Wednesday, May 30, 2018

Mujeres, demonios y bellezas

MAURIZIO BAGATIN

"Después de todo, solo las mujeres aman realmente” - Kawabata Yasunari -

Lilith, tal vez, bajo una luna negra, cuando diosa del amor pura e impura desencadena voluptuosidades y símbolos, más allá del mito, Eva, tú, fruto prohibido y mujer, como Ophelia - poesía, tragedia y sueño en Shakespeare, en Rimbaud y Pessoa - mujer, como Hipatia y Emma Goldman… Saartjie, la Venus Hotentote, Mata Hari, Carmen o Lucrecia Borgia y la papisa Juana, dama de hierro y femme fatale, geisha, Beatrice y Laura, santa y pecadora, aquella del amour fou, la viuda alegre y la suegra… 

En un fresco en Pompeya, petrificada en Ercolano, diosa… A-a, Anfitrite, Eurínome, Nidaba, Diana y Perséfone o mujer bíblica: Naama en el arca de Noé, María madre de Jesús, las de Sodoma y Gomorra, Ana, Magdalena y Ruth, las madres de los ladrones, ellas y todas las de las miles guerras, las de las mil y una noche, la que por última descansa, la primera que se levanta… Juana de Arco, Suzanne, Bocca di Rosa… hermafrodita, hetaira y virgen, escándalo y admiración.                                                                                                                                                                   
Doñear entre ninfas, doncellas y cortesanas, amilamias, reinas y rabizas, putas o pirujas, busconas y putañas, retratos de furias y dulzuras, paz y temblor, matriarcas y matronas, diabólicas china supay, mujeres arañas, poetisa Szymborska, narradora Yourcenar y maestra Montessori; filósofa Elena Cornaro Piscopia y sabia Aspasia de Mileto, anarquista Louise Michel, belle de jour y Elena de Troya, Medea y las desconocidas passantes

“For I have sworn thee fair, and thought thee bright,  Who art as black as hell, as dark as night”. (William Shakespeare)

En el conticinio, sola, contemplando el momento, en compañía, mirando al amado… todo lo efable de tu vida, mujer, la vía láctea y el paraíso, Atlántida y Utopía… diseñarlas o platónicamente, pintarlas sin tocarlas, en el sueño y la distancia. Si rompiendo el encanto me enamoraría - no el haber hecho el amor contigo - nunca… sino por literalidad y onomatopeya, una mariposa que se fuera a posar en una flor, toda su pureza, el encanto, toda su belleza… Sirena, amor perdido, la nunca encontrada, bruja, hechicera, maga, mujer heroína de tu novela, de las mías, voz de Billie Holiday, y aquella vista solo por casualidad, un minuto, toda la vida, mujer, que es el andar con el pincel de Joni Mitchell, tú, Juliette Binoche y Maruschka Detmers, y las Claudinas de esta tierra, El llanto de la excavadora, aún y siempre tú, mujer, demonio y belleza. Afrodita, por siempre, Penélope, en el tiempo… desnuda, posando, sonriendo y cocinando… hermosa criatura dando a la luz, amamantando, besando - ius osculi - sexual o erótica, púdica o maliciosa, en fin carnal cruz y delicia. Esfinge, un día, Eurídice, el otro, misteriosa e imposible. Dama histérica, mujerzuela… quimera siempre.           

Hoy, la del Facebook, la del semáforo de la esquina, en una revista, en la escuela, en el trabajo… siete por cada hombre sobre la tierra, mujer ella también, naranja azul y pachamama, Gaia, voluptuosa, excéntrica, maléfica… siempre infinita.                                                                                                                             
Las de Botticelli, las de Raffaello Sanzio, todas las mujeres, Susana San Juan, Madama Sui y Úrsula Iguarán, las pandorgas de Botero, las cúbicas de Picasso, Tamara de Lempicka, Lolita, las fluctuantes de Modigliani, Anna Karenina y Madame Bovary, nuestras madres, nuestro primer amor - lo que nunca se olvida - nuestras hijas, madres amantes hijas, hasta llegar a ti Raquel.
Mayo 2018 

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Imagen: Jules Pascin/En el cuarto de hotel, 1908

Tuesday, May 29, 2018

Arlés


JORGE MUZAM

Vincent se disculpa ante Theo por hacerle gastar demasiado dinero. Le narra paraísos visuales, alternancias cromáticas. Nada se le escapa, ni una silla, ni una sombra, ni el viento mistral barriendo las hojas secas. Sólo vive de pan y café a crédito. Prefiere gastar en telas. Tiene premura por pintar. No es posible que los amaneceres de Arlés se diluyan sin que quede registro en una tela. Le asombran los trigales, los geranios naranjas, los vergeles florecidos, las noches estrelladas, los cipreses con luna, el Puente Trinquetaille, la vieja diligencia de Tarascón. Todo lo boceta y lo comparte con Theo. Está atento a una posible venta de sus pinturas, aunque preferiría no vender nada. Pero el desinterés lo resiente. Está seguro de lo que hace. Confía en el reconocimiento postrero. El cambio cromático lo obsesiona, por eso trabaja frenéticamente, día y noche, con frío y calor, aunque ya percibe las posibilidades del colapso, la vista fatigada, la locura tocando la puerta.

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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 2014 

PHILIP ROTH: LA VIDA DEL ARTE, EL ARTE DE LA VIDA / EXTRAVÍOS


CLAUDIO H. VARGAS

I dig a hole and shine my flashlight into the hole

Philip Roth, comentando la intención de su obra

En Manhattan, a los 85 años, el pasado martes falleció Philip Roth. Con él desaparece no sólo uno de los autores realmente imprescindibles de nuestro tiempo, sino también una de las formas más fecundas y vitales de entender y vivir la literatura como un arte que es vida y que, en consecuencia exige un compromiso total y absoluto en su quehacer.

Hablar de Roth es hablar, antes que cualquier otra cosa, de una vida entregada a la literatura y de una literatura inmersa totalmente en la vida. En sus propias palabras: “El arte es vida también… La soledad es vida, la meditación es vida, el fingimiento es vida, la suposición es vida, la contemplación es vida, el lenguaje es vida”.

Y de todo esto, y de mucho más, se nutre la obra de Roth.

Roth fue, quizá, el escritor que, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, exploró con más fervor, imaginación y rigor y fortuna literaria las múltiples profundidades, paradojas y contrasentidos morales, sexuales, sociales, políticos, culturales, familiares e históricos del ser norteamericano y, por implicación, de lo que, en ese universo tan peculiar, significa, como escribió Charles McGrath, “ser americano, judío, escritor, hombre”, a lo que podría añadirse la experiencia misma de ser Philip Roth… o, simultáneamente, Nathan Zuckerman.

De esta un tanto desmesurada ambición artística dan cuenta los 31 libros que escribió -27 de narrativa, dos de memorias y dos más en que reúnen ensayos, artículos y entrevistas- a lo largo de poco más de seis décadas (Goodbye Columbus, su primer libro, es de 1959, el último, Némesis, de 2010).

Lo inusual en su caso no fue la abundancia de títulos, sino, por un lado, el alto nivel literario que distingue a cada uno de ellos, alcanzando en no pocas ocasiones genuinas obras maestras -pienso en El lamento de Portnoy (1969), La visita al maestro (1979), Zuckerman encadenado (1981), La contravida (1986), Pastoral americana (1997), Operación Shylock (1993) o los libros memorialistas Los Hechos (1988) y Patrimonio(1991)- y, por el otro lado en la manera en que supo mantener a lo largo de toda su obra una conciencia (y autoconciencia) tan moralmente lúcida como mordaz que dirigió sobre su circunstancia, sobre la América en que le tocó vivir -una que América se descubre a sí misma y no deja de luchar contra sí misma, contra su pasado y su presente- sobre su entorno étnico, familiar y afectivo más próximo y, desde luego, sobre sí mismo, es decir sobre todo aquello que le supusiera alguna alteración emocional intensa, que le interpelará moral y artísticamente de una manera inexorable. No por nada, en su intercambio epistolar con Zuckerman, éste le dice a Roth: “…las cosas que te desgastan son las que alimentan tu talento”.

