Sunday, July 31, 2022

Postbukowskianos


JORGE MUZAM

 

Hablamos de autores con Claudio Rodríguez. Me cuenta que ha leído sin demasiado entusiasmo a Whitman, quizá guiado por tanta influencia académica, por tanta mención. Me pregunta mi opinión sobre el autor. Le digo que lo leí hace muchos años dentro de un contexto personal e histórico muy distinto, tal vez para adquirir más cultura literaria, para no parecer un idiota en conversaciones de gente agrandada. Le agrego que hoy lo leo a través de las impresiones de Harold Bloom, que me salto pasos, que tomo atajos tramposos, porque la vida lectora es tan breve, que reconstruir el clásico armazón cultural demanda varias décadas, y en el intertanto simplemente te mueres por cualquier causa.

Vivimos una era lectora postbukowskiana donde es difícil sentirse atrapado por un libro. Chinasky nos ha cautivado durante décadas, sólo él, porque sus seguidores, discípulos o plagiadores son intragables. Es un estilo sin continuadores, porque para repetir tal magia habría que volver a vivir la misma vida del autor de Factotum, la misma nutrición intelectual, las mismas humillaciones, el mismo cinismo, la misma desesperanza...

Es verdad que los perdedores y el sexo, siempre orientados hacia un horizonte tragicómico, han sido un buen caldo de cultivo entre los narradores contemporáneos. Es una temática atrapadora, envolvente, identificatoria, porque tras los visillos del éxito personal suele cohabitar una ratita temerosa, un histrión de cuello y corbata que sobrevive interpretando con no poco talento su farsa cotidiana.

Es difícil saber qué temáticas y estilos preponderarán de aquí en adelante. Todo indica que la literatura se seguirá contaminando hasta convertirse en una densa nube de smog. Y no es algo malo. La honestidad creativa tendrá mucho que ver en eso.  Por lo demás, cada obra es una replicancia de otras obras, cada estilo una readaptación de otros estilos. Los refritos literarios son inevitables. Cada nueva generación necesita volver a contar las mismas historias y las formas simples, entendibles, para llegar a un público más amplio son como callejones estrechos. El problema es que ciertos refritos son como resaca de licores malos, tras ingerirlos sólo quieres olvidarte de ellos. Y a los excesivamente experimentales no los lee ni su madre. Aun son pocos los escritores capaces de armar ficciones verosímiles, menos aún los que practican cierta honestidad creativa. A la mayoría les cuesta exhibir el lado oscuro de su condición humana, pocos confesarían que son unos hijos de perra enfermos de envidia, retorcidos de rencor, llagados de humillaciones, desbarrancados mil veces en la escalera de la supervivencia. Predomina más bien una patológica obsesión por mirarse el ombligo y victimizarse dulzonamente, como aventándole florcitas al propio espejo, tal como cierto paisajismo urbano burgués que le sigue lamiendo el trasero cultural a la vieja bohemia parisiense.  ¿Y qué hay de los superventas? Para los lectores cultos cada best seller no es más que espumilla de ola en un mar muerto.

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De CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor

Sánchez-Ostiz, el fértil retiro en el bosque de un escritor atribulado


ION STEGMAIER

 

Le resulta grato a Miguel Sánchez-Ostiz, ahora que se siente en el otoño de su vida, la idea de ir retirándose suavemente. Tiene la certeza de que a sus 71 años la vejez ha empezado ya, lo nota en sus fuerzas al cavar una zanja o al constatar que los paseos por el monte acaban cada vez un poco antes. A la hora de escribir también observa que no tiene la intensidad que tenía. Pero, mientras tanto, sus libros parece que quieren desmentirle. Las publicaciones de Sánchez-Ostiz se suceden unas a otras en los escaparates de las librerías. En febrero presentó Viaje alrededor de mi cuarto, editado por Pamiela a finales de 2021, y donde reunió una serie de escritos realizados durante el confinamiento. En lo que va de año ha publicado ya dos libros: Emboscaduras y resistencias, con la editorial Alberdania, y el poemario Espuelas para qué os quiero, con Pamiela. Otro más, Ahora o Nunca, editado por Renacimiento, está a punto de aparecer. “Como en realidad no hago otra cosa, por fuerza te salen libros uno detrás de otro”, explica.

Hay mucho bosque en Emboscaduras y resistencias, parajes como el de Gurs, donde se localizaba el campo de concentración en el que recluyeron a los republicanos españoles entre 1939 y 1946 y que después Francia quiso borrar plantando un bosque; hay leyendas, está Basajaun, Robin Hood, lo que no hay son redes sociales, que “no son bosque, sino maleza”, apunta el escritor. No falta la socarronería del autor al referirse por ejemplo a los shinrin-yoku, los llamados “baño de bosque japoneses”: “Como pavada, me parece mayúscula”, solventa.

Su emboscadura personal, “fruto de la hartadumbre, del saberse monigoteado y de una época mugrienta que va a más” es doble. Sánchez-Ostiz ha optado por refugiarse en el bosque de Baztán, donde vive, y en el de papel, que es su biblioteca en Arizkun. De esa doble vertiente nació este libro al final de la pandemia, un trabajo que si hubiera acabado más tarde sería muy distinto, ya que no preveía que algo así se fuera a encadenar luego con la guerra.

Sánchez-Ostiz ve que hay quien se hace insensible ante esta situación, hasta cruel, gente que zanja estas desgracias con un “A mí no me atañe”. “Lo que yo creo es que sí te atañe -le contesta a su propio ejemplo- te atañe como persona y te atañe al bolsillo, mucha gente lo va a notar”, asegura.“Pues mire yo me encierro en una torre de marfil...” -caricaturiza a un hipotético interlocutor- “...Ahora te meten un pepino y se acabó la torre de marfil y se acabó todo”, se responde. El autor de Las pirañas cree que no se puede obviar lo que está pasando, con millones de personas que están viviendo como pueden por toda Europa.

ÉPOCA EXTRAÑA

En el otro bosque, el de papel, se lleva sustos. “Empiezo a leer un libro y me empiezo a encontrar los subrayados. Y digo: ‘¡Pero si yo de este libro no me acuerdo de nada!”, comenta. “Ahora, veinte, treinta, cuarenta años después, francamente lo de la relectura de los libros para mí es una lectura nueva”, admite. Son numerosos los autores que cita, María Zambrano, Thoreau y Walden, Emilio Pacheco, Washington Irving, Wang Wei, Álvaro Cunqueiro... pero no quiere hacer alarde de erudición. “Más que grande, mi biblioteca es aparatosa, me gusta andar por ella”, dice.

No es lo habitual esta querencia por lo rural de los escritores, que son más urbanos. “Depende la edad”, responde él con risas. “Cuando estaba escribiendo Peatón de Madrid me pegaba unas andadas monumentales; tenía un podómetro y ¡me estaba haciendo unas javieradas todos los días! Ya no tengo esa capacidad, me canso mucho de patear la ciudad y sobre todo patearla para encontrarte cosas que no te gustan... la verdad que no le veo la puñetera gracia”, señala.

Miguel Sánchez-Ostiz se siente seguro escribiendo. Se siente bien. “Sin alharacas, porque yo todas esas cosas de “envejezco vivo” y tal.... déjese usted de mandangas, y menos ahora”, afirma.

Escribe que a cierta edad pocos son los golpes de aldaba en la puerta de casa que no causan alarma. “Tanto la vejez como la finitud son cosas que a cierta edad ni siquiera las tienes presentes y, sin embargo, a otras, sí; cuando ves que tus amigos van falleciendo uno detrás de otro”, lamenta. En la pandemia ha perdido gente, y eso le provoca un gran vacío.

Mirando atrás, se arrepiente más de lo no dicho, de las veces que se ha mordido la lengua, que de lo hablado o escrito. El aislamiento de estos años ha sido una condena pero, de algún modo, una suerte también. “Al final lo he vivido casi como un alivio”, señala. “Hay mucha gente que ahora las aglomeraciones le abruman, pero un escritor está acostumbrado a estar solo, encerrado mucho tiempo sin darte cuenta, aunque es un encierro muy gozoso”, explica. “Lo que yo pueda decir no tiene nada que ver con lo que pueda decir una gente cuya vida está en el bar, en la terraza, en la calle, y cuando se han tenido que encerrar en casa se han sentido absolutamente perdidos”.

El título del poemario Espuelas para qué os quiero hace referencia a las espuelas de oro de Quevedo, con las que fue enterrado según la leyenda, y la espuela de hierro herrumbroso que encontró cuando cavaba en el jardín de su casa. Son poemas escritos entre 2019 y 2021 en los que habla por ejemplo de las Navidades del 95, “cuando la taberna era taberna y la botica, botica”. Se siente extraño en la época actual. A ratos. El Madrid del que escribió hace veinte años, por ejemplo, prácticamente no existe. “Ahora, ¿que sea un bebedero y un comedero non stop? Bueno, pues no es lo que a mí me interesaba. A mí me interesaban las tienditas, el nosequé... pero claro, el de la tiendita ¡es que se ha muerto! ¡O le han tirado la casa! O la casa la han comprado uno de estos fondos que nadie sabe quiénes son los propietarios. Tú vas por esas calles que eran una delicia y están llenas de persianas echadas. Ahí es donde yo me siento muy extraño. Pero, qué quieres que te diga, también me pasa en Pamplona”, asegura. Su refugio, reitera, está en Baztan.

