Sunday, December 31, 2017

Naira, Violeta, y Gracias a la vida

RODOLFO HENRICH ARAUZ

Una tarde a fines de mayo de 1966 “una mujer muy desgreñada oliendo a ajo” llega a Naira, la primera peña folklórica de Bolivia. “Busco al señor Favre” le dice a Pepe Ballón, el fundador y director, quien la recibe impresionado por su aspecto. Pero conforme transcurre la charla, Pepe se da cuenta que está frente a “una mujer de gran talento, de gran sensibilidad, una artista” y casi al término de la conversación, “¿quién es usted?” le pregunta. “Violeta Parra”…, le contesta. No se la conoce aún en Bolivia.*

Violeta y Gilbert se aman apasionadamente por casi cinco años hasta que Gilbert, cansado del carácter dominante y posesivo de Violeta, la deja, deja Chile y la Carpa de la Reina, lo deja todo y llega a La Paz para caer seducido por tan peculiar ciudad llena de contrastes y por la enorme riqueza y fuerza que el quenista suizo encuentra en la música folklórica boliviana. Entonces ella lo encuentra en Naira con la esperanza de recuperarlo y reparar las heridas que deja el amor ausente.

En la vieja casona de la calle Sagárnaga No. 161, en el segundo patio a la izquierda, una habitación que sirve de depósito da acceso a otra en desnivel en la que hay un otro desnivel que sirve de cama por su forma y su tamaño. Nada más que no sea un poco de ropa y bártulos personales caben en tan apretado ambiente. En ese rincón y en esa cama, vive, en toda la extensión del hecho y la palabra, Gilbert Favre el Gringo bandolero, el cofundador de la Peña Naira, el de Los Jairas. En ese aposento se acomoda Violeta junto a él para compartir cama, amores y recuerdos pero pesa en el tiempo y en el ambiente la sensación de que el viejo amor se ha vuelto arisco.

Viernes, noche de peña. Violeta debuta. Tengo el privilegio de anunciarla, presentarla a los amigos y parroquianos que acuden al ambiente íntimo, familiar de Naira. Soy el presentador, algo así como un maestro de ceremonias, informal, que les cuenta quién es, de dónde viene, qué hace, y cuánto hizo Violeta como artista y folklorista. Sencilla, humilde, casi insignificante crece, se agiganta y su talento copa, con cada una de sus composiciones e interpretaciones, todos los rincones del ambiente.

Violeta, al llegar por segunda vez a La Paz en octubre del mismo año, siente en el fondo de su alma que el universo afectivo de Gilbert, a no ser por encuentros fugaces de amor con otros amores sin que sean amores se ha vaciado del que ella le daba. Sabe que ya no queda nada con que llenar las horas del amor y de la vida, nada que no sea la depresión y la tristeza. Presagio de un final sin retorno.

Una mañana como a las diez llego a la peña, voy al depósito, la puerta está abierta. Encuentro a Violeta apoyada contra la pared a modo de espaldar en su lecho. Me acerco a saludarla y me dice -Rudy siéntate a los pies- . Tiene las rodillas dobladas y sostiene sobre su falda una pieza desplegada de cartón que había servido poco antes de caja para zapatos. Me cuenta que ha escrito en ella unos versos. Puedo ver las letras de trazo grande escritas con lápiz. Me las lee, profundas, como si manaran desde sus entrañas y penetren el alma y la memoria, y así lo siento desde que empieza diciendo “Gracias a la vida que me ha dado tanto…”

Nota: Esta historia es verídica pero es justo aclarar que luego de rastrear información que corroborare lo dicho, queda la duda sobre cuándo y dónde Violeta compuso y cantó por primera vez Gracias a la vida. Según Wikipedia, “Gracias a la vida was written and recorded in 1964-65 following Parra's separation with her long-time partner. It was released in Las Últimas Composiciones (1966), the last album Parra published before committing suicide in 1967”. (SIC).

La separación ocurre en 1966 y si la composición hubiera sido producto de esta, la contradicción cronológica es evidente.

Según Wikipedia en español, “En un día del año 1965, Violeta Parra interpretó Gracias a la vida en una audición privada que hizo para Rubén Nouzeilles, gerente de EMI Odeón Chilena. La impresión que el tema causó en el empresario, hizo que éste pensara que Parra atravesaba una crisis, de la cual había que salvarla. Sin embargo, en 1966 Violeta Parra renunció a este contrato y firmó otro con la empresa Corporación de Radio de Chile, representante de RCA Víctor en esa época.¨

Violeta, en aquella época, no era conocida en Bolivia y su Gracias a la vida recién alcanzó universalidad en los años setenta por su amplia difusión en las voces de Mercedes Sosa y luego en las de Elis Regina, Joan Baez y otros intérpretes.

Además, una lectura profunda de los versos en los que dice:

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos
Playas y desiertos, montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio.

¿Qué otra ¨casa tuya¨, que ¨otra calle¨ y que otro ¨patio¨ pueden ser sino la casa, la calle Sagárnaga y el patio que anduvo Violeta siguiendo las huellas de Gilbert?

De ser así, lo que escribió y leyó Violeta para mí podría no haber sido la versión original sino la versión que actualmente conocemos.


Friday, December 29, 2017

Golla/VOCES

DANIEL AVERANGA MONTIEL

Gonzalo Llanos, o Golla para los amigos, es un escritor que ha estado mostrando su ingenio con sus trabajos literarios y lo ha hecho hasta ahora de manera insuperable. Él mismo se identifica con el mundo a partir de un talento que domina y que pocas veces es aprovechado por los escritores que prefieren extenderse en prosa y explicaciones, pero que desde Solsejnitsin hasta Arreola, pasando por Monterroso y Shua, ha sido visitado y revisitado: la microficción.

¿Será que la vertiente de lo breve y bueno, que es bueno precisamente por ser breve, tenga la delicadeza de quebrarse si se la manipula en demasía? Es de tontos pensar que la literatura que tiene a la brevedad como esencia, será literatura menor, como si lo “mejor” que habría escrito Bolaño fuera lo más extenso de su producción (prefiero un millón de veces a “Amuleto” que “2666”, y sí, muchos me apedrearían por este atrevimiento), o que ese mamotreto indescifrable y cansino, denominado “Felipe Delgado” haya sido la cumbre literaria en cuanto a la narrativa de un Sáenz que se defendía mucho mejor con “Los cuartos” o “Santiago de Machaca”. Lo breve, ya lo demostró Rulfo, puede reunir mucho más de lo que se puede leer.

Golla demuestra, en su colección de narrativa breve “Cuento Feroz”, la genialidad del diseño de historias que, en pocas líneas, adquieren superioridad argumental, en comparación a trabajos presuntuosos que toman a la ciudad de La Paz como algo más que una tramoya.

El secreto está, y lo digo con sinceridad para aquellos que quieren adentrarse en el pantanoso mundo de la microficción, en lo que no se cuenta, pero se ve más allá de la cortina translúcida de nuestra imaginación. Golla se convierte en diseñador de esta cortina, y lo hace tan bien, que un cuento de cinco líneas termina flotando más allá de esas líneas y se recuerda incluso varios días después.

Los personajes de Golla son creados sin artificios, pero con mucho arte, pues el arte, se ha dicho, imita a la vida, y es aquí cuando podemos encontrarlos en la gente que vemos en el cotidiano; no son héroes o villanos, genios o imbéciles maniqueos, y eso denota, al menos en él, una capacidad superior de creación literaria desde la verosimilitud: Golla observa, escucha, y a través de estos dos sentidos, diseña sus universos microscópicos.


Un libro de cuentos que Golla publicó hace un buen tiempo, y que, sorprendentemente, se aparta de la microficción, “Circo de perros calientes”, repite la fórmula del subtexto, pero va mucho más allá de la intuición que el mismo Golla pide a sus lectores; cuentos de largo aliento, tan bien estructurados, tan cruelmente ejecutados cuando se apela al drama, demuestran la madurez de un autor al que conocí hace ya diez años, cuando yo soñaba con publicar algo y no sabía cómo. Lo vi, revisé sus libros, las ilustraciones de estos, tan profesionales y con un diseño tan grandioso, que me sorprendí al saber que él mismo los ilustraba, y he ahí que asocié el arte de Golla, que va mucho más allá de las palabras, y se posa también en lo icónico.

Sería sano recomendar, a aquellos críticos que afirman que la literatura boliviana está en crisis y que “no dice nada”, el leer a Golla, estudiar su estilo, explorar su mundo escrito y dibujado, y no solo leer y opinar sobre los autores nacionales que publican en editoriales consolidadas o extranjeras, y que ya son casi extranjeros, porque viven afuera, y sin embargo se promocionan siempre como: “autores bolivianos en el exterior”.

