Monday, February 28, 2022

Fractales de una guerra



OLGA AMARÍS DUARTE

 

Slava y Kolya salieron el jueves temprano hacia Leópolis (Lviv), al auspicio de las primeras sirenas. Desde allí quieren exiliarse a Polonia. Los 700 kilómetros se han convertido en atardeceres en búnkeres, puentes estallados, noches iluminadas de estruendos, destrucción y soldados dispuestos a perder la juventud, la vida y lo que se les pida. En el camino han ido silenciando la lengua rusa y ahora solo hablan el ucraniano con la fluidez de las palabras maternas que han esperado pacientemente en su telar al hijo pródigo. Al llegar a su destino, Slava y Kolya dejan a las mujeres y retornan a defender, también ellos, a su país.

Dima salió el miércoles y consiguió llegar a Bielorrusia. Ahora imagina el modo de rescatar a los amigos que no quisieron escuchar su canto de Casandra.

El fantástico Misha se ha instalado en uno de sus camiones con tres paquetes de cigarrillos americanos “parliament”. Fumando,

espera a que lleguen los rusos con un revólver. Porque, si el enemigo tiene tanques, algún día tendrá que bajar de ellos para orinar.

Alona se ha refugiado en el metro de Kiev y piensa en el precioso apartamento que tal vez nunca llegue a estrenar con su novio.

Kathia ha dejado de estudiar el examen de álgebra que nunca tendrá lugar. No tiene miedo. Le duele en algún lugar cercano al corazón, pero más profundo. Kathia no sabe, porque nunca le interesó lo trascendental, que le duele el alma. Sale a la calle a formar cola junto a muchos más civiles como ella para recibir su kalashnikov.

Babushka Sonya agarra el icono de Aleksandr Nevski y aprende de nuevo a rezar.

Mi querida Sveta piensa en su casa sin agua, sin luz y sin calefacción. En los varenyky echados a perder en el congelador. En las semillas que plantó el otoño pasado, echadas a perder. En la primavera que está llegando y que los soldados se la van a echar a perder con sus botas.

Un soldado ruso, que no quiso dar su nombre, asegura que ellos no sabían que iban a invadir Kiev. Creían que se trataba de una operación relámpago para liberar a los hermanos oprimidos por los fascistas ucranianos.

La guerra no es una historia de buenos y malos. Es la derrota de inocentes cuyas vidas quedan en suspenso, suspendidas ya para siempre.

¡No a la invasión a Ucrania! 

Sunday, February 27, 2022

ABRÁZAME, MADRE, HASTA QUE ME VAYA


ELIANA SUÁREZ


Sin poder pegar el ojo en la última semana. Y no solo por la guerra. Ser madre, impuesto, autoimpuesto o libremente ejercido, en cierta forma condena a la mujer a salir de sí y expandirse a través del universo de sus hijos. Puja y, a fuerza de gritos y dolor, ahí está la vida nueva. Este no es el lugar para hablar de modos más placenteros de “dar a luz”.

Berrea la criatura y la paz y la felicidad son el bálsamo para los huesos que se abrieron como cuando la tierra conmovida, dio origen a las quebradas. Tierra a veces arada, otras fecundada o lamida por vertientes pródigas en frescura, el cuerpo de una mujer no es el mismo una vez que el hijo, varón o mujer, jugó a ser sol y luna dentro de su vientre. La memoria le educa la sangre. En la piel de una mujer convergen y renacen los amores y odios primigenios. Piel habitada por el espanto, el placer, el sueño.

No quiero morir, Madre.” Ruega un muchacho de veintiún años con las horas contadas por un cáncer.  Lo dice la hija cuando entendió que su acosador quiere mucho más que sus palabras. Lo dice un niño confundido por la detonación de misiles que poco a poco engullen su ciudad… Lo dice un soldado, cercado por la muerte.

No quiero morir, Madre.” Cuatro palabras que la transforman en arco, flecha, fuerza, templanza y sabiduría. Ni el miedo ni la pobreza ni la estupidez humana hacen mella en su deseo de proteger a ese fruto de su vientre, como en clave bíblica. Lloran las madres la desgracia de la enfermedad y la guerra. Pero luchan, actúan, caminan o corren. De pie, hechas trizas, hartas, enfurecidas, agotadas… De pie.

No quiero morir, Madre.” El hijo, desde el rincón más desprotegido de la niñez, mira desconsolado al odio que dulcemente navega en esos ojos amados y comprende. La hija la abraza fuerte para sanar sus heridas. Lloran juntas la ignominia de siglos y cierran la llaga que ya no arde pero que sigue ahí, como huella indeleble, advertencia de aquello que no debe volver a ser.

Madre y muerte danzan, giran y entrecruzan sus cuerpos. No hay orgía ni cópula. Hay terquedad en una y resistencia en la otra. Rivales eternas, se odian y se respetan. No siempre ganan ni siempre pierden. En ambas, subyace la eternidad. El corazón humano les tiende trampas y entre irse y dejar ir, el fascinante baile del existir las entrampa con brotes de vida. Cuando gana la muerte, la madre aúlla.

Abrázame, Madre, hasta que me vaya.” No llores, mi madre; mi cuna, mi luz. Deslízate como mis lágrimas. No puedo retenerte con falsas palabras de esperanza. Mi árbol ha muerto. Mi casa ya no es.

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Imagen: Käthe Kollwitz/las madres, 1919

 

 

 

Tuesday, February 22, 2022

Kundera, Rusia y Ucrania


HÉCTOR SCHAMIS

 

Desde Bogotá me envían una entrevista de Philip Roth a Milan Kundera aparecida en Quimera, revista española de literatura. Leo que fue publicada en noviembre de 1980, traducción del original en The New York Times también publicada el 30 de noviembre de 1980 con el título “The Most Original Book of the Season”. Tengo conmigo las dos versiones, ambas digitales.

La belleza y el poder de la tecnología: acortar la distancia, encoger el tiempo. En realidad, la entrevista en cuestión no es estrictamente tal; es más bien la transcripción de dos largas conversaciones en Londres y en Connecticut, reflejo de la amistad de dos formidables autores. La gentileza del envío fue motivada por mi columna aquí de finales de enero, “De Ucrania a Venezuela: Rusia y el desorden internacional”.