A la espera de que se publique Ahora o nunca, un dietario de lo que vivió en 2016 (entonces vivía en Arraioz), el escritor sigue batallando con esta época en la que se encuentra cada vez más lejos de la tribu, como dice. Encuentra alivio en la lectura, mientras en la escritura continúa ajustando cuentas consigo mismo.

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De DIARIO DE NOTICIAS DE NAVARRA, 22/05/2022

Imagen: Miguel Sánchez-Ostiz en su casa de Arizkun/JESÚS GARZARON 

Friday, July 29, 2022

Retrospectiva y proyección


DANIEL AVERANGA MONTIEL

 

En 1929 el congreso recibió a Eduardo Leandro Nina Quispe para escucharle ciertas demandas relacionadas al acceso de la educación desde lo rural; Nina Quispe expuso de manera extraordinaria su visión de ciudadano preocupado por el poco interés que estaba invirtiendo el estado para con las generaciones que no pertenecían al espectro urbano: los niños indios de Bolivia, decía él, independientemente de su etnia, necesitaban ser parte de la formación gratuita que ofrecía el estado. Hay que contar esto de manera directa y sin edulcoradas metáforas: nadie le hizo caso, salvo las pocas organizaciones indias o indigenistas (esto es, agrupaciones consideradas clandestinas) que pululaban alrededor de la ciudad de La Paz por entonces. El fantasma del bloqueo que realizaran Julián Apaza y Bartolina Sisa el siglo anterior aportó mucho para que nadie atendiera las demandas de este señor. Pero, ¿de dónde surgía la premura que obligó a Nina Quispe a emprender esta iniciativa? Hasta 1925 se había establecido una polémica entre Franz Tamayo, Felipe Segundo Guzmán, Guido Villagómez, Alcides Arguedas y otros; Tamayo había declarado, hacia 1910, en su libro “Creación de la pedagogía nacional”, que el estado no hacía nada por el indio, cuando en caso de relaciones, el indio lo hacía todo, y a veces coaccionado en espirales de violencia, por dar tributo a un estado que no lo tomaba en serio; un año antes, en 1909, en su libro “Pueblo enfermo”, Alcides Arguedas había comparado la nación boliviana como un cuerpo visto y analizado por Cesare Lombroso: la frenología en su punto máximo, porque afirmaba que los indios andinos, como vivían en un territorio hostil y mudo, eran iguales a este, o que los campesinos y ciudadanos de los valles eran fértiles como su propio territorio, terminando por afirmar que el oriente, los llanos, eran tan abiertos, amables y cálidos como su gente; Felipe Segundo Guzmán y Guido Villagómez, basándose en principios pseudocientíficos habían concluido que el niño indio era un retrasado mental y que no debía, por consiguiente, merecer la educación que en esos momentos era aplicada con recetas foráneas con el experimento de Georges Rouma; la frenología, un conjunto de supuestos ridículos, había dejado de ser tomada en serio para finales del siglo XIX, pero en Bolivia se la tomó en serio hasta casi rozar la mitad del siglo XX; muchos de los estudiantes de Derecho coincidirán que en las universidades les hacían leer el libro “Los criminales” de Lombroso, demostrando que estamos tan atrasados en innovación pedagógica como lo estaría el mismo Posnasky, quien publicaría un libro-estudio sobre Apolonia Méndez, basándose, a su vez, en  esa pseudociencia lombrosiana, tan llena de mierda especulativa como infame.

Nina Quispe, según un estudio que hiciera Faustino Suárez Arnez sobre la pedagogía en Bolivia, publicado en la década de los 70 del siglo pasado, había emprendido ese viaje desde su comunidad hasta el centro paceño con el único objetivo de desmentir estas conclusiones, mostrando ciertas pruebas básicas de pedagogía aplicada a niños de varios ayllus y demostrando que ellos sí podían estar preparados para la educación regular. La indiferencia, la Guerra del Chaco, conflictos externos y otras razones, pretendieron sepultar en el olvido su esfuerzo.

¿A qué me voy con todo esto, siendo esta la presentación de dos libros míos?, yo estudié hasta 2007 la carrera de Ciencias de la Educación y recién en 2006 descubrí, gracias a un profesor de aymara, esta historia; hay que hablar mucho más de Eduardo Leandro Nina Quispe, pero solo les digo una cosa al respecto: debemos ratificar la memoria y encumbrar a este investigador aymara como un héroe nacional; su testimonio, su voluntad y su fuerza fueron parte de mi decisión para escribir, y no porque yo me considere indio, indígena o nieto de líderes minimizados por el poder hegemónico, sino porque me parece que la historia de los ganadores es menos interesante y tiene mucho menos base ideológica que la historia de los silenciados, y en materia de narrativa, también ha sucedido así, al menos estos últimos años.

Comencé a participar en concursos literarios desde 2006, enviando macanitas a concursar, hasta que en 2008 decidí iniciar mi campaña de creación de trabajos ajenos a los tradicionales: literatura que se viste con andrajos pero que trata de tener la fuerza de los trabajos sí tomados en serio. Fue en 2008 que decidí escribir para enfrentar esa capa protectora de seriedad que tienen casi todos los trabajos, muchos de ellos buenos, otros solo solemnes. Conseguí, desde ese año, vivir de escribir, quizá porque no sé hacer nada más, o mejor, quizá porque escribir para mí es más gratificante que estar armando despelote en redes sociales. Aunque a veces, quién sabe, me guste ver cómo reacciona la gente ante un negrillo que se dice escritor.

Han pasado casi cien años desde que Nina Quispe fue al congreso a reclamar atención educativa del estado, y si vemos las redes sociales, su lucha sigue vigente en personas que quieren destruir los conceptos frenológicos de que el color de la piel o la forma de la cara determinen la calidad de las personas. Mucho hay que trabajar, sigue existiendo el racismo y el clasismo vestidos de meritocracia, siguen existiendo personas que creen que los escritores deben parecerse a actores de la serie de Doctor House o, mínimo, que sean caucásicos y ricos; la hegemonía racializada y los rollos sociales son secundarios, incluso a prueba de tiempos y de coyunturas.

Los dos libros que presento esta noche son resultado de muchos años, el primero, Clave de Sol, se gestó desde 2018, cuando me di cuenta que las crónicas literarias que salían en suplementos chic, mostraban a la ciudad de El Alto como territorio de aborígenes bondadosos que podían mostrarse para provocar risa en los foráneos o de salvajes cogoteros e ignorantes que despertaban miedo; escribí estas crónicas como una tomografía de El Alto: no mostrando su esqueleto, sino sus fluidos vitales, su vida. El segundo libro podría haberlo titulado “Cuentos perdedores”, pero le tuve que agregar algo de mi comprensión sobre la actividad de Nina Quispe, porque, para mí, son cuentos clandestinos, cuentos que, en su mayoría, lograron cierto reconocimiento por alcanzar ser finalistas o menciones de honor en algunos certámenes locales e internacionales.

Están aquí, a su disposición; me disculpo por la presunción, pero están listos para que ustedes los lean y los disfruten, si cabe el propósito.

 

Thursday, July 28, 2022

El funeral


GEORGE GROSZ

 

 “… en estos momentos estoy trabajando en una gran pintura del infierno. Una ‘calle de copas’, de muertes grotescas y locos, en la que ocurren muchas cosas. El demonio cabalga hacia la izquierda sobre un féretro transversal, a la derecha vomita un joven, derramando sobre el lienzo todas las hermosas ilusiones de la juventud. He dedicado la pintura a Oskar Panizza. Un hervidero de animales humanos endemoniados. Esta época está abocada a la destrucción, de eso estoy plenamente convencido.”

“Por la noche, por una calle extraña, desfila una procesión de figuras deshumanizadas, sus caras convertidas en muecas elocuentes por el alcohol, la sífilis, la epidemia. Uno toca la trompeta, otro grita 'hurra’. La muerte cabalga sobre esta multitud, sobre un ataúd negro, representada por el símbolo directo de un esqueleto. Mis antepasados, los maestros medievales Brueghel y El Bosco, conocían muy bien esta imagen. Ellos también vivieron el crepúsculo de una época y supieron darle expresión.”

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Imagen: El Funeral (dedicado al poeta Oskar Panizza, 1917-18) (Grosz Widmung an Oskar Panizza).

