Friday, June 30, 2017

LA FIESTA DE LOS TIBURONES, DE REYNALDO GONZÁLEZ

La fiesta de los tiburones, del narrador y ensayista cubano Reynaldo González (1940), es un libro testimonial que por más de veinte años ha conquistado el interés de los que buscan la historia sin axiomas ni preconceptos. En su primera edición agotó una tirada de 27,000 ejemplares, notable en cualquier medio cultural del mundo. Una nueva edición cubana ha salido de las prensas, bajo el sello que lo dio a conocer, el de la Editorial de Ciencias Sociales. Texto de obligada referencia para especialistas y para quienes disfrutan los ardides de la narrativa, crónica de costumbres, reconstrucción histórica y crítica social, La fiesta de los tiburones cuenta las vidas de los cubanos de abajo, en un contexto hostil, sin posibilidades de combatir los males que los victimaban. Los treinta primeros años del siglo xx, en Cuba, su vida republicana, quedan vistos por gente que vivió una tragedia colectiva a ritmo de conga electoral. La república de generales y doctores, de liberales y conservadores, del choteo que trocó la autocrítica en caricatura, retratada con fuerza reveladora y con tanto rigor como placer. Junto al detallado acopio de testimonios que arman el libro, una manifestación coral, lo enriquece la preocupación por el lenguaje que caracteriza la labor de este narrador — “verdadera fiesta del lenguaje popular”, lo calificó la prensa especializada— y un contrapunto de notas y apéndices nacidos de una amplia investigación histórica.

Un gran amigo de Reynaldo González, el argentino Julio Cortázar, fue uno de los primeros lectores de La fiesta de los tiburones. En carta del 17 de marzo de 1979, le expresó: “La fiesta es una verdadera fiesta. Qué placer abrirlo en cualquier parte y encontrar tanta vida, tanta savia —hay el horror y la ignominia, claro, pero por encima de eso está la fuerza y la belleza de Cuba, su indestructible vitalidad—. Para mí, amigo de collages y de montajes, tu libro tiene además una riqueza interminable, que se renueva cada vez que lo tomo. ¡Qué diferencia con la “historia” que nos enseñaban de niños! Ahí se entra de lleno en la realidad, en la poesía popular, en el humor, en la rebeldía contra la alienación. Has hecho un formidable trabajo, hermano, que te agradezco como compañero y como cubano de adopción (así me siento, lo sabes)”.

Reynaldo González es uno de los escritores de más amplia y notable trayectoria en las letras cubanas. Recientemente ganó el Premio Italo Calvino 2000 con su novela Al cielo sometidos, una fabulación de hechos acontecidos a finales del siglo xv, y un homenaje a la picaresca española. Publicada en La Habana por Ediciones Unión y en Milán por Marco Tropea Editore, será presentada en la próxima feria del libro de Madrid por el sello Alianza Editorial.

En el centenario de la República de Cuba, La Jiribilla entrega el segundo capítulo de La fiesta de los tiburones. Narra uno de los hechos más dramáticos del primer cuarto del siglo xx: la guerra que sofocó el alzamiento de “Los Independientes de Color”, asociación política que procuraba la igualdad racial. Como en todo el libro, el autor combinó los testimonios con textos del periódico El Pueblo, que se editaba en Ciego de Ávila, ciudad donde hizo la investigación para su libro, y lo enriqueció con notas muy elaboradas.

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 “No hay negro guapo ni tamarindo dulce”

Vine en  un barco negrero.
Me trajeron.
Caña y látigo el ingenio.
Sol de hierro.
Sudor como caramelo.
Pie en el cepo.
Aponte me habló sonriendo.
Dije: —Quiero.
¡Oh muerte! Después silencio.
Sombra luego.
¡Qué largo sueño violento!
Duro sueño.
[...]
 Pasó a caballo Maceo.
Yo en su séquito.
Largo el aullido del viento.
Alto el trueno.
Un fulgor de macheteros.
Yo con ellos.
[...]
¡Oh Cuba! Mi voz entrego.
En ti creo.
Mía la tierra que beso.
Mío el cielo.

Nicolás Guillén
                                                                                                                                                   

Julio
Yo le puedo hablar de casi todo el ingenio, pero lo que más conozco son los aparatos mecánicos. Eso es lo mío. Siempre me apasionaron las máquinas. Mi sueño fue verme entre ellas, moviéndolas, aceitándolas. Por eso, después que llegué de Costa Rica busqué trabajo en un ingenio azucarero. Hacía falta gente con ganas de trabajar y en eso me presenté yo. Sabía que al principio no podía tocar una máquina ni por asomo, porque no tenía preparación, pero ya me iba acercando. Cuando vine, con diecinueve años y ya casado, Cuba tenía abundancia de plata y, en el campo, escasez de mano de obra. Llegué con otro costarricense, buena persona pero que no tenía mucha suerte. Quería caer bien, tocaba la guitarra durante los descansos, pero los cubanos lo dejaban solo con su música y se buscaban a otro, porque él era más pesado que agua de pozo. Ahí aprendí que en Cuba se puede todo menos caer pesado y me las arreglé para aclimatarme y ganarme el cariño de la gente. Yo me siento aquí como pez en el agua.

Empecé como peón en una cuadrilla que tiraba leña para el central Stewart, en esos carritos de línea que llaman chispitas. La leña se arrastraba hasta el ingenio, para combustible. Entonces se gastaba poco petróleo, se ahorraba al máximo. Con leña y bagazo se debía mantener la molienda. Me dirán que la zafra era más pequeña, pero también teníamos al jefe encima, echándonos el ojo y con la amenaza de despido al menor despilfarro. Ahora, aquí pasa algo que no entiendo. Usted ve esas chimeneas vomitando humo negro, petróleo quemado, oro quemado. Es un desatino. Yo creo que cuando habló el instalador alemán, el intérprete no supo explicar lo que decía y algo pusieron virado. Ese gasto de combustible, esa pérdida de vapor y vuelta a calentar, no está bien. Que no crean estos muchachitos ingenieros que la torre llena de humo prieto es una gracia. A la flusería de la caldera se le hace daño con ese petróleo crudo, se le va pegando y necesita mayor presión. Hay que limpiar más los conductores y eso de estar limpiando tanto, desgasta. La cosa no es hacer una zafra grande, congraciarse y echar la casa por la ventana. Lo difícil es terminarla bien y dejar preparada la zafra del otro año... Óigalo, óigalo. Ahora mismo está resoplando. ¿Ve? Exceso de vapor. ¿Y ese humo tan negro? Es como una asfixia. No puede respirar. Tiene que buscar salida por la válvula de escape. Si no, revienta.

La gente no sabe que las máquinas sienten y padecen; piensan que van a ser eternas, que las pueden tratar sin cuidados, sólo porque son de hierro. Eso no es así. Una máquina tiene las mismas necesidades de un ser humano. El que la atienda, que comprenda sus necesidades, que aprenda a conocerlas y satisfacerlas. ¿Usted las oye? Pitan. Están pidiendo algo. Agua o vapor. Algo quieren. Aunque también yo creo que el pito está mal ajustado con la instalación automática. Debe sonar antes de que sea tarde, para dar chance al operario. No debe decir: paré. Debe avisar: Ey, señores, voy a parar. Entonces sí estaría bien colocado el pito y el obrero podría moverse a tiempo, para controlar el vapor, recortar el combustible y meter agua. Es como la digestión de la gente. Sí que es. ¿Usted abusa de su estómago? No. ¿Y por qué abusar del estómago de una máquina? ¿No toma agua para bajar la comida? Y si anda medio malo, ¿no busca bicarbonato? El estómago de las calderas también se resiente con las malas digestiones. Yo, cuando veo humo, me erizo. Da pena ver las máquinas quejándose porque tienen la flusería sucia. Ese trajín tendrá que verse y el intérprete deberá explicar por lo claro qué cosa dijo el alemán...

Bueno, a lo que íbamos, que cuando hablo de máquinas me embullo y sigo por otro trillo. Usted no tenga pena, avíseme si me descarrilo y así hablamos de las huelgas, de lo que me pidió.

Mi cuadrilla daba viajes al monte, a buscar leña. Era un trabajo durísimo. Entre cuatro nos enredábamos con troncos de cincuenta y sesenta metros y había que pujar para moverlos. Como uno busca la mejoría, pedí trabajar de ayudante en la reparación de los molinos. Allí sí estaba contento, entre las máquinas, aliviándolas de una zafra y preparándolas para otra. Es igual al descanso de la gente. Usted llega, se baña, está un rato cómodo en la casa, duerme y ya puede trabajar de nuevo. Armábamos y desarmábamos las cuchillas, ajustábamos las chumaceras. Yo en lo mío, aprendiendo un oficio  y, claro, con un poquito más de sueldo.

Me pusieron de engrasador cuando empezó la zafra. Imagínese, viendo moverse las máquinas que habíamos armado y que conocía muy bien. Yo le digo a usted que siempre me traté de tú con las máquinas, les aprendí las cosquillas, los achaques, las jaquecas. También fui ayudante de molino. Ya en esto se exigía más capacidad, y era otro sueldo. Pasé a la sección de máquinas de vacío, como ayudante, y aprendí cosas nuevas. Y así... es la misma historia de mucha gente en este central. Un obrero entraba en una compañía y sabía que ahí iba a echar su vida. Muy poca gente de la que se posó en firme estuvo cambiando. Y aquí hay gente que ni en vacaciones ha salido de Stewart en muchos años.1

¿Usted ha reparado en esa máquina alemana, de las viejas, que hay a la entrada, como quien va del laboratorio a la derecha? Ha salido buenísima. Imagínese, que es del año seis, cuando emplazaron el central. A medida que la fábrica creció tuvieron que ponerle bombas auxiliares, pero ninguna como ella. Es buena la maquinita alemana esa.  Buenísima. Los mecánicos la miramos con cariño y con respeto. Es veterana y parece en su plena juventud. ¿Un poco anticuada, regañona? Sí, pero eficiente. No ha envejecido en sus servicios, que es lo importante. Tiene achaques de vejez, pero si usted piensa en los años que lleva en la lucha, se queja poco y nunca dice que no. La casa de calderas se amplió y mantener el vacío pedía más fuerzas de las que ella produce. Usted sabe que se debe mantener el funcionamiento en veintisiete pulgadas de vacío, más o menos. Puede trabajarse con veintiséis, con veinticinco, pero no se debe. La maquinita esa produce el vacío en los tachos para sostener las templas de ebullición. Si no fuera por el vacío, las mieles caerían y le harían daño a los aparatos, se le pegarían en las paredes del estómago y se los irían comiendo. Usted puede ver el movimiento de la templa por los ojos de cristal que tiene cada tacho. Llega la miel y están las calandrias produciendo vapor, haciendo la digestión. Cuando la presión afloja, los obreros bajan del piso de calderas, desesperados, porque les hace daño a las paredes de los tachos. Tiene que ser muy malo y desentendido el obrero que vea eso y no se alarme.

Allí tienen una maquinita americana, nuevecita ella, no pasa de los cinco años pero ha salido mala cabeza... Un desastre esa maquinita. Ya se rompió tres veces en esta zafra. Pocos días antes de llegar usted largó hasta la voladura. No la saben tratar o es mala. Si no fuera porque estoy viejo y porque cómo va a pararse ese aparato ahora, en plena zafra, yo la registrara, para encontrarle la dolencia. Cuando se le descubre el malestar, se le ayuda. Las máquinas, aunque sean de hierro, son igualitas que las mujeres: tienen sus días malos y sus jaquecas. Si en esos días usted las fuerza, se ponen como locas. Me gustó ser moledor y lo hice unos cuantos años. Un moledor tiene que juntar conocimientos mecánicos y químicos. Por suerte, conocí a Serafín, un laboratorista buena gente, hombre de conciencia limpia, que no se puso con reparos y me enseñó los condimentos de la caña y la forma de sacarle hasta la última gota de azúcar. No se trata de mover aparatos y basta. Hay que llevar la molida, cuidar que todo esté en su puesto. ¿Una rotura? Acudir rápido. ¿Está en marcha normal el tándem? Mantener en su forma correcta la imbibición y la extracción de jugo. ¿Puso mucho agua? En las calderas tienen que vaporizar más y eso afecta las mieles finales. El colchón de bagazo crece, se producen atoros, se para la molienda. Ese bagazo no es buen combustible, por la humedad. ¿Hay poca agua? Es un lío, se pierde el azúcar. El colchón se escurre sin hacer una molida a fondo y la extracción es pésima. El moledor tiene que buscar el equilibrio y no dejarlo todo a la casa de calderas. El azúcar se empieza a hacer desde que la caña entra al tándem. Le digo a usted que una buena molida es complicada pero, cuando se logra es lo más bonito del mundo.

Atomización política
Una lista curiosa de agrupaciones políticas que en la actualidad, con distintas tendencias, contienden en la arena de los asuntos públicos:

Partido Conservador Nacional, Partido Liberal Zayista, Partido Liberal Asbertista, Partido Reeleccionista, Consejo Nacional de Veteranos, Agrupaciones de Hijos de Libertadores, Asociación de Emigrados Revolucionarios, Auxiliares de la Revolución, Sociedad de Presos y Deportados Políticos, Veteranos de la Raza Negra, Miembros del Ejército Libertador Zayista, Liga de Constitucionales de Agosto de 1906, Clubs Patrióticos de Cuba, Clubs Pro-Aspiazu, Clubs Pro-Matías Duque, Clubs Pro-Loynaz, Clubs Pro-Nodarse, etcétera.

Todas estas agrupaciones desean el bien de Cuba. Todas están integradas por patriotas, de buena cepa, inmaculados si se quiere. ¡No podemos quejarnos!

(11 de enero de 1912.)


Felipe
Ya le dije: por una puerta entró José Miguel Gómez en Palacio y por otra salí yo de Stewart. Me mudé para Ciego y empecé a trabajar en la hojalatería. Él dando tumbos en la presidencia y yo aprendiendo un oficio, que nunca le sobra al hombre pobre. ¿Cómo no iba a aprenderlo, y rápido, si el tiempo que gasté en Stewart fue como tirarlo a la basura? Ya no arrastraba la encomienda de Elvira y me iba mejor. Nunca fui hombre de vicios ni de tomaderas, así que el dinerito que me entraba me alcanzaba y hasta podía guardar en rachas buenas.

Me empaté con Mercedes, pero ya sin tomar en serio a las mujeres. Había estado metido con Elvira hasta la pared de enfrente y eso pasa una sola vez en la vida. Mercedes era otra cosa. No pedía mucho y se callaba cuando veía un meneo que no estaba claro. Sabía que yo andaba arisco y si empezaba con los celos y las exigencias, levantaba la pata. Si se quedaba preñada, se sacaba el muchacho aunque fuera parándose de cabeza mañana, tarde y noche, y así, hasta que vino a descuidarse, por el año doce, y tuvimos a Ramoncito, un cabezón igualito a mí. Eso me emocionó, no crea. Yo pensaba en la malograda Elvirita y este hijo me venía a llenar un poco la vida. Entonces sí le dije a la gente que Mercedes era mi mujer. Esos compromisos los traen los hijos. Al principio lo mío con Mercedes era como un negocio, sin otra complicación que pugilatear la comida y taparle los agujeros a la techumbre. Después fue un matrimonio como otros, aunque yo no me embelesaba. El trastazo de Elvira me había dejado con los ojos abiertos.

