Wednesday, May 31, 2023

Un humilde pedido de disculpas


MAXIMILIANO BENÍTEZ

 

Tenía veintidós años. Vivía en un pueblo muy pequeño de Castilla la Mancha. Me llamaron al curro por teléfono para contarme que habías muerto, en tu ley, agregaron. Nunca me gustó esa frase hecha. Yo creo que al muerto no le gustaría oír eso de morir en algún tipo de ley. A vos mucho menos, seguro. Te cagaste en ella toda tu vida. Le hubieras dado una buena trompada. Casi puedo verlo. Esa noche me agarré un buen pedo recordando todo. Unos años después hablé de vos en un libro mal escrito que no habrán leído más de veinte o treinta personas que ni siquiera te conocieron como yo. Esa noche, la de tu muerte, y la de la publicación absurda de tu historia de la que necesitaba desprenderme, supe de qué se trata esto del oficio de escribir. No importa mucho, la verdad, tu historia tampoco. Y esta foto me recuerda a todo eso, como si fuera parte de una cinta olvidada, como esas que grabábamos de la radio con tanta dedicación para luego perderlas para siempre. Como el borrador del que nos desprendemos por temor, por cobardía. En silencio, para no despertar a los muertos.

 

Wednesday, May 24, 2023

Malraux: entre crueldad y compasión


JEAN MONTALBERTI 


¿Existen grandes artistas sin un diálogo constante con la muerte? Es en este cara a cara cuando el escritor, el compositor o el pintor da al destino su verdadera dimensión trágica al mismo tiempo que funda la esperanza de la condición humana sobre la compasión y la fraternidad. Cada vida frente a la muerte renueva y agota la humanidad pasada y presente.

Ningún artista del siglo XX fue, más que Malraux, poseído por la obsesión de la muerte. Dostoievski sin la salvación, Céline sin las convulsiones de odio de exorcista de horror moderno, Kafka sin el humor de la desesperanza, Malraux quiere ser el Goya de la literatura, el único creador de la novela revolucionaria suficientemente libre para escapar del dogma del realismo, el único agnóstico en creer en una trascendencia de rostro humano como la parte de ser que en el hombre sobrepasa al hombre y sólo se rebela frente a la muerte. Pero, para él, el escritor es también un demiurgo. Posee el don de actuar sobre la historia por sus premoniciones, y Malraux remarca, no sin orgullo, que el mundo ha empezado a parecerse a sus libros.

En Brasilia, ciudad del siglo XX, el orador lírico André Malraux nombró claramente al espectro de nuestra historia: "Cada una de las grandes religiones había aportado una noción fundamental del hombre, y nuestro tiempo se esfuerza apasionadamente por dar fuerza al fantasma que le ha substituido: el siglo de las máquinas. Más aún cuando apasionadamente con los campos de exterminio, con la amenaza atómica, la sombra de Satanás ha reaparecido en el mundo, al mismo tiempo que reaparecía en el hombre." Matar el sentido de lo sagrado es dejar el campo libre a lo demoníaco. Toda religión funda al hombre en dignidad, instituyéndolo co-participante de un misterio sobrenatural, y el cristianismo más que ningún otro, que va hasta la encarnación de lo divino. El derrumbamiento del orden cristiano que marcó el siglo XX —a pesar de algunos resurgimientos— creó un vacío metafísico donde se precipitaron ideologías y doctrinas que, inspirándose en las filosofías de la muerte de Dios, fueron políticas y prácticas de la muerte del hombre. El siglo XX seguirá siendo el primero en haberse dado los medios del crimen total: la desaparición de la especie humana. Desde entonces, el hombre ya no es "el único animal que sabe que debe morir", como dice Malraux después de Dostoievski en Los ahogados de Altenburg, sino el que, según la esperanza, "lleva en sí mismo el deseo de un Apocalipsis", esta negación del futuro, cuando el hombre queda embrutecido de espanto frente a los efectos diabólicos de su terror, como los soldados alemanes del Vístula frente a las ráfagas de gas de combate sobre las trincheras rusas, en Los ahogados de Altemburg, luego en Lázaro, cuando constatan que "el espíritu del mal aquí es más fuerte que la muerte".

LA MUERTE PERVERTIDA POR LO DEMONÍACO

Así el hombre nuevo puede no solamente pensar su muerte sino concebir la muerte del hombre. La ciencia no es la única responsable. A las etapas del progreso de las técnicas de destrucción: el gas, las bombas, los carros de combate, los aviones, los cohetes, el armamento nuclear, corresponde una marcha psicológica del "Espíritu del Mal" en las manifestaciones del horror moderno: "Sin duda los creyentes —dice Vincent Berger— llaman presencia del demonio a semejante vista del espanto." Esta iniciación a la muerte pervertida por lo demoníaco, el siglo XX la prosiguió a través de las carnicerías sangrientas de los campos de batalla, la esclavitud y la explotación de los pueblos, la destrucción de las culturas, las celdas de las prisiones, los alambres de púas de los campos, la salvajada de las guerras civiles y las guerrillas, las salas de tortura, los laboratorios de exterminio. Por todas partes, el hombre está amenazado de perder su humanidad hasta su muerte. André Malraux fue de ello más que un testigo lúcido, un partidario del no, un combatiente del rechazo, que experimentó estos mismos límites de lo humano. De este modo pudo concebir sus novelas como el escultor López de La Esperanza veía las iglesias de la Edad Media: "Las catedrales luchaban por todos con todos en contra del demonio."

La sombra de Satanás no sólo visitó la historia del siglo XX, del millón de "rayados y rapados de los campos de exterminio" de los que Malraux hacía a Jean Moulin "el terrible cortejo" en su oración fúnebre; Satanás ha vuelto a aparecer en el hombre mismo. Es su sombra que se extiende sobre todos los torturados: Está en Los conquistadores la mano que abrió con una navaja la boca de Klein y cortó sus párpados. Tiene los rasgos de los Moís de anam que, en La vía real, metamorfosearon a Grabot en bestia ciega y que desafía a Perkén sabiendo que camina hacia la muerte. Es la locura mortífera de los soldados de Chang Kai-Shek en La condición humana, que dieron a la era industrial su gehena: "No fusilan, los queman vivos en la caldera de la locomotora." Tiene el rostro y la invulnerabilidad de los moros encargados en Toledo de las ejecuciones que conducen al capitán Hernández de La esperanza al suplicio con el largo cortejo de los condenados que figuran otra subida al Calvario: "Los asesinos están fuera de la vida y de la muerte." Ella está finalmente en el que ordena este "Apocalipsis del hombre" que toma Vincent Berger por la garganta, "este rayo que un segundo había iluminado de ella las profundidades cargadas de monstruos y dioses enterrados", este regreso al caos que reabsorbe al hombre en un vacío mineralizado. Frente a las empresas de deshumanización de Satanás, cada hombre que asume y defiende la condición humana está condenado a convertirse en Cristo. Se convierte en él, sugiere Malraux en Lázaro, "el actor de un mito arcaico" prometido al suplicio. Pues únicamente el hombre que sufre, del monte de los Olivos al patio de escuela de Shangai, tiene el poder de exorcizar lo infernal, por poco que posea lo que Malraux llama "el sentido del don", sin que por ello dé una connotación cristiana, a menos que hable ahí de una comunión de los santos sin lo divino.