 

 

 

La mitología en Ramuz : seres fantásticos, cuentos y leyendas


MONTSERRAT LÓPEZ MUJICA

 

La obra de Ramuz, cercana en un principio a la corriente realista, se torna después hacia lo místico, rozando a menudo lo fantástico, antes de alcanzar su plenitud con los relatos de la montaña. Lo fantástico en su obra se manifiesta entonces a través de cuentos y leyendas repletas de seres fantásticos y extraños personajes. La mayor parte de estas leyendas tienen pues como decorado la montaña. Recordemos que a lo largo de la historia, ésta ha representado siempre una imagen de caos y de muerte, un entorno de ruina y de desolación, un sentimiento de terror. Lo cierto es que, en Europa, son escasos los entornos naturales capaces de alimentar la imaginación de sus habitantes o la de otros observadores externos, como lo han hecho durante siglos las montañas de los Alpes -considerados lugares hostiles y repulsivos en la Edad Media, o morada de seres fantásticos y espíritus maléficos. Para el profano, la montaña era una trampa y una fascinación. Pobre del que se aventurase entre los caminos de nieve, solo, sin guía o sin equipo. Pues, a menudo, detrás de una roca, un espíritu maligno esperaba al viajero; un monstruo oculto le acechaba en el fondo de una caverna; o incluso un dragón le amenazaba con su fuego. La montaña estará siempre íntimamente ligada a los ritos y a las creencias del hombre. Sobre este aspecto, no se ha percibido evolución alguna desde entonces. Aunque el Romanticismo transformó estos miedos en fondos de comercio, gracias a la atracción ejercida por las montañas, las catástrofes naturales continúan hoy en día atemorizando a poblaciones enteras y amenazando los asentamientos humanos.

 

Entre los seres fantásticos que podemos destacar en la obra de Ramuz encontramos “les ouines”, una especie de animal parecido a un cerdito que se divierte asustando a los hombres de la montaña con sus chillidos: "C’est une bête qui se plait à faire peur à l’homme et à le poursuivre ; elle n’est pas comme les autres bêtes qu’on peut attraper vivantes ou tuer ; elle se fond dans l’air quand on veut mettre la main dessus". Otras veces son simplemente espíritus que viven en la montaña y se desplazan y visitan a los hombres en sus propias moradas: "… car il y a beaucoup d’Esprits à la montagne, qui habitent les grottes, et les endroits où on ne peut pas aller, et dans les forêts ; ils descendent parfois vers les hommes, se plaisant à les tourmenter…". Salen aprovechando las noches de tormenta, para confundirse con los sonidos que emite el viento:

 

Ils disent qu’alors aussi les mauvais esprits sortent, et ils rampent autour des maisons des hommes, et ils parlent avec le vent. Et peut-être le cri du vent, c’est leur cri, et le toit secoué, c’est eux qui le secouent ; et ce souffle aux fentes du mur, il sort de leurs bouches ouvertes .

 

Este tipo de “mitología campesina” se fomenta y se transmite de generación en generación gracias a una cultura oral. Durante las frías y largas tardes de invierno, cuando el trabajo no abunda, los campesinos suelen reunirse en pequeños grupos en las casas más grandes para realizar juntos las vigilias alrededor del hogar. Las tardes noches se hacen así más llevaderas. Estas veladas proporcionan la atmósfera ideal para contar las historias y leyendas más sorprendentes.

Lo sobrenatural o fantástico aparece a menudo, aunque Ramuz tiende a esconder estos efectos extraordinarios tras el azar o la casualidad. Nadie duda que en Le Règne de l'esprit malin, Branchu, por ejemplo, posee ciertos dones excepcionales: “Il s’approcha de la fenêtre, il n’eut qu’à lever la main: un nuage noir parut, un coup de tonerre se fit entendre”. Cuando anuncia su nombre, por ejemplo, dice: “Branchu, comme qui dirait Cornu…”. Es cierto que el diablo tradicionalmente se representa como una figura con cuernos, pero el personaje de Ramuz no aparece así, el patronimio es bastante usual en Suiza y podemos considerar que el comentario es simplemente una broma. Igualmente, el letrero que muestra en su tienda es de color azul, el color del cielo, pero el mismo personaje añade: "J'aurais peut-être mieux fait de peindre le fond en rouge… Couleur de flamme, c'est ma couleur". Los indicios que tienden a establecer la identidad de Branchu con un personaje diabólico están presentes en el texto. Lo mismo ocurre con los signos que prueban el poder maléfico del intruso.

 

Ramuz aprovecha la leyenda en varias de sus obras: DerborenceFarinet e incluso Si le soleil ne revenait pas. Los orígenes de las leyendas pueden ser muy diversos. Antes de que las montañas se convirtiesen en objetos de estudio o de disfrute, las cumbres más altas se rodeaban de misterio. Las montañas podían ser despiadadas, por eso los hombres se inventaban todo tipo de historias fantásticas que conocían gracias a esta sabiduría popular: “Les vieux chez nous en parlaient de leur temps. Et ils étaient tout petits encore qu’ils entendaient déjà les vieux en parler...”. Los lugareños las creían habitadas por espíritus, incluso a veces por el mismo Demonio. Este es el origen del nombre dado al macizo de los Diablerets, que sirve de frontera a los cantones de Vaud y de Valais. El Diablo se aburre y juega a los bolos (de aquí proviene el nombre dado al espolón rocoso: la quille du diable). Pero yerra su blanco... y se produce la catástrofe: los gruesos bolos ruedan hacia el glaciar y recubren el valle, aprisionando a los hombres y a los animales.

 

La realidad, por supuesto es otra. Dos mortales y aterradores desprendimientos tuvieron lugar en 1714 y en 1749. Cincuenta millones de metros cúbicos de materiales, esparcidos en una superficie de cinco kilómetros, englutieron una centena de chalets. Los inmensos bloques de piedra están todavía allí, testigos de la catástofre, diseminados en el alpage, como si quisieran advertir con su presencia del peligro que acecha la montaña. Y es que las gentes del lugar continúan observándola con reticencia, una mezcla de prudencia temerosa y profundo respeto. Continúa siendo una zona peligrosa, que hay que respetar. Prueba de ello es que la carretera permanece cerrada desde finales de octubre hasta principios de mayo, y nadie se atreve a subir cuando se avecina tormenta.

 

Si estas historias se han mantenido vivas durante todos estos años, es porque de alguna forma encierran un significado, tienen una razón de existir. Lo fantástico en este caso sirve para advertir. Como decía el escritor vaudois, la montaña, “c'est beau, mais c'est méchant”. A veces incluso despiadada. Y de esto, se acuerdan los más sabios, aunque hayan pasado dos siglos desde entonces. Derborence se ha convertido en un espacio protegido gracias a su bosque original de abetos blancos único en Suiza. Derborence acoge en la actualidad a multitud de turistas. Este valle, tan bien descrito por Ramuz y filmado por Francis Reusser, es conocido en el mundo entero.

 

Para mantener viva una leyenda Ramuz utiliza además personajes claves, misteriosos e incluso casi fantasmagóricos. En la novela Derborence : el viejo Plan es un pastor que guarda su rebaño en los altos barrancos de la Derbonère. Vive sólo y aparece únicamente para anunciar las desgracias que están a punto de acontecer. Para este personaje todo es obra del Diablo que vive en la montaña y previene a los aldeanos para que no se adentren en ella advirtiéndoles: “- N’allez pas plus loin! [...] D...I... A... Vous comprennez? ”

 

Las gentes del pueblo creen lo que el viejo Plan cuenta respecto a las almas en pena que viven en la montaña : "- Oh ! c’est qu’il sait des choses, Plan, disait Thérèse, et puis il est vieux. Eh bien, il dit qu’il les entend la nuit. Parce qu’ils sont en vie et ne sont plus en vie; ils sont encore sur la terre et ils ne sont plus de la terre".

 

A estas creencias, se suma la fuerte influencia que ejerce la religión sobre estos personajes. Se protegen en su fe y a ella acuden cuando no tienen respuestas que dar a los acontecimientos que se producen: "Plan dit qu’il n’est pas vrai… Oui, que c’est une âme. Oui, qu’on le voit, mais qu’il n’est pas comme nous, qu’il n’a point de corps… Et qu’il est venu pour nous attirer, parce qu’ils sont malheureux et jaloux de nous et ils s’ennuient sous les pierres…".

 

En muchas de las novelas de Ramuz, los mitos y el Apocalipsis se unen. Como en Les Signes parmi nous, donde se aborda el tema del fin de los tiempos. A través de la figura de Caille, un vendedor ambulante de folletos religiosos, Ramuz nos explica los signos de un cercano e inminente Apocalipsis. Detectar las señales inscritas en lo visible, descifrar su significado más profundo, escondido, es el objetivo de estas obras. En La Grande peur dans la montagne, la originalidad y puesta en escena de la catástrofe son fascinantes. La geografía mágica y la estrategia de la narración van de la mano en esta obra y nos transportan muy lejos, hasta el interior del hombre. El personaje principal, Joseph, se enfrenta contra fuerzas sobrenaturales que le hacen derivar progresivamente a un universo onírico, fantástico, incluso fantasmagórico. De hecho, el final de la novela, al menos en la edición original, puede hacernos pensar que se trata también de una leyenda.