Así, como toda obra de arte tan consciente de sus dones, responsabilidades y puntos ciegos como la de Roth, no se tiene más opción que adentrarse al fondo de los asuntos que le interpelen, de llevar a sus personajes a los extremos que les corresponden según sean las obsesiones y neurosis que los constituyen y de conducir a sus historias -incluyendo aquellas intrínsecamente metaliterarias- a excesos que no excluyen el carnaval, la infinita fiesta del placer y el deseo, la mezcla de la ficción con los hechos reales, el desdoblamiento narcisista del autor en personaje y del personaje en autor de lo que se narra.

De ello, la obra de Roth resultó no sólo en una de las críticas más hondas y severas –crítica guiada la más de las veces por una mirada irónica- de su tiempo, a la vez que una de las exploraciones de la condición humana más desaforada y pertinentes que nos dejó el siglo XX y la primera década del siglo en curso.

Su franqueza, su combatividad, su indiscreción misma no fueron sino muestras de una vocación artística impulsada por una pasión desencadenada por convertir todo en literatura, por hacer de la creación de arte una de las formas mayores que puede alcanzar la vida y de la vida una obra de arte en sí misma.

Cabe añadir, por cierto, que su retiro como escritor, hacia finales de 2012 a los 79 años, fue totalmente consecuente con este modo de entender cómo el arte y vida no son sino una misma cosa. Según confió a McGrath su decisión de dejar de escribir obedeció a que sabía que “…no voy a escribir tan bien como antes. Ya no tengo energía suficiente para soportar la frustración. La escritura es frustración, es una frustración cotidiana, ni hablar de humillación.” Algo similar le dijo al presidente Obama. Cuando en marzo de 2012, Obama le entregaba la Medalla Nacional de Humanidades y le dijo a Roth “No está aflojando el ritmo en absoluto”, Roth replicó “Ah, sí, señor presidente, desde luego que sí.”

De algún modo el ciclo de novelas con que escribió después de sus setenta años y con el que concluyó su vida literaria y que reunió bajo el título de Némesis –Elegía (2006), Indignación (2008), La Humillación (2009) y Némesis (2010)- anticipan de una manera conmovedora este hecho: cada una de estas novelas son una dolorosa y nada complaciente indagación sobre el declive y aguda vulnerabilidad, física, mental, psicológica, que presupone el envejecimiento, esa suerte de crepúsculo de los dones.

El Zuckerman de Elegía, el Marcus Messner, personaje que desde la muerte narra su historia en Indagación, el decadente y suicida Simon Axler de Humillación o el joven Bucky Cantor de Némesis, no poseen (o no son poseídos) la vitalidad obsesiva y masturbadora de Alexander el adolescente de El lamento de Portnoy o el vigor y el libido desaforado de David Kepesh de El profesor del deseo (1977) o de Mickey Sabbath de El teatro de Sabbath (1995), pero, al igual que estos creaturas rothiana, tiene una densidad y complejidad moral que, en su caso, les permite asumir su declive y su muerte sin patetismos ni autocomplacencias a la vez que no dejan de interrogarse una y otra vez sobre el sentido de todo ello.

Lo dicho: Roth es un autor verdaderamente imprescindible: nos enseñó, con los recursos propios de la literatura, a ver zonas de nuestra experiencia humana que no alcanzamos ni siquiera a entrever sin el concurso del arte.

Nota sobre las citas. La palabras de Roth del segundo párrafo son citados por Claudia Roth Pierpont, en la Introducción de su libro Roth desencadenado. Un escritor y sus obras (Random House, 2016, traducción de Inga Pellisa), un magnífico libro para conocer en detalle la trayectoria vital y literaria de Philip Roth. De sus páginas he tomado el título para esta nota y la anécdota sobre el Presidente Obama. La cita de Charles McGrath está en el obituario que dedica a Roth que publicó en The New York Times el 22 de mayo de este año -de ahí proviene también el epígrafe- y el artículo donde el mismo McGrath recoge las palabras del retiro de Roth, el 17 de noviembre de 2012 en el mismo medio.

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De LA JORNADA (Aguascalientes), 24/05/2018 

Monday, May 28, 2018

Los escritos de la anarquía. Tres artículos de Julio Camba


JULIO CAMBA

N.0 23, 26 de mayo de 1904


Momentos de prueba

Son las tres de la tarde: mayo, Madrid… El sol hierve en el espacio. Por las calles desiertas algunos organillos lanzan sus notas duras, tenaces, imposibles…


Vengo del juzgado de primera instancia del distrito del Hospicio. Ante este juzgado me presenté en apelación de una sentencia que se me impuso en [ilegible]. El señor juez ha tenido la amabilidad de confirmar la sentencia anterior, condenándome, además, al pago de costas. Mañana pues, mañana o pasado, ingresaré en la Cárcel Modelo porque, naturalmente, ni yo tengo dinero para satisfacer la multa a que se me ha condenado, ni la satisfaría aun cuando lo tuviese.


Vengo, dije, del juzgado. Al llegar a casa de Apolo, me entero de que Apolo se halla detenido por su artículo titulado "Los Viajes del Señor". Apolo detenido y yo en vísperas... "Decididamente -exclamo- nosotros somos terribles con la pluma". Y como no hay tiempo que perder, como tal vez mañana ya no me encuentre yo en libertad y Apolo no podrá subsanar mi ausencia, cojo unas cuantas cuartillas, mojo la pluma y escribo. Así cuando yo sea encarcelado esta noche, El Rebelde saldrá, que es lo importante...


Escribo aprisa, febrilmente, contando los minutos que transcurren mientras voy llenando y llenando cuartillas. Si este número sale un poco descuidado, que disculpen los compañeros. Con un pie en la calle y otro en la cárcel, sin disponer del tiempo necesario y con la precipitación que estas andanzas producen, no se pueden hacer grandes cosas.


En este artículo, solo me propongo dar la voz de alerta a los camaradas de provincias. Yo tuve la humorada de decirle a Maura que debía matarnos, y Maura, por lo que se ve, ha tomado en consideración mi consejo. Se trata, según todos los indicios, de hundir El Rebelde y para ello, se nos mete en la cárcel casi a la vez, a Apolo y a mí. Pero El Rebelde no morirá. Desde la cárcel, desde el presidio, desde donde sea lo escribiremos. Creo que hasta desde la tumba seríamos capaces de seguir nuestra obra...


Los momentos son de prueba. Ahora es cuando la conciencia revolucionaria debe hallar una manifestación positiva. Por nuestra parte estamos dispuestos a arrostrarlo todo, que para eso hemos lanzado El Rebelde a la calle en circunstancias nada propicias y hemos mantenido la entereza de su actitud cuando ello fue necesario, sin callarnos como se callan los cobardes, como se han callado los cobardes, ¡mil veces cobardes! en la hora más crítica para el Ideal… No, por cierto. Nosotros no nos hemos callado, ni nos callamos, ni nos callaremos nunca. Si por propagar la Anarquía -nuestra bien amada Anarquía-, se nos encierra, nosotros gritamos con toda la fuerza de nuestros pulmones. ¡Viva la Anarquía!


Si por defender a los trabajadores presos se nos mete en la cárcel, nosotros decimos que esos trabajadores presos son la ignominia de España y afirmamos, una nueva vez, su derecho a la libertad. Si por combatir la opresión y la injusticia se nos aherroja, nosotros nos rebelamos como antes contra esa opresión y contra esa injusticia crispando el puño ante las narices emporcadas de todos los altos lacayos. No. Nosotros no nos hemos callado, ni nos callamos, ni nos callaremos nunca. Nosotros no somos de los cobardes que se callan, vaciando su miedo en los retretes de donde jamás debieran salir…


Ya que tanto empeño hay en matar a El RebeldeEl Rebelde se continuará publicando, más valientemente, si cabe, que hasta ahora. Iniciada la lucha, esta será terrible: una lucha de poder a poder, de fuerza a fuerza, de tesón a tesón… Todo el mundo capitalista, burgués, autoritario, está contra nosotros. Es un mundo de fusiles, de montones de oro, de carne amaestrada, de atavismo aún preponderante: un mundo que dispone de los hombres y de las cosas, que tiene en sus manos las llaves de los presidios, que puede hacer y deshacer, en fin, sobre el eterno rebaño de la multitud inconsciente. Nosotros apenas si representamos una idea. Pero la Idea ha triunfado en todos los tiempos porque la Idea es indestructible y todopoderosa. Y declarada la lucha entre nosotros y ellos, entre El Rebelde y la autoridad, entre el anarquismo y sus adversarios, la victoria será ardua para cualquiera de las dos partes.


