Friday, June 29, 2018

Patios

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES

Una escena de la película “Zapato chino” de 1979 me llevó de regreso a los patios de casas antiguas. Los actores Luis Alarcón (dueño de una flota de taxis) y Jaime Vadell (una suerte de represor político civil) inician una discusión que deriva en una pelea ridícula, donde los empujones, las zancadilla y los balbuceos superan los golpes certeros y cualquier posibilidad de nocaut. Lo hacen en un patio grande, desordenado, caótico, lleno de desniveles.

Más que los elementos por sí solos, era su conjunción lo que volvía estos patios tan especiales para el cabro chico que era yo entonces. Un par de autos grandotes Opala, Ford, Chevrolet dados de baja en un garage; herramientas tiradas en espera de una mano que las levantara hacia la vida; una mesa de madera con un torno inutilizado (mi padre decía que era algo muy importante y que algún día tendríamos una igual); ropa tendida en un cordel henchida de agua y aire; un suelo en desnivel con zonas de tierra seca, senderos, una gruta de piedra, maleza con excremento fresco y del otro; jardineras con maceteros improvisados con bacinicas, bidés, tazas de baños, televisores, cocinas, lavadoras y hasta refrigeradores dados de baja; árboles de limones, ciruelas, paltas y granadas para el libre consumo; una acequia de tránsito veloz y llena de vida microscópica, un parrón con uvas resecas al sol; gallinas, patos, gansos y hasta pavos reales en permanente zarandeo y bullicio; un par de gatos y perros coexistiendo en un pacto tácito que se convertía, ante el menor movimiento, en una gresca de proporciones.

La primera casa que habité no tenía patio. Más bien era una pieza con tres separaciones: un “living comedor”, cocina y pieza (dentro de esta, un baño). Esta última poseía una ventana que daba el patio de la casa de nuestro arrendador. Mi madre acostumbraba a sentarme allí durante las mañanas con tal que me quedara tranquilo (por la tarde, lo hacía frente a la ventana que daba a la calle para que esperara a mi padre regresar de la fábrica). Había ocasiones en que las hijas del arrendador –“las lolas”, las llamaba mi madre- gritaban “con permiso”, me tomaban en brazos, me sacaban de la ventana y me soltaban, como un perrito nuevo, por ese patio infinito propiedad de su padre. De vez en cuando, una de estas “lolas” me volvía a tomar en brazos para besuquearme, acción que lamento no haber disfrutado más a plenitud, pues aún me faltaba un poco de desarrollo al respecto.

Tanto ese patio como muchos otros que visité en mis primeros años traen consigo el gustillo de la aventura, la exploración, las acciones temerarias y el desastre. Sólo o acompañado por un amigo o un primo, ponía mis dedos en riesgo hurgando en el torno de la mesa abandonada para descubrir algún mecanismo secreto. Me asomaba a una letrina cuyo abismo me instaba a lanzar groserías y escupitajos prohibidos dentro de casa. Me detenía frente a una acequia para armar una ola gigante con la mano ahuecada y alterar con ello todo un eco sistema. O me dedicaba a cazar saltamontes, avispas y moscardones para futuros experimentos que podrían cambiar el futuro de la humanidad. Después llegaron tareas más importantes como ayudar a las hijas del arrendador y a sus amigos a identificar las plantitas de hierbas con las que confeccionaban sus cigarros artesanales, que disfrutaban tanto como la música de un radiocaset.

En mis escapes a la comuna de Puente Alto, a medida que se avanza hacia la Cordillera, me he dado cuenta que aún quedan casas con esta clase de patios. Desconozco que han hecho con ellos por dentro. Imagino que siguen igual. Grandes, desordenados, caóticos, lleno de desniveles.

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De EVOLUCIÓN DE LA ESPECIE (blog del autor), 25/04/2018

Thursday, June 28, 2018

El carrito siciliano de Leonardo Sciascia

MAURIZIO BAGATIN

“Entre dos sicilianos el único sentimiento que no existe es la indiferencia” - Alfio Caruso -

Siempre alejado del fatalismo, de Don Fabrizio, de La duchessa di Leyra, de Mastro Don Gesualdo… parecía pintando carritos sicilianos, no el expresionismo de Guttuso y tampoco la Cavalleria rusticana sino el lugar de la belleza y la verdad, como Quasimodo… simplemente su Sicilia, la sicilitudine* y la soledad. Misterio y luz pura de la Trinacria, de aquel ángel sin custodia que es Sicilia… como todas las islas o producen un sistema de dominio, o son víctimas constante en sus dominios…

Y él, controvertido y herético, con su prosa penetró la búsqueda del ¿cómo se puede ser sicilianos?... desde las minas de azufre hasta el mar color del vino (un solo cuento: Il lungo viaggio, parece escrito hoy que el éxodo es la vergüenza de toda Europa…) introduciéndose en los palacios del poder, en las salas donde se decide… la unción hispano-curial de la burocracia,  el iluminismo heredado, sobre todo Stendhal y Pirandello - pincel y cincel - la crueldad, la ferocidad de su tierra, que no ahorra paz y no ofrece tregua a la interminable sed de su gente…                                                                                               
 <>                              
(la muerte-así como las amapolas/encienden ahora una florecida de sangre/… este valle/de azufre y de olivos,/a lo largo de muertos rieles/cerca de aguas amarillas de limo/que los griegos dijeron de oro.)                                                                                                                                            

Siguió su búsqueda, persiguiendo en fin la mafia, como un Teseo que sigue el hilo que lleva a un pulpo que se hizo hidra, cientos de tentáculos que atraen, miles de ojos que hipnotizan, millones de ideas que contaminan hasta la esencia del vivir diario… el capitán Bellodi, el inspector Rogas, el brigadero Antonio Lagandara… denuncias viriles, viriles hasta en la soledad de la derrota y la enfermedad. Política bastarda, política oportunista, política hipócrita…

En este laberinto de la soledad siciliano imaginó a un científico de su tierra, un gran científico, no a uno cualquiera... ”i nomi, non che un destino, sono le cose stesse” (del bellissimo capitulo XI de La desaparición de Majorana, obra maestra del maestro siciliano) uno que según el mismo Enrico Fermi, era comparable a Newton y Galilei…

Hoy Leonardo sigue pintando carritos sicilianos, como si fueran libros de cuentos ambulantes, desde una imaginaria Racalmuto, que es su Yoknapatawpha aeternum…

*Sicilianidad

Junio 2018 

Tuesday, June 26, 2018

Cervantes debe morir


PATXI IRURZUN

No me da la gana.

Nunca he leído el Quijote y tampoco pienso hacerlo ahora.

No me da la puta gana.

Nunca me ha gustado que me digan lo que tengo que hacer. De acuerdo, a veces en la vida toca pasar por el aro, pero leer —y también escribir— para mí siempre ha sido un acto de libertad, una reconciliación con esa vida que no es como uno desearía: como si dieras un salto imaginario hacia atrás,  atravesaras ese aro en sentido contrario y volvieras a colocarte en la misma postura, con los pantalones subidos otra vez, otra vez  íntegro y honesto. Otra vez pegado a tu pellejo. Así que a mí nadie va a obligarme a leer nada.

Ni siquiera el Quijote.

Creo que todo lo que sé sobre el Quijote lo desaprendí en la universidad. El primer día de universidad. Yo entonces tenía la mitad de años que ahora y era un chico de barrio que los fines de semana vaciaba botellas de cerveza de litro en las murallas de Pamplona y después las hacía añicos contra los cascos de los antidisturbios. Por lo demás acababa de descubrir a Bukowski y a Raúl Núñez y “Última salida para Brooklyn” —mi Quijote particular—, de modo que los cuentos que escribía entonces hablaban de las chicas en las que pensaba mientras me masturbaba —chicas para las que yo era sólo un macarra—, de los bares del casco viejo en los que me emborrachaba con mis colegas, de los coches que cruzábamos y las piedras que les tirábamos a la policía… Era, en suma,  uno de esos chicos a los que en los periódicos llamaban “los de siempre”.

