Friday, April 29, 2022

Bolaño o los escritores de antes


ENRIQUE VILA-MATAS

 

Le conocí a Bolaño justo cuando salía de esa etapa de infinitos domingos en los que se había ido forjando su salvaje ánimo, le conocí al final de ese prodigioso año donde algunas cosas acababan justo de dar un vuelco para él y para su familia, ese año que empezó con Seix Barral publicándole La literatura nazi en América y terminó con Anagrama editándole Estrella distante.
Bolaño estaba –habría que decirlo con acento brasileño- maravillado. Nunca le había faltado el humor y ese año aún iba a faltarle menos. De aquel día en el bar Novo por encima de todo recuerdo haber tenido la sensación o presentimiento, al poco de conversar con él, de estar ante un escritor de verdad, algo que el lector debe saber ahora mismo, sin más dilación, que no es experiencia frecuente: “La poesía (la verdadera poesía) es así: se deja presentir, se anuncia en el aire, como los terremotos que según dicen presienten algunos animales especialmente aptos para tal propósito”; la sensación de encontrarme ante un chileno que no parecía chileno y se asemejaba en cambio mucho a la idea romántica que en la vida real había yo perseguido durante décadas, la idea que tenía de lo que debía ser un escritor. No hace mucho, Gonzalo Maier citaba un ensayo de Fabián Casas en el que este, al recordar a Bolaño, hablaba de lo mucho que echaba en falta a “los escritores de antes, a todos esos tipos que, como Cortázar, fueron mucho más que simples escritores y también fueron maestros, ejemplos de vida, faros potentes en los que él y sus amigos se proyectaban”.
A mí Cortázar nunca me pareció un faro, pero entiendo de lo que habla Casas. De hecho, ahora no creo engañarme si digo que, aquel día en el Novo, lo que no tardé nada en ver o en reconocer en Bolaño fue a un ermitaño lunático o mejor dicho, a “un escritor de antes”, esa clase de personajes que consideraba ya inencontrables porque creía que pertenecían a un mundo que había entrevisto en mi juventud pero que se había perdido ya para siempre; ese tipo de escritores que jamás olvida que la literatura, por encima de todo, es un ejercicio peligroso; alguien que no solo es valiente y no pacta ni un ápice con la vulgaridad reinante, sino que muestra una contundente autenticidad y que une vida y literatura con una naturalidad absoluta; un increíble superviviente de una especie en extinción; ese tipo de escritor sorprendente que pertenece con orgullo a una casta de gente zumbada, obsesiva, maníaca, trastornada en el buen sentido de la palabra: tipos obstinados, muy obstinados, que saben ya que todo es falso y que, además, todo absolutamente todo acabó (creo que cuando uno está en situación de medir las dimensiones de lo falso y del final de todo, entonces, solo entonces, la obstinación puede ayudarle, puede empujarle a darle vueltas en torno a su celda para así intentar no perderse el único y mínimo instante –porque ese instante existe- que puede salvarle); tipos en verdad más desesperados que la famosa revolución, lo que en cierta forma les convierte en herederos indirectos de los misántropos desahuciados de antaño.
Esos desahuciados vivieron en los tiempos en el que los escritores eran como dioses, vivían en las montañas cual ermitaños desesperados o aristócratas lunáticos; escribían en esos días con la única finalidad de comunicarse con los muertos y no habían oído hablar nunca del mercado, eran misteriosos y solitarios y respiraban en el reino sagrado de la literatura. Seguramente, los “escritores de antes” son herederos de los enigmáticos y misántropos ermitaños desesperados de antaño; son como los más oscuros tipos duros del callejón más difícil y por supuesto –lo diré para poder incluir aquí una nota de humor, acorde con la larga risa de todos estos años- nada tienen que ver, por ejemplo, con los grises escritores competentes que en su momento tanto proliferaron en la llamada “nueva narrativa española”; los “escritores de antes” van en busca de un modo muy personal de expresarse, no ignorando que en ese modo puede haber todavía –después del fin de la vieja gran prosa y después de la muerta casi ya definitiva literatura- un camino, quizás el último camino que recorrer. ¿O no? ¿O no hay ninguno? ¿Usted piensa que ya no hay ninguno? En ese caso, le recuerdo una línea –solo una línea pero qué línea- del cuento “Llamadas telefónicas”:
“B también piensa que el callejón no tiene salida”

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De CALLE DEL ORCO, 11/01/2014

Friday, April 22, 2022

CORTE Y QUEBRADA


JULIA ROIG

 

He perdido el control

Soy la certeza de mi impulso. No hay mayor beatitud mescalínica que el gemido de un bosque. Ni mayor terror que el crujido de un océano. Me empujan las palabras. La caligrafía de tu sexo, también. ¿Epifanía o lucimiento? Aún no lo sé. Es la desconexión de la masa. No entiendo nada del Hoy. Solo materia anónima en esta circunvalación asfixiante de cuerpos en eterno colapso de amarse a sí mismos. De amarrarse a sí mismos. De morir en sí mismos. Ensimismados. Faros abandonados para siempre. Dame el cadáver de Rimbaud, quiero acariciar su córtex /luz como si fuera un gato. Y después, como el vaticinio de una mantis, hacer autopsia de los fracasos de este planeta, mientras el futuro se fuma un pitillo mirando al infinito sin habernos siquiera tocado. Y quizá pulir las consonantes de las palabras más gruesas y borrar los verbos más crueles del diccionario aunque no quede tiempo, ya sabes, el hobby de quitar la maleza nos llena de paz. Y descubrir que la piel grita verdades mientras descorcha deseos en mitad de todos los crepúsculos y los descampados.

