Monday, December 31, 2018

31 de diciembre de 2018


PABLO MENDIETA PAZ

Siempre he lanzado los dados y abrazado la oscuridad con la escasez cantada desde muy lejos, fuera del alcance de mis brazos; con amor, quizás fama chica y toda muerte de años que volaron sobre mí; aunque siempre retorno al hogar y atizo y apago incendios de sueños de tener y no tener; claro, sin olvidar ni a Rameau ni a Grieg. Es el péndulo eterno, el de todas las vísperas.

Sunday, December 30, 2018

DE CÓMO CONOCÍ A AMOS OZ Y OTRAS CONOCENCIAS


BECKY RUBINSTEIN F.

Me lo pregunten o no, les diré: conozco a Amos Oz, las calles por las que caminó, la gente que lo rodeó desde que era pequeño y su padre trabajaba como bibliotecario en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Conozco a su tío abuelo, el profesor Klauzner, un prominente intelectual, contemporáneo de Ben Yehuda, “Padre del hebreo moderno”; de Shai Agnón, Premio Nobel de Literatura y de Tchernijovsky, eminente poeta hebreo.

También tengo el honor de conocer a su madre, Fania Mussman, quien en su juventud dejó la Universidad de Praga para matricularse en la Universidad Hebrea que no acababa de dejarse morir, hasta que exhaló, para desgracia, sobre todo, de su joven hijo en temprana edad. ¿Sabrá ella que Amos es padre de dos hijos, Galia y Daniel, quienes crecieron de la mano de un padre, arrullados por las historias que nacen y marcan?

Amoz Oz –cuyo nombre se remonta a los profetas de Israel, a ojos del tío Yosef , “Un niño inteligente y extraordinario como pocos, que remueve cielo y tierra con sus travesuras”, el único hijo de sus queridos Fania y Yehuda Arie, cuyo nombre está tomado del profeta de Tecoa, cuyo apellido Oz–imaginamos, está ligado al sabra, al nativo de Israel, quien se asentó en una tierra por sembrar, por cosechar, por construir, en potencia más que en acto de convertirse en verdadero y ejemplar vergel.

Y aunque alguien ponga en duda que conozco desde hace tiempo a Amoz Oz y a sus hijos, confesaré que Galia y Daniel son escritores que luchan por no copiar a nadie, por ser auténticos, por no ser un calco de su progenitor, mientras más reservado y crítico, más renombrado y más público. Fatal agonía de quien profetiza con el riesgo de ser repudiado, lapidado o considerado un falso profeta. Ella, optó por el cine, la televisión y la literatura infantil; él se apasionada por el jazz, la poesía y la filosofía. Les viene, podríamos asegurar, de familia: su tío abuelo el doctor Klauzner llegó a ser secretario de la Academia de la Lengua al llegar a Jerusalem en 1919, antes de ser nombrado catedrático de Literatura Hebrea en la Universidad, que fue inaugurada en 1925. Esperó –de acuerdo a Oz, su sobrino carnal, que le asignasen el departamento de Historia de Israel o al menos los estudios de Historia del Segundo Templo. Su sueño se cumplió no de inmediato, sino al cabo de unos veinte años, cuando se crea la cátedra de Historia del Segundo Templo sin que el tío Yosef, renunciara a su puesto de maestro.

Asimismo, puedo reconocer, hasta de lejos, al padre de Amos, entregado en cuerpo y alma a su trabajo en la Biblioteca de Har ha- Tzofim, autor de La novela en la literatura hebrea, para él un hijo más, cuyo prólogo fue escrito por el erudito tío Klauzner, y por el que brindó en familia con su esposa y su único hijo de carne y hueso, durante su vida autor prolífico de más de un título. En su haber se encuentran once novelas, entre las que destacan Mi marido Mijael (1968) Un descanso verdadero (1982) La caja negra 1987 No digas noche (1994), El mismo mar (1998) y Una historia de amor y oscuridad (2 002), además de autor de ensayos como Under the blazing light (1978) y All our hopes(1998) entre otros, donde promulga el acercamiento entre Israel y sus vecinos palestinos.

También conozco a Alexander el abuelo de Amos, bisabuelo de Galia y Daniel, quien hablaba un hebreo personal y por nada del mundo permitía que le corrigieran o que le hicieran las más mínima observación. Por ejemplo, al barbero, en lugar de llamarlo sapar, lo llamaba sapán, o sea marinero, la barbería se llamaba mispaná, o sea astillero, en vez de mispará. Ironía de la vida, su nieto se convirtió en escritor clave dentro y fuera de Israel; quien diría, una nueva ironía, los abuelos hablaban idish de manera cotidiana –una mezcla de ruso e idish, pero sólo discutían en idish.

El abuelo hablaba a su esposa y a su hijo único -a los inquilinos, a la sirvienta, a la cocinera y al cochero nos hablaban sólo en ruso; en el instituto Tarbut se hablaba únicamente hebreo; en casa de los abuelos se hablaba ruso y hebreo, el idioma bíblico, para que los padres no entendieran. Nunca hablaban idish, relacionado a gritos y reprimendas. Amos Oz me los dio a conocer, y cada vez los conozco mejor…

Y entre tantas conocencias, admito haber conocido de cerca, muy de cerca, Tel-Aviv, sus calles, sus edificios al estilo Bauhaus, y, sobre todo, su mar, en el que – durante mi estancia de más de dos años, como estudiante del Seminar ha-Kibutzim – me bañaba a muy temprana hora, para huir de la ola del calor veraniego. También conocí la Jerusalem -recién liberada por Tzahal, en compañía de mis parientes, orgullosos de su Moledet, de su Tierra y de su ejército, que evitó que los países árabes vecinos, cumplieran con sus amenazas y arrojaran a los judíos al Mediterráneo, tal cual tenían planeado-. Luego, la conocí mejor, con mi madre – que llegó de visita- con quien celebré en compañía de sabras y turistas, el vigésimo aniversario de la Mediná, fecha memorable. Entonces cantaba Noemi Shemer la inolvidable Yerushalaim shel Zahav, La Jerusalém de Oro… y todo era algarabía…

Años después, por cosas de la vida, conocí al profesor Beinart, uno de los historiadores más connotados de la Universidad Hebrea de Jerusalem, especialista en estudios sefarditas, quien en la autobiografía de Oz, acompaña a la familia Oz en su dolor, a raíz de la muerte de Fania. Amos rememora y enlista a las destacadas personalidades de la intelectualidad hebrea. Leamos un fragmento de su obra autobiográfica: “Vinieron nuestros conocidos de los cafés y los escritores de Jerusalem, Yehuda Yaari, Shraga Kadari, Dov Kimhi y Ytzhak Shenharm y vino el profesor Halkin y su compañera, y también vino el profesor Bennet, el experto en historia del islam, y el profesor Yitzhak Fritz Baer, el experto en historia de los judíos en la España cristiana (757).