 

Y es que estos hombres y mujeres, tan libres respecto a las relaciones que mantienen con los demás, se encuentran sin embargo abandonados a fuerzas que les dominan : las fuerzas de la naturaleza y las sobrenaturales. Son creyentes porque ven que la divinidad está presente en todos los fenómenos que les rodean, haciendo germinar el grano, crecer la hierba, abandonando a veces al hombre frente a la enfermedad y otras, castigándolo con la muerte. Por ello se encomiendan a Dios, amándolo y respetándolo. Y le construyen iglesias y capillas para calmar su cólera. Sin su protección se encuentran expuestos a todo tipo de catástrofes: enfermedades, inundaciones, sequías, sufrimientos ; no sólo ellos, sino también sus familias, sus rebaños, todos sus bienes. El lado fantástico de estas leyendas parece servir para advertir de generación en generación que hay que dejar la montaña tranquila en su territorio. Cada uno en su lugar, dentro de un orden ya establecido. Ramuz se lamenta de que los hombres son demasiado soberbios y de que han perdido el respeto a todo. Se acercan hasta lo más alto de la montaña y con gran codicia escupen en sus manos nerviosos por lo que van a obtener a cambio. Y el mundo parece resquebrajarse. Si era liso, ahora está lleno de fisuras. Si parecía dormir, ahora amenaza con despertarse...

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Del blog ECOCRITICISMO, 03/03/2011

Imagen: Charles Ferdinand Ramuz

 

Friday, July 22, 2022

Cabildo abierto, sin horario y sin banderas


MAURIZIO BAGATIN

 

Me lo enseñaron los libros de José María Arguedas. Prosa y poesía del campo, señores e indios, lo vivido desde profundidades hechas de lenguas y espíritus. Toda esta literatura, y no solamente la de Arguedas, sino también la de los pasos firmes de Jesús Lara, ¿Quién fue el Repete, que describe el Yanakuna?, no tiene fin y sin embargo tiene fechas: la mirada infinita del indio, las grietas de la tierra iguales a los callos de sus manos, a las líneas del sudor que bajan de su frente, las rajaduras de sus talones. Hay siempre líneas que conducen a una y más raíces. Heridas en las piedras que llevan millones de años sin unas palabras.

Esta puede ser una fecha histórica, si memoria y olvido llegaran a un acuerdo. Polvo se levantó de la tierra casi rojiza, y con un viento cómplice. Un mundo que piensa en quechua y tiene que expresarse en castellano. Ayer vi abrirse el surco de esta tierra, abrirse por la fuerza de un arado egipcio, y bueyes criollos guiados por una generación que mañana no reconoceremos.

El aire de primavera ya invita la tierra al resplandor, al respiro, a la luz. Está escrito en el rostro de toda esta gente, gente que mirando atrás encuentra su mestizaje; en la violencia y en las injusticias. Al principio fueron Huerta Pampa, Flor del Valle, Copapugio, paisaje siciliano extraído del Gatopardo o de los pueblos que hay solo en ciertas novelas. Rulfo o García Márquez leyendo a Faulkner. Hoy Mujun Punta, caminantes de toda edad defendiendo su territorio, sin horario y sin banderas a fuerza de recordar lo que significó, en el lejano dos mil, la guerra del agua en Cochabamba. Muchos de ellos no habían siquiera nacido.

Antes de doblegarse seguiremos viendo la cholita invitarnos el fruto de su tierra, papa wayku con poderosa llajwa y la tutuma apaciguadora. Luego encantadora. Al primer cierre del candado me escapé. ¿Qué habrían planificado?

Oigo el charango del Danger, vibran sus manos y canta su corazón. El retorno del campo siempre fue así tan dulce. Habrá sido el viento que traíamos o el viento que siempre estuvo ahí.

21 de Julio 2022 

Thursday, July 21, 2022

DE LUNA Y OTROS AMORES


ELIANA SUÁREZ


When the night has come
And the land is dark
And the moon is the only light we'll see
No, I won't be afraid, oh, I won't be afraid
Just as long as you stand, stand by me

Ben E. King

Apenas empezamos a andar la tierra y la luna nos sedujo. Hembra de plata de largos cabellos que se funden en el agua. Fría y enigmática enamoró al poeta por sobre todo poeta y embrujo tras embrujo, le susurró versos que hoy cantamos.

La noche llega, se queja Ben E. King en una de las canciones de amor más conocidas. Soledad de ausencia que lastima. La del mal de amores. Estirar el brazo, acariciar sábanas vacías de presencia cálida pero tan llena de recuerdos.

Noche en soledad en una tierra que, pudiendo ser luz, eligió ser oscura. Pasos de ciegos que aspiran a sabios. Tropiezos y nada. Tropiezos y manos que desean llenarse de otros cuerpos para que la noche y la tierra abandonen su oscuridad.

¿Cuánto ha de medir el brazo que nos abrase? Luna luz o luz de luna, la mitología se esfumó en este siglo inservible. En la poesía anida el último bastión que ha de hacer renacer la cordura, dicen. Pero nadie se embriaga de cielo, aire, fuego o tierra.

“I felt a tear fall in my heart”, canta dulce y firmemente Lavem Baker. Cae una lágrima en el corazón pero hay sordera, demasiado metal y plástico. Demasiada escatología alejada de proféticos anuncios. Abulia interior, peces que ya no nadan y son escupidos fuera.

Luna enamorada de río, única luz que nos queda, de sangre o de lata, arrullo de veranos allá en las sierras. Devela u oculta, amigable o traicionera, mientras se desvista ante nuestros ojos  habrá belleza… “No, I won't be afraid, oh, I won't be afraid… Stand by me.”

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Imagen: Francis Picabia, 1945-46

 

 

Tuesday, July 19, 2022

El Averno y el Callejón Caracoles (La Paz)


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

 

Al Callejón Caracoles, de La Paz, he vuelto de la mano de una publicación en red que trata del Averno, un antro clásico en el relato de la bohemia paceña, escenario de truculencias, crímenes, violaciones, del que habla Víctor-Hugo Viscarra, El Vico, y otros escritores que en un momento u otro lo frecuentaron, Alfonso Murillo, que fue el primero que me llevó allí (al callejón no al antro porque ya estaba derribado), Ricardo Camacho, Ramón Rocha, Humberto Quino, gente de mi generación (quintos). En mis viajes a La Paz pasaba a menudo por su entrada porque estaba muy cerca del corazón del mercado Rodríguez camino de la León de la Barra, donde tenía un cocani estupendo, generoso y hablador (viejo, como yo) que vendía una hoja menuda de Yungas. El callejón estaba frente a los puestos de las floristas (y a un barbero nocturno y mala sombra) y a un paso de la casera que los sábados vendía un lechón asado maravilloso con camote, plátano, llajuita, y de un local del Ejército de Salvación de aspecto poco atractivo. En el otro extremo del callejón de empedrado muy irregular había una fragua ruidosa de martilleos en el yunque, en cuya negrura resaltaba el fuego o las chispas de la soldadura autógena. Flores, comistrajos al paso, ruinas, vendedores de lo inverosímil también (un gallo de pelea me quiso vender un borrachito), chelas heladas, panes como los de la infancia, que allí llaman marraqueta, pescados del lago, especias, broncas, borrachitos, aparapitas, caseras reñidoras o ensimismadas... Creo que el Callejón Caracoles y el Averno es un escenario de mi novela Diablada boliviana en donde alguien viaja mucho más abajo que el volcán de Lowry, hasta la cama del diablo de Tom Waits. Ese era mi barrio favorito de La Paz, entre la plaza de San Pedro (la cárcel más loca del mundo en donde entre a título de sobrino de un maderero gallego del Beni, a visitar a un político que llevaba preso no sé cuánto tiempo), el Mercado Rodríguez, el Uruguay y la Buenos Aires (diurna). Nunca me cansé de patear esa zona en la que algunos de mis amigos de entonces, gente mayor, veteranos de la revolución del 52, la de Paz Estenssoro y el MNR, no habían puesto los pies jamás. «Cuéntanos de tus callejones», me decían. Y les contaba, y se asombraban y reían con mis andanzas y encuentros. Cómo decir que echo mucho de menos aquellos días y aquellos viajes entre 2004 y 2017. Me siento baldado, acuciado por tareas pendientes y me acuerdo demasiado a menudo de un capítulo de Lord Jim, de Joseph Conrad
«Sus días de vagabundeo habían terminado, ya no más horizontes tan ilimitados como la esperanza, ni crepúsculos en selvas solemnes como templos, mientras buscaba fervorosamente el País-Siempre-Por-Descubrir detrás de cada colina, al otro lado del río, cruzando el mar.»