Voy a hacer una catapulta del poema y escribir mil veces que el pasado siempre es un ciervo herido en el retrovisor.

(Pausa dramática)

Mírame a los ojos, hay tanto fulgor por extraer de mi vientre, mientras yo vaya perfilando mi propia entropía, que el caudal no tendrá freno.

Mujer pimienta negra de labios embarcadero. Con tanta fiesta salvaje en estas sienes, tú eres el nadador del matraz de mi memoria, ¿lo ves? Sube tu corazón a la copa del árbol más alto o a la cima más diabólica y grita con él, que el eco de mi carne será el adagio perfecto que nos enrede en este paisaje protegido. Esa catedral que es tu cuerpo, puro gótico flamígero.

Una amazona galopando las raíces del mundo, ese es el cuadro que estoy pintando en mi mente con las manos y la soledad del barro más triste. Con mi categórica alucinación y mi dolor provisional pretendo construir un santuario mientras me emborracho en el cabaret que son tus ojos oscuros y me hacino contigo en el sueño de un manirroto, que este continente es una errata de este mundo, con su amor de bajo consumo, catadores de insensatez, de consecuencias ambulantes, con su photofinish trucado de la memoria binaria y el pánico como salario.

¿Aún ríe tu cuerpo? Preguntaba Pavese.

Yo solo acepto la soberanía de las manos de la hembra que mece volcanes. Lo virtuoso, no lo virtual. Y un cataviento hermoso señalando la caída o el origen de todo. Y empezar a cantar aquello de podría mirar toda mi vida tu escápula respirar.

Pero ahora el suicidio de otra radiante quimera está copando la prensa desnatada.

Huyamos antes de morir. Que la vida tal vez sea un tango: con su abrazo, su caminata, y su corte y quebrada.

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De MISDESASTRESNATURALES, blog de la autora

Tuesday, April 19, 2022

Prólogo a la nueva edición de El señor don Rómulo


MAURIZIO BAGATIN 

 

“El escritor auténtico osa hacer aquello que contraviene las leyes fundamentales de la sociedad activa. La literatura compromete los principios de una regularidad, de una prudencia esenciales. El escritor sabe que es culpable” -Georges Bataille-


¿Por qué prólogo y no promythos? ¿No es antes de la palabra, el étimo que la define? ¿Y acaso mythos no está más relacionado a la narración, al relato, al cuento, a la ficción? Logos y mythos significan, ambos, palabra y, mientras el primero fue delineándose como palabra ordenada, palabra de la ciencia, del intelecto, del razonamiento, de la metafísica, el segundo se identificó con el cuento, la fábula, la palabra originaria de los ritos, de los misterios, de la poesía…

El mythos está en El señor don Rómulo como existencia del epos y como preservación del logos, mythos, epos y logos son el amor por la palabra. Mythos, epos y logos son el dominio intemporal de la escritura. Porque escribimos cuando ya no podemos dialogar; escribimos cuando hay ausencia de un destinatario; escribimos cuando no hay diálogo. Los libros que se escriben, y los que leemos, nos explican cosas, ya que escribir y leer nos enseñan cómo vivir. La escritura devuelve algo al inmenso placer de la lectura. Somos los críticos de nosotros mismos y también nuestros propios legisladores: todo esto durará hasta la muerte y se dispersará con nuestro ego… se escribe, y se lee, por necesidad de afecto, y nuestro amor por los demás es la escritura. De este laberinto nos alejamos solamente desaficionados, por lo tanto, vale la pena vivir en él. Se hace literatura cuando el extrañamiento llega al límite de la incomprensibilidad, y es ahí que el arte tiene mayores posibilidades de realizarse, sobre todo en un tiempo como el nuestro. Así la obra de Claudio se identifica con la realidad descrita por Claudio, pero inversamente, la realidad no es la obra de Claudio, ya que queda una brecha incolmable entre el mundo y nuestra capacidad para describir el mundo. El lenguaje es una deformación inevitable de lo real, un espejo necesariamente alterado. Engendrar una obra significa experiencia, mucha experiencia y miles de palabras absorbidas, roídas hasta el núcleo y luego obras leídas, y aún más, vidas observadas y vidas vividas. Escribir un epos, en la ausencia del terruño, es tener el coraje de enfrentarse con toda la complejidad de la Historia. El señor don Rómulo es para Claudio la epopeya necesaria, la que desafía las raíces primordiales, los orígenes inciertos, el mestizaje ambiguo y la inevitable choledad; es someterse a más preguntas, en lugar de ofrecer unas respuestas; ésta también es literatura. El señor don Rómulo está donde el pasado es un presente momificado, donde el señor don Rómulo es el último patriarca, con su gen dado por las cicatrices de la Historia, por las funambulescas aventuras del hombre: un viaje de Capitán Fracaso, un Aureliano que funde pececitos de oro, el inmenso Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina o el incorruptible príncipe Nikolái Andréievich. En un hipotético diccionario romancesco, el Señor Don Rómulo reconocería que la hipocresía es parte de la educación y que es mejor manejar el burro que burrear; entre melancolía y nostalgia admitiría que los hombres son inferiores a sus ideas: obnubilados, imperfectos y simples, por eso, y por todo lo demás, vale la pena la aventura. La del hombre.

En Claudio Ferrufino-Coqueugniot la poesía es prosa y la prosa es poesía, todo eso cuando sentimos el calor que el sol regala a los ladrillos de adobe, cuando admiramos el color de los higos maduros o el tamaño del durazno partido, otra vez cuando nos maravillamos del diseñado culo de una imilla de Arani o de la carnosa silueta de una chota de Punata, siempre cuando nos aturde la tristeza que podemos encontrar, sin buscarla, en los ojos sin fondo del assum preto.