Fue muy oportuno. Venezuela no es tema de conversación entre Roth y Kundera, pero Rusia es una constante en el diálogo y Ucrania aparece en lugares claves de un texto permeado por un temor tácito, por momentos convertido en fatalismo explícito. Es un Kundera en el exilio, situado melancólicamente, aunque sin añoranza, bajo el trauma de los tanques soviéticos en las calles de Praga, marcado a perpetuidad por aquella primavera que no llegó a florecer.

No era un temor imaginario. En 1980 no había ni señales de Perestroika y Glasnost. Gorbachov apenas ingresaba al Politburó ese mismo año; la caída del Muro de Berlín, ocurrida en 1989, habría sido un sueño inimaginable. Cito a Kundera: “Después de la invasión rusa de 1968, lo checos tuvieron que enfrentarse a la idea de que su país podía ser tranquilamente eliminado del mapa de Europa, de la misma manera que, en las últimas cinco décadas, cuarenta millones de ucranianos han ido desapareciendo del mundo sin que el mundo hiciera el menor caso”.

No hay mucho que agregar. Es la angustia de la disolución; literalmente, el riesgo de la desaparición de una identidad nacional. “No sé lo que el futuro deparará a mi propio país, pero estoy seguro de que los rusos harán todo lo posible para integrarlo gradualmente a su propia civilización. Nadie sabe si lo conseguirán. Pero la posibilidad existe. Y el descubrimiento súbito de que esa posibilidad existe es suficiente para que cambie todo nuestro sentido de la vida”.

Pero nótese la última frase en el párrafo, a propósito de explícito pesimismo y su premonitoria actualidad: “Hoy en día, incluso Europa me parece igualmente frágil, mortal”. Mucho más frágil y mortal hoy, agrego yo, vuelvo al punto al final del texto.

La preocupación vital de Kundera es Europa Central, pero el argumento tiene validez para Ucrania (parte de Europa Oriental), los Balcanes y los países Bálticos, con Finlandia incluido. Como documenta el “Museo de la Ocupación de Letonia” en Riga, inevitable recordarlo, de la ocupación de la Rusia Imperial a la de la Unión Soviética, luego de la Alemania nazi en la guerra, para el regreso de los soviéticos y finalmente la anexión en 1940 pasaron dos generaciones el menos.

En todos esos casos, la ocupación incluyó un proceso de “rusificación”: el desplazamiento demográfico y la imposición de la cultura y el idioma rusos. En todas las naciones Bálticas existen partidos políticos con representación parlamentaria que se definen como “rusos”, pues no hay manera más efectiva de disolver una identidad nacional que cancelar el idioma. Como bien señala Kundera, “Cuando un gran poder pretende privar a un pequeño país de su conciencia como nación, utiliza el método del olvido organizado”. El olvido del idioma está entre ellos.

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En Prisoners of Geography: Ten Maps That Explain Everything About the World., Tim Marshall explica la geopolítica por la geografía. Concretamente, el territorio y la topografía, los escollos y bendiciones que de ellos se derivan delimitan el menú de opciones de política exterior disponibles para todo Estado y, por ende, las estrategias a adoptar para garantizar su seguridad. Lúcido, el mapa es la institución política primordial.

También parsimonioso. Rusia es vulnerable en su geografía, nos dice Marshall, y así explica la historia de sus relaciones internacionales. Rusia no tiene accidentes topográficos que la protejan, montañas, desiertos o ríos que la separen de la gran planicie europea, una invitación constante a las invasiones desde el Oeste, las cuales han ocurrido con frecuencia.

Rusia tampoco tiene acceso a puertos de agua templada, nos ilustra, lo cual la ha aislado de los flujos comerciales y ha significado que su flota no pudiera competir con las de otras potencias europeas. Ello explica la anexión de Crimea, por el puerto de Sebastopol en el Mar Negro, y la presencia ininterrumpida en Siria, por la base naval de Tartus en el Mediterráneo, la cual opera desde 1971.

La geografía, entonces, impone restricciones infranqueables a las decisiones estratégicas de los líderes desde tiempos inmemoriales. Rusia es difícil de defender, lo que ha sido compensado con su permanente ofensiva hacia el Oeste. Dicha expansión está motivada por la necesidad de crear zonas de protección, una barrera a distancia del centro neurálgico, Moscú.

Las reiteradas invasiones y ocupaciones en la historia—de Ucrania, Polonia, los países bálticos y aun porciones de Finlandia—se explicaría como mecanismo de compensación de las vulnerabilidades territoriales. Durante el imperio de Pedro el Grande y Catalina la Grande, bajo el comunismo de Stalin, o con el nacionalismo de Putin, Rusia siempre atacó para defenderse. Son las reglas duras de la geografía.

Como análisis histórico es válido, pero es solo una parte de la historia. Como política exterior es inaceptable. Que la mejor defensa es un buen ataque solo tiene legitimidad en el deporte. En las relaciones internacionales siempre debe primar una buena cuota de auto-limitación y moderación (“restraint”), de otro modo es la pura anarquía y la incertidumbre, la imposibilidad de normar y construir instituciones que estabilicen el sistema internacional. Sin ellas, no sería posible comerciar, invertir o transferir tecnología, entre otras actividades globales rutinarias.

Y además no es exactamente así en el caso de Rusia, mucho menos durante el período soviético. En su nacionalismo de pasado imperial y comunista, atacar siempre ha sido para dominar, no como defensa. Esa es la lógica imperante en un Estado expansionista, de ahí que ello incluyera invadir estados pequeños y débiles, no necesariamente europeos, muchos de ellos neutrales durante la Guerra Fría, exportando su sistema totalitario, y si ello no funcionara, finlandizando, o sea, sin invadir pero controlando la política exterior en sus mínimos detalles.

Recuérdese la anexión de Crimea en 2014, consecuencia de la caída de Yanukovych, presidente de Ucrania abiertamente pro-ruso. O la invasión de Afganistán en 1979, además de 1929 y 1930, difícilmente un Estado que representara una amenaza. El mismo mapa falsifica de manera contundente el argumento acerca de la expansión como defensa: de Afganistán a Moscú hay que pasar por al menos tres repúblicas del Asia Central, soviéticas en el pasado, hoy independientes, y ello además de un largo trayecto dentro de Rusia. Allí esta la zona de protección, la defensa natural que Moscú supuestamente no tiene.