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De PREAMBULO ROJO (blog del autor), 28/12/2017

Wednesday, December 27, 2017

Bibliofilia navideña

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Me he acordado de él esta tarde de Navidad. Los Evangelios traducidos a lengua arábiga. Encontré esa edición en un anticuario de Fuenterrabia, hace 40 años, un  atardecer de otoño con mucho viento del sur armando revuelo por el mar, las calles y el cielo de Txingudi. Escapar de la ciudad y hacerlo a la vez, aunque solo fuese por unas horas, de una vida en la que me había metido como quien se echa un cepo de penado a los pies. Sé que el libro es una rareza que me emociona hoy mucho menos que cuando di con ella en aquel batiburrillo –penumbras de lujo las llamaba Ruano– en el que recuerdo había unos autómatas, unos monos músicos, una dovela románica policromada y una farmacia entera, eso decía el anticuario que se jactaba de sus presas como un montero mayor. El tiempo es un vendaval que lo amarillea todo y te pone rosas de cementerio en el dorso de las manos y también lo hace en las páginas de los libros antiguos (no en todos)... No sé lo que le reprocho a aquel hombre de cara perdida porque yo también era un cazador de tesoros ruinosos que más que ir en dirección contraria, lo hacía en la equivocada.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 25/12/2017


A su servicio

PABLO CEREZAL

Un envoltorio de luna y dactilografía ebria para el caramelo agrio de mi alma. Una ventisca mentirosa que se cuela por la ventana proporcionando ilusión de máxima filosófica a los malos humos de mi tabaco y a la densidad de hollín de mi alma. La noche y las teclas. Las teclas que presiona la noche, cuando los fantasmas juegan escondite de niño travieso. La noche y mi batalla contra la botella y la página en blanco, que ni es página, ni es blanca, como no son blancas las octavas entre las que se mueven mis dedos cuando pretendo despertar sinfonías al piano sinuoso de tu piel, estropeando sólo el barniz musical de tu vientre y la placidez de tu sueño. Me he dejado los dedos y los ojos, cual restos de un festín caníbal, frente a una pantalla que sólo refleja mi propia soledad. He escrito demasiado. Y me pregunto: ¿para qué?, ¿quién será el destinatario de esta servidumbre nocturna y deshabitada a que me someto? Servidumbre…

El día me sorprenderá con la poca sorpresiva mueca de esas otras servidumbres a las que me pliego para poder alimentar a mi hijo, cada día. Y al salir del trabajo paseo las calles de una ciudad en ruinas. Asfixio mis ansias de fumar -esa ansiedad casi sexual- calzándome en la cabeza el plástico de la polución -esa fantasía casi sexual-. Persigo piernas como tijeras que recortan las esquinas, las baldosas y el botín de los mendigos. Piernas jóvenes, tal vez demasiado, lo siento, mi genética animal no entiende de correcciones políticas ni consignas de muro de facebook, me pierden esas piernas Lolita que juegan a la vida pisoteando las de miles de Humbert Humbert tan despreciables como yo mismo. Piernas que me conducen hasta las puertas de uno de esos mercados que no lo son… ya saben: carrefoures, mercadonas, ahorramases, lideles, hipercores y etcéteras. Una vez dentro, tus piernas nínfula driblan como las de un héroe balompédico, y te pierdo por los pasillos. Te pierdo, pero, afortunadamente, recupero la cordura: necesito cayena para el guiso de esta noche.

Paseo corredores de luminotecnia y oferta, a la busca del rincón donde habitan las especias. Hubiese preferido perder el tiempo en busca de esas piernas impúberes que, de seguro, habrán derrochado vértigo para dar con una botella de ginebra exótica, un suponer. Habría mostrado con mayor generosidad mi servilismo. Mejor servir a unas piernas que al dictado loco de la melopea, frente al teclado, en la noche. Pero me pierdo, ya digo, buscando el rincón donde habitan las especias, como si fuese a descubrir esas Indias que alguien quiso alcanzar surcando el globo terráqueo.

Por el camino he sorprendido, en un estante, la sorpresa inútil de los periódicos. Ya nadie los compra, eso lo sabemos, pero quedan bien en estos establecimientos, ayudan a disimular que no sabes moverte en su interior: tomas uno entre las manos, hojeas sus páginas como si vivieses en el pasado y aún soñases con encontrar un empleo bien remunerado entre sus páginas sepia. Pero la hojarasca del periódico que sostengo remueve un titular que asevera: la economía española recupera, gracias al sector servicios, el empleo y PIB perdidos durante la crisis. ¡Pues mira tú qué bien!

Abandono, en su repisa, el periódico. Camino pasillos que ya perdieron tus piernas. Pero encuentro la cayena, y me dirijo hacia la zona donde se ubican las cajas, obediente, servil, dispuesto a pagar. Sí, pasar por caja, en uno de estos establecimientos, sin siquiera haber intentado un mínimo latrocinio, refuerza mi condición servil. En la zona donde se ubican las cajas, tipos modernos y, al contrario que yo, nada serviles, muestran su autosuficiencia sirviéndose ellos mismos la factura de la compra, en máquinas de autopago, con mucha alharaca de bolsillos y tarjetas, con excesivo alarde de sabiduría cibernética. Pasan por caja, como yo. Pero en la suya no hay cajera alguna, y yo me pregunto por la recuperación del sector servicios.

Llego tarde, demasiado, a casa. Por el camino, hablo telefónicamente con un amigo, y le explico que quiero preparar un curry esta noche, y que me faltaba la cayena. Es uno de esos amigos poco dado al servilismo, y me explica que me hago líos, que él va a pedir comida a un nuevo restaurante vegano maravilloso, y que a una aplicación de tu smartphone te permite hacer el pedido, y te lo llevan a casa. De esta forma se ahorra el mal trago de ofender con sus inquietudes a la servidumbre, ya saben: el camarero, el friega platos, el sumiller, el personal de limpieza del restaurante. Servido en casa, y uno mismo haciendo las labores de tanto sometido, sin obligarles a laburar servilmente en sus serviles labores. Yo, nuevamente, me pregunto por la recuperación del sector servicios.

Me pregunto qué magia existe en ese crecimiento del empleo vía el sector servicios, y si no seremos nosotros lo que estamos empleados, a coste cero, con máxima ganancia para el empresario. Me pregunto si esto, en el fondo, no supondrá destrucción de empleo. Lo sé, suena a demagogia, y mi amigo me lo certifica explicándome que cuando inauguran una caja de autopago debe haber un empleado que te indique cómo hacer tu compra. No sé, llámenme antiguo, prefiero lo de antes. Llámenme antiguo, aún busco las páginas sepia en los periódicos. Antaño, cuando comía fuera de casa, agradecía hacerlo, justamente, por el servicio. Los platos, salvo que sean deconstrucciones de tortilla de patata que no me atrevo a elaborar por miedo a los químicos y el instrumental quirúrgico, me los puedo preparar yo a menos coste, en mi cocina. Pero, en tal caso, yo sería el camarero y, de vez en cuando, más cuando pasas la vida entre fogones y bayetas, mola que sea otro quien te sirva, y pagarle, gustoso, por su trabajo, por su servilismo infame. Ya ven, uno, al fin, tras una vida entera denunciando la explotación, va a resultar explotador potentado.

El curry no me ha salido mal. Cenamos con el ruido de fondo de tertulianos que defienden o denigran la tan cacareada recuperación económica patria. Sí, esa que vivimos gracias al sector servicios. Después tú vas a la cama y yo digo no me esperes, quiero escribir.

Y aquí me veo, escribiendo sandeces que a nadie importan, y sin saber aún para qué o para quién las escribo. Preguntándome si la recuperación de la economía no se deberá a tantos mentecatos que, como un servidor, pierden su tiempo realizando labores que nadie, ya, está dispuesto a pagar. Porque, al fin y al cabo, somos tan modernos que sabemos hacer de todo, desde cobrar nuestra misma compra en un supermercado, hasta leer o escribir o consumir música en streaming o pedir una camiseta de marca made in bangladesh vía internet o alojarnos en complejos hoteleros todo incluido en que beber hasta el hastío adulterado y tirar comida hasta la saciedad recalentada, pasando por hacer de camareros en nuestro propio domicilio.

Creo que me voy a pasar a los nuevos tiempos. Abajo la servidumbre. Esta noche, el placer, amor, me lo proporciono yo mismo, que lo otro queda demasiado machista y demodé.

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De INMEDIACIONES (Comunicación y Periodismo), 21/12/2017


La Violeta y su hijo Ángel Parra

PABLO MENDIETA PAZ
(Músico, poeta y escritor boliviano)

Entre tanta gente que partió este año, fue particularmente sensible despedir al cantautor chileno Ángel Parra, hijo de Violeta Parra y uno de los principales representantes de la Nueva Canción Chilena. Muerto cerca de París en marzo pasado a los 73 años, y pese a una enfermedad terminal que lo tenía con el vigor a menos, consagró, sin embargo, los últimos años de su vida a preservar la herencia musical, y de vida, de su madre, Violeta Parra, nacida en San Fabián de Alico, provincia de Ñuble, región del Bío-Bío, y considerada la cantautora y compositora de lengua castellana más importante del siglo XX. En ese afán, animado no solo por lo que artísticamente manifestó su madre, sino también por el fuego de madre total que en virtud fue, publicó un libro de recuerdos que sirvió de base al estudio descriptivo denominado "Violeta", como homenaje a la apertura de la Fundación Violeta Parra en Santiago, mucho tiempo marginada por falta de voluntad política, pero felizmente hecha realidad en el programa de actividades conmemorativas de los 100 años del nacimiento de “la Violeta”, matizado por un concierto (naturalmente que puro en delicadeza de sonidos), concebido como un homenaje familiar por los dos hijos de Ángel: su homónimo Ángel (51) y Javiera (49), dos músicos de rock enormemente prestigiados en Chile y más allá de las fronteras; ella, de voz humilde, pero dominio expresivo, como la de su abuela, y físico parecido, forma parte de la agrupación Javiera y Los Imposibles, y él del archiconocido conjunto Los Tres, primero, y luego, vuelto al redil del clan Parra, al seno del Ángel Parra Trío. Ambos han partido de gira por Europa tras haber preparado un concierto denominado “Invocación”. Antes del periplo, Javiera explicó que retomaban, como el símbolo más elocuente de la trayectoria de Violeta, el último disco de la artista puesto a circulación poco antes de su muerte, en 1967, titulado "Las últimas composiciones de Violeta Parra", prohibido durante el régimen de Pinochet y no registrado por razones jurídicas. Con todo, Ángel Parra, padre, interpretó dos canciones de su nuevo álbum, y otras más sus dos hijos, que han hecho merced de estados emocionales próximos a los que manifestaba Violeta, “la voz de la tierra”, la de las tres mil canciones, la constructora de décimas y composiciones poéticas. Se oye en este disco "Gracias a la vida", posiblemente su canción más célebre, exteriorizada quizá como un adiós a la vida que anuncia su partida definitiva. Abandonada por el suizo Gilbert Favre, su gran amor y compañero de vida que se marchó a Bolivia ("Run Run se fue p´al norte"), y el fracaso de una gran carpa instalada por ella en Santiago para que fuera un importante centro de cultura, fueron los factores determinantes para pegarse un tiro en la cabeza el 5 de febrero de 1967. Como título póstumo, ella será recordada, aparte de su colosal producción, como el ícono feminista que rompió con moldes de un Chile conservador y resistente a los cambios. Viajera habitual a París, asimismo se dio a conocer en círculos culturales de la capital europea como aventajada artista plástica y etnomusicóloga. De atmósfera exquisita en fragancia, como es París, para dar a conocer su no menos exquisita producción musical junto a su hijo Ángel Parra, cuya estadía en esa ciudad se prolongó por más de cuarenta años luego de haber sufrido la fiereza de los campos de prisioneros de Pinochet, Violeta y él, Ángel, conquistaron, con tan sublime y eterna musicalidad y talento a raudales la íntima capital europea..., pero también el mundo.

