Monday, February 27, 2012

El camino a través del Tipnis, ¿un proyecto colonial del siglo XVIII?


Tristan Platt

En medio del furor sobre la construcción de una carretera Villa Tunari-San Ignacio de Mojos a través del Tipnis, existe un elemento importante que aún no ha sido tomado en cuenta. Se trata de las raíces esencialmente coloniales del proyecto. Los antecedentes históricos, aún poco difundidos, ofrecen un valioso punto de referencia para la comprensión de los sucesos actuales.

Quizás sorprenda al lector enterarse de que este mismo proyecto ya fue planteado en 1780 por el gobernador español de Mojos, un militar llamado Ignacio Flores, pronto a convertirse en el presidente de la Audiencia de Charcas. Apoyándose en un razonamiento curiosamente similar al que hoy se esgrime por “Conisur” y los sectores que apoyan la apertura del camino, Flores llevó a cabo parcialmente el proyecto, con el apoyo del gobierno ilustrado del Rey Carlos III en Madrid.

Ignacio Flores es mejor conocido por su gestión como comandante de las tropas españolas enviadas en 1780 contra Tomás Katari y la sublevación de los ayllus de la Provincia colonial de Chayanta (hoy el Norte de Potosí), y también por haber llevado presa a La Paz a Bartolina Sisa. La orden de trasladarse a Chayanta vino justo cuando escribía, desde La Paz, una carta sobre los avances del proyecto del camino Chapare-Mojos. La carta iba dirigida al secretario de Estado en España, José de Gálvez, consejero ilustrado del Rey Carlos. Flores tenía cierta confianza con Galvez porque, en 1777, éste lo había nombrado gobernador de Mojos. Y, en la carta de 1780 (que se publica al final de esta nota), el flamante gobernador le demuestra nuevamente a Gálvez la conveniencia de conectar Mojos con Cochabamba pasando por el Chapare. La carta anuncia, además, que la primera traza ya estaba acabada.

Las razones para construir el camino en aquel entonces eran desarrollistas y geopolíticas, como lo son hoy en día. El gobierno de Carlos III buscaba por todos los medios modernizar la América española para que pudiera producir más para la metrópoli. Y se sabía que, a mitad del trayecto del camino, al pie de los Andes, vivía una población de “bárbaros”, como se solía llamar a los yuracarés. Pues, algunos yuracarés, aún independientes, seguían defendiendo su espacio vital. Otros acababan de ser reducidos temporalmente por el franciscano P. Marcos Menéndez, con el apoyo de los curas adinerados de Tarata y Punata que Flores llama los “Caballeros Moscosos”.

Para Ignacio Flores, una ventaja del camino sería la progresiva apertura de esas tierras feraces y sanas a la población cochabambina que carecía de tierras. Estos colonos se desplazarían allí a cultivar coca, azúcar, ají y quizás añil. La población yuracaré se acercaría así a Cochabamba para recibir la influencia “civilizatoria” de la ciudad. “Ya empiezan a salir los Indios Yuracarés a Cochabamba, y a entrar los Españoles a sus tierras, con una recíproca confianza”, escribió el gobernador, ilusionado por los aparentes éxitos de la misión del P. Marcos.

Para justificar su proyecto, el militar Flores también hacía referencia a los intereses internacionales, de una manera que recuerdan los que actualmente siguen en juego. En primer lugar, Flores fue encargado por el ministro Gálvez de llegar a un acuerdo con los portugueses sobre la línea divisoria entre el territorio de las Coronas de España y Portugal. Los españoles habían realizado una expedición desastrosa al Mato Grosso en 1775, antes del Tratado de San Ildefonso de 1777, cuando se fijó el río Guaporé como fronterizo con el Brasil. Pero Flores atribuyó el fracaso de la expedición al Mato Grosso a la ausencia de buenas comunicaciones y un inadecuado suministro de víveres. Previendo futuros conflictos, opinó que ambos problemas se resolverían con una mejora de las comunicaciones a Mojos desde Cochabamba y La Paz.

Por otra parte, le pareció a Flores también urgente romper el lazo estrecho de Mojos con Santa Cruz de la Sierra, la ciudad que dominaba el comercio de sebo, carnes y ganados con Mojos. La ruta existente obligaba al comerciante a subir por el río Mamoré y el río Grande, y desde ahí llegar a Santa Cruz por tierra. Era, además, la principal ruta pública desde Mojos hacia el Perú. Con el camino Mojos–Chapare, sin embargo, Mojos se libraría de esa dependencia, y se vincularía estrechamente con Cochabamba, y más aún con La Paz, la ciudad desde donde Flores escribía su carta.

Flores expresa abiertamente sus prejuicios anticruceñistas, anticipando en esto también actitudes que perduran entre la población andina actual. Pero se muestra igualmente prejuicioso frente a los cochabambinos que le ayudaban en la construcción del camino. Y en Mojos fue sólo su ambición, y su deseo de complacer a Gálvez y al Rey, lo que le ayudaba a aguantar una estancia tropical que parece haber sentido como un exilio. Su proyecto le prometía un pequeño alivio: se resolvería el problema del suministro de la sal, y llegarían los artículos de lana y las harinas, que hacían falta en determinados momentos del año.

El apoyo con el que Flores podía contar en España también le permitía hacer algunas observaciones sobre el gobierno de las ciudades de Charcas. Se nota su decepción con la entonces presidencia de Charcas, siempre ocupada en tantas cosas que no tenía tiempo para ayudar a Flores con un proyecto tan ilustrado; y también con el cabildo de Cochabamba, que asumía el “político recato que debía tener el Perú frente a los Portugueses”. Flores pudo contar con apoyos externos, desde Galvez en Madrid hasta el virrey en Buenos Aires, pero igualmente se quejaba harto de “la inconstancia, la cobardía y el embuste de los Cholos e Indios” con quienes tenía que trabajar el camino.

En fin, un personaje con las actitudes típicas de un militar colonial español, que buscaba mejorar su provincia de Mojos vinculándola con las ciudades de la sierra, llegando a acuerdos con el Brasil y cortando sus lazos con Santa Cruz. Quería animar a los cochabambinos sin tierras a que bajen a ocupar las buenas tierras de los yuracarés y sembrar coca. El único problema era que los yuracarés no se dejaban reducir fácilmente, y seguían defendiendo su propio espacio. Al llegar la independencia de Bolivia, habían obligado a los misioneros a retirarse, y la construcción del camino no se había resuelto.

La carta de Ignacio Flores fue escrita en la víspera de partir a la campaña de Chayanta, otra región donde los indios tenían ideas propias sobre la justicia, que en ese caso compartían con el mismo virrey. Nos muestra que la idea actual de construir un camino desde el Chapare hasta Mojos, y el razonamiento detrás del proyecto, ha tenido una larga historia. Sobre todo, la estructura imaginada del espacio geográfico articulaba relaciones y tensiones interregionales que, desde una perspectiva distinta y con otras valoraciones, vemos que persisten aun hoy en día.