Para nosotros “los de siempre” eran ellos.

Estábamos a mitad de los ochenta y nuestros hermanos mayores aparecían muertos en baños que parecían zulos con una jeringuilla, una amapola marchita, colgada del brazo, nuestros padres perdían sus trabajos y a nosotros, a pesar de todo, nos mandaban a la universidad a salvar los trastos. Éramos,  en muchos casos,  los primeros universitarios de la familia.

Yo me matriculé en Filología Hispánica. Pensaba que una carrera como aquella me ayudaría a escribir. Era un ignorante. Mi universidad era además una universidad del Opus-Dei. Hacía poco tiempo les habían puesto un petardo y cada día, al entrar, un bedel  me pedía el carnet y registraba mi bolso. Creo que conmigo siempre era especialmente meticuloso. Pero me parecía normal. Aquel tipo también sabía quiénes eran “los de siempre”, qué les correspondía a ellos y qué a chicos como yo. Él sabía que para nosotros no había nada en aquella universidad y menos que nada después de ella. Habíamos sido, en muchos casos,  los primeros universitarios de la familia e íbamos a ser los primeros universitarios en paro de la familia y también de la historia. Aquel bedel,  en definitiva, sabía que si había algún alumno que tenía ganas de poner una bomba —y razones para hacerlo— en la universidad era yo.

Pero bueno, —volviendo al Quijote—  el caso es que el primer día de clase un profesor dijo:

—Quien no haya leído el Quijote o no vaya a leerlo que no espere aprobar esta carrera.

Yo no leí el Quijote, por supuesto.

Y, por supuesto, aprobé aquella carrera.

Aunque  aquella carrera no me enseñara nada ni me ayudara en absoluto a escribir.

Sé, de todos modos, algunas cosas sobre el Quijote. Sé que era un hombre muy flaco, a lomos de un caballo todavía más flaco, que dejaba atrás su pueblo y salía a enfrentarse con el mundo. Sé que mientras recorría aquel mundo no hacía otra cosa que recibir hostias, él, y mantas de hostias su escudero. Sé que al final el mundo derrotaba a aquel hombre y que sin embargo aquel hombre ganaba. Sé todas esas cosas gracias a un libro, una edición infantil del Quijote, que compró mi madre. Lo estoy viendo, al ingenioso hidalgo,  en una de aquellas grandes ilustraciones,  postrado en su cama, en lugar de peleando con gigantes, pero rodeado de los suyos, orgulloso en su agonía. Y ahora sé que estaba tan flaco porque era un hombre honesto e íntegro, un hombre pegado a su pellejo.

Sé, pues,  en realidad algunas cosas sobre el Quijote (las sé porque mi madre nunca me dijo: “Tienes que leer este libro”, simplemente lo dejó en la estantería, con los otros libros, a mi alcance).

Y sé también algunas cosas sobre Cervantes.

Siempre —también en la universidad— nos han enseñado la literatura de ese modo. Antes de leer los libros de un autor debíamos saber dónde nació, si pasó hambre o enfermó de sífilis, si vivió en París o traficó con armas en Eritrea (tal vez por ello, mi vida se estaba convirtiendo en una solapa perfecta, con mis carretadas de trabajos penosos, mis cicatrices y tumores, mis vagabundeos por el mundo… Una solapa a la que sólo le faltaba un buen libro en el que colocarla).

Y sé que Cervantes también pasó hambre y sufrió prisión, que saboreó la gloria y mordió el polvo.

A Cervantes lo veo sentado en el suelo de una  lóbrega celda. Apenas se distingue nada en la oscuridad. Tan sólo se oyen toses tuberculosas, ruido de goteras y de ratas que corren muertas, locas de sed hacia ellas, carcajadas vitriólicas de otros presos a los que el cautiverio —el hambre, la tortura, el frío y sobre todo la falta de libertad— han vuelto tan locos como a ratas…

Miguel de Cervantes, sin embargo, no tiene miedo. Él es un duro. Ha conocido presidios mucho peores que ése, y de todos ha salido vivo y lúcido, siempre más fuerte. Esta vez lo han llevado allá porque un caballero ha amanecido en un callejón próximo a su casa en Valladolid, con dos puñales clavados en el corazón, uno de acero y otro invisible, mucho más afilado y mortal, una  cuchillada de desamor, asestada al parecer por una de las damas de la casa de Cervantes, alguna de sus hijas, tal vez su mujer.  Es un asunto turbio, casi tan oscuro como esa celda. Pero los ojos de Cervantes se acostumbran pronto a las tinieblas, las conoce bien y sabe cómo vencerlas, como arrojar luz sobre ellas.

Miguel de Cervantes se arrima las manos a la cara y las observa. En la izquierda a veces todavía siente el escozor de la pólvora. Está inutilizada, pero a él le gusta exhibirla y hablar en sus libros de ella, como si fuera una medalla de guerra. Una medalla prendida al pecho que lo atraviesa y se hunde en el fondo de su corazón, donde a veces también siente la herrumbre de palabras como honor, patria, guerra, cuando recuerda lo heroicamente estúpido que fue en Lepanto, desoyendo a su capitán, y subiendo, enfermo y febril,  a cubierta a pelear.

Mira después su mano derecha. Esa mano con la que ha escrito todos sus libros, muchos de ellos en otras prisiones más oscuras y más sórdidas. El último de ellos es, precisamente el Quijote. Ha sido todo un éxito. Lo han leído admirados en muchos de los lugares en los que Cervantes, cuando era soldado, visitó igualmente admirado: Florencia, Corfú, Navarino, Túnez…Pero ahora Cervantes ya es un hombre curtido y desengañado. Un hombre que no olvida que visitó aquellos lugares porque salió huyendo de España antes de que, implicado en otro cruce de acero y desamores,  cortaran su mano derecha; la misma mano con que años después escribiera el Quijote.  Un hombre que  sabe que la gloria y el polvo que tantas veces  ha mordido tienen un sabor parecido.

Ahora, de hecho, Miguel de Cervantes, el autor del famoso Quijote,  está allá, de nuevo encarcelado, privado del sol y la libertad. Su Quijote ha asombrado al mundo entero, pero pronto intentarán despojarlo de él. Alguien escribirá una segunda parte apócrifa. Otros dirán que el Quijote es una obra con vida propia, ajena a Cervantes, que él sólo ha sido el instrumento —un instrumento prescindible—para alumbrarla.

Y yo sé que allá en su celda, mientras Cervantes estudia sus manos en la oscuridad y piensa cómo volver a iluminar con ellas las tinieblas, también sabe perfectamente todo eso, y quiénes son “los de siempre”, qué les corresponde a ellos y qué a él.

Y pienso que Cervantes debe morir. Que debe morir para que no lo maten una y otra vez. Que Cervantes debe morir para convertirse en  inmortal.

Sé todo eso sobre Cervantes y sobre el Quijote, sin haberlo leído nunca. Ni siquiera lo hice una vez acabada la universidad. Eran ya los 90. “Los de siempre” nos convertimos en terroristas. Los ochenta en un póster de colores. Las botellas de cerveza de litro en litronas. Nuestros barrios en barriadas… Fue una década estéril, la de los 90,  una interminable llanura pedregosa, recorrida bajo un sol abrasador, en cuyo horizonte sólo se distinguían molinos de viento que abatían sueños y esparcían mierda. Pero tampoco entonces leí el Quijote. No me dio la gana. Supongo que estaba más ocupado adornando las solapas de mis primeros libros con más trabajos como condenas, con más viajes a los basureros, con más cuchilladas en el corazón. Aquellos primeros libros que sin saberlo ni premeditarlo imitaban —como todos, según dicen— al Quijote: uno era una parodia de otro género; en el segundo intenté incluirlo todo, el humor, el amor, el horror, la poesía.

