ION STEGMAIER
Le resulta
grato a Miguel Sánchez-Ostiz, ahora que se siente en el otoño de su
vida, la idea de ir retirándose suavemente. Tiene la certeza de que a sus 71
años la vejez ha empezado ya, lo nota en sus fuerzas al cavar una zanja o al
constatar que los paseos por el monte acaban cada vez un poco antes. A la hora
de escribir también observa que no tiene la intensidad que tenía. Pero,
mientras tanto, sus libros parece que quieren desmentirle. Las publicaciones de
Sánchez-Ostiz se suceden unas a otras en los escaparates de las librerías. En
febrero presentó Viaje alrededor de mi cuarto, editado por Pamiela a finales de
2021, y donde reunió una serie de escritos realizados durante el confinamiento.
En lo que va de año ha publicado ya dos libros: Emboscaduras y resistencias,
con la editorial Alberdania, y el poemario Espuelas para qué os quiero, con
Pamiela. Otro más, Ahora o Nunca, editado por Renacimiento, está a punto de
aparecer. “Como en realidad no hago otra cosa, por fuerza te salen libros uno
detrás de otro”, explica.
Hay mucho
bosque en Emboscaduras y resistencias, parajes como el de Gurs,
donde se localizaba el campo de concentración en el que recluyeron a los
republicanos españoles entre 1939 y 1946 y que después Francia quiso borrar
plantando un bosque; hay leyendas, está Basajaun, Robin Hood, lo que no hay son
redes sociales, que “no son bosque, sino maleza”, apunta el escritor. No falta la
socarronería del autor al referirse por ejemplo a los shinrin-yoku, los
llamados “baño de bosque japoneses”: “Como pavada, me parece mayúscula”,
solventa.
Su
emboscadura personal, “fruto de la hartadumbre, del saberse
monigoteado y de una época mugrienta que va a más” es doble.
Sánchez-Ostiz ha optado por refugiarse en el bosque de Baztán, donde vive, y en
el de papel, que es su biblioteca en Arizkun. De esa doble vertiente nació este
libro al final de la pandemia, un trabajo que si hubiera acabado más tarde
sería muy distinto, ya que no preveía que algo así se fuera a encadenar luego
con la guerra.
Sánchez-Ostiz
ve que hay quien se hace insensible ante esta situación, hasta
cruel, gente que zanja estas desgracias con un “A mí no me atañe”. “Lo que yo
creo es que sí te atañe -le contesta a su propio ejemplo- te atañe como persona
y te atañe al bolsillo, mucha gente lo va a notar”, asegura.“Pues mire yo me
encierro en una torre de marfil...” -caricaturiza a un hipotético interlocutor-
“...Ahora te meten un pepino y se acabó la torre de marfil y se acabó todo”, se
responde. El autor de Las pirañas cree que no se puede obviar lo que está
pasando, con millones de personas que están viviendo como pueden por toda
Europa.
ÉPOCA
EXTRAÑA
En el otro
bosque, el de papel, se lleva sustos. “Empiezo a leer un libro y me empiezo a
encontrar los subrayados. Y digo: ‘¡Pero si yo de este libro no me acuerdo de
nada!”, comenta. “Ahora, veinte, treinta, cuarenta años después, francamente lo
de la relectura de los libros para mí es una lectura nueva”, admite. Son numerosos
los autores que cita, María Zambrano, Thoreau y Walden, Emilio
Pacheco, Washington Irving, Wang Wei, Álvaro Cunqueiro... pero no quiere hacer
alarde de erudición. “Más que grande, mi biblioteca es aparatosa, me gusta
andar por ella”, dice.
No es lo
habitual esta querencia por lo rural de los escritores, que son más urbanos.
“Depende la edad”, responde él con risas. “Cuando estaba escribiendo Peatón de
Madrid me pegaba unas andadas monumentales; tenía un podómetro y ¡me estaba
haciendo unas javieradas todos los días! Ya no tengo esa capacidad, me canso
mucho de patear la ciudad y sobre todo patearla para encontrarte cosas que no
te gustan... la verdad que no le veo la puñetera gracia”, señala.
Miguel
Sánchez-Ostiz se siente seguro escribiendo. Se siente bien. “Sin
alharacas, porque yo todas esas cosas de “envejezco vivo” y tal.... déjese
usted de mandangas, y menos ahora”, afirma.
Escribe que
a cierta edad pocos son los golpes de aldaba en la puerta de casa que no causan
alarma. “Tanto la vejez como la finitud son cosas que a cierta edad ni siquiera
las tienes presentes y, sin embargo, a otras, sí; cuando ves que tus amigos van
falleciendo uno detrás de otro”, lamenta. En la pandemia ha perdido gente, y
eso le provoca un gran vacío.
Mirando
atrás, se arrepiente más de lo no dicho, de las veces que se ha
mordido la lengua, que de lo hablado o escrito. El aislamiento de estos años ha
sido una condena pero, de algún modo, una suerte también. “Al final lo he
vivido casi como un alivio”, señala. “Hay mucha gente que ahora las
aglomeraciones le abruman, pero un escritor está acostumbrado a estar solo,
encerrado mucho tiempo sin darte cuenta, aunque es un encierro muy gozoso”,
explica. “Lo que yo pueda decir no tiene nada que ver con lo que pueda decir
una gente cuya vida está en el bar, en la terraza, en la calle, y cuando se han
tenido que encerrar en casa se han sentido absolutamente perdidos”.
El título
del poemario Espuelas para qué os quiero hace referencia a las espuelas de oro
de Quevedo, con las que fue enterrado según la leyenda, y la espuela de hierro
herrumbroso que encontró cuando cavaba en el jardín de su casa. Son poemas
escritos entre 2019 y 2021 en los que habla por ejemplo de las Navidades del
95, “cuando la taberna era taberna y la botica, botica”. Se siente extraño en
la época actual. A ratos. El Madrid del que escribió hace veinte años, por
ejemplo, prácticamente no existe. “Ahora, ¿que sea un bebedero y un comedero
non stop? Bueno, pues no es lo que a mí me interesaba. A mí me interesaban las
tienditas, el nosequé... pero claro, el de la tiendita ¡es que se ha muerto! ¡O
le han tirado la casa! O la casa la han comprado uno de estos fondos que nadie
sabe quiénes son los propietarios. Tú vas por esas calles que eran una delicia
y están llenas de persianas echadas. Ahí es donde yo me siento muy extraño.
Pero, qué quieres que te diga, también me pasa en Pamplona”, asegura. Su
refugio, reitera, está en Baztan.
A la espera
de que se publique Ahora o nunca, un dietario de lo que vivió en 2016 (entonces
vivía en Arraioz), el escritor sigue batallando con esta época en la que se
encuentra cada vez más lejos de la tribu, como dice. Encuentra alivio en la
lectura, mientras en la escritura continúa ajustando cuentas consigo mismo.
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De DIARIO
DE NOTICIAS DE NAVARRA, 22/05/2022
Imagen: Miguel Sánchez-Ostiz en su casa de Arizkun/JESÚS GARZARON
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