Una vez me tropecé con mi cuñado, en el parque de Ciego de Ávila. Andaba en trámites para la Stewart. Su primera intención fue zafarme el cuerpo, parece que avergonzado por lo que había hecho Elvira, pero yo fui a buscarlo. No tenía por qué cargar con la culpa de ella. Me dijo que Elvira estaba por Morón, sola todavía, y que su familia no quería recogerla. No le pregunté más detalles. ¿Qué me importaba? Le hablé del central, de las compras que estaba haciendo. Me habló de política, para salir del paso, y porque era una cosa que conocía bien. Parece que José Miguel no salpicaba tanto como los liberales de La Trocha habían esperado. Los políticos grandes, uno tras otro se le iban virando. Y entró la moda de levantar a Zayas. El mismo cuento: bastaba y sobraba que uno estuviera en la silla para que los demás empezaran a elogiar al otro. Zayas para aquí, Zayas para allá y no había otro que sacara a Cuba del fanguero.

La República salvada
¿Hemos triunfado? No. Ha triunfado el Partido Liberal, ha triunfado Cuba. El Partido Liberal porque ha realizado un gran acto de justicia. Cuba porque se regirá, al fin, por un gobierno liberal de verdad, soñado por la mayoría desde aquella fecha en que fue derrotado el invicto y nunca bien llorado Bartolomé Masó.2

La asamblea nacional, conjunto de patriotas esclarecidos, en su mayoría absoluta, no podía decidirse por otro candidato que por aquel que fuera nexo inquebrantable de unificación liberal; no podía dudar al elegir entre varios candidatos: tenía forzosamente que pronunciarse por el que más virtudes compendiara, por el que más caudal de talento ofreciera  para realizar obra de buen gobierno en nombre del liberalismo, y todas estas cualidades las reúne el doctor Alfredo Zayas. Y por ello esa asamblea lo eligió; eligió al coloso de la tribuna, al literato insigne, al estadista célebre, al patriota incorruptible que, así en la guerra como en la paz, supo y sabe mantener incólumes sus principios de democracia pura y amor a la patria.

Ha triunfado Zayas a pesar del gobierno que lo combatía por sistema, a pesar de los ambiciosos que hasta la última hora le han hecho la guerra sin cuartel, aunque arrastrando la condenación pública. Tal triunfo es decisivo, glorioso.

Con Zayas ha triunfado nuestro partido, demostrando que no es accesible al cunerismo y que desprecia a los ambiciosos para, poniendo sólo su pensamiento en la Patria, obrar bien y con arreglo a los dictados de su conciencia honrada. Los adversarios políticos tienen ya frente a sí una candidatura ideal: Zayas y Manduley. Dos esclarecidos en todos los órdenes de la vida nacional, y aquellos vaticinios de un triunfo por ellos preconizado cáense por su base al empuje arrollador de la candidatura de la mayoría.

No podemos dar hoy más que un solo viva: a Cuba que se salvará con el advenimiento de una situación liberal.

¡Viva Cuba!

(17 de abril de 1912.)


Felipe
La asamblea nacional se puso de acuerdo en llevar a Zayas, eso fue cierto, y así parecía que estaban en contra del gobierno, pero eran ellos mismos quienes tenían la sartén por el mango. A que eso no lo dijo el periódico... Era un juego viejo dar vivas a otro y ponerse a criticar, mientras se gobierna. Cuando se acercaban las elecciones, a los liberales les gustaba aparentar que se oponían a lo mal hecho. El pueblo les creía y a meter la mano otra vez, que era lo único que les interesaba. El otro candidato se retrajo y dejó a Zayas de aspirante único. Zayas habló bien de él en un mitin y empezó la propaganda para su presidencia.

Pero algo pasaba con el pobre Zayas, como una salación, que nunca llegaba a presidente aunque el comité lo apoyara y se hicieran muchas reuniones de las fuerzas viva. Le decían el eterno aspirante y no había en Cuba político más fatal que él. La primera vez, cuando la Guerrita de Agosto y la intervención, José Miguel le arregló la cama y se quedó solo, con el respaldo de la asamblea liberal. Zayas tuvo que engancharse de vice o renunciar al jamón. Entre una cosa y otra agarró la vicepresidencia, que si no era la chupeta en grande, se le parecía. La segunda vez tenía todo compuesto y hasta la asamblea lo eligió candidato y los comités municipales se pusieron a encaramarlo por las nubes, cuando ¡fuácata!, los negros le secaron el petardo de la Guerrita del Doce. Le rompieron el pasodoble y por poco se declara otra intervención del americano en Cuba, que ganas no le faltaron.

Eso le pasó a los liberales por brutos. Yo le digo a usted que si dejaban en paz al partido de los negros no pasaba ni jota. Con la mala voluntad y las divisiones que había en Cuba, ¿qué blanco votaba por los negros? Había negros que iban de comparsa de los blanquitos; esos seguían pensando como en tiempos de España. Pero los blancos políticos querían a los negros de comparsa en sus candidaturas. Los liberales no lo pensaron bien. Se encapricharon en que los negros no debían organizarse, que eso era racismo, que era ilegal. Los que buscaron el odio entre las razas fueron ellos, para que la gente no viera las muchas cosas malas que hacían y que dejaban hacer.

Las cosas iban de mal en peor en Cuba, había hambre y desvergüenza, y el gobierno aprovechó a los Independientes de Color para tenernos entretenidos. En aquellos tiempos, lo que más se veía por las calles era la gente pidiendo limosna y la prostitución. A una campesina que llegaba al pueblo y tenía un tropiezo moral, el mismo que la perjudicaba la convencía de que se pusiera a negociar con el cuerpo por los portales, en competencia. Ciego se llenó de casas de la vida. Eso se lo pueden contar otros. Era una vergüenza que La Trocha se volviera lo que se volvió, con tanta prostitución, juego prohibido y atracos.3 El país estaba igual de embarrado, pero a José Miguel le dio por acabar con los negros. Hizo una campaña grandísima y puso por delante a los mambises. Quienes lo ayudaron más fueron los negritos de las sociedades, y los abogados negros como Martín Morúa,4 que inventó una ley en contra del Partido Independiente de Color. El gobierno ya andaba de cabeza y el levantamiento de los negros vino a ponerle la tapa al pomo.

La prostitución
Sin entrar en profundidades filosóficas, con sólo saber que la humanidad ab origene es imperfecta, no estaríamos muy lejos de la verdad definiendo lo que es la prostitución de la manera siguiente: “El ejercicio de actos ilícitos, tácitamente consentidos en todas las épocas por las potencias y gobiernos del mundo entero, por ser emanados de la propia imperfección humana, y que siendo per se inmorales, per accidens son beneficiosos a la sociedad, en cuanto que son males menores, de cuya tolerancia se siguen grandes bienes”. Efectivamente: compuesta la sociedad de seres imperfectos, en el desenvolvimiento de la vida social, de alguna forma tienen que revelarse esas imperfecciones. Los cuerpos orgánicos, en el ejercicio de sus funciones tienen actos que realizar para su propia conservación y actos por los cuales eliminan y arrojan fuera de sí cuantas sustancias puedan oponerse a la salud que ellos apetecen.

No de otro modo sucede en el orden moral; cuando la sociedad quiere mantener incólumes aquellos principios por los cuales ella se rige y gobierna, tiene que repeler y arrojar fuera de sí cuanto a ello se oponga, pero sin olvidar que son seres defectibles los obligados a cumplir con esos principios. De donde se deduce que si para mantener con más firmeza esos principios hay que tolerar ciertos procedimientos, sin los cuales dichos principios no podrían mantenerse; dicho se está que, bajo ese punto de vista, la tolerancia sería indirectamente un bien.

Y he aquí el porqué de la tolerancia de la prostitución a través de todas las épocas y en todos los países del mundo. Falta, pues, que a ese mal-bueno se le dé el destino que por su índole debe dársele. Lo que se tolera por necesidad no puede ir mezclado con lo que se practica por obligación. Ejercer la prostitución en los lugares destinados a practicar la honestidad y la pureza, equivaldría a colocar las letrinas en los lugares más limpios y aseados de la casa. Y sin embargo, las letrinas, aunque feas y repugnantes, son necesarias, para que no sea una letrina la casa entera.

También la prostitución es necesaria para el mantenimiento de las buenas costumbres en la sociedad, pero debe ejercerse a honesta distancia de ésta, para que no parezca todo una prostitución. Y terminamos con aquella sentencia tan sabida del Apóstol: “Quiso más Dios sacar bienes de los males, que no que el mal no existiera”.

(5 de abril de 1921.)

¿Por qué no se protesta?
En otros tiempos, no muy lejanos, las casas de lenocinio que se establecían en lugares inadecuados o impropios de su residencia, bastaba con que uno o dos padres de familia dieran aviso a las autoridades locales para que esos focos desaparecieran. Hoy, que tenemos dos clases de sanidad, que paga el pueblo religiosamente, se encuentran dichas casas repartidas en tan rara promiscuidad y tan al público descuido consentidas, que no sabe uno que pensar de ese hecho, llegando a creerse, si lo resultante de su consentimiento será algún chivo a los berridos del cual la moral fenezca a manos de los encargados de defenderla. El cronista de El Pueblo pregunta: ¿Por qué los padres de familia no protestan? Pues por una sola razón. ¿No hay un cuerpo de inspectores de sanidad? Creemos que sí. ¿No es bastante la manifestación de esos inspectores ante la jefatura de su servicio, la cual manifestación puede dar con lujo de detalles de dónde y por qué existen esos focos? Creemos que sí. ¿Para qué sirven los inspectores si el padre de familia tiene que establecer denuncias o ir al Correccional para probar allí (cosa difícil) si la señora o señoras tales o cuales son de éste o de aquel modo de vivir, o si son o no son focos a quienes la sanidad debe fumigar?

Entendemos por inspector a todo cargo que desempeña inspección siendo de su sola incumbencia el arreglo de lo que falla, y su dicho basta, o debe bastar, para un procedimiento de energía más o menos dilatable. Si a pesar de esos señores inspectores tienen los padres, después de pagarlos, que molestarse para dar veracidad a los hechos que ellos no ven, es ése uno de los viajes que para hacerlo no se necesitan alforjas.

Hemos oído que algunos inspectores han dado conocimiento a sus jefes y diz que dicen que los jefes no encuentran veraz el dicho de los inspectores y que debe ser denunciado cada hecho por padres de familia. Pero, ¿ya la ley no tiene racional interpretación, ni espíritu, ni lógica?

¿No basta la inspección de un inspector? ¿Pues para qué esos cargos? Resultan onerosos en demasía y hasta irritantes en la cuestión que tratamos. Si en los asuntos en que la moral peligra o se ve amenazada, hay que andar con recovecos y no se pone el cauterio que las circunstancias reclaman con la energía y la actividad necesarias, ¿qué veremos cuando tengamos que recurrir para asuntos leves a nuestras conspicuas autoridades? Pues lo que vemos... cosas que harán fablar a las piedras.

Un vecino

(17 de abril de 1912.)

¡Viva la Pepa!

La gobiernista bachata
ha cedido, ¿por chivera?
a una compañía extranjera
la Ciénaga de Zapata.
Así a la Patria maltrata
la situación compulsiva.
Así gozan los de arriba,
en tanto el pueblo quejoso
escucha el himno estruendoso:
¡Viva la Pepa! ¡Que viva!
El chivo del arsenal
y el dragado de los puertos
indican los desaciertos
de la situación actual.
Se queja el buen liberal
de una manera aflictiva.
Surge la protesta activa
y gritan los gobernantes,
satisfechos y arrogantes:
¡Viva la Pepa! ¡Que viva!
Se burlan de la ignorancia
del pueblo y de sus derechos,
¡Como que están satisfechos
en el mar de la abundancia!
De una manera muy rancia,
burlona y despreciativa,
la ambiciosa directiva
del buen pueblo liberal
grita en el poder triunfal:
¡Viva la Pepa! ¡Que viva!
Un avileño.

(19 de abril de 1912.)


Felipe
Los liberales se viraban porque José Miguel no dejaba entrar en sus negocios a todos los que esperaban beneficiarse. Desde el principio el gobierno empezó a descomponerse. Ahora mi cuñado era zayista y me hablaba desde el punto de vista de Zayas, o lo que él creía que Zayas pensaba. Y yo me sorprendí porque había imaginado que él estaba dejado de la política, metido en su mundo del ingenio. Allí importaban menos las candidaturas. Saqué en claro que los liberales iban de una banda a la otra, como las gallinitas ciegas. Y que en ese jueguito entraba desde un gobernador hasta un sargento de barrio. Empezaron atacando la reelección cuando José Miguel amagó con reelegirse, y siguieron atacándolo cuando se dio por vencido. Llovían las críticas. Lo acusaban de haberse vuelto más habanero que nadie porque sus cogiocas grandes se desenvolvían en La Habana, como el dragado de los puertos y un cambio de terrenos para los ferrocarriles. Si se acordaba del campo era para empeñar un trozo, como en la Ciénaga de Zapata. No se acordaba de los liberales del interior ni los dejaba chupar su poquito. Se había terminado el tiempo de un centralito, de una finquita, y ahora Tiburón buscaba grandes atracos, con compañías entreveradas de españoles, ricachos cubanos y americanos.

No eran sólo los liberales de abajo los que estaban inconformes, porque empezó el estira y encoge también en el gabinete. Como esos pejes gordos no sabían discutir sin agarrarse las greñas, la situación se puso otra vez de anjá. Se fueron desgajando, lo que se llamó el descuaje, y el golpetazo grande lo vino a dar Gerardo Machado.5 Se viró en firme. Su renuncia levantó ronchas. La pusieron en todos los periódicos y la gente la leía en las cantinas. Cualquiera que oía aquella renuncia creía que Machado era un alma de Dios, José Martí o el mismísimo Arcángel, y que nunca iba a romper un plato. Mucho patriotismo y palabras bonitas. Ese estaba preparando una mascada grande, de lo contrario no entraba en el descuaje ni por una vaca parida.

En aquellos años cualquier cosa se exageraba y terminaba en fajazón. En Cuba sobraban los guapos, así que se soltó el diablo y Evaristo Estenoz agitó para meter a sus negros en la manigua.6 Un grupito en Las Villas y los más en Oriente. José Miguel podía acabar aquello con un acuerdo, una tregua y algunas conversaciones. Si los negros y los mulatos querían llevar sus candidatos en una boleta, que los llevaran, como cualquier grupo de cubanos. Ah, pues no. Lo de él era exagerar el brote y armar el aspaviento. Como estaba en pique con sus propios hombres, hizo más ruido con aquella bronca que con cualquier otra cosa. Yo pienso que si no llega a tener tantos problemas encima y si los demás liberales se le juntan, él no hubiera exagerado tanto lo de los Independientes de Color. Pero, llevado hasta la soga, quería demostrar que era el  hombre fuerte en Cuba. Ese espirituano sabía cómo presentar sus componendas a un grupo de hombres bragados que lo seguían aunque no tuviera la razón. Eran gentes de bronca, para quienes el que más boconeaba, convencía mejor. Los periódicos escribían lo que les daba la gana. Los políticos juraban por la bandera y los veteranos pedían balas para irle arriba a los alzados. Se hicieron comités, se dieron tres gritos en cada parque y quien los oyó fue el americano. Enseguida mandó sus barcos y sus soldados con rifles buenos, y los apostó en cada puerto, para aprovecharse. Tiburón les pidió un voto de confianza y se convirtió en un jefe de pelotones. Fue en ese momento cuando lanzó su grito de:

—¡Blancos, a las armas!

