HENRIQUE LAZO
La
primera y única vez que he visto en persona a Mario Vargas Llosa fue en los
Jardines de la UCAB, caminando hacia un vehículo luego de dar una conferencia.
En esos
tiempos le sacaba fotos prácticamente a todo lo que se moviera, estudiante de
Comunicación Social, al fin. El escritor peruano era una oferta inexcusable.
Horas
mas tarde, emergía de la cubeta de revelado la cara sorprendida del autor de “
La Casa Verde”. Mientras se fijaba la imagen, recordé mi primer
encuentro literario con el personaje.
Fue en
un laboratorio de Fotografía donde el jefe del laboratorio me habló de un libro
que narraba las desventuras de unos jóvenes peruanos estudiantes del colegio
militar más importante del Perú.
El
libro había sido de tal desagrado para las autoridades militares del momento
que su edición fue recogida y quemada en una plaza pública.
Como
siempre ocurre, ese acto tan salvaje de quemar un libro, sirvió como una
extraordinaria campaña publicitaria que lo catapultó por toda Latinoamérica.
Hace
poco, Mario Vargas Llosa fue objeto de numerosas críticas y descalificaciones.
Nuevamente, un acto desproporcionado, convierte a “La Fiesta del Chivo” en la
lectura obligada del momento.
La
historia de Urania y su padre desalmado, nos transporta a la República
Dominicana de “Chapita” y nos recuerda –entre otras cosas- los horrores que
suceden en un país donde parasita una dictadura.
Lo que
no hubiera podido imaginar es que iba a ser en un artículo suyo inserto en “El
Lenguaje de La Pasión” donde me informara “todo lo que quería saber y nunca me
atreví a preguntar” sobre Bob Marley.
Gracias
a que un hijo se le volvió catecúmeno de semejante fe, el escritor
viajó a Jamaica para indagar sobre el mito.
Lo que
se había iniciado como una abominación por los pintorescos sincretismos
teológicos de los rastas se transformó en una profesada admiración por la música,
las ideas y las creencias de Bob Marley.
Bob
Nesta Marley nació en una barriada de Trench Town en Jamaica en 1945, diez años
antes del rock&roll. No inventó el reggae, pero fue su primer gran difusor.
Nació
pobre y dejó una fortuna que nunca disfrutó. Se impuso en sus calles como
pandillero, futbolista y músico.
Militante
Rastafari, portador del verde, rojo y oro de la bandera Etíope, apostó por la
vida espiritual contra la desintegración moral y la injusticia humana.
Vargas
Llosa, “is not the only one” que canta sus canciones y lleva su imagen en la
franela.
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De
GUARICHES, blog del autor, 01/06/2010
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