JOSÉ CRESPO ARTEAGA
Se venía venir el
golpe que el Tribunal Constitucional le ha propinado a la democracia boliviana
en los últimos días, al emitir la resolución que habilita a Evo Morales para
candidatear indefinidamente. Los bolivianos creíamos ingenuamente que los
tiempos de la dictadura eran un triste recuerdo. Más de treinta años de convivir
en aparente democracia, con gobiernos que se alternaban, nos dio el falso
convencimiento de que éramos una sociedad bastante madura. Si hasta los
organismos internacionales nos tomaban como ejemplo de estabilidad frente a
otros países del vecindario.
Hasta que llegó
el régimen del MAS al poder y todos los rescoldos primitivos, los resabios
despóticos, las taras fundacionales y otros escollos atávicos que
permanecían latentes afloraron con tal fuerza que en menos de diez años nos
devolvieron de sopetón a épocas prácticamente feudales. Se impuso el chicote,
símbolo punitivo del patrón, como método de coerción de la nueva dictadura
sindical. La masa ignorante, arreada cuantas veces sea, fue elevada a una falsa
categoría de bienestar y poder, para el aprovechamiento de unos cuantos que
decían representarla.
El nuevo régimen,
disfrazado de retórica socialista, desmanteló paulatinamente la
institucionalidad que tanto había costado construir en las últimas décadas,
bajo el pretexto de que era herencia del colonialismo. Todos los organismos del
Estado fueron copados por gente militante y se dijo adiós definitivo a la
independencia de poderes. Desde entonces, Evo Morales gobierna a capricho,
haciendo de Bolivia una auténtica autocracia, donde para disimular se convoca a
elecciones y referendos. El pueblo llano es instrumentalizado a través del
ritual engañoso del voto, que más tarde es corregido en mesa, a puertas
cerradas con la anuencia de un Tribunal Electoral obediente. Cuando el fraude
no es suficiente, se recurre al rodillo parlamentario para aprobar las
disposiciones que convengan al régimen o, finalmente, se ordena al órgano
judicial para completar la tarea.
Una camada de
sirvientes con toga, cometió en días pasados la peor de las aberraciones jurídicas.
Pasándose por el forro el texto de la Carta Magna y riéndose en el resultado
del referendo de 2016 (donde ganó el No a una nueva reelección), autorizó sin
sonrojo alguno que Evo Morales reine en el país ad eternum,
justificando su fallo en que se le estaba negando al caudillo uno de sus
derechos políticos, al impedírsele que sea reelegido continuamente. En una
suerte de lógica retorcida, hicieron una interpretación antojadiza de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos de San José, Costa Rica, cuyo
espíritu establece lo contrario, para impedir que los gobernantes se eternicen
en el poder. Pero no importa, le “metieron nomás”, porque así se lo ordenaron
desde Palacio Quemado.
Si este golpe a
la Constitución hubiese sido ordenado por un gobierno neoliberal, todo el mundo
estaría hablando de un nuevo “fumijorazo” y, seguramente, los izquierdosos del
planeta se estarían desgañitando en gritos histéricos de indignación y ya se
estarían preparando las condenas y sanciones internacionales de todo lado. Como
era de esperar, la prensa extranjera apenas se hizo eco de la noticia poniendo
titulares anodinos, como si se tratara de un simple trámite administrativo que
emprendió el régimen, con todas las de la ley para mayor desfachatez. Por poco,
los diarios no reflejaron que se trataba de otra anécdota más.
Porque estamos
ante un golpe de Estado en toda regla, sólo que acudir a las tropas militares
para la consecución de los fines está pasado de moda y casi siempre acarrea
derramamiento de sangre. Resulta más fácil y hasta “democrático” ordenar a los
esbirros judiciales para que efectúen el trabajo sucio. Qué mejor que orquestar
el delito por etapas, ante la contemplación benevolente, y a veces cómplice, de
instancias internacionales. Hasta ahora no se han oído pronunciamientos firmes
o de peso que hagan recular al régimen. Los funestos precedentes del caso
venezolano (que ni con todos sus muertos que carga Nicolás Maduro, las tibias
sanciones no le hacen mella), nos lleva a pensar que en el caso boliviano tampoco
ocurrirá nada relevante y en poco tiempo pasará al olvido.
Entretanto, nos
tienen distraídos con sucesivas elecciones y otras grotescas pantomimas, donde
elegimos todo pero no decidimos nada. Por lo menos se hubieran ahorrado esos
casi 20 millones de dólares que costó el último referendo, si al final seis
imbéciles útiles torcieron la voluntad de millones, en las penumbras de un
tribunal. Que siga la “fiesta electoral”, entonces; que nuestro país es
referencia mundial y hasta interplanetaria. Preparémonos para asistir a la
coronación formal del Rey Chiquito con toda su corte de bufones, eunucos,
odaliscas y chambelanes.
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De EL PERRO ROJO
(blog del autor), 01/12/2017
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