LA MUERTE EN TODOS SUS ESTADOS

Cuando Goya graba Los desastres de la guerra o pinta el Tres de mayo, busca representar a las víctimas más que a los verdugos. En la tela, la fiesta de los colores es para los que van a morir, y osa poner en primer plano el rostro de un fusilado ya ejecutado por el pelotón compacto de los soldados. Este cadáver que nos da el frente, con los brazos levantados por encima de la cabeza sangrante, no es la imagen del horror mórbido, sino de la dignidad humana asumida hasta en la muerte. El André Malraux novelista no procede de otra manera.

Como Goya, primero nos da a ver el color. Malraux es el pintor del rojo y del negro —la sangre y el luto: "Una vez más, en este país de mujeres de negro, se levanta el pueblo milenario de las viudas" (La esperanza) —que se destacan en un constante violento al lado del sol, las piedras, las nubes, las sábanas o los sudarios, las camisas, las flores. Encontramos esta oposición de los colores de la muerte en muchas otras escenas de La condición humanaLa esperanza y, aunque en menor medida, en Los conquistadores y en Los ahogados de Altemburg, mientras que el universo carcelario de El tiempo del desprecio ofrece del fondo del calabozo un sufrimiento incoloro que sólo se tiñe de las visiones alucinatorias del hombre apaleado. Así, después del asalto al Alcázar por los milicianos, "la sangre de los cuerpos, brillando al sol, cubría poco a poco una piedra blanca y plana, de una pureza de azúcar". El blanco es más bien el color de lo mineral y lo vegetal o, a través del brillo del sol, la presencia real del destino, como la utilizará Camus en la escena del asesinato del árabe en el punto central de la arquitectura novelesca de El extranjero. A este blanco, el hombre añade un color bastante extendido en la naturaleza, a la vez cálido, brillante y violento, el color mismo de su vida que se funde con la sangre que la irriga. Este único color rojo testimonia la condición humana porque postula un cuerpo, una existencia, un sufrimiento, un sacrificio al final de la esperanza.

Después del ataque al hotel Colón en julio de 1936, en la plaza de Cataluña en Barcelona, "unas camillas pasaban, vacías y manchadas de sangre [...] Algunos vendedores de flores habían lanzado sus claveles al paso de las camillas, y las flores blancas estaban sobre la sangre, junto a las manchas". También hay que hacer notar que estos colores son los de las corridas de toros: el blanco es la arena del lado del sol y el hábito de la luz; el negro es la arena del lado de la sombra y las vestimentas de los ayudantes o el sombrero andaluz que los aficionados llevan a Sevilla; el rojo es a la vez la capa del destino y la sangre de la víctima. Así, cuando Manuel llega a un poblado después de la ejecución sumaria de tres guardias civiles, la escena se describe como después de una muerte de corrida: "Los cuerpos habían caído sobre sus vientres, con las cabezas al sol, los pies a la sombra. Un gatito espumoso colgaba sus bigotes sobre el charco de sangre del hombre de nariz chata."

Encontramos escenas de esta misma naturaleza en La condición humana, escritas como hubiera sido pintado un cuadro expresionista, como el ataque al puesto de policía en Shangai por los hombres de Tchen, cuando los insurgentes suspendidos del techo caen sobre sus propias granadas: "Una intensa explosión resonó en el patio; a pesar del humo, una mancha de sangre de un metro apareció en el muro. Éste estaba cubierto de sangre y carne." Del mismo modo, la emoción del lector se ve provocada por la sangre en la escena en la que Hemmelrich, que empezaba a sentirse desgarrado entre sus simpatías revolucionarias y su apego a su mujer china y su hijo enfermo, descubre los cuerpos mutilados de los suyos en su tienda barrida por la granada: "A través de sus suelas, sintió el piso pegajoso. Su sangre. Permaneció inmóvil, sin atreverse a mover, mirando, mirando... Descubrió por fin el cuerpo del niño junto a la puerta que lo ocultaba [...] Hemmelrich respiraba apenas en el olor a sangre vertida."

Esta presencia abundante de la sangre en las novelas de Malraux ha impresionado a numerosos críticos que han prestado intenciones perversas al arcángel rojo de los años treinta. Roberto Brasillach lo compara primero con Sade por su erotismo cuya sutil perversidad está ligada al heroísmo: "El heroísmo se mezcla maravillosamente con el gusto de la sangre y los suplicios, hay ahí todo un olor carnal, poderoso y peligroso." Luego intenta un paralelo entre Los conquistadores y Los réprobos, de Ernst von Salomon, gritando: "¡La sangre es el maestro del Sr. André Malraux!" Brasillach cree haber encontrado en ello la explicación del gusto malsano del heroísmo en Malraux. Es cierto, el erotismo no está ausente de este cuerpo a cuerpo con la muerte, aun si pocas mujeres se ven mezcladas, y aun si la guerra vuelve casto, como se dice en La esperanza. El aventurero Perken de La vía real, acordándose de la exaltación que proviene de lo absurdo de la vida en el momento en el que se cree morir, ve a la muerte "como una mujer desvestida. Desnuda, repentinamente..." y en La condición humana, May confiesa a Kyo su adulterio con Legle y lo explica como una sobreactivación del erotismo ante la conciencia del peligro: "En cuanto hay más heridos, más se acerca la insurrección, más se acuestan." Hay un orgasmo de coraje en el guerrero, una exaltación de la sangre como comunión fraternal, una provocación erótica de la muerte puesta al desnudo. El momento de verdad que busca el aventurero en la dimensión trágica de su destino conlleva este precio.

LA MUJER HACE CUERPO CON LA MUERTE

Ahora bien, para Malraux, la mujer hace cuerpo con la muerte. No solamente todos los héroes de Malraux están fascinados por la muerte, sino que algunos hacen el amor con ella, como Ferral, el hombre de negocios de La condición humana, presidente de la Cámara de Comercio francesa, quien sólo espera de la cortesana china que cree poseer "la única cosa de la que estuviera ávido: él mismo", y se da cuenta en este acto de que en la pintura tibetana por encima de él figura su propia copulación con la muerte: "En un mundo decolorado en el que erraban unos viajeros, dos esqueletos exactamente iguales se estrechaban en trance." De la misma manera, Perken, herido en los Moís, condenado por los médicos que han diagnosticado una artritis supurosa de la rodilla, llama a una prostituta con la cual cree experimentar un goce compartido y una verdadera comunión, pero en el mismo orgasmo toma conciencia de su soledad porque "sólo se posee lo que se ama. Preso en su movimiento, sin libertad para devolverla a su presencia arrancándose de ella, cerró los ojos él también, se lanzó sobre sí mismo como sobre un veneno, ebrio de convertirse en nadie, a fuerza de violencia, ese rostro anónimo que lo cazaba hacia la muerte". La cortesana que fascina al aventurero sólo es la muerte bajo la máscara de la sexualidad. Solamente es mujer por su apariencia, ya que no es ni el amor ni la compasión. Ella es, pues, la rival de la piedad —la otra mujer maltusiana— que lleva en sí, en una eterna gestación, el dolor y la esperanza del mundo.