Por la nuestra llevamos una gran ventaja: No tenemos nada absolutamente que perder… Así las cosas solo necesitamos una ayuda: la de los compañeros de buena voluntad. Si nuestra gestión revolucionaria se considera buena; si se estima que nuestra inteligencia y nuestras energías pueden ser útiles a la causa común, que se nos otorgue el apoyo debido.


Con este apoyo, nos reiremos de todo en las barbas del fiscal, en las del juez, en las de Maura y en las de todo Cristo que las tenga.


Y ¡Viva la Anarquía!
Madrid.- A veinticuatro horas de la Cárcel Modelo


N.0 24, 3 de junio de 1904


La duquesa de Nájera y su perro Doré

"No podría sobrellevar mi vida -ha dicho Schopenhauer- sin el amor de un perro". Por cierto que uno de sus enemigos le replicó: "¡Cuánto mejor que en labios de un filósofo, estarían esas palabras en boca de una perra!...". Pero no se trata de una perra ni de un filósofo, sino de una muy grande y noble dama española, la excelentísima señora duquesa de Nájera.


El lector conocerá a la duquesa de Nájera por la deslumbradora leyenda de su Fausto, por el rancio abolengo de sus apellidos y por toda esta novelería que circunda los nombres ilustres. La duquesa de Nájera es un corazón capaz de todas las ternuras y de todos los caprichos: una de estas aristócratas, voluptuosas y perversas, que leen a Paul Bourget para indignación del Sr. Queralt, hombre de mundo, de muy poco mundo... Cuando su esposo llevó a San Petersburgo, con motivo de la coronación del zar, la representación de España, nuestra ilustre duquesa hizo conducir sus propias carrozas, con todo el personal de las caballerizas, a aquella esplendorosa corte de los grandes duques. Y entre todos los príncipes que acudieron allí, ella fue quien dio mayores pruebas de grandeza y de suntuosidad.


Pero habíamos invocado la exclamación de un filósofo: el querido maestro Schopenhauer que odiaba a los hombres y amaba a los perros. La marquesa de Nájera también ama a los perros. El lector conoce, sin duda, a muchas mujeres semejantes. Habrá visto sobre su regazo y a sus plantas los falderos de hociquito nervioso, pequeños y juguetones. Acaso estemos punzando en una herida sentimental, puesto que, a veces, miramos con un poco de rabia y de despecho, como el hocico de la bestezuela hurta de labios de mujeres los besos que nosotros hemos anhelado. Ello es, dejando aparte tristes pensamientos, que la duquesa de Nájera tenía un perro que era uno de sus mayores amores. Llamábase Doré y durante dieciséis años no se apartó de la duquesa ni aun en sus viajes. Debemos advertir que este favorito de la gran dama no se distinguía por ningún rasgo de belleza. Doré era un perro mezquino y de fea catadura, según aparece en una fotografía de Los Sucesos, el popular periódico informativo y sensacional.


Hace poco, Doré se ha muerto. Estos perros amados de las damas son como unos enemigos nuestros, a los que no podemos vencer ni con el talento, ni con el valor, ni con la fortuna. Es así, pues, que nosotros, cuando sabemos que uno de ellos se muere, nos regocijamos en lo más íntimo de nuestro corazón. Las damas, al contrario, lo sienten mucho, y, en este caso, la duquesa de Nájera ha querido perpetuar su sentimiento en una forma digna de ella. La duquesa de Nájera -y este es el motivo de nuestra crónica- ha comenzado por hacer embalsamar el cadáver de su amigo Doré; luego mandó construir una lujosa caja de roble, forrada de raso blanco y en cuya tapa un hábil tallista esculpió el busto del perro. En esta caja fue depositado el cadáver. Después, un notable marmolista se encargó de edificar un soberbio panteón, y este panteón será colocado en el mejor sitio del jardín de la duquesa para guardar los restos mortales del que, en vida, fue su más fiel camarada.


Creemos que es en el Fenelón donde se dice que amará mucho a los hombres quien sepa amar a los perros. Si la máxima es cierta no habrá muchos corazones femeninos tan sensibles como el de la duquesa de Nájera. El recuerdo que dedica a la memoria de su Doré le cuesta dos mil duros, de los cuales, la sola caja de roble ha importado tres mil pesetas. Además la duquesa hará rodear el monumento por un artístico enrejado y cuidará de que allí haya siempre frescas rosas que den su perfume al "triste recuerdo del amor perdido".


Suponemos que el lector no será uno de esos sociólogos que todo lo encuentran mal. Si lo es, nosotros no podremos complacerle. Sería ingrata la tarea de calcular cuántos desgraciados podrían alimentarse con lo que se gastó la duquesa en homenaje de su perro. "No seáis farsantes -decía Emerson a los filántropos que trataban de remediar la trata de negros- no seáis farsantes, que ya imaginamos lo que se os puede importar por la suerte de unos cuantos salvajes negritos". Más explicable parece perpetuar con grandeza la memoria de un animal familiar, que dar una limosna para socorrer a un pobre hombre, al cual no se conoce, cuyos lamentos no llegan al oído y el que no puede inspirar ni piedad ni simpatía. La injusticia social y la fórmula para resolverla están fuera de este breve y efímero episodio. "La señora duquesa -dice el periódico Los Sucesos- lloró la muerte de su amado perro". Esta es una razón de orden sentimental que lo explica todo. Un dolor que suscita lágrimas merece más respeto que el que solo produce frases, y aún que aquel que se traduce en buenas acciones. Por mucho que el lector haya sentido la muerte de los soldados rusos y japoneses, sentirá más la de un buen amigo suyo. La duquesa de Nájera ha sentido hondamente la de su perro, porque este era uno de sus mayores cariños. Y observad que la ley del cariño carece de articulado y que estamos ante el misterio, siempre impenetrable, de un corazón. Dejemos, pues, que ese pecho afligido, pomposo y ducal, se incline sobre la tumba de su fiel amigo, reservando nuestra indignación para las farsas caritativas y para las hipocresías filantrópicas.


El amor lo comprende todo: los hombres y las mujeres, las flores, las joyas, los versos, los vinos, los dioses, los héroes y los perros. qepd el pobre Doré y que se mitigue pronto el dolor de su amiga y dueña…


9 de octubre de 1905


El hambre
(disertación humorística sobre un tema fúnebre )


No conozco un oficio más repugnante que el de consolar al hambriento, sobre todo si el consuelo se le da en filosofía o en literatura. Ambas materias tienen, con la ventaja de entretener, el inconveniente de no nutrir, y nada me parece más innoble que usurpar, mediante una amena disertación, el tiempo que un hombre necesita para procurarse el sustento.


El hambre de los trabajadores demuestra una cosa: que es preferible ser rico a ser pobre, aun a falta de esos cronistas sentimentales que idealizan la miseria, diciendo que es en ella donde está la virtud. La virtud es un lujo demasiado caro y sus resplandores, sobre el rostro de una hermosa muchacha que no haya comido, no serán menos absurdos que lo serían sobre su cuello los de un collar de diamantes ¡tan fácil de desprender y de empeñar!