En definitiva: nunca he leído el Quijote. No me ha dado la puta gana. Y no me siento un ignorante, ni tampoco desafortunado por ello. Al contrario, quienes lo han leído, si es cierto todo cuanto cuentan,  no pueden sentir por mí más que envidia. Porque tal vez algún día, cuando nadie me diga “tienes que leerlo”, el Quijote me encuentre a mí y yo también experimente ese deslumbramiento que ellos sintieron y que perdieron para siempre. Vale.

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De INMEDIACIONES, 26/06/2018

Imagen: Manuel Wssel de Guimbarda

La Charagüi / Fragmento del libro Tordos en la niebla


JORGE MUZAM

La población Corvi era un pasaje de casitas de madera y techos de pizarreño ubicado al costado norte de calle El Roble. Todas pequeñas e idénticas, aporreadas y ruinosas, construidas en los sesenta, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Era un lugar bullicioso, un Bangladesh callejero con niños y adolescentes jugando y gritando a toda hora en la calle. Pocos usaban calzado. Lo usual era andar a pata pelada, chuteando pelotas de trapo, apaleando los viejos encinos o tirándose peñascazos para saldar las cuentas del día. La Charagüi tenía mi edad y era de las más ruidosas. Siempre estaba en la calle y su libertad era mi envidia, pues en mi casa era poco tolerada la junta con la muchachada. Y yo quería jugar tanto como los otros. Esa brusquedad era mi anhelo. Las topeaduras, las paridas de chancha, las polquitas, las carreras con ruedas, chapotear en el barro que dejaba la lluvia o empujar barquitos de papel acequia abajo. La Charagüi se parecía a Heidi. Cabello cortito, mejillas rojas, frente sudada, pies descalzos, voz aguda. Aforraba igual que los hombres, y corría, y corría, y se reía, y gritaba, y se enojaba, y volvía a estallar en carcajadas, y su niñez callejera parecía eterna.

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De SANFABISTÁN, 19/06/2017

Saturday, June 23, 2018

MI PADRE

PABLO MENDIETA PAZ

Cuando en abril del 88 el cielo giró a tientas, cuando los rayos se filtraron en la aldaba de plata y abrieron con estruendo el portón de la oscuridad, busqué en el resquicio el momento fecundo que me hiciera comprender que había sido solo transición, solo evanescencia de su materia. Un día, cuando una brisa fina sopló en un rincón de mi espíritu, supe que había entendido. Desde entonces he suprimido la fecha fatídica de ese calendario que cortó su respiración. Desde entonces celebro su vida, su íntegra naturaleza como rayo que ilumina mis noches. Anteayer, 12 de junio, ya prendidas las velas de sus 90 años, salí a caminar por las calles mojadas. Repentinamente vi cruzar el rayo por todo mi horizonte. Es el momento, me dije, mientras laborioso, y con urgencia, alisaba indicios de pretéritas y amorosas felicidades. Me acurruqué en el banco de una plaza y esperé. Cuando ya la noche había progresado, advertí que las inciertas luciérnagas del universo me cubrían como un paraguas. Cuando de pronto mi padre apareció, me lo quitaba y entregaba, me lo quitaba y entregaba. Se perfilaba en su sombra el dibujo de aquella sonrisa ancha, festiva, transportada... Lo vi irse, ya de madrugada, a través de la leve tiniebla, y desaparecer agitando sus manos macizas que me decían adiós, aquí estoy.

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Monday, June 18, 2018

From Sokol to Symbolism: the short life of Karel Hlaváček

SUSAN HALSTEAD

The tragic figure of the frail poet dying prematurely of consumption is one which haunts European literature from Keats to Jiří Wolker. Yet there can be few less likely candidates for this role than the Czech poet Karel Hlaváček. He was born into a solidly working-class family in Prague on 29 August 1874, the son of Josef Hlaváček and his wife Antonie. Bright and talented, the young Karel was educated at the high school in the Karlín district of Prague, where he became a keen member of the Sokol movement, founded in 1862 by Miroslav Tyrš and Jindřich Fügner. Ostensibly an organization aiming to promote physical fitness through gymnastics, this actually served as a cover for patriotic activities and provided a focus for national feeling among young Czechs under the oppressive regime of the Austro-Hungarian Empire. Such was his enthusiasm that he was one of the founding members of a new branch of Sokol in his home district of Libeň and was chosen as its president.

Hlaváček’s parents could not afford to send him to university full-time, but he was able to attend lectures as an external student, and spent two years studying modern languages in this way. French held a particular attraction for him, and he soon became acquainted with the work of French Symbolist and Decadent writers including Rimbaud, Baudelaire, Verlaine and Mallarmé. At the same time his gifts as an artist were rapidly developing. His drawings and prints revealed his fascination with the morbid and demonic, including studies of devils, malevolent fauns and other supernatural beings. This made him a natural illustrator of works by authors who were in tune with the spirit of Decadence, including Arnošt Procházka, Otokar Březina, Jiří Karásek ze Lvovic and Stanisław Przybyszewski, as well as of his own poems. He had applied to the School of Applied Art (Uměleckoprůmyslova škola) in Prague, but predictably failed to gain admittance, and in fact never settled to any fixed occupation.

A fine physical specimen thanks to his Sokol training, Hlaváček was called up for his compulsory military service and despatched to serve in Trento in northern Italy in 1895. For the last two years he had been writing for the official Sokol magazine and in 1895 had acted as an organizer and publicist for the third pan-Sokol assembly in Prague. Although his departure for Trento interrupted this, it brought him into a new environment which confirmed his belief in the value of international contacts and active cooperation with writers of other nations on equal terms. It was also where he contracted the tuberculosis which was to kill him.

Hlaváček crystallized his ideas on this subject on an essay entitled ‘Nacionalism a internacionalism’, published in Moderní revue V (1896). He considered that Czech authors could only benefit from the spirit of internationalism, which would not dilute their Czech identity but would strengthen it. He had been contributing to this periodical (Prague, 1895-; P.P.4835.ub.) from its inception, and in doing so worked closely with some of the leading Czech literary figures of the fin-de-siècle, among them Antonín Sova, producing portraits and vignettes as well as illustrations.

His own first collection of verses, Sokolské sonety, came out in 1895, although he was later to repudiate it as his efforts to express Tyrš’s ideals in verse gave way to more daring experiments. Inspired by a collection of modern French poetry in translation published by Jaroslav Vrchlický (Prague, 1893; 1608/3839), he began to adapt the spirit of Symbolism and Decadence into Czech. In Pozdě k ránu (‘Late towards morning’; 1896), he created melancholy verses aiming to suggest the deep musical tones of the drum or viola, accompanied by his own illustrations in the spirit of Félicien Rops  and Edvard Munch.
 Frontispiece from Pozdě k ránu (Prague, 1896) X.907/10067

The book subsequently inspired illustrations by other artists, including a series of lithographs by Karel Štik for a limited edition published to mark the 50th anniversary of Hlaváček’s death. The British Library’s copy, signed by the artist, includes a powerful portrait of the poet himself.

In 1898, the year of his death, Hlaváček published one of his most famous works, Mstivá kantiléna(‘Vindictive cantilena’), widely regarded as the most significant verse work of Czech Decadent literature. Though comparatively short, it encompasses a wide range of European cultural references, including the Abbé Prevost’s Manon Lescaut and the Dutch Anabaptist rebels known as the Geuzen or Gueux, conjuring up a synaesthetic world of failed rebellion, bells which cannot ring, and legends of ‘the sin of the yellow roses’, ‘the moon which went blind through long weeping’ and ‘the beautiful dolphin’. Like his earlier poem ‘Upír’ which portrays an aristocratic vampire flitting through Prague and sorrowing as he plunges down on his pure victims, it captures the resonances of Decadence in a uniquely Czech fashion by exploiting the rhythms and resonances of the language.
Frontispiece to Mstivá kantilena (V Praze, 1916) X.989/8471; a copperplate engraving by the author.

