Un hombre de
mediana estatura, camina entre las sombras de la noche parisiense, luce un
gabán gris, grueso, algo raído.
Cualquiera podría
confundir a este andante solitario con un mendigo salido de uno de esos
callejones húmedos y fríos, lleva una gorra grasienta, de ferroviario, calada
de tal forma que le oculta casi toda la cara.
El caminante
nocturno es Lenin quien se escurre por la calle de Saint-Jacques y toca en el
número 241, como ya lo ha hecho otras veces. Va a oír a Inés Armand, quien toca
al piano obras de Beethoven. Por la ventana se escapan las notas del “Claro de
Luna”, una de las preferidas del líder revolucionario, que aprovecha un extraño
receso en la intensidad de la lucha.
La espigada mujer
sentada al piano es Inessa Armand, a quien la historia conocería como “la
francesa de la Revolución Rusa” o también “La Tovarich Inessa Armand”. La
belleza de “La francesa de la Revolución Rusa” deslumbra a más de uno entre
ellos a Lenin, con quien tendría un romance que, en voz baja, todos llamarían
“El Triángulo Rojo”. La Krupskaia, mujer de Lenin, sabe que ella misma es parte
del triángulo y así pasaría a la historia.
En una casa
alquilada la camarada Inés organiza alojamientos secretos y comedores donde en
tiempos difíciles Lenin, la Krupskaia, simpatizantes e intelectuales
distinguidos de Europa, cenan juntos en las noches.
Inés ya ha
sufrido cárcel, se escapa de un destierro de Mezen, un lejano pueblo ruso
fundado en 1780, a orillas del río del mismo nombre, que hoy existe con apenas
4000 habitantes, a donde fue enviada por ser sorprendida distribuyendo volantes
revolucionarios.
La Tovarich
Inessa
Nació “La
Tovarich Inessa” como Elizabeth Inessa Stephane de Herbanville, en París el 8
de mayo de 1874, durante la Tercera República Francesa, es conocida también por
su capacidad como escritora y revolucionaria.
Inés no recoge
del suelo su gusto por el arte, es hija de Theodore Pecheux de Herbenville, un
conocido cantante de ópera y de Nathalie Wild, actriz inglesa. Cuando cumple 5
años de edad muere su padre y la envían a Moscú con su abuela y una tía, ambas
maestras que se esmeran en darle una buena educación, avanzada para la época.
Inés se casa muy
joven, con apenas 19 años, su marido es un próspero empresario textil, con
quien tuvo cuatro hijos. Luego de una tormentosa separación, en 1902, Inés
inicia una nueva relación con un cuñado.
En 1903 Inés se
afilia al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso y emprende labores clandestinas,
paga cárcel y al fugarse del primer destierro consigue llegar a París,
desafiando la nieve y el hambre.
Francia hierve de
conspiradores, entre ellos Lenin, con su legendario gabán raído que lo hace
parecer como si estuviera pagando “votos de pobreza” según se dice en las filas
del partido.
La cárcel y las
privaciones no logran opacar la presencia de Inés: conserva su lozanía, es
alta, de ojos negros y luce una cabellera castaño claro, al verla nadie puede
creer que tenga cinco hijos, tendría un biznieto al que nunca conoció, llamado
Regís Debray.
Desde un comienzo
Inés tiene claro que debe entregarse siempre a la defensa de la mujer. Habla de
manera fluida además de su francés natal, ruso, inglés y alemán.
Cuando Lenin la
escucha escribe: “La humanidad progresaría mucho más, si la inteligencia de la
mujer no fuese rechazada y anulada, sino que pudiera obrar”.
Noches de
Beethoven
El piano no tiene
secretos para Inessa, y recorre las más exigentes composiciones de Beethoven,
su autor preferido que resuena en salas de las clases burguesas de París.
Inés hace suya
una afirmación de Bakunin, precursor revolucionario quien dice: “todo será
destruido, nada subsistirá, sólo una cosa no pasará y subsistirá eternamente:
la novena sinfonía de Beethoven”. Inés repite esas palabras con frecuencia.
Oyendo a Inés
tocar “Para Elisa” Lenin decide una noche, sin dudarlo un instante, confiarle
la dirección de la Escuela Revolucionaria de Longjuneau, cerca de París, donde el
propio Lenin expone en largas conferencias sobre la reforma agraria de
Stolypin. Después cenarían y brindarían con buenos vinos, incluida la
Krupskaia.
El dominio de
varios idiomas le significa a Inés que Lenin la asigne para ocupar la
Secretaría de Relaciones Exteriores del Partido Comunista, cargo en el cual se
encarga de coordinar a los grupos revolucionarios que irrumpen en Europa.
La emigración
clandestina
Por toda Europa,
la emigración clandestina rusa se esparce incontenible a través de muchas fisuras
que el poder del zar no puede tapar. Lenin anda por París, Gorky está en Capri,
Trotsky ya lleva varias semanas en Viena, donde ha conseguido publicar “Pravda”
con las uñas, y no sólo imprimirlo sino enviarlo a San Petersburgo en cuanto
medio de transporte consigue, logra pagar a unos contrabandistas que llevan el
periódico por las aguas del Mar Negro.
El Estado Mayor
de la Revolución Rusa se mueve con pasmosa magia diplomática entre gobiernos
vecinos, y burla la cada vez más confundida gendarmería enemiga, interna y
externa.
El romance de
Lenin con “La francesa de la Revolución Rusa” se encuentra en su mayor
intensidad entre 1911 y 1917, ya nada lo puede ocultar.
Inés, en 1914, en
el Día Internacional de La Mujer, crea el periódico “Rabotnisa” (La obrera).
Representó ese mismo año al Partido Bolchevique en la Conferencia Socialista de
Bruselas. Al año siguiente organizó en Suiza la Conferencia Internacional de
Mujeres Socialistas contra la Guerra”.
Al abdicar
Nicolás II, y ya en plena Revolución de Octubre Inessa Armand se transforma
definitivamente en una militante del Partido Comunista.
Fin al
“triángulo rojo”
De inmediato Inés
organiza el Primer Congreso de Obreras y Campesinas, al que llegan más de mil
delegadas, con propuestas como creación de lavanderías, cocinas públicas,
guarderías infantiles. Lenin habla en ese congreso y dice: “…las reformas
comunistas van a barrer por primera vez en la historia, todo lo que hace
inferiores a las mujeres”.
Cuando faltaba
poco para su muerte tanto Inés como Lenin deciden ponerle fin a “El triángulo
Rojo”. Un fragmento de una extensa carta de Inessa Armand a Lenin dice: “Tu y
yo hemos roto. ¡Hemos roto! ¡Hemos roto querido mío! Lo sé, lo siento, nunca
vendrás aquí. Cuando miro los mismos lugares de siempre, veo con claridad, como
nunca lo vi antes, que espacio tan grande ocupabas en mi vida, aquí en París…”.
Cuando apenas tenía
46 años de edad “La Tovarich Inessa”, una epidemia del cólera se llevó para
siempre el 24 de septiembre de 1920, a esta mujer a quien los bolcheviques
llamarían “La Francesa de la Revolución”.
Una de esas
travesuras del destino hizo que la muerte de Inessa fuera anunciada en la
quinta edición del periódico comunista, “Komunistka” que ella había creado para
divulgar asuntos de la mujer.
Inessa Armand
tuvo funerales de Estado y fue la primera mujer sepultada en el Muro del
Kremlin, en Moscú, cerca de su amor furtivo: Vladimir Lenin.
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De VOZ, 17/07/2017
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