Y ya estábamos otra vez en un tropelaje de gente presa, cercos, pueblos quemados y asesinatos a la orden del día. Y el americano alborotadito. Había inventado la intervención preventiva y al menor movimiento, se embasaba. Tiburón les dijo que otra intervención en tan poco tiempo era demasiado relajo, y se conformaron con ver los toros desde la barrera. La idea de la intervención hizo que mucha gente apoyara a Tiburón, para que acabara de una vez con el asunto. Y era para pensarlo. Aquello de los negros muertos, muchos que ni habían peleado, fue un crimen, pero los propagandistas del gobierno convencieron a mucha gente de que era la única manera de evitar al yanqui metido aquí de nuevo.

Sedición racista. Información especial. Detalles
La prensa llegada ayer de La Habana ha confirmado ser ciertas las noticias que desde anteayer circulaban, respecto al movimiento de sedición efectuado el pasado 20 en distintos lugares de la República, por algunos componentes del Partido Independiente de Color.

Los alzados atacaron el cuartel de la guardia rural existente en el pueblo de Manguito, correspondiente al término municipal de Guantánamo, provincia de Oriente. Los guardias destacados en el cuartel respondieron al ataque de los alzados, resultando dos de aquéllos muertos.

En Lajas se ha alzado una partida al mando de Simeón Armenteros. Se compone de once hombres. El general Sabino Caballero, en unión de varios vecinos de Cruces, todos armados, ha salido en persecución de los alzados de Lajas. En Quemados de Güines, una partida armada ha sostenido un encuentro con fuerzas de la guardia rural, resultando herido uno de los miembros de ese cuerpo de seguridad.

En Marianao se levantó otra partida, en cuya persecución salió la guardia rural, que la dispersó completamente.

Los alzados de Lajas han quemado un puente existente entre ese pueblo y el de Cruces.

Se han efectuado numerosas detenciones de personas de la raza de color a quienes se cree comprendidas en este movimiento racista. A las seis de la tarde de ayer salió un tren conduciendo fuerzas militares para los lugares donde existen partidas armadas.

Anoche, a las doce de la noche, salió un nuevo tren militar, y esta madrugada, a las dos, salió otro.

Gran número de veteranos y particulares han ofrecido sus servicios al gobierno con motivo de ese infame atentado a la independencia nacional.

El gobierno recibe constantemente telegramas de adhesión. El gobierno se propone sofocar el movimiento con toda la energía necesaria y restablecer el orden en toda la República, llegándose, para obtener ese propósito, a suspender las garantías constitucionales.

El presidente del Consejo Nacional de Veteranos, general Emilio Núñez, en unión del general Alfonso, estuvo anteayer en Palacio, ofreciendo al señor presidente de la República el apoyo incondicional al gobierno liberal. El general Núñez ofreció al jefe de la nación telegrafiar inmediatamente a todos los centros de veteranos de la república, comunicándoles que auxilien al gobierno y lo ayuden con toda la eficacia posible, a sofocar el movimiento.

(21 de mayo de 1912.)


Felipe
Lo grande de la Guerrita del Doce fueron las bolas. Ahí se demostró bien que sabíamos inventarlas y echarlas a rodar. Empezaban diciendo que Fulana estaba mala, un poco pálida; en la esquina decían que había tenido un tropiezo con un negro; en el parque la habían violado cuatro negros, y te daban los detalles sin faltar un pelo. Cuando usted venía a ver, salía en el periódico, con nombre, apellido, dirección y generales. La vergüenza. Eso pasó con una maestra de Palma Soriano, señorita ella y en trámites de casarse, que se hizo famosa por una violación como de siete a la vez, y resultó que la pobre mujer estaba en su casa, sin un rasguño. La bola la había echado a correr una enamorada del novio. Y él, de paso, dijo que ya no se iba a casar, porque su novia se había vuelto demasiado famosa.

Lo de las violaciones se puso de moda.7 La gente traía un alboroto tremendo y algunas blancas racistas veían negros desnudos hasta en sueños. Contaban que unos asturianos recién llegados, que ingresaron en una clínica con esos catarros malos que se pescan en altamar, habían sido atropellados por unos negros con ganas de divertirse. Y a un galleguito que apareció muerto en el río Machaca, y que a lo mejor lo enfriaron para robarle, como a muchos, las invenciones de la gente ya lo pusieron lleno de sangre, destrozado por unos negros desmedidos. Lo de la muerte era verdad, el trajineo lo inventaron los boleros. El laborantismo hacía más estrago que los alzados de Oriente y todo eso para que le fueran arriba a los negros con más ganas.

Si dos negros se saludaban en la calle y los veían, decían que estaban conspirando y que se habían dado una contraseña. Si salían de noche, en los pueblos racistas de Las Villas, les corrían atrás con palos y piedras, y armaban comitivas para perseguirlos. Y los políticos liberales achuchaban, porque les convenía el odio, para que nadie se incomodara con la matanza que venían haciendo en Oriente.

En mi casa, donde hasta este momento, negros y blancos amigos míos, trabajadores igual que yo, no se diferenciaban, también se puso la cosa fea. Mercedes la cogió con Avilio, un hombre bueno que tenía su taller de carpintería cerca de casa y pasaba cada mediodía a tomar el café, después de almuerzo.

—No me dejes sola con Avilio.

—Mujer, si Avilio es un viejo honesto, un infeliz.

—Él es negro, ¿no? Y todos los negros están revueltos buscando blancas.

Ella también había creído las bolas. Por más que le explicaba que Avilio no pudo volverse malo de la mañana a la noche no había quien la dejara sola con el pobre hombre. ¡Hasta mi suegra, una vieja que parecía salida de una botella, tenía miedo a que la violaran! Yo quería que se acabara la guerra para que se tranquilizaran las mujeres. Y el que más y el que menos tenía problemas en la casa, porque en Cuba siempre habíamos sido bien llevados y no sabíamos cómo enfrentar un asunto de esa índole. A cada rato un barullo de gente para la Cuba Company, a ver pasar los trenes con refuerzos. Cada vez que pasaba un tren, las discusiones y las broncas. Y en el barrio, donde el negro y el blanco viven juntos, separados por testeros de tabla, esas discusiones le dolían al vecino. Usted se imagina qué era si el amigo negro de usted se enteraba de que su familia andaba en ese meneo de ir a saludar con banderitas a los que estaban matando negros en Oriente. No se sentían muy a gusto. La amistad se acababa.

A ciencia cierta nadie sabía qué estaba pasando en Oriente. Los periódicos traían partes oficiales y, según esos, los alzados se habían metido en camisas de once varas. Contaban parrandas de tiroteos, robos y violaciones, y que nunca daban el frente. Se hablaba de un pelotón de negros desnudos, embarrados de cebo, montados en pelo. Esos negros entraban por una calle de cualquier pueblo chiquito y salían por la otra sin que pudieran pescarlos y, en el pase, arrasaban. No dejaban comercio sin robar ni mujer sin cascar. Yo, la verdad, creía muy poco de todo aquello. Si no eran buenos en la guerra, ¿por qué los aspavientos de los liberales, tantas tropas y tantos alimentos? ¿Iban a cuidar a las blancas de Oriente? Y en cuanto a los atracos, los pobres sabíamos que los primeros asaltacaminos eran los propios gobernantes.

La bola mejor fue la de La Maya, un pueblecito de Oriente que quemaron los alzados. El gobierno dijo que los negros, por brutos, habían desperdiciado el único puesto importante que cayó en su poder. Creo que la bola era así. Se puso una contraseña para entrar y salir del pueblo. Si se decía: ¡Se quema La Maya!, era que estaban rodeados, y daban candela por las cuatro esquinas. La clave para poder entrar era: Va un negro bueno, y la posta permitía el paso. Pero llegó un jinete un poco olvidadizo, en una yegua, no se acordó bien de la contraseña y soltó la que no era. Ahí mismo se encendieron las antorchas y en un dos por tres dejaron aquello en nada.

Claro, ante los heridos con quienes conversábamos en el andén de ferrocarril, que habían perdido sus propiedades y que iban para La Habana, a llorar delante de José Miguel y pedirle venganza, ¿quién se ponía a defender a los negros? Pero parece que los alzados pelearon en buena ley, se portaron como hombrecitos y fueron duros, sí, pero con moral y comportamiento de guerreros. Esto lo pienso ahora, porque en aquellos días hasta el periódico de los Arredondo se puso a exagerar lo del incendio y publicó muchas noticias falsas. Fíjese que hasta muchos años después, cuando se quería anunciar una tragedia en Cuba, todavía había gente que decía: ¡Aquí se va a quemar La Maya! Por aquellos días compusieron una canción, ¿usted no la ha oído?

Altosongo,
se quema La Maya.
Altosongo,
se quema La Maya...

Ese es el estribillo, la parte que se hizo famosa. De la letra no me acuerdo bien porque, la verdad, a mí me gustan más las canciones de amor y esas son las que me aprendo.

Sedición racista.
Asalto a La Maya
Santiago de Cuba. Junio 3. Acabo de tener una entrevista con una de las víctimas de la toma del poblado de La Maya, que me ha contado los sucesos de la manera siguiente:

“Las fuerzas públicas que había en el poblado, habían salido a operaciones, cosas que conocieron los rebeldes por buenas confidencias.

”Conocida la situación desamparada del pueblo, a las diez de la noche penetraron en el poblado dando unos gritos horrorosos de:

”—¡Al machete con los blancos y los mulatos! ¡Vivan los negros al mando del general Ivonnet!

”El pánico que se apoderó de las familias blancas y pardas fue inmenso, como puede suponerse, y enseguida las mujeres empezaron a salir de sus casas, en la forma en que se encontraban a esa hora, en paños menores muchas de ellas, que ya estaban durmiendo, y huyendo para la parte contraria a aquélla por donde se presentaron los alzados.

”La única resistencia que se les pudo hacer para contenerlos un tanto y dar lugar a que la gente del poblado reaccionara un poco, fue la que hicieron veinte hombres, entre rurales y paisanos, que se emboscaron resistiendo durante una hora el ataque. Al fin los rebeldes tomaron el pueblo, dedicándose entonces al saqueo, al robo y al incendio.

”Vaciaron las casas de comercio, luego dejaron sin incendiar tan sólo cuatro casas de todas las del pueblo. Muchas familias han perdido todo lo que poseían, quedándose en la más espantosa de las miserias. El producto del saqueo que obtuvieron los rebeldes fue cargado tranquilamente en acémilas.

”Los rebeldes arrancaban del cuerpo de las mujeres las cadenas y demás prendas que portaban. Tres negros de los asaltantes fueron muertos por los paisanos que se defendieron y varios fueron heridos. También fueron detenidos 15 individuos en el pueblo por estar complicados con los alzados, entre ellos siete espías, que fueron los que dieron la noticia a los alzados de que las tropas habían salido a operaciones”.

Los trenes de La Maya llegaron ayer a esta ciudad, atestados de pasaje. Las familias venían casi desnudas. Cuentan escenas horripilantes.

Se asegura que el general Ivonnet ha dicho que así como ha entrado en La Maya entrará también en Santiago de Cuba, aun cuando para ello tenga que dar la vida.

Cuatro oficiales norteamericanos se trasladaron ayer al poblado de La Maya para tomar fotografías e informar gráficamente a sus jefes sobre lo acontecido.

Este suceso ha causado un pésimo efecto en la opinión pública. Se cree que la intervención de Estados Unidos es cosa que no se puede evitar ya.

Cabrales

(14 de  junio de 1912.)


Lázaro
Yo tengo de negro pero no me ciega la pasión. En la Guerrita del Doce hubo de todo, como en botica. ¿Que fue una matanza de negros? Verdad. Pero si le echamos la culpa entera a José Miguel, no estamos jugando limpio. A esto hay que darle muchas vueltas para no equivocarse. Los viejos del batey le dirán que no me haga caso, que soy desteñido porque agité contra los negros en Ciego, que los jabaos no tienen bandera. Eso me importa un pito. A la edad que yo tengo, jubilado, sin perrito que me ladre, me tiene sin cuidado lo que piensen de mí en este batey. A usted le gusta oír historias, y si reúne paciencia, le cuento la mía. Usted me cree o no. Le sueno mi campana, busca a otro que le suene la suya, lo junta todo y mire a ver si saca algo en claro. ¿Estamos?

Si le dicen que yo era liberal, no le dicen mentira. Sentía por el liberalismo y José Miguel era el padre de los liberales en la zona de La Trocha. Fui miguelista y después de la bronca de los negros me hice más miguelista todavía. Un poco porque me gustaba y otro por conveniencia. ¿Quién se metía en aquella política por patriotismo? Desde chiquito lo primero que te decían en la casa: Muchacho, la política es lo más sucio del mundo. Si usted se metía lo hacía para sacarle algo, porque le vio el filón. Yo le vi mi filón y me enrolé en el liberalismo. Pero no iba a ser un liberal cambiacasaca, como muchos que había. Yo iba a ser un liberal aunque el partido se metiera en un lío de guerras raciales y de atracos.

En mi personal modo de ver, José Miguel tenía sus cosas buenas y sus cosas malas como los gobernantes que se conocieron aquí antes de la Revolución. Ese era un albur que se jugaba quien decía: Llevo a este gallo. Después usted no se podía apear con tangueos. Lo llevaba con lo bueno y con lo malo, un poco de cada parte. El cabezazo venía si usted quería ver a la gente en una sola pieza. Ahora se sabe quien está con la Revolución y no le ve ningún defecto y quien está en contra y todo lo ve malo. Así no se puede, porque te destarras. En mi tiempo había que buscar un justo medio. Yo lo busqué, pero... no lo encontré a tiempo, la verdad, y lo más que hice fue irme adaptando.

Hay quien dice que la Guerrita del Doce empezó por una inquina personal, como eran los pleitos sabrosos en la República, José Miguel era un hombre con más arrastre que Evaristo Estenoz y, además tenía el poder. El negro nunca convenció con su partido de los Independientes de Color y su pugilateo para que los dejaran participar en las elecciones. No estaba el horno para galleticas y a nadie le convencía la petición de igualdad social de los negros. En Cuba se hablaba mucho de la igualdad social, pero hasta el que más alto estaba tenía a alguien encima y todo el mundo andaba pugilateando. Estenoz tenía sus razones, pero la gente pobre tenía hambre. El gobierno daba el trabajo y lo quitaba. Cuando el estómago estaba vacío, las razones políticas no entraban con mucha facilidad y, ya le digo, no había mucha conciencia. Al peón que se metiera en revoluciones le iban arriba los hacendados. Sin el apoyo de los hacendados no había revuelta que adelantara un tramito así. ¿Usted cree que no me doy cuenta de lo que había detrás? Yo las pesco al vuelo. Mire, ahí lo que había era un manejo de unos que querían subir y no los dejaban. No los dejaban porque lo que Cuba tenía que repartir, entonces, era muy poco, y no iban a dejar que los negros entraran en el reparto. Ese es el verdadero móvil de la Guerrita del Doce. Estenoz era el representante de los negros que se abrían camino en los negocios. Y José Miguel era el representante de los que ya estaban en los negocios desde el principio de la República.