In that same year Hlaváček’s condition worsened and he died on 15 June 1898, just two months short of his 24th birthday. His contribution to Czech literature far exceeds the modest compass of his published work in the inspiration which it gave to those who would go on to build up links between the rest of Europe, especially France, and a country which just 20 years later would achieve not only cultural but national independence.

Susan Halstead, Subject Librarian (Social Sciences), Research Services

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De EUROPEAN STUDIES, blog de la BRITISH LIBRARY, 15/06/2018

Imagen: Portrait of Hlaváček by Karel Štik from Pozdě k ránu (Prague,1948) L.R. 410.k.18.


Perifescencia


MAURIZIO BAGATIN

“Da chimico un giorno avevo il potere/di sposare gli elementi e di farli reagire,/ma gli uomini mai mi riuscì di capire/perché si combinassero attraverso l'amore” ("Como químico un día tuve el poder / de casar los elementos y hacerlos reaccionar, / pero los hombres nunca logré entender / por qué se combinaron a través del amor")   - Fabrizio De André -

Somos química, nada más que química, todo es química…acciones, reacciones, revoluciones, somos perifescencia. Perifescencia, neologismo o invención para darle voz a una sensación, el estado que lleva al efecto, al síntoma de vinculación de una pareja humana… vértigos, euforia, cosquilleos en la cavidad torácica. Perifescencia es la parte enloquecida, romántica, de estar enamorado. (Y un personaje de una novela, el doctor Luce, sostiene que puede durar hasta dos años, como máximo…)*. ¿Y luego, todo como decía Fabrizio, el Príncipe de Salina?: “L'amore. Certo, l'amore. Fuoco e fiamme per un anno, cenere per trenta…” (“El amor. Por supuesto, el amor. Fuego y llamas por un año, cenizas por treinta…”).

No, química es comunicación y diálogo, interacción… miradas, toques, sexo, juegos, abrazos, caricias… interacción como entre plantas y bacterias; mientras el tiempo ha transformado, maquillado, hasta camuflado a tal punto que uno puede llegar a pensar que ha intervenido una alquimia del verbo, una mutación de todas nuestras relaciones… a veces, ese aceptar un poco recitado, un poco enmascarado, como un Pulcinella consciente de una ausencia, de miles ausencias, la ausencia del cuerpo, la ausencia del espíritu, de todas nuestras ausencias. Humanos, animales, plantas, bacterias, hongos… en un lapso de perifescencia, en el carpe diem endorfínico (frente a la pasión, el Monsieur Teste, El último tango en París…) como células de levadura, estas células que son de dos tipos, células haploides y células diploides. Somos células haploides, porque solo las haploides se aparean. Y nos buscamos, y nos encontramos… Haploides de dos tipos, células de sexo a y células del sexo alfa. Para aparearnos las células a buscan las células alfa, y las células alfa buscan las células a. Como células de levadura que producen feromona, una especie de aroma químico, que nos exalta, nos seduce, nos atrae… lucidez y endorfinas, conexión y pasión. Las células de sexo a producen un feromona a y las células de sexo alfa un feromona alfa. Así es como se atraen el uno al otro. ¿Así es como nos atraemos? Así, nuestros amores, así nuestros odios, así los motores de nuestras historias, de todas las historias, de la Historia: logros y fracasos, sucesos y reveses… química y alquimia… dolor y miedo.

Todo queda en los elementos, en la feliz simbiosis - todo queda en nosotros que volvemos a la tierra - carbono e hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, fósforo: CHOMP, al cual hay que añadirle algunos elementos más… luego vendrá el ciclo vital… hasta la entropía y la transformación. 

Notas: *Jeffrey Eugenides, Middlesex, Anagrama, Barcelona, 2006; útil será la lectura de Luis G. Wall, Plantas, bacterias, hongos, mi mujer, el cocinero y su amante, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2005; como también otra novela del gran narrador Jeffrey Eugenides, La trama nupcial, Anagrama, Barcelona, 2013. Les aconsejo escuchar también el estupendo, por inmensamente poético, LP “Non al denaro non all'amore né al cielo”, de Fabrizio De André, un disco que se inspiró de la Antologia de Spoon River de Edgar Lee Masters. Buenas lecturas y buena escucha.
Junio 2018

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Imagen: Mark Rothko


Friday, June 8, 2018

Anthony Bourdain: 1956-2018

KRISTA STEVENS/MICHELLE WEBER

Forget about four-star hotels or luxury spa treatments: Bourdain is on a mission to illuminate underappreciated and misunderstood cultures, whether it’s Myanmar or Detroit. He regularly takes viewers to the sorts of places–Libya, Gaza, Congo–that most Americans know only from grim headlines about political strife and body counts. Bourdain does all of this with vivid narrative reporting, stunning visuals, palpable empathy, and a relentlessly open mind.

As with Bourdain’s previous programs, A Cook’s Tour and the long-running No Reservations, the premise is simple: he goes somewhere interesting and hangs out with the locals. “We show up and say, ‘What’s to eat? What makes you happy?’” Bourdain says. “You’re going to get very Technicolor, very deep, very complicated answers to those questions. I’m not a Middle East expert. I’m not an Africa expert. I’m not a foreign-policy wonk. But I see aspects of these countries that regular journalists don’t. If we have a role, it’s to put a face on people who you might not otherwise have seen or cared about.”

— “Anthony Bourdain Has Become The Future Of Cable News, And He Couldn’t Care Less,” by Rob Brunner, Fast Company, September 24, 2014.

What do I like to eat after hours? Strange things. Oysters are my favorite, especially at three in the morning, in the company of my crew. Focaccia pizza with robiola cheese and white truffle oil is good, especially at Le Madri on a summer afternoon in the outdoor patio. Frozen vodka at Siberia Bar is also good, particularly if a cook from one of the big hotels shows up with beluga. At Indigo, on Tenth Street, I love the mushroom strudel and the daube of beef. At my own place, I love a spicy boudin noir that squirts blood in your mouth; the braised fennel the way my sous-chef makes it; scraps from duck confit; and fresh cockles steamed with greasy Portuguese sausage.

I love the sheer weirdness of the kitchen life: the dreamers, the crackpots, the refugees, and the sociopaths with whom I continue to work; the ever-present smells of roasting bones, searing fish, and simmering liquids; the noise and clatter, the hiss and spray, the flames, the smoke, and the steam. Admittedly, it’s a life that grinds you down. Most of us who live and operate in the culinary underworld are in some fundamental way dysfunctional. We’ve all chosen to turn our backs on the nine-to-five, on ever having a Friday or Saturday night off, on ever having a normal relationship with a non-cook.

In America, the professional kitchen is the last refuge of the misfit. It’s a place for people with bad pasts to find a new family. It’s a haven for foreigners—Ecuadorians, Mexicans, Chinese, Senegalese, Egyptians, Poles. In New York, the main linguistic spice is Spanish. “Hey, maricón! chupa mis huevos” means, roughly, “How are you, valued comrade? I hope all is well.” And you hear “Hey, baboso! Put some more brown jiz on the fire and check your meez before the sous comes back there and fucks you in the culo!,” which means “Please reduce some additional demi-glace, brother, and reëxamine your mise en place, because the sous-chef is concerned about your state of readiness.”

— “Don’t Eat Before Reading This,” by Anthony Bourdain, The New Yorker, April 19, 1999.

