Wednesday, June 22, 2022

La Virgen de los sicarios en Porongo


MAURIZIO BAGATIN


“Dos son las especies de Erythroxylaceae de las que se obtiene la cocaína…[…]…su variedad principal, y la más extendida, es la coca boliviana, llamada huánuco, que es también la más apreciada…[…]…son la huánuco y la truxillo, las protagonista del comercio planetario” -Roberto Saviano, CeroCeroCero-

Un Far west boliviano. La Virgen de los sicarios está aquí.

La violencia que veíamos en las películas de Quentin Tarantino, de los hermanos Coen se ha adueñado de la ciudad de los anillos. El desmesurado crecimiento ha absorbido un hinterland ayer de lejano oriente, Cotoca, Porongo, Portachuelo, creando una monstruosa hidra que atrae y enceguece. No hay favelas o villas miserias, son extensiones resumidas en ciclos narrativos, escribe Maximiliano Barrientos en La desaparición del paisaje: ”…un punto que desaparecía en un país demasiado grande donde todo sobraba. Donde el diablo aguardaba en los bares y en los hoteles y en las carreteras y en los inmensos letreros eléctricos y en las estaciones de servicio y en las fábricas y en los cines abandonados”, y va plasmando su futuro en su última novela, Miles de ojos: “Si te acercás lo suficiente el futuro te va a quemar los ojos, dijo”.

Fernando Vallejo narró lo de Colombia, que es ya lo que estamos viviendo aquí, como en las novelas de Cormac McCarty y de Russell Banks, situaciones fronterizas entre dos males; ayer Palmasola con fugas programadas por vía satelital, hoy una masacre en una de las periferias de nadie. Santa Cruz va escribiendo el futuro del país.

La recuerdo, hoy, en cuanto me dijo un italiano en la estación del tren en Amsterdam: “Ah, Santa Cruz de la Sierra, ¡están yendo al paraíso!”, se refería al paraíso que el soñaba, el de la huánuco…y en unas imágenes magistrales que el maestro Jorge Ruiz, financiado por Gonzalo Sánchez de Losada, supo dejarnos con el documental “Un poquito de diversificación económica”, allá por los años cincuenta y sesenta, cuando polvorientas calles y bueyes y un taquirari de la voz de Gladys Moreno salía de una pascana de cada esquina de una ciudad que no tenía aun anillos.

Mañana, como Alexis en Medellín: “La humanidad necesita para vivir mitos y mentiras. Si uno ve la verdad escueta se pega un tiro”.

22 de junio 2022

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Imagen: José María Payno, El canillita, 1980

 

Wednesday, June 15, 2022

El existencialismo de una canción


MAURIZIO BAGATIN 


Siempre hemos necesitado de la narración. De verdades y de mentiras. La poesía nace también ahí. Necesitad de misterio, de cuentos, de fabulas. De alguna ilusión. El encanto de los niños por los dinosaurios y de los mayores por los chismes, de las mujeres que se cuentan todo sin decir nada.

Siempre hemos necesitado de mitos y de seres imaginarios, de jeroglíficos y de la borrachera de las palabras, de la orgia perpetua que nos “ilustraba” Flaubert. Y de símbolos y fantasmas, de abstracciones -Samsa el escarabajo, los molinos a viento y las irrenunciables horas de Leopold Bloom- después de una lectura escribir algo al margen de un libro para responder al autor ausente.

Creamos nuestros precursores, en el pensamiento antes que en la acción. No vamos a olvidar la primera vez, porque es la precursora de nuestra última vez. Remolinos de todos los vientos sobre la tierra, que traen e inspiran, el mistral de Alphonse Daudet y el simún que desde el Sahara llega hasta el nordeste de la península itálica; y abstracciones, recuerdos a veces inciertos, penurias de la memoria.

Creamos nuestros escritores, hoy Albert Camus, y la canción de los The Cure que compartió con muchos amigos el Maestro Pablo Mendieta, canción que escuchaba mientras en Rimini estaba leyendo a Sartre, aquella terrible novela que es La náusea, o el sentimiento de que Camus no era un existencialista, era un libertario. Luego, en horas más apaciguadas llegaba la maestra, María, y todo se volvía aún más existencial.

14 de junio 2022

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Imagen: Bernard Buffet, Clown, 1968 

La pupila occidental de Japón


PABLO CEREZAL

 

«Los seres humanos compartimos los mismos problemas comunes. Una película solo puede ser entendida si disecciona esto correctamente». La frase pertenece a Akira Kurosawa, y en ella explica su peculiar capacidad para realizar películas de alcance global sin renegar de su cultura japonesa natal. Nacido en Tokio en 1910, el cineasta fue el séptimo hijo de una de las familias acomodadas de la ciudad.