Las ideas ilustradas sobre el progreso colonial tienen, evidentemente, mucho en común con las aspiraciones de “Conisur” y de los sectores que hoy apoyan la apertura del camino. Aunque el paralelismo sea asombroso, no queremos sugerir que el actual gobierno sindicalista del Estado Plurinacional haya caído en una mentalidad tan abiertamente colonial como la de Ignacio Flores. Más bien, el problema sigue siendo cómo cortar con las ideas sobre el desarrollo que vienen prefabricadas desde los últimos borbones del reino en el siglo XVIII y principios del siglo XIX. Hoy, por lo menos debe ser posible (pensable) diseñar una ruta que deje en paz a los yuracarés y sus compañeros indígenas del Isiboro Sécure. No es necesario seguir repitiendo el proyecto colonial de Ignacio Flores.

i Para la actitud ambigua de los yuracarés frente a los curas, ver la reseña de otro libro de Van der Berg publicada por Vincent Hirtzel en Anthropos, 2011, 106 (2) : 636-637.

ii A pesar del valioso libro de Hans van den Berg, En busca de una senda segura: la comunicación terrestre y fluvial entre Cochabamba y Mojos (1765-1825), La Paz: Plural, 2008.

University of St. Andrews, Escocia.

Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), 26/02/2012

Imagen: Reconstrucción del antiguo Moxos

ENTREVISTAS. HERNÁN CASCIARI: REVISTA, BAR, DERECHOS DE AUTOR Y LA VIDA DESPUÉS DE GASALLA


SU BLOG SOBRE LA CRISIS DEL 2001 ERA UNA SENSACIÓN, PERO CUANDO SE CONVIRTIÓ EN LA OBRA DE TEATRO "MÁS RESPETO QUE SOY TU MADRE" SU VIDA CAMBIÓ. DECIDIÓ FINANCIAR UNA REVISTA SIN PUBLICIDAD NI INTERMEDIARIOS, QUE PAGARA BIEN Y QUE LOS LECTORES PUDIERAN COMPRAR EN PAPEL POR ANTICIPADO O DESCARGAR GRATUITAMENTE DE LA RED. CON CUATRO NÚMEROS, ORSAI ES UN ÉXITO DE PÚBLICO Y DE CALIDAD. AHORA, SUMÓ UN BAR Y UNA EDITORIAL. TODO CON EL MISMO ESPÍRITU: DEJAR DE DISCUTIR EL VIEJO MUNDO DE CONTRATOS, EMPRESAS E INTERMEDIARIOS Y GOZAR DEL NUEVO MUNDO DIGITAL.

Por Violeta Gorodischer

Más respeto que soy tu crisis

Doce años atrás, Hernán Casciari viajaba a París dispuesto a recibir el Premio Juan Rulfo de relatos. Su plan era ir a la ceremonia de premiación, agradecer, aprovechar el viaje para pasear un poco y regresar triunfante a la Argentina, a su Mercedes natal. Claro que algo pasó en el medio. Resulta que conoció a una catalana, que se enamoró perdidamente, que se quedó a vivir con ella. La cuestión es que si acá tenía casa y trabajo, en España le pasaba exactamente lo contrario. Tampoco tenía papeles. Para colmo, a los ocho meses estalló la crisis de 2001 y él, desesperado, tuvo que ver las imágenes que ya todos conocemos por televisión. No sólo eso: Racing, su equipo de toda la vida, salía campeón por primera vez. Hernán, que siempre había pensado que se abrazaría con su padre cuando ese momento llegara (en algún momento iba a llegar), tuvo que presenciar a solas la vuelta olímpica del club de sus amores. “Ese día me di cuenta de que el dolor y la fiesta son lo mismo cuando estás en otra parte, se viven de la misma forma”, explicaría mucho tiempo después, el papel tembloroso en la mano, ante un auditorio que lo escucharía boquiabierto en una de las charlas TEDx Río de la Plata. “Eso te pone, inmediatamente, fuera de juego.”

Así fue como nació la idea de un blog que se llamaría, justamente, Orsai. Un espacio de pura catarsis personal que, con el tiempo, fue mutando en laboratorio de cuentos con personajes de todo tipo bajo los que se refugiaba. Cada vez más lectores, de muchos y distintos países, comenzaron a seguirlo. Dejaban comentarios, estaban pendientes de lo que vendría, como si esas historias fueran folletines virtuales en tiempo real. Y la industria, siempre atenta, le puso el ojo encima antes de que Casciari terminara de entender bien lo que estaba pasando. Le ofrecieron que escribiera columnas en distintos medios. Así, con ese tono tan fresco que usaba en el blog, le dijeron. Le cortaron párrafos enteros para que entrara publicidad. Una, y otra, y otra vez. Le ofrecieron también publicar esas mismas historias en grandes editoriales. Le mandaron contratos larguísimos. Más tarde le pidieron que retirara de la web todo eso que, en algún momento, él había regalado a sus lectores. Un día, hablando mal y pronto, Casciari se hartó. En septiembre de 2010, renunció públicamente a Mondadori de Italia, a Plaza & Janés de España, a Sudamericana de Argentina y a Grijalbo, de México. También a sus columnas en los diarios La Nación, de Argentina, y El País, de España. “En 1400 palabras, libres, en el blog, los mandé a cagar.”

Retomó contacto con la gente de su blog y en las sobremesas cálidas de Cataluña, empezó a fantasear junto a Christian Basilis (alias Chiri, su amigo de toda la vida) con la idea de transformar Orsai en una revista. La revista de sus sueños: sin publicidad, sin subsidios, con excelente calidad gráfica, donde sólo escribieran las firmas que ellos admiraban. “Eramos dos cuarentones que querían hacer una revista literaria, en plena crisis del papel”, le gusta decir hoy cuando reconstruye el guión de su propia historia. Para ellos, la crisis de la industria no era financiera sino moral. Sin oficinas, sin staff, desde el patio de esa casa, llevarían adelante el proyecto. “Si salvamos la inversión seremos felices. Y si no, nos chupa un huevo”, escribieron en el primer número.

El runrún de la web puede ser mucho más poderoso de lo que creemos: diez mil personas compraron la revista antes de que saliera al mercado. En Latinoamérica, el precio de venta era de 12 dólares. A esto hay que sumarle que, con todos los ejemplares vendidos, las cajas llenas de Orsai casi quedan varadas en la aduana. La participación de los usuarios fue espontánea y ese mismo día, Twitter explotó con un mismo hashtag: #liberenorsai. El jefe de Gabinete respondió en persona los tweets y al fin la revista llegó a mano de aquellos lectores que esperaban ansiosos. Algo realmente inédito en la industria cultural de nuestro país. Así y todo, Hernán Casciari reniega del rótulo de “activista”. “Soy un gordo perezoso que está todo el día en pijama en su casa mirando series yanquis y partidos del Barça. No hay nadie en todo el mundo al que lo representen menos las palabras ‘activismo’ y ‘cultural’”, dice con ¿falsa? humildad.

Pero generar semejante revuelo virtual, animarse a una revista sin publicidad ni intermediarios, renunciar a los medios y a las grandes editoriales... ¿Cómo definirías todo eso?
–Yo creo que el activismo busca un cambio a gran escala: cultural, social, político. Nosotros estamos muy lejos de esos objetivos, ni siquiera los proponemos. Orsai, el proyecto, surge de la necesidad de diversión de dos tipos de cuarenta años. Uno de ellos tiene un blog y se lo cuenta a sus amigos y lectores virtuales. Sus amigos responden, se arma el proyecto. En un texto bastante reciente, escribí que no hay que luchar contra el viejo mundo, sino divertirse.