Malraux pintor expresionista también tiene de la muerte una experiencia completamente olfativa. Una ciudad donde se mata está impregnada de maldición: la atmósfera viciada por el olor de los cuerpos en descomposición. El narrador de Los conquistadores, que entra con Garine a la sala de reunión donde los cadáveres de los rehenes ejecutados por el terrorista Hong fueron puestos contra el muro como piadosos, tiene el aliento cortado por este espectáculo hiperreal antes de tener otra revelación: "Ahora vuelvo a encontrar mi respiración y, con el aire que aspiro, me invade un olor que no se parece a ningún otro, animal, fuerte y feo a la vez: el olor de los cadáveres." Nube intempestiva que flota sobre la ciudad china de Shangai después de la insurrección y desembriaga instantáneamente a Clappique, a la salida de la sala de juegos donde acaba de perder en la ruleta el dinero para su huida: "El olor de los cadáveres de la ciudad china pasó, con el viento que se levantaba de nuevo. Clappique tuvo que hacer un esfuerzo para respirar: volvía la angustia. Soportaba más fácilmente la idea de la muerte que su olor." La muerte, curiosamente en Malraux, también remite al hombre al estado de carne que ya hemos visto bajo los ojos de Manuel en La esperanza: el gatito espumoso bebiendo la sangre del guardia civil de nariz chata; al mismo estado que, en La condición humana, Hemmelrich que vela a su hijo atacado de mastoiditis y a su mujer enferma, es preso de un sentimiento macabro y quizá premonitorio: "El olor de los cadáveres con los que se encarnizaban indudablemente los perros, muy juntos en las callejuelas, entraba a la tienda con un sol confuso." La bestialidad de la guerra en la que los hombres se matan entre sí, del cuchillo a la bayoneta, de la espada al fusil, donde —como lo descubre Manuel— "la guerra es hacer lo imposible para que pedazos de fierro entren en la carne viva"; sin embargo aquella guerra es la más humana a la vista de la muerte química, que parece levantarse del Espíritu del Mal o del castigo bíblico, porque remite al hombre a lo mineral o a lo vegetal sin mermar su carne. Es así como el lugarteniente Berger resiente el espectáculo de las trincheras rusas atacadas con gases asfixiantes en el Vístula: "Lo que turbaba a mi padre, más que esos ojos color de plomo, más que esas manos retorcidas en el aire vacío, era que no hubiese heridas. Ni sangre." Pues lo demoníaco surge en un cielo sin pájaros, en un osario de cuerpos mohosos en los que la muerte ya no pone manchas de sangre, en una vegetación osificada y petrificada que ha cesado de parecerse al mundo de los humanos, donde la muerte misma tiene aún los colores y los olores de la vida.

El pintor tiene también su plástica, nos da a ver verdaderas instantáneas de la muerte describiéndonos los gestos del hombre al que asesinan. Así, ese enemigo alcanzado en su carrera que observa Ramos en La esperanza: "con un brazo al aire y las piernas tajadas como si tratara de asir a la muerte saltando", o bien en el transcurso del ataque al puesto de policía de Shangai por los insurgentes del Kuo Min Tang: "Bajo el tiro de los policías en las ventanas, dos habían caído en medio de la calle, con las piernas sobre el pecho, como conejos hinchados." Es una imagen que volverá a aparecer en La esperanza, cuando el ataque en el Tajo por el coronel Jiménez" "Veinte milicianos ya habían caído en los peñascos, hinchados con los brazos en cruz, o los puños sobre el rostro como si se hubieran protegido." Hay en todas estas imágenes la idea de que la vida no está destinada a detenerse, que la muerte —Malraux como Goya la representa con guadaña— interrumpe un destino en plena carrera y participa en ello del absurdo que es nuestra nueva dimensión trágica. Es así, y sólo así, como el aventurero soporta y acepta la idea de la muerte. El espectáculo de esos gestos en su último crispamiento, esos pechos abiertos, esos cadáveres hediondos, de la muerte puesta en todos sus estados como la representación de una fatalidad por el artista expresionista, contribuye paradójicamente a una tentativa de humanización del mundo.

EL PINTOR DE LA CRUELDAD ES UN HOMBRE COMPASIVO

¿El pintor de los campos de batalla, las insurrecciones, el terrorismo, las ejecuciones, las salas de tortura, cedió al vértigo de la crueldad? Emmanuel d’Astier, intentando un retrato de Malraux, afirmaba: "Hay quienes para disfrutar de la vida necesitan sentir la muerte." ¿Celos intelectuales? Malraux ironiza sobre su propio caso en Los ahogados de Altenburg: "A los intelectuales no les gusta que ninguno de los suyos se acerque a la acción; pero si alguno lo logra sienten más curiosidad que nadie."

La acción no es para el novelista André Malraux la única forma de conocimiento de la crueldad. También está lo imaginario, ya que no participó ni en la Revolución china ni en la resistencia comunista en Alemania a principios del nazismo. Ahora bien, en las seis novelas hay escenas de crueldad: torturas, asesinatos, sufrimientos, ejecuciones. Lo real histórico no contradijo lo imaginario literario. Aun si Malraux no siempre es un testigo digno de fe —varias veces se le descubrió en flagrante delito de mitomanía—, su visión es justa en la pintura del horror moderno. Si hay tantas ejecuciones, asesinatos, atentados, Jean-Marie Domenach hace notar que "es cierto, algunos de los personajes de Malraux ceden a la fascinación por la muerte; su asco por sí mismos se vuelve un furor de asesino [...] Pero aun en todos los homicidas, la violencia nunca toma el carácter abstracto, mecánico, que hay en los funcionarios hitlerianos [...] siempre se trata de un asunto personal, un cuerpo a cuerpo". Por supuesto, pensamos en la figura atrayente del Tchen de La condición humana, habitado por la fascinación de la muerte. Sólo podrá liberarse de ella al lanzarse con su bomba bajo el coche de Chang Kai Shek.

¿Pintor de la verdad u hombre de compasión? Es cierto, Malraux novelista volvió a darle su dimensión a lo demoníaco, pero sus asesinos, como en Dostoievski, igualmente tienen un rostro de víctima. Lo diabólico también forma parte de lo humano. El hombre, que da muerte por rebelión o por ideal revolucionario, se siente desgarrado por la pérdida de los suyos. Es alcanzado por el sufrimiento de los demás y a veces incluso por el de su propia víctima. Malraux es antes que nada el pintor de la compasión en tanto que busca, en los repliegues más negros de la historia del siglo XX, lo que puede salvar al hombre de lo inhumano. Entre dos compañeros de aventuras, Claude Vannec y Perken, se crea más que una comunidad de intereses en la búsqueda de las estatuas de La vía real: un vínculo inexpresado de estima secreta en el rechazo a la sumisión, la sociedad, la vejez, en una comunión de razones de vivir y de morir. Es ese lazo que se expresa en la mirada que Claude posa en Perken condenado por el médico: "Había en esa mirada una complicidad intensa en la que se enfrentaban la punzante fraternidad del valor y la compasión, con la unión animal de los seres frente a la carne condenada." Pero la compasión puede existir también por un adversario que en el momento precedente buscaba matarlo. Tchen corre el riesgo de ser quemado entrando a la sala de policía del puesto de Shangai para desatar a un policía prisionero cuya pierna fue arrancada por una granada: "El sentimiento que experimentaba era mucho más fuerte que la piedad: él mismo era ese hombre maniatado." Hay ahí una verdadera identificación en beneficio de la víctima. Es la humanidad entera que muere por partes en cada muerte individual, pero lo que estremece nuestra sensibilidad es la impotencia humana frente al sufrimiento. Por esas mismas razones, Kyo es recorrido hasta las uñas por el grito "agudo y ronco, sufrimiento y espanto a la vez" del loco bajo el látigo del guardia entre los comunistas encerrados en el patio de la escuela; Kassner es turbado por el pasadizo de tabaco de su vecino de celda, culpable de haber intentado comunicarse con él golpeando el muro. Kyo y Kassner, los dos jefes comunistas, se encuentran así puestos en la misma situación sin salida. También Katow, que le da a Souen su cianuro porque cree tener más fuerza que él para sobreponerse a la impotencia, el servilismo, el sufrimiento en el suplicio, haciendo así un "don mayor que su vida".