José Miguel y Estenoz eran socios desde antes, cuando el espirituano se alzó contra Estrada Palma y buscó el favor del americano para hacerse presidente. ¿Quién quitaba que se pusieran de acuerdo a última  hora y uno hiciera el ridículo? Estenoz había sido liberal. Empezó cuando las huelgas, agitando a los albañiles de La Habana. Así se hizo famoso. Después peleó junto a José Miguel en la Guerrita de Agosto y cuando Tiburón subió, estaba contento con el gobierno. Hasta que cogió alas y quiso postularse. Juntó algunos negros en un partido, pocos, porque muchos negros seguían las consignas liberales. A lo mejor reunía más si lo dejaban, y Tiburón vio claro el manejo. Lo metió preso y lanzó la Ley Morúa, para que no se embullaran Estenoz y los otros negros pudientes que decían que estaban alrededor suyo. Aunque lo soltó, eso no lo perdonaba un hombre tan soberbio como Estenoz. Acabó de encabritarse y armó la pendencia. Quería que lo respetaran. Lo que más embromaba a aquellos negros era que no los respetaban. ¿A mí?

Sedición racista. Un despacho al Times 
del general  José M. Gómez

Nueva York, Mayo 23. El presidente de la República de Cuba, general José Miguel Gómez, ha enviado un cablegrama al periódico New York Times, en el cual dice lo siguiente:

“Confío en tener dominada, dentro de muy breve tiempo, la revolución que ha estallado en las provincias de Oriente y Las Villas, en la que solamente toman parte los negros. La gran mayoría del país está al lado del gobierno y de todas las partes de la República llegan adhesiones de los veteranos, tanto blancos como negros, ofreciendo voluntariamente sus servicios para contrarrestar al movimiento, reinando absoluta tranquilidad en las provincias de La Habana, Matanzas, Pinar del Río y Camagüey, debiéndose este buen resultado a la activa persecución que contra los alzados han llevado a cabo las tropas del gobierno.

”Existen dos partidas y otros pequeños núcleos de alzados en Las Villas, las que ya andan dispersas, habiendo regresado a sus casas muchos de los que en los primeros momentos secundaron el movimiento.

”Se ha enviado fuerzas suficientes a Oriente para acabar con los alzados. La prensa ha exagerado la importancia del alzamiento, al publicar falsos rumores sobre el mismo, relativos a que se abrigan temores de que pueda muy bien surgir una guerra de razas, ha dado al movimiento más importancia de la que realmente tiene en sí.

”Yo he realizado cuantos esfuerzos me han sido posibles para evitar esta revolución. Hice detener a Estenoz y a sus secuaces, siendo esta medida duramente criticada por los partidos y grupos de la oposición, los cuales expresaron que Estenoz y los acompañantes que formaban el Partido Independiente de Color eran inocentes. Se le sometió a un proceso criminal y el tribunal que los juzgó dictó sentencia absolutoria por  falta  material de pruebas y la realidad que ahora nos confronta ha venido a demostrar que hay individuos que ni se enmiendan ni se arrepienten.

”Ahora bien, no obstante eso, yo continuaré la línea de conducta que me he impuesto, manteniendo sin titubear ni vacilar mi propósito de devolver de nuevo a mi país la paz y la tranquilidad, a fin de que siga siempre su marcha por el camino de la prosperidad y el progreso.

”He cablegrafiado casi esto mismo al New York American, manifestándole al propio tiempo que contaba con dos factores de gran importancia para triturar el presente movimiento, o sea, con tropas suficientes para combatir y con la opinión pública que, francamente, se ha puesto de mi lado.

”El núcleo principal de los elementos que integran el alzamiento se compone, exclusivamente, de negros alzados en las provincias de Oriente y Las Villas, a cuyas provincias he enviado tropas suficientes para dominar el brote revolucionario”.

(23 de mayo de 1912.)


Lázaro
Yo estaba en Las Villas cuando sonaron los primeros tiros. Oí discursos defendiendo y atacando a los negros, porque en el primer momento hubo hasta quien los defendió en público. Los alzados pedían que el gobierno echara abajo la Ley Morúa, que la había escrito un negro contra los negros. Sin esa ley podían tener un partido y entrar en las peleas electorales. A quien más ponían de ejemplo los liberales era a Juan Gualberto Gómez, que no entraba en organizaciones racistas. Aunque nunca lo iban a llevar para presidente se trataba de tú con los políticos blancos, hijos de españoles ricos, y tenía mucha gente que lo escuchaba y que opinaba bien de él. Lo primero que oí, en Santa Clara, una ciudad que tenía fama de racista hasta decir basta, fue un discurso de un liberal, medio borracho, en pleno parque, tirando a relajo la revuelta:

—¡Los negros se han salido del tiesto pidiendo igualdad! ¡Ahora quieren ser iguales! ¿Quién se los niega? ¡Si hasta la Constitución lo dice: todos los negros son iguales! Y esa Constitución la hizo Juan Gualberto. ¡Lo que tienen que hacer es meterse debajo del paraguas de Juan Gualberto!8

Los primeros en darle pie a quienes querían desprestigiar el alzamiento, fueron los negros miembros de las sociedades de color. Hubo algunos que le escribieron a José Miguel para que no los confundiera y hasta pidieron armas para ir al monte y participar en el picadillo de negros. Yo creo que si no se las dieron fue porque tenían miedo a que se alzaran con ellas. Con un negro nunca se sabía... Sí, no me mire así. Los conozco bien, porque los tengo en mi casa. Yo soy jabao, hijo y padre de negros, y no hay quien pueda hacerme cuentos. Es por eso que yo vivo aquí, en el barracón, aunque tengo mi familia constituida en Ciego. ¿A mí?

Mi familia es un cruce. Por un lado asturianos y por el otro franceses. Lo de negro se le pegó en Cuba. Empezaron por probar a las negras y terminaron prefiriéndolas. Parieron mulatos, los mulatos buscaron blancas para casarse, por aquello de adelantar la raza, y todos terminaron en jabaos. Un jabao no es blanco ni negro ni mulato. Por eso decían que no teníamos bandera. Un jabao saca la picardía de las dos razas: donde llega, cuídate, que ese se lo lleva todo.

Fuimos ricos cuando la colonia, pero el hambre llegó a mi familia con Valeriano Weyler. Se empecinó en limpiar el campo para darle candela a los mambises y acabar con la guerra. Inventó lo de la reconcentración. Con la guerra no acabó, pero con mi familia sí. Descubrió que un pariente nuestro estaba entre los mambises y quemó las propiedades de mi abuelo. Ellos se refugiaron en Matanzas, como una tribu de gitanos. Dicen que durante la reconcentración, aunque tuvieras dinero no tenías dónde comprar comida y la gente se moría de hambre. En esa escasez y esa hambre nací yo. Mis parientes se comieron los ahorros y se fue la armonía. Sólo heredé la mala leche. Los dimes y diretes no dejaron que la familia empezara de nuevo. Cada cual agarró su caminito. Los campesinos que no teníamos preparación no aprendíamos a vivir en los pueblos, nos descentrábamos y los hijos nada más servían para peones. Con el primer cabezazo supe que el dinero ya estaba repartido en el mundo. Rico no me iba a hacer, pero nadie me quitaba ser un bicho y sacarle buenas lascas a las situaciones. Crecí con la República y me parezco a ella: mi vida ha sido la malicia, la suerte y saber flotar que, como yo no tenía oficio, era lo primero.

Vine de Matanzas. En Camagüey había buenas tierras, mucha plata y pocos camagüeyanos. La gente venía de Colón, de Jovellanos, de Perico... ¿No oyó eso de a correr, liberales del Perico? Esos fueron unos liberales, en un mitin que se acabó a tiros. Se regaron por toda Cuba y a Camagüey le tocó su buena ración de ellos. Aquí se casaron y empezaron a trabajar en los centrales azucareros. De ahí le vino el liberalismo a esta provincia. Así me pasó a mí: para defenderme sólo tenía mis manos y la desconfianza, que era cosa natural del guajiro cuando llegaba al pueblo.

Era un muchacho y andaba siempre con un tío cuadrillero, que traía gente contratada para Stewart. No le quedaba dinero, pero sí ese pisto de representar a los demás que tienen los ricos aunque estén arruinados. Buscaba peones dondequiera que hubiera verracos que se tragaran el cuento de un pueblo nuevo y un trabajo fijo. Era hombre de mucha labia pero poca suerte. Uno se imaginaba que tenía plata, pero no le quedaba porque las mujeres de la vida lo explotaron como se les antojó. Por aparentar tanto y pagar tragos en las cantinas, unos sabandijas le dieron cuatro janazos, le llevaron la cartera y lo dejaron muerto en un marabuzal. Los ladrones se dieron a la fuga. Resultaron negros como hubieran sido blancos, que los ladrones y los muertos de hambre no escogían el color. Pero fueron negros para más desgracia. Desaparecieron y la policía dijo que se habían alzado, porque por aquellos días empezó el revolico de la guerrita. Yo no creo que la pandilla que mató a mi tío se juntara con los alzados porque estaban con los bolsillos llenos y es sabido que a gente como aquella le interesaba un pito los ideales, que los dejaran participar en la política o que Martín Morúa metiera una ley en contra de los negros.

No lo pensé dos veces. Mandé el cadáver de mi tío por ferrocarril para Matanzas y ni fui al velorio. Vine para Camagüey. A Matanzas no volvía y en Las Villas no me quedaba un día más. Yo era muy avispado y sabía bien que estar en una pendencia de esas, teniendo de negro, en un momento de peleas raciales, era un negocio chiquito. Salí como bola por tronera, no me fueran a coger de caballito trotón. ¿A mí?

Servicio especial. Sedición racista.

La ayuda yanqui contra los negros

Valioso ofrecimiento

Los célebres tiradores y jinetes cow-boys, que operaron a las órdenes de míster Roosevelt en Santiago de Cuba, cuando la guerra de independencia, le han dirigido el siguiente cable al presidente de la República:

“Nueva York. 25 de mayo. Presidente de Cuba. Habana. 500 cow-boys desean salir enseguida perseguir negros si gobierno paga gastos. Conteste cable. Irvinamier”.

Inmediatamente de recibir el anterior cable, el presidente dispuso que se pasara el siguiente:

“Irvinamier. Nueva York. Muy agradecido generoso ofrecimiento. No necesito hombres. Dé gracias más expresivas generosos cow-boys. Tengo fuerzas suficientes aplastar prontamente revoltosos quedan en armas.—Gómez ”.

Refuerzos para Cuba
El Departamento de Guerra de Estados Unidos ha dispuesto el envío a Guantánamo del transporte Praire conduciendo 700 hombres que obedecerán solamente órdenes de aquel departamento. En el caso de que dichos hombres necesiten salir de la Estación Naval, lo harán para defender al gobierno cubano.

La flota americana
 Últimos cablegramas. (De La Lucha.)

“Washington. 25 mayo. (Al oscurecer). Las tropas americanas ejercerán de nuevo, por tercera vez, sus funciones policíacas en Cuba. En estos momentos se han dado las órdenes oportunas para que se apresten a salir para Cuba unos 1 000 hombres de infantería de marina. El día 26 del actual llegarán a Cuba los primeros 700 soldados de este contingente. Más de 2 000 soldados están en camino hacia Key West, a bordo de las dos divisiones de la escuadra del norte del Atlántico. El acorazado Nebraska, que salió del puerto de Nueva Orleans el viernes para Hampton Reads, ha recibido órdenes de detenerse en Key West, en cuyo punto se le reunirán, a la mayor brevedad, el crucero Washington y los acorazados Georgia, Rhode Island, Missouri y Ohio, a los cuales acompañará el barco hospital Solaco y dos potentes remolcadores de los que prestan servicios en la escuadra. Esta flota permanecerá en Key West, esperando órdenes para actuar sobre Cuba en caso necesario”.

(25 de mayo de 1912.)


Lázaro
En cuanto llegué a Ciego se armó una pelotera tremenda. Acababan de ponerle alumbrado a la glorieta del parque, cuatro arcos lumínicos. Unos negritos alborotadores fueron en pandilla, en plena retreta, a sentarse en las primeras sillas, las que tenían separadas las familias blancas de más pisto en el pueblo. Los blancos ricos pagaban el abono por meses, y, si no iban, las sillas quedaban desocupadas. Esa era una orden dada por el ayuntamiento. Los negros tenían derecho al parque, siempre que pasearan por afuera y se sentaran debajo de unos laureles, en sillas que quedaban en la oscuridad, sí, pero tenían mucho fresco.

La orquesta estaba tocando el danzón El Aguinaldo y ahí mismo paró. Los hijos de los blancos le fueron arriba a los negros para quitarles las sillas. Los negritos ya habían puesto las nalgas allí, y eso se consideraba una ofensa. Los silletazos volaron. Hubo quién sacó cuchillo. Algunos heridos, un montón de presos y los demás se dieron a la fuga. Cuando la policía creyó que todo había terminado, volvió a empezar la bronca. Le dieron órdenes a la orquesta de que no interrumpieran por nada del mundo, así que entre habaneras y pasodobles saltaba un pedazo de silla o se caía uno de los arcos lumínicos. Era una vergüenza. Un blanco subió a la glorieta y dio un discurso:

—¡Aquí la gente tiene que comportarse como Dios manda! ¡En Ciego siempre los negros se dieron su lugar y nunca hubo desprestigio! ¡Esto es el colmo! ¡Respeto y no guapería! ¿Quién ha visto negro guapo ni tamarindo dulce?

Lo empujaron y desde la misma glorieta cayó ensartado en un cantero de nomeolvides. Aquel tipo se puso que bufaba, con su traje blanco lleno de lamparones morados y su sombrero de jipijapa hecho una etcétera. No acababan de pararlo cuando le fueron arriba unos negros gandísimos. Lo ensangrentaron, lo desfiguraron, y cuando los blancos se armaron con palos, con manoplas, macanas, y llamaron a la fuerza pública, se echaron a correr. Nadie pudo dar con ellos. El blanco del discurso todavía tenía fuerzas para seguir discurseando. Cuando se lo llevaban para la casa de socorro, seguía pataleando. En eso vio a Federico Sariol, un negrito fista que dirigía la sociedad El Progreso de Color.

—¡Sariol! ¡Recoge a tus niches o te va a llevar la pelona!

—¡Esos no son mis niches, Bebo! Esa es la chusma del Quince y Medio, que se ha colado en Ciego para embromarnos.

Esa misma noche citaron a una reunión de las sociedades de color y se escribió un comunicado al gobierno. Yo me colé en la junta, donde casi nadie me conocía, y tanto parloteo armé que aparecí entre los firmantes, porque me convenía el asunto. El alcalde Morgado nos recibió y dijo que éramos ciudadanos negros dignos de nuestra raza, liberales puros y orgullo de Ciego de Ávila. Me valí del alboroto y entré por la puerta grande. Por encajarme, no digo yo si agitaba contra los negros. Contra Mariasantísima si se me ponía a tiro. ¿A mí?