MUNDO VIEJO, MUNDO NUEVO

No es la primera vez que Casciari utiliza esa expresión: “viejo mundo”. Tampoco será la última. Le gusta recurrir a metáforas que pertenecen al mismo campo semántico para englobar aquello que no le gusta, o con lo que no está de acuerdo, o que simplemente le aburre. Lo viejo, lo caduco, lo putrefacto, lo cadavérico, dice Casciari cuando habla de todas esas cosas. La última vez que usó una de estas figuras, por ejemplo, fue durante su reciente cruce con la escritora Lucía Etxebarría que, a fines del año pasado, anunció indignada que dejaría de publicar libros porque las descargas piratas superaban las ventas. En una carta publicada en su blog a la que tituló “Para ti, Lucía” y que se reprodujo en Radar, Casciari le contaba la experiencia de Orsai y la invitaba a sumarse. Afirmaba que en todo el 2011, la revista había vendido 7000 ejemplares y había tenido unas seiscientas mil descargas gratuitas. Eso, que a Etxebarría le ponía los pelos de punta, a él lo llenaba de alegría. “No es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan”, escribió Casciari. “Mundo viejo, mundo nuevo”, dijo.

Lo mismo que dice ahora, cuando bosteza ante palabras como “sopa”, “piratería”, “sgae”, “ley sinde”, “canon”, “multa”, “ilegal”... “Les doy muy poca pelota a esos temas. Leo titulares en los diarios, o escucho al del noticiero decir esas palabras y enseguida me da sueño. Estoy convencido de que el cuerpo de todo ese mundo ya está muerto, los que hablan son los gusanos.”

Y de las campañas virtuales para frenar estas leyes, ¿qué opinás?
–Me parece bien que los usuarios de la cultura hagan campañas virtuales, virales y espontáneas. Pero no me gusta cuando las hacen los generadores de la cultura. Hay muchas cosas que hacer en el mundo nuevo, hay mucho laburo y muchas opciones. No da perder el tiempo y la energía en algo que, trasca, se llama “sopa”.

¿Qué diferenciaría a un “usuario” de la cultura de un “generador”?
–Los usuarios de la cultura son los que pasan más tiempo observando contenidos que generándolos. Y por supuesto no hablo de subir sus fotos de las vacaciones a Facebook, sino de generar contenidos de interés. Hay un 90 por ciento de usuarios y un 10 por ciento de generadores. De ese 10 por ciento, sólo el 1 por ciento trasciende.

¿Cuál fue la repercusión de la polémica con Lucía Etxebarría?
–Me parece que rebotó mucho en el mundo Twitter español desde que publiqué el texto en el blog. Y una semana después rebotó mucho en el Twitter argentino, cuando la levantó Radar. Pero más allá de eso no sé, no salgo mucho de casa.

¿De ella tuviste alguna respuesta en particular?
–Puso algo en Twitter muy confuso, dando a entender que yo podía decir eso porque vivía de una herencia paterna. Mi vieja lo leyó y le dio muchísima risa.

Nada parece importarle demasiado. A primera vista. Porque en verdad sí le importa y las figuras retóricas no están usadas al azar. Porque entonces, si uno escarba un poquito, si seguimos con la metáfora de los gusanitos y la carne podrida, algo como la nostalgia empieza a dibujarse en la voz de Casciari. La nostalgia y la bronca. La sensación de haber ido a contramano y que ya sea demasiado tarde para pegar la vuelta.

¿No creés que las situaciones de Argentina y España se invirtieron en el último tiempo? Sobre todo en el campo cultural, España parece aletargada...
–“Aletargada” es un adjetivo muy generoso para la actividad cultural española de hoy en día. No está aletargada: está muerta, congelada, suspendida, se pudre, se va llenando de gusanitos blancos asquerosos –se ensaña Casciari–. El contraste actual con Buenos Aires es extremo. Cuando voy para allá, siempre por diez días o quince, mi mujer me tiene que levantar con espátula para que vuelva a casa. Me dan unas ganas de estar ahí que no se pueden soportar. Dos cosas me mantienen en Barcelona: que tengo mujer e hija catalanas, y que estoy a media hora en tren del mejor fútbol que se jugó en la historia del universo.

MAS RESPETO QUE SOY CASCIARI

Ahora bien, si el proyecto de concretar Orsai sin publicidad ni subsidios fue posible, fue, en parte, porque Casciari contaba con los fondos que le había dejado el éxito de la obra Más respeto que soy tu madre, basada en su blog-novela y adaptada al teatro por Antonio Gasalla. Para los distraídos, se trata de las desventuras de un ama de casa argentina, mercedina como él, que asiste a la debacle económica de su familia luego de la crisis del 2001. Casciari asegura que, al momento de pensar en la adaptación teatral, fue imposible no recurrir a Gasalla. “Cuando con Nacho Laviaguerre, el productor, empezamos a hablar de todo esto, hace mil años, Gasalla se caía de maduro. El personaje es el discurso frenético de una vieja escrita por un tipo. ¿Quién lo iba a hacer, en Argentina, sino Antonio?”, dice. Aunque todavía no imaginaba que iba a ser un éxito de taquilla, ni que seguiría vigente a dos años de su estreno (va primera en ventas en Mar del Plata) sí sabía “que iba a funcionar”. “Yo la vi por primera vez en la casa de Gasalla, cuando todavía no existía el resto del reparto. Antonio hizo todas las voces, durante dos horas inolvidables. Ahí supe que iba a funcionar. Porque me reí y lloré como si no conociera el texto.”

Una vez más, lo que empezó en el etéreo terreno de la plataforma web terminó haciendo pie en el mundo real. Lo que hasta hace veinte años hubiera sido la pesadilla de un fóbico como Casciari, hoy le permite llevar a cabo sus proyectos sin necesidad de luchar contra sus fantasmas. “Internet es maravilloso para el ermitaño”, explica. “En los ‘90 yo tenía exactamente las mismas ideas y las mismas ganas de hacer cosas, pero ni en pedo hacía todas las boludeces que había que hacer para llevar a cabo esas ideas (vestirse, ponerse la camisa adentro del pantalón, ir a una reunión con un tipo, golpear ésta o la otra puerta). Me gusta el mundo así como es ahora. Yo en casa paveando, y vos del otro lado del mundo creyendo que soy un activista cultural.” De ahí que, sin siquiera moverse de su sillón preferido, ya planee la apertura de las otras dos sucursales del flamante bar Orsai. Una será en Barcelona, la otra en Costa Rica, y así darán forma a lo que él llama “el triángulo iberoamericano de la cultura”. La inversión para el proyecto será ni más ni menos que de los propios lectores. Para los incrédulos, Casciari aclara que cuando él y su socio apostaron a la sucursal argentina dijeron en el blog que necesitaban inversores y recibieron 204 solicitudes de gente que quería poner de mil a diez mil dólares. La idea se concretó y hoy el lugar queda en una vieja casona de San Telmo (Humberto Primo 471). Se inauguró en octubre pasado, para la presentación del número 4 de Orsai, y ya funciona como usina cultural. Sobre las paredes de ladrillos siempre hay cuadros expuestos y en la biblioteca del primer piso no sólo se consiguen ejemplares de la revista, sino libros de diversas editoriales independientes. Venden cerveza, pizza y salames de Mercedes. A diferencia de las librerías tradicionales, el bar no se queda con el 40 por ciento del precio de venta, sino que todo va para los editores. Hernán recuerda con cariño su última visita, cuando vino especialmente para la inauguración. “Todavía no estaba para inaugurar. Lo hicimos de caprichosos, sin tener ni gas. Solamente servimos picada de salame mercedino durante el primer mes y medio, y la gente iba igual y llenaba el boliche”, dice. “Ahora ya tenemos gas, y las pizzas están buenísimas. Las cosas que pasan en el bar son espontáneas. Exposiciones de fotos o plástica, gente que lee sus cuentos, presentaciones de libros, dibujantes que van a dibujar. Desde marzo vamos a tener una especie de cartelera cultural un poco más organizada. Por el momento somos gente aprendiendo a tener un bar.” También supervisa que la flamante editorial, con el mismo nombre de la revista, siga en marcha. Al libro Cuadernos secretos, del historietista Horacio Altuna, se sumó uno de su autoría: Conversaciones con mi hemisferio derecho. Y volvieron a establecer reglas propias: tomando el contrato modelo de cualquier editorial, decidieron hacer todo lo contrario. Entre otras cosas, darles a los autores el 50 por ciento, contra el 10 por ciento tradicional. Casciari no para y ya proyecta cosas para el 2013, entre las cuales se vislumbra algo ligado a Orsai en la televisión. Además, acaba de sumarse como guionista a las historietas que Altuna publica en la revista Viva cada domingo.