Pero las mayores escenas de compasión en las novelas de Malraux son por supuesto el descenso de los heridos hacia Valdelinares, después del accidente del multiplaza en diciembre de 1933 en la sierra de Teruel, episodio del libro y la película La esperanza; y la inmensa ola de piedad que precipita a los infantes alemanes sobre las trincheras rusas para intentar salvar algunas vidas de sus adversarios, atacados con gases asfixiantes en Los ahogados de Altemburg. Provistos de máscaras antigás, descienden a las fosas contaminadas para echarse a la espalda un soldado ruso que respira aún y conducirlo a las ambulancias alemanas. Esta compasión traiciona, indudablemente, primero el vértigo del hombre frente a su capacidad de destrucción, pero quizá haya también en estos guerreros, en el sobresalto de la humanidad que los conduce a salvar a los que tienen la intención de destruir, una idea de redención, de reparación de un acto contra natura que escapa a las leyes mismas de la guerra y los condena a los ojos de la historia, si no es que a los de su propia conciencia. A pesar de que los campesinos de Linares que escoltan el cadáver de Saidi y los aviadores heridos volviéndolos a bajar de la sierra de Teruel sobre camillas, no provocaron este sufrimiento humano, ellos participan del dolor de los combatientes cuya carne asesinada se disimula bajo las vendas, y forman de dos en dos todos los cuerpos traumatizados de la República Española. El silencio tenso y atento de los hombres, los sollozos mudos de las mujeres que rodean "la marcha solemne, primitiva de estas camillas [...] este ritmo acompasado con el dolor en tan largo camino", no son los de tristes funerales, sino más bien la imagen de un descenso del calvario, con la esperanza del renacimiento que el hombre no puede impedirse entrever al término de toda agonía.

UNA INICIACIÓN AL MÁXIMO DE HUMANIDAD

Hay algo de religioso en esta unión sagrada de los revolucionarios, los militantes y los combatientes que la muerte reúne bajo el mismo destino e introduce en el mismo paraíso de los héroes, más allá de las diferencias ideológicas o las oposiciones nacionales. A este paraíso de los héroes, al que todos son llamados y algunos son elegidos, el aventurero, el militante, el combatiente sólo pueden acceder mediante una doble prueba de iniciación: el valor frente a la muerte y la solidaridad frente al sufrimiento. Esta comunión fraternal de los héroes es la réplica de lo que el cristianismo llama la comunión de los santos. Es la comunión de la salvación: la condición humana salvada por la solidaridad —esa caridad sin la gracia— y la fraternidad, que Malraux expresa claramente en La esperanza en boca del italiano Scali: "Los hombres unidos a la vez por la esperanza y la acción acceden, como los hombres unidos por el amor, a dominios a los que no accederían solos." Entre ellos, algunos son elegidos por el destino para afrontar lo trágico hasta el martirio, es decir, hasta el don de sí concedido para un valor que lo sobrepasa: Tchen o Katow en La condición humana, el capitán Hernández en La esperanza. Alrededor de estos hombres sufrientes y en espera de su martirio, aceptado como una nueva redención para salvar a la condición humana, el pueblo de los humillados forma una verdadera Iglesia: "Por doquiera que los hombres trabajen en la pena, lo absurdo, la humillación, uno pensaba en condenados semejantes a aquéllos como los creyentes oran; y en la ciudad, empezaba a amar a estos moribundos como si estuvieran ya muertos." Aquí, el santo y el héroe se confunden en una misma religión de fraternidad y una misma mística de muerte como sacrificio y valor de redención. El hombre malrauxiano, poseído por la esperanza, vive en ella con exaltación —si no con éxtasis, como lo pretendía Sartre— una iniciación al máximo de humanidad por el hecho de compartir y por el don que da no solamente un sentido a su vida y a su muerte, sino que vuelve el mundo inteligible al integrar a la muerte, de nuevo sacralizada, en la historia.

Traducción de Adriana Flores Richaud

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De LA JORNADA, 10/07/2005

Imagen: Goya/Los desastres de la guerra

Monday, May 22, 2023

El Mundo compartido de Jorge Zabala


MAURIZIO BAGATIN

 

“El pasado define el presente cuando la humanidad no es dueña aún de su propia historia” - Jorge Zabala -

 

El personaje

Desplazaba a muchos por su tremenda libertad. Recuerdo haber compartido con Jorge Zabala unos cuantos cafés en el Carajillo y en el Metrópolis, boliches bohemios de fin de siècle cochabambino. Allí llegaba buscando tertulia, sin provocar directamente pero siempre estimulando con su disposición al humor inglés. Otro instinto de su libertad sin pertenencia alguna. Muchos ahora intentan armar un rompecabezas imposible de su personalidad, de sus miles posibilidades, un Zelig que retornó al pueblo grande después de una incomparable formación para aquellos años.

 

Facetas culturales

Su último libro, Hojas del adivino, es un viaje caleidoscópico adentro de la hoja sagrada y es la visionaria percepción de un maudit más químico que Rimbaud. Tremendo libro. Inclasificable por sustancia y alteridad, riquezas en los espacios de pausa que nos ofrece y por la elegante investigación que demuestra. Bolivia es la historia de sus recursos naturales y la coca, además de haber sido empleada para sojuzgar a los nativos, es el elemento esencial del dominio contemporáneo. Jorge Zabala está a la altura de los cronistas desvelando el martirio sin fin de esta tierra.

 

Exorcismos

No hay lectura que se le escape. La radiografía cultural que Jorge Zabala nos ofrece es ante litteram para una época que sigue columpiándose entre dictaduras y democracias; el nuevo que no aparece y el vejo que no muere, en un país que nunca podrá matar al caudillo, eliminar a sus resentimientos y a su vanagloria; son perfiles que habrían engatusado a Guy Debord. Política, revolución, artes, religión, sexo y anarquismo pincelados como un Roland Barthes criollo, libre de la nouvelle vague y de cualquier estereotipo académico. Más Oscar Wilde que Charles Baudelaire. Ética y estética andaban de acuerdo, porque la belleza no puede estar sola; creo que Jorge Zabala veía en la cultura la construcción de la acción humana, el antiguo dran griego como única oportunidad del ser humano.

 

Mundo compartido

Sus personalísimas lecturas se reprodujeron en los textos que escribió. No creo hayan sido críticas, sus textos eran más bien análisis microscópicos de cuanto su metabolismo cultural, y su inteligencia, le ofrecían. Y nos regaló algo inédito por aquel tiempo. El cine de Bertolucci, los comics de Pat Tourret y Jenny Butterworth, un cuadro de Kandinsky eran emociones, y lo fueron también los breves análisis de la sociedad en la cual le tocó vivir. Solo que Jorge Zabala intentó siempre estimular lo imposible, incomodar Hegel para describir el mundo andino, utilizar siempre fines ironías para provocar la razón y hacer poesía.

 

Triste solitario y final

No hizo a tiempo en conocer el mundo que había anticipado. Una obra reunida es lo mínimo que se merece. Andando como flâneur sin herramientas, vemos la ominosa metamorfosis de la ciudad, y como metáfora de todas las urbes sudamericanas, me contaron que Jorge Zabala estaba de cara a la pared en la esquina de una casa céntrica de Cochabamba, unos amigos pasando por ahí se pararon y le preguntaron si se encontraba bien, y Jorge, un poco Cioran y un poco Diógenes, les dio esta explicación: “Le estoy dando la espalda a esta ciudad. No quiero darle el gusto de mirarla”.

