JORGE MUZAM
Vincent se
disculpa ante Theo por hacerle gastar demasiado dinero. Le narra paraísos
visuales, alternancias cromáticas. Nada se le escapa, ni una silla, ni una
sombra, ni el viento mistral barriendo las hojas secas. Sólo vive de pan y café
a crédito. Prefiere gastar en telas. Tiene premura por pintar. No es posible
que los amaneceres de Arlés se diluyan sin que quede registro en una tela. Le
asombran los trigales, los geranios naranjas, los vergeles florecidos, las
noches estrelladas, los cipreses con luna, el Puente Trinquetaille, la vieja
diligencia de Tarascón. Todo lo boceta y lo comparte con Theo. Está atento a
una posible venta de sus pinturas, aunque preferiría no vender nada. Pero el
desinterés lo resiente. Está seguro de lo que hace. Confía en el reconocimiento
postrero. El cambio cromático lo obsesiona, por eso trabaja frenéticamente, día
y noche, con frío y calor, aunque ya percibe las posibilidades del colapso, la
vista fatigada, la locura tocando la puerta.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 2014
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