Los pobres poseen esa triste sabiduría que entre un lirio de Florencia y una hortaliza murciana les lleva a escoger la hortaliza murciana, y que entre una rosa de Alejandría y unos garbanzos castellanos, les hace optar por los garbanzos castellanos. Saben apreciar lo útil a costa de lo agradable y obran lógicamente ya que la naturaleza no ha puesto en las patatas el perfume de los nardos ni dispuso que las mariposas fuesen tan alimenticias como los corderos. Y no seré yo quien reproche a los pobres por esta falta de idealidad. Creo que para amar la hermosura de la nieve es necesario estar bien abrigado, y que, para apreciar la belleza del rocío, de las auroras y de los crepúsculos -cosas vaporosas y etéreas- se necesita llevar en el vientre la mitad, por lo menos, de la grasa que pueda contener en el suyo un comerciante de ultramarinos. Una mujer fea, pero casta, un escritor malo, pero modesto y un hombre pobre, pero honrado: he aquí tres sustantivos que para nada necesitan de sus adjetivos. Sobre todo en el último caso, donde el adjetivo, a más de sobrar, molesta.


De todo lo cual se deduce que el pobre no tiene consuelo ni en verso ni en prosa. Los poetas podrán, si quieren, darle hemistiquios; pero ha de ser después de las chuletas y a manera de postre. Antes aún había para los pobres una esperanza: la del cielo. Esta esperanza ha sido ya destruida, y hoy, como los pobres no se labren un paraíso en la tierra, pueden tener por seguro que su honestidad y su virtud, muy útiles para los ricos, habrán de ser para ellos perfectamente estériles.


Para consolar al pobre será menester engañarlo y este engaño se realizará en cuanto se pretenda apaciguar su hambre con un vaso de lágrimas. En su famoso artículo "Las palabras" ha escrito Larra unas líneas que vienen muy bien aquí: "Preséntele usted a un león devorado del hambre (cualidad única en que puede comparase el hombre al león) preséntele usted un carnero y verá usted precipitarse a la fiera sobre la inocente presa con aquella oportunidad, aquella fuerza, aquella seguridad que requiere una necesidad positiva que está por satisfacer. Preséntele usted al lado un artículo de un periódico, el más lindamente escrito y redactado, háblele usted de felicidad, de orden, de bienestar; y apártese usted algún tanto, no sea que, si lo entiende, le demuestre su garra que su única felicidad consiste en comérselo a usted".


¡Consolar al pobre! Tengo para mí que sería mucho más útil destruirlo. El pobre no tiene razón de ser. Su pobreza está en pugna con todas las leyes naturales y con todos los preceptos de la ciencia. Un buen gobierno sería aquel que eliminase a los pobres de la sociedad, para lo cual bastaría con prescindir de los ricos. El pobre no tiene razón alguna que le consuele de su pobreza. Los ricos se empeñan en dársela, porque a los ricos les conviene la resignación de los pobres; pero los que no son ricos ¿para qué van a esforzarse en revestir con apariencias de hermosura, de bondad o de virtud una cosa tan fea, tan sucia, tan triste como la miseria? Esa literatura sentimental aplicada a un problema esencialmente económico -el problema del hambre- ejerce sobre los pobres una función reaccionaria y vil. Mejor sería escribir elogios de la riqueza y dedicárselos a los pobres. Al hambriento que estuviese ante el escaparate de un restaurant de lujo, se explicaría que el dueño lo expulsara de allí; pero no que lo cogiese de la mano y con igual objeto un transeúnte que no tuviera en la tienda interés alguno. A los pobres, como a los enfermos y a los maridos ultrajados, hay que decirles la verdad para que luego se echen sus cuentas. La verdad de los pobres es que su condición les hace sucios, incultos, inútiles y desgraciados; que caminan por el mundo fatigados bajo el peso de la felicidad ajena, y que el día en que se irguiesen, echarían al suelo esta felicidad. He aquí la verdad de los pobres. Después de haberla dicho, es posible que me encuentre a un pobre en la calle y me enternezca hasta el punto de darle una pequeña limosna, que al fin y al cabo, uno es también un sentimental. Pero ya en mi casa, no me acostaré creyendo que hice una buena acción, porque sé demasiado que la tranquilidad de la conciencia no se puede comprar por una moneda de calderilla.


En mi casa diré como Anatole France: "Hoy he realizado una mala obra: le he dado una limosna a un pobre…".

5 de abril de 1906 

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De PEPITAS DE CALABAZA, Los escritos de la anarquía, textos de Julio Camba entre 1901 y 1907

Thursday, May 24, 2018

Al principio era una fábula: Italo Calvino entre mito y realidad

MAURIZIO BAGATIN

“En los vastos confines orientales/del azul palidecen los planetas, / el alquimista piensa en las secretas/leyes que unen planetas y metales”   - Jorge Luis Borges -

Nació exótico, entre semillas extrañas y plantas del Caribe, Bajo el sol jaguar me gusta imaginarlo…“Nací cuando mis padres estaban a punto de regresar a Italia después de haber pasado varios años en el Caribe; de ahí la inestabilidad geográfica que constantemente me obliga a desear ir en otros lugares”, nació fábula, discreta presencia entre mythos y logos, partisano y Edipo sin tragedia, amarrado y amando su pasión, la literatura: su primer cuento será Cesare Pavese en leerlo y pasarlo a Carlo Muscetta; en Aretusa lo publica en diciembre del 1945.      

Según él “las fábulas son verdaderas… tomadas todas juntas, en su siempre repetido y siempre variado caso de eventos humanos… son una explicación general de la vida, nacida en tiempos antiguos y mantenida en el lento meditar de la conciencia campesina, hasta nosotros”. Política, editoría, viajes, polémicas, adentro de aquel sueño todo el instinto del creador, el individuo que se va disolviendo y su firme voluntad en frenar su homologación… su fe en la literatura consistía en saber que hay cosas que solo la literatura, con sus medios específicos, puede dar…                                        

- Te imagino, te diseño…no eres invisible o fragmentaria, colgada o lejana, tampoco intocable, mística o exótica. A cada mirada eres imaginable. En cada visión te diseño. Eres sueño, fuego, inspiración, ciudad hembra, ciudad perra, ciudad sombra de todo el olvido necesario, de dioses y heroínas… laboratorio faunístico de seres imaginarios, de fantasías bizarras, tal vez, así te imagino mejor, mientras no existes te invento y cada día te someto a una nueva inspiración… erótica, encantadora, imposible. Eres luz y tiniebla, soberbia y frágil… el amor y el odio están en ti, actriz audaz y musa expoliadora de calles inmensamente vacías, y cuando llenas el silencio, amo tu grito primordial, el del dilúculo, el de la sonrisa de una Monalisa inventada, de una imposible Olympia púdica: ciudad, polis, metrópoli, rincón del mundo, utopía y quimera abstracta. Creación espontanea. Así un día Eutropia, Aglaura, Pentesilea, Laudonia y otro Leonia, la más actual…-.        

El imperio perfecto, los universos posibles, toda las paradojas del mundo, el fin, se puede enmarcar al poeta y a la prosa fantástica en este laberinto imaginario, paseando con Ariosto y Borges, entre Cortázar y Barthes, buscando siempre el lenguaje del hombre, la fábula que lo describe y el encanto de escucharla frente a una elegante fogata encendida, en una noche de invierno mientras afuera la nieve cae lentamente y firme se empalma en la tierra seca, y allí se queda petrificada, como una alfombra de marfil, como un mar de cristal. Una noche, todas las noches…                                          

Vendrán la levedad, la rapidez, la exactitud, la visibilidad y la multiplicidad, el pasado, las esencias de nuestro ser y el dran de nuestro hacer, hoy y el futuro, posibilidades y poetry para el nuevo milenio. Levedades lo que ha hecho con evidencia e inmediatez Milan Kundera. Su novela La insoportable levedad del ser es en realidad una amarga constatación de la Ineluctable Pesadez del vivirRapidez… es el lema latín que escogió en su juventud y lo hizo suyo: Festina lente (apresúrate despacio)… Exactitud… en la poesía de Mallarmé, la gran enemiga del azar, a pesar de ser también ella hija del azar, y sabiendo que el azar, en definitiva, ganará la partida. “Un coup de dés jamas n’abolirá le hasard”…Visibilidad… en la felicidad de algunas épocas, felicidad por la imaginación visual de la literatura del Renacimiento y del Barroco, en la del Romanticismo, en la pintura de Vittore Carpaccio… Multiplicidad… en una matemática de las soluciones singulares para Ulrich y sueño para Musil… Consistency ausente, y él como un Ulises moderno, adentro del sueño, siempre entre fábula y mito, entre seres imaginarios y realidades paradójicas que solo la ficción puede resolver…