Putin dice que la crisis de Ucrania es por OTAN. Es falso, Ucrania tuvo su oportunidad en 1991 y ni siquiera logró el acceso a la Unión Europea, abandonada por la misma Europa, hay que decirlo aunque duela. Malograda aquella ocasión, no ocurrirá ahora; eso está escrito en piedra. OTAN es una excusa argumental, si fuera esa la verdadera amenaza no habría existido el control de Finlandia y las constantes muestras de hostilidad hacia Suecia, ambas naciones neutrales.

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Un lúcido texto de Ana Palacio en El Mundo de España este último sábado, “Europa sonámbula”, nos educa acerca de la maraña de confusiones y contradicciones de la política exterior europea en relación a esta crisis. Es una Europa que camina dormida, justamente, evocando aquella de vísperas de la Primera Guerra y el libro de Christopher Clark, The Sleepwalkers. El paralelo se traza en el texto de hoy: “una Unión [Europea] desunida, sin rumbo, ni voz, ni metas compartidas. Pero experta en palabrería y autoengaño. Ucrania (y nuestras respuestas desarticuladas) ha dejado en evidencia nuestra condición”.

Es tal cual. Alemania privilegia sus intereses comerciales a expensas de la seguridad continental. Niega armas a Ucrania con una excusa pueril, cuando todos saben que ello es resultado de la dependencia del país del gas ruso, equivalente a más de la mitad de sus importaciones de dicho combustible. Pues el liderazgo actual del país parece haber olvidado que la extraordinaria prosperidad económica de Alemania en la post-guerra fue posible por la seguridad de Alemania en la post-guerra, precisamente, es decir, por las tropas americanas y OTAN.

No importa qué tan lejos de Putin se haya sentado Macron en Moscú. Cuando le pidió, casi le rogó, al día siguiente tener un “diálogo sincero” redujo dicha distancia a cero. Que lo es desde 2019 cuando iniciaron otro “diálogo” para acordar una “arquitectura de seguridad” para Europa. Diálogo sincero con Putin, no puedo dejar de preguntarme qué habría dicho, y hecho, De Gaulle en similar circunstancia.

Europa es sonámbula, ciertamente, pero yo iría más allá. Europa es cómoda, holgazana e indulgente. Preocupada con una prosperidad que da por sentado, olvidando que la misma es consecuencia directa, explícita e inequívoca de la seguridad provista por OTAN, es decir, por Estados Unidos. Europa no quiere ser perturbada con problemas de eslavos, cree que el bienestar y los beneficios no se acabarán jamás.

Europa piensa en las cinco, o seis, semanas de vacaciones al año que no existen en ningún otro lugar del mundo. Ya se acerca la Pascua, hay que planear la semana de vacaciones en Mallorca o en Tailandia, lo que ocurra en Ucrania es un tema menor. Europa traiciona a sus mayores, las generaciones anteriores que con su sacrificio hicieron posible esta Europa en paz, próspera y con seguridad.

Putin sabe todo esto y por eso el mundo pende de un hilo. Esta crisis se ha convertido en una bola de nieve por la auto-indulgencia europea y, hay que decirlo, por la confusión americana después del golpe sufrido por la caída de Kabul. En ese espacio en que Occidente pierde capacidad de decisión y de acción habita la estrategia de Putin.

Es que es un Occidente paralizado. En las conferencias de prensa nuestros líderes parecen reporteros, comparten la información recibida. Cuentan lo que saben acerca de la estrategia de Putin, no cuentan lo que Occidente va a hacer para evitar la guerra, ojalá, pero en su defecto para proteger a una nación que ha manifestado su voluntad de ser Occidental, Ucrania. Es que tal vez la parálisis sea reflejo de no tener demasiada idea.

No sabemos si habrá invasión. Sea “bluff” o no, Putin ya ganó la guerra cibernética y de la desinformación. Ha instalado la idea de una suerte de guerra virtual, a tono con la época. Sin embargo, a diferencia de las reuniones de trabajo y la interacción social por zoom que hemos asimilado masivamente, la invasión rusa no será en nada virtual. A veces flota una cierta fantasía que son la misma cosa.

Con mucha razón, Ana Palacio le reclama a Europa despertarse. Agrego yo aquí: Occidente todo debe despertar. Occidente maneja equivalencias conceptuales erradas, han tomado “apaciguamiento” como sinónimo de “diplomacia”. Pues no lo son, confundir uno con el otro impide siquiera de arribar a un diagnóstico correcto. Sin el cual no es posible arribar a una estrategia adecuada. Y ello, en situaciones límite, como hoy, puede ser fatal.

@hectorschamis

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De INFOBAE, 20/02/2022

Thursday, February 17, 2022

La tragedia de Isaac Babel


LISANDRO OTERO

 

Ningún escritor soviético sufrió tan intensamente las contradicciones entre el poder político y los desajustes de la utopía en marcha como Isaac Babel. «Caballería roja», su libro fundamental, salió publicado en 1925, tras su experiencia en el Primer Regimiento de cosacos del general Semyon Budyonny, al cual se incorporó en 1920. Pero su experiencia literaria […]

Ningún escritor soviético sufrió tan intensamente las contradicciones entre el poder político y los desajustes de la utopía en marcha como Isaac Babel. «Caballería roja», su libro fundamental, salió publicado en 1925, tras su experiencia en el Primer Regimiento de cosacos del general Semyon Budyonny, al cual se incorporó en 1920. Pero su experiencia literaria se había iniciado en 1916, cuando comenzó a colaborar en la revista literaria «Letopis», que dirigía Gorky, quien fue su mentor inicial y protector político, desde entonces.

Babel aprendió a escribir de manera sucinta, condensando sus experiencias en cápsulas muy bien balanceadas. Cada uno de sus cuentos era reescrito una y otra vez. Algunos los llegó a rehacer hasta un centenar de veces. Se apasionaba con lo que hacía. Confesaba que cuando no podía perfeccionar una oración le entraban palpitaciones cardiacas. Un pasaje de quinientas, o mil, palabras podía llevarle hasta un mes para concluirlo. Escribir era para él tan angustioso como escalar una afilada escarpa, le confesó a Paustosky, ganando cada metro con una trabajosa ascensión.

