Me he acordado de
él esta tarde de Navidad. Los Evangelios traducidos a lengua arábiga. Encontré
esa edición en un anticuario de Fuenterrabia, hace 40 años, un atardecer
de otoño con mucho viento del sur armando revuelo por el mar, las calles y el
cielo de Txingudi. Escapar de la ciudad y hacerlo a la vez, aunque solo fuese
por unas horas, de una vida en la que me había metido como quien se echa un
cepo de penado a los pies. Sé que el libro es una rareza que me emociona hoy
mucho menos que cuando di con ella en aquel batiburrillo –penumbras de lujo las
llamaba Ruano– en el que recuerdo había unos autómatas, unos monos músicos, una
dovela románica policromada y una farmacia entera, eso decía el anticuario que
se jactaba de sus presas como un montero mayor. El tiempo es un vendaval que lo
amarillea todo y te pone rosas de cementerio en el dorso de las manos y también
lo hace en las páginas de los libros antiguos (no en todos)... No sé lo que le
reprocho a aquel hombre de cara perdida porque yo también era un cazador de
tesoros ruinosos que más que ir en dirección contraria, lo hacía en la
equivocada.
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De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 25/12/2017
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