ELIANA SUÁREZ
El destino, dice
Borges, es inescrutable y no nos deja en paz hasta que hayamos cumplido aquello
que debemos. Y aunque puedan hacerse miles de objeciones, hoy que todos objetan
al resto de los mortales, algo de verdad hay. Pero, ¿cuál será ese, nuestro
destino? Nada como una buena dosis de información para aclarar un poco la
mente, eso dicen algunos.
Sólo diez minutos
de noticias arrojaron, este tercer miércoles de febrero, el siguiente
resultado: en México se mata a otro
periodista; tiembla el planeta ante la amenaza de invasión rusa a Ucrania; el
hambre de los niños del tercer mundo no cesa; en Medio Oriente, Israel siempre
contra Palestina y eternamente bajo fuego, se cobra, vaya a saber uno qué cosa,
en cuerpos de jóvenes, niños, mujeres y ancianos; se sigue sangrando a los
trabajadores en los cuatro puntos cardinales, gota a gota en un sudor casi
bíblico. También está la sangre que se enfría en el mar, donde se diluyen en la
sal cientos de nombres.
Sólo diez minutos
bastan para interrogarse acerca del sentido de la existencia. La muerte, esa
que puede ser bella, abre la boca y engulle miradas, sentires y experiencia sin
siquiera ser advertida. ¿Para qué existir si, en definitiva, los pasos están
marcados? Discurrir acerca de este tema, pierde sentido cuando sólo importa el
segundo presente que ni siquiera es un instante. La muerte, entonces, aumenta
su glotonería que pasa desapercibida siempre y cuando sus dientes no nos alcancen.
Hay un hambre
roja, una necesidad de destrucción inusitada. ¿Desde su origen la humanidad fue
así? Pues no. Ha empeorado. El hombre no ha podido sobreponerse a su furia y a
sus miedos. “Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la
tierra” (Borges, 1969-1972)
Las redes son el nuevo circo romano. ¿Quién de
nosotros no sintió curiosidad por ver en HD alguna tragedia? Nadie, nadie ni
siquiera un niño, puede arrojar una piedra porque no está libre de esa
tentación. ¿Hacia qué Ilión iremos con los estómagos clamando tragedia? Si sólo
hay hambre roja de roja sangre, probablemente tengamos el fin de un minotauro
cualquiera. Si el cálido sabor de la muerte seduce e impide los sueños y el
despertar; si la realidad se vuelve una densa niebla, página absurda de un
libro de arena, desecho de lo que no fue… Nos resta, en este umbral en el que
hacemos equilibrio como en una cuerda floja, abrir los ojos y dirigir bien la
mirada. Y más nos vale que atendamos a
la recomendación de aquel hombre gris, a la realidad, a la existencia que puede
de una vez por todas ser: “Mírela bien.
(O) Ya no la verá nunca más.” (Borges, 1972)
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