Babel le dijo a su colega y amigo, que no tenía imaginación, era incapaz de inventar nada; necesitaba autenticidad, tenía que nutrirse con incidentes reales que luego iba transformando. Presenciaba situaciones extremas de la conducta humana y las recogía fielmente para luego convertirlas en literatura. Su olfato especial consistía en saber seleccionar adecuadamente sus muestras de vida.

Desde el primer instante, tras la Revolución, Babel colaboró como propagandista para ROSTA, la agencia de noticias del Estado, que luego se convirtió en TASS, y para el periódico del Ejército Rojo. Fue colaborador de la Cheka y amigo personal del sanguinario Yagoda. A Mandelstam, que le reprochaba esta actitud, le dijo que deseaba estar cerca del «olor de la muerte».

En 1928 Budyonny le acusó de haber mentido sobre los cosacos del Primer Regimiento. «Distorsiones de un autor erotomaníaco», fue una de las imputaciones, «visión pequeño burguesa»… desvaríos de un judío demente», se le inculpó. Nunca estuvo en combate, según Budyonny, siempre se mantuvo en la retaguardia. Una vez más la defensa de Gorky logró extender un manto de inmunidad, pero a partir de entonces Babel entró en un silencio casi total del cual emergió, transitoriamente, en 1934, al celebrarse el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, donde pronunció una loa a Stalin en una de las sesiones..

En 1935 se atrevió a escribir una obra teatral, «Mariya», que fue denunciada y retirada de los teatros. Elaboró un guión de cine, con Eisenstein, que no pudo pasar la censura y hubo que desistir del proyecto. Pero Babel no dejó de viajar dentro de Rusia y continuó escribiendo cuentos que nadie publicaba. Gorky siempre le protegió pero al morir, en 1936, Babel supo que comenzaban los tiempos más duros para él.

En mayo de 1939 fue arrestado en su villa de Peredelkino, la aldea de los escritores.

Le pidió a Antonina que le avisara a su amigo, André Malraux, de lo que ocurría. Una de las acusaciones fue de espiar para la inteligencia francesa, para la cual había sido reclutado por Malraux. Ahora se sabe que le ocuparon quince manuscritos y dieciocho libretas de notas que se han perdido para siempre, entre ellos una novela terminada, «Kolya Topuz», y un libro de narraciones, listo para ser publicado: «Nuevos cuentos».

Ya en prisión trató de ganar indulgencias pidiendo que le permitieran escribir una novela donde describiría «el camino que le llevó a cometer crímenes contra el Estado soviético». Babel fue encerrado en una celda de la Lubyanka donde le hicieron confesar que había entrado en contacto con trotskistas durante sus viajes al exterior y que se sintió atraído hacia los enemigos de su país. También adujo que su «Caballería roja» era una obra que expresaba un estado de ánimo y no era «lo que estaba ocurriendo en la Unión Soviética, de ahí su énfasis en la crueldad de la Guerra Civi l. También confesó haber entregado información a André Malraux sobre la colectivización agrícola. Finalmente admitió haber sabido de un complot para asesinar a Stalin y a Voroshilov.

El juicio de Isaac Babel tuvo lugar el 26 de enero de 1940 en la oficina de Laurenti Beria, el sucesor de Yagoda. Duró veinte minutos. Por las actas, que ahora se conocen, se sabe que sus últimas palabras fueron: «No soy un espía. Nunca permití ninguna acción contra la Unión Soviética. Me acusé falsamente y me forzaron a acusar a otros. Solamente pido una cosa: ¡déjenme terminar mi trabajo!». A la una y media de la madrugada fue ejecutado.

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De REBELIÓN, 13/03/2005

Imagen: Foto que tomé en Odessa en 2018

 

 

 

Wednesday, February 16, 2022

HAMBRE ROJA


ELIANA SUÁREZ

 

El destino, dice Borges, es inescrutable y no nos deja en paz hasta que hayamos cumplido aquello que debemos. Y aunque puedan hacerse miles de objeciones, hoy que todos objetan al resto de los mortales, algo de verdad hay. Pero, ¿cuál será ese, nuestro destino? Nada como una buena dosis de información para aclarar un poco la mente, eso dicen algunos.

Sólo diez minutos de noticias arrojaron, este tercer miércoles de febrero, el siguiente resultado:  en México se mata a otro periodista; tiembla el planeta ante la amenaza de invasión rusa a Ucrania; el hambre de los niños del tercer mundo no cesa; en Medio Oriente, Israel siempre contra Palestina y eternamente bajo fuego, se cobra, vaya a saber uno qué cosa, en cuerpos de jóvenes, niños, mujeres y ancianos; se sigue sangrando a los trabajadores en los cuatro puntos cardinales, gota a gota en un sudor casi bíblico. También está la sangre que se enfría en el mar, donde se diluyen en la sal cientos de nombres.

Sólo diez minutos bastan para interrogarse acerca del sentido de la existencia. La muerte, esa que puede ser bella, abre la boca y engulle miradas, sentires y experiencia sin siquiera ser advertida. ¿Para qué existir si, en definitiva, los pasos están marcados? Discurrir acerca de este tema, pierde sentido cuando sólo importa el segundo presente que ni siquiera es un instante. La muerte, entonces, aumenta su glotonería que pasa desapercibida siempre y cuando sus dientes no nos alcancen.