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De NIDO DE PARRAS, 27/12/2017

Tuesday, December 26, 2017

Marcel Schwob. La vida imaginaria de los otros

ADA DEL MORAL

Todas las niñas crecen. Menos Monelle, la reina de las meretrices infantiles que salió de las entrañas heridas de Marcel Schwob (1867-1905), creador de la vida imaginaria, género donde se mezclan hechos reales y literarios y en quien se inspirarían Tabucchi, Juan José Arreola, Bolaño o Borges. “La vida humana es interesante por sí misma”, escribió Schwob, que odiaba el naturalismo de Zola y la prolijidad vacía de ciertos románticos. Se declaraba incapaz de entenderse con los psicólogos y admiraba a Robert Louis Stevenson, amigo y modelo narrativo, por quien emprendería, en compañía de su criado chino, la suicida peregrinación marítima de su Viaje a Samoa para visitar su tumba. También maestro, como su querido escocés, del realismo irreal, fomentó a lo largo de su existencia un agradable misterio. Era cordial y perverso, juguetón y ávido, nítido e impenetrable. Lamentaba su fealdad y sonreía para lucir su dentadura perfecta.
 
Sus 37 años estuvieron nutridos de gran literatura y una enfermedad que le robó la dignidad y le hizo sentirse “un perro viviseccionado”. Amó a dos mujeres especiales y ambas le correspondieron: la nebulosa Louise —petite Vise la llamaba él— y la hiperbólica actriz de origen español Marguerite Moreno (1871-1948), quien afirmaría que su inteligencia era una pesadilla, pues veía en “planos, como los insectos”. La primera le preparó para la segunda, que llevó  a América Latina su literatura, ya por entonces impulsada por el escritor mexicano Julio Torri y las tempranas traducciones de Rafael Cabrera.

Entre ambos amores, en un intervalo que va de 1891 a 1896, publicó Corazón dobleEl rey de la máscara de oroEl libro de MonelleLa cruzada de los niñosMimes y un buen número de ensayos dedicados a Villon, Stevenson o a la lectura, placer que reivindica practicar en la cama.

Una vida entre libros
Marcel Schwob nació en Chaville, en el seno de una familia de judíos cultos. Su padre, originario de Basilea, poseía el periódico Le Phare de la Loire, en el que el hijo, que jugaba a citarse con Poe y Verne, ejercitó sus primeros anhelos literarios. Se crió en la Biblioteca Mazarino, feudo de su tío materno Léon Cahun. Allí aprendió sobre la otra vida de los muertos y entabló una relación que atravesaba las épocas con los Coquillards —banda de Villon, el poeta ladrón— cuyo argot le fascinaba, con la antigüedad y con culturas lejanas que le despertaron el don de lenguas y una percepción única.

El suicidio, de un tiro en el corazón, de su gran amigo el erudito en ciernes Georges Guieysse le entregó al estudio de archivos infinitos. Se hizo experto en descubrir y recrear momentos perdidos. Así nace la vida imaginaria. Luego se tendía a ver jugar a su perro Flip en su habitación, casi un gabinete de curiosidades. De algún modo, su capacidad para descubrir paisajes habitados donde otros no ven más que el yermo le conecta con los hermanos Quay, artistas de la animación, dotados de una sensibilidad parecida.

Schwob, durante mucho considerado un simbolista menor, intuyó la necesidad de la novela de desprenderse de todo lo superfluo y acertó a manejar la elipsis como un instrumento narrativo que hace trabajar al lector, excitándolo. Supo dotar a sus libros, ligeros y consistentes, de antiguos imaginarios transidos de piedad, terror y lubricidad. Huía del presente que caduca pronto y se situó en la intemporalidad de un pasado recreado donde solo funciona lo palpitante. Gracias a su exquisita sencillez, llena de colorido y concisión, su lectura siempre deja con ganas de más.

Cada libro suyo es una víscera eterna y él un personaje del futuro que iluminó el París de la Belle Époque. Moréas, Catulle Mendès, Jules Renard, Rachilde, Colette y Willy, Verlaine el fauno, Wilde verde de sífilis, Picasso aún con pelo o el torturado Jean Lorrain fueron sus compañeros. Nunca deseó acólitos sino iguales. Quizá le llegue pronto esa justicia que el poeta Luis Alberto de Cuenca, Premio Nacional de Poesía y schwobista consumado, reclama en su poema Los dos Marcelos, donde lamenta sus siete líneas dentro del canon literario frente a las siete páginas de Proust. Ahora, tras un siglo de su muerte, el panorama ya ha cambiado. En España la editorial Páginas de Espuma ha publicado el excelente ensayo de Cristian Crusat Vidas de vidas, donde analiza el poder de su obra; El deseo de lo únicoque reúne sus textos sobre literatura, y sus Cuentos completos, que incluye el inédito “Maua”, cuyo título en samoano significa “nosotros dos” o “él y yo”, y narra una  desasosegante escena onanista que no se sabe si es real o soñada.

Aventura interior
Schwob persiguió en su escritura el deseo de lo único, dio aire al arte de la biografía y la traducción e inventó una suerte de novela polifónica de aventura exterior e interior que es, sin duda, la salvación del género, aunque pocos se hayan dado cuenta. Primero publicó Corazón doble, dedicado a Stevenson, historias sobre la dualidad humana, divididas en “Corazón doble” y “La leyenda de los mendigos”. De una fiebre religiosa a la que sucumbieron miles de niños en el medievo surge La cruzada de los niños, protagonizada por críos rezumantes de fe, leprosos olvidados y papas oscuros que narran aquel peligroso peregrinaje a Tierra Santa.

En sus Mimes, inspiradas por el descubrimiento del poeta griego Herondas, el mundo clásico y mítico le sirve para reflexionar sobre el hedonismo, la soledad o la memoria. El rey de la máscara de oro es una colección deslumbrante de relatos habitados por un plantel de criaturas rescatadas o inventadas por un hombre que hacia el fin de siglo recorría libros y antros en busca de luz.

La verdad la encontró en Louise, una joven que había sido prostituta ocasional, bebía café y fumaba demasiado, en 1891. Como hombre de secretos, apenas habló de esta relación. “Tengo por amante a una niñita que es una bestezuela encantadora”, le comentó a un amigo. Pero la sacó de las calles y, a su lado, vivió una infancia nueva o, quizá, la primera. Ambos iban de la mano por lo desconocido. Cuando dos años después murió en sus brazos, Marcel destruyó todas sus cartas menos una y las volcó en El libro de Monelle, publicado en 1894. La sacerdotisa de las niñas putas es la implacable y eterna profetisa del devenir: “Destruye, destruye, destruye. Huye de los muertos que engendran la pestilencia. Conténtate con toda apariencia, déjala, y no te vuelvas”. De la ausencia de Louise surge Monelle, la que está sola en el Reino Blanco, que es la página virgen, tumba de los niños que no han aprendido las cuatro reglas, las sábanas inmaculadas que las niñas prostitutas soñaron durante sus vacíos de alimento.
 
Poco después de la publicación del libro comenzó la enfermedad intestinal que le destruyó no sin antes llevarle, sin alivio alguno, varias veces a quirófano, agriarle el carácter y sumirle en la morfina. Aun así tuvo fuerzas para casarse con Marguerite Moreno, afirmando: “Estoy a la entera disposición de la señorita Marguerite Moreno, que puede hacer de mí lo que quiera, incluso matarme”. El poeta André Salmon, en su prólogo de El libro de Monelle de la editorial bonaerense Argonauta, se recuerda cohibido ante aquel gran burgués agonizante que jugaba a ser mendigo, con un ojo cubierto por una excrecencia de carne, la mano cadavérica a la espera de un óbolo y, en las tripas, el ronchar glotón de la carcoma fatal. Al día siguiente, el joven recibió una nota en la que Schwob había garabateado: “La timidez es la madre de todas las mediocridades”.

Por desgracia, estaba cerca de dejar atrás todas las máscaras de oro, lepra y carne. Dicen que no pudieron cerrarle los ojos. Ahora, desde sus libros, sigue viendo todo.

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De AHORA, 29/01/2016 


Saturday, December 23, 2017

Navidad


HUÁSCAR SANDOVAL BAUER

Yo sé que no es muy popular hablar mal o criticar la navidad, pero en esta época es un tema insoslayable. Navidad, navidad, blanca navidad… ¡Qué joder! Si estamos en pleno verano. Muchos ponen cara de circunstancia, inundados y desbordados por su “espíritu navideño”, hay que ver la cara de boludos que tienen… Las ciudades, y hasta los pequeños pueblos, compiten afanosamente en poner lucecitas de colores hasta en el culo de las vacas, burros y demás fauna que puebla el mítico pesebre. Árboles de toda especie tampoco se salvan de ser estrangulados por los cables que sostienen las titilantes estrellitas.

Las autoridades se esmeran por demostrar lo buenos tipos que son, encabezan campañas navideñas, reparten juguetes y se dedican a besuquear a cuanto niño encuentran en su camino, mejor si las cámaras están presentes. Los grandes centros urbanos sufren una invasión de familias campesinas, los más pobres entre los pobres, mujeres y niños en su mayoría. Para ellos la navidad significa un poco de comida extra, algún juguetillo, el sueño y la esperanza de algún día formar parte de este hormiguero humano que los encandila. En su inocencia no saben lo crueles y deshumanizantes que suelen ser las ciudades hoy en día, pero cualquier cosa es mejor que el hambre.