Así nos inebria la novela de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, de poesía y de prosa fuertes y violentas, fuerzas de la naturaleza y violencias del hombre, como es violenta la historia de Bolivia, “Los pueblos felices no tienen historia. La historia es la ciencia de la infelicidad de los hombres”, así Raymond Queneau parece introducirnos al epos de toda la violencia de la historia boliviana, de todo lo que muchísima sangre y mucho esperma han moldeado en castas señoriales, hipócritas y fariseas, en una burguesía que vendería hasta su madre; y en pueblos, indios, esclavos y campesinos sumisos y sin vergüenza al mismo tiempo: desde siempre Urinsaya y Anansaya.                        

En Claudio, como sostuvo Gadamer, todo lo que es literatura adquiere una simultaneidad propia con todo otro presente; él y Rómulo viven una yuxtaposición literaria, paralelos caminos de una saga familiar que lucha entre la mimesis y la obra de arte: Epopeya en la cual parece ser Mnemosine en llevar la narración. Mnemosine, protectora de la memoria y madre de las musas, acompaña la historia de un país, de un periodo histórico, las gestas de una familia. La lectura de El señor don Rómulo nos conduce a la esencia prometeica de un país que llegó siempre tarde a las citas con la Historia, a través de una novela que es la síntesis de la historia boliviana.

“Mi horizonte y el horizonte de la obra se fusionan y de ahí nace la comprensión, en la escritura hay siempre un potencial de significado ideal, en la lectura está la demanda de verdad. Ad infinitum… quizás, el viaje haya sido largo, como todo viaje verdadero, una fuga de la miseria, de uno de los miles dominios del hombre sobre el hombre, Borbones o papado, una dictadura o una diáspora, un no reencuentro con la Historia, con todos los nombres posibles… todo experimentado en sus propias pieles y luego encontrarse con las titánicas vidas en una tierra para titanes”.                                                                                                                                         

Así, reconocemos que en la base está el mythos, la fábula, la necesidad de la poesía.  

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El señor don Rómulo, Editorial 3600, Volumen 7 Obra Completa, La Paz, 2022

Monday, April 18, 2022

Pascua de resurrección


MAURIZIO BAGATIN 


“La única verdadera anarquía es la anarquía del poder” -Pier Paolo Pasolini-

                                                “Nada es tan anárquico como el orden burgués” -Walter Benjamin-

Es la violencia poética de Jesús en Pasolini. Es el soldado que obedece, en su mirada fascista, de un tiempo y de todos los tiempos. La violenta poesía está en los rostros marcados por una condición ineludible, en el Anticristo nietzscheano.

Es Dostoyevski, su Cristo e Isaac, el sacrificio de un hijo en Dios y por Dios, su derrota frente al hombre y a nuestra ignorancia. Parábolas que se hacen hipérboles, el teatro liturgia, la máscara la farsa diaria y las bellezas y las delicias obstruidas por el tiempo, en un espacio degradado por la eternidad y la muerte. Todo lo que no comprendemos y admiramos, todo lo que comprendemos y despreciamos.

“Ma oramai a quel Dio / é rimasto poco spessore, poco riflesso / dal non poterti immaginare” -Maurizio Bagatin-

Es el niño que en el vientre deja de vivir, la naturaleza que responde a nuestros avatares. Es el sicomoro que jamás fructificará. ¿Por qué resucitar? Si el domingo es el primer día de la semana y el cansancio, el sudor y los callos aun perpetúan las fatigas, reconocen el castigo y el horror que al ser humano fueron donados, como caducidad. La Pascua de resurrección son las grandes representaciones de Giotto, del Bramante y Masaccio, de Caravaggio y el Raffaello, en ellas encontramos la mirada que seguiremos persiguiendo, la belleza en el horror.

Es la autoridad, la guerra, aquel jardín prometido. La acción que se estropea con el pensamiento… vini, vidi, vici, divide et impera… la ausencia de la palabra escrita, aquel logos que fue mythos… el silencio, su tremendo espesor. Y las grandes contradicciones bíblicas, su violencia innata, ontológica, el placer en dirigir y ordenar… un valle de lágrimas femeninas y de espadas masculinas… el lugar de la Biblia en una biblioteca gnóstica… el dolor en la fábula… Salomé, María Betania, Magdalena… el púlpito y el altar, el misterio del actio litúrgica, en ellos la verdad y la salvación. Sin pecado, el hombre, sin dogma, sin culto e idolatría, la libertad es anarquía cuando el escándalo es sublime, cuando perdonaremos en una aporía trascendental.

16 abril 2022

Imagen: Hieronymus Bosch, El jardín de las delicias (particular)

 

Friday, April 15, 2022

CORAZÓN, ¿HUMANO?


ELIANA SUÁREZ 


De boca en boca, sobre los tejados,

rodaba este clamor:

-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;

ha dado el corazón!

Alfonsina Storni

 

Cae el sol como párpado cansado sobre la extensa y llena de sombras pampa húmeda. Todo el horizonte se torna anaranjado, tanto como ninguna paleta humana podría reproducir. Un techo de grises nubes con pinceladas doradas fija la mirada, perdida y casi ausente, hacia un infinito jamás definido.

Eso es lo que somos, indefinición. ¿Cuáles son nuestros límites? ¿Hasta dónde llega nuestro poder? ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? Quizá ninguno. O, tal vez, todo cuanto hacemos. Se nos quedaron en el camino las miradas y las risas de la niñez, las únicas y originales, irreproducibles como el atardecer de un otoño cualquiera, en un despliegue obsceno de belleza.

