Friday, July 29, 2022

Retrospectiva y proyección


DANIEL AVERANGA MONTIEL

 

En 1929 el congreso recibió a Eduardo Leandro Nina Quispe para escucharle ciertas demandas relacionadas al acceso de la educación desde lo rural; Nina Quispe expuso de manera extraordinaria su visión de ciudadano preocupado por el poco interés que estaba invirtiendo el estado para con las generaciones que no pertenecían al espectro urbano: los niños indios de Bolivia, decía él, independientemente de su etnia, necesitaban ser parte de la formación gratuita que ofrecía el estado. Hay que contar esto de manera directa y sin edulcoradas metáforas: nadie le hizo caso, salvo las pocas organizaciones indias o indigenistas (esto es, agrupaciones consideradas clandestinas) que pululaban alrededor de la ciudad de La Paz por entonces. El fantasma del bloqueo que realizaran Julián Apaza y Bartolina Sisa el siglo anterior aportó mucho para que nadie atendiera las demandas de este señor. Pero, ¿de dónde surgía la premura que obligó a Nina Quispe a emprender esta iniciativa? Hasta 1925 se había establecido una polémica entre Franz Tamayo, Felipe Segundo Guzmán, Guido Villagómez, Alcides Arguedas y otros; Tamayo había declarado, hacia 1910, en su libro “Creación de la pedagogía nacional”, que el estado no hacía nada por el indio, cuando en caso de relaciones, el indio lo hacía todo, y a veces coaccionado en espirales de violencia, por dar tributo a un estado que no lo tomaba en serio; un año antes, en 1909, en su libro “Pueblo enfermo”, Alcides Arguedas había comparado la nación boliviana como un cuerpo visto y analizado por Cesare Lombroso: la frenología en su punto máximo, porque afirmaba que los indios andinos, como vivían en un territorio hostil y mudo, eran iguales a este, o que los campesinos y ciudadanos de los valles eran fértiles como su propio territorio, terminando por afirmar que el oriente, los llanos, eran tan abiertos, amables y cálidos como su gente; Felipe Segundo Guzmán y Guido Villagómez, basándose en principios pseudocientíficos habían concluido que el niño indio era un retrasado mental y que no debía, por consiguiente, merecer la educación que en esos momentos era aplicada con recetas foráneas con el experimento de Georges Rouma; la frenología, un conjunto de supuestos ridículos, había dejado de ser tomada en serio para finales del siglo XIX, pero en Bolivia se la tomó en serio hasta casi rozar la mitad del siglo XX; muchos de los estudiantes de Derecho coincidirán que en las universidades les hacían leer el libro “Los criminales” de Lombroso, demostrando que estamos tan atrasados en innovación pedagógica como lo estaría el mismo Posnasky, quien publicaría un libro-estudio sobre Apolonia Méndez, basándose, a su vez, en  esa pseudociencia lombrosiana, tan llena de mierda especulativa como infame.

Nina Quispe, según un estudio que hiciera Faustino Suárez Arnez sobre la pedagogía en Bolivia, publicado en la década de los 70 del siglo pasado, había emprendido ese viaje desde su comunidad hasta el centro paceño con el único objetivo de desmentir estas conclusiones, mostrando ciertas pruebas básicas de pedagogía aplicada a niños de varios ayllus y demostrando que ellos sí podían estar preparados para la educación regular. La indiferencia, la Guerra del Chaco, conflictos externos y otras razones, pretendieron sepultar en el olvido su esfuerzo.

¿A qué me voy con todo esto, siendo esta la presentación de dos libros míos?, yo estudié hasta 2007 la carrera de Ciencias de la Educación y recién en 2006 descubrí, gracias a un profesor de aymara, esta historia; hay que hablar mucho más de Eduardo Leandro Nina Quispe, pero solo les digo una cosa al respecto: debemos ratificar la memoria y encumbrar a este investigador aymara como un héroe nacional; su testimonio, su voluntad y su fuerza fueron parte de mi decisión para escribir, y no porque yo me considere indio, indígena o nieto de líderes minimizados por el poder hegemónico, sino porque me parece que la historia de los ganadores es menos interesante y tiene mucho menos base ideológica que la historia de los silenciados, y en materia de narrativa, también ha sucedido así, al menos estos últimos años.

Comencé a participar en concursos literarios desde 2006, enviando macanitas a concursar, hasta que en 2008 decidí iniciar mi campaña de creación de trabajos ajenos a los tradicionales: literatura que se viste con andrajos pero que trata de tener la fuerza de los trabajos sí tomados en serio. Fue en 2008 que decidí escribir para enfrentar esa capa protectora de seriedad que tienen casi todos los trabajos, muchos de ellos buenos, otros solo solemnes. Conseguí, desde ese año, vivir de escribir, quizá porque no sé hacer nada más, o mejor, quizá porque escribir para mí es más gratificante que estar armando despelote en redes sociales. Aunque a veces, quién sabe, me guste ver cómo reacciona la gente ante un negrillo que se dice escritor.

Han pasado casi cien años desde que Nina Quispe fue al congreso a reclamar atención educativa del estado, y si vemos las redes sociales, su lucha sigue vigente en personas que quieren destruir los conceptos frenológicos de que el color de la piel o la forma de la cara determinen la calidad de las personas. Mucho hay que trabajar, sigue existiendo el racismo y el clasismo vestidos de meritocracia, siguen existiendo personas que creen que los escritores deben parecerse a actores de la serie de Doctor House o, mínimo, que sean caucásicos y ricos; la hegemonía racializada y los rollos sociales son secundarios, incluso a prueba de tiempos y de coyunturas.

Los dos libros que presento esta noche son resultado de muchos años, el primero, Clave de Sol, se gestó desde 2018, cuando me di cuenta que las crónicas literarias que salían en suplementos chic, mostraban a la ciudad de El Alto como territorio de aborígenes bondadosos que podían mostrarse para provocar risa en los foráneos o de salvajes cogoteros e ignorantes que despertaban miedo; escribí estas crónicas como una tomografía de El Alto: no mostrando su esqueleto, sino sus fluidos vitales, su vida. El segundo libro podría haberlo titulado “Cuentos perdedores”, pero le tuve que agregar algo de mi comprensión sobre la actividad de Nina Quispe, porque, para mí, son cuentos clandestinos, cuentos que, en su mayoría, lograron cierto reconocimiento por alcanzar ser finalistas o menciones de honor en algunos certámenes locales e internacionales.

Están aquí, a su disposición; me disculpo por la presunción, pero están listos para que ustedes los lean y los disfruten, si cabe el propósito.

 

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