Federido Sariol me ayudó, me presentó a los políticos más influyentes de Ciego. Si no me resolvieron de inmediato, a los dos años ya yo no era un culizurcido. Sariol hizo una campaña grandísima en contra del alzamiento de los negros y me escribió un discurso que repetí de memoria en Jagüeyal, en el Quince y en Palo Alto:

—¡Negros! ¡Blancos! Estamos ante un atentado que no se hace sólo al ilustre cuerpo de gobierno, sino a la existencia misma de la República de Cuba. Los que agitan la bandera del racismo desgarran el alma de la patria. La vida de la República vale más que la vida de cualquier raza. Las torpes impaciencias sólo conducen a la destrucción, a la vergüenza más onerosa, a la iniquidad. Pongo el alma en Cuba y llamo a la conciencia de los cubanos justos, negros y blancos, para denunciar, en  nombre de  los hombres de oscura tez de la región avileña, que el empeño diabólico, loco, de hacer tremolar esa negra bandera del racismo en esta República, sólo conduce a la desaparición de la misma. ¡Detengámonos! ¡La República se hunde por nuestras brutalidades! ¡Negros, seamos gentes! ¡Evitemos la conflagración!

Estuve dos semanas preparándome y una noche lo solté en la sociedad El Progreso de Color. Me presentó el propio Sariol.

—Este es un caso ejemplar. Un trabajador agrícola que entiende el peligro que amenaza a Cuba.

Me dieron el visto bueno y salí a repetirlo. ¿Cómo se me va a olvidar? Yo lo decía con una fuerza que convencía a cualquiera. Y como estaba tan bien escrito, los negros pensaban que yo era un gran orador. No sé de libros pero lo que es buena memoria, eso sí tengo.

Sedición racista
Valiosa adhesión
Servicio especial (detalles)

Nuestro estimado amigo, el señor Federico Sariol, envió hoy al presidente de la República un telegrama concebido en los términos siguientes:
“Ciego de Ávila. 28 de mayo. Presidente de la República.— Habana. Raza color Ciego de Ávila protesta movimiento armado. Ofrece incondicional apoyo gobierno. Su representación: Federico Sariol.”­­     

Laboremos
Se ha planteado en Cuba, para desgracia de todos los que en ella vivimos, la peor cuestión que podía haber surgido: la odiosa cuestión de razas, que será, si no se trata de atajar el mal a tiempo, con mucho tino y prudencia, reguero de inquinas y rencores que irán en crescendo, abriendo insondables abismos entre cubanos que hasta ayer vivieron unidos por el santo cariñoso fraternal abrazo, con una sola aspiración y un solo fin, conservar la república libre y soberana, próspera y feliz, de todos y para todos, sin distingos de razas, de clases, tal como manda su democrática Constitución: “Todos los cubanos son iguales ante la ley, la república no reconoce fueros ni privilegios personales”.

De ahora en lo adelante, debido al movimiento armado —que felizmente, dado el reforzamiento de tropas justas que ha pasado para Oriente, parece tocar a su fin— quedará quebrantada esa benéfica unión y armonía que en todas las épocas y en todas las difíciles situaciones porque Cuba ha atravesado, siempre existió entre los blancos y los negros, que juntos lucharon y abrazados cayeron en el campo de batalla, por la libertad de nuestra patria.

A evitar que las diferencias, en mala hora surgidas, ahonden entre unos y otros y surtan perniciosos efectos; debemos dedicar todos los hombres de buena voluntad nuestros esfuerzos y, por medio del consejo y la prédica, hacer que en el ánimo de todos, y en  particular del elemento joven, arraigue de nuevo, el cariño de hermanos, el hermoso y patriótico ideal de unión, paz y trabajo, el olvido de lo pasado.

Blancos y de color apresurémonos a rectificar cualquier error o imprudencia cometida en días de excitación, que no tengamos la tristeza de presenciar otra vez en nuestro hermoso parque el bochornoso espectáculo del domingo, que no tengamos que oír los desagradables y amargos comentarios que sobre el caso se han hecho, porque ello desdice del patriotismo cubano y del progreso y cultura de nuestro pueblo.

Alistamiento. Aviso
Alcaldía municipal de Ciego de Ávila

El gobernador de la provincia, en el telegrama de hoy, me dice que por orden del señor presidente de la República, empieza a alistarse cuantos hombres puedan servir, con sus caballos, pagándolos a cuarenta y cinco pesos mensuales y la comida, para que los envíen a las órdenes del general Monteagudo. Se hace saber a los habitantes de este término, a fin de que todos aquellos individuos que, reuniendo condiciones al efecto, deseen alistarse, acudan, a inscribirse a la jefatura de policía situada en el edificio que ocupan las oficinas de la administración municipal, calle Marcial Gómez esquina a Independencia, en este pueblo.
Adolfo Morgado
Alcalde Municipal

Episodio cómico
Una de las noticias más cómicas que se han visto publicadas, es la que se refiere al alzamiento de una partida en Jatibonico, que se batió desesperadamente con los rurales. La verdad de los hechos no es otra que ésta:

Hace dos o tres días el jefe del destacamento de Jatibonico ordenó a una pareja que fuese a establecer una emboscada en los cañaverales de la finca, cerca del batey. Los guardias obedecieron, pero por desgracia ambos pertenecían a la raza de color, y esto dio lugar a que un americano que trabajaba en el ingenio, al ver que dos hombres armados trataban de esconderse cerca de las máquinas, los tomara por alzados.

El yanqui de la historia, sin encomendarse a Dios ni al diablo entró en su casa, cogió el rifle y la emprendió a tiros con los supuestos estenocistas, que bien pronto se vieron atacados a balazos limpios por quince o veinte hombres americanos, cubanos y españoles que, respondiendo a la primera alarma, acudieron al teatro de la lucha.

Los pobres rurales, que comprendían lo ocurrido, no podían salir de su escondite para disipar el error, pues, de haberlo intentado, se hubieran expuesto a una muerte casi cierta; y en tan crítica situación, tuvieron que permanecer algún tiempo, hasta que uno de los defensores del ingenio, al observar que los alzados no contestaban al fuego, acercóseles a la emboscada y sacó a la amenazada pareja del gravísimo peligro en que su mala estrella la había colocado.

(29 de mayo y 18 de junio de 1912.)


Lázaro
No crea que el discurso me dio ganancias de inmediato. Sólo conseguí pega, pero eso ya era bastante. Si yo hubiera tenido escuela, a lo mejor enganchaba con los políticos, pero como era un arrastrado que apenas sabía leer los periódicos, tuve que volver a lo mío. Los primeros tiempos fueron duros. Era muy muchacho y no tenía experiencia. Imagínese, yo, que había nacido para mandar, volver a sudar como un negro... No se ría. Ya le expliqué que tengo de negro. No es lo mismo tener que ser... ¿Entiende? Tuve que guataquear, recoger cogollos para los bueyes, engrasar carretas. Levanté cabeza más tarde, cuando me pude colar entre la gente de confianza del administrador Alberto Lamar, matancero muy instruido y que sabía ver la pinta de los demás. Me miró de arriba abajo y me puso la mano encima:

—Ven acá, jabaíto. ¿Tú sabrás responderme a esta pregunta? Es una discusión que tengo con acá, estos amigos. Si van dos por un camino, se rompe un puente y tiene que embarrarse uno de los dos, ¿quién carga a quién?

Me olí el queso. Algún truco había, porque los otros me miraban y se miraban entre ellos, y porque nadie hace una pregunta de esas si no tiene su trastienda. La picardía nace, no se hace. Me le paré bonito y dije:

—¿Cuál de los dos paga?

Con eso me gané al matancero.

Aquello era así, quien tenía padrino se bautizaba y Lamar fue padrino mío y de unos cuantos muchachos con mucha discreción en Stewart. Ver, coger y callarse. Eso me dijo Lamar y lo puse en práctica. Me dio chance como eventual en tráfico del ingenio. Acepté el puesto, pero aquello no me gustaba. Aproveché cada vez que Lamar se asomó por allí para acercármele y darle vueltas, dejarme ver, hasta que supo que conmigo se podía contar. Tuvimos una conversación en su casa, congeniamos, y al otro día yo era mayoral en tierras de administración. ¿Qué le parece? Lamar me tuvo consideración mucho tiempo. Después vinieron otros que esperaban encaminarse en la vida, y hasta yo le presenté algunos primos que recién venían de Matanzas. Eso era así. Uno agarraba lo que podía y llevaba a sus socios en el negocio... si no te iban a hacer sombra. Lamar me tenía preferencia y me estaba agradecido. Yo sabía cómo cumplir sus órdenes en las colonias y mantener a raya cualquier brote de inconformidad, sin contemplaciones. Aquellos administradores de ingenio agradecían que le tuvieran las cosas tranquilas. Y ya le digo, aquel hombre era una onza de oro siempre que usted le diera por la vena del gusto.

Mi idea fija era sudar lo menos posible, tener una posición a la medida de mis posibilidades, y que la gente me respetara. Había cosas de las que no se podía hablar, cosas que no se podían hacer y otras cosas que no se podía dejar de hacer. Con Lamar yo estaba campana. El ejemplo del puente lo entendí. Yo me embarraba, pagaba él. Pero no era cosa de embarrarse tanto. Me montó en un caballo, para que lo espoleara igual que a los cortadores de caña. Y me encargó trabajos que no eran tan feos si usted sabía cerrar los ojos. La plata siempre es plata y se ve limpia. Tenía que administrar unas cuantas caballerías sembradas de caña, de la propia compañía, y sacarle el máximo a los macheteros. Los pesadores también eran empleados de administración y se ponían de acuerdo conmigo. Usted veía el robo en cada bulto y no parecía exagerado. Un poco hoy, otro mañana, en cada carreta, sumaba bastante para el central. Toda mi vida fui mayoral y me llevé bien con los administradores. Supe portarme. ¿Que fui duro con los obreros? Sí. ¿Pero podía ser de otro modo? Ellos o yo. Ellos me tenían a mí encima, pero yo tenía encima a toda la compañía. Si perdían el trabajo, era poca pérdida. Si yo me quedaba cesante, se me iban doscientos cocos estables. Doscientos pesos en aquellos tiempos, con el hambre que pasaba la mayoría, no era cosa despreciable.

Sedición racista.
Declaración de Evaristo Estenoz a un americano secuestrado

El cónsul de Estados Unidos en Santiago de Cuba, míster Holaday, ha informado al Departamento de Estado que el súbdito americano míster W. Collister, que según algunos despachos había sido secuestrado por los negros alzados en armas en la provincia oriental, se presentó en las oficinas de aquel consulado en la noche del cinco del actual, siendo portador de las siguientes declaraciones; escritas por Evaristo Estenoz, las cuales fueron entregadas al funcionario consular anteriormente citado:

Las manifestaciones de Estenoz son las siguientes:

“Los negros, bajo el actual gobierno de Cuba, no tenían derecho alguno. El objeto de la revolución que hemos iniciado y mantenemos es asegurarle al negro el disfrute de sus derechos civiles, que le corresponden como a los demás cubanos, de acuerdo con los preceptos de la Constitución de la República, por los cuales luchó durante años con las armas en la mano.

”La guerra que hacemos es una guerra civilizada, pues no robamos ni molestamos a las mujeres ni mucho menos asesinamos a los blancos; hechos éstos que ni aún siquiera tenemos la intención de realizar, no obstante las declaraciones constantes del gobierno de Cuba, de que tales son nuestros propósitos.

”Luchamos contra el gobierno solamente, en favor de nuestros derechos como ciudadanos cubanos, derechos éstos que bajo el actual régimen, hasta estos momentos, se nos había negado.

”Antes de continuar sufriendo este trato en el futuro, preferimos luchar y hasta morir si es necesario. Más aún, deseo declarar que, antes de continuar gobernados por los cubanos en la forma en que lo hemos sido en el pasado, es preferible por todos los conceptos el estar gobernados por extranjeros.

”El actual gobierno de Cuba ha pretendido hacer creer al pueblo que la presente revolución es una lucha de razas, esto, sin embargo, es falso en un todo.

”Cualquier arreglo que yo llegara a hacer con el gobierno de Cuba para poner fin a la presente revuelta, tendría que ser concertado en  presencia de los delegados de Estados Unidos designados al efecto.

”Nosotros, sólo exigimos que nos reconozcan nuestros derechos como ciudadanos y confiamos en que el pueblo americano comprenderá nuestra situación y estudiará el problema con gran cuidado, antes de llegar a convencerse de que la intervención es necesaria”.

(11 de junio de 1912.)


Lázaro
En Cuba la edad buena de los hombres es cuando empiezan, de muchachones. Después se ponen gordos, echan barriga y pierden la gracia. Yo, la verdad sea dicha, era un jabao bien parecido y estaba en mi apogeo. Venía dispuesto a sacarle lascas a mi situación de hombre joven. Con las mujeres no te puedes aflojar, porque te hunden, decía mi tío, que no conoció a una mujer buena y que no supo poner en práctica su consejo. Yo no tenía ganas de dejarme envolver. A él le habían cogido la baja las mujeres de la vida. Lo primero que pensé, cuando me quedé solo, fue que ninguna de aquellas iba a explotarme. Todo lo contrario. Trataría de sacarles cuanto pudiera. Si a él le había ido tan mal en ese negocio, a mí tenía que irme bien de todas maneras. Y aprendí hasta para dar lecciones. ¿A mí?

Si usted supiera cómo conocí a Teresa... y ahí vuelvo a la guerrita de los negros, no se desespere, compadre. Un día vinieron al batey con el alboroto de llevar liberales a despedir a los soldados que iban para la guerra. Era un lío de propaganda, con voladores, himnos y banderitas. Iba a pasar un tren con tropas para Oriente. La tropa la mandaba el general Esquerra. Se asomó a una ventanilla y lo aplaudimos muchísimo. Nadie se podía acercar al tren, pero en eso saltó un negrito flaco y se le cuadró delante:

—General, quiero ir a Oriente.

—No podemos llevar paisanos.

—Yo no quiero ir de paisano, general. Quiero pelear con ustedes. Estoy aquí desde anoche y me encuentro con que todavía no se resuelve que nadie salga. A mi casa no regreso.

—No tengo órdenes de llevar paisanos en la tropa, muchacho.

—Hágame soldado.

—¿Qué edad tú tienes?

—Quince años. Pero eso no importa, general. En mi familia no hay un gajo malo. Somos macho de verdad y yo quiero pelear.

La gente aplaudió al negrito. Se armó un alboroto, hasta que el general Esquerra lo subió y dio un discurso breve, como los que saben dar los hombres de carrera militar:

—Este es un ciudadano de color que comprende su deber patriótico. Voy a convertirlo en un buen soldado.

El tren arrancó y entonces vi a Teresa. Teresa Cervantes López se llamaba. Estaba llorando, porque el negrito era su hermano. Empecé dándole consejos, que la guerra era la guerra y los hermanos se alejaban para después volver con el orgullo del deber cumplido, y terminé enamorándola. Acordamos que en cuanto acabara el mitin nos íbamos por ahí, ya usted sabe... Pero el mitin empezó a ponerse caliente después que el tren partió. No sé quién dijo que el hermano de Teresa parecía sospechoso, que estaba buscando la manera de alzarse con el rifle que le dieran. Un blanco grande, encaramado en un cajón, gritó a voz en cuello que veía bien a los negros matando negros. Por ahí se armó la discusión y hasta bronca hubo. Teresa y yo no esperamos a que terminaran y esa misma tarde nos entendimos como hombre y mujer, en una habitación del Cosmopolita.