Pero, ¿vos no habías renunciado a los medios?
–Yo me abro cuando me siento incómodo o estafado. En este caso el contrato es durante el verano y tenemos los derechos de nuestra obra para hacer lo que se nos ocurra después. Yo no me quejo siempre, sino cuando me cagan. Si me respetan, está todo bien.

Publicado en Gacemail, 23/02/2012. Fuente: Radar

Imagen: Revista Orsai

Sunday, February 26, 2012

Voyage héroïque, aventure maudite


Louis Hamelin

Sonny Liston était mon ami
Thom Jones
Traduit de l'américain par Jacqueline Huet et Jean-Pierre Carrasso
Albin-Michel
Paris, 2012, 387 pages

Il y a, aux États-Unis, une littérature de la boxe, avec ses classiques (Cinquante mille dollars de Hemingway, Plus dure sera la chute de Bud Schulberg, Le combat du siècle de Mailer viennent automatiquement à l'esprit) et ses nouveaux auteurs: Craig Davidson (un Canadien) et Thom Jones, entre autres. Entre magouille et rédemption, une vérité propre à cet exercice qui consiste à s'entre-taper sur la gueule pour provoquer une commotion cérébrale chez l'adversaire continue de fasciner, y compris dans le monde des lettres — surtout «américaines», devrait-on ajouter. La boxe, chez les écrivains, est parfois arrangée, parfois illégale, rite clandestin d'une sous-culture de la violence comme les combats de chiens, à poings nus. Elle abrite le «côté obscur de la force» et l'arène où, dans la victoire comme dans la défaite, le mensonge devient impossible.

Thom Jones, né à Aurora dans l'Illinois, donne l'impression d'avoir grandi dans une nouvelle de Hemingway. Son père boxeur se suicide dans un asile psychiatrique. Le fils s'engage dans les marines, monte sur le ring, en amateur. Le port du casque protecteur ne l'empêche pas de recevoir un coup qui lui endommage le cerveau. Épileptique, il se retrouve à l'université pendant que ses compagnons d'armes partent se faire bousiller au Vietnam. En 1973, Jones ressort du fameux Writer's Workshop de l'Université de l'Iowa équipé d'une maîtrise en écriture narrative, l'année, comme par hasard, où un certain Raymond Carver et un certain John Cheever y donnent des cours; ça, c'est quand tous les deux ne sont pas occupés à se cuiter à s'exploser le ciboulot. À partir de là, Thom Jones tourne le dos à Papa Hem et devient un personnage d'une nouvelle de Carver: il prend un boulot de concierge, il écrit, vit dans l'État de Washington, connaît l'obscurité, un tunnel de vingt ans à traverser, avec, au bout, la gloire, ce qui veut dire: avoir son talent découvert par le bon vieux New Yorker, qui lui achète une nouvelle, puis deux, puis trois...

Sonny Liston était mon ami est son troisième recueil de nouvelles depuis The Pugilist at Rest (1993). Pour un homme qui, vivrait-il au Canada, serait en âge de toucher sa pension, même sous le régime de retraite réformé de Stephen Harper (il est né en 1945), on est loin de parler d'une oeuvre très abondante. Mais trois livres, quand on a été rangé, par nul autre que John Updike, parmi les deux meilleurs auteurs de la génération de l'après-Vietnam, et qu'on a remporté le Best American Short Stories Award quatre années de suite et que, pour faire bouillir la marmite, on peut, outre le New Yorker et la bourse Guggenheim, placer des nouvelles dans des magazines qui paient aussi bien que le Playboy, ce n'est déjà pas si mal. Quand Ken Kesey (1935-2001) a cessé, à 30 ans, de faire paraître des livres pendant près d'un quart de siècle, les mauvaises langues ont raconté qu'il avait pris trop d'acide. Jones, lui, a non seulement gobé du LSD (à moins d'être un simulateur très bien documenté...), mais en plus, il s'est fait abîmer l'encéphale sur le ring! Si ça se trouve, on a peut-être juste affaire à un conteur d'histoires, de cette rare race d'écrivains qui préfèrent se taire quand ils n'ont rien à dire...

Sonny Liston est ce champion des lourds que Cassius Clay a expédié deux fois au tapis pour remporter et conserver le titre mondial. On le croise dans la nouvelle qui porte son nom, où il impressionne, à l'entraînement, un jeune Gant Doré du nom de Kid Dynamite, à qui il refile ensuite une photo dédicacée à deux dollars où il est écrit: «de ton ami, Sonny Liston». Comme dans le premier Rocky, le monde de la boxe devient encore plus intéressant quand il nous débarrasse des illusions et enseigne avant tout l'art d'encaisser. Le triomphe peut alors y prendre la forme du simple fait de ne pas se faire complètement démolir, de parvenir à demeurer debout. Kid Dynamite ne sera jamais un Liston et il le sait. Mais il a le choix entre Charybde et Scylla, entre les câbles et l'usine. «Il s'estimait inapte aux études universitaires et connaissait suffisamment la boxe pour savoir que ses perspectives de carrière professionnelle étaient nulles comme l'avaient été celles de son père. On finissait toujours par tomber sur plus coriace et meilleur que soi.»

Les trois nouvelles suivantes, qui forment une suite, font penser au Voyage au bout de l'enfer de Michael Cimino. À l'entraînement dans les déserts du Sud-Ouest américain, un des membres du bataillon attrape un «coucou terrestre» (ou géocoucou de Californie, le fameux road runner) et réussit à réaliser le rêve du coyote du dessin animé: il asperge l'oiseau d'essence et l'immole devant ses camarades frappés d'une muette réprobation, ou carrément indifférents, préfigurant le sort qui les attend tous en Asie. Et les histoires se suivent: un chômeur quarantenaire vit dans le sous-sol chez sa mère cancéreuse à qui il chipe ses comprimés de morphine. Lorsqu'il la découvre morte, il la fout au congélateur, le temps de finir les doses restantes et d'honorer la prescription trouvée dans la chambre. Maladie mentale et pharmacopée composent d'ailleurs le grand thème, celui qui confère, par rapport aux illustres prédécesseurs, son autonomie à l'univers tordu dans lequel évoluent ces nouvelles. Oubliez, de Hemingway à Bukowski, les héros et antihéros adonnés à la bouteille, voici la première expression littéraire absolument convaincante de la psychopathologisation galopante et de la surmédicalisation à l'oeuvre dans notre civilisation du prêt-à-guérir.