Calvino que traduce a Conrad, que publica Stevenson, Balzac y Tolstoj y dirige Centopagine, la vitrina literaria internacional de los clásicos de Einaudi, Calvino con Il nome, il naso en el primer número italiano de Playboy, y que el 15 de marzo del 1980 aparece en “Il Corriere della Sera” con el Apologo sull’onestá nel paese dei corrotti.                                                                                                                                                                 
Intuyó que el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quien y que, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio. Escribió que“…los clásicos no se leen porque deban servir en algo: se leen solo por la alegría de leerlos, por el placer de viajar con ellos, animados solo por el deseo de conocer y conocerse”. Italo Calvino hoy es un clásico, para leer con el placer de conocer y de conocernos.
Mayo 2018  

Wednesday, May 23, 2018

Piazzolla


FESAL CHAÍN

Recuerdo de noche a mi padre escuchando Adiós Nonino de Astor Piazzolla, en nuestra primera pequeña cassettera. 1978. Yo lo miraba desde el pasillo, sentado en su sillón verde, con su rostro ladeado y su mano derecha sosteniéndolo, todo a media luz. No sabía si su tristeza era por la muerte de mi abuelo, o por alguna pelea con mi madre, o por lo que pasaba en Chile. Lo que nos había sucedido es que efectivamente se había muerto mi abuelo, que ellos se peleaban bastante y que Chile era una larga noche de gritos en la lejanía, y de seres humanos que dejaban de existir como si se evaporaran en el aire. Con Adiós Nonino como música de fondo de las imágenes de nuestra vida, la cosa se ponía aún más triste, a pesar del comienzo del fin de la cesantía de mi padre, de las vitrinas llenas de importaciones, de la plata dulce con el dólar a 39, de los paseos en el auto nuevo. Eso era el decorado de nuestro silencio público, la superficie de nuestra angustia privada, de los discos fondeados en el entretecho, de las visitas clandestinas de amigos, de los tíos que no querían ir más al Estadio Nacional a ver el fútbol, de mis ruegos de cada Pascua, para que se fuera el culpable de nuestra pena infinita.

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De POESÍA PARA ALENTAR CORAJE (blog del autor), 22/05/2018

Tuesday, May 22, 2018

La camotera boliviana


ÁLEX AILLÓN VALVERDE

El boliviano no se enamora, se encamota. La camotera (el camotismo, el camotaje, el camotazgo, como prefieran llamarle), no es sino el amor en su estado descomunal. El camote boliviano, no ve, no escucha, no entiende. Sumido en la contemplación total del objeto amado, el camote boliviano camina por el mundo y sin embargo, no está en este mundo. La gente mira pasar al camote y lo ve con una mezcla de ternura, miedo y desprecio, porque saben que alguna vez, como bolivianos, también deberán enfrentar la misma condición. Estar camote, sin embargo, puede ser una condición pasajera y disfrutable. Es pues lindo estar camote. Mientras estás camote estás en diálogo directo con Dios. Eres un iluminado, el filósofo esencial de las estrellas. En Bolivia, apreciado visitante, los camotes son parte del paisaje y están libres por todas partes. Puedes verlos posados en los árboles, en los cables de alta tensión, en los teleféricos o, sin más, en las calles. Si te los encuentras, no los asustes, no les preguntes estupideces, no soportan las cámaras y otras frivolidades tan habituales y tan por debajo del verdadero amor.

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Imagen: Francis Picabia


El Mozart del fútbol

JORGE CUBA LUQUE

Er lebte, weil er leben musste
vom Fußballspiel fürs Fußballspiel
Friedrich Torberg            

Matthias Sindelar parecía haber nacido para ser un futbolista fuera de serie, como quedó claro en 1934 en su calidad de delantero y capitán de la selección de Austria: fue durante el Mundial de Italia cuando su eficacia, su velocidad, la gracia deslumbrante de su dribbling que parecía una pirueta eterna, dejaron boquiabiertos a los fascistas que colmaban los estadios de Benito Mussolini. Lo apodaban der Fußball-Mozart, “el Mozart  del  fútbol” por su genialidad cuando se adueñaba de la pelota en una cancha. Como el inmenso compositor de Eine kleine Nachtmusik, Sindelar había nacido en Austria, y su familia, de origen checo, se instaló en Viena (entonces capital de Imperio Austro-Húngaro), en Favoriten, barrio de alcurnia obrera, poblado por provincianos llegados a la imponente capital con la ilusión de una vida mejor. A los quince años, tras la Gran Guerra, Sindelar forma ya parte del ASV Hertha, semillero del fútbol austriaco. Pasa luego, en 1924, al FK Austria, llamado “el Viena”, al que hará ganar, tres años consecutivos, el campeonato nacional. Al final de su carrera habrá jugado setecientos partidos y marcado seiscientos goles: la claridad y destreza de su juego, su harmonía entre lo individual y lo colectivo, la eficacia de sus tiros al arco hicieron de él un ídolo con rango de artista. Lo llamaban también “el Hombre de Papel”, Der Papierene,  por la fineza de su estampa, por la manera como se escabullía entre las más cerradas de las defensas de los equipos contrarios.

Der Papierene formó parte de una formidable camada de futbolistas austriacos, aquella que constituyó una extraordinaria selección nacional llamada das Wunderteam, “el equipo maravilla”, cuyas señas de identidad eran los pases cortos y rápidos, las gambetas, la sincronización entre ataque y defensa; era un colectivo orquestado por el entrenador Hugo Meisl que tenía en Sindelar a la estrella más luminosa en ese equipo de estrellas. Austria llega al Mundial de Italia como favorita para llevarse el título de campeón aunque sabiendo que Mussolini y sus fascistas habían decidido que la Squadra Azurra fuera que la que ganara la copa Jules Rimet. Desde el inicio del Mundial, Austria tuvo que enfrentarse a huesos duros de roer: primero Francia, después Hungría. Finalmente, en semifinales, Italia, en el estadio de San Siro, en Milán, con el  Duce en las tribunas: el Wunderteam vendió cara su derrota, un ajustado 0-1 que le permitió a Italia disputar la final y a la postre ser campeón.

Mathias Sindelar estaba en el apogeo de su carrera, y  aunque andaba ya en la treintena tenía todavía buen fútbol para rato. El Equipo Maravilla se propuso algo: sacarse el clavo en 1938, en el Mundial de Francia, y llevarse el título de campeón. Antes se darían un paseo por los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936.  Pero durante las Olimpiadas organizadas por los nazis en la capital del Reich, Austria volvió a quedarse con la miel en los labios: sin el Hombre de Papel, lesionado poco antes del inicio de los Juegos Olímpicos, el Wunderteam se topó en la fase inicial con la selección de Perú, equipo sorpresa que había goleado 7-3 a Finlandia con un fútbol vistoso y virtuoso, pícaro y efectivo.  Tras un reñido partido que tuvo un alargue en el que se impusieron los sudamericanos por 4-2, los dirigentes austriacos denunciaron irregularidades ante el Comité Olímpico Internacional alegando que durante el match un grupo de aficionados peruanos invadió la cancha y agredió a algunos jugadores de austriacos luego de cada gol. El COI resuelve que se juegue un nuevo partido, los directivos peruanos no acatan la decisión y toda la delegación abandona la Villa Olímpica. Austria pasa entones a disputar la final y, una vez más, su  adversario es Italia, e Italia se llevará el título olímpico.

Al reponerse de su lesión Matthias Sindelar se reintegró al Viena. Era 1937  cuando, a mediados de febrero Hugo Meisl, el mentor y forjador de la selección austriaca, muere  de una crisis cardiaca.  Con un  nuevo entrenador,  Heinrich Retschury, aunque sin Matthias Sindelar, Austria se clasifica para el Mundial de Francia. Si bien el Wunderteam empezaba a entrar en años, podía todavía imponerse como triunfador en el Mundial que se venía, lo que sería la culminación de casi una década de fútbol eficaz, fino y creativo; der Fußball-Mozart dejaría el fútbol como campeón mundial. Pero una vez más Austria se quedaría sin acariciar la copa Jules Rimet, esta vez por los designios aciagos de la Historia: el canciller Adolf Hitler, nacido en Austria como Sindelar, decreta en marzo de 1938 el Anschluss, la anexión de Austria, convirtiéndola en una provincia integrante de la Gran Alemania.  

