OLGA AMARÍS DUARTE
Slava y
Kolya salieron el jueves temprano hacia Leópolis (Lviv), al auspicio de las
primeras sirenas. Desde allí quieren exiliarse a Polonia. Los 700 kilómetros se
han convertido en atardeceres en búnkeres, puentes estallados, noches
iluminadas de estruendos, destrucción y soldados dispuestos a perder la
juventud, la vida y lo que se les pida. En el camino han ido silenciando la
lengua rusa y ahora solo hablan el ucraniano con la fluidez de las palabras
maternas que han esperado pacientemente en su telar al hijo pródigo. Al llegar
a su destino, Slava y Kolya dejan a las mujeres y retornan a defender, también
ellos, a su país.
Dima salió
el miércoles y consiguió llegar a Bielorrusia. Ahora imagina el modo de
rescatar a los amigos que no quisieron escuchar su canto de Casandra.
El
fantástico Misha se ha instalado en uno de sus camiones con tres paquetes de
cigarrillos americanos “parliament”. Fumando,
espera a
que lleguen los rusos con un revólver. Porque, si el enemigo tiene tanques,
algún día tendrá que bajar de ellos para orinar.
Alona se ha
refugiado en el metro de Kiev y piensa en el precioso apartamento que tal vez
nunca llegue a estrenar con su novio.
Kathia ha
dejado de estudiar el examen de álgebra que nunca tendrá lugar. No tiene miedo.
Le duele en algún lugar cercano al corazón, pero más profundo. Kathia no sabe,
porque nunca le interesó lo trascendental, que le duele el alma. Sale a la
calle a formar cola junto a muchos más civiles como ella para recibir su
kalashnikov.
Babushka
Sonya agarra el icono de Aleksandr Nevski y aprende de nuevo a rezar.
Mi querida
Sveta piensa en su casa sin agua, sin luz y sin calefacción. En los varenyky
echados a perder en el congelador. En las semillas que plantó el otoño pasado,
echadas a perder. En la primavera que está llegando y que los soldados se la
van a echar a perder con sus botas.
Un soldado
ruso, que no quiso dar su nombre, asegura que ellos no sabían que iban a
invadir Kiev. Creían que se trataba de una operación relámpago para liberar a
los hermanos oprimidos por los fascistas ucranianos.
La guerra
no es una historia de buenos y malos. Es la derrota de inocentes cuyas vidas
quedan en suspenso, suspendidas ya para siempre.
¡No a la invasión a Ucrania!
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