosa del culto a la China Supay, de un abuelo militar golpista tan parecido a Melgarejo como una gota de agua a otra… una Chuquiago salida de un cuento de hadas a la que llegaban caravanas de mulas que llevaban sobre sus lomos el cuerno de la abundancia. Como si Cendrars fuera el cronista no de lo que veía y escuchaba, sino de lo que le hubiese gustado ver y escuchar e imaginaba de manera furiosa. Fabular sobre lo vivido, esa fue la marca de la casa (Cendrars) de quien uno de sus amigos y biógrafo dijo que había visitado países que no le habían visto. Volverían a encontrarse, en París, en la avenida Montaigne, donde ambos vivieron, una en un piso de lujo, el otro en un hotel en el que se dedicaba a matar ratas con pistola.
                
A la sombra de La Paz, también cuenta Cendrars de sus andanzas por la  montañosa frontera franco-navarra donde se tropieza con movilidades de los anarquistas y de los falangistas (verosímil en aquellos días), ve el incendio pavoroso de Irun antes de su caída, se encuentra con Baroja en San Juan de Luz, va a Burgos a entrevistar al general Mola (no lo consigue), pasa por tierras batidas por la represión de la retaguardia, no por los combates, regresa a donde La India y sus recuerdos paceños, y cuando la melancolía de lo no vivido le deja en paz, escribe su artículo sobre el tren de las municiones que no se publicará nunca, tras perseguirlo entre anticuarios saqueadores y curas criadores de palomas mensajeras, a bordo de su mítico Alfa-Romeo blanco manejado con una sola mano: su mano amiga, como escribía en las dedicatorias de sus libros.

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De SÉPTIMO DÍA, EL DEBER, 28/04/2019

Sunday, April 7, 2019

Obreros


MAURIZIO BAGATIN

Lo hemos sido…en la construcción de pirámides y templos, el camino de la seda y la estatua de la libertad. Construyendo civilizaciones y símbolos. Bellezas y adefesios. Leíamos El Capital y la poesía de Neruda, nuestras manos estropeadas y endurecidas, callos, artritis y dolor en todo el cuerpo, varices como ríos enfurecidos; crecimiento económico, PIB, aguinaldo, ahorro, jubilación, enfermedad y muerte: esa es la nobleza obrera, del trabajo. Entramos en el capitalismo sin apostar en una alternativa. Salvajismo salvajes. Construimos Auschwitz y el muro de Berlín, cierto también el Macchu Picchu y el Coliseo romano, la Transiberiana y la Gran muralla… de la más cruel esclavitud al soporífero living, de pan y agua al glutamato monosódico y el aspartame. Brutalmente, del hambre, pasamos a la obesidad. Triunfo. Dar y recibir, ambos esclavizan, dijo mi amigo y poeta Carlos Franck…  Ni dieu ni maître, luego la dignidad (que te lo mete siempre sin lubricante…) y ni amo ni esclavo, pobre pero honrado. Literalidad. Aún no luce Barataria y tampoco ninguna Ciudad del sol o Utopía, solo burguesía ignorante y proletariado miserable, pueblos y patrones ominosos… Serán, tal vez, neo luddistas o black block, mañana nuevos callos en la tierra… metal forjado, entre fuego y materia. Una de cal y una de arena, porque no fueron Marx y Neruda a la fábrica a sudar sino Simone Weil y Céline y yo…
5 de abril 2019

El entierro de Antón Chéjov

IRENE NEMEROVSKY

El tiempo pasaba. Rusia había vivido la guerra japonesa, la derrota, la revolución de 1905. Ahora, era 1914, otra guerra, más terrible: una segunda derrota, una revolución más cruel se acercaban.
Máximo Gorki, enfermo, vivía en Finlandia. Una noche, se acordó de su amigo Chéjov, desaparecido hacía seis años.
Escribió:

“Tengo fiebre desde hace cinco días, pero no tengo ganas de acostarme. La fina lluvia grisácea de Finlandia cubre la tierra con un polvo mojado. Los cañones retumban sobre la fortaleza de Juno… Por la noche, los proyectores lamen las nubes con su lengua… El espectáculo es horroroso, porque no permite olvidar ese sortilegio diabólico: la guerra.