Quién iba a decir que, al conocerme, durante su visita a la Universidad Autónoma de México –donde cursaba la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas- me hablaría en idish y que me llamaría idish meidele, niña judía. Recuerdo que, durante una visita a Israel lo visitamos mi marido y yo, y hasta su muerte, estuvimos en contacto a través del correo. Incluso, sabedor del español –por sus estudios de Sefarad- leía los poemarios que le envié más de una vez.

También diré, que conocí a Zelda, la joven maestra de Amos, eximia poeta mística, a quien Oz , el escritor, dedica Mi pequeño Mijael, y a quien busca ya de mayor; cuyos poemas, merecen ser traducidos a cualquier idioma, los que he tenido el placer de verterlos del hebreo al español: otra manera de conocerla y de darla a conocer.

Me inspiro en Amos Oz, quien en Una Historia de amor y oscuridad– habla de reconstruir los recuerdos del pasado ligados a Zelda, una de las figuras más representativas de su niñez: “Con todos esos recuerdos mi trabajo es similar al de alguien que intenta construir algo con piedras en un edificio derruido, piedras que saca de entre las ruinas de lo que también fue, en su momento, un edificio hecho con piedras de un edificio derruido” (445). Oz, escribe a su bien amada maestra, un sentido poema que reproducimos:

Lo que quería y lo que sé
Aún recuerdo la habitación: /calle Sofonías. /Entrada por el patio./Ocho años y cuarto,/ frenético, niño de palabras./ Pretendiente.
Mi habitación no pregunta,/ escribía ella, por ortos ni ocasos. /Le basta con que el sol traiga una bandeja de oro/ y la luna una bandeja de plata. /Lo recuerdo…

Conmueven las palabras de Oz cuando habla sobre su Zelda: “Rememoramos algunos recuerdos. Ella había leído mis libros y yo, los suyos…” (446) Otra manera de conocer al otro y de reconocerse en el otro…

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De ENLACE JUDÍO, 30/12/2018


Saturday, December 29, 2018

Entrevista a Ibelisse Guardia Ferragutti


DANIEL AVERANGA MONTIEL[1]

La artista boliviana Ibelisse Guardia Ferragutti es, para nosotros los bolivianos, un pendiente a explorar, apreciar y valorar. Bastó con ver sus obras, algunas de sus performances y parte de su recorrido, para preparar esta entrevista que, si bien fue elaborada con la premura del descubrimiento de un portento de versatilidad, trata de aproximarnos a ella.

Daniel Averanga Montiel (DAM): Para comenzar, déjame decirte que es un honor que hayas aceptado ser parte de esta entrevista, esto después de realizar una exploración pormenorizada de tu múltiple obra artística por la red. Comencemos con las preguntas: ¿Qué crees que apareció primero en tu carrera artística, el impulso de crear o la necesidad de expresarte al mundo?


Ibelisse Guardia Ferragutti (IGF): Esas dos cosas van de la mano en mi caso. Empezó por querer crear, obviamente, y en vez de querer expresarme fue más una necesidad de que, lo que fuere que haya creado, se comunique con los que ven mi trabajo, desde un lenguaje lo más universal posible, más allá de los condicionamientos culturales. Por eso, cuando encontré la Escuela de Mimo en Amsterdam, que de mimo (pantomima) no tiene nada —porque es más una escuela de performance, teatro y búsqueda de lenguaje artístico personal—, este descubrimiento me cayó como anillo al dedo, porque me permitió explorar miles de lenguajes”; pero desde un centro de creación no psicológico, sino más físico y fenomenológico. Esto me permitió entrar a un espacio de investigación que toca formas de “expresión” o de comunicación que todo el mundo puede entender, porque son principios que todos comprendemos en nuestra condición imaginativa.

DAM: ¿Crees que estudiar piano clásico determinóde alguna manera, tus otros oficios artísticos? 

IGF: ¡Sí, totalmente! La base del conocimiento y del ejercicio musical me han dado tantas herramientas. Empecé de muy chica y para mí era duro estudiar y, digamos, no ir a jugar al patio. Pero ya hace años que agradezco mucho tener esa base, porque hoy en día todo va más allá de las notas o de la nomenclatura pianista. Es un sentido musical que lo he “internalizado”, por decirlo así, pues se traduce en todo lo que hago, sea visual, teatral, textual o físicamente.

DAM: Déjame decirte que posees una versatilidad artística impresionante: arte visual, actuación en los ámbitos audiovisual y teatral, música, danza y docencia, entre otras manifestaciones... ¿a qué se debe esta explosión creativa? ¿Qué te llevó a incursionar en cada una de estas disciplinas?

IGF: Ja ja ja... ¡No sé, la verdad! Por un lado, se me acaba la paciencia disciplinaria bastante rápido. Por ejemplo: Hubo una etapa que hacía tanto teatro físico y actuaba como trescientas veces al año y aunque era hermoso, también era agotador. Después de un tiempo haciendo eso ya me entraba de nuevo la picazón por descubrir o explorar desde otras perspectivas y puntos de entrada. He tenido mucha influencia de músicos de jazz aquí en Holanda, que son músicos de todo el mundo. Y una cosa que me encanta de ellos es que se llevan a su artista cargado en sí mismo y en el tiempo: Si ves a Juanito, por ejemplo, hoy en día tocando, en diez años su arte crecerá y cambiará para bien, porque él es el que se desarrolla también. Todo es una disciplina más directa de conciertos y de un ejercicio arduo. Así, quise cambiar como el centro de mi creación hacia mí misma y dejar a las disciplinas para que sean como lo que son: un medio y no un fin. Fue una liberación total porque ya no había una ambición por dominar una disciplina, aunque las disciplinas están ahi nomás para que uno las visite, dependiendo de lo que quieres hacer. Y si tuve la suerte de trabajar con varios artistas muy grandes que me enseñaron a encontrar esa poesía, de tejer en completo respeto e igualdad entre medios. Es decir, no poner lo visual o lo sonoro en una jerarquía, más bien tratarlos como iguales. Y hoy en día ya no las veo como diferentes disciplinas. Casi no me puedo imaginar cómo era ver disciplinas como mundos tan separados. Otro ejemplo es lo del arte visual, un buen día unos amigos me preguntaron sobre hacer una performance para una exposición, y como yo siempre entro con la pregunta básica de unir el escultor con el músico, hice una performance tan simple, pero también de alguna manera tan compleja, que desde entonces me han invitado a un montón de museos para seguirla haciendo.

La verdad yo ni me esperaba verme o considerarme una artista visual. Lo que pasa es que todas estas disciplinas están, desde este punto de vista fenomenológico, muy cercanas. Yo por querer entrar en una concentración o foco que me permita usar lo físico, musical y escultural, he hecho una obra que es considerada ahora “Arte Visual”. Es curioso cómo funciona todo al final; pero al mismo tiempo sí me encanta trabajar para espacios de artes visuales, porque ya se tiene una expectativa completamente diferente que ir a ver una obra en el teatro, en una sala de conciertos o en un espacio público. O sea, me encanta mucho jugar con la expectativa del espacio en el que haces el trabajo, y creo que por eso exploro mucho, porque quiero jugar y porque me parece muy importante seguirme sorprendiendo y descubriendo constantemente.