Matthew, le Tanguy de 40 ans, très représentatif de la faune humaine qui peuple la quasi-totalité de ces histoires, alterne le café, le «Zoloft», le «Nardil» et les «combinaisons quatre et deux» (quatre comprimés de morphine plus deux Xanax) et sait «qu'on ne peut pas mélanger les anti-dépresseurs classiques avec les inhibiteurs de l'AOM». «Tout le monde est déprimé. Ça fait partie intégrante de l'humaine condition», lui lance sa génitrice, pas longtemps avant de claquer. Dans ce recueil, même les chiens font du diabète et ont droit à la seringue!

Dans une autre histoire de boxeur, le héros, après avoir conquis le titre mondial et connu l'amour fou et reconnu la fatale incompatibilité des deux: «J'aimerais qu'ils sachent que je me suis embarqué pour un voyage héroïque, un voyage mythique, que j'ai occis l'Ouragan de Tasmanie et gagné l'amour de la princesse aux cheveux d'or. Les journaleux de Boxing Illustrated parleront pas de ça.»

Et dans une nouvelle de 90 pages dont la prose enlevée et l'étourdissant dérèglement de tous les sens closent le recueil, on peut lire, comme en écho à cette conclusion: «La perspective de ce qu'avait à m'offrir l'âge adulte commençait à m'apparaître comme une succession d'horreurs — travail, mariage, enfants, et puis le grand âge où un diagnostic serait rapidement suivi d'une longue agonie [...]. Molly n'en disconvenait pas avec moi mais alors même d'elle déplorait la futilité de l'existence sur notre planète, elle exigeait plus de sexe, la chose même qui perpétuait cette satanée aventure.» Thank you, Satan.

Publicado en Le Devoir.com. 11/02/2012

Imagen: Cassius Clay noquea a Sonny Liston por el título

Friday, February 24, 2012

La conversación en Troilo (Entrevista a Martín Kohan)


Christian Kanahuaty

A veces las cosas más importantes ocurren de forma alocada. Tomar un bus un jueves por la tarde y llegar a Buenos Aires un martes, luego de hacer diversas escalas y recorrer parte del territorio que desde siempre nos hicieron imaginar todos aquellos escritores que hicieron de la pampa el territorio mítico del gaucho.

Llegar a Buenos Aires, y llamar a Martín Kohan, ese era el motivo del viaje. No tenía dinero para ir a librerías, no quería ir por Parque Chaz, ni a Plaza Rivadavia, ni siquiera quería conocer Palermo. Solamente quería entregarle en sus manos los ejemplares de Te odio, novela para la que sin conocerme, accedió a hacer el comentario de la contratapa. Kohan, ya en su departamento, me presenta a su esposa y me muestra su biblioteca y charlamos un poco de algunos de los libros que más queremos. De aquellos que nos hicieron escribir los libros que escribimos y los que aún nos queda por escribir. Kohan es amable, pero habla poco y dice lo justo, casi como en sus novelas. Ha ganado el prestigioso premio Herralde de novela con Ciencias morales el año 2007 y el año siguiente, Diego Lerman llevó al cine bajo el título de La mirada invisible, este año, para febrero está prevista la salida al mercado de su nueva novela, Bahía Blanca, una novela de amor que reinventa las formas en las que dos personas pueden llegar a sentir afecto renunciando a lo que más necesitan. Y quizás por ello marca un momento diferente en la carrera de Kohan dedicado en algunos momentos de su vida a rastrear en la narrativa, qué es lo que pasó con Malvinas y con la dictadura de Videla.

Él dice que no se siente cómodo respondiendo a las entrevistas en su propia casa, así que me propone salir. Caminamos y hablamos del sol en Buenos Aires, de las calles que siempre están húmedas y de los vendedores de libros viejos que poco a poco se van quedando ciegos. Para él ese podría ser un gran tema de investigación, pero no le interesa hacerla. Tampoco cojo el anzuelo. Seguimos un poco y llegamos a Trolio. Un bar con aire nostálgico ubicado entre la intersección de dos calles, al 450 de Puerto Rico y Almagro. Entro y como no puede ser de otra manera, ahí está la historia del tango en cada una de sus paredes, bandoneones, fotos de Gardel, Lepeda, Troilo y Varela me flanquean. Hay una vitrola y unas lámparas a gas, las paredes están recubiertas de tablas de madera de cedro y sobre ellas están puestas con diminutos clavos las fotos que voy descubriendo. Las miradas de los que nos ven entrar no dicen nada, se encuentran perdidos en ese fraseo ajustado que hace con su voz de don juan el padre del tango moderno. Kohan me dice que hace tiempo que le perdió el gusto al Tango, pero que ese sigue siendo el mejor lugar para conversar. No me tienta descubrir su estudio en la Universidad de Buenos Aires donde hace más de diez años enseña Teoría Literaria y por eso me siento encantado en ese lugar tenue. Todo muy argentino, todo muy bien. Así que sacó la grabadora digital, la puntabola y la libreta. Martín se ríe un poco, pero luego me dice, vamos, comenzá, estoy listo.

Martín, quisiera empezar por lo que de alguna manera se podrían llamar tus antecedentes, ¿Cómo fueron para ti los años universitarios? Y, ¿qué te impulsó a estudiar la carrera de letras?
Lo que me decidió a seguir la carrera de letras fue notar que no quería que la literatura ocupara en mi vida el lugar que tienen los hobbies: un gusto de tiempos libres. Me vi lector de fines de semana, o lector de vacaciones; como sucede con tantas personas que trabajan en cosas ajenas a la literatura: solamente pueden leer cuando no tienen que trabajar. Yo no quería eso para mí. Yo quería que la literatura atravesara mi vida cotidiana, en vez de quedar relegada a sus márgenes. Y la carrera de letras me aseguraba eso: que la literatura iba a ser mi centro. Disfruté mucho de los años de estudiante: extraño ese tiempo.
Me parece que la vida universitaria tiene sus lados lindos, a mí me pasó, pero sé que ese tiempo se fue muy rápido, a pesar que conservo muy gratos recuerdos y amigos de ese tiempo. En fin, ¿cuáles son los recuerdos más frescos que tienes de ese momento? Y ¿eso tiene que ver con aquello que me decías que una de las cosas que te hubieran gustado hacer era ser vendedor de discos?
Lo que más me gustó de mis años de estudiante es lo que logré conservar de ellos: la posibilidad de pasarme una gran parte del día dedicado a estudiar literatura. En todo caso, en esos años aprendí a hacerlo y verifiqué que una vida así era perfectamente posible.
Lo del vendedor de discos era una broma: yo quería ser profesor de literatura, y lo soy; lo que quise y no pude ser es futbolista.