Anthony Bourdain, an influential American chef, author, and television host, died in Strasbourg, France, on Friday June 8, at age 61. Bourdain, whose rise to fame started with his book, Kitchen Confidential: Adventures in the Culinary Underbelly, used his influence to campaign for kitchen workers’ rights and for the marginalized communities he encountered as part of his television show travels. While he was best known for his nonfiction, Bourdain also wrote crime and graphic novels.

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De LONGREADS, 08/06/2018

Imagen: American Chef Anthony Bourdain in the Liberdade area of Sao Paulo, Brazil. (Photo by Paulo Fridman/Corbis via Getty Images)

Tuesday, June 5, 2018

Ningún Mundial como el nuestro


GABRIEL MAMANI MAGNE

En cuatro años suceden muchas cosas: acabas una carrera, tu hijo pasa de los pañales a los calzoncillos, una promesa del fútbol se convierte en estrella, algunos gobiernos dejan el poder (solo algunos), etcétera. 

De un mundial al otro hay tanta vida, pero el latido futbolero sigue una cronología diferente al de la vida fuera de la cancha. Entre una Copa y la siguiente haces un hijo o un doctorado. Sin embargo, para el niño interno que soñó con ser como Batistuta no hay paternidad mayor que aquella del 7 a 1, ni diploma que importe más que la figurita de Mesut Özil. Es como contener la respiración: inhalé en 2014 y solo exhalaré cuando la Telstar 18 ruede en el Olímpico Luzhnikí. 

A nosotros, el Mundial nos llega junto con el invierno. Menuda época para ser freelance. La gélida La Paz me hace sentir como en la tierra de Tolstoi. Y el Illimani, espalda ubicua, canoso padre, pero folklórico, bien podría hacerse pasar por el miembro más digno de los Urales. 

Tengo el frío. Televisión por cable. Frazadas. Un niño que cuidar. Y ningún biométrico me espera. 

Ser boliviano y amar los mundiales parece una contradicción hasta biológica. Para nosotros, mirar la Copa es como puertear en las afueras del Siles o del Teatro al aire libre. Ningún gol será realmente nuestro. Nos emocionaremos con las jugadas de Mbappé o Messi, pero la gloria será para otros. 

Patrias postizas: durante treinta días, somos brasileños o argentinos, alemanes o portugueses, belgas o uruguayos o, he aquí lo que el increíble Salah logra, egipcios.

Ser boliviano es comprar el álbum de Panini y ver que nadie en las figuritas, salvo algún mexica, se parece a vos.  

Nada de eso importa realmente. Quien puertea en un concierto de rock puede alucinar más que el jailón al que mami le ha pagado una entrada VIP.  

Porque, en el fondo, aunque no nos guste, los bolivianos somos eso: unos llokallas de costras peladas que miran casi babeando las jugadas que el jailón Brasil y la jailonísima Alemania exhiben en nuestros televisores.

Poco importa, lo repito. Nuestra realidad nos sitúa en los márgenes del fútbol, pero no fuera de él. Conozco Sudamérica, una porción de ella, y puedo decir que ni siquiera en la pentacampeona Brasil vi más intelectuales del fútbol que en la unimundialista Bolivia. 

Nuestra pasión es desprendida. Pide poco. De hecho, nada: si Neymar se corona campeón, agradecerá a deus y al pueblo brasileño. No a los bolivianos que lo idolatran desde sus tiempos de enfant terrible tropical, cuando lucía un peinado a lo Pájaro Loco y guiaba una goleada de ocho pepinos. 

La pasión futbolera tiene una vocación de búmeran: el hincha, incluso el hincha más incondicional gasta sus cánticos con la inocultable intención de que estos retornen en forma de trofeos. En los mundiales, la pasión del fanático boliviano es una botella que se lanza a ese mar que no tenemos. Llegará a una orilla en la que a lo mejor se hable otro idioma, pero llegará. 

Mis botellas en Rusia 2018 ostentarán los ribetes de Francia, Alemania y Perú. Cuando era niño, la cuestión era más binaria: o te gustaba Brasil o te gustaba Argentina. Si escogías Brasil, se suponía que eras táctico, gambeteador, incluso buen tipo; si escogías lo segundo, algo de arrogante debía de haber en vos, mucha garra, orgullo gaucho. Siempre escogía Argentina. No por jactancioso ni por la tan relamida mitología rioplatense, sino porque en esa selección jugaba mi ídolo, mi tocayo: Gabriel Omar Batistuta. 

Ser argentino era difícil. Y, al parecer, todavía lo es: nunca los vi campeonar, ni siquiera con Messi, que le inyecta a la camiseta una poesía límpida y una humildad que deroga todos los estereotipos. 

Como dije, este Mundial seguiré con atención a tres selecciones. De Francia me gusta todo eso que a Le Pen debe dolerle: lo migrante de su alineación: Mbappé, Dembelé, Pogba. Hijos de africanos, estos jóvenes dialogan en la cancha como si se conociesen de toda la vida. Dembelé y Mbappé son magia pura. Osados, escurridizos. No por nada, al del PSG lo han apodado con un nombre de tortuga ninja: Donatello. Paul Pogba, por su parte, es la voz de la razón. Si Mbappé es un Donatello de ficción, el del Manchester United es el Donatello del Renacimiento: mira el campo de juego como quien mira un bloque de mármol intacto y su arte consiste en cavilar igual que un escultor antes de cincelar con el martillo: soberbia caricia. 

A Alemania la sigo desde antes que se pusiera de moda. Gracias al Borussia Dortmund, siempre he pensado que la Bundesliga es más placentera que la liga española. Ya en mi PlayStation 2, allá por 2013, me gustaba escoger la camiseta alterna de la Mannschaft –verde floresta– y alinear un hexágono que siempre daba resultado: Khedira, Özil, Gundogan, Müller, Reus, Klose. Bien pensado, lo de los alemanes más parece un equipo de futbolín. Son tan organizados, que difícilmente un jugador pierde la línea. Esa rigurosidad les significó una casi capota en el Mineirão en 2014, y cómo la celebré: miré el juego con mis amigos en el cine de la Casa de la Cultura y luego bebimos como si estuviésemos en Oktoberfest. 

Finalmente, Perú. Los veo desde que Gareca asumió la dirección técnica y a partir de entonces no han hecho otra cosa que tapar bocas. Con o sin Guerrero, con o sin los puntos que la FIFA le arrebató a Bolivia, los mediocampistas y atacantes peruanos remiten a veces a lo que España logró en su tiempo y Chile hasta hace muy poco. Tiquitaca incaico, diciendo. Ese segundo gol que le hicieron en marzo a la Croacia de Rakitic y Modric  –taconazo de Carrillo a Trauco, incursión de Farfán, definición de Flores– despierta pulsiones que nuestros vecinos consideraban enterradas desde la llegada de Pizarro. 

Así que la gloria es esto, me dijo emocionado un colega limeño.  Bonita época para que los bolivianos nos sintamos altoperuanos de nuevo, le respondí. Al final de cuentas fuimos parte del mismo imperio, dijo él.

La misma vaina.

Mismos anhelos.