DAM: ¿Tienes algunas influencias directas en cuanto a lo teatral?

IGF: La verdad yo nunca me esperaba hacer teatro, ja ja ja, es como que a mí todo me llega y yo voy diciendo: ¡Si, lo hago! De chiquita me acuerdo que me encantaba el Teatro de los Andes por su tremendo surrealismo y me acuerdo mucho por cómo usaban música también. Me fascinaba; sin embargo, yo no me veía, digamos, haciendo eso. ¡Yo quería bailar!

Pero no se dio, es más, se me empujó al mundo del teatro físico, donde correspondientemente me empezaron a influir ciertos grupos que fui descubriendo naturalmente: DV8, Pina Bausch, Anne Teresa de Keersmaeker y ya una vez en Holanda otros grupos se me abrieron como un torbellino de nuevas cosas: Royal de Luxe, Wim Vandekeybus, Sidi Larbi, Christof Marthaler, Theatre de la Complecite y muchos más. Y ya incluidos mis contemporáneos de hoy en día, hay varios a los que tengo una gran admiración: Bambie, Nicole Beutler, de Warme Winkel, Schweigman&, Davy Pieters, entre otros. Quizá más que influencias, son como una gran inspiración para mí, porque estamos en constante diálogo sobre nuestros oficios y su relevancia en general. Y eso me motiva y me da perspectivas.

DAM: Realizaste performances y actuaciones en varios países de Europa, Asia, América, etc., ¿cómo se siente aquello? ¿Pensaste alguna vez llegar tan lejos, como pocos bolivianos hicieron, en tanto al oficio artístico?

IGF: No, jamás pensé que iba a poder viajar tanto, ni menos vivir de artista. Era un sueño lejano. Así como yaaaaaaa” ¡a lo paceño!; pero, aunque suena requeté-cliché, he trabajado como descocida y eso se ha como que desdoblado naturalmente en una serie de oportunidades bien interesantes, como viajar y conocer tantos diferentes rincones del mundo. Una manera de verlo tal vez seria pensar desde el punto de vista del privilegio, de que soy privilegiada, pero la verdad es que yo no me siento así. Yo tenía desde el principio de mis quehaceres artísticos tantas ganas de desarrollarme, aprender, crecer, caer y volver a entender, que fui a buscar todo eso de la manera más ardua posible. ¡Y no ha sido nada fácil, uy! Ha sido un camino muy duro. Pero me latía siempre ese fuego interior de la curiosidad y de seguir aprendiendo. Es más, lo sigo teniendo. Ahora que soy docente en la escuela donde yo vine a estudiar, sigo aprendiendo de mis alumnos y de todo lo que se me presente. Tal vez eso ha sido, sin tenerlo muy consciente, una actitud que me ha abierto muchas puertas. Me acuerdo de un viaje que hice a Jordania para actuar una linda pieza de una coreógrafa con quien trabajo mucho (Nicole Beutler) y de repente me veo en un salón, donde no entendía a nadie o lo que estaba pasando. Todo el mundo, muchos hombres en el salón, estaban consternados, como si hubieran recibido una mala noticia. Yo: ni idea de lo que estaba pasando. Dos minutos más tarde, yo estaba dándole la mano a la Reina de Jordania, porque el festival en el que estábamos era super importante, lo que tampoco tenía idea. Y ganamos el premio de mejor pieza ese año. ¡Espectacular!, y bueno, cosas así que van pasando. Capítulos interesantes a pesar de lo surreal de por cómo suceden. Lo más bello de ir a un país con tu arte, es inmediatamente una entrada de conexión, controversia, charlas, fiestas y todo lo que viene al conectarse desde un lenguaje que va más allá de cualquier interés, que el puro intercambio humano. Como cuando estuve en Irán y nos dieron un guía que nos llevó específicamente a ciertos lugares de Teherán. Era obvio que el gobierno le dijo al guía adónde llevarnos o no, y nosotros nos escapábamos del guía, para ir a charlar con la gente en las calles o en el Bazaar (que es más complejo que La cancha [se refiere a La Cancha, en Cochabamba]). Yo quería hablar, por ejemplo, con los tejedores de alfombras persas, o de repente vernos en una fiesta secreta con otros artistas, con cerveza casera porque el alcohol es prohibido en ese país. Y que nos preguntaran sobre sexualidad o libertad artística y que con ellos —dentro de todas las diferencias de nuestras situaciones sociales— tuviéramos una conexión tan bella. Sentir cómo un país como el Japón conviva tan de mano a mano con lo ancestral y lo hiper moderno/contemporáneo. Sí, la verdad jamás pensé que esto del viajar me hubiera enseñado tanto sobre humildad, apertura, compasión y curiosidad. Y me ha concedido muchísima inspiración para seguir practicando este oficio que también, como todos sabemos, trae tantas incertidumbres. Pero vale la pena. No lo cambiaría por nada.


DAM: En cuanto al ámbito musical, ¿cómo fue tu experiencia musical junto a la agrupación denominada Tuthola?

IGF: Fue una época muy linda, con mi gran amigo Jochem comenzamos este proyecto, desde la necesidad de entrarle a la música otra vez. Y entre los dos buscamos hacer arreglos musicales que combinaran sonidos electrónicos con instrumentos más usuales como la guitarra, la batería y el teclado. De ahí surgió ver cómo podíamos hacer arreglos como a esa canción hermosa de la Luzmila Carpio: “Al cautiverio”. Nuestro objetivo no era manipular esa canción en ninguna forma, pero experimentar esa esencia tan nostálgica con un sonido más electrónico. Hemos tocado con esa banda muchísimo, hasta hicimos una gira en Japón en cierto momento. Y en cierto momento nuestros caminos nos llamaron a otras cosas. Tal vez algún día volvamos a unirnos.

Con esta banda y con muchas otras como The JOB y la orquesta o k a p i, he tenido colaboraciones muy gratas; entre todos queremos salir de nuestras zonas más conocidas, tomar riesgos, formular nuevas preguntas y plantear propuestas. Obviamente ya todo se ha hecho en la historia del arte, ¡pero en este momento particular y con estas personas no! Y con esa constelación de alineamientos nos llenamos de garras y le echamos. Ha sido una aventura genial.

DAM: ¿Por qué te consideras “un fantasma boliviano”?