En ese periodo de formación, ¿Qué significó o significa la figura de David Viñas?
Para mí fue un impacto enorme, inolvidable, haber asistido a las clases de David Viñas. Su carisma y la potencia de su presencia en esas clases no hizo sino reforzar el impacto de sus textos: casi todo lo que yo pensaba que tenía que ser y hacer un intelectual, tiene que ver con lo que David Viñas era o hacía.
Luego de que Viñas nos pusiera nostálgicos, nos pusimos a conversar un poco de música, de Virus, de Soda Stereo, de la vida y casi muerte de Cerati y de cómo se puso todo el mundo en Argentina cuando se enteraron de la noticia. Para Kohan, Cerati representa lo que Charly representó a su generación; pero sabe que a Cerati le tocaron sociedad más complejas y disfuncionales que las que Charly pudo ver a pesar de sus arranques premonitores. Kohan dice por lo bajo que pocos han narrado la Argentina como Charly; pero cuando vuelvo al tema de Cerati me dice que piensa que Cerati tuvo acercamiento más fuerte con ciertas drogas nuevas y con las masas de jóvenes que aún buscaban respuestas y sobre todo, que amplió hasta el hartazgo ese gusto raro de las estrellas de rock por tener a todas las mujeres del mundo a su disposición. Kohan no se siente muy a gusto cuando habla mal de todos aquellos que se supone debería idolatrar.
¿Cómo era Argentina o, quizás sea mejor decir, Buenos Aires, por aquellos años?
En los cinco años que duró mi carrera universitaria, la Argentina cambió, vivió etapas distintas. Ingresé cuando empezaban a declinar las ilusiones del gobierno que ganó las elecciones cuando terminó la dictadura: hacia 1986-87, las leyes de impunidad y el desgobierno económico empezaban a deteriorar el clima entusiasta del ‘83. Para cuando terminé la carrera, en 1991, la mentira y la frivolidad del menemismo ya imperaban, y lo harían por varios años más.
Kohan no fuma, así que habla de una forma pausada y cauta. Toma se café sin prestarle mucha atención al sabor. Me mira y no sé si quiere terminar la entrevista cuanto antes o quiere darme todo su tiempo y no encuentra la forma de decirme que me ponga tranquilo. Que él está ahí para responder a mis preguntas. Así que continúo.
Me gustaría saber, si en algún momento de tu formación académica pensaste en dedicarte a la ficción. A ser tú mismo un escritor, ¿querías ser escritor o es algo que fue formándose de a poco en tu trayectoria? ¿De entre los escritores argentinos que tuviste la oportunidad de leer por primera vez, de cuál de ellos guardas un mayor cariño?
Nunca quise ser escritor, pero siempre quise escribir. Y siempre lo hice. Cursando la carrera de letras leí por primera vez a Juan José Saer, a Ricardo Piglia, a Manuel Puig, a Marcelo Cohen; escritores decisivos para mí.
Ahora bien, para entrar en materia, me gustaría decirte que algo que me emocionó mucho cuando leí Dos veces junio es la mirada que tienes sobre todo lo que pasó en Argentina tras el golpe del 76, ¿de qué modo decidiste contar esos ecos del golpe dentro el contexto del Mundial de Fútbol?
Revisar las premisas y los valores del patriotismo, ponerlos en cuestión o parodiarlos, es algo que me interesó sostenidamente y que busqué hacer, de maneras diversas, en distintos libros. El fútbol suele formar parte de esa maquinaria que sirve para producir fervores patrios. En Dos veces junio decidí detenerme en una noche de derrota; situar la acción en la noche en que Argentina pierde un partido (el único que perdió), para suscitar una atmósfera de pesadumbre: lo contrario del clima festivo que quedó como recuerdo del torneo ganado.
Muchos creen que hablar de temas políticos dentro de la literatura no sólo que resulta ser anacrónico, sino que se convierte con el tiempo en un juego peligroso y conflictivo tanto para la ficción como para la política. ¿Crees que esto es así o piensas más bien que habría otra forma de resolver la relación literatura-política dentro del texto narrativo?
Creo que es cierto que existen fórmulas reductivas y repetidas en la puesta en relación de literatura y política: novelas de “mensaje”, realismos previsibles, la reducción de la literatura a funciones de constatación o de expresión de certezas. A mi entender conviene apartarse de esas variantes. Pero eso no implica sacrificar la propia relación de literatura y política. Más bien exige buscarla con otra clase de formas; es lo que intento hacer en Dos veces junio.

Hay un espacio de fuga de ese reduccionismo que mencionas y creo que es el que se abre cuando aparecen novelas tuyas como Museo de la revolución donde a mí me pasa que la historia de los dos personajes –Norma y el agente literario-, se convierte en algo mucho más íntimo y fuerte que la lectura del texto que están realizando. Y en Ciencias Morales, pasa que encuentro aquella micro estructura del poder en el colegio. El colegio me parece que fue un escenario perfecto para establecer esa relación entre el poder y el control. ¿Esas fueron saliendo solas o te diste cuenta que eran ya parte de un proyecto narrativo mayor? Pero, ahora se me ocurre, ¿por qué utilizaste la figura de una mujer para mediar todas esas relaciones de poder, saber y control? ¿Qué esperabas encontrar?
Admito que las novelas se van sucediendo y las voy pensando una a una, y no como parte de un proyecto literario o proyecto de “obra” más integral. Luego fatalmente hay recurrencias, insistencias, líneas de continuidad o elementos de integración, coherencias espontáneas, digamos. Pero al pensar un texto no pienso más que en ese texto.
Así también, pensé a esas dos mujeres por separado: cada una según las necesidades de cada texto. Según creo, se oponen. De hecho, una es victimaria y la otra es víctima. Una es la que sabe todo lo que pasó (la única que sabe todo lo que pasó) y la otra es la que no termina de saber ni siquiera lo que pasa consigo misma.
Ahora, que han pasado los años y también las publicaciones, quisiera que hablemos sobre dos cuestiones más, la primera tiene que ver sobre la forma en que ves y evalúas la literatura en Argentina en los últimos 10 años, y si entre toda la nueva generación de escritores encuentras algunos que te motiven a seguir escribiendo o que te hagan sentir que tienes algo que compartes con ellos.
Hay muchas cosas que me interesan muchísimo en la literatura argentina de estos años. Y me siento cerca de muchos escritores que tienen con la literatura y con la lengua una relación semejante a la que tiendo a tener yo mismo (independientemente de que después nuestros textos efectivamente se parezcan o no). Para mencionar sólo a algunos de los que tienen más o menos mi misma edad o aparecieron posteriormente: Juan José Becerra, Gustavo Ferreyra, Damián Tabarovsky, Luis Sagasti, Jorge Consiglio, Aníbal Jarkowski, Hernán Ronsino, Pola Oloixarac, Tatiana Goransky, Gonzalo Castro, Iosi Havilio, Matías Capelli, Ramiro Quintana, son autores que leo con entusiasmo.

Terminamos la entrevista. Salimos de Troilo y caminamos ya bajo las luces de algunas farolas que persisten en quedarse a asistir al fin de los tiempos. Kohan me dice que la pasó bien, que no le gusta mucho dar entrevistas. Me dice que no olvide llamarlo la próxima vez que esté por Buenos Aires, quiere mostrarme más lugares de la ciudad. También, asegura, le agradaría que asista a una de sus clases en la UBA. Pero yo sólo le puedo decir que lo mantendré informado de mis movimientos. Me estrecha la mano en las puertas del edificio donde todo empezó. Me da las gracias por los ejemplares de mi novela que le traje de regalo.
Camino de nuevo por esa avenida y no me preocupo en mirar a ningún lado. Tengo que volver a la estación y dormir en uno de los hoteles que hay cerca, a la mañana siguiente regreso a La Paz. No quiero ver nada. Estoy en la ciudad que siempre quise conocer y no me importa. Quizás, las palabras de Kohan han calado más hondo de lo que yo imaginaba: a veces es mejor quedarse con la idea de las personas y de las ciudades que la literatura nos ha dado. Quizás, dice Kohan, suceda que cuando veámonos las cosas tal como son, no nos gusten. Sí eso es así o no, no me interesa averiguarlo. Pienso que es posible que en cierta literatura esté la respuesta.