Mayo 2023

Foto: Sergio Leon Lozano, La tumba de Jorge Zabala en el Cementerio general de Cochabamba, Bolivia, mayo 2023

 

Tuesday, May 16, 2023

Ucranianos


DANIEL MOCHER

 

Nuestra familia ucraniana viene a hacer una barbacoa a casa, shashlik, brochetas de carne marinada, típicas del Cáucaso y del Asia Central, que asaremos sobre sarmientos chestanos. Mientras trasegamos cervezas sin parar hablo con Sergei de mil cosas aparentemente inconexas, vigilamos el fuego, él va preparando los pinchos, Irina y Elena cuidan de Claudia y Marcos, los adolescentes, somnolientos, pegados a las pantallas de sus móviles. Conversaciones caóticas las nuestras, plagadas de gesticulaciones, mezcla de español, inglés, ruso y ucraniano, y parece increíble pero nos entendemos, porque nos queremos entender, hacemos el esfuerzo y eso es lo que de verdad importa.

 

Surgen los cosacos y pienso en El Don apacible de Shólojov, libro que me regaló mi padre y todavía tengo pendiente. A Sergei le gusta el arte y la historia, diseño alemán de los años 50, hablamos también de la empresa que nos gustaría montar juntos, de su porvenir en España, ya que ni piensan en volver a su amada Járkov, hecha ruinas por demasiados años para una vida tan corta. Cambiamos a temas más amables y le recomiendo visitar la costa de Alicante: Dénia, Moraira, Jávea, Altea, Calpe… también le hablo de Toledo y Salamanca, de esa belleza medieval que te deja estupefacto, fulminado en tu pequeñez.

 

Al poco de iniciarse la guerra en Ucrania fueron llegando escalonadamente para vivir con nosotros hasta que les encontramos trabajo y un piso de alquiler. Primero Irina, Tania, Dania y la perra Pugnia. Después llegó Vika y finalmente Sergei. Fueron llenando nuestras vidas de pedazos que han salvado del desastre de sus propias vidas, de esa dignidad que nadie puede arrebatarle al ser humano si no se deja y de esas ganas de empezar de nuevo y salir hacia adelante. Plantaron eneldo, coles y remolachas en nuestro jardín, cocinaron borschokroshkaplov, arenques en salmuera, pollo a la Kiev. Hemos bebido su vodka, bien frío, especialmente Nemiroff y Khortytsa. Tania cantaba por Alexander Malinin, Irina por Grigory Leps y Okean Elzy. Irina insistió mucho en que debería leer Eugenio Oneguin de Pushkin por delante del resto de la literatura rusa. Crimea, evocada como un  paraíso perdido. La cercana Georgia, su gran cocina desconocida, sorprendente, empezando por el riquísimo jachapuri. Hemos reído y llorado juntos. Nos cuidaron cuando necesitábamos cuidados. Nos han descubierto mucho de su mundo y de nosotros mismos, hemos constatado que no somos tan distintos a pesar de tantas cosas diferentes. Ya sabemos que los seres que aman son muy parecidos, los que odian son penosamente idénticos.

 

Frente a mi cama, sobre el zapatero, he colocado unos iconos ortodoxos que me envió la hermana de Sergei desde Járkiv y un chotki que Vika le pidió a su madre para mí. Pienso inevitablemente en La Oración de Jesús, en los Relatos de un peregrino ruso, libro decimonónico tan delicioso como desconocido. Mística cristiana, no importa si ortodoxa o católica, juglares de Dios. Monte Athos, también cada pedazo de tierra que pisara san Juan de la Cruz. Y cada uno de sus versos inspirados, revelados. Suelo mezclarlo todo organizando en mi interior una extraña armonía, inquebrantable de tan frágil, también ahora lo eslavo y lo mediterráneo se enredan, por qué no.

 

De alguna manera, estas dos familias somos una sola familia porque también hemos cantado juntos contra los fantasmas que acechan amenazando la alegría, y en algún instante hasta fueron derrotados. Bajo el gran algarrobo comimos sin prisa y se nos ha pasado la tarde, en grata compañía es más fácil dejarse ir hacia otro lugar. Hubo un brindis con ron dominicano, la jacaranda en flor pujaba hacia lo celeste, al atardecer hablábamos con pasión y esperanza sobre el futuro, esa niebla que nos inquieta y que intentamos despejar inútilmente. Si suena el blues de Koko Taylor o Robert Cray es más llevadera la incertidumbre. Fuimos refugiados en sus corazones al darles refugio, algo de su tierra, su cultura y sus vidas forma parte de nosotros para siempre. Bajo la nieve de la estepa ucraniana se esconde un corazón tan cálido que nunca podrá morir.

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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor, 15/05/2023

Imagen: Marc Chagall/Familia ucraniana, 1941-1943

 

Friday, May 12, 2023

MARGARITA, LA PRIMERA EXTRANJERA QUE LLEGÓ A TUPIZA (1535)


VLAD GASSAR 1(VLADIMIR ARANCIBIA)


Un día soleado de octubre de 1535. Un ejército de miles de hombres arriba a Tupiza (Jupiza) donde pululan unas 2.000 almas. Es el flamante Adelantado Diego de Almagro condecorado con un parche negro en el ojo y los cráteres de la viruela loca; le siguen sus capitanes en potentes corceles y una extraña mancha negra montada en una yegua blanca.

Al verla, una viejita vestida con el viejo poncho chicha (acksu), asombrada exclama:

-No puedo creer, ahora, ¿qué es pues esto?, esto solo puede ser un castigo de los dioses, afirma, ante la inusual presencia.

Es la primera vez, los pobladores chichas jamás habían visto una persona de color,

Hay emoción, expectación, inquietación, excitación, agitación, convulsión, perturbación, turbación, conmoción, alteración. Les parece un fenómeno, causa revuelo y furor. Un orgasmo múltiple colectivo.

Es el centro óptico de las miradas, los niños corren tras ella, sin importarles las hoscas miradas de los seres metálicos que marchan al redoble de los tambores ni los ladridos de los perros de presa que portan.

- ¡Es tchinchebala (murciélago), latchiratchi (pájaro negro, zorzal), Artchi (negra), Liq’ cau (mujer) !, gritan los niños en lengua Kunza, alborozados al ver relampaguear sus grandes aretes circulares.

De repente, la mañana resplandesciente se oscurece, atrás hay ciento cincuenta negros encepados por el cuello que arrastran sus pies a plan de látigo. Los bozales estremecen Tupiza. Los niños se han kisado (les ha entrado el miedo). (Tarcaya, 2015, p. 214)

En el mundo de contrastes, otro negro monta un azafrán con aires de libertador y liberado. Es Juan Valiente, el capataz de indios, un negro que cabalga a sus anchas por servicios prestados a los españoles.

Ya no sorprende la blanca-blancura de los seres bajados de otro mundo, salidos del mar en unas extrañas naves, con barba y fatigoso ropaje, caballos, mastines y rayos que salen de sus largos brazos metálicos.

Ahora, más que los hombres de metal, los mandingos o kunta kintes son el centro de atención de los que viven en la nación de los Chichas, jamás habían visto negros por esos lares, solo el milenario barro, ni los barbados castellanos son una novedad.

La sombra de generosas caderas le sigue a Almagro por donde va. Es la extranjera que pisa por primera vez Tupiza (territorio boliviano) y llegará antes que Inés del Alma Mía, la española a territorio chileno.

Es Margarita, llamada cariñosamente por el tuerto “la Malgarida”, la africana, un monumento de morocha de pañoleta roja chillona de motas blancas, Vestida de modo extravagante, una enagua atravesada sobre la espalda hasta la cabeza a manera de manto esconde su negro rostro y la hace parecer misteriosa, algo diabólica.