IGF: No me considero “de inicio” un “fantasma boliviano”, pero es como que soy un poco. Más en el sentido de que, aunque en Bolivia he construido una base fuerte y fundamental artística en el Instituto Eduardo Laredo, y después con grupos como Vidanza y bastantes otras colaboraciones, es como que sentí que había como un límite para mí en ese entonces. Como que mi sed por un espacio infinito de creación no podía satisfacerse del todo allá. Los ejemplos obvios son: No había una escuela de arte superior para lo que me interesaba, no había medios económicos ni de mi familia ni del gobierno que me apoyaran en poder ir al fondo y tampoco había una hermandad absoluta donde sintiera que nos quisiéramos ver crecer unos a los otros. Supongo que donde hay poco, todos peleamos por las migajas, y por un lado me daba flojera de estar peleando por lo básico, por otro mis ansias eran muy grandes de poder ver de todo, quería entrarle como a la boca del dragón. Y después de haber pasado por algunos estudios en São Paulo, Brasil, que también eran carísimos, encontré la Escuela en Amsterdam y que, aunque no me lo creas, era las más barata, porque el gobierno subsidia el estudio mucho más; fue en términos prácticos y de contenido artístico que me convenía muchísimo irme a estudiar allá.

Y ahí es que entré sí o sí al concepto de “fantasma boliviano”, porque simplemente no estoy ahí, y porque tampoco he hecho mucho esfuerzo de propagar lo que hago en Bolivia.  Lo poco que hice, lo hice mediante un taller en el Laredo hace tiempo y en el Martadero, ambos en Cochabamba, combinando vacaciones familiares, ¡y todo resultó lindo!

Fantasma... ja ja ja, bueno porque no se me ve activa allá, pero tampoco me hago ver, ¿verdad? Por otro lado, siento que yo he estado ejercitando mi arte en territorios bastante experimentales, que podrían ser un reto en Bolivia (sin generalizar). Y como me he ido porque yo quería experimentar y aprender los límites de lo imposible y lo he hecho, tampoco pretendo querer retar las tradiciones profundamente arraigadas.

¡Pero me encantaría desfantasmizarme y ver si hay opciones para colaboraciones, a ver si se alinea algo algún momento!

DAM: ¿En cuatro años como docente de la Escuela Superior de Artes de Amsterdam, qué conclusiones has obtenido sobre el arte en general para el mundo?

IGF: Pucha, ya desde mi educación Laredista lo vi, lo sigo viendo y lo seguiré viendo como algo fundamental para todos. Muchos de mis compañeros del Laredo no han estudiado arte, pero son unos capos en lo que sea que hagan. Y yo pienso que esa sensibilidad y vulnerabilidad que el arte ofrece en educación es fundamental para construir individuos que se conozcan a sí mismos, que piensen de manera creativa en lo que sea que hagan, que no se crean el cuento de que todo está explicado por la ciencia y más bien se conecten con estados de consciencia y percepción diferentes.

Y el arte es un medio tan enriquecedor en todo sentido, no es un lujo es nuestra herencia humana nomás. Dime de una persona que no le guste la música, aunque no sea tu gusto ese tipo de música o estés totalmente en desacuerdo con la filosofía o el concepto musical.  ¡Imagínate un truffi sin música!; sí, yo sé que la información de música folklórica o popular tiene otra función en la comunidad. No estoy para nada queriendo mezclar estos diferentes tipos de experiencias; pero de alguna manera tienen conexión en el sentido de que sí queremos entrar en cualquier tipo de comunión entre nosotros a través de la música o la danza.

Yo pienso que está inherente en todos nosotros. Querernos conectar con cosas bellas, que nos hagan bien, sean esas cosas sonoras, visuales en diferentes espacios o tiempos.

Y enseñar en la Escuela ha sido muy bello, por un lado, me he dado cuenta lo importante que es abrir esas alas a la imaginación sin límites, para después crear límites que puedan re-crear espacios donde se puedan hacer comunicativos estos mundos personales. Por otro lado, no pienso que todos tenemos que hacer arte para vivir una vida más rica pero que una vida es mucho más enriquecida con arte.


DAM: ¿Cómo definirías tu trabajo artístico hasta el día de hoy? 

IGF: Mi trabajo se definiría por ser multifacético. Trabajo como actriz, creadora, compositora, música, performance, profesora, cantante, bailarina y todos estos medios se unen en una intención. Unir el escultor y el músico, el actor y el cantante, el performancer y el compositor, siendo la intención que estos medios dancen como en una sintonía en servicio a lo que tiene que ser dicho, porque son el “medio” y no el fin. Me considero una artista en continuo proceso: nuevos nacimientos y ciclos de descubrimiento son bienvenidos. Mi trabajo artístico se define también en gran parte al co-existir en colaboración con otros artistas. Con mi trabajo trato de entrar a un pulso de concentración tan fuerte que es como llegar a un cero, punto de llegada y un punto de partida. Un lugar donde con suerte se invita a un entendimiento o experiencia profunda de nuestra condición humana, aquí en este mundo tan pasajero. Con empatía, simpatía, humor, con lo absurdo, lo poético y lo espiritual. Todo esto da paso a una experiencia que puede ser interpretada muy personalmente, haciéndolo intrínsecamente política, sin necesidad de darle palo a lo obvio, pues eso ya es, ya está.


DAM: ¿Tienes planes futuros para volver a Bolivia y compartirnos tu arte?

IGF: No concretos, pero hay sueños. Y hay varios de mis colegas que les encantaría apoyarme y hacer proyectos por allá. Hasta pensamos con algunos ir en patota con grupos de teatro, danza y música. No solo para compartir lo que hacemos, pero para organizar talleres y encuentros. Pero todavía son sueños. No me he puesto a analizar cuáles serían las consecuencias prácticas de tal emprendimiento. Por el momento es un gusto de poder compartir aquí un poquito de lo que hago. ¡Mil Gracias!

Diciembre, 2018




[1] Escritor, entrevistador de medio tiempo.

Friday, December 28, 2018

Para el aburrimiento No Hay-ley


DANIEL AVERANGA MONTIEL[1]

Yo creo que toda novela debería partir por una idea de construcción omnívora. Su armazón, como quien metaforizaría a la novela como un edificio, no debiera tomar en cuenta solamente a la historia troncal y a su cosmovisión, sino también al esfuerzo de un trabajo notorio, serio (aunque la novela sea cómica) y, al mismo tiempo, con respeto a los lectores. Si el cuento resume la narrativa en una cápsula inteligente y única, pues la novela la despliega en toda su grandiosidad. Y no, no me refiero a que la novela supere las 300 páginas, como las de Urrelo o Pasternak, sino que trate de mostrarnos, a los lectores, algo más que una narración que vaya de A a Z.

Ejemplos hay hasta en la sopa: “El Viejo y el mar” de Hemingway, “La Carretera” de McCarthy, “A pleno sol” de Highsmith, “Tirinea” de Urzagasti, “Pedro Páramo” de Rulfo y muchísimas más... Estas menciones son de novelas cortas, casi nouvelles, así que no hay dónde perderse. Escritor, recuerda, no necesitas atiborrar al lector de páginas y páginas y páginas para contarle algo importante.