Copio aquí el texto que me ha hecho volver sobre la huella de mis propios pasos:

El Averno

Víctor Hugo Viscarra para presentarse como relator del submundo boliviano escribió sobre lo que conocía; en su libro “Borracho estaba, pero me acuerdo”. Traza una cartografía marginal sobre el laberinto de las calles, mercados negros, las cantinas de mala muerte, lenocinios, cabarets y la cárcel, de personajes que funden sus almas con el alcohol barato, la delincuencia, y la marginalidad. Viscarra sobrevivía merodeando una ciudad de La Paz semiclandestina; la de antros fantasmagóricos como La Casa Blanca, La Curvita, Las Cadenas (con sus vasos y ceniceros encadenados a las mesas), El Pezón de la Mariposa, El Averno, El Abismo y El Volcán; cuevas donde los tragos servidos en latas oxidadas costaban centavos y la regla es amanecer muerto o, con suerte, desnudo.
Cuentan que en varios de sus relatos, Viscarra vaticinó su muerte antes de llegar a los cincuenta años (“Nacionalizo una pistola y me pego un tiro”). El tiro del final se lo dio una cirrosis fulminante, que se lo llevó en mayo de 2006

Relato del Averno

"Es una de las cantinas con categoría, en sus buenos tiempos era una verdadera antesala del infierno, allí hubieron infinidad de asaltos, violaciones y peleas, atracos y uno que otro asesinato (…) Don Víctor, dueño de El Averno, se esmeró en decorar apropiadamente su local haciendo pintar en sus paredes escenas sacadas de la Divina Comedia”

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De VIVIRDEBUENAGANA, blog del autor, 17/07/2022 

Yemanjá en la puerta de embarque del veraneo


PABLO CEREZAL


Te esperaré

en la puerta de embarque del amor eterno

hasta el último momento.

Diego Vasallo


Ya llegó el verano y, con él, una nueva ola de calor que los entrevistados por cadenas televisivas surfean a golpe de aire acondicionado y cerveza fría en terracitas de barrio. Reconforta ver a tanto conciudadano disfrutando de sus merecidas vacaciones estivales. Por mi parte, hace años que no salgo de Madrid, al menos tres años que navego Europa y uno en que aprendo a recorrer, despacio, el universo todo. ¿Contradictorio? No, no crean, carecer de capital para desplazarse y andar sobrado de imaginación tiene sus ventajas. 

El caso es que hoy me ha dado por recordar períodos vacacionales de antaño y he naufragado en la negra percusión de los tambores en Salvador de Bahía, en sus negras aguas de piel negra celebrando el sudor y la sal en coyunda de exceso y humedad. Aquel perderme por los oscuros vericuetos de tan luminosa ciudad ocurrió hace años, vidas tal vez, ya digo que llevo demasiado sin viajar. Pero hoy ha retornado a mi memoria esa incandescencia del poco dinero y la mucha gana de dilapidar latido que se gastan los bahianos. Hoy, justamente, día de la Virgen del Carmen, patrona del mar, que en el sincretismo candomblé se asocia, en ocasiones, a Yemanjá, madre de todos los orishas enviados a los humanos por la divinidad suprema de los yorubas del África occidental. Sí, hablo de religión, yo, tan descreído. Porque las religiones, cuanto más exóticas e incomprensibles mejor. Pregúntenles, si no, a todos los adeptos al yoga de franquicia occidental, que siguen creyendo que el budismo es paz, amor e igualdad. Así que, lo confieso: creo en Yemanjá, esa divinidad que humedece las mareas para regresarnos, a sus fieles, henchidos de milagro y sudor sano a eso que consideramos hogar y nada tiene que ver con el chapuzón mediterráneo permitido por las divinidades del capital. Tampoco con lo que espera al regreso del asueto vacacional. 

Así que hoy, húmedo de sudores bastardos, solo pienso en la fértil humedad de la patrona de las aguas, y me abandono a la memoria de un año de viajes sin salir de casa rememorando su piel con el pánico de un mapache descolorido y agreste que solo pretende hacer nido en lo más profundo de su vientre. Y pienso en el sincretismo bahiano, y en piel negra por incinerada de amor, y en amores negros por oscuros, y en oscuros negros lorquianos, y en la negritud del café tenso y la tensión de un vino vivaz que rompe contra los muelles en que mastican salitre las encías para florecerse de extrañas y húmedas orquídeas. Cosas así, que nadie entiende y a nadie importan y por eso las escribo de gratis, con la misma gratuidad que ofrendo todo mi sudor a Yemanjá para que pueda esculpirlo en sal de mirada vuelta hacia atrás para mejor verla llegar.

Me enredo. Quería hablar de vacaciones y calor, de mares adocenados en la calma chicha y oleaginosa de los bronceadores, de aviones que vuelan obligados y de puertas de embarque en que espera Yemanjá, dispuesta como la Virgen del Carmen a florecer entre las mareas del miedo sus labios de infinito hecho humedad. Ellas bendicen a marineros que navegan porque de otra manera no saben hacerlo, también a otros a quienes no queda más remedio, sea por alimentar a la prole pescando jureles de cuerpo desierto como por alimentar a la prole que nació muerta en el epicentro del miedo: Sahel y más allá.

Hoy, en las costas hispanas, la Virgen del Carmen surcará las aguas rodeada de argonautas que, por un día, para rendirle pleitesía, truecan en floridas guirnaldas sus feroces tatuajes de anclas. Igual Yemanjá, y nada me gustaría más que lanzarme a las aguas para lamer su estela de delfín lánguido y voraz. Pero está en Brasil, y ya digo que llevo años sin poder permitirme viaje alguno. Podría venir ella, pero la imagino en el aeropuerto retenida por las autoridades migratorias, que le preguntarían qué se le ha perdido en Madrid. Además, Yemanjá es negra. Así que, rechazadas sus pretensiones, la veo rodeada de maletas con ruedas que no desplazan ningún peso, de viajeros sin gana de viajar más que a un fotograma incierto. Yemanjá en la puerta de embarque del veraneo, arracimando entre sus muslos el ansia por desovar un tsumani que recomponga las mareas y, de paso, la brevedad insomne de mi pecho. Dentro de este, sí: el corazón y la arritmia fresca. Más allá, salitre en los párpados y plegarias que tartamudean. De yapita: soñar con un veraneo en que poder tomar un vuelo hasta Bahía para entregarme a su chapoteo en las mareas negras del exceso. O esperar que a ella le salgan alas. Pero dejaría de ser la oscura diosa de la humedad, y así no. 

Sous le pavés, la plage! Reordenando el oleaje, Yemanjá. Bajo la marea, los muertos que nunca quisieron viajar...

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De POSTALES DESDE EL HAFA, blog del autor, 16/07/2022 

Rosa Amalfitano cruza las piedras y fuma


JULIA ROIG

 

para sufrir tus muslos

Lorca


dame una palabra y déjame deambular por dentro.

 

UNICORNIO


en los afluentes de tu abrazo, con el ronroneo del café desdibujando el pasillo, con costumbres solitarias, crepusculares y nocturnas como el alcaraván. así se viste el escenario. "¿Qué alfiler de cactus breve asesina tu cristal?" El de tus felinas pupilas, ráfaga que viene a romper el fuego, sin servidumbre, invasiva y vehemente. 

Este verano es alcohol, cosecha romántica que se mete en mi sangre, cuando yo solo quiero el malecón de tu vientre.

 

hace calor hace frío hace viento

hace pena hace rabia hace tiempo

hace daño hace poco hace mucho

hace ruido

hace 

 

la cicatriz no se dibuja, no es alegoría. tengo un megaterio en el corazón. una fisura constante y un pensamiento arrebatado y frágil, está ardiendo como un bosque que se queda sin animales. mis mediterráneos me llegan a los ojos. lee la rosa de los vientos de mi pecho. late late late. soberana gacela de mercado, mírala, ebria y lisonjera, se está defendiendo con un cuerno de espuma, con un cuerpo de nube, un diente de caricia y una mirada de túnel. abre una ortopedia para Occidente, está fallando todo, menos la artesanía de nuestras trizas. aquí hay alas de ceniza. el resto no se mueve. solo arden nuestras médulas. geografía de mareas que todo lo pueden. escucho a El Brujo y su quiebro al leer a Quevedo y me tiembla una costa nueva. 

¿Cuánta tierra me queda dentro? ¿cuántos HYC SUNT DRACONES? 

Tenemos que desnudarnos, tenemos que lamernos, roer cada barrote del pecho, conocernos. ¿Para qué si no? Cabeza borradora, ojalá, ahora es cabeza grillete. Coge un papel y vomita. "Respira, pronto se pasa", dicen en los aviones. Respira, pronto te estrellas. Estrellarse, menudo verbo. Eufemismo positivista. 