Deslumbrante de exótica negrura, cercana a los 50 y un poco salida de rollos, la negra causa revuelo en Tupiza. No la dejan, los niños siguen corriendo tras ella. Le roba el espectáculo a Diego, pero él no lo siente, perdido está en sus adentros pensando en cómo habían cambiado para él las cosas.

De linaje porcino, de un don nadie, jodón, dicharachero y cachondo a mariscal a gobernador de un reino sin saber leer ni escribir, dueño de una ínsula de carne y hueso, en pos de ella va. Tranquilo Sancho que también de envidia se muere.

Quedó atrás el pasado de niño largado de la mano maternal que lo abandonó cuando más la necesitaba. Ansiosamente buscada antes de cruzar el charco para despedirse; cuando por fin la encuentra en una hidalga casa, es despachado con un portazo en la nariz, con panecillos y algunas monedas.

Luego, 20 años sin encontrar nada en las Antillas y Panamá. ¿A qué viniste Diego? Perdiste un ojo y tres dedos de la diestra en aquel pueblo de indios al que arrasaron vuestros hombres que después llamaron Pueblo Quemado. Debéis explicaros que solo fue un acto de reacción y defensa de los indios de Puerto de la Cruz cansados de los abusos de una incursión anterior que hicieron. Son lo peorcito de los que llegaron chapaleando el Charco de Unamuno.

Lo extraño, fuiste salvado por otro hombre de color. Algunos esclavos, están en el momento menos pensado para sacar las castañas a sus verdugos.

Pero, para qué Diego preguntar si estáis dispuesto a perder el otro ojo en la aventura a Chiri (así llamaban al sur los incas). Hoy, don Diego Montenegro y Gutiérrez es el Gobernador de Nueva Toledo y va al sur tras Chile donde le dijeron que fulgurante brilla otro reino dorado.

Quedó atrás la cebolla cruda, el pan duro, el queso y el caldo desaboridos, no necesita ya a nadie, se arropa solo en la negra y va entre sus pliegues oscuros, perdiéndose.

Fue en Panamá (1514) donde don Diego conoció la humedad caliente y desbordante de las caribeñas y del África oscura, excitante y salvaje, fueron años de amor secreto que despistó a los mismos cronistas, a los más sagaces que llegaron a confundir a la Margarité con la india panameña Ana Martínez, diluyéndola con otras morenas tropicanas, esclavas de los conquistadores, donde las más oscuras llevan la peor parte, maltrato y desenfrenado abuso sexual.

- Fui capturada todavía niña y metida a un barco por unos portugueses, en alguna costa africana, ahí pese a mis lágrimas y ruegos, fui forzada, ni contar lo que me hicieron. Total, los de mi color solo somos objetos, cosas, según la ley. Nací allá por los 1488 en algún lugar del África. Embarazada me arrastraron al Nuevo Mundo donde fui subastada por negreros en la isla de Haití.

En Castilla de Oro, los amos portugueses otra vez a punto de disparar el martillazo final del viernes negro. -Un momento, parad, pago por ella lo que pidáis, la quiero para mi servicio

Pero, Diego, vale acaso tanto la negra, ya está un tanto gastadita y percudida, no pasa de una vieja yegua. Dejó de valer los 12.000 maravedíes que pagó un sevillano cuando compró a la negra preñada de 25 años o los 12 ducados que costó traerla cuando bordeaba los 38.

Descansa tranquilo el mariscal bajo la sombra del añejo Churqui tupiceño, mientras ordenó que las indias tejan prendas para sus hombres, las necesitará para el cruce de la cordillera.

- Hay que ckoitur, sino ellos nos van a ckoitur (tejer), dicen las más viejas. En el ckaitu, la lanas de ovejas y llamas son hiladas en el huso, phusca o ruecas de las mujeres chichas (Tarcaya, 2015)

Por seguridad, nadie puede acercarse al mariscal sino a metros a la redonda. Ella entra y sale de la carpa del mariscal como Pedro por su casa. Ella le abanica y le presta consuelo.

Cuando del campamento sale, la están esperando siempre: los niños, revolotean como bandada de mariposas a su alrededor, los hombres y mujeres le piden que les mire la suerte y el destino, ella riendo, no se hace rogar.

La primera mujer extranjera que llegó a Charcas, a Tupiza no fue europea. No fue española la que llegó primero a estos lares (ahora territorios boliviano y chileno). No fue Inés de Suárez, de Plasencia, la primera mujer que entró a Chile con los conquistadores, sino la africana. Inés del Alma Mía, aparece recién en 1540.

Pero, además, Margarita no fue la única; con ella vinieron un centenar de mujeres yanaconas del Birú, las cuzqueñas, que llegaron con Paullu, las kollas, indias aymaras, y hasta mujeres yamparas enviadas por los caciques del Kollasuyo, de Charcas y hasta las enviadas por el propio cacique yampara Francisco Aymoro que acompañaron a los conquistadores, como cocineras y sirvientas que realizaban los trabajos más humildes de lavar la ropa, cocinar el puchero y por las noches, calentar a sus amos y los menesteres más apremiantes.

Esta morocha de dientes de marfil destellantes vale más que el oro que buscáis Diego, es la compañera de tu vida y la madre de tu bien amado hijo: Diego el Mozo, la que te arropó en el Darién, Cajamarca, Cusco, Pari, Tupiza, la que te entregó el alma, sin pedir nada a cambio, descongeló tu nieve en tu carpa, la que te atiende, sirve, cuida, cura y alimenta con sus racimos de uva negra. A la que fue tras de ti media américa, a la contagiaste de sífilis que y todavía te sigue fielmente como perra en celo. ¡Esa negra, Diego, vale más que el metal!

El subconsciente traiciona, a veces de mala manera, la Malgarida, como la llamas, en realidad es la “mal querida”, reconoces tu ninguneo. Su color no puede eclipsar tus ansias de remontar la escarpada cumbre de la movilidad social por eso está en el lugar que está. ¡No, pues!, ¿dónde se ha visto, un adelantado de su serenísima majestad, un mariscal, un gobernador andando del brazo con una negra?

No supiste mostrarla con ropa fina, alguna camisa blanca, un rebozo, un faldellín de llamativo color, medias de seda blanca, acicatearla con algún rascamoño de oro con perlas o lucirla en las fiestas con un rosario de oro en la garganta.

La tenías ahí oculta, guardada, mimetizada con bajo perfil, para que no levante sospechas. Y como la amabas, no podías prescindir de ella, y para tapar las cosas, te inventaste el cargo de custodia o guarda de Dieguito.

Cuando Almagro llega a Tupiza, se topa con un problema de logística, los chichas no tenían suficiente maíz para alimentar semejante ejército, menos para aprovisionarse para seguir la travesía a Chile, por eso, tienen que esperar la próxima cosecha, espera echado debajo el Churquí, por lo menos 6 meses. (Entrevista a Freddy Tarcaya, 2022)

Miles de escupitajos y bolas de hojas de coca masticadas tiradas en el suelo (Ckuta, dicen los Chichas) cerca al Churqui; es lo único queda del paso de Almagro y las huestes incas por Tupiza. ¡Ah¡ si solo hablará el árbol del Churqui.

Más allá en el cielo del paso de la Cordillera de los Andes, cientos de Chiwintos (buitres o karkanchos) (Tarcaya, 2015, p. 214) andan dando vueltas, como presagiando lo que le espera a la expedición.

