Es frecuente
llamar paradojas a situaciones que muestran un azar que rompe cierto
orden en los sucesos de la vida.
En un hospital de
los Estados Unidos ha muerto Magín Díaz. Con más de noventa y cinco años de
edad, le coincidían la espera serena del adiós sin vuelta y un reconocimiento a
su vida y a la obra. Obtuvo dicho premio al lado de un esforzado, leal y
creativo hombre de teatro, Ricardo Camacho.
Parece necesario,
cuando se destaca la vida y la obra de seres como Magín, detenerse un poco en
el significado de vida para sobrevivientes como él. Y dentro de esa larga
resistencia de vivir pese a todo en contra, mostrar algo que daría lugar a otro
premio.
Y sin duda
aplaudir el empeño de jóvenes como Urián, Pablo, Leo, Daniel, Manuel, quienes
exploran y divulgan motivos de nobleza, dignidad, en medio de la exclusión en
que deja la pobreza a tantos hombres y mujeres humildes que aprendieron a
cantar o a pintar o a bailar o a contar, para que no se les muriera el alma.
Siempre en su paisaje de infortunio; nunca a la espera del escenario y sus
estrellas de cartón.
También aquellos
que buscaron para buscarse, Delia Zapata Olivella, Totó la Momposina, Gualajo,
Toño Fernández, Batata, Pablito Florez, y los desprendidos que ni siquiera se
ocuparon de dejarnos su nombre. A veces, en las mañanas de cielo vacío, en que
muchos queremos recostarnos a la tierra que fue nuestra y a la cual volveremos,
suena la gaita de Aurelio y su voz de gallo matutino sin veleta: un pajarito
cantaba. Todos, con el aprendizaje de la necesidad y un altruismo que hace
falta a este país que se sumerge en un piélago de odios de baratija. De
maquinaciones perversas para suprimir el logro laborioso, el merecimiento, y
hacer del dinero la basura del mundo.
La paradoja de
Magín surge de otra deficiencia del Leviatán que llamamos Estado. El profesor
Víctor Moncayo lo ve, como San Jorge, derrotado; es peor su agonía que su
presencia. Ella consiste en el tardío apercibimiento de los valores artísticos,
intelectuales y espirituales de los miembros de la comunidad. Decía el de
Usiacurí: todo nos llega tarde, hasta la muerte. Así, una lápida, más que una
alegría.
Y en lugar del patio, del pretil, de las músicas de la naturaleza, de los cocuyos en la oscuridad, recibió la visita en un hospital sin hamaca, sin olor, con luces de máquinas.
Y en lugar del patio, del pretil, de las músicas de la naturaleza, de los cocuyos en la oscuridad, recibió la visita en un hospital sin hamaca, sin olor, con luces de máquinas.
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De BAÚL DE MAGO
(columna del autor en EL ESPECTADOR), 30/11/2017
Imagen: Magín Díaz
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