Solo existe lo que ves, lo que tocas, lo que escuchas, lo que hueles, lo que sientes. Lo demás sí es alegoría. Atrezzo. Delincuencia de pantallas, tanto cristal en las manos, tanto coltán. con lo bien que te sienta una 1906, que fue un año común comenzado en lunes según el calendario gregoriano, pero qué bien sabe, y todo lo que vino luego. qué desastre, y yo, con mi cuerno de espuma.  

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De MISDESASTRESNATURALES, blog de la autora, 19/07/2022 

Friday, July 15, 2022

BAGAM, BROUSSE AFRICANA PARA EL PRIMER NOMBRE


MAURIZIO BAGATIN

 

“Nosotros, las civilizaciones, ahora sabemos que somos mortales” – Paul Valéry

La brousse africana es tierra salvaje, son esporádicas aldeas incógnitas, lejanas de cualquier centro civilizadoPetit village con algunas cabañas, un chef du village, una sorcière y muchos niños y niñas que desde temprano obedecen a las primeras necesidades: recolectar agua de la fuente más cercana, traer leña para la fogata, cosechar algunos frutos para el desayuno. Más o menos desde allí el hombre se desabrochó de su tabula rasa, desde allí empezó su milenario diseño. Desde allí estableció el viaje hacia su encrucijada Historia.

En Bagam viven los Bamileké, bantú en su sangre, de muchos idiomas y de firme pertenencia, luego llegaron un Kurtz de la historia, un Livingstone, el hombre blanco, las religiones, la descolonización… el marfil, los diamantes, la imposible libertad abisinia de Arthur Rimbaud… Frantz Fanon, Léopold Sedar Senghor y Nelson Mandela: mañana será el imperio chino, tal vez. No podemos decir la última palabra antes de la penúltima

Pisando esta tierra del color de su gente, del color de la sangre, del color de sus majestuosidades naturales, de los animales y de la selva, todo severamente amplificado a nuestros ingenuos e inocentes ojos… llegamos a Bagam, Nord-oeste del Camerún y encontramos abandonado un centro de formación para campesinos: la Ferme Ecole de Bagam, allí trabajaremos para reactivar la escuela y empezaremos a producir maní, sandías, tomates, si nos da el tiempo maíz, mandioca y porotos, será una aventura estupenda.

Mis amigos serán Moisés, el cuidador polígamo que, una noche, por el miedo al haber visto una pantera, fue el primer hombre negro que vi volverse blanco, se asomó a la ventana y nos gritó: “amis, j’ai vu l’obscurité noire” (él sin sombra alguna, en aquel momento, era la entidad más clara frente a nosotros…); Andrés, el otro cuidador, monógamo, un cazador con muy poca puntería y una encantadora visión del mundo africano, fue él quien me describió la relación entre el mundo animal y el mundo humano africano, como un antropólogo empírico, bajo el omnipresente árbol de mango nos narraba la similitud entre la poligamia de los leones y la de los hombres africanos mientras veíamos volver de una batida de caza a su hijo, él, con más puntería del padre, creíamos, hasta constatar que el bolsón que llevaba cargado en sus espaldas no contenía el botín de caza, sino paltas cosechadas en el camino de retorno de otra infructífera expedición… y de lejos Moisés y sus esposas mirándonos se reían desenfrenadamente. Mis amigos fueron JPP, su fanatismo por el futbol hizo que todos lo llamáramos con las iniciales del jugador francés más conocido del momento: Jean-Pierre Papin, JPP tenía destreza con la pelota como en escalar arboles de coco, nos traía casi a diario vino de palmera y piñas de un dulzor nunca más probado, le regalé un tabarro embutido de finta lana que probablemente se ponían los esquimales y él se enamoró tanto de la prenda –o del hecho de haberla recibida en regalo de un hombre blanco– que no se la quitaba ni para irse a dormir, con el abrigo encima trabajaba en la preparación de la tierra, en la siembra y jugaba al futbol bajo un sol que hubiera podido cocer huevos si los hubiéramos puesto en las calaminas que cubrían las habitaciones de la escuela; otro amigo era Jackson que fungía de chofer de la Ferme, él era exclusivamente anglófono y esforzándose le salía un pidgin english increíble, una lengua macarrónica de una belleza inigualable, deformaciones verbales como las de Francis Scott Fitzgerald en su estadía romana, mezcladas a genialidades poéticas dignas de un Frank Zappa inventions… para demostrar su afecto, su simpatía y su apego a nosotros bautizó meses después a su hijo con el nombre de Juan Carlos Maurizio.

La brousse africana era el abismo entre el petit village y la urbe, entre el petit village y la floresta virgen, la distancia que el espacio y el tiempo conjuga solo durante algunas celebraciones, algunas fiestas, un funeral, cuando lo tribal se funde con el animismo y tam tam lejanos amplifican las magias llegando a hipnotizar hombres y mujeres… el mal de África tal vez nace del engatusamiento fou de las mujeres, de la fuerza de la monstruosa naturaleza, de los perfumes, los sabores de algo de primordial, del encanto de haberse sentido aquella única vez tan cerca de nuestra primera vez…

Los hombres, como los pueblos, como las naciones, están sujetos a la ley de hierro de la naturaleza: crecen, se vuelven grandes, de modo que pierden gradualmente la fuerza y ​​desaparecen.

Comiendo ndolé y boniatos asados, acompañados de unas frías 33 y mirando los millones de estrellas, los cuentos, las lentas narraciones, las suaves leyendas, los profundos mitos y las inmensas epopeyas, todo retorna virgen… uno puede sentirse nuevamente en el vientre materno, nadar tocando el líquido amniótico con una exuberante conciencia, una lucidez tremenda, y todos los miedos y todos los corajes desvanecen, las raíces más profundas siguen penetrando hasta tocar la ninfa primordial.

La brousse africana… virginidad y salvajismo… carnalidad y sudor… distancia y cercanía… misterio y transparencia… belleza y violencia. África, tribalismo, antropofagia y furor, África, puerta y crepúsculo de la evolución.

Mis otros amigos fueron Bernard Njonga, años y años de luchas contra el poder, el hijo de campesinos que desafió –y sigue haciéndolo– al eterno presidente Paul Biya, al poder desde el 1982, treinta años de fuerza, de coraje y de entrega a la tierra que lo vio nacer, el Bamileké incansable, como los leones indomables del equipo de fútbol nacional tan amado, él vino a recogernos al aeropuerto de Yaundé la noche que llegamos, y en su humilde Toyota nos llevó hasta el hotel, y el día después nos acompañó en las oficinas del SAILD, nos hizo conocer el equipo de la redacción de La voix du paisan, los administradores de la Ong, el ingeniero Bertrand que había estudiado en Osaka viviendo en el sexto piso de un edificio adonde en el séptimo piso transitaba tranquilamente una autopista (otra jungla, nos dijo, más salvaje aun…); y Colette, una majestuosa y monumental pantera negra, todo calculo y frenesí, era la administradora de la Ong y de todo lo que pasaba por ahí: al instante sabía coordinar amistades, relaciones, amores y sacar  auditorias de lo pasado y de lo futuro, una auténtica femme fatale africana… la mujer ideal que baila disfrazada en el país de los ibo… con de adehala el ser esposa de un policía.

Nuestro amigo fue Gafará, el cuidador de ganados, empedernido fumador que distrayéndose causa un incendio apocalíptico y luego desaparece por un tiempo, y a su vuelta pregunta –él siempre apartado y mudo– sobre el cambio del paisaje alrededor de la Ferme… con una sonrisa bien camuflada, entre el cigarro siempre encendido y un saludo lejano, nunca desciframos si nos saludaba con la mano abierta o si era un movimiento hecho para espantar la multitud de moscas que siempre lo rodeaban. Gafará… misterio en la soledad de la brousse africana.

Y el ex militante comunista, estudiante en Montpellier y europeizado por ideales políticos, modas y nonsense; ingeniero agrónomo soñador y frio calculador en lo que podía ocurrir a corto plazo; Adolphe lo recuerdo lucidamente el día que lo vi llegar a la Ferme, parado detrás de la Hilux, ondulando una bandera roja y cantando La Internacional, todo excitado en comentarnos que en Italia habían ganado las elecciones los comunistas: distantes nosotros y equivocado él, la dicotomía derecha-izquierda se había eclipsado hace tiempo en Italia y en el resto del mundo, él seguía soñando en Camus, Sankara, en Agostinho Neto, tal vez en un Che Guevara africano, que un día habría descolonizado nuevamente al continente negro. En Italia ganaron las elecciones los nuevos yuppies, los que transformaron la antigua política en un negocio personal y en función de la gran financia, en el resto del mundo carpe diem. O viceversa. Que es lo mismo… únicamente los libres pueden ser liberados.