 

1 Seudónimo de Vladimir Gastón Arancibia Camacho

 

Referencias Bibliográficas

Alvarez, Gómez, Oriel (1923). Sor Imelda y la primera mujer foránea que vino a Chile. Apuntes para la Historia. Artículo. Recuperado de: http://www. Bibliotecanacionaldigital.gob.cl › BND

Aravena William, René (1977). Mosaicos Históricos Editorial Nacimiento

Arrelucea, Barrantes, Maribel y Cosamalón, Aguilar, Jesús A. (2015). La Presencia Afrodescendiente en el Perú Siglos XVI-XX. Ministerio de Cultura. Serie Caminos de la Historia, 2 Primera edición, Perú: Lima, 2015. p.. 20 Recuperado de: https://centroderecursos.cultura. pe/sites/de fault/files/rb/pdf/La-presencia-afrodesc e ndiente.pdf

Barriga, M., Víctor (Fray) (1939) “Los Mercedarios en el Perú en el siglo XVI”. Tomo II Documentos Inéditos del Archivo General de Indias de Sevilla, Volumen 2. Tipografía: Madre di Dio.

Cano, Roldán, Imelda (1899). La mujer en el Reyno de Chile 1535 – 1810. Artículo. Chile: Colección: Biblioteca Nacional de Chile

Mellafe, Rolando (1959). La introducción de la esclavitud negra en Chile. Tráfico y Rutas. Estudios de Historia Americana. Santiago de Chile. Universidad de Chil. Recuperado de: http://www.memoriachilena.gob.cl/archi.../pdfs/mc0012766.pdf

Santa Cruz, Nicómedes (2004). Obras completas Investigación (1958-1991) Comp. Pedro Santa Cruz Castillo.Colección Ensayo. Libros en Red.

Tarcaya, Gallardo, Freddy (2015). Kunza el idioma de la Nación Chichas. Primera Edición. Cochabamba. Talleres Gráficos Kipus.

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De ABC DE LA NACIÓN CHICHAS

Imagen: Fray Pedro de Subercaseaux/Expedición de Almagro a Chile 

Thursday, May 11, 2023

“Para un escritor, su silencio es voz”: Roberto Burgos Cantor


CLARITA SPITZ

 

El pasado mes de mayo, durante la Feria Internacional del Libro en Bogotá, FILBO, se rindió homenaje al escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor, con la presentación de Orillas, libro de cuentos publicados bajo el sello Seix Barral, que contiene gran parte de la selección de narraciones que tituló originalmente Historias de Trastienda. Se presentó también Caminos divergentes: una mirada alternativa a la obra de Gabo, que Burgos dejó editado para la feria, donde recoge los estudios de la cátedra Gabriel García Márquez 2018 que él fundara en la Universidad Central ese mismo año. Fue un homenaje en su natalicio, a su vida y a su obra.

Atravesaba por uno de sus mejores momentos literarios cuando la muerte le sorprendió a su regreso a Bogotá, después de pasar sus últimos días en su natal Cartagena, solitario, resguardado como un ermitaño, escribiendo la que sería su nueva novela. Escribió ocho cuartillas y por ellas, alcanzó a decir, que tal encierro “valía la pena”.

Quienes tuvimos la dicha de conocerle, ya sea en persona o a través de sus escritos, lo recordaremos siempre por su generosidad, su trato amable, su mirada tranquila y andar sosegado, su inconfundible voz pausada, y su peculiar ritmo al hablar. Poseía el don maravilloso de la escucha. En medio de la cacofonía del entorno, escuchaba a los demás con interés, y aún la más trivial de las conversaciones merecía toda su atención. Su partida nos deja un enorme vacío, pero también la alegría inmensa de haberle conocido.

“Día tras día escribí lo mejor que pude a sabiendas de que escribir era lo único que quería hacer en la vida”. 

Pocas semanas antes de partir, pudimos escucharle y abrazarle en LIBRAQ, la I Feria del Libro de Barranquilla, un inolvidable encuentro con las letras de cara al Río Magdalena. Por los pasillos de la feria, en improvisadas entrevistas con distintos medios, habló de la alegría que sentía al ver renacer la literatura en la ciudad. Pocos la recuerdan ahora, pero Roberto rescató, emocionado, la tradición literaria de la ciudad al recordar la Feria del Gran Caribe que se organizaba ahí años atrás, cuando Barranquilla “fue un lugar de encuentro de la mejor literatura”.

Ahí, entre risas y anécdotas, hablamos del Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura que acababa de recibir por su novela Ver lo que veoRecibí este reconocimiento con un sentimiento enorme de gratitud porque, al fin y al cabo, los premios sirven para ayudar a la circulación de los libros y despiertan la curiosidad de los lectores, y como hay tantos que jugamos a la lotería, cuando se gana es una dicha”. De sus planes futuros contó, “estoy en la corrección de un libro de cuentos que saldrá en marzo del año entrante. En este nuevo libro abandono un poco mi lugar natal y exploro otras ciudades y con motivos distintos, y estoy escribiendo novela, que es el vicio eterno, porque en ellas el escritor construye un sitio en el querría vivir”.

Nada presagiaba que éste sería nuestro último encuentro.

De rigurosa guayabera blanca en el Caribe o gabardina negra y bufanda en Bogotá,  entre breves e intermitentes encuentros en ferias del libro y otros eventos literarios en Barranquilla, Bogotá, y otras ciudades de Colombia, tuvimos oportunidad de intercambiar correos y llamadas. Nuestras conversaciones de aquí y allá me dejan hilar hoy esta nota con  la que lo recordamos desde las páginas de LetraUrbana.

Roberto Burgos Cantor nació en el Corralito de Piedra, “mi querencia, la esquina de la cual salí”, un 4 de mayo de 1948. Graduado en Derecho en la Universidad Nacional de Bogotá, alternó su profesión de abogado con su vocación literaria, siguiendo la que fue su consigna: morirse o salvarse escribiendo: “Día tras día escribí lo mejor que pude a sabiendas de que escribir era lo único que quería hacer en la vida”.

Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional (2015), fue fundador del Departamento de Humanidades de la Universidad de Cartagena, director del Departamento de Escrituras Creativas de la Universidad Central de Bogotá, conferencista de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional e invitado especial de la clase de narrativa literaria de la Universidad de la Sabana, en las afueras de Bogotá.

Fue un pescador de imágenes. Buscaba “otras formas de mirar y, por lo tanto, de sentir”. Cautivaba a sus lectores por la fuerza de los personajes femeninos que creaba, inspirados en las mujeres de Cartagena, Santa Marta, Montería, que encontraba reclinadas contra una pared, a la entrada de una empresa o una universidad vendiendo dulces o verduras. Eran imágenes que siempre le retaban. “¿Qué estará pensando?”, se preguntaba.  Tradujo las voces de la cotidianeidad al lenguaje literario: “las palabras deben dar cuenta de los olores, de los cambios de la luz, el olor de la fruta, de los vientos. Eso muestra un mundo que existe en las novelas y que le permite al lector sentirse como un visitante.”

Formó parte de la generación del post boom latinoamericano, también llamada post garcíamarquiana, quienes tuvieron que “aprender a convivir con un monstruo sin ser devorado por él”. 

La Cartagena de las barriadas, de los seres anónimos, y de las memorias populares, fue el lugar de sus musas y el centro de su creación literaria, donde reconstruye historias de músicos, cantantes, boxeadores, reinas populares, prostitutas, mecánicos, y todos aquellos personajes que no tienen voz, “… los excluidos de la sociedad, los que no salen en las páginas sociales de los periódicos, a los que no se les escucha” – declaraba –  “Cartagena se me ha vuelto el lugar donde prefiero situar las ficciones. Me siento bien allí, veo que es un mundo que no se ha acabado de contar, que apenas comienza a salir de las historias de los piratas, de los cañones.”

