JORGE MUZAM
La casona se
esfumó el último día de noviembre. Las llamas acariciaron los viejos encinos
pero no pudieron con ellos. Escapamos con lo puesto por el túnel que permitió
el fuego. Avanzamos hacia una dimensión distinta, una puerta en el tiempo sin
regreso, porque a cada paso se consumía para siempre lo que quedaba en el
camino.
Ardió la
biblioteca. Los libros preferidos. Kenzaburo y Nabokov, los Dublineses de
Joyce, el rigor narrativo de Bashevis Singer. La compañía de las mentes
lúcidas. Es cierto que todo lo material puede reemplazarse, pero no el lugar,
el estar, los pasillos conduciendo a un recuerdo y a una expectativa distinta,
las ventanas que daban a las camelias, la danza irrepetible de luces y sombras,
la confluencia volátil de los sentidos y la memoria, la lucidez y la emoción,
la luz que baña los colores con matices en declinación a medida que pasan los
años.
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