¿Cuál es el centro de nuestro universo? Desde la Antigua Grecia hasta nuestros días hemos especulado al respecto. Sí, especulado porque, ¿dónde reside la verdad última? Guerras, discusiones, enemistades, banalidades… Lista absurda e inútil de eterna búsqueda sin hallazgo. No es que no haya, es que no hemos aprendido a encontrar.

Cae un atardecer casi carmesí y lo ignoramos, ausentes, ahogados en medio de palabras que se pierden en el ruido. Ruido que nos ciega y nos idiotiza. Busca hombre, tu verdad. Sigue caminando, penitente de la infamia.

Ahora el sol se ha ocultado y arde la lágrima en la piel. En días de pasión, patíbulo y redención queremos burlar al destino. Algo dentro nos anima, nos destroza, nos construye y vuelta a iniciar el errático deslizarnos sin pisar la realidad.

¿Acaso es nuestra vida una parodia? Borges nos dirá en “El otro”: Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar. Sábato nos pedirá no resignarnos y hallar un modo de resistir. Denevi, ya lo sabemos, nos tendrá piedad.

Un telón de estrellas pone fin al espectáculo del mundo por hoy. Disco de plata marca un final que será comienzo en apenas unas horas.  ¿Y para qué? Un niño calla y pregunta, ríe y pregunta, calla y vuelve a preguntar y a reír.

Quizá mañana el atardecer se tiña de violetas y de rosas o de blancos, grises y esmeraldas. La luz es generosa en esta pampa mancillada por el egoísmo. Canta el gallo, la mirada acaricia el horizonte. La pregunta oprime la garganta. 

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Fotografía: Mariano Srur

Monday, April 11, 2022

Li Po, matón


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ


Leo con asombro que el poeta chino Li Po, famoso por su afición al vino y a las borracheras, antes de ser el poeta famoso que fue, trabajó de matón por encargo, esto es de hsieh, los que vengaban ofensas y cobraban lo incobrable: la venganza estaba prohibida, pero estaba mejor vista que acudir a los tribunales, según los textos de Confucio (Arthur Walley: Vida y poesía de Li Po 701-762 D. C.)

Despertar de la embriaguez en un día de primavera

«La vida de este mundo solo es un gran sueño;
no querré malograrlo con trabajos o angustias»
Así diciendo, estuve bebiendo todo el día,
solitario en el porche, tendido ante mi puerta.
Al despertar miré hacia el jardín del patio:
cantaba un solo pájaro en medio de las flores.
«¿En qué estación del año nos hallamos?», me dije.
Sin cesar la oropéndola charlaba entre la brisa del buen tiempo.
Me conmovió su canto: pronto lancé un suspiro
y, estando cerca el vino, volví a llenar la copa.
Con fuerte voz cantando quise esperar la Luna:
mi canción terminada ya estaba sin sentido.

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De VIVIRDEBUENAGANA, blog del autor, 03/12/2021 

Thursday, April 7, 2022

El paradigma Gógol: un escritor, dos países


TXEMA ARINAS

 

Todavía conmocionado, no tanto por las imágenes que nos llegan de la guerra de Ucrania, porque por desgracia nuestra retina está ya acostumbrada a todo tipo de barbaridades por vía catódica, sino también, o sobre todo, por la insoportable convicción de lo mucho que se está pareciendo este primer cuarto del siglo XXI al anterior, y eso cuando todavía creíamos que después de todo lo ocurrido entonces no volvería a repetirse nunca, que era imposible que fuéramos tan estúpidos como especie para volver a poner el mundo en llamas y además ahora con armas nucleares de por medio. No he tardado, como todo buen letraherido que se precie —expresión que, confieso, cada vez me resulta más antipática—, en acordarme de Nikolái Gógol. ¿Y por qué me acuerdo de Gógol en lugar de otros conocidos escritores nacidos en Ucrania como Irène Némirovsky, Anna Ajmátova, Adam Zagajewski, Clarice Lispector, Mijaíl Bulgákov o Vasili Grossman, los cuales, al igual que Nikolái, escribieron en una lengua distinta al ucraniano? Pues porque, a diferencia de Irène Némirovsky o Clarice Lispector, las cuales escribieron la mayoría de sus obras en francés o portugués respectivamente, las lenguas de sus países de acogida, el resto lo hizo en ruso, la lengua oficial del imperio al que Ucrania pertenecía desde el siglo XVII. Escribieron en ruso, ya fuera porque esa era la lengua de su familia dados sus orígenes rusos a pesar de haber nacido en Ucrania, como era el caso de Mijaíl Bulgákov, o porque tanto ellos como en algunos casos también sus familias, la habían adoptado como lengua de cultura dada la obligatoriedad de ésta para cursar cualquier tipo de estudios o carrera profesional, y también como lengua cotidiana dada la primacía del ruso en los entornos urbanos como consecuencia de la postergación que sufría la lengua autóctona ucraniana, condenada a ser poco más que el modo de comunicación de las clases populares y sobre todo campesinas. Se trataba, por lo tanto, de una situación de diglosia propia de lo que el escritor e intelectual occitano Robert Lafont definió como “colonialismo interno”, es decir, aquel contexto presente y pasado en el que un país incorporado a una entidad político-administrativa mayor es desposeído por el Estado al que pertenece, tanto de sus recursos económicos como de la posibilidad de desarrollarse social y culturalmente dado que es mantenido en un estado de dependencia y subordinación a los intereses de la metrópoli, la cual también le impone su lengua y cultura como únicas a ser tenidas en cuenta.