Burgos formó parte de la generación del post boom latinoamericano, también llamada post garcíamarquiana,  quienes tuvieron que “aprender a convivir con un monstruo sin ser devorado por él”.  Consideraba Cien años de soledad una obra fundamental para los escritores en lengua española, con la que García Márquez resolvía, con un ambicioso poder de renovación literario y mediante el uso de metáforas, la tensión entre una escritura arcaica de formas caducas e impuestas  y la voluntad de modernidad. (La vida es corta y el arte largo,  Mayo 28, 2017).

A pesar de la diferencia de edades, mantuvo una estrecha relación de amistad y respeto mutuo con Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez.  Burgos “embrujó” a ambos con su primera novela El patio de los vientos perdidos. “Yo hubiera querido escribir algunos de estos capítulos”, dijo Gabo, y autorizó que se usara esa frase para promocionarla. Por su parte, Álvaro Mutis le pidió escribir la nota de la contratapa “…porque lo primero que van a decir es que esa novela es garcíamarquiana, y no tiene un carajo que ver. Pero eso no lo puede decir usted, sino yo”.

Sus colegas y amigos más cercanos lo recuerdan como una persona supremamente disciplinada, exigente consigo mismo y con los demás, riguroso en su oficio literario, y absolutamente enamorado del lenguaje.  Para su gran amigo, el también escritor Julio Olaciregui, Roberto era “un contemplador, una suerte de asceta, de monje o santo parrandero, con una mirada penetrante, pícara, tierna, sabia y serena. Pero también, un “hombre profundamente discreto, a veces encerrado en sí mismo y muy callado”.  ¿Por qué tan reservado?, le preguntaban. “Para un escritor su silencio es voz”, escribió.

Se inició escribiendo cuentos para diversas revistas y páginas culturales. En 1969 ganó su primer premio literario: el Concurso Nacional de Cuento convocado por el periódico Pizarrón de la Universidad Javeriana y en 1971 fue ganador del Concurso Jorge Gaitán Durán del Instituto de Bellas Artes de Cúcuta.

«El encierro, la soledad, son exigencias de la escritura literaria»

Anotaba sus bocetos entre los apuntes de la clase de matemáticas. Su primer escrito, una nota sobre Jorge Luis Borges, quien había visitado la Universidad de Cartagena, fue publicada en el Diario de la Costa.  Finalizaba la secundaria cuando sus padres, ambos maestros, enviaron aquellos universos que su hijo construía en los márgenes de sus cuadernos al escritor Manuel Zapata Olivella, quien le publicó en 1965 su primer cuento, La lechuza dijo el réquiem, en la edición número tres de la revista Letras Nacionales que éste dirigía.  Esa publicación le abrió las puertas y, al poco tiempo, otro de sus cuentos, Cadáveres para el alba, fue incluido en una antología de 15 cuentistas colombianos y sirvió de inspiración para un cortometraje realizado por el director de cine chileno, Duni Kusmanitz.

En 1980 salió a la luz Lo Amador, su primer libro de cuentos, que algunos consideran una novela disfrazada, pues todos los cuentos están ligados entre sí.  Son historias del Caribe, con el mar y los muelles como testigos y con la dificultad para alcanzar los sueños como tema recurrente. Le siguieron De gozos y desvelosQuiero es cantarJuego de niñosUna siempre es la misma y El secreto de Alicia.

Escribió 6 novelas: El patio de los vientos perdidosEl vuelo de la palomaPavana del ángelLa ceiba de la memoria (Premio de Narrativa Casa de las Américas 2009 y finalista del Premio Rómulo Gallegos 2010), Ese silencioEl médico del emperador y su hermano, una novela de una perfecta brevedad, que presentó en el Carnaval de las Artes 2016,  y Ver lo que veo (Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura, 2018) además de Señas particulares, un libro testimonio de época y el menos conocido de su producción literaria.

Mantenía una suerte de inocencia y recato en sus declaraciones. “Cuando el escritor se refiere a lo que escribió se ve interferido por una especie de pudor que le impide agregar voces al texto publicado.”  Decía, recordando a Borges, que “al fin y al cabo toda mi vida he estado en la biblioteca de mi padre”.  Ahí encontró a Joyce, Cervantes, Passolini, al lado de Shakespeare, Kafka, Proust, Sartre, Hemingway, Cortázar, García Márquez, Cepeda Samudio … “Mi papá, como liberal, era incapaz de aconsejarme uno u otro y lo único que me dijo al mirar los libros que leía fue «no te preocupes, que más tarde volverás a leerlos otra vez». Tenía razón”.

Una de sus mayores influencias literarias fue el argentino Ernesto Sábato, desde que se tropezó con El túnel en una compraventa de libros en los límites de la ciudad amurallada, a donde llegó atraído por el aviso “Venza la ignorancia”.

«…En las artes no hay grados, el escritor no se diploma de nada. Cuando dejó de escribir, dejó de ser escritor. Así termina por estar cerca del abismo cada vez que considera haber concluido un texto.”

En 1968 Burgos decidió, junto a Eligio García Márquez, hermano del nobel y su gran amigo, escribirle a “don Ernesto”, quien les respondió en hojas mecanografiadas y en fotocopias de fragmentos de sus libros con anotaciones manuscritas. A través de los años intercambiaron cartas donde hablaban de todo, incluso de política y tangos. Después lo visitó en su casa de Santos Lugares, afueras de Buenos Aires, en un viaje en tren que describió como uno de los instantes más emocionantes que le regaló la vida.

Sostenía que existen dos líneas de escritores: los que preparan al detalle su proyecto, su escritura futura y los que van al azar, a la incertidumbre. “… y permitimos que el texto nos vaya preguntando. Yo voy avanzando con el texto, no tengo un preconcepto y me interesa eso porque a pesar que el primer grupo se empecine en escribir de lo que saben, yo prefiero escribir de lo que no sé. Veo la escritura como una forma de descubrir.”

Para Roberto, el escribir novelas era una especie de “navegación sin brújula” llena de incertidumbres.  “El escritor siente que se acerca el momento inevitable de obsesionarse con las tachaduras y reescrituras en las márgenes y entrelíneas. En las artes no hay grados, el escritor no se diploma de nada. Cuando dejó de escribir, dejó de ser escritor. Así termina por estar cerca del abismo cada vez que considera haber concluido un texto.”

Defensor de la soledad del escritor, expresó en una de sus últimas entrevistas: “El encierro, la soledad, son exigencias de la escritura literaria. No en un sentido dramático, del escritor incomprendido, sino como un requisito del oficio. Estar solo, para quien escribe, es la comprensión total de que solo él puede escribir, que no tiene la facilidad de otros oficios de decir «voy al parque, me tomo un café y en tanto vuelva, llamo al secretario y le digo que continúe con ese párrafo». Eso no puede ocurrir. En ese sentido, es un trabajo solitario que sólo lo puede hacer quien lo esté haciendo.”

En la última página de Señas particulares aparece la pregunta: ¿de qué murió? Y él responde: “La parte de la vida que a cada quien corresponde se agota. Y ella, poderosa, invencible, continúa desbocada. Se asoma por doquier, para que no se olvide nuestra provisionalidad”.

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De LETRA URBANA, 05/06/2019

Imagen: En Cienfuegos, Cuba, 2011