Hay un hambre roja, una necesidad de destrucción inusitada. ¿Desde su origen la humanidad fue así? Pues no. Ha empeorado. El hombre no ha podido sobreponerse a su furia y a sus miedos. “Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra” (Borges, 1969-1972)

 Las redes son el nuevo circo romano. ¿Quién de nosotros no sintió curiosidad por ver en HD alguna tragedia? Nadie, nadie ni siquiera un niño, puede arrojar una piedra porque no está libre de esa tentación. ¿Hacia qué Ilión iremos con los estómagos clamando tragedia? Si sólo hay hambre roja de roja sangre, probablemente tengamos el fin de un minotauro cualquiera. Si el cálido sabor de la muerte seduce e impide los sueños y el despertar; si la realidad se vuelve una densa niebla, página absurda de un libro de arena, desecho de lo que no fue… Nos resta, en este umbral en el que hacemos equilibrio como en una cuerda floja, abrir los ojos y dirigir bien la mirada.  Y más nos vale que atendamos a la recomendación de aquel hombre gris, a la realidad, a la existencia que puede de una vez por todas ser: “Mírela bien.  (O) Ya no la verá nunca más.” (Borges, 1972)

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Imagen: Alfred Kubin

Monday, February 14, 2022

País trucho


MAURIZIO BAGATIN

 

“Desde cuando el pasado ya no arroja su luz sobre el futuro, la mente del hombre se ve obligada a vagar en la oscuridad" -Hannah Arendt-

En Bolivia el adobe fue sustituido por el kitsch del enlosado Coboce. Solo los cholets alteños merecen un elogio, por su atrevimiento frente a la inmensa puna, a la música del viento y al diseño del polvo. Es la necesidad de una forma, más allá de la piedra.

Desde el aeropuerto, de ahí sale la esclavitud contemporánea. En el año dos mil en la avenida Heroínas de la ciudad de Cochabamba había más agencias de viaje que pollerías broasteres, la burbuja española, que nosotros llamábamos el gato de Felipe González, absorbía como esponja mano de obra boliviana; el resto lo hizo el hermanamiento entre Cochabamba y Bérgamo. Y no solamente Cochabamba, también Santa Cruz y las provincias se vaciaron. El neoliberalismo estaba en peligro, en su socorro llegaron los truchos del cambio.

El cochabambino es un pueblo que se adapta, resiste, aunque hoy está de moda el término resiliencia, a todo y a todos. También la viveza criolla se adapta y resiste.

Algunos estudios antropológicos confirmaron lo que muchos escépticos desde un inicio iban sospechando, la policromía que utiliza el pintor Roberto Mamami Mamani no es original. Es como la letra ausente, en la estética del Proceso de cambio, dijo Virginia Ayllón. Esto vale también por la wiphala. Otros que dieron en el clavo fueron los que, perdiendo amistades, el trabajo y en algunos casos hasta la familia, criticaron, siendo visionarios, o viceversa, y ahora miran el desastre desde sus catacumbas; el cambio de amo no es una revolución, el original es infiel a la traducción, bien nos avisó Borges.

País de las maravillas con una tempestad del progreso escalofriante, el triunfo del cemento para que los indicadores convencionales les ganen al valor de uso marxista, claro, con el valor de cambio también marxista. ¿Surrealismo? ¡Hay que pedalear y mirar, caminar y observar, nietzscheanamente, en horas que robamos al sol, en días que desafiamos a Flaubert y andamos por aquí y por allá! Luego hay que sentarse, mirar alrededor y pensar.

Aquí el sindicato es el patrón y el transporte público es privado.

En febrero el verde de aquel día que fue campiña reaparece en los jardines, mientras de un gimnasio sale una barahúnda de voces, al lado el ruido del generador de corriente de una gasolinera, el resumen del estado de ánimo de la modernidad.

País para titanes, dijeron algunos, inverosímil para otros, Bolivia es única. En su tragedia y en sus farsas, a un decepcionado Mariscal Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá no le quedó más que un triste epitafio: país de cobardes y traicioneros. País de anónimos valientes.

Desde una ventana veo solo autos circulando, una lluvia tropical caer sobre una invisible cordillera, los palacios de las gibas rebalsan de gente. ¿Qué hará el poder de turno con el litio, con todo lo que queda para extraer y explotar? Bolivia no es un país, Bolivia es un botín.

Maurizio Bagatin, 12 febrero 2022

Foto: Cochabamba, la tempestad del progreso, junio 2015

 

Wednesday, February 9, 2022

Corea no necesita corona


ÁLVARO VÁSQUEZ

 

Es apenas un pequeño rectángulo blanco de plástico.

Pesa casi nada, y es poco más grande que mi dedo meñique. Sin embargo, las dos diminutas rayas de color rojo que se dibujan frente a mis ojos lucen ahora amenazadoras.


Hace 15 minutos, siguiendo las instrucciones leídas, me metí un cotonete en las narices, lo giré por unos segundos en cada fosa, lo sopé en un líquido reactivo, para luego dejarlo gotear en una pequeña ventana abierta a tal efecto en la placa plástica.

Novecientos segundos luego, las dos rayas rojas se pintan claramente sobre el blanco. Rojo sobre blanco, sin margen a dudas: Positivo para COVID.

Mala forma de empezar el día, me digo. Este día que, aunque soleado, se siente frío. ¿Y ahora? Ignorar la enfermedad, es mi respuesta automática, esa que elegí ya hace años, desde que la medicina no me dio las respuestas que necesitaba.

Aunque esta vez no será tan fácil, pienso. No quiero contagiar a nadie. Aislarse e ignorar la enfermedad, entonces. Sonrío al recordar que hace un par de años, en una columna de opinión, llamé al SARS-COV 2 “virus con corona feble”. No estoy dispuesto a disculparme ahora por ello, pese a las dos rayas rojas, y a ese hormigueo en el estómago que prefiero ignorar.

Suena el timbre. Veo por la ventana que es el cartero. Con la mascarilla hasta casi los ojos, apenas recibido el paquete me fijo que llega de España, así que sé lo que me espera al abrirlo. El sol parece calentar el ambiente de a poco.

El día empieza a mejorar, me digo ahora, mientras escribo a Pablo, para agradecerle por la generosidad que tuvo al enviar sus libros, autografiados, además. Escribo también a Claudio, para decirle que el paquete ya llegó y que le enviaré sus ejemplares por correo. Recién luego de despedirme me doy cuenta de que aún no podré enviárselos, pues casi no saldré de una habitación por los siguientes días.

Pero tengo libros nuevos, y eso es siempre un buen motivo para sentirse bien.

La portada del primero es un cuadrado blanco, con letras negras y una pequeña imagen también en blanco y negro. Voy hojeando el libro y viendo sucesivos cuadrados blancos con caracteres, todos perfectos, con márgenes exactos y sangrados precisos y elegantes que le dan cierto asidero a mi tranquilidad y logran que olvide por largos minutos las dos líneas rojas, hasta que un súbito ataque de tos me las recuerde. No importa, elijo las letras negras sobre el papel y decido ignorar las rayas rojas sobre el plástico. Llevo una vida practicando elegir lo que me hace feliz, por muy pequeño que sea. No debería ser tan difícil ahora.