Los “niños bien”, y algunos adultos, confunden a un gordo nórdico, colorado como huevo de ciclista y con una bolsa llena de regalos, con el niño nacido en Nazaret hace más de 2000 años. No los culpo, casi todos estamos idiotizados por una sociedad envuelta en la vorágine del consumo, que ha hecho de dicho gordo su símbolo máximo. Aquí no valen anticapitalismos, antiimperialismos ni demás pendejadas ¡esto es navidad! y todos a tragar hasta engordar. Total, después nos tomamos un Digestan, dormimos la mona, nos arrepentimos y a empezar de nuevo que ya viene año nuevo.

Y así transcurrirá una navidad más, llena de buenos deseos, tarjetas, arbolitos e hipocresía. Los pobres seguirán pobres, los ricos más ricos, los poderosos mintiendo sin ningún pudor, el país viento en popa hacia el despeñadero y todos contentos con la conciencia tranquila. El nazareno, del que se recuerda su nacimiento en estos días, seguirá crucificado por los siglos de los siglos, amén.

¡Feliz navidad a todos! Perdón, no a todos… 

Chet Baker, nacido para estar triste

MAURIZIO BAGATIN

 “I was so lonely, so sad, so tired, so quivering, so broken, so beat” - Jack Kerouac -

La nota perfecta sex & drug en su romántica y triste trompeta, mientras hacía al amor, mientras vaciaba un whisky, mientras se drogaba… inquieto okies de una beat generation llena de guerras y depresión… atravesada por poesías clandestinas, autostop y juventudes rebeldes. Voz femenina y ángel con la cara sucia, te llevaste la tristeza on the road y sin un diente a soplar, cárceles, heroína y vírgenes encantadoras como Mefistófeles… hipster funambulesco y discípulo espiritual del grande Bix: jazz blanco del West Coast… Past Glory, bebop, Henry Miller y tu voz clásica - estatuas del Canova y templos de Atenas - en la verde Toscana fluyeron amistades, ethos y pathos de Narciso… saboreando miel y ajenjo montaliano - todo poeta es terriblemente solo después -  tu trompeta sopla a la tristeza… My Funny Valentine.    

Todos sois una generación perdida”.
Diciembre 2017   

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Fotografía: Hans Buter, Amsterdam, 1955


Wednesday, December 20, 2017

Munch y las pesadillas

PABLO CEREZAL

Anoche tuve una terrible pesadilla. Mi sien se licuaba en rizos de almohada que sólo almohadillaba mi febril subconsciente, y soñé que me habías arrebatado el sexo. Mi sexo, ese arma de flama sintética y músculo sin caverna, te pertenecía ya, sólo, a ti, y yo no podría nunca jugar a organizar el Lego de su mecánica incorrecta. Me palpaba la entrepierna, una y otra vez, en sueños, y mis dedos horrorizados conocían cráteres de vacío... porque mi sexo ya no estaba en el lugar que le corresponde. Ni en ningún otro. Tú te lo habías robado, para espanto de mi lubricidad y sorpresa de mi pantalón pijama.

Ha sido una noche horrible... imagínenlo por un instante.

Luego, tarde, la mañana ha llegado desvencijando persianas y aullando automóviles. He salido de la cama a duras penas. Y contra duras penas duro pene que no existe, camino del cuarto de baño, carente de la erección matutina, esa alquimia de líquidos retenidos y subconscientes erectos no, no existía. Me he asomado al espejo por descubrir querellas de afeitado y noches jugando escondite en mis ojeras, por descubrir que sigo siendo el mismo que anoche, soñando, se acostó a tu lado. 

La realidad, atronadora, me ha descubierto que lo de anoche no fue pesadilla. Me has arrebatado el sexo, amor, y ya no sé qué hacer hoy ni si merece la pena correr tras los taxis que nunca podré pagar para no llegar tarde al trabajo. ¿Para qué trabajar? ¿Qué trabajo?

Hoy he descubierto que lo que siempre soñé no es más que urdidumbre de espanto que troca pesadilla cuando lo real me viene. Y es que hoy, amor, he descubierto que es tuyo, mi sexo. Y lo imagino latiendo mi ausencia de latido, cual juguete infeliz jugando a nada en la hendidura feliz de tu vientre, programando nataciones tristes en la bajamar de corre que te pillo de tu exceso.

Hoy he descubierto que mi sexo es tuyo, y lo imagino perdido en el estómago de tu bolso, entregado a orgías de papel moneda, moneda de cara larga, cara de carné de identidad y besos en el esmalte grueso de tu pintalabios, al que inventa felaciones de ayer y sonrisas de antaño.

Hoy he descubierto que mi sexo es tuyo y se retuerce por acariciar tus noches de tomillo y miel usada, perdido en el fragor de tus axilas para desodorizarte placeres que no tienes ni deseas pero que yo, ya carente de mí, te anhelo.

Hoy he descubierto que mi sexo es tuyo, amor, y lo comprendo tumbado en un diván, inventando frente a ti psicologías que expliquen la caricia de pétalo de tus dedos sabios en su dureza de mármol inverso y rosado.

La tarde descubre a Munch gritándome desde el espejo y ahora, en la nueva noche, perderé las manos entre mis piernas, en ese abismo que has dejado desde que te me has llevado el sexo, y te pensaré gozando, tan sola, tan con lo mío tan sin mí tan sin nosotros.

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De VISLUMBRES DE EL DORADO (blog del autor), 20/12/2017

Pagú de Brasil, Pagú de todo el mundo

MARTÍN CAMPS

Patrícia Rehder Galvão nace el 9 de junio de 1910 de descendientes alemanes, es una de las escritoras brasileñas más importantes de la primera mitad del siglo XX. Conocida también como “Pagú” (apodada así por Raúl Bopp) entre sus obras más reconocidas está Parque Industrial (1933). Esta novela toma lugar en el barrio industrial de Brás en la entonces naciente megalópolis de São Paulo. Su obra es prácticamente desconocida y no se ha traducido antes al castellano hasta este año. La frase central de la novela “Brás de Brasil, Brás de todo el mundo” es para denunciar la extensión del capitalismo salvaje y la deshumanización de la industria y el proyecto capitalista que arrancaba en ese entonces en el Brasil en vías de industrialización, como lo expresa en el capítulo diez: “El capitalismo naciente de São Paulo estira sus piernas finas y peludas”.

El proyecto vanguardista en Brasil estuvo marcado por la Semana de Arte Moderna, del 11 al 18 de febrero de 1922, que se llevó a cabo en el teatro municipal de la ciudad y fue el parteaguas cultural en Brasil que marcó el inicio del modernismo brasileño y significó una búsqueda de renovación del lenguaje y experimentación. Los nombres asociados con este impulso hacia adelante fueron: Oswald de Andrade, Mário de Andrade, Anita Malfatti, Heitor Villa Lobos, Di Cavalcanti, Menoti Del Picchia, entre otros. Aunque Pagú tenía apenas 12 años durante este importante evento, el ambiente generado por esta ebullición de las artes influyó terminantemente en su obra. Pagú desde muy joven, a los 15 años, escribió para el periódico de Brás, bajo el seudónimo de “Patsy”. Se graduó de la escuela normal en 1928 y se sumó al movimiento Antropofágico. En 1930 se casó con Oswald de Andrade que dejó a su entonces esposa, la pintora Tarsila do Amaral. Ese mismo año nació Rudá de Andrade, el primogénito de Pagú y el segundo hijo para Andrade.

Parque industrial es una novela que exhibe las contradicciones de la burguesía y que muestra el poder de la mujer como agente de cambio

Pagú fue arrestada después de una huelga de trabajadores en la ciudad portuaria de Santos y publicó su novela Parque Industrial con el seudónimo de Mara Lobo por exigencia del partido comunista, del cual era parte activa.  Parque industrial se publica en 1933 cuando ya se han asentado las secuelas de la crisis económica del ’29, la caída de los precios del café y el desmoronamiento bursátil de Nueva York con sus repercusiones mundiales. En ese mismo año termina la primera etapa del Modernismo brasileño y el matrimonio de Tarsila y Oswald. En 1930 había irrumpido la revolución de Getúlio Vargas, y Pagú inicia su participación militante sobre todo con la publicación A Mulher do Povo donde colabora con cartones políticos y editoriales y llama a las normalistas a convertirse en “auténticas pioneras del tiempo nuevo”. Pagú es encarcelada e incomunicada y se le considera la primera presa política de Brasil.

Patrícia sería arrestada más de una veintena de veces después, también en París en 1935 por usar una identidad falsa, y siendo repatriada a Brasil. Bajo el régimen de Getúlio Vargas sería torturada y encarcelada por cinco años. Después de salir de prisión abandonó el partido comunista y siguió una línea ideológica trotskista. Se casó una segunda vez, en esta ocasión con Geraldo Ferraz y tendrían un niño, Geraldo Galvão Ferraz. Viajó a China y trajo las primeras semillas de soya para sembrar en Brasil. En 1945 apareció su segunda novela A Famosa Revista, escrita con su nuevo esposo donde critican la cultura brasileña a través de la historia de la filósofa marxista Rosa Luxemburgo. Pagú fue promotora de teatro, traductora y se lanzó sin éxito como representante política de su estado.

En Parque industrial, la figura subversiva de Rosinha Lituana, que dirige el discurso de cambio en la novela y es la que incita a tomar conciencia, encarna algunos aspectos de la vida de Pagú.

En 1960 intenta suicidarse por segunda vez en París (la primera vez fue en 1949) pero la bala que se dirigía al corazón se desvía a una pierna. En el hospital, sin embargo le localizan un tumor cancerígeno en el pulmón y muere el 12 de diciembre de 1962 en Santos, la ciudad donde eligió vivir por muchos años y donde impulsó la cultura a través de traducciones, el ejercicio periodístico cultural y sobre todo el teatro, por ser un género contestatario que se ajustaba con su tren de vida reaccionario y polémico. 


