ELIANA SUÁREZ
De boca en
boca, sobre los tejados,
rodaba este
clamor:
-¡Echadle
piedras, eh, sobre la cara;
ha dado el
corazón!
Alfonsina
Storni
Cae el sol como
párpado cansado sobre la extensa y llena de sombras pampa húmeda. Todo el
horizonte se torna anaranjado, tanto como ninguna paleta humana podría
reproducir. Un techo de grises nubes con pinceladas doradas fija la mirada,
perdida y casi ausente, hacia un infinito jamás definido.
Eso es lo que
somos, indefinición. ¿Cuáles son nuestros límites? ¿Hasta dónde llega nuestro
poder? ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? Quizá ninguno. O, tal vez, todo
cuanto hacemos. Se nos quedaron en el camino las miradas y las risas de la
niñez, las únicas y originales, irreproducibles como el atardecer de un otoño
cualquiera, en un despliegue obsceno de belleza.
¿Cuál es el
centro de nuestro universo? Desde la Antigua Grecia hasta nuestros días hemos
especulado al respecto. Sí, especulado porque, ¿dónde reside la verdad última?
Guerras, discusiones, enemistades, banalidades… Lista absurda e inútil de
eterna búsqueda sin hallazgo. No es que no haya, es que no hemos aprendido a
encontrar.
Cae un atardecer
casi carmesí y lo ignoramos, ausentes, ahogados en medio de palabras que se
pierden en el ruido. Ruido que nos ciega y nos idiotiza. Busca hombre, tu
verdad. Sigue caminando, penitente de la infamia.
Ahora el sol se
ha ocultado y arde la lágrima en la piel. En días de pasión, patíbulo y
redención queremos burlar al destino. Algo dentro nos anima, nos destroza, nos
construye y vuelta a iniciar el errático deslizarnos sin pisar la realidad.
¿Acaso es nuestra
vida una parodia? Borges nos dirá en “El otro”: Nuestra evidente obligación,
mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber
sido engendrados y mirar con los ojos y respirar. Sábato nos pedirá no
resignarnos y hallar un modo de resistir. Denevi, ya lo sabemos, nos tendrá
piedad.
Un telón de
estrellas pone fin al espectáculo del mundo por hoy. Disco de plata marca un
final que será comienzo en apenas unas horas.
¿Y para qué? Un niño calla y pregunta, ríe y pregunta, calla y vuelve a
preguntar y a reír.
Quizá mañana el atardecer se tiña de violetas y de rosas o de blancos, grises y esmeraldas. La luz es generosa en esta pampa mancillada por el egoísmo. Canta el gallo, la mirada acaricia el horizonte. La pregunta oprime la garganta.
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Fotografía: Mariano Srur
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