Kurosawa no se dirigió inmediatamente al cine, un arte que en el momento de su nacimiento aún estaba en pañales. De hecho, mostró sus primeras actividades creativas en el ámbito de la pintura, si bien pronto abandonó esta disciplina por no considerarse lo suficientemente hábil. Cuando el cine occidental entró en Japón, sin embargo, al joven Kurosawa le fascinó rápidamente: pronto lo convertiría en su vocación. Tras varios años de aprendizaje, su debut como realizador llegaría en 1943 con La leyenda del gran judo. No obstante, ni esta ni sus seis cintas posteriores cubrirían las expectativas de Kurosawa. La Segunda Guerra Mundial, además, desvirtuaría su manera de entender el cine, ya que las autoridades supervisaban el guion y cada uno de los fotogramas: su estilo, considerado demasiado occidental, tuvo que ser suavizado en aras de una visión orientalizante cargada de soflamas nacionalistas.

Aún así, Kurosawa amaba el cine de Hollywood, y lo hacía con especial pasión respecto a la obra de John Ford. También se apasionaba por la vertiente occidental de otras disciplinas artísticas como la literatura, que tuvo un gran peso en su obra posterior. De hecho, Shakespeare y Dostoyevski le servirían de clara inspiración dentro de su obra cinematográfica. 

Una vez finalizada la guerra, el cineasta pronto comenzó a realizar películas capaces de retratar los conflictos sociales e históricos de su país; en el fondo, sin embargo, aquellas películas le servían como excusa para reelaborar géneros cinematográficos tan poco orientales como el western. Es el caso, por ejemplo, de Los siete samuráis, que gustaría tanto a los productores de Hollywood que terminarían creando su propia adaptación estadounidense con Los siete magníficos. No sería la única: algo similar ocurriría con Yojimbo y Por un puñado de dólares.

El verdadero hito de su nueva etapa como director, sin embargo, lo alcanzaría con Rashomon, la obra maestra de su cine en blanco y negro. La película se hizo con el León de Oro en una edición del Festival de Venecia que, además, la historia recordaría como absolutamente inolvidable: Un tranvía llamado deseoEl gran carnaval o El río fueron solo algunas de sus memorables contrincantes. Kurosawa obtuvo con ella el Oscar a la mejor película extranjera, abriendo las puertas de los festivales internacionales no solo a su cine sino al de otros realizadores japoneses.

Con un estilo asimilable para el público occidental, Kurosawa exponía las costumbres y tradiciones niponas desplegando, de paso, una serie de recursos cinematográficos totalmente novedosos. La estructura narrativa de aquella película, en que se cuenta el mismo suceso desde distintos puntos de vista, ha pasado a la historia con el nombre de «efecto Rashomon». Así, muchos de los que vieron Reservoir Dogs en su estreno se sorprendieron por una forma de narrar que, no obstante, había inaugurado el cineasta japonés casi medio siglo antes.

Kurosawa continuaría siempre adaptando la idiosincrasia nipona a una manera occidental de hacer cine. Sus películas incorporaban innovadoras técnicas de filmación y un exquisito sentido estético cuyo origen bien podría situarse en su temprano aprendizaje pictórico.

Sería a los 60 años de edad cuando sufriría el primer fracaso de taquilla con su película Dodeskaden, estrenada en 1970. No fue algo baladí: el fracaso le sumió en una depresión tan profunda que le llevaría a intentar suicidarse, propinándose más de 30 cortes en las venas. Aunque fue salvado a tiempo, su salud emocional no se vería restituida hasta que filmó otra de sus obras maestras, Dersu Uzala, en 1975: una historia de amistad entre un militar ruso y un solitario cazador de la taiga siberiana. La obra, un auténtico poema visual de sobrecogedora belleza, le valió el segundo Oscar de su carrera. 

Una década después, Kurosawa volvió a sorprender a público y crítica con Ran, que compilaba todas las virtudes de su cine anterior. En este caso, el nipón adaptó libremente El rey Lear, de Shakespeare, ubicando la narración en el Japón medieval del siglo XVI. La aplastante belleza plástica de la película, así como su épica e inolvidable puesta en escena, convirtieron pronto a Ran en una de las cimas del arte cinematográfico global.

Incansable, con 85 años de edad firmó su última obra maestra, a la par que su película más personal y experimental: se trata de Sueños, un ejercicio vanguardista que muchos consideran entre las obras más visualmente fascinantes de la historia del cine. Con ella, Kurosawa emocionó al público occidental con este metafórico relato de su propia historia y la de los cambios experimentados por su país natal a lo largo de la misma. 

En una ocasión, cuando se le preguntó por el sentido de alguna de las escenas que había rodado, Kurosawa respondió que «todo lo que quiero decir está en la propia película. Si lo que he dicho en mi película es veraz, alguien lo entenderá». Palabras de quien probablemente fuera el único director capaz de acercar, con tanto arte y belleza, al mundo occidental y oriental.

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De ETHIC, 14/06/2022