La brousse africana ofreció olvido y distracción a esta tragedia del hombre; la brousse nos atrapaba desde horas tempranas de la mañana, cuando al despertar el café de la moka sale más rico, más negro, más espeso, más sabroso, y te infunde la energía necesaria para empezar el trabajo, para mirar el sol en su tímido pronunciarse, el cielo en sus primeros alucinantes colores y el horizonte verde cuando los monzones y amarillo cuando no hay lluvia. En la brousse todo es violento y tierno, y la brousse se deja violentar y tiernamente devuelve su origen, cada vez nueva, cada vez estrepitosa y al mismo tiempo mansa. Hombre y naturaleza, en la brousse tienen la misma visceral esencia: Shaka Zulu y pigmeos, leones y moscas tsé-tsé, sequías e inundaciones…

En África lo que me ofreció un poco de alivio a las infernales temperaturas fueron las lecturas, en la brousse a calmar el incandescente zenit del sol del mediodía lo más refrescante fue la lectura de La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, en aquel bochorno, Peter Hoeg logró hacer caer nieve hasta entre monos traviesos que asaltaban las plantaciones de sandías rojas, amarillas y verdes.

Desde la brousse quien se escapa, quien emigra, quien sale en busca de una condición mejor, va engordando la miseria de la metrópoli, recomponiendo la estructura tribal del village donde ha nacido: le petit frere que debe obedecer al grand frere, la prima que obedece a la tía, la chica al chico, en una interminable cadena de órdenes y obediencias, fugarse para que nada cambie sino el lugar adonde se ordena o se recibe órdenes. Un día tal vez vuelves y ya nada es lo mismo. Ayer como hoy. Y siempre. Cuando la fuerza dura mucho tiempo, se convierte en poder.

Cuando vas a la ciudad entras a la boite, el baile desencadena erotismo, el alcohol te desinhibe, la brujería de las mujeres que inyectan filtros amorosos con sus miradas, en tus ojos, en tu sangre, y son afrodisiacos como un elixir subsahariano, son la parte que falta para que la noche sea como el movimiento de un mamba, el encanto y la ilusión de una hada Morgana, que el mañana nos devuelve como una feliz alucinación, un safari en el espacio y en el tiempo. Contemporáneo y espacial.

Y los ingenieros –no sé si lo fuesen de verdad– ellos llegaban el martes por la mañana, si no había llovido mucho y los caminos eran practicables, sino podíamos no verlos toda la semana, cuando estaban en la Ferme se ingeniaban en hacer transcurrir el tiempo, cocinaban, lavaban sus prendas, seleccionaban semillas y una que otra vez los vi hasta sembrar sorgo, cosechar porotos y maíz –el maíz que se salvaba de los ataques mañaneros de los miles de loros verdes, amarillos y rojos– luego, cada viernes, en torno al mediodía, ya tenían listo sus equipajes y ellos también estaban listos para regresar a la Ville y estar con sus familias hasta el siguiente martes. Gerard era el más simpático, vividor bohemio sufría tremendamente el alejamiento de las luces, de sus femmes y de todas formas de bullicios que la brousse no podía ofrecerle, llegaba ya cansado y se iba como si se hubiera quedado meses, castigado; nunca nos invitó a su casa –casi todos los otros lo hicieron– y hasta el último día de nuestra estadía africana no entendimos el porqué; era amigable, fiestero, siempre alegre con un cigarro encendido y una vaso de licor en la mano, un africano autentico. El último día lo acompañamos a la casa, camino a Yaundé para nosotros, allí se desveló el misterio: salieron dos encantadora chicas de unos veinte años, resultaron ser sus dos hermanas, de una voluptuosidad abrumadora, nos miramos yo y mi primo, y nos acercamos a Gerard: “tu est vraiment maudit” le dije y nos reímos despidiéndonos con cierta amargura… él nos miró y miró a sus protegidas “hermanitas” riéndose.

Nuestras vidas, todas las vidas están escritas, el arte es extraerlas, el artista es quien las vive –los poetas son los legisladores más desconocidos del mundo– y así vamos forjando nuestras vidas. No es el karma lo que nos conduce… tragedias que ningún oráculo anuncia, comedias que ya están escritas, y nuestro oficio, el eterno oficio del Homo Sapiens, es extraer de la materia, darle forma, luz, voz, a la insostenibilidad y transformar en resiliencia todo el nuestro dran…y hacernos regalar de la brousse africana toda la poesía y la belleza de nuestra imperfección.

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De CONEXIÓNORTESUR, 15/072022

Wednesday, July 13, 2022

María Zambrano en Robledo de Chavela



OLGA AMARÍS DUARTE 

 

Hace poco descubrí que María Zambrano también estuvo en la sierra de mis veranos en aquellos calores de 1935, recuperándose de una de sus dolencias del cuerpo, y también del alma, porque aquel año marcó el fin de la relación con su primo Miguel Pizarro, el amor de su vida.

El descubrimiento de que María ya estuvo aquí antes que yo ha cambiado de forma radical mi relación con el entorno. Ahora ya no es mi sierra, es la de María. Y mi vuelta de todos los veranos se ha convertido en una suerte de peregrinaje discipular hacia la fuente de sabiduría perenne. En una carta enviada al amigo poeta Luis Álvarez- Piñer el 23 de julio de 1935, María dice:

“Pasaré el verano en un monte, Robledo de Chavela, cerca de El Escorial: un paisaje de Patinir o de El Bosco: espesos montes verde azulados, árboles dibujados tiernamente hoja a hoja, y un río quieto como un camino.”

Nunca antes de la lectura de esa carta había contemplado este paisaje árido, de agudos peñascos y de vegetación de desierto como si fuese una pintura flamenca. Me sorprende, sobre todo, la mención generosa al río, que en los cuadros de Patinir es siempre la promesa de un Caronte surgiendo de entre las brumas. El río de esta sierra, el Cofio, es quieto porque alguien, algún día, dejó de soñarlo. Queda, eso sí, el camino, que todos los veranos se desborda de las cenizas evanescentes de algún que otro incendio canicular.

Hay un cuadro del Patinir en el Museo del Prado, sí, creo recordar, en el que san Jerónimo, penitente en el desierto, se refugia en estos mismos riscos malquerientes y afilados que María y yo guardamos en la memoria. Imagino, sí, vuelvo a imaginar, que tal vez María conoció al ermitaño de la ermita La Antigua de Robledo de Chavela y pensó, como yo ahora, que Castilla y Amberes se reflejan en los mismos cristales.

Esta tarde subiré a la ermita y le preguntaré al ermitaño que vive allí ahora si alguno de sus antecesores le habló, alguna vez, de una muchacha, más bien translúcida, que subía aquí sola a contemplar las ondulaciones de un río fantasma.

 

Sunday, July 10, 2022

Chicha y literatura


MAURIZIO BAGATIN

 

“Tarde de sol, paz de aldea”, todos recordamos el íncipit de La Chaskañawi. Es San Javier de Chircas, pueblo chico e infierno grande, una de estas aldeas que nunca morirán, que nunca se alejarán de nuestros imaginarios clandestinos, una Comala, una Santa María, una Macondo. Y “¿Ajquetata sirvicuhuajchu? (¿aceptaría usted un vaso de chicha?)”, de ahí a poco ya va presentándose la femme fatale de Carlos Medinaceli, la Claudina más famosa de la literatura boliviana. En la novela probablemente más espirituosa de nuestra literatura, es de chicha el primer sorbo que engatusará a Adolfo Reyes.

“En la chichería somos libres de pensamiento, frustraciones, sueños y de bolsillo, cuando apenas entramos la case o dueña del local, ya invita la “galeta”, signo de gran cariño y con una picardía innata de la valluna, dice: - ¿Te has perdido pues, que te ha pasado? Mandarina te estás volviendo, pasá pues. Ay “dentro” están tus amigos, el loro, mikichu, los Zurich, el lata vasu, el k’oñichi, el yaku polvo y al otro lado están pues tus “ñawpa herramientas”, esperándote. Si te conozco gatillero, nina nina, flecha veloz… ja, ja, ja, jay.” Que no son versos y lo son, de aquel Juan Clavijo Román, que le ofrecen identidad a la chicha de todo el valle de Cochabamba. Un salvoconducto para desarraigados, poetas y chicheros ante litteram.

Nunca hubo y nunca podrá haber un lenguaje, en este valle, sin el permiso del néctar valluno. Los simposios criollos deben haber sido a base de chicha de maíz chuspillo, de willkaparu o del maíz morado kulli. La chicha es el vino veritas del valle cochabambino. Aunque se la haya disfrazado con bochornosos mitos y alejado de las polis por rebeliones aburguesadas, la chicha resiste como el libro en las bibliotecas, como la cruz en una iglesia. Más allá del símbolo, embriagadora y empática, siempre pronta en apagar el fuego de la poderosa llajwa, siempre cómplice del restauro de amistades oxidadas.

A muchos políticos, economistas y empresarios no les quedó que reconocer su importancia, el estadio Félix Capriles, la Avenida Blanco Galindo, la ampliación del hospital Viedma y otras muchísimas obras públicas se deben a los impuestos recargados a la producción de chicha; los filósofos de los cafés y de las plazas coinciden que “es el veinte por ciento responsables de la sabiduría de la Universidad”, Armando Montenegro escribió que, según los expertos, “es la causa biológica de los fenómenos de la fecundidad”.

