ELIANA SUÁREZ
Ben E. King
Apenas empezamos
a andar la tierra y la luna nos sedujo. Hembra de plata de largos cabellos que
se funden en el agua. Fría y enigmática enamoró al poeta por sobre todo poeta y
embrujo tras embrujo, le susurró versos que hoy cantamos.
La noche llega,
se queja Ben E. King en una de las canciones de amor más conocidas. Soledad de
ausencia que lastima. La del mal de amores. Estirar el brazo, acariciar sábanas
vacías de presencia cálida pero tan llena de recuerdos.
Noche en soledad
en una tierra que, pudiendo ser luz, eligió ser oscura. Pasos de ciegos que
aspiran a sabios. Tropiezos y nada. Tropiezos y manos que desean llenarse de
otros cuerpos para que la noche y la tierra abandonen su oscuridad.
¿Cuánto ha de
medir el brazo que nos abrase? Luna luz o luz de luna, la mitología se esfumó
en este siglo inservible. En la poesía anida el último bastión que ha de hacer
renacer la cordura, dicen. Pero nadie se embriaga de cielo, aire, fuego o
tierra.
“I felt a tear fall in my heart”, canta dulce y firmemente
Lavem Baker. Cae una lágrima en el
corazón pero hay sordera, demasiado metal y plástico. Demasiada escatología
alejada de proféticos anuncios. Abulia interior, peces que ya no nadan y son
escupidos fuera.
Luna enamorada de
río, única luz que nos queda, de sangre o de lata, arrullo de veranos allá en
las sierras. Devela u oculta, amigable o traicionera, mientras se desvista ante
nuestros ojos habrá belleza… “No,
I won't be afraid, oh, I won't be afraid… Stand by me.”
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Imagen: Francis Picabia, 1945-46
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