“Pagús de Brasil, Pagús del mundo”
Los personajes de Parque Industrial son: Corina, la prostituta, Otávia y Rosinha Lituania las militantes socialistas, Matilde la operadora, Pepe el cajero, Alfredo el traidor burgués, la normalista Eleonora y Alexandre el aguerrido militante. Parque Industrial describe el lugar de trabajo como una “penitenciaria social”, un lugar para la deshumanización de las trabajadoras y recrea asimismo las condiciones de las trabajadoras de las industrias alrededor del mundo que son explotadas por la maquinaria de la globalización. Por ejemplo, las maquiladoras de la frontera entre México y Estados Unidos son una actualización de las condiciones deplorables en las que vivían las trabajadoras en Brasil a principios de siglo. Parque Industrial presenta un lenguaje revolucionario, por ejemplo, en la voz de Rosinha Lituana que expresa como una zapatista brasileña: “¡Más vale morir a balazos que morir de hambre!”.

“’¡Queremos pan y trabajo!’ Son los desempleados que en todas las calles del mundo capitalista se manifiestan”. Pagú

La novela inicia con una larga cita con estadísticas industriales de São Paulo. Se utiliza un lenguaje numérico sobrio que habla del movimiento revolucionario de 1924 y que desemboca con la repercusión mundial de la crisis de 1929 o el fallo mundial del sistema capitalista. A este epígrafe mecánico y distante, la autora lo contrasta con un rótulo más humano que corresponde al parque industrial de São Paulo que “habla la lengua de este libro” y que se encuentra en las prisiones, las vecindades y las morgues. La novela es entonces una tentativa por dar voz a los desterrados del capitalismo, a los que se han perdido entre las cifras exactas y frías de la estadística mundial.

En los últimos capítulos de la novela hay un choque violento entre los manifestantes y la policía, como en la película Metrópolis de Fritz Lang, aunque entre los subversivos están sus propias familias, sus esposas que trabajan como operarias, ellas les piden que apunten sus armas en contra de los funcionarios, no de ellos. Es la manifestación directa de la fricción de la lucha de clases que tomaba lugar a principios del siglo XX y que de alguna forma continúa en las calles del mundo contemporáneo.

“El capitalismo naciente de São Paulo estira sus piernas finas y peludas”. Pagú

Dicen los trabajadores en el capítulo cuarto: “‘¡Queremos pan y trabajo!’ Son los desempleados que en todas las calles del mundo capitalista se manifiestan”. En contraste, la autora exhibe la decadencia de la burguesía: “El caviar brota de los dientes repletos.”

Parque industrial es una novela que exhibe las contradicciones de la burguesía y que muestra el poder de la mujer como agente de cambio, por ejemplo en la figura subversiva de Rosinha Lituana que dirige el discurso de cambio en la novela y es la que incita a tomar conciencia. Podemos decir que ella encarna algunos aspectos de la vida de Pagú, su compromiso, su encarcelamiento político y defensa de los trabajadores, un compromiso social que continuó a lo largo de su vida como promotora cultural, mujer de letras y de acciones políticas radicales. Parque industrial es una novela que sigue vigente a 83 años de su publicación, para denunciar las condiciones de las mujeres trabajadoras de la industria y llamar a la organización y la defensa de sus derechos laborales y humanos.

Bibliografía
  • Campos, Augusto de. Pagú –Vida – Obra. São Paulo: Brasiliense, 1982.
  • Foster, David William. São Paulo: Perspectives on the City and Cultural Production. Gainesville: UP of Florida, 2011.
  • Galvão, Patrícia. Industrial Park. Trans. Elizabeth Jackson and K. David Jackson. Lincoln: U Nebraska P, 1993.
  • Jackson, K. David. “Alienation and Ideology in A Famosa Revista (1945)”. Hispania. 74. 2. (1991): 298-304.
  • Kanost, Laura M. “Body Politics in Patrícia Galvão’s Parque industrial”. Luso-Brazilian Review. 43.2. (2006): 90-102.
  • Revista para Todos. Rio de Janeiro. 27 Julho de (1929): 21.
  • Teixeira Furlani, Lúcia Maria y Geraldo Galvão Ferraz. Viva Pagú: Fotobiografia de Patrícia Galvão. Santos: UNISANTA, 2010.
  • Unruh, Vicky. “Las ágiles musas de las modernidad: Patrícia Galvão y Norah Lange”. Revista Iberoamericana. LXIV.182-183. (1998): 271-286.

[Fuente: www.lamasmedula.com.ar]

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De SEPHATRAD (blog de Isac Nunes), 20/12/2017

Tuesday, December 19, 2017

Juan Carlos Calderón Romero, Arquitecto

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

«Si oscureces la foto no está del todo mal y es un buen recuerdo»... me  decía el arquitecto Juan Carlos Calderón, cuando le envié esa foto furtiva, sacada por un Ballivian travieso, mientras Juan Carlos me iba desgranando apuntes de su lectura de Chuquiago. Deriva de La Paz, con vista a una nueva edición, la que va a publicar La Línea del horizonte en breve. Estábamos en el Círculo de la Unión, de La Paz, después de un almuerzo con amigos –Agustín, Carlos, Mariano...– donde gracias a él di una conferencia días después sobre los viajeros españoles en Bolivia. No hubo tiempo para otro breve adio que el telefónico y luego los mensajes, hasta el silencio de ayer, que Juan Carlos falleció. Hizo mucho por mi libro, incordió a mucha gente, libreros, periodistas, diplomáticos... Creo que hicimos buenas migas desde el día que nos conocimos, en mi viaje del año 2009 y en casa del historiador Alberto Crespo Rodas –tal vez porque tenía antepasados navarros...–, y hemos mantenido una amistad entrañable, de muchas complicidades, carcajadas, gustos y disgustos compartidos... Daba gusto escucharle de su juventud en San Francisco, en los años sesenta, antes de que Scott McKenzie lanzara su canción, de las óperas en el Metropolitan Opera House, de los viajes mexicanos, de la obra de Frank Lloyd Wright, que aparecía como icono en varios rincones de su estudio, de O'Neill y de Tenesse Williams, de las acuarelas de Mario Conde... Tuve la suerte de que me mostrara La Paz, su La Paz, sus  propios edificios, sus luces, como el de la CAF, la Alianza, y otros ya emblemáticos de la ciudad, y el último, la Bolsa de valores, hace tres meses. Gracias a él conocí a gente que de otro modo no hubiese conocido, como el pintor Alfredo Laplaca o a Zilveti.


Hace cuatro años, cuando le operaron, hizo una visita de obra en silla de ruedas. Otros, a su edad, hace mucho que han tirado la toalla. Creía en su profesión. Mucho. «Un arquitecto es un monje con un mazo de lápices de colores en la mano», me solía decir  y lo llevaba a la práctica: sus dibujos minuciosos, sus proyectos más soñadores, sobre papel. Pero me digo que esa, mutatis mutandis, es buena para todo creador. Es de esa gente a la que echas de menos sin remedio. También somos nuestros muertos o estos forman parte de nosotros, o los tenemos a la espalda, o qué se yo. La pena.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 19/12/2017



Trieste, la mula, la bora y un nero

MAURIZIO BAGATIN

Muchos cafés, hay que saber cómo pedir un Nero, un Capo, un Deca; en los cafés de Trieste toda la Mitteleuropa fue psicoanalizada por aquel café… y luego acordarse siempre de aquella mujer, la de Saba, de Dora Markus, de la Mula de Trieste, aquel híbrido temperamental de la mujer triestina, fruto de encuentros clandestinos, invasores o de paso, como si desde una ventana del castillo de Duino un poeta observara… como si desde uno de estos cafés surgiera el Danubio, una cierta senilidad y un escritor imaginario - uno de estos que nunca han escrito su libro - cuide los libros de los demás, otro nos enseñe inglés mientras el viento, la borah atormentando el mar con su violencia y furor nos transporte… el viento es lo más original que tenemos - decía el pintor Carlo Wostry - en este confín imaginario de gens romana Julia…más allá Tártaros, Bizancio, el Oriente.             

Ciudad elegante, vieja, aristocrática de scontrosa grazia, por ti el Poeta y en ti tu divertida toponomástica, ayer buscando una calle, Via molino a vapore encontré Via del molino a vento, será el dominio del personaje más ilustre, otra vez la bora (imborezá en dialecto tergesteo indica un sujeto con agitación simpática, un loco alegre…), unos amables ancianos me invitaron un trocito de torta que recién habían extraído del horno, y empezamos a reírnos de los dialectos, del furlán que nadie comprende, del bisiacco que lo hablan solo ellos, del venezian que el zé, de los bizarros personajes que habitan esta ciudad, a veces populosa y a veces desierta, a reírnos del anonimato de sus calles y de cuando era hasbúrgica y casi eslava, y de la romana ciudad mercado Tergeste, y el trocito de torta aportó una cierta euforia, me miré alrededor y en la mesa había aun la cartulina con la cannabis que fue el relleno del pastel; seguimos riéndonos, yo aún estupefacto… en esta ciudad aun dominada por mitos omnipresentes, por escritores fantasmas, por la mula extrovertida que me miró fijo en los ojos porque no supe pedir un café al bar… y ellos, ancianos alegres que mañana esperaran la muerte como escribió el poeta: “I veci che 'speta la morte./ I la 'speta sentai su le porte/ de le cesete svode d'i paesi;/ davanti, sui mureti/ co' fra i labri la pipa./ E par ch'i vardi el fumo,/ par ch'i fissi el ziel bianco inuvolado/ col sol che va e che vien,/ ch'i vardi in giro le campagne e, soto,/ i copi e le stradete del paese” (Virgilio Giotti).
Diciembre 2017

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Foto: Antiguo Trieste

Monday, December 18, 2017

Aleteo lingüístico

JORGE MUZAM

Subo y bajo lomas salpicadas de avellanos, robles desnudos, ruquitas de zarzamora. Invierno celestino, gris conejo, violeta desgastado. El camino serpentea. Tordos operáticos sobre varas de acacio, perdices haciéndose las lesas. Asoman montañas con escasa nieve. El Chillán y el Longaví compitiendo por la perspectiva, por el cetro de oro, por el azul cian del cielo ñublensino. Hay bajadas donde no llega el sol, escarcha que voltea camiones, bosques de laureles, pudrideros de hojas. Es una descripción y un paralelismo. Mi vida se asoma y se desgasta, se enciende como una luciérnaga con cocaína y al momento se hunde en el pantano más profundo. Los días cobran un sentido periférico cuando sumo palabras. Es como resistirse a morir, un aleteo lingüístico. Las palabras se acumulan en un vertedero virtual cubierto de telarañas. Las contradicciones implícitas generan cortocircuitos, potenciales llamaradas, cenizas ilusorias. Lo sensato sería pensar que el disco duro morirá de muerte súbita, que no habrá caja negra ni detectives sonrosados escarbando entre tanta lujuria por defecto. Creo haber palpado el sentido de una nube en retirada y ese es mi triunfo y mi gran desdicha.