La tapa del libro muestra una imagen que resulta ser solo una parte de otra imagen mayor que se halla al abrirlo. Es extraño, la imagen completa muestra parte de un cuerpo femenino, intentando esconderse detrás de una cascada de su propia cabellera. La imagen parcial de la portada, sin embargo, luce distinta… parece mirarme. Y al influjo de esa mirada, voy sumergiéndome en la lectura, dejando el mundo real allá, lejos, en esa superficie plástica a la que por ahora le niego toda importancia.

El narrador empieza este diario íntimo (diario erótico, lo llamó alguien) con una confesión por demás extraña: Pierde un diente de leche que aún tenía en su vida adulta. ¿Se pierde la niñez para siempre con el paso de los años, o conservamos una parte de ella por toda la vida? Me gusta pensar que sí, que mantenemos al menos esa capacidad de asombro, esa curiosidad que nos abre las puertas a nuevas experiencias, incluso a aquellas que se supone poco tienen de infantiles. ¿Hay acaso una curiosidad más intensa que la de un niño por lo erótico, lo prohibido, lo tabú? Este diario ofrece un viaje erótico que rescata esa curiosidad, que naturaliza el morbo ante lo nuevo, que invita a ir siempre un paso más allá.

El relato se refiere a Corea, el país, la mujer real, la amante y la mujer idea/ilusión, y quizás a más. Empieza en Madrid, y continúa por Seúl y otras ciudades coreanas, con viaje de ida en avión y de regreso en globo. ¿Inverosímil?, para nada, si aceptamos que no solo lo verdadero puede ser real. El cuadrado blanco frente a mis ojos es real, y son también reales los caracteres negros de cada hoja, y decido que sea verdadero lo que se cuenta a través de ellos. Eso basta.

Y decido también dejar volar mi afiebrada (nunca mejor empleado el término) imaginación. Por eso cuando el texto habla de Corea entrando a un karaoke con una falda escolar, yo evoco las imágenes de Kill Bill y le añado la música de Santa Esmeralda, con el solo de guitarra que da inicio a Don´t let me be misunderstood, y que termina con la nieve teñida de rojo sangre.

Por momentos, un impertinente escalofrío sacude mi cuerpo distrayéndome de la lectura, y vigoriza la voz de la narración que habla de la osamenta interna que hace fuerza para ir hacia adelante, huesos forzando la forma de nuestra piel, como anticipo de su futura y segura victoria, del triunfo garantizado de la parca, que hoy pretende jactarse de ello a través de un virus que, si bien no empuja mi esqueleto hacia afuera, me atrapa por oleadas en calenturas que me amodorran y ralentizan mi lectura. Mejor, le digo con insolencia, así disfrutaré la relectura inmediata.

Retrocedo un par de páginas, y la relectura me recuerda que los antiguos terminaban sus mapas con un monstruo en los confines del planeta, que creían plano. Parece que el temor a lo desconocido siempre necesita de monstruos que nos intimiden, pero yo sé que habito una circunferencia, y que los peores monstruos son los que creamos, pues en ellos plasmamos nuestros miedos más básicos, los atávicos, que nacen de la oscuridad y la soledad.

Si la vida no es más que una larga lucha, ¿qué mejor compañía que Eros (también conocido como Eleuterios, que significa libertador) para esta batalla contra el virus, contra el miedo? Pocos como él — armado de amor y deseo — inspiran más valor en los mortales.

Y Corea vuelve a tener toda mi atención. Y el texto de estos perfectos y albos cuadrados — ahora cómplices en la lucha — muestra una Corea buscando la complicidad de un espejo para inspirar deseo. Ese mismo espejo sobre el que alguna vez escribí, celoso, cubriendo con mis manos los senos de Corea para que él no pueda reflejarlos. Esa Corea — la mía — tenía otro nombre, claro, pero era tan real/irreal como ésta, aquella de la que siempre tendré hambre, esa hambre de humedad y fluidos que tan bien describe Pablo. Hambre eterna de pobres, se dice, y ésta es hambre también permanente de quienes añoran lo ido, e incluso lo por venir. Aquellos que apenas pueden ofrecer una canción, o unas líneas escritas; los que carecen de compañía, de caricias y tiempo compartido… de una Corea.

Y Corea, de la pluma de Pablo, nos enseña su cuerpo, y nos enseña cómo ceder ante el deseo incluso en un cementerio, en la que quizás sea la mejor forma de vencer a la muerte, aunque no sea más que por esos segundos en que la sacude ese inigualable espasmo, que no en vano los franceses llaman petite morte. Y de esa muerte Corea sale indemne, vencedora, y me siento también parte de esa victoria, sin serlo en absoluto.

Corea nos recuerda esas fantasías casi infantiles de jugar al doctor, como burda forma de permitir asomar al deseo. Y el libro fija en mi mente imágenes que nunca vi, pero que ya no podré olvidar: Corea colgando la ropa desnuda, Corea con una líquida mariposa blanca en la barbilla, Corea orinando de pie, Corea siendo abrazada como se abraza al mundo por las caderas. Y cada una de esas Coreas tiene rostros distintos. Rostros que ya no veré más, algunos que voy olvidando, otros que sé que no podré olvidar, e incluso rostros que son inciertos recuerdos futuros, que vienen hoy convocados por el hechizo de Corea, el libro. Corea, la mujer, nos enseña a querer como el gran Aute lo pedía: sin el mínimo pudor, como quien ya nada espera. ¿Existe acaso una mejor forma de hacerlo?

Eres, Corea, la asignatura que siempre suspendí.
Por eso te sigo estudiando
.

Robo esos versos al autor, me los apropio. Porque tengo mis propias asignaturas pendientes, y carezco del talento para volverlas poemas. Y poema es también el postrer regalo de esta sucesión de cuadros blancos y caracteres negros que disfrazan sentimientos, miedos y sueños. Regalo firmado por Julia Roig. Imperdible.

Por mi parte, reconozco con cariño la deuda que tengo con el libro aquí reseñado.