Así pues, ese es el contexto sociocultural en el que nació Nikolái Vasílievich Gógol en Soróchintsy, ​en la gobernación de Poltava (actualmente Ucrania), en el seno de una familia de baja nobleza rutena. La de Gógol era una familia de hondas raíces ucranianas que incluso remontaban sus orígenes nobles al período en el que la mayor parte de Ucrania había pertenecido a la Unión Polaco-Lituana. Sin embargo, y como consecuencia de haber nacido en el período en el que Ucrania pertenecía ya al Imperio ruso, Gógol, al igual que todos los vástagos de la pequeña nobleza rural ucraniana, enseguida adoptó el ruso como lengua de estudios y, sobre todo, de ascenso social. Tan es así que fue después de haber emigrado a San Petersburgo en 1828 para cursar estudios superiores, donde también empezó a trabajar como funcionario de la administración zarista, y donde el joven Gógol conoció al famoso escritor ruso Aleksandr Pushkin. Así pues, fue gracias a la amistad que entabló con Pushkin que el joven Gógol decidirá dedicarse a la literatura. Gógol comenzó escribiendo diversos relatos breves cuya acción transcurre en San Petersburgo, como La avenida Nevski, el Diario de un locoEl capote y La nariz. Con todo, sería su comedia El inspector, publicada en 1836, la que lo convertiría en un escritor conocido por el gran público. Un éxito que también fue la razón por la que decidiera emigrar a Italia escapando de la polémica que había suscitado su obra a causa del sarcasmo con el que describía los pormenores de la administración zarista y las clases dirigentes. Gógol pasó casi cinco años viviendo en Italia y Alemania, viajando también algo por Suiza y Francia. Fue durante este período cuando escribió la que sería su obra más representativa, Almas muertas, cuya primera parte se publicó en 1842, y también la que sería su novela más popular, Tarás Bulba, protagonizada por el cosaco del mismo nombre y ambientada en el siglo XVI en tierras ucranianas, las cuales entonces estaban parcialmente ocupadas por los polacos.

Dos novelas por las que todavía hoy se recuerda a Nikolái Gógol —si bien yo añadiría también Historias de San Petersburgo como imprescindible para entender su obra— y completamente diferentes entre sí. Si Almas muertas es sin lugar a dudas la gran novela de Gógol, considerada por muchos críticos a la altura de El Quijote o la Divina Comedia, ya fuera por lo original de su propuesta, un mercader, Chichikov, que compra el alma de los siervos muertos para que los terratenientes pudieran inscribirlos en el registro como bienes activos, o por lo innovador, valiente incluso, de su escritura al tratarse de una sátira burlesca de todo un sistema en crisis como era el de la Rusia anterior a la emancipación de los siervos, y un estilo donde se alternan una increíble maestría descriptiva con una libertad absoluta a la hora de enfrentarse a la previsible estructura del texto según los cánones de la época, su segunda novela más conocida, Tarás Bulba, es todo lo contrario, una novela histórica bastante formal, prácticamente un folletín, con el claro objetivo de convertirse en un gran éxito de público, ni más ni menos que aquello de lo que estaba más necesitado Gógol una vez tomada la decisión de dedicarse profesionalmente a la escritura en exclusiva.

Sin embargo, Tarás Bulba es también la razón por la que todavía hoy en día se pelean dos naciones como Rusia y Ucrania, empeñadas cada una de ellas en apropiarse del nombre de Nikolái Gógol para su panteón de glorias patrias. Y por eso mismo también, por lo ridículo de esta pugna para determinar si Gógol fue un escritor más ruso que ucraniano o a la inversa, una pugna que alcanzó su más altas cotas de sinrazón durante el bicentésimo aniversario del nacimiento del gran escritor en 2009 al enzarzarse tanto las autoridades rusas como las ucranianas en una disputa acerca de a quién pertenecía la gloria antes citada, Tarás Bulba resulta fundamental, si no para entender en su totalidad el conflicto identitario que enfrenta a rusos y ucranianos, sí al menos para acercarse a las raíces de éste.

Tarás Bulba cuenta la historia de un viejo cosaco zapórogo, Tarás Bulba, y sus dos hijos, Ostap y Andréi. Los hijos de Tarás, luego de concluir sus estudios en la Academia de Kiev, vuelven a su hogar. Los tres personajes, al reencontrarse, emprenden un viaje épico a la Sich de Zaporozhia, ubicada en Ucrania, donde se unen a otros cosacos en la guerra contra Polonia. Se trata, por lo tanto, de una novela de temática no sólo ucraniana, sino sobre todo acerca de los orígenes del pueblo ucraniano como tal, ya que, y tal y como es reivindicado por el nacionalismo ucraniano, éste surge en el momento en el que los eslavos de alrededor de Kiev y los vecinos cosacos semiindependientes se unen para quitarse de encima el yugo de la dominación polaca. Podría pasar, por lo tanto, por uno de esos libros que condensan las supuestas esencias patrias que los nacionalismos suelen enarbolar como la razón de ser de lo suyo. Sin embargo, en el caso de Tarás Bulba de Gógol hay un pequeño pero importante inconveniente, pues no sólo está escrito en ruso, sino que además es un texto en el que apenas aparece la palabra Ucrania y sí repetidamente Rusia, incluso Pequeña Rusia para referirse al territorio que hoy recibe el nombre de Ucrania.