Basta, como Victor Hugo fue consciente, con algunas líneas para descolocar al lector; por ello escribió, casi inconscientemente, la última novela clásica de la historia: “Los miserables”, la cual contiene, sin exagerar, más de 10 nouvelles en ella: la historia de Jean Valjean, la de Monseñor Myriel, la de Cosette, la de Fantine, la del inspector Javert, la de los Thénardier, la del pillo Gavroche, la de Marius, la de las cloacas, la de las barricadas, la del conservador G y muchas otras más... Así que no hay pretextos: una novela es un acontecimiento, un despliegue de las habilidades del narrador por mostrar un mundo, un universo único y selecto, desde donde se pueden ver aún restos de otras historias, porque, como ya dijeron tantos literatos estudiosos y otros no tanto: la literatura trata de imitar/representar la realidad con lo que puede, aunque sabe muy bien que nunca logrará replicarla del todo.

Y bueno, dicho todo esto, puedo decir que “Hayley”, el más reciente libro de Adrián Nieve, no es una novela. De hecho, no sé qué es, si una transcripción aburrida de un stand-up de la Geraldine O´Brien (perdón, Geral), un guiño a los monólogos de algún filósofo amante de lingüistas inútiles o el manifiesto sobre la muerte a partir de un psicólogo desubicado. Quizá el autor estaba tratando de darle forma a un tema tan delicado, pero creo que había otras formas, no necesariamente aburrir al extremo del aneurisma al lector tradicional, si no común, al menos al lector que abre las páginas de un libro en espera de encontrar algo más que una muchacha hablando pavadas.
¿De qué va “Hayley”? Cinco vídeos preceden el deceso de la susodicha; los cinco vídeos son una justificación, una explicación, una fundamentación. Ah, sí, y un epílogo que puede matarte de desesperación, no tanto por lo que dice, sino por cómo lo dice.

El destinatario de los vídeos es el pobre Alejandro Callejón (¿Qué necesidad de los autores del tercer mundo por bautizar así a sus protagonistas? Yo le hubiera puesto Emilio Choque o Pablo Mamani, digamos; ¡pero no!, Alejandro porque sí [nombre de telenovela, nombre de serie de televisión], y Callejón porque es un apellido “guiño”, ya que una “muchacha alemana” no se fijaría, ni cagando, en un Mamani, guiño guiño, pero sí en un Callejón [Fin de creepybroma#1]); digo pobre Alejandro porque no sabe lo que le espera. La muchacha de los vídeos lo aburrirá hasta el hartazgo, diciéndole a cada rato, por medio de los videos que se suceden del primero al quinto como una babosa por una superficie del salar: miento no miento, soy no soy, estoy triste no lo estoy, te amo pero te odio pero te amo, me muero pero quizá no; soy especial y detergente y no lo soy; ah, sí, y tú, eres un cojudo mas no tanto pero sí lo eres.

Mientras el libro presenta los cinco vídeos transcritos, se suceden los creepyfacts, o sea, pistas generales desde donde el autor trata de hacernos comprender por qué carajo deberíamos leer todo esto. Creepyfacts mediante, nos encontramos con una mentirosilla e insegura femme fatale, como casi cualquier persona que no se preocupa por comer, sino por llenar su tiempo con pajas intangibles. El lector podrá leerlo con interés, claro, si le llegara a interesar al menos un poquito la bipolar de Hayley, protagonista-narradora de los videos, pero no, no y no. El concepto de novela pierde sentido en la tercera y cuarta líneas del texto: “Tú nunca me creíste, se te notaba en tu cara, en tus tonos, en tu mirada especialmente”. Ya no asistimos a un intento de recreación de una realidad, sino a un confesionario que tiene claves que tardan en ser identificadas y, por ende, desechadas por ser tan sosas. Hayley habla al muchachón, pero también al lector. El resto es eso. Leerla, entender por qué se despide así, y etcétera al infinito.

Pero para ser sinceros y no tan hijueputas, si hay que darle crédito al esfuerzo de Nieve, es con los temas, ya que son específicos e interesantes, a pesar de sus limitaciones verbales (¡las tildes y los tiempos verbales no producen cáncer, correctores de estilo de 3600!): ¿cuánto llegamos a conocer a alguien? ¿Es acaso la depresión un estado de existencia suficiente como para suicidarse? ¿Nos merecemos leer a una depresiva y mentirosa para comprender aquello?; las dos primeras interrogantes no se responden, pero sí se formulan de manera repetitiva hasta el hartazgo (repito. quizá el mejor logro del libro, si alguien llegara a terminarlo, claro). La tercera la respondo yo como lector: No lo vale.
Diré por qué. Son 156 páginas huecas, redundantes, petulantes, ya que, si bien Nieve mejoró bastante a comparación de su primer libro, en este entra con tanta confianza, que no espera que el lector le reproche por perder el tiempo con su lectura. La temática es interesante, bastante, pero su ejecución no.

Flojera. A eso me voy. Una novela no es el epítome de la flojera. Una novela cuenta un argumento y “Hayley” se pasa ese requisito por la bolsa escrotal (o por el monte de Venus), pensando que el lector le dará una oportunidad si pasa la primera página a salvo. Pero la primera página se repite y repite y repite en un loop de mierda que recuerda en algo a la fatídica y casi siempre mandada a la mierda “La guerra del papel” (que yo bauticé como “La guerra del popó”), pues imagino que únicamente los jurados y los amigos de Calatayud la leyeron enterita, así como creo que pocos terminarán de leer “Hayley”, a pesar de su simpleza (que no sencillez, simpleza, tan plana como culo de aspirina y vacía como la promesa de trabajo que te hace Homero Carvalho); así, los cinco largos capítulos y el epílogo, que es narrado en tercera persona y que aburre más, con el paseo del Alejandro Callejón por un cementerio, terminan por sepultar las intenciones de nombrar a “Hayley” como una novela.
Si puedo rescatar algo de este libro, sería el tercer capítulo o tercer vídeo, donde Hayley nos cuenta de otras personas y por qué quiso replicarlas en su propia vida, imitándolas, deseándolas, intentando algo que no fue al final. La cosa se vuelve harto interesante hasta que, parafraseando a Cecilia De Marchi Moyano, la misma Hayley “le da la espalda al lector”. Describe la segunda vez que tuvo intimidad con su oyente, Alejandro Callejón, y lo hace como si el pobre de Alejandro no supiera de qué está hablando ella al final. O sea, chavos, ya sabemos que ustedes lo saben y lo hicieron, ¿hacía falta detenerse en esos detalles, como si Hayley pensara que Alejandro es un cojudo más [Fin de creepybroma#2]?

Lo que me entristece en cierta medida es la ausencia de lecturas y de trabajo arduo de los autores de la llamada “nueva generación”, que no es tal, porque están tan alejados de una calidad narrativa, que se nota en sus primeros intentos ese esfuerzo, esas ganas por ser leídos por terceros, de crecer, pero es como invitar a una tortuga a trepar el árbol como el mono. No se puede, y no hablo de razones genéticas ni morfológicas, sino que me refiero al sentido de evolución del narrador, su preocupación por leer algo más que lo que recomienda el canon snob. Cualquiera puede escribir monólogos, pero no cualquiera puede convertir estos monólogos en trabajos dignos de lectura o atención (perdón otra vez, Geral).