Jesús Lara nació entre mucaras, wirkhis y p’uñus, su quechua es dulce como la chicha hecha con airampo y hierve como los cantaros donde está siendo elaborada; el Ojo de vidrio se destetó con la chicha nylon, quizás Vargas Llosa debe haberla degustado en una de sus excursiones quillacolleñas, seguramente Ciro Bayo, aventurero y autor de un exhaustivo Vocabulario criollo- español sud-americano donde describe con mucha pasión la elaboración de la chicha.

“Don Joaquín se detuvo frente al portón antiguo donde fuera la concurrida chichería de Doña Margarita”, así empieza Los demonios de la chicha, un relato dionisiaco que su autor sigue deseando llevar a la pantalla grande, pero Yawar Nina es también mefistofélico, buscando un Faust propio ahí donde “Un tonel herido goteaba aun y afuera, todavía la banderita blanca del pendón jugaba con el viento”.

Sin agua no hay chicha…

De bien común a Wall Street el paso ha sido muy breve, solo algunos años. El agua, tres partes de nuestro cuerpo, la sangre salada que llevamos en las venas, el océano de dónde vienen nuestros sueños, la sed. Nuestra vida es líquida, es líquido amniótico nuestro primero nadar, agua elemental de memorias y de olvidos, lluvia. El sonido al caer de una fuente, deslizándose en ríos profundos y el jazz sobre el zinc; presencia en Marte y chicha.

Sin chicha no hay literatura

No todos los caminos conducen a Tarata, como llevan a Roma, nos avisó Raúl Botelho Gosalvez.

Los fantasmas existen. En Tarata más que en otros lugares. Munay nace aquí, en el tiempo biológico del fruto y de su nombre, tan perfectamente ligado a esta tierra, un día la Atenas del Valle Alto. De algunas variedades del fruto más amado nace el néctar afrodisiaco, alucinógeno y alimento, la chicha; ningún otro oro, líquido o sólido, es así empático. Tan fuerte su mirada, tan liviano su esplendor, en un sorbo todo el calor de la tierra, el pasaje obligado del empirismo a la ciencia, la experiencia de sus gentes.

Se funden violencia y miseria, se encuentran el indio con el mestizo, en esa tragedia donde el saber mítico y la densidad histórica se conjugan: “Y la fama de las chicherías se fundaba muchas veces en la hermosura de las mestizas que servían, en su alegría y condescendencia”, desde Pachachaca, el puente sobre el mundo de Los ríos profundos escribe José María Arguedas; tragedia que se hunde aún más en Huasipungo de Jorge Icaza: “Y con hablar precipitado -tufillo a peras descompuestas por viejo chuchaqui de aguardiente puro y chicha agria-, saludó”.

Sin literatura no hay poesía…

Entramos en una chichería, nunca sin el fantasma de un poeta y de un caballero, Roger Munier, poeta y gran amigo de Heidegger y Don Eufronio de la Costa, para servirles. Ambos destilando aforismas, así Munier: “El misterio que se esconde no es realmente misterio. Misterio más grande es aquel que se muestra”, a lo cual le responde don Eufronio: “No hay misterio mayor que el de la chichería. Está abierta para todos. En ella, al escondernos, nos mostramos. Nadie es un misterio. Eso es lo raro”. Narra Juan Cristóbal Mac Lean: “Mas o menos por ahí, creo, quedé dormido como otra criatura de Dios. No me acuerdo más. Lo único raro es que cuando me desperté, viajando bien arropado en una flota a Oruro, oliendo un poco a chicha, yo tenía tufo a mentas y violetas, a hostias y a desastres habituales”.

“Inclino la jarra. Muchas veces me han preguntado el por qué bebo chicha. Asuntos económicos de Estado, les respondo. Pero fuera del pragmatismo de beber en exceso por muy poco dinero, le he hallado gusto. En el rictus de asco que a veces su sabor invita hay tanto de vida”, es poesía y es ahogar la pena, es un capítulo de Muerta ciudad viva de nuestro Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que hace conocer los antros que no son los andrones del banquete platónico sino las chicherías de la calle Antezana en Cochabamba, de Colcapirhua, de Paucarpata.

Cruz y delicia, un pan hecho con la borra de la chicha, poesía y virtudes.

Julio 2022

 

Friday, July 8, 2022

Arte de vagabundo


PEDRO SORELA

 

Nada como leer que La Coruña es como «un Escorial a contrapelo», o las alusiones a las iglesias gallegas «suntuosamente pobres», o a sus «ayuntamientos sin tejado» (entre otras muchas cosas), y la descripción de España como el lugar de Europa en el que «las autoridades maltratan más a los ciudadanos» (págs. 37 y ss), para comprender que el autor es de otro tiempo.

Lo fue. Blaise Cendrars, seudónimo de Fréderic Louis Sauser (18871961), hijo de una escocesa y un hombre de negocios suizo de irregular fortuna, no sólo vivió una existencia azarosa y viajera (veintisiete domicilios en Francia, donde se nacionalizó), más concebible en la primera mitad del siglo XX que ahora, sino que luego fue uno de los profetas, por así decir, de la autoficción tan practicada hoy en día. Esto es, la conversión de la propia vida en escritura ni memorialista ni de novela, sino algo a caballo entre las dos. Si a eso se añade que en su escritura pretendió introducir la relatividad, uno de los grandes descubrimientos del siglo, «como un sustrato de mis frases», el resultado no puede ser menos que un texto abigarrado en el que no es posible aislar ni el blanco ni el negro, ni estar seguro de nada.

Pero no importa: el resultado es, en el mejor sentido de la palabra, encantador. En la línea de su célebre Moravagine (1926), quizá el más conocido de los libros de un autor con frecuencia vanguardista –su Or influyó en Faulkner–, llega pronto el momento en que no sólo no importa nada si Trotamundear (bourlinguer: «arte de vagabundear») es verdad ficción, sino que con los caudalosos recuerdos que dan pie al libro de Cendrars se puede intuir hasta qué punto la memoria es ficción o, si se prefiere, hasta qué punto la imaginación tiene siempre autoridad en cualquier escritura.

Libro almacén, cajón de sastre, dietario libre… lo que se prefiera, Trotamundear puede ser abordado desde muchos puntos de vista, formales y sobre todo temáticos, pues narra desde juegos infantiles sobre la tumba de Virgilio a la descripción de la librería más increíble de París (y del mundo). Lo que unifica todo el libro es, quizá, la alegría. Lo dice él mismo: «Hoy he cumplido sesenta años y esta gimnasia, estos malabarismos a los que me entregaba para seducir al grumete, los ejecuto ahora ante mi máquina de escribir para mantenerme en forma, con la mente alegre…» (pág. 195). Y el malabarismo mayor no es otro que el que, a lo largo de la larga primera mitad del siglo XX , y en muchos sitios, desde Italia a Brasil pasando por China, España y París, va construyendo el retrato del protagonista.

Lo interesante, claro, es que no se trata de un retrato al uso. Y no porque cuente innumerables peripecias, que en ocasiones desafían la credulidad más tenaz, como cuando el autor enumera las botellas que pueden caer en una velada con una millonaria suramericana, sino precisamente porque no hay forma de configurar un único retrato. Integrado por capítulos de extensión y naturaleza muy diversa, hasta el punto de que alguno, como París, puerto de mar, podría independizarse como libro, cuantas más páginas se suman, más difuso queda el retrato de Cendrars, uno de los escritores menos etiquetables del último siglo. El retrato de un hombre libre, si es que aún somos capaces de reconocerlo. Él decía que era el primero de su nombre, pues, en fin de cuentas, se había inventado el suyo. Que juega con ceniza (cendre), pero también con brasa (braise). Francófono de miras amplias y voracidad lectora, Cendrars tenía incrustado en los nervios una especie de nomadismo anglosajón y vivía como un marinero anarquista ruso. Y así se comportó cuando, muy joven, a comienzos de siglo, emprendió sin billete un viaje de polizón, vendiendo navajas o haciendo cualquier tipo de oficio, en trenes que le condujeron hasta Rusia y hasta China, o a Londres, donde compartió una habitación de estudiantes con un desconocido llamado Charles Chaplin. Y luego a la Legión Extranjera francesa para, en la Primera Guerra Mundial, perder un brazo y adquirir una silueta única e inconfundible. En su existencia, al parecer sólo dos palabras tenían importancia: viajar, escribir.

Aunque fue uno de los inventores de la escritura simultánea –y en la suya se puede percibir la honrada conjunción de teoría y práctica–, no es extraño que, en un pasaje que devuelve el recuerdo del mejor París literario, el maestro que reclama Cendrars sea Rémy de Gourmont, un naturalista de prosa exquisita cuyos contemporáneos jamás habrían creído que sería olvidado, como tantos.

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De REVISTA DE LIBROS, 01/12/2004