Febrero 2012

Imagen: Christian Jiménez Kanahuaty

Thursday, February 23, 2012

Caminho como uma casa em chamas


Passei meses muito difíceis entre agosto e metade de dezembro: não era capaz de escrever uma linha que fosse e o desespero e a falta de sentido da minha vida aumentavam quase hora a hora. Tinha acabado um livro muito bom, composto em meia dúzia de meses com uma facilidade pasmosa, coisa que desde a Explicação dos Pássaros não me acontecia, um milagre e um mistério cujo mecanismo desconheço, pensava
- Agora sei como se faz um livro
e, ao tentar recomeçar, nem uma palavra. Conseguia compor as crónicas da Visão, a tropeçar em cada linha, mas, assim que puxava o bloco do livro, tudo me desaparecia da cabeça e da mão. Pensava
- Sequei
em certo sentido alegrava-me que tivesse acabado bem, pensava
- Se calhar pus tudo neste último texto e acabou-se
mas o facto de não me sair nem uma letra começava a dar cabo de mim. Para quem, desde que se conhece, joga a sua vida neste tabuleiro e sempre cortou todos os pescoços que se interpunham entre si e o seu trabalho, sem culpabilidade nem hesitações, era uma situação muito complicada. Todas as manhãs me sentava disciplinadamente à mesa, todas as noites me levantava dela com a página em branco. Não há aqui o menor exagero: com a página literalmente em branco. De longe em longe conseguia umas frases, animava-me
- Se calhar encontrei
e não encontrava fosse o que fosse: as minhas pobres tentativas acabavam no lixo. Nunca me ralei com aquilo que os outros pensam do que ponho no papel, a certeza da importância do que produzo é inabalável, disse exactamente o que queria dizer e como queria dizer, chegando ao que pretendo após múltiplas versões. Não redijo com facilidade, é-me muito penoso alcançar o que tenho de alcançar para me sentir em paz, mas jamais me sucedera não lograr uma linha que fosse, um esboço de texto sem possibilidades internas, um oco de banalidades, uma ausência de alma. Imaginava
- Vou escrever crónicas só, não dou para mais nada
embora a minha atitude, em relação às crónicas, se haja alterado. Parece-me poder utilizá-las como laboratório ou itinerário paralelo, colocar nelas o que os livros rejeitam, exercitar a mão. Estou muito grato à Visão pelo espaço que me dá e pela delicadeza e elegância com que sempre me tratou e sinto-me, também, a pagar uma dívida de reconhecimento. Enquanto me quiserem ter-me-ão com eles. A não ser, claro, que a capacidade de construir crónicas desapareça, conforme desapareceu, durante meses, a capacidade de construir livros, o que é menos provável dado que as crónicas se movem à superfície das coisas e os livros são peixes de águas profundas, às quais não possuo um acesso consciente: numa crónica eu sei o que vou escrever. Num livro escrevo, cada vez mais, o que o próprio livro me dita ou, expresso de outra maneira, nas crónicas falo e nos livros escuto. Por isso cada vez mais se me afigura que um livro é precário, depende de factores não relacionados com a minha vontade consciente, regidos por princípios e leis a que não tenho acesso. Para criar torna-se necessário que estejamos, ao mesmo tempo, por fora e por dentro do texto, como acontece com os bons leitores, infelizmente tão raros. Eu pasmo com as senhoras e os senhores que alinham resenhas críticas nos jornais, pasmo com a sua petulância e a sua patetice e, sobretudo, com o profundo desconhecimento da coisa literária, expresso em afirmações absurdas. Mas nada disso me parece significativo diante do mistério da arte, que requer humildade, atenção e amor. O que é importante para mim é que eu escreva, porque, se for capaz de escrever, tenho sempre razão.
Portanto, voltando ao princípio, aguentei cerca de seis meses horríveis, na certeza de haver perdido a capacidade de escutar vozes secretas e não me sobrar fosse o que fosse. Os meus amigos continuavam a viver e eu parado. Um dia, a meio de dezembro, comecei a desenhar uma casa e percebi que era o início do livro. Uma casa com telhado, chaminé, uma antena de televisão. Era o início do livro mas ainda não era o livro. Desenhei mais quatro ou cinco casas, com inquilinos de um lado e do outro, até ao quarto andar. A seguir entendi que lhe faltava o sótão e desenhei o sótão. Depois, a pouco e pouco, os diversos apartamentos foram sendo habitados. Depois, a pouco e pouco, os habitantes principiaram a mudar. Depois apareceu uma frase, Caminho como uma casa em chamas, e dei-me conta de ser o título, mas continuava a não acreditar muito naquilo. Depois ensaiei o primeiro borrão do primeiro capítulo, cheio de medo e dúvidas: lixo. Um segundo borrão: lixo. Um terceiro: lixo. Depois recuperei o terceiro borrão do lixo e comecei a refazê-lo, uma, duas, três vezes, a perguntar-me
- Será isto?
a responder-me
- Não deve ser isto mas vou continuar
sem que a qualidade do texto me interessasse: a única coisa que me interessava era se haveria ali a espessura que queria. O capítulo número dois passou pelos mesmos tratos de polé e, a meio de uma correção pareceu-me que a obra tinha, finalmente, chegado. Fiz o primeiro borrão do capítulo número três e acabei, há horas, o primeiro borrão do capítulo número quatro. E vou continuar até ao fim com um borrão apenas, para refundir tudo a seguir, caminhando como uma casa em chamas num nevoeiro ardente de palavras. É capaz de ser o livro, meu Deus, daqui a sei lá quantos meses saberei se é o livro, saberei se sequei ou ainda tenho vida em mim. Até essa altura a incerteza, o cagaço. Esta crónica não deve ser muito interessante para o leitor, trata-se do mero relato de um homem às aranhas com o seu trabalho. Achei que tinha obrigação de o partilhar com vocês: afinal de contas são os meus cúmplices e têm o direito de saber o que se passa na oficina, como dizia o Zé Cardoso.
- É preciso que a gente sofra para o leitor ter prazer
insistia ele
- É preciso que a gente sofra para o leitor ter prazer
e, como em muitas outras coisas, é capaz de estar certo, o sacana. Aqui entre nós faz-me uma falta do caneco. Tenho saudades tuas que me farto, meu malandro.