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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor)

Inessa Armand, el amor furtivo de Lenin

LIBARDO MUÑOZ

Un hombre de mediana estatura, camina entre las sombras de la noche parisiense, luce un gabán gris, grueso, algo raído.

Cualquiera podría confundir a este andante solitario con un mendigo salido de uno de esos callejones húmedos y fríos, lleva una gorra grasienta, de ferroviario, calada de tal forma que le oculta casi toda la cara.

El caminante nocturno es Lenin quien se escurre por la calle de Saint-Jacques y toca en el número 241, como ya lo ha hecho otras veces. Va a oír a Inés Armand, quien toca al piano obras de Beethoven. Por la ventana se escapan las notas del “Claro de Luna”, una de las preferidas del líder revolucionario, que aprovecha un extraño receso en la intensidad de la lucha.

La espigada mujer sentada al piano es Inessa Armand, a quien la historia conocería como “la francesa de la Revolución Rusa” o también “La Tovarich Inessa Armand”. La belleza de “La francesa de la Revolución Rusa” deslumbra a más de uno entre ellos a Lenin, con quien tendría un romance que, en voz baja, todos llamarían “El Triángulo Rojo”. La Krupskaia, mujer de Lenin, sabe que ella misma es parte del triángulo y así pasaría a la historia.

En una casa alquilada la camarada Inés organiza alojamientos secretos y comedores donde en tiempos difíciles Lenin, la Krupskaia, simpatizantes e intelectuales distinguidos de Europa, cenan juntos en las noches.

Inés ya ha sufrido cárcel, se escapa de un destierro de Mezen, un lejano pueblo ruso fundado en 1780, a orillas del río del mismo nombre, que hoy existe con apenas 4000 habitantes, a donde fue enviada por ser sorprendida distribuyendo volantes revolucionarios.

La Tovarich Inessa
Nació “La Tovarich Inessa” como Elizabeth Inessa Stephane de Herbanville, en París el 8 de mayo de 1874, durante la Tercera República Francesa, es conocida también por su capacidad como escritora y revolucionaria.

Inés no recoge del suelo su gusto por el arte, es hija de Theodore Pecheux de Herbenville, un conocido cantante de ópera y de Nathalie Wild, actriz inglesa. Cuando cumple 5 años de edad muere su padre y la envían a Moscú con su abuela y una tía, ambas maestras que se esmeran en darle una buena educación, avanzada para la época.

Inés se casa muy joven, con apenas 19 años, su marido es un próspero empresario textil, con quien tuvo cuatro hijos. Luego de una tormentosa separación, en 1902, Inés inicia una nueva relación con un cuñado.

En 1903 Inés se afilia al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso y emprende labores clandestinas, paga cárcel y al fugarse del primer destierro consigue llegar a París, desafiando la nieve y el hambre.

Francia hierve de conspiradores, entre ellos Lenin, con su legendario gabán raído que lo hace parecer como si estuviera pagando “votos de pobreza” según se dice en las filas del partido.

La cárcel y las privaciones no logran opacar la presencia de Inés: conserva su lozanía, es alta, de ojos negros y luce una cabellera castaño claro, al verla nadie puede creer que tenga cinco hijos, tendría un biznieto al que nunca conoció, llamado Regís Debray.

Desde un comienzo Inés tiene claro que debe entregarse siempre a la defensa de la mujer. Habla de manera fluida además de su francés natal, ruso, inglés y alemán.

Cuando Lenin la escucha escribe: “La humanidad progresaría mucho más, si la inteligencia de la mujer no fuese rechazada y anulada, sino que pudiera obrar”.

Noches de Beethoven
El piano no tiene secretos para Inessa, y recorre las más exigentes composiciones de Beethoven, su autor preferido que resuena en salas de las clases burguesas de París.

Inés hace suya una afirmación de Bakunin, precursor revolucionario quien dice: “todo será destruido, nada subsistirá, sólo una cosa no pasará y subsistirá eternamente: la novena sinfonía de Beethoven”. Inés repite esas palabras con frecuencia.

Oyendo a Inés tocar “Para Elisa” Lenin decide una noche, sin dudarlo un instante, confiarle la dirección de la Escuela Revolucionaria de Longjuneau, cerca de París, donde el propio Lenin expone en largas conferencias sobre la reforma agraria de Stolypin. Después cenarían y brindarían con buenos vinos, incluida la Krupskaia.

El dominio de varios idiomas le significa a Inés que Lenin la asigne para ocupar la Secretaría de Relaciones Exteriores del Partido Comunista, cargo en el cual se encarga de coordinar a los grupos revolucionarios que irrumpen en Europa.

La emigración clandestina
Por toda Europa, la emigración clandestina rusa se esparce incontenible a través de muchas fisuras que el poder del zar no puede tapar. Lenin anda por París, Gorky está en Capri, Trotsky ya lleva varias semanas en Viena, donde ha conseguido publicar “Pravda” con las uñas, y no sólo imprimirlo sino enviarlo a San Petersburgo en cuanto medio de transporte consigue, logra pagar a unos contrabandistas que llevan el periódico por las aguas del Mar Negro.

El Estado Mayor de la Revolución Rusa se mueve con pasmosa magia diplomática entre gobiernos vecinos, y burla la cada vez más confundida gendarmería enemiga, interna y externa.

El romance de Lenin con “La francesa de la Revolución Rusa” se encuentra en su mayor intensidad entre 1911 y 1917, ya nada lo puede ocultar.

Inés, en 1914, en el Día Internacional de La Mujer, crea el periódico “Rabotnisa” (La obrera). Representó ese mismo año al Partido Bolchevique en la Conferencia Socialista de Bruselas. Al año siguiente organizó en Suiza la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la Guerra”.

Al abdicar Nicolás II, y ya en plena Revolución de Octubre Inessa Armand se transforma definitivamente en una militante del Partido Comunista.

Fin al “triángulo rojo”
De inmediato Inés organiza el Primer Congreso de Obreras y Campesinas, al que llegan más de mil delegadas, con propuestas como creación de lavanderías, cocinas públicas, guarderías infantiles. Lenin habla en ese congreso y dice: “…las reformas comunistas van a barrer por primera vez en la historia, todo lo que hace inferiores a las mujeres”.

Cuando faltaba poco para su muerte tanto Inés como Lenin deciden ponerle fin a “El triángulo Rojo”. Un fragmento de una extensa carta de Inessa Armand a Lenin dice: “Tu y yo hemos roto. ¡Hemos roto! ¡Hemos roto querido mío! Lo sé, lo siento, nunca vendrás aquí. Cuando miro los mismos lugares de siempre, veo con claridad, como nunca lo vi antes, que espacio tan grande ocupabas en mi vida, aquí en París…”.

Cuando apenas tenía 46 años de edad “La Tovarich Inessa”, una epidemia del cólera se llevó para siempre el 24 de septiembre de 1920, a esta mujer a quien los bolcheviques llamarían “La Francesa de la Revolución”.

Una de esas travesuras del destino hizo que la muerte de Inessa fuera anunciada en la quinta edición del periódico comunista, “Komunistka” que ella había creado para divulgar asuntos de la mujer.

Inessa Armand tuvo funerales de Estado y fue la primera mujer sepultada en el Muro del Kremlin, en Moscú, cerca de su amor furtivo: Vladimir Lenin.

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De VOZ, 17/07/2017

Saturday, December 16, 2017

Georges Bataille: una poética del erotismo

ROSARIO HERRERA GUIDO

He querido hablar,
y como si las palabras llevasen el peso de mil sueños,
suavemente, como fingiendo no ver,
mis ojos se han cerrado.
Georges Bataille

I
Como se sabe, durante un tiempo nada despreciable, la vida del filósofo y escritor francés Georges Bataille oscila entre el horror a la lenta muerte de su invidente padre y la esporádica demencia de su madre. Un pendular entre la muerte y la locura cuyos rasgos creen vislumbrar algunos de sus críticos, tanto en sus textos literarios como en sus escritos filosóficos y científicos.

Al margen de interpretaciones psicoanalíticas silvestres, la poética deviene de la imposibilidad del lenguaje de decir el ser, el decir imposible, y lo erótico desde su libro más sistemático, una violación del yo puro, pues se encuentra irremediablemente amenazado de muerte (Bataille, El erotismo, Barcelona, Tusquets, 1982). Una finitud expulsada por la ciencia ilustrada moderna, cuya luz enceguece o incendia las alas de Ícaro, por un exceso de luz, que impide ver la oscuridad, donde están las preocupaciones más claves y acuciantes: el grito, las lágrimas, la angustia y la risa. Y el horror, lo asocia al origen del arte, a partir de sus reflexiones en torno a la pintura rupestre de la cueva de Lascaux, que se encuentra en Francia, donde la caza y la agonía de un bisonte provocan la erección del sexo de su cazador. (Bataille, Las Lágrimas de Eros, Barcelona, Tusquets, 1981).

Frente a la búsqueda hegeliana de la luz vertical, trascendental y homogénea, cual delirio de la razón, Bataille elige la horizontalidad, que oculta la bajeza material y heterogénea: la obscenidad para la ficción y las costumbres para la teoría, que se manifiestan en el sacrificio, la pérdida, el azar y el erotismo. Un goce concebido como la culminación de la sexualidad humana, que transgrede el tabú, permitiendo que la infracción y el interdicto vayan de la mano.