De ese modo, el problema de lengua nos conduce a una de las preguntas más recurrentes a la hora de hablar de a qué país corresponde el honor de disfrutar en propiedad la gloria de un escritor como Nikolái Gógol: ¿es la patria la lengua o el terruño? Aquí supongo que habría que responder que las glorias literarias no deberían pertenecer a país o ente administrativo alguno; que la obra de cualquier escritor, incluso por muy local que sea ésta, pertenece al conjunto de la humanidad, pues es a ella a la que se dirige desde el momento en el que cualquiera puede acceder a una obra literaria, ya sea por conocimiento de la lengua en que está escrita o a través de las traducciones. Sin embargo, y aunque concuerdo con dicha teoría por muy idealista que parezca, no hay nada más humano que clasificar para entender, y eso es lo que hacemos, siquiera instintivamente, cuando atribuimos a cada escritor una tradición literaria u otra. De ese modo, y por lo general, para la mayoría de la gente que ama la literatura la razón de ser de dicha clasificación no es otra que la lengua en la que una obra literaria está escrita. Y lo que ocurre es que esa clasificación en muchos casos no corresponde siempre a un determinado país o patria como les gustaría a algunos cuando hablan de literatura española, inglesa, francesa, portuguesa, árabe, rusa o de cualquier otro país que, por la razón que sea, por haber adoptado siquiera sólo culturalmente la lengua de la metrópoli colonizadora o porque simple y llanamente comparte la misma lengua que sus vecinos como en el caso de Austria con Alemania. Dicho de otro modo, la tradición literaria en lengua española o castellana no se circunscribe en exclusiva a España sino al conjunto de países que hablan nuestra lengua, incluso de individuos que no pertenecerían a ninguno de ellos, pero que, por lo que fuera, les hubiera dado por escribir en ella. Así pues, si nos circunscribimos a criterios exclusivamente literarios, la tradición en nuestra lengua castellana está formada tanto por escritores como Cervantes, Quevedo, García Lorca, Juan Benet, Cela, Carmen Laforet y muchos otros como José Martí, Rubén Darío, Gabriela Mistral, Neruda, Gabriel García Márquez, Borges, Carpentier, etc. Otro tanto en lo que atañe a la literatura en lengua inglesa a lo largo y ancho de lo que en uno u otro momento de la historia fue parte del Imperio británico o del francés y portugués por lo mismo.

No obstante, los nacionalismos sobre los que se sustentan la mayoría de los Estados tienden a apropiarse de la gloria de los escritores nacidos dentro de sus fronteras. En realidad es una manera como cualquier otra de engrosar el patrimonio cultural de cada Estado; que luego sea para presumir de ello más que para promocionarlo ya es cosa de cada cual. Sin embargo, a quiénes, cómo y por qué hacen parte de sus patrimonios nacionales. Cuando se trata de un escritor nacido en un país con una sola lengua y que además se circunscribe prácticamente en exclusiva al territorio de dicho país, no hay duda alguna: un escritor en lengua danesa suele pertenecer al patrimonio del Reino de Dinamarca, otro tanto para un escritor italiano, finlandés, japonés o coreano, etc. Por el contrario, ¿qué pasa cuando tenemos a un escritor como Kafka que nace en Praga, en el seno de una familia judía cuyo padre de lengua checa adoptó la lengua alemana para su familia tras trasladarse a la ciudad dado que ésta era la oficial en el Imperio austrohúngaro al que pertenecía entonces Chequia? ¿Es Kafka un escritor checo porque nació en Chequia o alemán porque escribía en esa lengua? ¿Y Joyce? El irlandés James Joyce nació ciudadano británico y ni siquiera se convirtió en ciudadano irlandés, porque cuando su país se independizó del Reino Unido él ya era un ciudadano del mundo que adoptaba la nacionalidad del país en el que residía en cada momento. Con todo, de la misma manera que todos sabemos que la obra de Joyce pertenece a la tradición en lengua inglesa, tampoco se nos escapa que es el escritor irlandés más representativo de una larga tradición de escritores irlandeses en lengua inglesa, si bien a muchos de éstos les habría horrorizado que los hubieran catalogado como británicos. Claro que siempre nos queda la opción de asegurar que tanto Kafka como Joyce son escritores que trascienden sus fronteras dada la fama o importancia de su obra, escritores cuya patria es la humanidad y déjate de pasaportes, partidas de nacimiento y demás papeleo. Empero, eso podría decirse de Kafka sin reparos, pues no existe una obra tan alejada de un territorio concreto, tan global como el absurdo que la caracteriza. Con todo, ¿puede haber una obra más irlandesa que la de Joyce y sin embargo ser un hito de la literatura universal según el principio que solía repetir el escritor mexicano Carlos Fuentes cuando decía que había que escribir desde lo local para intentar ser universal?