De las mujeres con quienes viví sin casarme, Teresa fue la que me duró más tiempo. Si nos peleábamos, volvíamos a entendernos en cuanto nos quedábamos solos. Ahí no teníamos diferencias ni discusiones. Siempre me regalaba su olor a hierba fresca con una alegría y un retozo que ninguna otra hembra supo darme. Si pasé tanto tiempo con ella fue porque supo darme alegría. Era una hembra como Dios las manda. Nos pusimos a vivir en un cuartico, en la calle Libertad, que era bastante céntrica. El cuarto tenía una ventana alta y la gente pasaba tan cerca que casi la podíamos tocar con las manos, desde la cama. Los que iban y venían, voceando por la acerca, ni se imaginaban que allí estábamos nosotros, casi todo el tiempo, haciéndonos felices y conociendo todo lo que pueden conocer un macho y una hembra cuando se gustan de verdad.

La Guerrita del Doce me juntó con Teresa y también me separó. Un día llegó una noticia que yo no esperaba, pero ella sí: su hermano se había pasado a las tropas de Ivonnet. Era lo que había anunciado aquel blanco, en el mitin. Teresa dio un cambiazo. Ella y su familia dejaron de tratarme. Ahora yo era un apapipio. Como si  lo demás no importara. Pude echarlos para adelante, pero dejé de verlos. Era mejor así. ¿No cree? Además, ¿quién puede hacerle daño a lo que más quiere? En aquel momento Teresa era lo único que yo quería en el  mundo. Cuando conocí a la madre de mis hijos, cambié. Esa era diferente. Señorita. De su casa. Con ella llevaba la vida oficial, aunque me reventara de ganas de divertirme. Me portaba como Dios manda y la trataba como a la esposa. Eso sí, cuando me aburría, buscaba a otras. Vino el primer año y más cariño. El segundo año y más cariño. Entonces dije. Aquí voy a amarrarme cortico. Si nunca la quise como a Teresa, ella  no tuvo la culpa. A lo mejor tampoco me quiso tanto. Me cuidó y me respetó como la habían enseñado en su casa. Así era la vida. Un hombre hacía sus cosas, entraba en todas, y, un buen día, borrón y cuenta nueva. Cuando uno se casaba, tenía hijos, ponía una casa, era hombre de verdad y se volvía otra persona, por muy tarambana que hubiera sido. Eso era así en Cubita la bella.

Sedición racista. Caminos sombríos
En los períodos en que la pasión estalla, hay que hacer porque sea el menor número los que pierden la ecuanimidad y la reflexión para que la mayoría, refrenando los impulsos de los exaltados, logre establecer el imperio de la justicia, no sea que ésta, huérfana de mantenedores, tenga que huir despavorida a esconder las vergüenzas que la afrentan. Porque cuando esto sucede en un pueblo, caen sobre él las maldiciones de la historia. No nos dejemos arrastrar por las pasiones de la gente, que, en pleno desequilibrio, y sin darse cuenta, desde luego, de los actos que realiza, llega hasta a incurrir en los mismos delitos que condena.

Bien está que contra los bandidos estenocistas se resuelva airadamente la opinión y jure y blasfeme y mate; bien está que persiga y encarcele a los que, simpatizando con aquellos, conspiran para ayudar a la nefanda revuelta; bien está que todos estemos ojo avizor; dispuestos a repeler la agresión de que podemos ser víctimas; pero no seamos nosotros los que en ningún momento la provoquemos; entre otras razones, porque los que censuramos, los que anatematizamos a las hordas de Ivonnet por incultas, por incivilizadas, por salvajes, no podemos, ni aún respaldados por la venganza ensombrecedora de la conciencia, bajar de lo alto, descender hasta ellos, envolviendo a todos los negros, por el hecho de serlo, en nuestra desafección y nuestro odio.

No, mil veces no. Si es verdad nuestra superioridad étnica, demostrémoslo ahora, que parece que las fieras de otra raza se desencadenan; si es verdad que somos cultos, probémoslo ahora con nuestros procedimientos, en medio de esta situación en que todo se tambalea; si es verdad que somos civilizados, patenticémoslo ahora, ahogando nuestros malos instintos, en esta lucha con el salvajismo; y por último, si es verdad que somos justos, evidenciémoslo ahora, en mitad de la general disolución que nos cerca, manteniéndonos esclavos de la ley moral, superior a todas las otras, y la única que en circunstancias de la índole que atravesamos debe prevalecer, imponiéndose a todo y a todos.

No azucemos bandos contra bandos, acelerando a pasos agigantados el final del desastre. Hay que sustraerse al contagio de las pasiones, que lleva por sombríos caminos a los hombres y a los pueblos. Son éstas, horas de serenidad. Huyamos del vértigo asolador de las iras, que suele dejar huellas de sangre, acaso inocente, en las calles y en las conciencias. Tengamos el verdadero valor, el que se crece frente al peligro positivo, no el que arremete a ciegas, contra los fantasmas del espanto o del coraje propios.

Castigar y defendernos debe ser nuestro programa. Reduzcamos a prisión al que conspire. Matemos al que viole, incendie o asesine, dentro de las leyes, si es posible; fuera de las leyes, si no queda más remedio. Pero no contribuyamos nosotros a aumentar los temores y las incertidumbres del momento actual, aprestándonos para la matanza solamente. ¡Todo, la patria inclusive, nos exige que sepamos, si el caso fatal adviene, defendernos y matar; pero defendernos y matar civilizadamente!

(Editorial sin firma. 11 de junio de 1912.)

Declaración de míster Hawley9

El New York Herald publica una entrevista de su repórter con míster R. B. Hawley, presidente de la Cuban American Sugar Company, en que dice lo siguiente:

“Nosotros no sabemos nada sobre un trastorno en la situación política, si tal cosa existe. Nuestro negocio es fabricar azúcar estrictamente y es lo que hacemos todos los días. Tenemos unos 8 000 trabajadores en nuestras fincas: solamente 2 000 menos de los que empleamos en tiempo de zafra. Sin duda la continuación de la alteración del orden público haría daño a la industria azucarera, y si un alzamiento como el descrito por la prensa fuera general, esta compañía indudablemente sufriría.

”Tenemos unos $ 25 000 000 invertidos en Cuba, cada centavo de este dinero dedicado a la fabricación del azúcar. No estamos interesados en empresas políticas, ni nada podría inducirnos a modificar nuestro propósito de manejar nuestras fincas, sin tratar de mezclarnos en la dirección de la república cubana.

”La Cuban American Sugar Company es dueña de propiedades en todas las provincias de Cuba, menos una, y nuestros administradores nos informan diariamente por cable. Según esos informes, ni sabemos siquiera que existe una revolución en la Isla. Ninguna de nuestras fincas ha sufrido, no hemos sido amenazados, ni tampoco nos han pedido contribuir a la ayuda de ningún levantamiento contra el gobierno cubano. Somos hombres de negocios, pacíficos y observadores, de las leyes, y esperamos que el gobierno de Cuba será capaz de mantener e imponer su autoridad”.

(18 de junio de 1912.)


Lázaro
La revuelta de los negros sirvió a muchos que querían encajarse. ¿Por qué no a mí? En Ciego tenía buenas amistades. Me recomendaron y entré en la sociedad El Progreso de Color. Aquello no era cuestión de gente pelleja. Allí se reunía la cremita, profesionales y tipos con influencia. Les hacía falta nuevos socios, gente que estuviera dispuesta a gritar que Estenoz estaba equivocado. Ya yo había dado aquel discurso y seguí repitiéndolo. Cuando el jaleo de los mítines y la propaganda, cargaba con algunos niches del batey, para hacer número. Si se veían negros en el mitin, era mejor.

En el Quince también pertenecí a la Sociedad Mariana Grajales, donde se daban las mejores fiestas de la zona. Ir a un baile era algo muy serio. Los hombres con filipinas de dos broches, sin lazo. Lo del lazo se aceptó después y de la filipina fue naciendo la guayabera. Los que se adornaban con colorines en el cuello y esas cosas, eran mal vistos. Los colores muy brillantes se dejaban para la gente bohemia. Usted sabía quién era hombre honesto y quién era chusma nada más que por la facha. Siempre hubo todo tipo de elementos, el que no servía y el que se respetaba. Yo, que trabajaba en el campo y a veces me embarraba de tierra colorada o me enchumbaba un aguacero, no pasaba por el Quince, ni a diez cuadras a la redonda, si no iba presentable. Saco y corbata discreta. Nada que llamara la atención.

Las sociedades eran dos: una de blancos y otra de color. Una cosa decente. Usted y yo éramos amigos, pero cada cual en su sociedad. Si una mujer no guardaba la debida compostura, la repudiábamos. Tenía que andar derechita, porque un socio la veía en un mal paso y reunía a la directiva. Decía lo que había visto y  la llamaban a capítulo. La primera vez le advertían y, después, pisaba bonito o la sacaban. Nada de desprestigio. Los hombres, lo mismo. Todos guardando la forma, que la sociedad exigía buenas costumbres.

Antes no se veía mujeres con esas faldas tan cortas. ¡Abajo de la rodilla! Esas exageraciones no me gustan ni un poquito. Es una provocación. El otro día, en la guagua de Stewart a Ciego, se sentó una muchacha, casi una mujer, con un tuniquito que parecía un pañuelo. Sin mentirle: aquella telita se le fue encaramando con el traqueteo de la guagua ¿y ella? como quien no ve. Me retrató de cuerpo completo. Imagínese, que yo viré la cara. Qué va. Mis hijas fueron criadas en otro estilo. Verdad que ellas son mujeres mayores, casadas y con hijos, pero nunca, ni cuando eran pollonas, se dieron al exhibicionismo. Que las cogiera yo en un brinco de falda corta. Ahí mismo las mandaba a taparse. La moda sí, pero con discreción.

Ahora usted ve que algunos hombres usan las mismas prendas que las mujeres: pantalón pistolita, pata de campana, camisa de colores, y hasta melenas. A mí me gustó vestir al natural. Pantalón ancho, camiseta de botones, camisa bien almidonada, de un color, con mi monograma en el bolsillo, zapatos de dos tonos. ¿Adornos? sí, una cadena discreta, que colgara de la cintura al bolsillo para sostener el llavero. ¿Y el peinado? Lo correcto. Nada de esas melenas indecentes. Yo, con mi patilla bien dibujada y el corte por encima de la oreja. Y no porque tuviera pasas. Aunque hubiera tenido pelo bueno. El macho tiene que diferenciarse de la hembra. Ese es mi lema.

La lucha de los negros de la sociedad contra los negritos manigüeros existió siempre en Cuba. Nunca fui a Oriente, donde dicen que la situación era más radical: sociedades de blancos, de mulatos y de negros. Dicen que allá un jabao no bailaba en una sociedad de negros.10

Yo, la verdad, debo decirle que las negras me gustaron siempre, pero mi mujer es bastante clara. Con ella iba a tener hijos. Y me salieron mulatos blanconazos. De vez en cuando buscaba alguna negra como Teresa, para limpiarme el pecho. Esas no las llevé a la sociedad, porque allí conocí a maestras normalistas, hijas de contadores y de tenedores de libros, gente fina y que sabía darse a su lugar. Era como debía ser. La sociedad, la casa y la representación social. Lo demás se buscaba en otra parte y de eso no se hablaba con nadie.

Sedición racista. Muerte de Estenoz
Ciego de Ávila, 28 de junio de 1912.
Por el gobierno de la provincia, con esta fecha, se dice a esta alcaldía lo siguiente:

“Para conocimiento de usted y vecinos de ese término manifiéstole acabo  recibir telegrama Secretaría Gobernación dicen despachos comprueban muerte Evaristo Estenoz”.
Lo que se hace público para general información.
Adolfo Morgado
Alcalde municipal

Notas  locales
Ayer el paseo fue delicioso. Muchas preciosas damitas en coche y caballo lucían sus encantos y, en su carro, recorrió las calles una alegre rumba.

Los cocheros, sin tarifa a la vista, hicieron la zafra. Por la noche se celebró otro regio baile en la Colonia Española, que superó al de anteanoche.

En medio de la mayor alegría se cerró, con broche de oro, el programa de las fiestas.

(1 de julio de 1912.)


Felipe
Si usted lo piensa bien, Ivonnet y Estenoz, los pobres, chocaron contra un peñasco. No tuvieron respaldo de los negros y, aunque tenían buena parte de la razón, no supieron convencer. Nadie mete la mano en la candela cuando no está convencido. Hablar de luchas políticas, en Cuba, entonces, no se entendía. A muchos los atemorizaba el uniforme militar de aquellos generales, porque habían hecho la independencia. Y José Miguel era militar camorrista. Hablaba de política, sí, pero daba trato militar a todas sus cosas. La política era lo que se veía en las tribunas. Usted rascaba esa cáscara y se encontraba con procedimientos de ordeno y mando. De militar a militar, Ivonnet y Estenoz llevaban las de perder. Eran negros y eso era un pecado casi más grande que ninguno en la República.

Estenoz cayó en Mayarí. Dicen que se suicidó para no rendirse, cuando se vio perdido. Pusieron el cadáver en Santiago, en el Cuartel Moncada, sobre dos cajas de balas. Ese fue el honor que le hicieron. Y no estaba mal descansar sobre las balas para un hombre bravo como aquel, que decidió morirse a seguir viviendo como no le gustaba. Me contaron que los santiagueros iban a verlo y se quedaban callados. Los negros de las sociedades de color, que tanto lo combatieron aunque no lo dijeran, esperaban un milagro, que se levantara, diera cuatro gritos y saliera a pelear de nuevo, defendiendo sus intereses. Esos blandengues querían que otros les sacara las castañas del fuego.

A Ivonnet le fue peor. Le hicieron una emboscada y cayó con un montón de compañeros. Estaba prisionero de un militar asesino, Arsenio Ortiz. Ese lo mató porque era la orden de Jesús Monteagudo, el jefe del Ejército, y porque cuando mandó a La Habana el aviso de que había agarrado vivo al famoso Pedro Ivonnet, José Miguel le contestó con un telegrama que se hizo famoso: “Presente cadáver”. Esa vez no quería darle chance a que el negro se explayara delante de un tribunal y hablara de justicia. Podía pasar que saliera con vida del juicio y con el tiempo empezara otra guerra, con más negros convencidos. Una cuadrilla de rurales le apuntó, cada uno desde un rincón distinto y lo acribillaron.

En Ciego los liberales tiraron voladores, bailaron y cantaron muchos días seguidos. Le sacaron más lascas a aquellos muertos que a las arcas municipales. Creían que habían hecho un hazaña y que todo el mundo se la iba a celebrar, pero ya los liberales empezaban a caer pesados y la gente se buscó nuevos políticos. Que eran iguales y que iban a ser iguales por mucho tiempo, no lo sabíamos todavía. La cuestión es que los asuntos políticos se pusieron malos para los liberales. Miguelistas o zayistas, daba lo mismo. Uno porque lanzó a la gente en una guerra y macheteó a cinco mil negros. El otro por aguantalavela. Ese siempre fue el problema de Zayas: quería jugar al ganso bobo. Robaba y dejaba robar. No mataba, pero los cuatreros de José Miguel lo envolvían en sus matazones. El se quejaba y seguía chupando. Y empezó a sonar Menocal, que era administrador de centrales azucareros. Pero administrador de verdad, no como Tiburón, que en la Silveira sólo hizo visages.