Cuando algún día, a futuro, alguien me pregunte por los primeros días del año 2022, no recordaré el nombre de la peste, ni el miedo con que adornó su corona. Mi recuerdo de esos días será siempre un rostro indefinible de mujer, y un nombre desde ya inolvidable:

Corea.

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De ENTRE LETRAS, 09/02/2022

Friday, February 4, 2022

In Memoriam


CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES

 

¿Adónde te llevaste todas esas cosas que hoy echo de menos? Los paseos por calles empinadas del cerro, las idas al plan del puerto, subir y bajar la escalera de calle Ministro o cortar camino por el ascensor Santo Domingo. Con ese viento que era nuestro propio viento y su pedazo de mar. Me llevabas de la mano con tanta suavidad que me hacías creer que podría emprender el vuelo. Todo ese trajín para visitar lugares mágicos que no he vuelto a encontrar: la panadería Valencia (con un pastel espolvoreado y chorreante de manjar), los emporios de calle Cajilla (para comprar Ambrossella, Pop Soda, cajitas de Korn Flakes, helados de invierno), el Mercado del Puerto (cuando te conté que el sonido de los cuchillos de las carnicerías del último piso me daban miedo, decidiste que no volveríamos a pisar esos lados), la Rotisería Sethmacher (un surtido de cecinas para el desayuno y la once de la familia), los viajes en Trolley por calles angostas, las visitas al hospital donde te vi disfrazada de enfermera, tus turnos de noche, los cortes de luz masivos y tus palabras de alivio, el gusto de ir buscarte, la espera sobre unas banca heladas, tu caminar lento por un pasillo que te devolvía del mundo de los enfermos, el yodo y el suero y yo corriendo a encontrarte con unos brazos levantados que apenas llegaban a tu cintura. ¿Adónde te llevaste todo eso y otras cosas más? Tú cartera siempre con una sorpresa escondida (chocolates, sustancias, galletas), el juguete preferido en cualquier momento del año, un ligero palmazo en un paseo a Pirque (que te dolió más a ti que a mí), mi lavado corporal de mañana, una tetera, una esponja y un lavatorio, después un algodón con colonia para combatir la piel de gallina y los tiritones. ¿Adónde te lo llevaste? Tus regalos por cualquier motivo, mi afición por los casetes, libros y revistas, ese primer terno con zapatos puntudos para buscar trabajo, la luquita de regalo que nunca te sobraba (para el pasaje y alguna cosita por ahí), la máquina de escribir eléctrica, el imaginarte desde una ciudad lejana en paseos por el puerto, pero sin mí. La felicidad que me enseñaste a buscar en una casa descascarada y que perdí arriba de un camión de mudanza. Un pedazo de aquello se quedó conmigo, lo puedo sentir ahora, lo mismo que tus últimos pasitos lentos, tus dolores, tu llamado de ayuda, tus caídas, tu cuerpo cada vez más pequeño sobre la cama, esa tarde de calor y de pena contenida. Todo lo demás, menos a mí, te lo llevaste contigo: esas calles, cerros, ascensores, trolleys, cariño, lugares mágicos a los que también les digo adiós.

 

Wednesday, February 2, 2022

Keats y la belleza


PABLO CEREZAL

 

Dame un puñado de algas que suturen las grietas de mis párpados al despertar con tu voz rugiéndome arenas en el motor. Dame un estallido de aliento que no conozca noches sin fricción y obsérvame desastrado entre tus pliegues como un cuchillo sin dientes y escalofrío en el bajo vientre.

Que te despiezo sin filos más allá de mi saliva hecha esperma y torpe elegía de pupila y tinta. Que te riego los labios de primaveras que boquean sal a la luz de tus laderas y te escucho sonreír versos mudos de reloj mientras tus piernas escupen rodajas de miedo y celebran el incendio.

Asumo la negative capability de Keats cuando te espero, y arranco jirones a mi piel cuando el flequillo te atropella las pestañas y ululan las ambulancias ansiosas por desperdigar sobre mi cuerpo un ejército de torniquetes que deletrean la palabra e-s-c-u-e-t-o, como en un cuento infantil envenenado de miedo.

Ponme contra la pared, venda mi ansiedad con tu cabello y dispárame, con exquisita dicción, el 1,2... ¡fuego!

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De VISLUMBRES DE EL DORADO, blog del autor, 03/02/2022

 

 

La lectura nos salva


MARÍA CRISTINA BOTELHO

 

Últimamente voy leyendo como nunca. Gracias a la gentileza de algunos escritores bolivianos.

He recibido para leer de manera virtual, "Las palabras" de Rodrigo Hasbún, son ensayos muy valiosos, minucioso trabajo de investigación, producto de sus lecturas y sus experiencias en una época globalizada. En esos momentos, estos textos me llevaron a reflexionar sobre temas muy profundos y humanos. Es un autor joven que sabe hacia dónde quiere dirigir su escritura. Pedí por Amazon una novela del mismo autor, encontré "Los afectos", se trata de una familia alemana que llega a Bolivia a probar suerte, va en busca de sueños y en el camino se cruzan pesadillas, amores y desencuentros. El manejo del lenguaje es fluido, el relato es interesante, nunca cae en el tedio. Una mujer es la narradora principal. Había leído muy poco de él. Ahora entiendo el rumor que había escuchado de él. Muy joven aún, con un futuro brillante. Mañana me llega otra novela del mismo autor y el libro de Magela Baudoin "La composición de la sal", lo leí el 2018 en casa de Sisinia Anze, en una sola noche me lo devoré, en su momento lo analicé y me prometí comentarlo, dejé el libro en Bolivia. Este libro merece otras lecturas. Por eso lo voy a releer para comentarlo.

He leído con inmenso placer a Sebastián Antezana, la novela "La muerte según", la encontré en Amazon. Es un libro que mantiene al lector en permanente tensión. Es una escritura intensa. De misterio. Detectivesca. Y psicológica. El personaje lucha contra sus fantasmas e incertidumbre. El final sorprendente obliga al lector a imaginar muchas posibilidades.