Lo mismo ocurre con Nikolái Gógol; nadie duda que se trata de uno de los escritores que componen eso tan rimbombante como extremadamente ñoño que podríamos denominar el firmamento de las estrellas de la literatura mundial. Sin embargo, ¿cómo devino Gógol en una de esas estrellas? Pues, paradójicamente o no, de hacer caso a Carlos Fuentes, incluso a Fernando Pessoa cuando afirmaba aquello de Da mina aldeia vejo quanto da terra se pode ver no universo / Por isso a minha aldeia é tâo grande como outra terra qualquer / Porque eu sou do tamanho do que vejo. E nâo do tamaño da minha altura, Gógol es un escritor rematadamente ruso, y no sólo por escribir en ruso como nunca antes lo había hecho otro, revolucionando a su manera, en la manera de escribir en ese idioma, sino también porque la mayoría de su temática es rusa, incluso, o sobre todo, en las obras en las que se vale de la fantasía y, en especial, de su muy acusado sentido del humor, para retratar, casi caricaturizar, aspectos muy concretos de la sociedad rusa de su época. De hecho, Gógol es tan ruso, siquiera literariamente, que hasta no hace mucho se enseñaba en las escuelas ucranianas como un autor extranjero. Eso hasta hace poco, digamos que coincidiendo con el bicentésimo aniversario de su nacimiento en el que las autoridades ucranianas decidieron incorporarlo al panteón de sus glorias nacionales a pesar de haber escrito en ruso y provocando la consabida y airada reacción de las rusas que lo consideraban de su propiedad. Una pugna tan triste y previsible a cuenta de la pertenencia de la gloria de Gógol en la que no faltan episodios verdaderamente patéticos como la declaración de la Duma rusa de que el autor de Almas muertas les pertenece poco más que por decreto y que cualquier otra consideración al respecto sería recibida como una ofensa a su país. Un absurdo al que, cómo no, correspondió la otra parte con una traducción al ucraniano de Tarás Bulba en la que se eliminaban a propósito las alusiones a “Rusia” y a la “patria rusa”, sustituyéndola por términos como “nuestra tierra” o “la tierra de los cosacos”. Una burda mutilación del texto original en ruso cuyo único propósito era poder enseñar el libro en las escuelas ucranianas con el fin de reivindicar a Gógol como un escritor ucraniano que escribía sobre el alma ucraniana, si bien que en lengua rusa por las cosas del colonialismo interno del que ya hemos hablado antes.

Pues sí, un debate tan fútil como falso; pero, ni más ni menos que como suelen ser la mayoría cuando lo que los anima de verdad es el nacionalismo de la parte que sea con fines esencialmente patrimonialistas. Porque esa es, a fin de cuentas, una de las características más funestas del nacionalismo que tiende a apropiarse de la cultura como una bandera propia para exhibir al mundo y poco más, que es incapaz, no está dispuesto, a reconocer que la mayoría de las cosas que atañen a la cultura casi nunca son patrimonio exclusivo de unos pocos, de un país o Estado concreto, sino que el alcance de una obra artística, por lo siempre poliédrico de todas ellas, acostumbra a trascender el marco estrecho o inmediato en el que ha sido concebida, por lo que casi nunca tiene dueño más allá del autor.

En el caso de Gógol nada resulta más ridículo que negar esa dualidad identitaria de su obra. Gógol es tan ruso en su retrato irónico y surrealista de la realidad rusa como ucraniano en el del pasado de su país. ¿Por qué, entonces, no puede ser considerado patrimonio de unos y otros, por qué no puede ser un escritor ruso de procedencia ucraniana en Rusia y un escritor ucraniano en lengua rusa en Ucrania? La respuesta, por desgracia, es obvia; porque ambos nacionalismos están empeñados en negarse recíprocamente, el uno porque parece existir sólo como resultado de una nostalgia imperial que le hace sentirse víctima de una conspiración a todas las escalas para negar, mutilar y minimizar ese pasado imperial, y el otro porque necesita apropiarse para uso propio y exclusivo de todo lo que tenga que ver con su país, aunque sea de refilón, con el único propósito de reafirmarse, de existir. Una disputa alrededor de la identidad de cada cual que, si en el resto de los aspectos de la vida ha derivado en una peligrosa esquizofrenia, sobre todo cuando echa mano de ella un autócrata con todo el aparato de su Estado a su servicio para hacer y deshacer a su antojo, y en especial para controlar a una sociedad hasta el punto de embarcarla en guerras criminales como la actual en Ucrania, y siempre, pero siempre sin excepción, a mayor gloria de sí mismo, al fin y al cabo el principal y único objetivo de todos los tiranos habidos y por haber, cuando se trata de algo tan en principio inocuo y esencialmente lúdico como la literatura, roza ya lo demencial. De hecho, y volviendo a Gógol, el profesor Miroslav Popóvich, director del Instituto de Filosofía de Kiev, nos lo explica muy bien cuando califica de “idiotez” la discusión sobre si Gógol era ucraniano o ruso, dado que, en su opinión, “transfiere elementos del debate político al campo literario. Gógol es uno de los fundadores de la literatura rusa, posiblemente uno de los más grandes escritores en ruso, pero conserva las raíces nacionales ucranianas y contempla San Petersburgo con ojos de un hombre meridional. Al traducir Tarás Bulba se pierde el aroma de la estepa, el aroma ucraniano, que existe en el original ruso”. Y termina sentenciando Popóvich: “En Ucrania tenemos nuestros necios radicales y en Rusia también, y ambos son desagradables”. Pues eso, poco más que añadir a las palabras del profesor que no sea que, además de desagradables, también los hay simple y llanamente criminales.

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De LETRALIA, 13/03/2022

Imagen: Otto Friedrich Theodor von Möller (hacia 1840). Galería Tretyakov 

De Atenas a Tarata


MAURIZIO BAGATIN


Tarata de locos y de esplendor…

A unos 20 km está la Laguna turquesa, ahí donde la presa de Millu Mayu, según Mario Araníbar Iriarte en su juventud la llamaban Azul Kjocha; por mucho tiempo se la disputaron los municipios de Tarata y de Arbieto, cuando la cooperación canadiense estaba construyendo la represa y el interés abrió los ojos a los dos municipios. Luego el olvido. De la ciudad hasta la laguna no hay más que pocos maizales y el trigo sembrado el día de la Navidad, algún surco con habas y los imponentes árboles de eucalipto. Ya no hay algarrobos. La única tienda -mejor quisiera decir, el único lugar con vida- un mostrador de insumos agroquímicos, Bayer-Monsanto, Syngenta, Basf, mochilas para fumigar. 