Yo preferiría olvidar mis cinco días invertidos en la lectura de este libro, entre dormirme a media frase tediosa o saltarme párrafos idénticos a otros aparecidos páginas atrás; en cierto momento de la lectura de “Hayley” pensé en Jay Asher y su novela “Por 13 razones”, pero se me pasó la comparación obvia, porque estaba al borde del aneurisma por comprender que cinco capítulos sosos y un epílogo aún más patético, no son lo que asegura su contraportada. ¿“Atrapante novela”? No timen de esa forma, atrapante sí que fue la “Tirinea” de Urzagasti, o “La telaraña” de Boero Rojo, o “La tumba infecunda” de Bascopé, o, permítanme citar a los actuales, “Por nuestra Perestroika” de Suárez (¿Nieve los habrá leído alguna vez, más allá de hablar siempre de Bolaño [o ese no era su amigo, Oscar Martínez] [Fin de creepybroma#3]?); y atrapante no es este solipsismo impreso, intento fallido, paja mental, que trata de movernos la emoción pero a mí, perdón, me hizo sentir que, muy aparte de lo académico, están confundiendo a la burla escatológica hacia el lector, como literatura.

Y una cosa más. La tapa es preciosa, una pena que en los créditos no se mencione al autor ni a la obra (“Muchacha con medias grises” de Egon Schiele) y sí al diagramador [Fin de creepybroma#4]. Es decir, ni eso han hecho bien. ¿Qué pasa con esa falta de respeto al lector exigente, a ver?

En síntesis, un libro difícil pero si se lo termina te enseña algunas cosas (como elegir mejores lecturas: habiendo tanto buen narrador, darle oportunidad por segunda vez a un cuate que la cagó a la primera debiera ser un pecado, un sacrilegio [Fin de creepybroma#5]); su temática bien podría funcionar como cuento o ensayo, pero como novela, no che, o no, al menos en la forma que fue concebida en esta obra.

Es que para el aburrimiento no Hay-ley: si sucede, los lectores no perdonan. 




[1] Escritor “ch´api”, alteño, a medio uso.

Peace on Earth, peas on earth, pis on erz, pis en la tierra

MAURIZIO BAGATIN

Me lo imagino a este país extraído de su realismo mágico, o mítico o fantástico… y a la vez, real.                                                                                                                                                                             Sigo creyendo que orinar al aire abierto, en el jardín a horas tempranas, escuchando los pájaros mañaneros, o mejor aún en compañía de amigos después de una chupa, sean actos dignos de ser reconocidos como ecología de la mente, de gran valor humanístico y de una enorme emoción. Cosas que valen, como pocas, en la vida, una de las otras es la lectura en el retrete. El Nitrógeno (N) que aplicamos mientras, es uno de los elementos químicos esenciales, junto al Carbono (C), al Hidrogeno (H), al Oxígeno (O), y al Fósforo (P), crean el CHONP, podremos armar prácticamente todas las moléculas y estructuras de los seres vivos, de lo que somos…                                                                                                                                               
Disculparse con el moldeado agrónomo de la revolución verde, con el victimado técnico agrónomo oenegeistas… de que en fin de cuenta era mejor que cada civilización se hubiera perdido o se pierda por su cuenta, en lugar de escabullirse tristemente con este Caterpillar de progreso. Un ingeniero agrónomo me dijo que la úrea no es sintética… tal vez mirando estas inocentes canchas de fútbol, o la inocencia de los chicos que palpitan en ellas sintiéndose un Neymar que se lanza como actor desenmascarado o como Messi que nunca ganará el Olimpo del pibe de oro. La úrea es tan sintética como estas infelices canchas de fútbol, como todo el llamado proceso de cambio… que será procesado, un día, tal vez, y que de cambio hubo solo el amo, el más vivo.                                                                                                                                           
Imaginarse, o proponer científicamente que la úrea mejore el cultivo de las habas, es una aberración científica y una tomada de pelo… un abominable comistrajo crepuscular.                                                            
Por suerte que, nosotros afectos al morbo de Gutenberg, seguimos leyendo, en dirección obstinada y contraria - a todo proceso y a toda revolución - y nos llegó esta fabulosa lectura, que es un corto ensayo - de fin de siécle - de Umberto Eco, en el cual explica cómo la humanidad superó los casi siete siglos de historia, el largo periodo de oscurantismo, y fue gracias a las legumbres: el poroto, las arvejas, las habichuelas… proteína vegetal que aporta nitrógeno al suelo… naturalmente.                                                                                                                               

Peace on Earth, la paz en la tierra, es peas on earth, arvejas en la tierra, que pronunciado en español sería pis on erz, hacer pis en la tierra… fijar nitrógeno, aportar unos de los elementos esenciales - de los cuales nosotros estamos hechos - solos, escuchando cantar alondras y horneros o apoyándonos entre cuates y siguiendo la irregular trayectoria del orín                                                               Tres claves, nos ofreció Italo Calvino: aprender poesías de memoria, desde niño en adelante, siempre es bueno el momento, hacer cálculos escritos, sean matemáticos y algebraicos y saber que todo lo que tenemos nos puede ser quitado tarde o temprano. Poesía, memoria y sabiduría.                                                                                                                                                                  
Sembrar habas, arvejas y porotos también, orinar en compañía y en soledad. Ninguna úrea va ser mejor aporte de nitrógeno que nuestra acción cotidiana. 
Diciembre 2018 

Wednesday, December 26, 2018

Antojadiza descripción de la comarca


PABLO CINGOLANI

De manera rauda, asciendes por los cerros. En una hora de marcha, trepas desde los 3500 metros de altura hasta los 4000, o sea, transitas desde la cabecera de valle hacia la puna propiamente dicha. El tránsito lo ocupan los desgajamientos de la precordillera: una infinita serie de cárcavas abismales, todas fosilizadas, que cargan el ambiente de un acuciante misterio, lo cual impulsa la caminata y la elevación, ya que puedes temer caer entre las simas. Hay demasiados precipicios propicios donde arrojarse.

Llaman los lugareños a las alturas con el nombre de Tiñipata. Pata, en lengua autóctona es precisamente eso: altura, lugar elevado. El origen del vocablo “tiñi” está asociado a la cultura impuesta y es una derivación del acto de teñir, de vegetales asociados con la acción del teñido. Se trata de unos líquenes que precisamente recubren las areniscas fósiles. Atesoran un verde tan frágil que magnetiza y carga de poesía el entorno. Puedes encontrar manchones extensos de estos líquenes tapizando temibles agujas o acariciando rocas negras. El contraste de colores es muy evocador.

Cuando al final de la travesía dejas atrás los abismos, la puna aparece de manera intempestiva y se muestra cargada de esplendor. La panorámica que puedes apreciar desde allí es cautivadora, así llueva o granice o reviente el sol: en dirección sur, la vista atraviesa la totalidad del valle lateral que corona Tiñipata y, a su vez, cortas con la mirada otros dos valles, el principal, en cuyo seno se aloja, hacia el oeste, la ciudad de La Paz y uno más, muy extenso también, que es el valle de Achocalla.