Acabo de leer a Chéjov. Si no hubiese muerto hace diez años, sin duda la guerra lo hubiese matado, lo hubiese envenenado antes llenando su corazón de odio hacia los hombres. He recordado su entierro.
El féretro del escritor que Moscú “amaba tan tiernamente” llegó en un vagón que llevaba la siguiente inscripción, con letras grandes, en las puertas: “Ostras”. Una parte de la multitud, poco numerosa, que se había reunido en la estación siguió por error el ataúd del general Keller, que traían de Manchuria; se sorprendió de ver que enterraban a Chéjov al son de la música militar. Cuando finalmente comprendieron que se habían equivocado, algunas personas joviales empezaron a sonreír y a reír sarcásticamente. Detrás del féretro de Chéjov, caminaba un centenar de personas, no más. Recuerdo sobre todo a dos abogados, ambos llevaban zapatos nuevos y corbatas llamativas, parecían novios. Yo iba detrás y oía a uno de ellos, Vassili A. Maklakov, hablar de la inteligencia de los perros; otro, un desconocido, alababa la comodidad de su villa y la belleza del paisaje y de sus alrededores. Y una mujer con un vestido malva y una sombrilla de encaje, intentaba convencer a un viejecito con unas gafas de huso: ¡Ay! ¡Era extraordinariamente amable y tan espiritual!” El viejo tosía con aire incrédulo. El día era caluroso y polvoriento. Un guardia robusto montado en un gran caballo precedía majestuosamente el cortejo.”

Pero en medio de esa multitud indiferente, estaban una al lado de la otra, la mujer y la anciana madre de Chéjov. Más que cualquier otra cosa en este mundo, Chéjov las había amado.

Irène Nemirovsky
La vida de Chéjov
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Foto: Antón Chéjov, su madre Yevgeniya, su hermana Maria Pavlovna y Olga Knipper

Monday, April 1, 2019

Isla Correyero: angustia, venganza, desesperación


MANUEL LLORENTE

Ya no esnifa, apenas bebe y sólo fuma, pero siguen 'ahí' los matrimonios fallidos, su amor lésbico y aquella vida al límite. En la antología 'Mi bien' está todo ello y su actual mirada hacia las "pequeñas cosas".

"Canto lo bello y lo perfecto. Bebo, fumo y esnifo (...) Soy perversa y cruel y me bañan las lágrimas a solas (...) Me gustan los licores y las sedas (...) No obedezco leyes ni partidos".

Es la carta de presentación de Isla Correyero. Mi retrato a lápiz (1984). De aquello queda todo menos la cocaína, dice la poeta de (ya) 1957. "Apenas bebo, no esnifo, pero aún tengo arrebatos de amor con todos". Con todos quiere decir con todos. Porque a esta mujer no se le ponía nada por delante en los 80 y 90. Y todo lo contaba. Su biografía está en sus versos, muy dolorosos, muy entusiastas, muy extremos... Una desmesura constante.

Todo esto viene a cuento porque la editorial Visor publica ahora Mi bien, una extensa antología de sus versos con un estudio minucioso de quien muy bien la conoce, el también poeta Juan Antonio González Iglesias. Los versos de Isla Correyero alcanzan así hoy, todos juntos, una hechura, una cohesión que da un brío claro a los nueve libros contenidos.

Pero no todos, dentro de su intensidad, suenan igual. Aquel desenfreno ha dado paso a una nueva época vital y literaria. Un punto de inflexión que asoma en el último poema, Luz de agosto bajo el nogal: "Lejos de toda pasión demasiado grande/ sólo mis sentidos se centran en la admiración y belleza de las pequeñas cosas". Lo escribió en agosto de 2017, ya con su madre enferma, internada. La lleva siempre encima, la tiene presente en forma de un reloj Omega que ha heredado, un reloj de oro breve al que se le ha roto la cadena de seguridad y con las manecillas dormidas a las seis y media.