El río Huasa Mayu vive en su mudo letargo durante casi todo el año, al despertarse, muy pocas veces en noviembre, pocas veces entre diciembre y enero, le hace recuerdo a San Severino la leyenda de como él, el santo, llegó hasta el Valle Alto cochabambino. Será también el cambio climático, pero no veo agua entre los cañadones que acompañan semejante revuelta de un meteorito, de una posible formación o de unas presencias durante el cretáceo.

La Atenas del Valle Alto vive hoy en el cuento de algunos ancianos que aún recuerdan cuando para alimentar a un niño siempre se lo enviaba a Cliza o a Punata, mientras cuando el niño era gordo o se le aconsejaba una ligera dieta, se lo enviaba a Tarata. Y de aquella noche del 1953 cuando los Ucureños invadieron Tarata. Brutalidades y violencias que hicieron el carácter del valluno, manso o en delirio después de la chicha, de un verso de Jesús Lara o del llamado al caudillismo.

La Atenas del Valle Alto vive hoy de los domingos de chorizos y chicharrones, de su chicha k’ayma y en el recuerdo de su historia, en una esquina hablando mal del caudillo Melgarejo, en la otra hablando bien del General del pueblo, René Barrientos, en el zócalo los más imparciales recuerdan la bandera de la revolución de Esteban Arze.

La Atenas del Valle Alto vivía, cuando llegué a esta tierra, en la reproducción de la Reforma agraria del ’53, con parcelas tan dividas que en algunas no entrabas más que de perfil; Huerta Pampa, Flor del Valle, Copapugio (Viejo, Nuevo y Copapugio no más…), el dividir por reinar (Divide et impera) Cesáreo que se impuso también entre maizales y cholitas de boquitas dulces y ojos de estrellas.

Paseamos, pero la voluntad de progreso es más fuerte que cualquier nostalgia del pasado, los ladrillos sustituyen al adobe, el calor de la tierra naufraga en las pantallas de los iPhone, sonreímos a las últimas polleras, a las que adoraba ver moverse el Señor don Rómulo, a los piqueros que hoy manejan feroces Toyota y Mitsubishi, a los que cruzando Aguirre y Colomi penetraron un destino diseñado por otros, fatales para ellos.

17 enero 2022 

Tuesday, April 5, 2022

TALA


ELIANA SUÁREZ

 

Hueco como el corazón cuando se rompe y elige dejar de sentir. Golpe seco y siniestro. Cae la primera rama y algo de la vida se va con ella.

La aurora teje mañanas de miel y bronce y abduce la luz que mana de la tierra. Olía a café en la casa y era la felicidad una utopía vuelta realidad.

Mas cae la segunda rama y es la lluvia incesante la que envuelve el recuerdo íntimo de horas eternas que anidaron en cada gota que repicaba en el cristal.

La tercera rama, etiqueta de un obituario escrito con trampa, se desliza, adormecida, hacia la tierra. ¿Qué oculté antes de que ya nunca más me riñeras? Hace tanto frío allá afuera como calor dentro. ¿Qué le digo a este cuerpo sin piel?

Y, entonces, se desploma la cuarta rama, carente de la tibieza hambrienta de un recuerdo. El quiebre de una voz en una habitación cerrada, eco tenaz frente al espanto.

Atravesado de aire, cae el tronco rendido por la urgencia. Se abre un vacío lleno de nada. Y se queja el cuerpo, peregrino sin sendero, sin fuente, sin manta.

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Fotografía: Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Sunday, April 3, 2022

¿Gallo de pelea o arcángel? Humberto Quino (me acuerdo)


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

 

Repasando mi diario del año 2017 me he encontrado este poema del boliviano Humberto Quino:

Cansado
Ya de ser un gallo de pelea
Decidí convertirme en el Arcángel Gabriel
Ahora que el matriarcado
Es la nueva voz.

A Humberto Quino le considero el mejor poeta boliviano de hoy o del que más cerca me siento cuando lo leo. ¿Vitriólico? Sin duda... y desvergonzado, iconoclasta, lúcido, leído y divertido, mucho. Lo echo de menos, al igual que a otros amigos bolivianos o que allá viven. Temo no volver a verlos y eso me llena de zozobra. Nuestras vidas han cambiado mucho en los dos últimos años, demasiado. Echo de menos las horas de conversación y trago con Humberto en el altillo del Café Ciudad, plaza del Estudiante, La Paz, ese desdiós de ciudad en el que fui de verdad dichoso todo el tiempo que allí estuve (salvo la traca final del 2004), a lo largo de varios años, por encima de todas las pejigueras que van con todo viaje.

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De VIVIRDEBUENAGANA, blog del autor, 20/03/2022

Saturday, April 2, 2022

Viento sur


HUÁSCAR SANDOVAL BAUER

 

Llegó el frío, sur y chilchi, noche de tigre… El viento frío trae reminiscencias patagónicas, de pampa helada y húmeda, de malones y montoneras en perpetua fuga. Cruza la frontera del norte, de la que no se vuelve, según dicen algunos. Se interna en ráfagas intermitentes haciendo temblar la llanura chaqueña. Pasa aullando e inclina sin piedad las palmeras grigotanas, para luego estrellarse contra el coloso andino y disolverse lentamente en los llanos de Mojos.

Me gusta escuchar al viento, tiene muchas historias que contar al que sabe oírlas. Historias de viejos y olvidados caudillos de lanza y sable, de entreveros y matanzas, de soberbias sin grandeza y de grandezas sin gloria. El viento no precisa de documentos para atravesar fronteras, lo hace desde siempre, desde antes que el hombre llenara de cicatrices la geografía del mundo. Y es por eso que el viento conoce todas las historias de todos los hombres.

¡Hay que escuchar al viento!

Yacuiba, 2 de abril, 2022