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De PÁGINA SIETE, 03/06/2018

Fotografía: Las Campeonas de los Andes, Churubamba, Perú 

La niebla perenne

LANDER ZURUTUZA

Cerraron las grandes industrias metalúrgicas, químicas y madereras de Lezo de la década de los setenta del siglo XX. Muchos emigrantes regresaron a su tierra, a Extremadura, a Castilla… Otros se quedaron e integraron. Se fueron para siempre de su puerto los cargueros chinos y soviéticos; aquellos dos marineros de Formosa que un día nos encontramos a la salida del colegio y nos garabatearon una hoja con misteriosos signos orientales; la emoción infantil de acceder a las entrañas de uno de aquellos monstruos flotantes con intenso olor a chatarra y gasóleo de mala calidad y llevarse además una moneda de Hong Kong o algún lejano país. Cerraron el acceso a los muelles y a esa bahía que durante siglos utilizaron en su día a día niños, bateleras, pescadores, marineros y calafates del lugar. Desapareció también la central térmica con sus depósitos de carbón y los humos del averno. Ahora los tordos y las malvices pasean sin temor por los jardines, por las noches los zorros cruzan la carretera y el búho se deja notar cerca de casa. La vegetación coloniza las laderas del monte Jaizkibel como nunca antes hemos conocido, engullendo prados y caseríos que van quedando vacíos. Vuelve la vida, regresa la naturaleza con toda su fuerza. Y la niebla perenne.

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Del muro de Facebook del autor, 04/06/2018

Fotografía: Lander Zurutuza/Lezo en 1982

¿Anarcoperonistas?


JUAN MANUEL FERRARIO

A Angelita Sánchez Lobato, y a todos los anarquistas que enfrentaron al régimen peronista

Para empezar, el anarquismo es antipersonalista, esto quiere decir que por eso se llama “anarquismo” y no lleva el nombre de ninguna persona, porque considera a todos los hombres y mujeres como iguales, sin poner a ninguno por encima de otros.

Luego habría que recordar cómo Juan Domingo Perón, “el primer trabajador”, estuvo matando trabajadores en la llamada Semana Trágica de 1919, desatada tras la represión a la huelga de los obreros de los Talleres Vasenao Para quien ponga en duda este dato, puede remitirse a las fuentes que presenta Luis Alberto Romero al respecto. [1]

En tercer lugar, podemos leer los discursos del joven Perón en el Círculo Militar, al resto de los militares argentinos, donde les decía que había que ser ágiles y darles una migaja a los obreros para que no exijan el pan entero -entiéndase la revolución social-.[2]

Cuarto, podemos citar el conocido apoyo de Perón a la dictadura de Uriburu y más tarde al militar Justo, mientras estos dos militares fusilaron a los anarquistas Joaquín Penina en Rosario, Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó en Buenos Aires, o apresaban y deportaban a miles de anarquistas, sin hablar de los pobres anarquistas Pascual Vuotto, Santiago Mainini y Reclús De Diago, los denominados “presos de Bragado”, que pasaron años en la cárcel por un crimen que no habían cometido. Esto pasó durante el gobierno de Justo, amigo de Perón, como así también los procesos a la Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A), la combativa federación anarquista que sufrió los antes citados procesos en sus sindicatos más fuertes, el de panaderos y el de los choferes, principalmente en los años '30.

Cómo no citar la amistad de Perón con el general EIbio C. Anaya, aquel famoso fusilador de obreros en las huelgas patagónicas, quien, como Perón, formó parte de los oficiales que llevaran a cabo el golpe militar de 1943 y que más tarde sería amigo personal de otro dictador, Juan Carlos Onganía. [3]

Recordemos también aquella frase de Agustín P. Justo, el amigo de Perón, quien siendo ministro de Guerra, luego del atentado del anarquista Kurt Wilckens, decía frente a los periodistas: “Esto no quedará impune, el castigo será ejemplar”, haciendo alusión al atentado en el que el anarquista alemán mató al teniente coronel Varela, aquel represor que se encargó de fusilar a más de 1.500 anarquistas en las huelgas del sur, entre los años 1921 y 1922. Y de hecho, el castigo fue “ejemplar”, porque Kurt Wilckens será asesinado en la cárcel. [4]

Pero ya entrando en lo que fueron los gobiernos peronistas, no podemos dejar de destacar que Perón hizo del 1º de Mayo, aquella fecha originada mucho antes de este militar, (cuando ese día de 1886, fueron ahorcados varios anarquistas por pedir las 8 horas de trabajo) una fecha de comparsa y fiesta, de locro y choripán donde se elegía a la reina del 1 de Mayo, quitándole a este día su contenido combativo y aguerrido, que tantos muertos había traído al querer recordarlo en Argentina en 1904, 1905 y 1909, sobre todo.

No podemos dejar de destacar la admiración que tenía Perón por el régimen del dictador italiano Benito Mussolini, el mismo que decía Todo para el Estado, todo por el Estado, nada fuera del Estado, frase que Perón copiará y modificará a Todo dentro de la Ley, nada fuera de la Ley.[5]

Y de Mussolini no sólo copió sus frases, también tomó su estatización de los sindicatos y su burocratización para poder controlarlos y sacarles autonomía y combatividad.

De la dictadura comunista rusa el peronismo también tomará sus planes quinquenales para regular la economía. El peronismo no tenía nada que ver con el sindicalismo de principios del siglo XX, éste era aguerrido, bregaba por la lucha de clases, era ateo, horizontal e internacionalista; el peronismo, en cambio, será católico, militarista, nacionalista, vertical, y lucha por la conciliación de clases.

Perón no sólo admiraba a Mussolini, sino también, y sobre todo, al general Primo de Rivera, el dictador español entre 1923 y 1930. Perón admiró también a Adolf Hitler, uno de los peores criminales de la historia de la humanidad, y a cuyos jerarcas sobrevivientes les dio entrada clandestina a la Argentina, con toda la documentación necesaria para pasar desapercibidos durante décadas. Fue amigo del dictador paraguayo Stroessner, reivindicó regímenes como los de Somoza en Nicaragua y Batista en Cuba. Y cuando se fue de Argentina ¿quién le dio asilo político a Juan Domingo Perón? Nada más ni nada menos que Francisco Franco, el “generalísimo” que mató y acribilló a media España, a miles y miles de anarquistas, socialistas y republicanos durante décadas de dictadura. y Perón no era el pobrecito exiliado como quisieron hacer ver luego los montoneros con su periódico “El Descamisado”, porque durante su estadía en España, Perón estuvo en uno de los barrios más residenciales de Madrid. [6]

Ni hablar de Eva Perón, aquella que fue recibida por Francisco Franco con todos los honores, que salió en fotos con sus tapados de piel saludando al criminal español y hablando de sus “descamisados”. [7]

Ésa era la misma Eva Perón que tildaba de “locos” a los anarquistas, a los que les decía: “A Perón no se le hace huelga, carajo”.

Tampoco hay que olvidar que Perón mantuvo la Ley de Residencia, aquella sancionada en 1902 exclusivamente para expulsar obreros anarquistas inmigrante s, y que fue derogada recién en el gobierno de Frondizi, cuando ya casi no habían quedado anarquistas vivos o fuera de las cárceles.

Ni hablar de las increíbles escuelas racionalistas creadas por los anarquistas a principios del siglo XX, para educar libremente a los niños, que luego serán reemplazadas por “Evita me ama” en los pizarrones de las escuelas estatales.

Cómo olvidar el atentado peronista contra la antigua Biblioteca Emilio Zola, fundada por los anarquistas, y que a punta de pistola fue copada por matones peronistas para convertirla luego en una unidad básica del Partido Justicialista. Frente a esa biblioteca, en 1923 y en plena huelga tras el asesinato de Kurt Wilckens, los anarquistas se habían tiroteado con la policía. [8]

Sin olvidar a los obreros gráficos rosarinos, que fueron expulsados de su local por la CGT, la central peronista, y que a partir de entonces tuvieron que reunirse en un bar de calle San Martín y San Lorenzo de dicha ciudad. Tras la huelga gráfica de 1949, muchos de los gráficos fueron apresados. [9]

Por otra parte, no se puede dejar de lado la vinculación de Perón y su segunda esposa, María Estela Martínez de Perón, con José López Rega, la máxima figura criminal, que pasó de ser un simple cabo de policía a líder de la Alianza Anticomunista Argentina (puesto en ese lugar a dedo por el mismo Perón), agrupación parapolicial que asesinó a cientos de estudiantes, intelectuales, políticos, obreros, actores, etc.