Las consecuencias del  Anschluss serán terribles en Austria, pues entra en vigor todo el  sistema de exclusión y de represión del Tercer Reich: las leyes raciales, el asedio policial, la instauración en suma de un Estado totalitario en el que solo había lugar para un partido, el Nacional Socialista. Empieza pronto la persecución antisemita, la represión implacable a los opositores al nazismo, la absorción de todas las organizaciones públicas, entre ellas, la Federación Austriaca de Fútbol, inmediatamente desafilada de la FIFA. 

Los responsables del deporte nazi conocían bien el Wunderteam y su juego deslumbrante; conocían también a Matthias Sindelar y sus diabluras con el esférico. No obstante el importante énfasis que el régimen de Hitler dio a la excelencia en la práctica de los deportes, el fútbol alemán no lograba levantar vuelo ni era tomado demasiado en serio por los equipos rivales. La decepcionante actuación de la Nationalmannschaft en las Olimpiadas de Berlín provocó la salida del entrenador Otto Nerz y su reemplazo por Sepp Herberger. La incorporación del balompié austriaco al alemán significó no solo contar con una formidable cantera, sino también la asimilación de una concepción novedosa del fútbol. La fusión de las dos selecciones no fue fácil. Para empezar, las autoridades alemanas destituyeron a Retschury, y Herberger fue designado entrenador del flamante equipo nacional. Inicialmente no todos los austriacos quisieron jugar por la nueva casaquilla pero poco a poco formaron parte del equipo.

Uno de ellos dijo no al comienzo y dijo no al final: Matthias Sindelar. Despreciaba a los nazis, odiaba su intolerancia, su racismo, su militarismo; detestaba todo lo que tenía que ver con Adolf Hitler. Cuando le propusieron integrar la selección, no aceptó; el Hombre de  Papel pretextó que ya no estaba en edad para jugar en el primer nivel. Poco antes, los directivos del Reich organizan un partido de “despedida” entre Austria y Alemania, encuentro que debía terminar en empate según la voluntad de los nazis. Sindelar volvió a jugar: se le veía triste, más flaco que nunca, disputando un partido aburrido, sin goles, una estafa más de los nazis.  Al minuto setenta Sindelar recibe un pase en profundidad, dos alemanes se le abalanzan para quitarle la pelota pero él pasa entre ellos, tres zagueros intentan lo mismo y el Hombre de Papel vuelve a burlar a los alemanes, corre hasta la línea de gol,  burla al arquero, se detiene un segundo como esperado a sus rivales y coloca suavemente el balón dentro del arco; su gol motivó otro gol austriaco, y Alemania perdió por 0-2. Tan pronto el partido concluyó los nazis inscribieron su nombre en una lista negra.

Matthias Sindelar amaba a Camilla Castagnola, una intelectual italiana de origen judío, militante antifascista refugiada en Viena. Ambos comprendieron que la Gestapo los tenía vigilados: a él por su insolencia y su abierto desprecio del nazismo, a ella por ser judía, por su antiguo activismo político. Ni ella ni él se reconocían más en ese país entregado a Hitler y su doctrina criminal y maléfica. 

El 23 de enero de 1939 la policía irrumpe en el domicilio de la pareja y encuentra sus cuerpos sin vida en la cama: una fuga de gas les había causado la muerte. Nunca quedó claro si fue un suicidio o un asesinato. El 28 de enero, más de diez mil personas acompañaron los restos del Papierene  a su última morada. Le dijeron así adiós al muchacho del barrio de Favoriten, a ese héroe de la alegría, a ese artista del fútbol, a ese hombre libre.  

Del libro MUNDIALES Y DESTINOS


La niebla grisácea de mi comprensión


JORGE MUZAM

No alcanzo a vislumbrar el diseño completo de mi propia vida. Menos la de otros. Menos aun la de todos. Solo veo un lado remoto, con cierta luz, a cierta hora, medianamente despierto. Al instante siguiente lo mismo ya no es lo mismo. Ha mutado ese lado remoto, ha mutado la luz, he mutado yo, mi ánimo, mi expectativa, mi interés, la niebla grisácea de mi comprensión.

Imagen: Zdzisław Beksiński 

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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 20/09/2015






«Camarada Pedersen»


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Gymnaslaerer Pedresen (2006), del noruego Hans Peter Moland. La he empezado a ver visto con prevención, pero me ha acabado enganchando ese retrato vitriólico de militantes maoistas noruegos del 68 y los setenta en una sociedad acomodada, que me ha recordado a otros enardecidos sesentayochistas, chequistas de alma (El chekista, temible película de Aleksandr Rogozhkin), pasionarias de pueblón racistas hasta las katxas, inolvidables, pequeños burguesas que jugaban  a hacerse proletarias o proletarios hasta que la cadena de montaje o la cantera las tiró a la cuneta de la historia, tras haber vendido infumables pasquines de propaganda, inquisidores de taberna, ideólogos vinosos... ¿Ser dichoso? Eso es cosa de pequeños burgueses, la razón de la historia, decían aquellos maoístas de pueblón en la alta madrugada de los tragos, estaba con ellos, iban de obreros a Alemania para poder leer los textos de Rosa Luxemburgo en alemán y han acabado dando lecciones reaccionario-cristianas desde la más palurda derecha.... Sermones, sermones, arengas, empujones, los más listos siempre... «La perra que los tiró», diría Alfredo Zitarrosa (en La ley es tela de araña)... Si al menos hubiesen sido anarcos de alma, libertarios de los de ni Dios ni amo, pero no, no, las filas (prietas), el orden, la crueldad ratera, las reglas, la vida entregada a la Causa les vencía el seso... ah, sí, y el dominar al prójimo y jalear la lucha armada y etcétera... Recuerdos durmientes que a la menor despiertan y desvelan.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 19/05/2018 

sobredosis de letras (reloaded)


PABLO CEREZAL

Al ampliar el campo del conocimiento no hacemos sino aumentar el horizonte de la ignorancia
Henry Miller

Ando estos días descabalgando saberes, desordenando los desordenados estantes de mis desórdenes más flagrantes, esos que me dicen que debo estar al día, en lecturas, músicas, y cosas de esas que me harán aparentar neandertal ante mi hijo, en breve, cuando a él ya le hayan crecido teclas en las yemas de los dedos y me pregunte qué cosa negra o azul (dependiendo de la tinta) es ese bolígrafo que a él se le antoja nave espacial con que recorrer espacios. Los tiempos mandan, y probablemente no llegue a saber que yo también recorría espacios en blanco, antaño, con ese mismo bolígrafo, sólo para imaginar imaginarios recorridos por entre las galaxias del verbo y la nada. Un agujero negro, o sea, esto de la literatura.

Abandono intenciones y lecturas y párrafos nocturnos de bolígrafo y libreta, para dejarme atrapar, una vez más, por la prosa despiadada y robusta de Henry Miller. De nuevo asomado al abismo electrizante de su torrente léxico y sensorial. En cada una de las ocasiones que el tiempo me permite gozar de su simple transcurso de reloj complejo, y tomo entre las manos alguno, el que sea, de los libros de Miller que enriquecen mi demediada biblioteca, me veo impelido a desahuciarme, definitivamente, del mundo... quedarme a vivir entre sus páginas.

Miller, el gran erotómano, el gran provocador, el autor de abigarradas obras en que procaces felaciones y desmedidos coitos ensucian de belleza cotidiana la tremebunda belleza de eso que hemos dado en llamar literatura. Lamentablemente, queda del autor norteamericano (de tanto repetirlo me canso) el recuerdo de su pornografía de guerrilla, y se ignora la certera escaramuza filosófica de su prosa. A Miller, como a las mujeres, tengo que decirlo, se le ama en el barro y en la gloria, o mejor se le deja de lado, que ya andamos sobrados de medias tintas como verdades parciales en estos tiempos de urgencia y absurdo.