"Mis aventuras escandalizan a los necios y con el dedo me gusta tocar los labios de la noche", escribió. Y vaya si escandalizaban. El poema Coño azul armó un buen revuelo ("Mi coño es negro como carbón evaporado./ Pero se vuelve azul/ a la luz de la tele y de la luna"). Isla Correyero no se arrepiente de él, pero ya no le gusta. No relee éste ni otros poemas, lo escrito escrito está. Vuelve a sus clásicos: a Claudio Rodríguez, a Quevedo, a Gonzalo Rojas, a Juan Gelman, a Antonio Gamoneda. "La poesía va y viene, según nuestro ritmo. La poesía es para leerla en voz alta. Es una pasión enorme que siempre me ha acompañado", dice con sosiego.

Y sale al paso cuestionando cierta poesía joven "que circula por internet y que abusa de palabras soeces para querer ser moderna. Aparecen palabras como joder, follar o coño, pero de forma despectiva. Sólo lo hacen para llamar la atención. O por desinformación. Para escribir poesía hay que haber leído mucho. El lenguaje debe ser muy amplio, pero debe adecuarse a su objetivo. El poema debe tener una armonía», precisa la escritora.

Isla Correyero tuvo un primer matrimonio que apenas duró siete meses, luego encontró el amor de una compañera de trabajo que la alivió durante dos años, y se volvió a casar, y volvió a tener mala suerte. Tiene dos hijos. Y fue enfermera y en el hospital vio de todo. Y todo esto lo cuenta con detalle en Cráter, Ámbar (libro inédito), Lianas, Crímenes, Diario de una enfermera, Amor tirano, Divorcio... "He sufrido muchísimo, hasta malos tratos. Y también he sido una mujer muy libre. Ámbar, el libro inédito, no lo publiqué en su momento por respeto a la familia, porque ya tenía hijos y era una época todavía...". Era 1984. Cuando escribió "Bajan los tordos a beber aceite/ de mi vaso de plata y cobre, bravos". Y "deslízate en mi cuerpo como en agua".

Pero la voz de Isla Correyero es más reconocible en versos como "Los que probamos las exóticas sustancias y vivimos en el cine y en la noche./ Todos nosotros./ Los desterrados ahora de aquel grupo./ Los olvidados, los oscuros, los ausentes./ Los abandonados y los destruidos" (Todos nosotros). "Yo vengo de perder una batalla/ de la vida/ y otra más y otra más/ y otra. Pero mi espíritu está indemne" (Cinta de Moebius). Y alcanza un grado mayor en el libro Diario de una enfermera, escrito durante su trabajo en el Ramón y Cajal. "Hay muy poca esperanza en este libro", decía el pasado lunes en una cafetería junto a la madrileña Plaza de Castilla al final de la mañana. Y tanto. Dos ejemplos: "Me han elegido para entrar en la muerte de una niña". "Las doce campanadas resuenan en la UVI como un tono alterado de medallas estáticas./ Después de la última uva dorada de este año daremos a los padres del cadáver la noticia terrible".

Allí vio de todo y eso le valió para escribir guiones para la serie de Televisión Española Quinta planta, con Antonio Mercero, que no llegó a puerto alguno. Ella dice que por censura, porque si bien defiende la sanidad pública española "también tiene sus problemillas y eso lo conté".

- ¿Y por qué empezó a escribir?
- Por rebeldía.

Silencio.

- Yo no tengo entrada en el mundo de las mujeres, no me dan bola. Y siendo feminista como soy. Quizá porque vieron en mí alguien libre tanto en la vida como en la poesía. Ahora me fijo más en los hombres mayores, esos que tienen un universo. Me gustan esos hombres tan sensibles que empiezan a llorar.
- ¿Y hacia dónde va hoy Isla Correyero?
- Yo he ido, nunca me he buscado.


Poema: 'Clase de baile'
Tenga la goma de mi body un roto
por donde el dedo de tu amor me palpe,
tiente mi vientre tierno y estirado
sin que resista mi destino el talle.
Páseme el viento del amor tan dentro,
tan inmoral y tan furtivo pase
que una tormenta de piano quepa
entre mi body y el plié del aire.

Del libro inédito Ambar (1984)

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De EL MUNDO.es, 16/10/2018

Fotografía: Carlos García Pozo