Y fue también Perón quien ascendió al comisario Fernández Bazán, el mismo que en 1936 asesinó a los anarquistas Miguel Arcángel Roscigna, Fernando Malvicini y Andrés Vázquez Paredes, arrojándolos al fondo del Río de la Plata con peso en los pies, método conocido como “Ley Bazán”, que se generalizaría luego en los años '70. y decíamos entonces que en 1946, Perón ascenderá a este criminal a subjefe de la Policía Federal, y más tarde cumplirá su sueño dándole un cargo como diplomático de su gobierno. [10]

Jacinto Cimazo, el militante anarquista, nos resume al peronismo de la siguiente forma:

Sometimiento absoluto a la CGT; plan quinquenal de tipo militar; militarización de la infancia; monopolio estatal del comercio exterior; enseñanza religiosa en las escuelas; centralización financiera en manos del Banco Central; avasallamiento de las universidades; monopolio oficial de la propaganda radiotelefónica; acción impune de las bandas nacionalistas; sometimiento de la prensa y campañas violentas

Y luego prosigue:

destrucción y persecución de los gremios obreros independientes; censura radial; sabotaje del correo a la prensa y propaganda opositoras; prohibición de las huelgas y orden de producir al máximo; procesos por desacato.

Y hay más aún:

creciente dominio de la Iglesia; auge del nacionalismo en las reparticiones públicas; alianza virtual con el régimen de Franco..., etc, etc. [11]

Luis Danussi, otro militante anarquista, define al peronismo como demagogia, soborno a escala colectiva planificado por el gobierno que manejaba discrecionalmente la economía del país, y la represión que no conoció límites para aplastar a quienes protestaban aunque luego apareciera la concesión por vía oficial, como acto de gracia y con el programado agradecimiento de los 'humildes' a su benefactor. Todo ello al tiempo que se eliminaba a los militantes más conscientes y dignos, como una de las formas, entre otras muchas, de lograr la total extinción del espíritu aguerrido que tradicionalmente animó a nuestra clase obrera. Y agrega más tarde: El propio fenómeno fascistizante del peronismo tuvo origen en los cuarteles donde se incubó el GOU, que creía en el triunfo de los nazis cuando el movimiento obrero bregaba por su derrota... [l2]

Anarquistas como Mario Franchotti, serán perseguidos durante la huelga ferroviaria nacional de 1951. Este compañero logra evadir a la policía gracias al periodista y abogado David Kraiselburd, quien el 17 de Julio de 1974 será asesinado por Montoneros.

Compañeros anarquistas como el científico Rafael Grinfeld serán expulsados de la Universidad. Grinfeld pierde así su cargo de director del Instituto de Física de la Universidad de la Plata, por no adherir al peronismo.

Ya en 1943, el anarquista Jacobo Prince señala cómo el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), al que pertenecía Perón entre otros, seguía manteniendo relaciones con los nazis, siguiendo la política nazifascista del presidente Castillo, quien había gobernado antes del golpe de 1943. [13]

Serán los obreros marítimos, los navales y los portuarios los que más combatirán al régimen de Perón, y serán todos los sindicatos los que sufrirán la Ley de Asociaciones Profesionales, tomada del fascismo italiano y aplicada en la Argentina por Perón, que, entre otras cosas, da personería jurídica sólo al sindicato único controlado por el Estado, desconociendo cualquier intento de hacer otro sindicato paralelo libre de la burocracia sindical, que ya nacía. Esa ley fue la que fomentó el sindicalismo pago, sacando al obrero de su medio para convertirlo en un traidor al servicio del capitalismo.

Luis Danussi recordaba cómo en un acto en Plaza de Mayo, un conocido dirigente de la CGT le gritaba a Perón: “¡Hágase dictador, mi general!”.

Luego, mientras Perón pactaba con Frondizi, cientos de anarquistas de la F.O.R.A, panaderos, choferes, plomeros y cloaquistas, eran apresados.

Por último, quiero recordar que Perón no le dio nada al obrero (si te robo 100 y devuelvo 25 no te estoy dando nada) y si dio algo en función de que lo voten, fue terrible demagogo que jugó con la necesidad del pueblo.

Después de lo hasta aquí expuesto, podemos decir que autoproclamarse anarcoperonista no sólo es un absurdo, porque se trata de conceptos totalmente opuestos, sino que es burlarse de los miles de anarquistas que, no conformes con su heroísmo al enfrentar a Franco en España, al exiliarse cruzaron la frontera hacia Francia donde militaron en la Resistencia Francesa, combatiendo la ocupación nazi. Y los que sobrevivieron vinieron a la Argentina y aquí también tuvieron que darle batalla al peronismo, mientras los jerarcas nazis entraban al país con toda la impunidad que les dio Perón, o mientras luego un criminal como Franco le daba asilo a Perón en España.

Decirse anarcoperonista es burlarse de los miles de anarquistas presos, torturados, expulsados durante el régimen de Perón y de las miles de personas que mantuvieron durante años las bibliotecas anarquistas y los locales anarquistas de la F.O.R.A que fueron incendiados o copados a punta de pistola por matones peronistas.

Citas:
1 - “Breve historia contemporánea de la Argentina”, Luis Alberto Romero. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1994. Seguir Leyendo
2 - “Montoneros, la soberbia armada”, Pablo Giusani. Editorial Sudamericana-Planeta. Buenos Aires, 1984. Seguir Leyendo
3 - “La Patagonia Rebelde”, Osvaldo Bayer. Tomo IV. Editorial Planeta. Buenos Aires, 1997. Página 219. Seguir Leyendo
4 - Osvaldo Bayer. Op.cit. página 205. Seguir Leyendo
5 - “De Alfonso XIII a Franco”, Diego Abad de Santillán. Tipográfica Editora Argentina. Buenos Aires, 1974. Seguir Leyendo
6 - Diego Abad de Santillán. Op cit. Seguir Leyendo
7 - Recuerdo que “El descamisado” fue el nombre de un antiguo periódico anarquista, por lo que el peronismo no sólo usurpó fechas y sindicatos, sino también nombres de periódicos. Seguir Leyendo
8 - Osvaldo Bayer. Op.cit. Página 256. Seguir Leyendo
9 - “Luis Danussi, en el movimiento social y obrero argentino” (1938-1978), Jacinto Cimazo y José Grunfeld. Editorial Reconstruir. Buenos Aires, 1981. Seguir Leyendo
10 - “Los anarquistas expropiadores”, Osvaldo Bayer. Editorial Recortes. Montevideo, 2001. Seguir Leyendo
11 - Fragmentos extraídos del periódico “Acción Libertaria” Nº 97, marzo de 1947, reproducidos a su vez en el libro “Escritos Libertarios”, de Jacinto Cimazo. Editorial Reconstruir. Buenos Aires, 1989. Seguir Leyendo
12 - Jacinto Cimazo y José Grunfeld. Op.cit. Página 248 y 267. Seguir Leyendo
13 - “Una voz anarquista en la Argentina” (Vida y pensamiento de Jacobo Prince), de Jacinto Cimazo. Editorial Reconstruir. Buenos Aires, 1984. Seguir Leyendo

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De EL LIBERTARIO 

Mayo de 1968


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Hace cincuenta años. No hay mucho que celebrar y hace ya años que quienes recordaban haber estado en aquellas calles de las que arrancaron los adoquines para montar barricadas, dejaron de hacerlo. Desmemoria y nómina, pompa, senequismo. La inmensa mayoría vivimos aquellas semanas desde lejos, desde muy lejos habría que decir, tanto que hasta los hechos y las voces concretas quedaban muy desdibujados por un presente que nos tenía acogotados con una policía política que maltrató por sistema y un Tribunal de Orden Público que envió a la cárcel a miles de ciudadanos. Aquel espectáculo lejano venía a ser un golpe de aire fresco. Nunca he entendido el encono hacia aquel recuerdo, porque recuerdo es, de gente que aquellos días era un niño de parvulario, ni siquiera un adolescente, pero saber, saben más que nadie, y pontifican de lo no vivido o se burlan, eso a capricho.