En el principio —para Bataille— todo era continuidad en ser. Pero al individuarnos surge la pulsión erótica de continuarnos en el ser, hasta en la muerte. El erotismo, que viola la discontinuidad de cada persona, es el germen principal de la angustia, la zozobra ante la violación del interdicto, que al desgarrar los límites para fusionar a los seres, obliga a perder la integridad. El fundamento erótico de lo sagrado y lo sacro de la experiencia erótica es horizontal, frente a un sistema vertical de prohibiciones que es a su vez condición de posibilidad del erotismo.

Ya Michel Foucault, en su agudo homenaje a Bataille (Foucault, “Prefacio a la transgresión”, Dits et écrits I, París, Gallimard, 1994:233-250), la eleva a una de las categorías fundamentales: el “interdicto”, cual experiencia del límite que el sujeto extrae de sí mismo, como la muerte de Dios en Nietzsche. Transgredir —advierte Bataille— no es oponerse al límite o negarlo, sino afirmarlo. La transgresión no es del orden de lo subversivo, la dialéctica o la revolución. La transgresión afirma el límite como ilimitado. Una desmesura que solo se comprende a partir de la muerte de Dios, donde la transgresión se lleva a cabo como un gesto poético de profanación, en un mundo en el que lo sagrado ya no tiene sentido. Porque solo la muerte de Dios suprime el límite de lo ilimitado.

Pero la supresión de lo ilimitado no es la supresión del límite, es experiencia del límite, la finitud, “el reino ilimitado del límite”. En las experiencias poéticas del límite la existencia finita, que ya no está limitada por el límite de lo ilimitado, es conducida hacia su propio límite: su desaparición. Porque el erotismo es la experiencia poética de la disolución del sujeto. La experiencia erótica del límite en el pensamiento de Bataille es —para Foucault— el principal motivo por qué hay que alejarse de la fenomenología, la filosofía dialéctica, el hegelianismo y el marxismo, que pretenden recuperar la función fundadora del sujeto, por la que encontró la posibilidad de otro pensamiento: una poética del erotismo del lenguaje, un lenguaje sin sujeto.

II
Georges Bataille es un incendio de poéticos excesos en cuya escritura se puede desbordar lo que la modernidad ilustrada calificó de locura, en franca dicotomía con la luz de la razón moderna. Su exuberancia incandescente que aspira a mantener y superar un deseo insatisfecho, una tensión que llega al colmo de la risa, cuando decide prenderse fuego junto con su obra, acompañado de todos los santos.

La obra de Bataille es una lúcida y poética reflexión sobre la cascada de pesadillas que tortura a las inteligencias más penetrantes, que termina por develar al hombre, asomado al abismo, imponiéndose las más grandes empresas sin que ninguna arda a la temperatura de su fiebre. Sus textos desnudan una inquietud ética, una Ética de la Inquietud, que se impone un objeto ilimitado, restando cualquier fin moral que destiña al ser: “Si hago un último esfuerzo, y voy hasta el límite de la posibilidad humana, arrojo a la noche los que, por una cobardía inconfesable, se han detenido a medio camino” (Bataille, La experiencia interior, Madrid, Taurus, 1984:207-208).

El pensamiento de Bataille es una exigencia vital en la que ni todo lo sagrado excede a lo que se busca, pues el resultado nunca se encuentra en el mismo nivel, pues el querer jamás coincide con el ser: esta es la ética del héroe, una voluntad poética que, como diría Nietzsche, “a más bebe más sed le da”. No es necesario llagar hasta el corazón del universo para darse cuenta que en todo exceso hay una falla, que lejos de mostrar que la búsqueda es nimia muestra el sentido del juego, en el que se tiran los dados solo por el placer y el dolor de jugar, sin que Dios esconda los dados cargados que cuiden nuestro andar por la tierra, pues eso significaría abandonar el oscuro objeto del deseo, o esperar soluciones del cielo para no actuar en consecuencia.

Ni la condena a muerte —dice Bataille­— consigue que renuncie al deseo de arder, porque se encuentra comprometido con la violencia, la autonomía y la libertad, experiencias por las que todavía se puede arriesgar la vida, soportar la soledad, después de haber abandonado a Dios y al bien (¿o la conveniencia?), hasta descubrir la verdad más grande: evitar la servidumbre, el estatismo y el familiarismo.

Con Bataille estamos ante una filosofía que se excede y que coloca su objeto más allá de la razón, sin temor a extraviarse por el sendero poético del lenguaje y sabiendo que es necesario perderse para encontrarse, dado que el poder de la voluntad está en seguir escalando la cima, aunque la cumbre sea infinita; una exigencia que es la consumación de quien se atreve a subir, a condición de no subordinar el ascenso a ninguna causa moral, política o religiosa.

Bataille es como Nietzsche, un filósofo del mal, que atrae porque le da al infierno su auténtico valor: “La exuberancia es belleza”, como para William Blake. Bataille, consecuente con su apuesta por la libertad, odia al bien, para entregarse a la refinada búsqueda del mal, a una (po)ética (mal)dita, (mal)dicta, (mal)dicha, que (mal)dice los enunciados del imperativo categórico kantiano, pues quiere alcanzar lo prohibido, tocar lo sagrado, para lograr la santidad. Porque si el sometimiento se ejerce en nombre del bien, solo el mal puede transgredir el tabú.

Para acceder a semejante negación es necesario el exceso, un golpe de suerte, la oposición del bien y el mal, con una audacia que puede violentar el juego, y que la lógica no puede resolver, porque necesita ser lo suficientemente (mal)dita y temeraria para no dar ni un paso atrás, o ser sustituida por la vida misma. La auténtica vía para tratar el problema de la virtud, que gira alrededor de la suerte, está en el juego, que además de responder mejor que el poder, logra llegar al alma de lo imposible, sin prejuzgar ni prevenir algún resultado. Porque la suerte solo se alcanza jugando, aceptando que el porvenir solo se cumple en la libertad.

Para Bataille, no podemos definirnos más que como indefinidos y excesivos jugadores, que lanzados como dados a la mesa de la inmanencia, logramos reímos de sabernos risibles; cualquier otra posibilidad sería vacía. Lo señala Bataille: “La definición traiciona el deseo. Apunta a una cumbre inaccesible. La cumbre se hurta a la concepción. Es lo que es, nunca lo que debe ser. Cuando se la asigna, la cumbre se degrada a la comodidad de un ser, se refiere a su interés. Esto es, en la religión, la salvación —de uno mismo o de los otros (Bataille, Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, Madrid, Taurus, 1984:121).

Pero la filosofía del exceso solo es para el hombre total, que se realiza gracias a una poética total, como la de El nacimiento de la tragedia, en la que Nietzsche integra las artes del tiempo (la música, la literatura y la danza) y el espacio (la arquitectura, la escultura y la pintura) en la escena trágica, donde el hombre mismo es una estética de la existencia. La puesta en escena del hombre total rompe con el ser fragmentado, que procede de la necesidad de actuar, especializarse, subordinado a cada instante a un resultado práctico, útil, anulando el carácter total del ser. Porque quien actúa sustituye su deseo por un fin particular, fragmentando la realidad y fragmentándose, pues todo actuar es limitado, especializado. La existencia total —­­para Bataille— solo deviene superando el “estado de acción”, que hace del hombre un militante, un amante o un poeta, un ser inconcluso que limita sus deseos, y que aprovecha útilmente el tiempo para ir hacia un fin prefijado, al que a falta de un nombre más adecuado, llama vida.

Para poder mantenerse en el deseo de totalidad es preciso negar el obrar, con el fin de conseguir esto o aquello, pues a la vida total solo se llega si se desplaza e incluso si se anula el objetivo. La totalidad solo se desborda a través de negaciones infinitas de lo particular (lo fragmentario). La libertad no es la lucha contra una opresión particular, sino el ejercicio positivo de la libertad, siempre del lado del mal, de una poética del erotismo del lenguaje, el decir imposible, la risa, el arte y la fiesta. Pues “Nadie vio nunca a nuestra existencia en el tiempo otra solución que la fiesta. ¿Una apacible felicidad que no acaba jamás? Solo una alegría que estalla tiene fuerza para liberar” (Bataille, Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, Madrid, Taurus, 1984:173-174).

La totalidad es una exuberancia, un deseo vacío que se consume por consumirse, sin una tarea precisa que cumplir, en bien de la ciudad, una iglesia, un partido, cuyas metas nos mantienen muy atareados en un solo trozo del mundo. Solo después de excedernos hasta la muerte, podremos decir con Bataille: “Me gusta esta frase de un explorador —escrita en los hielos—, cuando moría: ‘No lamento el viaje’ ” (Bataille, Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, Madrid, Taurus, 1984:161).

La búsqueda de la totalidad nos coloca más allá de un solo sentido, que plantea la apertura del sinsentido que somos, insuperable, pero que se enmascara con la acción, el objetivo, el fin último. Porque no hay un sentido definitivo, un significante que defina nuestro ser con un significado, pues somos pluralidad imposible de suprimir. Más allá una lógica enana que rechaza lo falto de sentido, es posible concebir que nuestro sinsentido está en que somos libres de sentido, polisémicos, tan locos como Dios: poéticos. Con Bataille se trata de olvidarse del sentido y entregarse al sinsentido, para desatar todos los nudos del juicio —que es meta y actividad— hasta llegar a ese ser total que se angustia, desespera, que es rebelión desnuda, cuestionamiento de la certeza, imperio de la razonable sinrazón. Porque la pregunta de Descartes “¿Estoy dormido o estoy despierto?”, acompañada de Bataille, la tengo que responder así: Estoy despierta y sigo soñando. Y a la ética kantiana, que no deja ningún lugar para el deseo y la pasión, es preciso recordarle, como lo hace Bataille, que: “Nadie imagina un mundo en el que la ardiente pasión dejara de turbarnos definitivamente… Por otra parte, nadie considera la posibilidad de una vida desligada por siempre de la razón” (Bataille, Las lágrimas de Eros, Barcelona, Tusquets, 1981:35).

Bataille es una experiencia desamparada, a cuyo cráter se asoma solo quien sabe que ya ha agotado todas las posibles vivencias, y que no hay más vigor ni más virtud (vir, fuerza), que para desordenar el aparente orden, donde las únicas reglas del juego se resumen en el desacuerdo, el disenso, la polémica y la crítica. Ya no hay más voluntad de poder, solo queda la voluntad de suerte, tirar los dados a la mesa del azar, porque la vida es una fiesta inmotivada, como en Ecce Homo, una orgía perpetua que trasciende cualquier fin moral, político o religioso.