Miller proclamó, cuando ya se asomaba al abismo del fin de la vida, funámbulo aún de la cuerda floja como cordel en que tender esta ropa mal lavada que es la vida, que deberíamos leer menos a medida que pasa el tiempo, y no por hastío visual (que también), sino para desterrar definitivamente la pueril idea de que acumular lecturas como suicidios dióptricos, en el acantilado miope de nuestra mirada, conseguirá hacernos más sabios. Él, al final de su vida, asumió que esta no es más que sensación y frenesí efímeros. Huyó de la sobredosis de letras que, durante tanto tiempo, había rondado sus días con la premonición del desastre.

Pasamos por la vida pretendiendo, a cada paso, acumular conocimientos, amistades, amores, capitales, objetos, recuerdos, fotografías, lecturas... tal vez nos equivoquemos. Lo que más podemos almacenar es, por ejemplo, líquido en la vejiga (doy fin en este preciso instante, a la segunda cerveza). Y el imperativo biológico obliga a expulsarlo de nuevo. Me pregunto qué quedó, de la cerveza, en mi interior. Cualquier profesional de la medicina me diría que sólo nocivos protozoos, o cosas que se empeñarán en malbaratar el funcionamiento de mi organismo. Ya veo: acumular para sólo guardar lo dañino.  Igual en la literatura, sí, cuando sólo la abordamos con la pretensión de reunir conocimientos, si nos olvidamos de disfrutar su periplo loco de renglones y música silenciosa, sin pretensión más allá de abandonar esta vida que no conseguimos edificar a nuestro antojo.

A medida que los años van horadándome el rostro y difuminándome el cabello, comprendo con mayor claridad que la vida es otra cosa, distinta siempre de lo que nos intentan vender y que tan onerosamente deseamos comprar. Quizás sea por ello que Miller, habiéndolo entendido, consiguió transmutar en genio de las letras: porque antes fue un genio de la vida, de la que hizo la mayor de sus obras, en plan Wilde, esculpiendo con su reflejo cada una de las páginas que debía escribir sólo por quitarse de encima la dolorosa sensación de estar muriendo antes de tiempo.

Cada día leo menos y releo más, es cierto. No lo hago por sabiduría «milleriana», no. Lo hago porque envejezco, y prefiero invertir las horas de lectura que me resten en el goce de lo seguro, de lo ya conocido. O, mejor, en mirar cómo crece mi hijo entre tecnologías como proyectiles y bolígrafos como falsos cohetes. El tictac del reloj no nos hace más sabios, sólo más perezosos y, por supuesto, más viejos.

Y, por cierto, después de tanto renglón hueco... del acto de la escritura decía el propio Miller que debemos olvidar los libros que queremos escribir, y pensar sólo en el libro que estamos escribiendo. Miro de nuevo a mi hijo y me pregunto qué libro estoy escribiendo, y si lo estaré haciendo medianamente bien. Después, le dejo jugar con el bolígrafo y me abro otra cerveza.

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De CUADERNOS DEL HAFA (blog del autor), 07/05/2018 

Tánger, ciudad soñada


SONIA FERNÁNDEZ QUINCOCES

Decía Mohamed Chukri que tenía un amigo que opinaba que quien no supiese soñar su vida "se viniese a Tánger”. Lo cierto es que la ciudad empezó a gozar de una gran popularidad a raíz de su declaración como zona internacional en 1923. Con el tiempo, se fue fraguando una fama de urbe cosmopolita, abierta y tolerante hasta el momento de su declive a finales de los sesenta. A esta ciudad-mito, en sus años de máximo esplendor, acudieron una pléyade de intelectuales y escritores, tanto americanos como europeos. Por allí pasaron, entre muchos más, la llamada generación beat; Burroughs y Kerouac, por nombrar algunos, junto a Genet, Capote o los Bowles. Todos con idéntica intención, querían visitar “el santuario de la no-interferencia”, como calificó Allen Ginsberg a la ciudad.

Aquellos, según opinión de muchos, apenas salían de su mundo, no entablaban conversaciones con los tangerinos y sólo utilizaban la ciudad como materia para sus creaciones. Así se fraguaron obras como El cielo protector (1949) o El almuerzo desnudo (1959). Estamos hablando de textos de referencia pero muy diferentes a los que querían mostrar precisamente el reverso de este universo, “atrayente pero frívolo”, que unía a la ciudad con el lujo y los excesos de todo tipo. Aquella otra cara que no quería ocultar el discurrir cotidiano de la urbe o los destinos azarosos de muchos de sus habitantes. Así, diversos escritores, tal y como defendió Tahar Ben Jelloum (autor de Día de silencio en Tánger), comenzaron a necesitar dar una “visión marroquí de la ciudad” alejada de la imagen que arrojaban aquellas aves de paso europeas y americanas.

Entre estos destacó Mohamed Chukri, que ya había expresado sus reservas frente a los escritores que ocupaban la ciudad: “cualquiera puede pasar aquí unas cuantas semanas y escribir un librito", dejó escrito. Chukri fue el autor, sobre todo, de El pan a secas (Cabaret Voltaire, 2012), novela autobiográfica en la que narraba, con toda su crudeza, sus años de niño de la calle. El escritor mantenía siempre a Tánger como telón de fondo en todas sus obras. Para él aquel lugar fue una obsesión recurrente, quizás el gran amor de su vida, aunque siempre narrada desde el prisma de una ciudad real, mostrando otros rostros y otras voces, más ocultas, más marginales, y alejado de la visión idealizada y estereotipada que enseñaban las élites de intelectuales.

Junto a su obra, emerge la de su amigo Mohamed Mrabet. Fue analfabeto y grababa sus relatos en dariya (árabe dialectal) para traducirlos a castellano, después Paul Bowles (al igual que haría con Chukri) los pasaba a inglés. Mrabet guardaba, también, la misma impresión que su amigo sobre el norteamericano: que se había aprovechado de él (para quien le interese profundizar sobre esta cuestión es recomendable leer Paul Bowles, el recluso de Tánger). Entre la obra de Mrabet destaca Amor por un puñado de pelos (Cabaret Voltaire, 2015), en donde narra la historia de un joven camarero de un hotel propiedad de un inglés que lo acoge y mantiene, y que decide acudir a la brujería para lograr el amor de Mina, la joven de la que está perdidamente enamorado. En esta novela el Tánger internacional emerge envuelto en las vivencias de estos seres que se toman la vida embotellada en whisky, mientras se prostituyen y muestran su rostro más inmisericorde y su espíritu de supervivientes natos.

Pero sobre Tánger caben muchas otras visiones dispares, complementarias o perdidas. Como la que se puede disfrutar con la reedición ahora mismo de esa obra de culto que es La vida perra de Juanita Narboni (publicada en 1976, la ha vuelto a publicar este año Seix Barral). Autor maldito, huidizo y rara avis, su autor Ángel Vazquez, nacido en Tánger, comenzó a escribirla tras constatar la pérdida del aúrea de ciudad tolerante y abierta. Al leer este monólogo, amargo y revelador, convocamos un espejismo: traemos de vuelta aquel Tánger de los años 40 y 50 cuando aún era ciudad internacional. Un paraíso fugaz que nos envuelve con el castellano tangerino de Juanita, que Vazquez restituye devolviéndonos el que se hablaba en aquella ciudad.

Otra manera de acercarse a la realidad tangerina, desde el valor añadido de ofrecer un altísimo conocimiento sobre lo que se habla, es la que está detrás de las obras de Antonio Lozano. Su escritura, dotada siempre de grandes dosis de humanidad, muestra una y otra vez las vidas de los márgenes. Ya en Harraga (Premio Novelpol 2003 a la mejor novela negra en España), el protagonista es un joven camarero del tangerino Café París que sueña con otros mundos. Desde un ambiente de pobreza, asfixiante, elevará su vista hacia esa ciudad-maravillas para constatar que “sólo fuimos para ellos parte del paisaje de una ciudad que fue suya mientras nuestro sudor barato les proporcionaba la vida fácil que, fuera de aquí, no volverían a encontrar”. Siguiendo la misma línea de mostrar las realidades más ocultadas, Lozano, en su novela, bucea en sus propios recuerdos. Un largo sueño en Tánger (Almuzara, 2015) nos habla de las relaciones de los colonos europeos con la población marroquí, evocando un ajuste de cuentas con un pasado tenebroso pero también mostrando el amor del escritor por su Tánger natal.