Hace un tiempo leí a Gio Rivero y desde esas lecturas he quedado prendada de su estilo ya consolidado, personajes ignorados, deshabitados, seres diferentes. Un lenguaje claro, sin rodeos dice lo que se debe nombrar con la palabra precisa. Mi hija la está leyendo y opina igual que yo, Gio es única. Los finales son abiertos en la mayoría de sus cuentos, me refiero a "Para comerte mejor". No leí todavía la obra maestra "Tierra fresca para su tumba", ya lo haré pronto.

También estoy leyendo a Guillermo Ruiz Plaza, "Los claveles de Tolstói", es una joya. Un hermoso tema escrito con imágenes magistrales, la poesía se muestra en gran parte del libro. Cuando termine lo comento. Me hubiera encantado presentarlo en el Seminario, él vive en Francia.

Doy referencias, busquen estos libros.

A Claudio Ferrufino Cocqueignot lo leo todos los días, su escritura es imprescindible. Tan cerca de los autores rusos y del erotismo de Henry Miller. Su erudición es extrema. Se aprende y la admiración sobre sus letras crece constantemente. Es una obra inmensa.

Recibí también la breve y hermosa poesía de Ricardo Ballón.

Lean autores bolivianos.

Me refiero a mis últimas lecturas.

Simultáneamente leo a Joyce, Bolaño. Y en mi cabecera el gran Borges.

Autores en Bolivia, hay muchos muy buenos. Y no exagero. Gaby Vallejo, Daniel Averanga Montiel, Rodrigo Urquiola Flores, Verónica Ormaechea, Wilmer Urrelo, Blanca Elena Paz, Teresa Rodríguez Roca, por nombrar solamente algunos.

Entre lecturas, cocina, nieve y la futura gran tormenta que se iniciará en media hora, y a partir de las 2:00Pm. de mañana nevará hasta el jueves inclusive.

Los supermercados están totalmente desabastecidos, como en una guerra contra la naturaleza y la pandemia.

La literatura nos salva. El mejor refugio es un buen libro.

2/1/2022 

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Imagen: Giorgio de Chirico

Tuesday, February 1, 2022

PADRE, LÍBRANOS DE LA POBREZA


ELIANA SUÁREZ

¡Niño del hambre!

Te estás cayendo, y eres la vida.

Eres la vida, eres un grito

sabor de sangre.

Pilar Gómez Ulla

 

Matemos al pobre. El que molesta con su mugre, con su olor, con su ignorancia. El que no es quien. Matemos al pobre que afea nuestras ciudades y acumula basura. Al que enloda los primeros planos de las selfies y nos complica los likes en las redes sociales. ¿Qué se creen?

¿Cómo vienen a complicarnos la vida? No trabajan, piden todo el día… Y esa mirada. A nosotros, los pagadores de impuestos, los que excedemos el horario laboral, los que nos esforzamos, los que no queremos complicaciones en nuestra comodidad. ¡Que se busquen la vida!

¡Pobres! Para lo único que sirven es para mostrar lo buenos, solidarios, caritativos y justos que podemos llegar a ser. Son el decorado de nuestras magnánimas acciones.

¿Que el sol sale para todos? No hay duda. Pero solo brilla para algunos. Para nosotros, los unos, obligados a soportar a esos otros.

La pobreza es el estigma que arrastra la humanidad desde tiempos pretéritos. Estigma que sangra y a algunos o quizá a muchos, duele. Con Claudio, de madrugada, solemos hablar de eso. Es una mancha. Y no ha habido “servicio de lavandería” lo suficientemente poderoso como para borrarla porque, en definitiva, es una mancha útil. No sólo los estados sino también los particulares (vamos a llamarlos así) necesitan de los pobres: los esclavos y la esclavitud siempre han sido rentables.

Sería abrazarse a la utopía el querer cambiar de cuajo esta realidad. Y ya lo escribió Szimborska: “A pesar de tantos atractivos, la isla (la utopía) está desierta / y las pequeñas huellas de pasos, visibles en la orilla, / se dirigen todas, sin excepción, al mar.“

No se trata de un cuento de Andersen. Tampoco de la parodia e ironía de Velmiro Ayala Gauna. Es la crudeza y es el horror del mundo de hoy. Podemos voltear la cabeza y hacer como si nada pasara. Podemos imitar a Kevin Carter o concluir con Andy Goldstein en que “la pobreza es una sola”. Tampoco sería suficiente.

Vivo en el país de la comida donde anualmente se pierden o desperdician dieciséis millones de toneladas de alimentos. Mientras tanto, cinco millones, setecientas mil personas pasan hambre. Y así, en muchas partes del mundo. Los estómagos claman, nadie escucha. “Hay en tus pies descalzos graves amaneceres […] Yo no te vi dormido… no te vi dormido...”, escribe Manuel del Cabral. Nadie mira ni menos aún, observa.

La peor cara de la pobreza son los niños. Las manitos ajadas en invierno, curtidas por el sol en el verano. Sin medias, sin juegos ni risas ni sueños ni amparo. Para qué los trajeron al mundo, ¿verdad? ¿Para qué nos trajeron a todos a este mundo, entonces? “Duerme, mi niño; / que viene el aire/ y se lleva a los niños / que tienen hambre”, triste canción de cuna de Victoriano Crémer.

En El río todo dorado, J.L. Ortiz pone en versos la desolación de un niño quien por treinta centavos le ofrece lo único que tiene y ama: una perrita. Así es la vida del pobre, sin ver oportunidades, esas almas ofrecen al mejor o peor postor, en el mercado de la ignominia, el cuerpo, la piel, su nula esperanza y su dignidad. Siembra desidia y cosecharás pobreza, premisa enarbolada en lo más alto y en todo el planeta.

“Un pedazo de pan, ¿tampoco habrá para mí? / Ya no más he de ser lo que siempre he de ser / Pero dadme / una piedra en que sentarme. / Pero dadme, / por favor, / un pedazo de pan en que sentarme.”

(La rueda del hambriento, César Vallejo)

Grita el hambre con voz cada vez más potente y el silencio del poder sonríe. En el medio, nosotros, los desorientados. Si no vamos a hacer nada, al menos no culpemos a los pobres por serlo. Mejor roguemos con Borges: “Madre antigua y atroz de la incestuosa guerra, / borrado sea tu nombre de la faz de la tierra.” 

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Imagen: Del Rutland Psalter, Londres, 1260