Los fieles y los desertores del liberalismo
Reproducimos para nuestros lectores este breve artículo publicado por nuestro colega La Discusión el 23 de julio de 1912:

“... en Cuba el Partido Liberal se constituyó para llevar al bien y hacer una progresista democracia la sociedad cubana, proponiéndose el respeto al ajeno derecho en el sufragio y el enaltecimiento de la administración cubana por la acrisolada honradez de los funcionarios públicos.

”Pero los directores que se han perpetuado al frente del Partido Liberal no han realizado otra cosa a la sombra de tan excelsa bandera de principios, y a la guía de esta sociedad asombrada, que dar la espalda a los principios y traicionar la sociedad que la siguió, esperanzada, a todas las batallas. Las solemnes promesas de honorable administración tuvieron por corolario esas grandes vergüenzas, desde el dragado hasta la Ciénaga de Zapata, que realizadas desde lo alto fueron el toque a rebato que sacudiera los escrúpulos y los temores en todo el organismo nacional, y los groseros apetitos salieron a plaza en cínica ostentación de latrocinio. Los funcionarios inferiores rivalizaron con los más altos en el súbito enriquecimiento y brutal disfrute de todas las preminencias del poder.

”Y ahora, en presencia de la urna electoral, los hombres de bien encuentran este dilema: siguen fieles a sus nobles ideales de una república digna de los sacrificios de tantos excelsos cubanos y condenan con sus votos a los que han traicionado y escarnecido los altruistas fines del liberalismo, o van de nuevo, unidos a los torpes desertores del ideal, ya desenmascarados, a consumar, en cuatro años más de depravación, la ruina total de tantos gloriosos esfuerzos emancipadores.

”¡No, no podemos seguir a los logreros, a los embaucadores, a los tránsfugas de los principios electorales! ¡No, ni zayismo ni reeleccionismo, que son dos grandes e iguales bubones que amenazan a la existencia nacional!

”El liberalismo tuvo en Hernández y en Asbert dos inmaculados candidatos: los tendría todavía en el ilustre Sanguily, y la república por él presidida, digna sería de presentarse en el más alto aerópago de las naciones; pero si el triunfo de la causa de los principios liberales ya no es posible, valdría más quemarse las manos que votar ahora, a sabiendas, por la desmoralización y la desdicha de la patria”.

Enrique Loynaz del Castillo

La reelección significa
de la patria el hundimiento,
del cubano los tormentos,
pues a todos dañifica.

El comercio perjudica,
hunde las artes y oficios,
y los grandes sacrificios
por la patria realizados,
pronto serán olvidados
como recuerdos ficticios.

Entiendo que el mayor mal
que puede a Cuba caber
es no llevar al poder
al general Menocal.

Nadie como él es leal
ni más honrado y valiente.
Nadie siente más ferviente
por Cuba sincero amor,
nadie tiene más honor
ni más cubano se siente.

Reelegir es fracasar
y echar a Cuba por tierra,
es dar principio a la guerra,
es a la patria matar.

Nadie me podrá negar
lo que declaro, Simón:
la muerte es la reelección
del Partido Liberal.
Solamente Menocal
puede salvar la nación.
Un Avileño.

(2 de agosto de 1912.)


Felipe
La guerra de los negros maltrató la popularidad de los liberales. Patinaron y perdieron las elecciones. Las perdieron a pesar de las trampas que hicieron en todas partes. En el Quince fue famoso el truco electoral. Mi cuñado venía de votar en los colegios del Quince y votaba en los de Ciego. Había hecho campaña en las colonias de Stewart, elogiando a Zayas. Pero a Zayas nadie podía levantarlo. Él había sido jefe del Partido Liberal mucho tiempo y, aunque la guerra de los negros la capitaneó José Miguel, fue una guerra de los liberales. Mis padres me habían enseñado que tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le aguanta la pata y a Zayas le contaron los negros muertos como si los hubiera matado él mismo, en persona. Fue como la marea cuando pasa la ola grande. Muchos de los negritos de las sociedades de color, que habían estado callados y guataqueándole a José Miguel, entraron en la oposición, subieron a las tribunas llevados por los conservadores, y agitaron contra el liberalismo. Esos se olieron la caída, y estaban preparándose. Los cambiacasacas eran plaga vieja en Cuba. Ellos decían que las casacas eran para ponérselas y quitárselas, según hiciera color o frío. ¿Que había que aplaudir? Aplaudían. ¿Que había que callarse? Se callaban. ¿Que había que criticar? Criticaban. Aquella gente no estaba ni con Dios ni con el diablo, sino con sus barrigas. Si les hablabas de honradez, no entendían. Y había que ver a aquellos morenos fistas dando discursos:

—¡Negros! ¿por quién vamos a votar el primero de noviembre? Si votamos por Zayas aplaudimos al culpable, que tiene las manos ensangrentadas. Si votamos por Menocal regamos flores en las tumbas de nuestros hermanos.

Era el momento de Menocal y ahora parecía que los negros de sociedad habían sido de Estenoz, cuando la verdad es que lo dejaron solo. Con sus votos pusieron a Menocal en la silla, aunque en las urnas aparecieron como votantes los que cayeron en accidentes del trabajo, los que no estaban en el país y hasta muertos de cuando la independencia. Aquellos sí eran forros electorales. Salió en los periódicos, vino una comisión investigadora, se demostró que la manía de los forros la tenían los políticos desde que Cuba era Cuba. ¿Y la manía del desprestigio y de los trapos sucios? No hubo cosa más sucia que la propaganda de aquellas elecciones. ¡A luchar contra el continuismo! ¡A luchar contra el continuismo! Y a los liberales le pusieron hasta el tibor en la sala.

Usted veía médicos, almacenistas, protestando en las calles porque publicaban sus manejos en los periódicos y en unas hojitas sueltas. Si el almacenista robaba en el tráfico de mercancías desde La Habana; si el médico hacía alborotos a domicilio. El copón bendito. La oposición aprendió muchísima contabilidad y se volvió una experta en curetajes. Atacaron al gobierno por el flanco más débil: la administración. Muchas palabras bonitas y broncas militares pero los liberales, con tanta pendencia, habían descuidado la comida del pueblo. Eso lo sacó Menocal, con tanto embullo, que no parecía que era para ganar unas elecciones, sino para destruir a aquellos gobernantes. Haber metido al americano por segunda vez en Cuba ya no era cosa de Estrada Palma, sino de los liberales. Y no de José Miguel, sino de Zayas. Los conservadores se envolvieron en la bandera cubana y se hicieron más patriotas que Antonio Maceo. El periódico de Ciego se volvió conservador de la noche a la mañana, dio un timonazo en frío y le fue arriba a sus propios cómplices. No digo yo si daban un cambiazo los políticos, ¡en eso eran unos camaleones!

La carestía de la vida y los liberales
Los señores liberales han aumentado la vida del habitante de Cuba en un 60 %, y la han hecho más cara que cuando gobernaban los moderados. Véase la siguiente estadística, donde aparecen los precios de algunos artículos de primera necesidad, en 1904, en que regía en Cuba Estrada Palma; en 1908, en que gobernaba el norteamericano en consorcio con los liberales (y bajo la dirección del licenciado Zayas), y en el año actual, en que José Miguel es el hombre en la silla:

Artículos                           Artículos                      Palma       Magoon      JMG         De más
                                                          1904         1906          1912  
                   Arroz (quintal)            $ 3,00                $ 3,75       $ 4,70         $ 1,70
Manteca (quintal)         10,50                 12,50        17,35            6,85
Sal (saco)                        1,94                        2,23          2,63              ,69
Harina (saco)                   6,38                    7,17          7,67              ,29
Garbanzos                        7,86                    8,11          8,60             ,74
Frijoles                             3,85                      4,15         4,75              ,90
Chícharos                         4,80                     5,00          5,55             ,75
Aceite (caja)                     8,00          9,15        12,50           4,50
Tocino                            10,00         11,00       13,00            3,00
Tasajo                             10,00        11,50        13,25            3,25
Café                                 20,00        23,75       30,00          10,00
Papas                                 2,65                     3,00         3,25              ,60
Fideo                                  4,50                    4,87        5,25               ,75


Un promedio de un 30 % más cara en 1912. Los anteriores precios se entienden en plata española, a cuya moneda lo hemos convertido pues el tipo de venta en el almacén mayorista es en oro español, y al detalle siempre la venta es en plata. En 1904 (gobierno de Estrada Palma), además de regir los precios que figuran en la casilla respectiva, la plata, por la abundancia que había de ella, hacía valer un peso 40 centavos plata, lo que nos daban por cambio de un peso norteamericano; o lo que es lo mismo, otro 30 % de diferencia en favor de aquel año, que, unido al 30 % de aumento de toda la mercancía de primera necesidad viene a resultar, como decíamos al principio de este trabajo, que la vida del obrero, del hombre que tiene que vivir de su trabajo, la han puesto los liberales, en su corto y funesto período de gobierno, en un sesenta por ciento más cara que cuando gobernaban los pícaros moderados y el traidor don Tomás Estrada Palma.

(8 de octubre de 1912.)