Entre ambos valles, se alzan los cerros de Chullpani y Hujata, bellísimos, de color rojo, rojo oxidándose. Al fondo, se instala a pico la línea  perpetua del altiplano, la invencible raya desde donde todos los caminos son imaginables, son posibles, son ciertos. En otra línea visual y casi recta, está estándose Amachuma, en el borde que se derrama (pero no se escurre) hacia Achocalla. La tormenta más colosal de rayos que vi en mi vida se precipitó por esos lados. Deberías haber asistido al tremendo y electrizante espectáculo brindado por Illapa.

La puna está caracterizada por praderas de ichu (paja brava) que doran el paisaje y lo vuelven sensiblemente terapéutico. Aquí y allá puedes encontrar plantíos humanos de papa, papa amarga, papa luki, la más resistente a las heladas. El aire es muy límpido. Hay aves maría o alkamaris que te cuidan y propician el buen camino. Se siente una extraña paz allá arriba. Son rastros de antiguos mundos que aún superviven.

Antaqawa, 26 de diciembre de 2018

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Fotografía: Amachuma 

Monday, November 26, 2018

Montelupone, color pastel y miles de locos


MAURIZIO BAGATIN

"Uno necesita un pueblo aunque no sea más que por la satisfacción de poder marcharse de él” - Cesare Pavese -

Las colinas difunden armonía, a cada curva un nuevo horizonte, pintores cubistas, pintores fauvistas, i macchiaioli, a cada curva un Monet; no hay línea recta, no hay horizonte sin obstáculo, el verde, el amarillo, el rojo son todos color pastel, el color de Montelupone.                 Las geometrías son las de los cultivos, de los prados y de los campos arados, las de algunos pajares, de los árboles, los olivos antes todos, luego las viñas. El encanto de la simplicidad armoniosa, de las líneas difusas y el agradable color de esa pintura, que pintura no era, era el paisaje… un cuadro apenas amagado en primavera, una violencia verde intenso en el verano, una sutil neblina en otoño y el sabor salitroso del mar en invierno. Todo grandiosamente cromático, todo en la profundidad y la trascendencia, todo en el color pastel de Montelupone.

Al frente el seto del naufragar de Leopardi, el canto majestuoso de Beniamino Gigli, todo sumiso entre colinas y una luz imaginaria: la virgen negra de Loreto. 

Vuelvo, entro en la muralla que fortificaba el poder medieval y más allá… perros sueltos que ladran a la luna, gatos en los techos arrugados, voces del tiempo y memorias de dioses olvidados. Montelupone es una aldea irreal y viva, dormida entre almohadas apenas pinceladas, un día mirando hacia el mar, otro retorciendo su mirada en colina, siempre esperando su estación.  

La Condesa Marchi de Montelupone vivió el resto de su vida en el antiguo palacio Tomassini Barbarossa junto a su marido, el Conde Marchi, los dos se abandonaron en sus últimos días a la comida y al sexo y cuando murieron, felizmente abrazado después del coito y de una bistecca alla fiorentina (filete de res, de la raza Chianina y que nunca pesa menos de 500 gramos…), los empleados del cementerio tuvieron que derrumbar la pared para poderlos extraer con sus relativos ataúdes: pesaban 175 kilos y 167 respectivamente…                                                                    Franco el anarquista y su hermano Doriano el pintor, dos artistas incomprendidos y tan geniales en sus vidas abandonadas… como clochardes de pueblo, los locos necesarios de una civilización decadente que expone en un bar el retrato de Mussolini, la que llega aun a cantar “Faccetta nera…”, en la otra pared Padre Pio y San Nicola da Tolentino, memorias sin recuerdos, recuerdos vacíos de memoria.                                                                                                                    

Así las colinas, así el mar, y Matilde, veraniega turista desde una Via Appia Antica y consciente, dulce amante fou, tierna locura entre miles de locos; Alba, nihilista ante litteram, sex drug & rock and roll todo el tiempo: mirando de la ventana los techos se consumía la vita, una novela de Céline y una poesía de Jim Morrison; los curas de aquel pueblo tuvieron que mediar, combinar matrimonios, pensar mil veces antes de la acción, mirar hacia oeste el manicomio, tal vez Montecosaro. Color pastel y miles de locos, así Montelupone.

Pueblo chico infierno grande, el pintor Corrado Pellini cantor del paisaje agreste, retrayendo todas las felices ondulaciones, el ilimitado poder de los colores pastel, que de simbiosis en simbiosis transformaban su imaginario… Marche región papista, pueblo anticlerical, mar y colinas, un subibaja continuo… los artesanos de izquierdas que no pagaban los trabajadores, el carnicero comunista que explotaba sus empleados, la vendedora de tabacos socialista que pasaba el tiempo contando los billetes… fauna llena de historias, un día con el pueblo el otro con el rey, siempre con el papa. Un día carbonarios, otro día filisteos. Siempre región de confín: Mark, más allá el Sacro Romano Impero, adentro la Marca, los feudos, los marquesados, confines adentro de los confines.

Montelupone, montañas que se hacen colinas, colinas peinadas hacia el mar dejando profundos surcos paralelos…                                                                                                                      Montelupone, un poco longobarda y un poco griega, leyendas de su tabula rasa y memorias de mi pasaje… color pastel y miles de locos.
Octubre 2018

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Imagen: Tríptico de Corrado Pellini

Friday, November 23, 2018

Un "western" subandino


IVÁN CARLOS ARANDIA LEDEZMA

De entre las muchas historias, acaso inventadas, que un muy querido tío abuelo mío, hoy fallecido, solía narrar, una quedó muy especialmente grabada en mi mente, tal vez debido al especial contexto en el que me fue relatada, un viaje de catarsis a las viejas haciendas de la familia paterna –o lo que quedó de ellas luego de la revolución del 52–.

Como sea, todo comenzó cuando tomé la vieja y pesada Luger Parabellum calibre 45 de don Próspero Arandia Ferrufino –así se llamaba él– y, claro, estupefacto ante semejante artefacto (que me recordaba a los nazis) y arriado por mi impertinente y pacifista adolescencia hippie, no pude menos que cuestionar las razones de su tenencia, a lo que el tío me respondió, sonriendo debajo su canoso y poblado bigote, que tan peculiar arma, hoy disminuida a la calidad de un souvenir perdido, tuvo su lugar y su tiempo, Sopachuy, pueblo de los valles chuquisaqueños, en el que coincidieron, allá por 1910 y pico, su madre cochabambina (comerciante de Tarata) y su padre tarijeño (arriero de Entre Ríos) –mis bisabuelos–, para dar origen a nuestra rama familiar, describiendo prolijamente lo que en mi juvenil mente se dibujaba como un perfecto western hollywoodense, ese célebre género cinematográfico ambientado en el Viejo Oeste norteamericano y que aquí parecía desarrollarse con características propias, un sitio en el que el anciano cuentista vivió hasta su temprana adultez, de clima más bien cálido, con calles empedradas que bajo la lluvia se convertían en el insufrible y resbaloso lodazal que tanto aborrecían las mamás y que se disimulaban bajo el denso polvo levantado por las herraduras y el traqueteo del ganado que en el seco y templado invierno circulaba abundantemente, todo al compás del inflexible rumor de los dos ríos circundantes, el Orkas, de raudas y frías aguas, y el San Antonio, más grande, apacible y templado que su hermano menor. Y el olor, sí, ese olor a bosta de rumiante y pastura, tan característico de esas tierras y esos tiempos.