 Aquellos de mayo de 1968, al menos en los recortes de prensa que conservo –la prensa del régimen execraba solemne de aquel levantamiento callejero–, fueron días de rebelión callejera, de barricadas, de gritos, pedradas, banderas, utopías, ni Dios ni amo, gases lacrimógenos... los parachutistas y los tanques del general Massu, el responsable confeso de las torturas en la guerra de Argelia, estaban apuntando, desde Baden-Baden, hacia París por si había que repetir la masacre de la Comuna de 1871. Se olvida. Todo se olvida. Se recuerda, es más cómodo, una épica juvenil que el tiempo ha convertido en un mascarón de cartón piedra y enviado a sus protagonistas al olimpo de la derecha malencarada, en el mejor de los casos, el más común. Las banderas rojas y las banderas negras tenían otra cara, otro futuro, que no pasaba por la calle y sí por caja. Dura lección. Muy extendida esta.

Mayo de 1968. «Nobleza de calendario» cantaba años más tarde Léo Ferré, emocionado después de haber visto por primera vez en su vida la bandera negra de los anarquistas flamear en las calles de París, en el atardecer del viernes 10 de mayo de 1968, la noche de las barricadas, la víspera de una huelga general que paralizó un país y se disolvió en humo. Dura lección, insisto, que hemos tragado a cucharadas soperas. El nuevo mundo que parecía nacer aquellos días tardó poco en hacerse viejo. Palabras, muchas, miles de páginas, iconografía de adorno y culto... hechos, pocos, condenados de antemano a transiciones pactadas, al juego parlamentario, al lenguaje de las urnas, al más de lo mismo o muy parecido.

Puedo preguntarme qué queda de aquello, pero no tengo más remedio que contestar que, como mucho, unas fabulosas tragaderas para los empujones que propinen los poderosos de ocasión o algo peor, el olvido más completo, la lírica utopía de la rebelión y del apropiarse de las calles hoy proscrita por la religión del orden y de la democracia, por una reacción de buen tono que no quiere líos, ni calles incendiadas. Nunca más. Debajo de los adoquines no está la playa sino la porra, la cárcel, las multas. La autoridad no se deja así como así y eso que los motivos de rebelión callejera se han multiplicado de manera alarmante. No hay día que no suministre un pretexto para la sedición más completa. El orden es el desorden más la fuerza, el poder, conviene tenerlo presente. No vivimos tiempos de barricadas, sino de represión del terrorismo, porque toda repuesta por muy aleve que sea al poder y sus excesos, lo es, terrorismo. No levantes los adoquines de las calles, allí donde queden, para buscar la playa porque te morderá el Código Penal azuzado por un centurión togado.

Y sigo preguntándome qué queda de todo aquello, cincuenta años después. Como mucho, canciones y una melancolía intensa de lo que no pudo ser y no fue... «antes de hacer la revolución en la calle, hay que hacerla en la cabeza», decía el mencionado poeta, Léo Ferré, y eso es más complicado, mucho más, sin comparación. Espolinar esas telarañas de convenciones, sectarismos de banderín y tribu, dogmas, consignas, prejuicios, autoritarismos caseros, machismos, sexismos y xenofobias de puertas para adentro, donde nadie te ve, es mucho más costoso que salir a la calle a pegar voces para regresar por donde se ha venido.

*** Artículo publicado en Diario de Noticias, de Navarra, y en el blog del autor, Vivir de buena gana, el 13/5/2018

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 13/05/2018

Monday, June 4, 2018

La habitación en la que Goethe trabajaba


WALTER BENJAMIN

Se sabe cuán sencilla era la habitación en la que Goethe trabajaba. Es baja, no hay alfombras ni ventanas dobles, los muebles no son imponentes. Fácilmente podía haber conseguido una habitación mejor. Ya por entonces había sillones de cuero y almohadones, aunque la habitación no se adelanta en absoluto a su tiempo. La voluntad mantiene las figuras y las formas de los armarios. Nada debía avergonzar la luz de las velas bajo las que el anciano se sentaba a estudiar por las noches, con la camisa de dormir y los brazos extendidos sobre la almohada desteñida. Pensar que hoy en día sólo se vuelve a encontrar el silencio de esas horas en la oscuridad de la noche, pero si se pudiera escuchar ese silencio se podría rescatar la conducta decidida e íntegra, la gracia irrepetible de esas últimas décadas en las que el rico tenía que sentir el rigor de la vida en su propio cuerpo. Aquí se homenajeaba el anciano en las inmensas noches en compañía de la preocupación, la culpa y la necesidad antes de que la endiablada aurora del confort burgués se asomara a la ventana. Todavía esperamos una filología que descubra ante nosotros ese ambiente próximo y determinante de la verdadera antigüedad del poeta. Esta habitación era el pilar de la pequeña construcción que Goethe dedicó a dos cosas: al sueño y al trabajo. No se puede llegar a apreciar lo que significó la vecindad en ese pequeño dormitorio y en esa pequeña habitación de trabajo tan aislada como un cuarto de dormir. Sólo el umbral y un escalón lo separaba de la cama mientras trabajaba, y, al dormir le esperaba su obra para separarlo todas las noches de sus fantasmas. El que por una feliz casualidad se encuentra en estos espacios puede reconocer la disposición de las cuatro habitaciones en las que Goethe dormía, leía, dictaba y escribía, y puede reconocer la fuerza que hacía que el mundo le contestara cuando tocaba en lo más íntimo. En cambio nosotros debemos conseguir un mundo de matices para hacer sonar ese débil tono sostenido en nuestro interior.

Walter Benjamin
Kleine Prosa Baudelaure
Traducción: Marian Merino Zorita

Foto: Despacho de Goethe
Goethe National Museum

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De CALLE DEL ORCO, 13/05/2018

Pessoa quería ser mi padre; mi madre y yo


ROCÍO Z MURGA

Era una niña con el pelo rubio y los ojos claros (siempre me decoro así en los sueños, supongo que por mamá) cuando Pessoa me secuestró porque quería ser mi padre y a su vez darle una hija a su mujer, que era estéril como una playa.

Ambos estaban completamente chiflados. En el salón de casa imperaba un zapato gigante como decoración. Todas las tardes, Pessoa hacía venir a un profesor de música y los tres la pasábamos tocando como en una orquesta: yo tenía un chelo al que le frotaba las cuerdas con el arco de forma histriónica intentando lograr fuego, pero nunca conseguía agitar con suficiente fuerza (quería acabar con todo aquello).

Continuamente intentaba escapar de aquella mansión de majaretas pero siempre me pescaban. Por las noches, "mi madre" o lo que aquel perturbado ser fuese, se sentaba a los pies de mi cama y se reclinaba hasta alcanzar mis labios para desearme buen descanso, mientras sus dedos buscaban mi torso consiguiendo que un hielo se deslizase por mi espalda. Me obligaba a mí misma a fingirle una sonrisa para no desestabilizarla.

De pronto me encuentro en un autobús. Estoy desorientada. Veo a lo lejos una explosión. Reconozco el gran zapato chamuscado en medio de la nada. El reflejo del cristal de la ventana me dice que ya soy mayor. De nuevo tengo el pelo y los ojos negros. J. se acerca a mi asiento y me pregunta adónde he estado todo este tiempo. Encojo los hombros y envuelta por una placentera sensación de alivio y libertad, le miento: De viaje.

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Ilustración: Igor Morski