Dos menciones más consiguen que nos adentramos en esta ciudad mítica también desde sendos ángulos diferentes, logrando ese contrapunto necesario a las narrativas que han dominado la escena. Por un lado, La emperatriz de Tánger (El Genal, 2015) de Sergio Barce desde un enfoque de intriga, que mezcla ficción y realidad, pero que se narra desde el escritor que reconoce el terreno que pisa y ama. Así, Barce muestra una ciudad – refugio, destino de diversas personas que llegan a ella también por otros tantos motivos diferentes; aventureros o fugitivos, rindiendo homenaje a una ciudad por la que ha sentido, desde siempre, fascinación.

Por otro lado, Los cuadernos del Hafa (Carena, 2012) de Pablo Cerezal nos ofrece un texto inclasificable, que nos sitúa en un café, el Hafa, otro mito, que es “lo menos parecido a lo que cualquier occidental podría imaginar como un café” y por el que pasaron todos los ilustres escritores que se han mencionado al comienzo y muchos más. Combinando ficción y realidad, desde la autobiografía y el caos de los recuerdos y los deseos, este texto intenta restituir las voces tantas veces expuestas de algunos de aquellos intelectuales que tantas horas de buena literatura nos han proporcionado. Así, la escritura de Cerezal es la de una persona que conoce muy bien el universo marroquí, mientras juega a internarse en su propia cartografía literaria, aquella que en Tánger, en un tiempo pasado, se llenó de ficciones.

Siempre nos quedará Tánger, parecen decir todos ellos, no en vano, tal y como escribió Chukri: “En Tánger se cruzan historias y leyendas sobre su pasado, pero es una ciudad que nunca dará a conocer su eterno secreto, porque guarda su ilimitada memoria con un silencio enigmático, con un silencio embriagador y lleno de sabiduría”.

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De EL PAÍS, 13/05/2018 

Borges e Islandia

ÁNXELA ROMERO-ASTVALDSSON

La pasión de Borges por Islandia lo acompañó toda su vida, e incluso más allá, pues la lápida de su tumba ginebrina tiene una inscripción en anglosajón en la parte frontal, y una en escandinavo antiguo en la posterior, tallada a petición de María Kodama, que reza: “De Ulrica a Javier Otálora”, en mención de los personajes del relato al que aluden, y que representan a María Kodama y a Borges. La cita está extraída de la Volsungasaga, saga islandesa anónima escrita hacia 1270, cuya traducción de William Morris al inglés le obsequiara su padre en la adolescencia. Lectura que constituyó una revelación, pues ese temprano contacto generó un íntimo e intenso deslumbramiento que nunca lo abandonaría y que se consolidó a lo largo de su vida.

Borges viajó a Islandia en 1971, en 1976 y en 1978. Como resultado de sus lecturas previas, en el primer viaje era capaz de entender la lengua escrita, aunque su interés fue siempre más de índole etimológico que hacia la lengua hablada, lo cual no es de extrañar, dado que su fascinación por Islandia tuvo su origen en la lengua islandesa, que para él era “el latín del norte”, y que se ha mantenido casi sin cambios desde hace siete siglos. Ese interés, insólito en la época por parte de un escritor hispanoamericano, da como fruto tres libros sobre cultura islandesa medieval: Las kenningar (1933), que, revisado, incluyó en Historia de la eternidad; Antiguas literaturas germánicas (1951), reeditado en 1966 con correcciones menores como Literaturas germánicas medievales; y la traducción al español con María Kodama de Gylfginning (La alucinación de Gylfi), que es una parte de la Edda, de Snorri Sturlusson, uno de sus autores islandeses de referencia.

En Las kenningar, de brevedad borgeana (apenas treinta páginas), Borges reflexiona sobre el sistema metafórico islandés, las denominadas kenningar, que aparecen en los poemas escáldicos, a menudo intercalados en las sagas. Los poemas escáldicos eran composiciones laudatorias dedicadas a reyes o personajes principales de la cultura noruega e islandesa, cuya característica consiste en que no eran anónimos. Para ilustrar su reflexión escoge la Snorra Edda, compuesta alrededor de 1230, que sirvió a los jóvenes escaldas como ars poetica, pues era un texto que daba lecciones de retórica y poética a los jóvenes escaldas.

Las kenningar son, en su acepción más simple, perífrasis metafóricas, asociaciones de imágenes donde, por ejemplo, la “tempestad de las espadas” alude a “la batalla” y la “pradera de la gaviota”, “al mar”. Borges no dejó de reconocer que algunas podían resultar artificiosas –“flores retóricas”, las denomina– y que su encanto se difumina al traducirlas a lenguas como el español o el portugués. Pero no por ello deja de admirar la profunda evocación imaginativa que despiertan y el caudal de significados que la mayoría desprenden. La seducción que ejercieron sobre Borges guarda relación con su carácter diferenciador de las perífrasis que abundaban en la “literatura arcaica”, sea en la Ilíada o en Beowulf. Valga como muestra de su funcionamiento y de su paulatino grado de complejidad el ejemplo siguiente: si encontramos “la morada de pájaro” por “el aire”, ésta se puede combinar para crear imágenes más sofisticadas. Si “el cielo” es “yelmo del aire” podemos encontrar “yelmo de la morada del aire”. Descifrarla, por tanto, requiere conocimientos de mitología nórdica. Con este libro, Borges se acoge a un tema desconocido para el lector de la época y lo hace guiado por el gusto personal, por eso elige aquellas que lo han seducido y omite las de “potencia más alta”, las de “segundo grado”, las de “razón mitológica”, que no son las que elegiría un islandés experto en mitología. En ese sentido, el texto tiene carácter lúdico, pues las plantea de manera adivinatoria, como “mero soborno a la inteligencia”.

A menudo Borges se lamentó del desconocimiento de la literatura escandinava en el mundo hispánico, y con sus aportaciones pretendía paliar en algo ese vacío, pero no dominado por una puridad académica sino guiado por su caudalosa curiosidad y gusto personal que, a pesar de ciertas inexactitudes documentadas en Las antiguas literaturas germánicas, no deja de poseer valor informativo, y aunque su acercamiento a la literatura islandesa se centró en la Edad Media y no lo conectó con la literatura contemporánea, el mérito de tender puentes entre ambas culturas no ha sido secundado por otro escritor hispánico actual. Si en el plano histórico hay aspectos de su interpretación discutibles, sus valoraciones literarias se revelan de interés para entender su obra. Una influencia reconocida por él mismo al afirmar que creía “haber aprendido a narrar en esos libros”. Porque aquello que le entusiasma, Borges no puede dejar de usarlo en la ficción, siquiera como experimento, y su fascinación por las sagas permeó su estilo, como él mismo reconoce en una entrevista en su primer viaje a la isla, al decir que lo seduce la economía de esa antigua literatura, pues “todos los que escriben en español tiene la tendencia a extender su estilo”. Como no podía ser de otro modo, Borges incorporó su fascinación por este mecanismo creativo a su propia obra, como el poema “Fragmento”, construido a base de kenningar. El sustrato islandés también subyace en “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, en el que emplea su conocimiento de las kenningar alternándolo con diversas posibilidades de su invención. En otra entrevista reconoce haber compuesto “La intrusa” ateniéndose “al estilo y espíritu de las sagas”, y la isla boreal es la protagonista de numerosos poemas como “A Islandia”, de El oro de los tigres; “Islandia el alba”, de La moneda de hierro, e “Islandia”, de Historia de la noche. A su mítico monstruo marino o “verde serpiente cosmogónica” dedicó la composición onírica “Midgarthormr”, de Los conjurados y Atlas. El islandés era, a buen seguro, la lengua en la que Borges se permitía soñar.

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De LA JORNADA SEMANAL, 17/05/2015