Hay que dar un paso hacia una desrealización del mundo, rumbo a la poesía, que con sus desquiciadas palabras nos hace entrar en trance y perder el hilo de Ariadna, para saber que la vida es un juego laberíntico, que no puede ser puesto en función de… pues tendríamos que suspender el vuelo y obligar al alma a arrastrase cual reptil. Estar a merced de la suerte significa la alegre aceptación de la locura que a cada cual nos toca, para aceptar nuestro clamor en el desierto, en cuyo silencio se pierde el grito, y donde cada instante no está motivado. Pues Bataille no busca una salida porque no la hay; su único recurso es la suerte: que se juega en el límite entre la conciencia luminosa moderna y el poético inconsciente romántico.

Solo nuestra parte poética y maldita puede conducirnos hacia la libertad, el abandono, la negación de la servidumbre, pues no hay más consuelo en el reposo que anula la pasión, solo el encuentro detonante y desgarrado entre (nos)otros, que al comunicarnos mata, porque somos abismales, inacabados, como el lenguaje: “La comunicación exige un defecto, una ‘falla’; entra, como la muerte, por un defecto de la coraza. Pide una coincidencia de dos desgarraduras, en mí mismo y en otro” (Bataille, El culpable, Madrid, Taurus, 1981:39).

Bataille es una invitación al caos, como la incitación de la Gaya Ciencia, que rompe las órbitas de los astros, por el goce desbordante de descentrar al yo a través del otro, haciéndonos cósmicamente responsables, sin necesidad de descargar las penas en Dios, pues el solo suponer su muerte, desde Nietzsche, es una victoria sobre nosotros mismos. Ya que sin Dios no se puede esquivar la suerte, la búsqueda de lo indecible, la experiencia imposible, el límite de lo inalcanzable, el deseo incalmable del amor, pues no somos más que dos agujeros que nos derramamos sin colmarnos: “[…] ardía de amor. Me sentía limitado por las palabras. Me agotaba de amor en el vacío, como frente a una mujer desnuda y deseable, pero inaccesible. Sin siquiera poder expresar un deseo” (Bataille, Lo imposible, México, Premia, 1979:152).

El pensamiento de Bataille puede ser una de las más peligrosas filosofías, porque sugiere —como la voluntad de poder— un peligro para la vida, un reto a vivirla. Pero, ¿qué otra forma habría de hacer filosofía para Bataille? Ninguna otra, pues se trata de una experiencia interior amenazante, donde el mar se funde con la tierra en una impensable hecatombe. Estamos ante una filosofía que no tiene sentido discutir, porque se extralimita, nos enriquece y nos arruina, pues propone la renuncia al estar del Estado, a la existencia, segura, el familiarismo y la comodidad.

Ponerse a jugar y en juego es entregarse a un discurso que se excede, que va más allá del saber absoluto, el sistema y el mismo lenguaje, y que llega a maldecir hasta la poesía, por impotente, en su ilimitada búsqueda de lo indecible: lo imposible, la continuidad en ser, la comunicación… No es juego solipsista; somos eslabones interminables que nos continuamos unos en otros la experiencia del éxtasis, el límite de lo sagrado, lo erótico. Porque lo que está en juego es la comunidad, que es una comunicación maldita, transmitida por contagio a través de una epidemia maliciosa, para la que no hay cura, ni refugio para el miedo, a menos que se acepte renunciar a la azarosa cumbre del deseo. Probar la suerte es experimentar el límite del absurdo, donde se puede ser ángel o demonio, según la intensidad de la transgresión del universo.

III
El erotismo —advierte Bataille— que es transgresión y violencia, irracionalidad y disolución, se opone al mundo del trabajo, el orden, el interdicto y la razón, que pesar de que parecen ser dos polos irreconciliables, van de la mano. El hombre va y viene de uno a otro polo con su vida desgarrada, puesto que el trabajo es parte de su sustento, y la violencia un exceso propio de su ser: “De forma general, sucede que humanamente la suma de energía producida es superior a la suma necesaria para la producción. De ahí esa continua excesiva plenitud de energía” (Bataille, Lo imposible, México, Premia, 1979:67), que debe ser derrochada en la transgresión.

Los seres humanos no pueden obedecer eternamente, porque su energía no consigue liberarse en su totalidad en la razón, en el orden y el trabajo. Por ello, son exceso imposible de reducir; una violencia tan irracional como la naturaleza. El exceso emerge cuando la violencia se impone sobre la razón; en el momento en que la transgresión rebasa al interdicto, aunque nunca lo desapareceré, porque no habiendo noción de lo prohibido ya no tiene ningún papel el erotismo, conservándolo, según el momento hegeliano dado por el verbo aufheben (superar conservando). Como lo plantea Bataille: “La necesidad de quebrantar por lo menos una vez la prohibición, aunque sea santa, no por eso reduce a la nada su principio. Aquel que mentía torpemente, que, al mentir, pretendía que ‘la única cosa atroz’ era ‘la mentira’, tuvo hasta la muerte la pasión por la verdad (Bataille, La literatura y el mal, Madrid, Taurus, 1981:105).

La fascinación del erotismo, que es búsqueda de la continuidad, está en el atentado contra la interdicción, contra el orden y a favor de la violencia, que es un suplicio, el éxtasis, o la misma escritura caótica de Bataille, que comprometida con el erotismo —la poesía— llega a una experiencia límite, que va contra los cánones políticos del orden del lenguaje —comprometido con la razón institucionalizada.

Tomando el potlach como principio de la economía general que, como el psicoanálisis es antieconómico, podemos pensar, más allá de una economía del trabajo —sin excluir ésta— que una parte de la energía excedente se derrocha en el lenguaje, que no tiene ninguna utilidad, porque sobrepasa nuestros límites, pues es un desgaste, pérdida, desecho, destrucción, y que nos permite el poder de volvernos a extralimitar. El potlach es como la obra de arte, que no sirviéndole para nada al artista, ya no le pertenece más y la entrega a la colectividad, como un reto, como una invitación a que responda con un derroche mayor.

Gaston Bachelard nos comparte, en alguna de sus obras de poética, que hay una especie de complejo en el lector, que siempre se plantea: “¡Ojalá yo hubiera escrito esto! ¡Yo podría decir esto con mayor fuerza!” Un deseo —dice Bachelard— por la que se puede sostener que todos somos escritores, poetas, pintores, pues participamos del exceso del artista, el sacrificio y el asesinato de lo real. Aquí está también el deseo de plenitud, de continuidad en ser, como un fantasma, incitándonos a perseguir lo imposible. En cuya persecución nos encontramos por añadidura con la cultura. Lo aprecia Bataille: “Porque generalmente, en el sacrificio o el potlatch, en la acción (en la historia) o la contemplación (el pensamiento), lo que buscamos es siempre aquella sombra —que por definición no sabríamos alcanzar— que llamamos vanamente la poesía, la profundidad o la intimidad de la pasión. Forzosamente nos engañamos, puesto que queremos, a toda costa, alcanzar esta sombra” (Bataille, La parte maldita, Barcelona, Edhasa, 1974:117).

Para Bataille, lo aclaraba en Madame Edwarda: “[…] el exceso no puede fundamentarse filosóficamente en función de que el exceso excede al fundamento” (Bataille, Madame Edwarda, México, Premia, 1979:36). Porque estamos ante el ser que desborda los límites. De aquí que no podemos acceder al lenguaje excesivo más que a través de la poesía, el imposible decir, que se encuentra más allá, donde asistimos a la disolución de las palabras, o su consumación por la vía de la experiencia silenciosa: una poética del erotismo del lenguaje.

Pero decir lenguaje para referirse a la poesía es un error de principio, porque el lenguaje (ese que se dice articulado) no puede alcanzar los límites de lo imposible, más que renunciando a designar el mundo, aceptando ser pura evocación, interioridad del lenguaje, alma de la lengua. Porque: “[…] la comunicación íntima no utiliza las formas exteriores al lenguaje, sino fulgores solapados análogos a la risa (los trances eróticos, la angustia sacrificial, la evocación poética…” (Bataille, El culpable, Madrid, Taurus, 1981:159). De aquí que, la comunicación que se quiere transparente, certera, verdadera y total, padece de un residuo imposible de asimilar, una falla insuperable, tan imposible como la continuidad de los amantes, pues solo consiguen una parte del ser del amado y por instantes.

Bataille sabe, como lo sospechan Sócrates y Cratilo, que las palabras no permiten una mejor comprensión del mundo, ya que no salvan el abismo que se abre entre las palabras y las cosas, entre los interlocutores, que aunque aspiren no pueden alcanzar una objetividad ideal para el conocimiento, pues no son más que una fascinación exasperada hasta el colmo, el único recurso ilusorio de comunicarnos, de rescatar nuestro ser hecho jirones por el vendaval de la discontinuidad.

Porque el lenguaje es un juego a muerte, equilibradamente loco, una boda del cielo y el infierno, donde la presencia y la ausencia se unen en un orgasmo sin fin. Por ello se puede recurrir a Dios para acentuar su vacío, o apelar a una economía anti-económica que es un puro derroche improductivo, el vital erotismo que culmina en la muerte, o a una literatura que se suicida para poderse realizar hasta sus últimas consecuencias, en una escritura que es contraescritura y una filosofía que puede llegar a ser antifilosófica y maldita. Lo declara Bataille: “[…] Si fuese preciso concederme un lugar en la historia del pensamiento sería, según creo, por haber vislumbrado los efectos, en nuestra vida humana, del ‘desvanecimiento de lo real discursivo’, y por haber sacado de la descripción de esos efectos una luz evanescente: esta luz deslumbra, pero anuncia la opacidad de la noche; no anuncia más que la noche” (Bataille, La experiencia interior, Madrid, Taurus, 1984:205).

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De REVISTA LEVADURA (México), 20/06/2016

Imagen: André Masson, 1936 (para SACRIFICIOS, libro de Georges Bataille)