En ese ambiente de autoridad relajada, por entonces parte de lo que aún se conocía como tierras de frontera, seguramente por la escasa o nula presencia estatal –hablamos de 1936, más o menos, en las postrimerías de la Guerra del Chaco– tener un arma era poco menos que una necesidad, según rememoraba don Próspero, una exigencia que coexistía explosivamente con el abundante consumo de chicha del maíz producido en la zona y el trago (cañazo) venido desde los valles de Mojocoya, generando ese microcosmos de salvaje y pintoresca inseguridad tan típico de esas regiones, cuya notable pujanza económica y escaso orden las hacía especialmente vulnerables al azote del abigeato y la rapiña, actividad propia bandas de malvivientes a quienes se les denominaba “cuatreros”. Esto castigaba especialmente a la familias que vivían de la ganadería y a quienes que –como mi bisabuelo, que era arriero– se dedicaban al transporte de productos usando no camiones, como hoy, si no grandes recuas de caballos y mulas, circunstancias en las que las armas eran el elemento central de un necesario sistema autogestionario de salvaguarda de vidas y patrimonios, así es como llegó al cinto del cuentista la célebre Luger Parabellum, cambiada por su padre, mi bisabuelo, a un migrante turco (más bien palestino) por una par de reses y un caballo, extraño sujeto de quien se rumoraba turbios negocios con los desmovilizados del ejército y que años más tarde se ufanaría de haber prosperado vendiendo tierras de colores (ocres) para la construcción en las grandes urbes del lejanísimo altiplano.

Una de las bandas de cuatreros por entonces más grandes y temidas era la liderada por Quintín Flores, alias “El Quintito”, temida por su especial ferocidad y despiadadas formas de operación, cuya fama y nivel de perjuicio para la economía de la región habían provocado la movilización, desde la vecina ciudad de Padilla, de un nada despreciable contingente de soldados para su reducción, arribando al pueblo, según recuerda el cuentacuentos, en noviembre, seguramente con la idea de que el prenombrado, cuya afición al trago y la jarana era bien conocida, se haría presente en los festejos acostumbrados para la fiesta de la Virgen de Remedios, patrona de la región.

Y efectivamente, así ocurrió, y pese a la expectante tensión que esto había causado en los pobladores, su captura se produjo de una forma inesperadamente pacífica, sin un solo tiro de por medio y sin la menor resistencia, ya que según ancianas bocas, el famoso cuatrero llegó ya ebrio desde San Pedro para continuar la farra en una de las chicherías de las afueras, propiedad de su comadre, quedándose profundamente dormido, atinando a despertar al día siguiente junto a un par de sus cómplices, maldiciendo entre iracundo y lloroso aguardentosas e irrepetibles frases, pronunciadas entre quechua y castellano castizo, hasta quedar, al final de la tarde, vencido por la impotencia del desarme y el encierro, acuclillado sobre en uno de los tablones de cedro aún húmedo que yacían apilados en la improvisada celda, en realidad un cuartucho en el segundo patio del edificio que años más tarde haría de alcaldía.

Pero no se desilusione el morboso lector, lo espeluznante sucedería después, pues unos dicen que debido al temor de que sus secuaces invadieran el pueblo en pos de una sanguinaria liberación y otros que en razón a la imposible misión de trasladarlo a un sitio de mayor seguridad, sin el riesgo de una feroz emboscada, la asamblea de notables del pueblo más el comandante del contingente militar decidieron finalmente terminar con el asunto ahí mismo y sin mayor trámite, descartándose el fusilamiento, pues aún en esos lares y tiempos se tenía una vaga idea de lo que significa el debido proceso, y optar, en definitiva, por la aplicación de la bien conocida “ley de la fuga”, determinación asumida en secreto a efectos de evitar la incómoda presencia de tumultos en su ejecución.

Al amanecer del día siguiente, los condenados fueron trasladados a una de las pozas más amplias y profundas del rio San Antonio, ubicada a un kilómetro del cementerio, obligados a desmontar y una vez libradas sus manos de las ataduras, tirados a punta de culatas y puntapiés al turbulento cauce, bajo la promesa de libertad si es que llegaban salvos a la orilla opuesta. El resultado no pudo ser otro, uno murió ahogado a solo segundos de su inmersión en las aún frías aguas –lo suponemos afuereño, pues es inconcebible la idea de un lugareño que no supiera nadar–, los restantes dos, uno de ellos “El Quintito”, terminaron acribillados por las balas disparadas a mansalva por la soldadesca, a metros de la ansiada ribera liberadora. Desde entonces, el célebre lugar pasó a denominarse “Poza del Desengaño”, nombre con el que hasta hoy es reconocido.

No se sabe a ciencia cierta qué fue lo que ocurrió luego, lo conocido es que el cuatrerismo hizo de las suyas por estos lares y más hacia el sur hasta pasado el primer tercio del siglo pasado, dando origen, seguramente, a muchas apasionantes historias de cowboys y bandidos, transmitidas oralmente por mestizos juglares anónimos, sin aún obtener un sitial en las letras nacionales. Nunca será posible descartar, por ejemplo, que imaginariamente el Quintito haya sido la encarnación criolla de un Robin Hood valluno, bilingüe quechua castellano, hábil y barbudo jinete de poncho oscuro, versado en el manejo de armas de fuego e insuperable con el facón de matarife, tan desalmado y terrible en el pillaje como cultivado ejecutor del charango y la guitarra, exitoso con las mujeres e impenitente poeta, bastante dado al alcohol, con una vida llena de aventuras y desenfreno que al final lo llevaron a una muerte temprana y nada heroica. Quizás haya sido así, quizás no…

Lo cierto es que nuestra historia se ha empeñado en narrarnos tozudamente desde los hegemónicos Andes, ignorando que ocurre y ha ocurrido mucho en este ancho país, tanto en los páramos de altura como en los llanos y selvas, y también, claro, en los tibios valles del sur, quizás menos conocidos debido a su lejanía de los centros de poder y acaso incomprendidos por su carácter más rioplatense que propiamente andino, una parte postergada de esa bolivianidad tan lejana como prolífica en relatos y vivencias, ávida de ser contada, acreedora, sin duda, de una tradición literaria que mal persiste en ignorarla.

El autor es doctor en Gobierno y Administración Pública

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De LOS TIEMPOS, 22/11/2018

Imagen: Sopachuy