1 Movimiento ocupacional en centrales azucareros. Según Juan Ferrán Oliva: “El avance tecnológico azucarero en Cuba: problemas y soluciones”, en revista Economía y Desarrollo, La Habana, no. 22, marzo-abril de 1974, pp. 39-65, de las 152 fábricas azucareras cubanas existentes en 1974, 95 fueron fundadas antes de 1900 y el resto desde esa fecha hasta 1927, año en que concluyeron el más joven. Los más obsoletos y pequeños fueron sometidos a modificaciones y ampliaciones que junto a los nuevos, colocaron a la industria azucarera cubana en un estado técnico elevado, de acuerdo con el nivel de la época, para un proceso productivo considerablemente mecanizado, con flujo discontinuo y operaciones individualizadas. Los cargos que exigían calificación, que no eran muchos, los cubrían cubanos que la habían adquirido en la práctica y, en menor grado, egresados de centros educacionales y ejecutivos extranjeros, predominantemente americanos. El aprendizaje de los obreros de menos calificación ocurría por el clásico ascenso desde simples auxiliares; generalmente procedían del área rural y no pocos eran inmigrantes. Entre ellos abundaba el analfabetismo. La rotación del personal de los ingenios era muy baja: un trabajador azucarero solía vincularse de por vida a la actividad, trabajar en el ingenio constituía una forma relativamente estable de asegurar un ingreso, aunque se tratase de un trabajo cíclico. El desempleo, que alcanzaba un 33,5 %, limitaba al mínimo la frecuencia de cambios de trabajo. En 1959 la industria azucarera mostraba un peso predominante de trabajadores viejos porque hasta 1925 ocurrieron entradas masivas de obreros, muchos en plena adolescencia.
2 Bartolomé Masó Vázquez (1830-1904). General independentista cubano, presidente de la República en Armas de 1897 a 1898.
3 La prostitución en La Trocha. Beneficiada por transacciones legales, empresas de transporte, oficinas, bancos y un próspero comercio, la zona comprendida de Júcaro a Morón, cuyo centro era el municipio Ciego de Ávila, desarrolló diversas “entradas” y una de ellas, quizá de relevancia desbordada, fue la prostitución. Así como se instalaban bufetes y notarías, almacenes de víveres y licores para la venta al por mayor o al menudeo, establecieron barrios dedicados a la prostitución, el juego y la venta de bebidas alcohólicas. En varias ocasiones los informantes se refieren a estas cuestiones, cuya gravedad se acentuaba con el predominio del caudillismo y de un machismo muy a los western, el uso y abuso de pistolas y el rapto de mujeres para prostituirlas una vez que se les iniciaba en la vida sexual. En algunos momentos de sus vidas, Felipe, Santiago, Lázaro y Justo sintieron de cerca la importancia de esta actividad: ejerciéndola como  chulo (Santiago), relacionándose como cliente (Lázaro), temiéndola como amenaza para su hermana (Justo) o su mujer (Felipe). El periódico El Pueblo, que se indigna ante el desmande de la prostitución local (“¿Por qué no se protesta?”, 17 de abril de 1912), sigue su interesada flexibilidad y se muestra justificativo unos años después, en medio de una polémica popular.
4 Martín Morúa Delgado (1856-1910). Escritor y político cubano. Participante de la Asamblea Constituyente de 1901, secretario de Agricultura, presidente del Senado, orador, publicista y activo propagador del liberalismo. Su conocida Ley Morúa (1912) contra las organizaciones políticas de carácter racial provocó el alzamiento del Partido Independiente de Color, que sería cruelmente sofocado. (Véase nota 6 de este capítulo.)
5 La renuncia de Gerardo Machado a la secretaría de Gobernación (27 de abril de 1912) fue un documento en exceso largo y demagógico, con el que procuraba distanciarse del cuerpo de gobierno para entrar en las campañas opositoras. “Políticamente tengo necesidad de recobrar mi libertad de acción, porque no se trata de servir mis intereses [...] no aspiro a nada ni apoyo a nadie que pueda dar algo, pero creo que Cuba necesita, ahora más que nunca, de la acción de sus hijos leales...” (Carta a José Miguel Gómez.) La trayectoria de Machado en la política cubana antes de convertirse en un dictador que marcaría época, tuvo matices ingeniosos como este, que lo aureolaban de mesiánico redentor del liberalismo puro, llamado a devolverle al partido la integridad y la fuerza de los comienzos. Cuando Gómez inició la “guerra” de La Chambelona (capítulo 3), él se mantuvo al margen, aunque sin romper sus vínculos personales con el “chambelonero” máximo. El coqueteo le costó la existencia de una carta de Gómez (30 de septiembre de 1917) quejándose por el zafón encubierto que le había dado al levantamiento. Los liberales tradicionalistas se la sacarían, luego, para enfrentarla a su candidatura. Cuando Machado alcanzó la presidencia (mayo de 1925), lo hizo como rectificador de los errores tradicionales del liberalismo.
6 Alzamiento de los Independientes de Color. Las motivaciones de la Guerrita del Doce —o Alzamiento de los Independientes de Color— fueron la discriminación racial en las esferas política y económica, y reivindicaciones tradicionales por las que luchaba el proletariado de manera estructurada. La discriminación prevalecía como rezago de diferencias sociales existentes desde la esclavitud, mantenidas en la población cubana y exacerbadas por el traslado a Cuba de prejuicios mucho más enconados entre los americanos que llegaron con la primera intervención. Ya desde el inicio, y para no herir la susceptibilidad de las tropas yanquis, se impidió la presencia oficial de negros. Destacados libertadores e intelectuales negros aceptaban esta segregación con la esperanza de que fuera transitoria y para mantener pacífico el ya desgarrado proceso que conduciría a la constitución de la República. El carácter discriminatorio llegó hasta el cuerpo de policías de La Habana, recién fundado bajo el mando colaboracionista de Mario García Menocal, que seleccionó a todos sus miembros en la raza blanca. En 1902 un comité de veteranos negros, cuya sola existencia evidenciaba la necesidad de organización en defensa de los derechos de su raza, pedía la consideración de ciudadanos para los veteranos negros y mulatos, en igualdad de condiciones a los blancos. A Quintín Banderas, heroico combatiente independentista, se le había ofrecido un cargo de cartero en una administración donde blancos de similar escasa preparación cultural a la suya ostentaban más altos cargos y reconocimiento social y económico. Las imposiciones referentes a la participación de los negros en la vida política del país se cumplieron en 1908, al ajustarse las candidaturas municipales y excluir a numerosos negros, algunos de ellos prestigiosos libertadores. Surgió la Agrupación Independientes de Color, sustentadora de sus propias candidaturas. Esta agrupación se convirtió en partido político para participar en las elecciones de 1910. Su dirigente, Evaristo Estenoz, había luchado en la última guerra independentista y se destacó entre los dirigentes de la Huelga de 1899, en representación del gremio de albañiles de La Habana. Las autoridades militares intervencionistas reprimieron a los huelguistas, detuvieron a sus dirigentes y Estenoz entró al siglo como integrante del sector de los negros habaneros que trataban de incorporarse a la vida política y económica. La frustración que para negros y mulatos significó el período gubernamental “moderado” de Tomás Estrada Palma, los acercó al opositor Partido Liberal. Esto explica que ellos cooperaran con la llamada Guerrita de Agosto (1906) fortaleciendo la acción liberal. Entre los “cuadros” liberales estaban Martín Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez, de reconocido prestigio en la masa de cubanos negros. A su participación en la Guerrita de Agosto debía Evaristo Estenoz su grado de general. Una paradoja fue que resultara el gobierno del Partido Liberal, que trataba de capitalizar los votos de negros y mulatos, el que reprimiera con fuerza criminal un alzamiento de negros por sus derechos políticos. Por más “popular” que se mostrara, aquel partido representaba a los hacendados blancos, para quienes la existencia de un movimiento político de negros les refrescaba el viejo “peligro de la africanización de Cuba”, los situaba en una disyuntiva similar a la de sus abuelos del siglo xix, en que la burguesía cubana progresista y su opositora española no arriesgaban uno de sus intereses comunes, el mantenimiento de la esclavitud y la trata negrera. Más se asemejaba al momento histórico en que los terratenientes cubanos alcanzaban a reprochar la trata, pero su interés de clase les impelía al mantenimiento de la esclavitud dentro de la Isla. Si se me permite el paralelo, a similar coyuntura no explícita llegarían en la vida republicana con la reiterada cuestión de los braceros negros antillanos, importados en cantidades y condiciones que remedaban la esclavitud y la trata: el deber cívico de oponerse a la entrada de haitianos y jamaicanos sin calificación obrera frente a la urgencia de mano de obra barata preferentemente indefensa. Una lectura de la prensa cubana sobre situaciones anteriores y posteriores el conflicto de 1912 nos ofrece un cuadro de esas confrontaciones sucesivas, paralelos más o menos cercanos a la actitud de la burguesía cubana de aquel momento en relación al llamado “problema negro”. Negros y mulatos les resultaban útiles a los liberales (campañas electorales, Guerrita de Agosto, colaboracionismo), pero no sus aspiraciones de mejoramiento económico, político y social. En 1910 Estenoz era contratista de obras y nucleaba a su alrededor a ciudadanos negros de posición media, con marcada ascendencia entre los obreros de su raza, de lo que puede inferirse que el germen discriminatorio tenía como objetivo, también, cortar la pujanza de una pequeña burguesía negra en formación, que procuraba ampliar su plataforma. Esos móviles accionaron los fusiles mandados a reprimir el alzamiento. Lo hicieron también contra la indefensa población civil. Correspondió al notable senador negro Martín Morúa Delgado (véase nota 4 de este capítulo) adicionar el artículo 17 a la Ley Electoral, para prohibir partidas raciales o clasistas. Después de la correspondiente polémica, el Congreso aprobó la enmienda que originó una ola de persecuciones y el procesamiento de los Independientes de Color. Después de intentar la derogación por vías legales, de someterse a condenas y presiones que debilitaron la cohesión interna, el sector de los Independientes de Color que se mantuvo firme optó por la lucha armada. Aunque el motivo central de su lucha apuntó a las prácticas discriminatorias, la definición del movimiento como solamente negro induce a valoraciones equivocadas y circunscribe sus motivaciones en estrechas fronteras raciales. Junto a la petición de apertura para la participación de negros y mulatos en la vida política, proponían: la abolición de la pena de muerte, la enseñanza gratuita obligatoria, posibilidades de participación en el servicio exterior a ciudadanos negros y, junto a ello, la jornada de ocho horas, la creación de tribunales laborales, la distribución de tierras del Estado que se mantenían en reserva, revisión de los expedientes de propiedad de las tierras laborales, defensa del trabajador cubano frente al extranjero y otras reclamaciones enarbolados en las huelgas que conmovieron al país en el período 1897-1902. Todas conducen a la ampliación de posibilidades económicas de una clase social sojuzgada, desde uno de los sectores cubanos más expoliados, el negro, y superan el conflicto de razas en una república que mantenía estructuras sociales heredadas de la colonia, acrecentadas por los prejuicios de los nuevos amos extranjeros. Cuando los argumentos de la fuerza represiva subrayaban los elementos raciales del conflicto, trataban de convertir a los discriminados y agredidos en discriminadores y agresores. En circunstancias de inmadurez política y subdivisiones internas, pocos blancos de la Isla asumían un nivel de análisis realmente imparcial. Mediante su propagandizada negativa a aceptar la “ayuda” norteamericana, José Miguel Gómez se proponía como defensor de la integridad nacional, de manera que eran los negros quienes ponían en peligro la existencia de la República. La circunstancia en que se desarrolló y fue sofocada la gestión —pacífica primero y armada después— de los Independientes de Color impidió un cauce donde sus objetivos pudieran expresarse diáfanamente. Los mismos miembros del movimiento perdieran perspectivas en enunciados y situaciones más defensivas que expositivas y, después, más apasionadas que razonadas, hasta llegar a un aislamiento y localización fatales. Los alzamientos ocurrieron en Pinar del Río, La Habana, Las Villas y Oriente, a partir de mayo de 1912. La insurrección fue literalmente ahogada en sangre (agosto). Según versiones de la época, la caída de Estenoz ocurrió por suicidio el 26 de junio, antes de ser capturado por las tropas gubernamentales. A Pedro Ivonnet, su segundo al mando, lo asesinaron el 12 de julio en Santiago de Cuba. Una versión sintetiza la decisión en el drástico intercambio de telegramas desde el mando militar en acción: “Detenido Pedro Estenoz”, y la respuesta presidencial: “Presenten cadáver”. La represión del movimiento se efectuó bajo un clima de violencia que ha quedado calificado como verdadera carnicería humana y abuso de poder. La palma de la violencia en las acciones la obtuvo el general Jesús Monteagudo, jefe del Ejército Nacional, por los excesos contra la población civil negra de Oriente. En Serafín Portuondo Linares:  Los Independientes de Color, La Habana, 1954, encontramos datos de las acciones de guerra del Ejército y una opinión del general Pablo Mendieta, en el informe al ayudante general del Ejército sobre la matanza de Mícara: “De la rigurosidad del sitio y la constancia de la persecución dará a usted idea la autopsia de Estenoz, en lo que respecta al estado de su estómago.” Los médicos que hicieron la autopsia señalaron la “vacuidad completa de todo el tubo digestivo, indicación palmaria de que hacía varios días que no ingería alimentos”.
7 Subdivisiones raciales en Cuba. Fernando Ortiz: El engaño de las razas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 156-157.
Cuando en el habla popular se dice que un individuo es de sangre mezclada, se piensa que si él es hijo, por ejemplo, de un blanco y una negra, en su sangre y como en ésta, en todo su ser, será formado por una mezcla equimediada; o sea, 50 % de blanco y 50 % de negro. Y se imagina que si este mulato prototipo se cruza a su vez con una blanca, el descendiente tendrá sólo una cuarta parte de negro y tres cuartas partes de blanco. Por esto a esos mestizos se les suele llamar cuarterones. Existe toda una nomenclatura folklórica de estos mestizajes, basada en esa errónea creencia de la proporcionalidad aritmética de los cruzamientos. Pero en la herencia no ocurre así. Tampoco la gente dispares determinan los caracteres por contrastes geométricos, como las casillas blancas o negras de un tablero de ajedrez. Si así fuera, la pigmentación cutánea aparecería dividida en alternantes escaques de colores varios y sin mezclas. La piel de los mulatos sería, como decimos en Cuba, jabada, aludiendo a ciertas gallinas que parecen grisáceas porque tienen plumas blancas y negras con que a veces se construyen las jabas, o cestos colgantes con tapa, que nos legaron los indios cubanos.
En nota al margen (p. 157) Ortiz agrega: “En España se dice habada de la gallina cuyas plumas de varios colores se entremezclan formando pintas. Y también del animal que tiene en la piel manchas en figura de habas”. Y en su libro Nuevo catauro de cubanismos (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 300) estudia el vocablo “jabada” aplicado a “la mulata de piel y pelo algo rojizos”, agregando que “además de la acepción ya recogida se dice metafóricamente de la persona de opinión intermedia u oscilante entre dos partidos o bandos” y cita una expresión cubana: “Esos son unos liberales jabaos”, que concuerda con el epíteto a que elude nuestro testimoniante Lázaro: “Los jabaos no tienen  bandera”. En conclusión: jabao, además de una de las muchas estratificaciones raciales divisoria del pueblo de Cuba, fue expresión despectiva, que trascendían la definición étnica. También había jabaos orgullosos de serlo y dispuestos a “blanquear” su descendencia para incorporarla al mundo “blanco” de la Isla. Uno de ellos fue Lázaro, viejo solitario y cascarrabias, de constantes posiciones racistas. En sus reiteradas manifestaciones contra los negros encubría algo que para él, que deseaba “adelantar la raza”, resultó inadmisible: el matrimonio de sus hijas, mulatas “blanconazas”, con trabajadores negros. Esto, que multiplicó en su hogar los “negritos y mulaticos atrasados”, lo alejó cada vez más, hasta su soledad en la cuartería destinada a los obreros solterones del antiguo central Stewart. Todo eso muestra las argucias divisorias de la población cubana, las compartimentaciones y moldes culturales, étnicos y económicos que matizan estos testimonios. Veremos más adelante la descripción que Lázaro hace de las sociedades de recreo existentes en su juventud, según ordenamiento que califica de “cosa decente”. (Véase nota 11 de este capítulo.) Sus conceptos sobre cuestiones raciales, el matrimonio y la sociedad “como deben ser”, expresan la tradición discriminadora injertada y prolíficamente auxiliada por propagandistas y exégetas en el conjunto de las tradiciones antillanas. (Ver: Frantz Fanon: Piel negra, máscara blanca, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968.)
8 Juan Gualberto Gómez (1854-1933). Periodista y político cubano. En 1879 fundó La Fraternidad, La Igualdad y La República Cubana, consagrados a los intereses de Cuba y de la raza negra. Deportado a Ceuta (1880), pasó a Madrid, donde se destacó como periodista. Fue jefe de redacción de El Abolicionista y La Tribuna, colaboró como editorialista en El Progreso y El Pueblo. En 1890 regresó de la emigración, reeditó La Fraternidad, desde cuya tribuna abogaba por la independencia de Cuba y la emancipación de la raza negra. En 1890 fue a la cárcel por su artículo “Por qué somos separatistas”. Delegado de Martí en la organización del movimiento independentista. Prisionero en el fracasado alzamiento de Ibarra, fue nuevamente deportado a Ceuta, donde permaneció hasta la implantación del efímero gobierno autonomista que antecedió al derrumbe del dominio español en Cuba. Delegado de la Asamblea del Cerro (1899), de la Asamblea Constituyente, se opuso a la inclusión de la Enmienda Platt. En la política republicana fue representante y senador. Perteneció a la Academia de la Historia. Publicó entre otras obras: Las islas Carolinas y Marianas, Madrid, 1885; La cuestión de Cuba en 1884, Madrid, 1885 y Bosquejo de la historia de Puerto Rico (1493-1891), Madrid, 1891, en colaboración con A. Sendras. Su obra de periodista y tribuno se apoyó en conceptos del liberalismo, que teóricamente daba iguales oportunidades a todos  Para una visión permeada de criterios despectivos hacia el color de su piel, Juan Gualberto Gómez fue un político vulnerable a la sátira, a la caricatura. La prensa puso en sus labios declaraciones apócrifas (de las que se incluye una en el capítulo 4); el motivo central de esas burlas fue su condición de negro y hombre público en un entorno de viejos y nuevos prejuicios raciales, mas la arribazón del gangsterismo político.
9 R. B. Hawley. En 1899 entró en la industria azucarera cubana con la firma que regenteaba los centrales Mercedes y Tinguaro, única refinería existente en Cuba (Cárdenas), que nuclearía, como a uno de sus hombres de acción, a Mario García Menocal.
10 Divisiones raciales en Cuba. El extremo de las divisiones raciales cubanas queda ilustrado por Fernando Ortiz: ob. cit., pp. 158-159:
En una sociedad como la cubana, donde los cruzamientos mixtos son muy frecuentes y donde en las pequeñas poblaciones no se olvidan fácilmente los entronques de linaje, es frecuente ver y tratar como a blancos a individuos con indudables ascendientes negros. En algunos casos basta con que el ciudadano blanquecido deje a su abuelo en la remota finca de campo y esconda a su madre en la cocina. [Una expresión popular cubana alude a este subterfugio: “¿Y tu abuela, dónde está?”] Pero sin llegar a los casos extremos, es frecuente la observación en la prole numerosa de los matrimonios de blanco y mulata, de negro y mulata, o de mulatos entre sí, de cómo en sus múltiples hijos aparecen variados matices. Tanto que en los sectores sociales donde existen discriminaciones leucocráticas, unos hijos pasan afortunadamente por pardos y gozan de un privilegio, mientras otros hijos de los mismos padres son más oscuros y quedan como desgraciados negros, sufriendo el menoscabo social de su piel. Años ha tuvimos oportunidad de observar en Santiago de Cuba este curioso caso de discriminación: de cuatro niñas de color, las dos hermanas de cutis de canela fueron aquella noche a bailar en la sociedad mulata Luz de Oriente, mientras la madre, casi negra, seguía de largo, sin entrar, llevándose consigo a la hermanita oscura, para que ésta pudiera también bailar, pero en la sociedad negra titulada Aponte. En tanto, una hermana más favorecida por su piel clara, que de blanca parecía, había ido al sarao de un club donde bailaría sin obstáculos con los rubicundos marinos norteamericanos. Estos casos de hijos de mulatos que puedan pasar según los casos por típicos blancos o por típicos negros, son frecuentes: aunque en rigor, los hijos mulatos serán casi negros o casi blancos, pero siempre mulatos, aún cuando hayan pasado la línea cromática de discriminación racial.
El conjunto de sociedades de recreo era complejo y difícil para alguien cargado con los prejuicios que padeció Lázaro en sus años de juventud. Su opción fue “blanquearse”, no “sumergirse nuevamente en la negrada” (Fanon: ob. cit.), “salvar la raza”, independiente a los forceps a que sometiera su vida y su familia.