Revista Visão (Brasil), 23/02/2012

Sunday, February 19, 2012

Nocturno paceño


Miguel Sánchez-Ostiz

Ahora que es noche cerrada en La Paz, el cielo parece venirse abajo en truenos, relámpagos y un aguacero que acoquina. La ciudad está podrida por el agua y se viene abajo. Hay barrios enteros en alerta por estas lluvias que no cesan. Aquí las lluvias del verano traen frío y muerte. Estos están siendo días muy agitados, de muchas idas y venidas por la ciudad, de asuntos que se quedan pendientes. El tiempo corre y falta por mucho que lo mimes, y Ella Fitzgerald canta Solitude. Hoy, es decir ayer, que es domingo de carnaval, todavía aquí, estuve en nuestra tertulia dominical. Se habló de muchas cosas: del tesoro de La Mercedes que llegará a España la próxima semana, del pujo gubernamental por “descolonizar” el país y la ciudad de paso, derribando todo lo que huele a español, en concreto una casa de hace más de doscientos años donde quieren construir un Palacio del Pueblo y que es un atropello arquitectónico de primer orden; de cómo el presidente del Estado plurinacional habría sostenido que los derechos humanos perjudican la formación de los soldados y aparecido en una tribuna soltando unas coplas carnavalescas bochornosas… pero sobre todo hablamos de algo que al menos a mí me preocupa y mucho. No voy a ocultar que para mí es un amigo muy querido, pero al margen de ese detalle que invalida el juicio o cuando menos lo mediatiza, Claudio Ferrufino-Coqueugniot es un autor literario valioso –hace poco ganó el premio nacional de novela que publica Alfaguara por Diario secreto– y un columnista fogoso, valiente, nada derechoso, pero abiertamente antigubernamental, cuyos artículos publicados en varios periódicos bolivianos han acabado molestando al gobierno, de manera que, al margen del derecho a replica que pueda asistirle, los ataques públicos que acaba de padecer, haciendo depender la calidad literaria de su novela de sus ideas políticas, y que piden implícitamente su cabeza, ponen en tela de juicio hasta donde llega la libertad de expresión o si aquí también entramos en el terreno de lo políticamente correcto y del discurso domesticado. Penoso y para mí inquietante. No puedo menos que acordarme de Cioran cuando hablaba de aquellos ángeles que anunciaban el paraíso con trompetas y acababan haciéndolo con metralletas. Al menos sé que no está solo, aunque eso ahora mismo no signifique gran cosa… estaba pensando que Manuel Mújica Laínez en su Viaje de los siete demonios, en lugar de hacer descender al demonio de la gula en el Potosí del general Melgarejo, debería haber hecho descender el demonio de la inbidia en esta ciudad que el agua amenaza con llevársela por delante a fecha fija.

Publicado en VIVIR DE BUENA GANA, blog del autor, 20/02/2012

Imagen: La Paz de noche/Fotografía de Miguel Sánchez-Ostiz

Monday, February 13, 2012

CRÓNICAS DESDE LOS SOCAVONES DEL DIABLO


Darwin Pinto

De la boca del diablo sale el humo azul de seis cigarros sin filtro que terminan en una punta de brasa roja.
De la boca verde y sin dientes de los mineros que le rinden tributo en las profundidades de las minas de plata de Potosí, sale un vapor helado y blanco con olor a coca que se pega a la piedra cortante de las minas, piedras heridas a fuerza de dinamita y martillazos desde hace siglos.
“Ese humo sale de la gente cuando el fuego de la vida se va apagando en los pulmones”, dice Joan Puma, minero de 35 años que parece de 60, que ha llegado junto a 12 colegas a la gruta del diablo a pedirle que acepte a un nuevo minero.
Arrastrándose entre las galerías de roca filosa, cuyos bordes hambrientos hacen harapos la ropa y cascos de los mineros, éstos hombres y sus abuelos han arañado las piedras para no caer en los abismos que se abren como bocas feroces en el suelo siempre mojado de las galerías subterráneas y han llegado hasta este espacio pacífico en el fondo de la tierra donde rendirán su tributo de coca, cigarros y alcohol al diablo.
Así, el ángel rebelde vencido por el Dios de los blancos, y condenado a vivir en las minas oscuras, les dará más vida, más plata y los protegerá en los pasadizos oscuros, de los derrumbes y gases venenosos que, sólo en 2002, cobraron 30 vidas de mineros, según dice Puma.
“Dios no se acuerda de las minas porque, como el infierno o los muertos, estamos bajo la tierra. La cristiandad se acaba hasta donde llega la luz en la entrada de la mina. Ahí está el Tatacajchu, una cruz que evita que el diablo se salga del cerro, pero que no sirve de nada cuando en carnaval el Tío va a la ciudad a celebrar su cumpleaños. Entonces los mineros sacan esa cruz en procesión para proteger a los potosinos de las travesuras del ángel malo”, agrega Puma, cuyos antepasados, según dice, emergieron del cerro como topos de piedra para construir la independencia de Bolivia (1825), para defenderla de Chile (1879), pelear contra Paraguay (1932), construir la revolución de 1952 y resistir a las dictaduras en el cerro sagrado, donde los hombres de las minas se reúnen desde hace siglos para ganarse la vida y la muerte.
“Pijchando frente al diablo se incubaron las ideas de resistencia a las dictaduras, porque aquí, si los espías entraban, el Tío los perdía en los túneles subterráneos. Para hallar la salida, se hace un ritual en el que el Tío acepta o no al intruso”, agrega Aldo Quino, minero de manos de piedra y ojos que ven donde los otros no ven.Para hacer un ritual de iniciación de un nuevo minero, los obreros de las profundidades se han reunido. Wilber Choque entra por primera vez al cerro. Su padre ha muerto por un derrumbe, y como hijo mayor, tiene el orgullo de tomar el lugar del fallecido. Para eso debe ofrendar su mejor coca, alcohol y cigarro al diablo. Si éste lo acepta, entonces encontrará las apetecidas venas grisáceas de plata entre las tripas de piedra abierta del cerro. Si no, deberá irse de inmediato.

Mientras el aprendiz se prepara para esta iniciación, el diablo mira con sus ojos transparentes (dos bolas de vidrio), al resto de los mineros que comparten la coca, el alcohol y el cigarro. Tiene la boca y nariz negras por el hollín de los cigarros de ofrenda y sus bíblicos cuernos de chivo intimidan a los presentes, mientras sus puntiagudas orejas se aguzan para atrapar los lamentos de indios muertos a latigazos en el pasado, y los suspiros de los vivos que fluyen como agua entre los laberintos asfixiantes de las minas. Tiene las manos expertas en cavar la piedra, puestas sobre sus rodillas, y en los pies lleva botas de minero. El diablo (los aimaras no podían decir Dios y decían Dío, de ahí degeneró a Tío), es también un minero, por eso bebe, coquea y fuma. Pero no trabaja, él cuida.
El diablo de la mina, hecho de arcilla y pintado con ocre del cerro por el minero más viejo, es una mezcla entre la religión cristiana y andina. Tiene el rostro europeo, ojos claros, nariz aguileña y barbas. Es un español enano, rojo y con cuernos. Así los mineros vengan a sus antepasados mitayos, muertos a latigazos en las minas, donde ellos ahora arriesgan la vida. Para seguir burlándose, los obreros del cerro llaman al diablo con nombres españoles como Jorge o Juan. El toque andino en el Tío de la mina es su pene de barro, que simboliza la fertilidad del cerro.
El ritual de iniciación empieza. El comensal minero echa alcohol en los ojos del Tío para que éste le haga ver la plata entre la piedra; le moja los hombros, para que le dé fuerza al cargar el metal; le llena de alcohol las manos, para que el Tío guíe las suyas sobre el mineral y le echa alcohol al pene, para que el Malo fertilice a la Pachamama. Así habrá más plata.
El minero primerizo, también lleva grasa de llama para obtener una salud capaz de soportar los peligros de la mina, un sullo (feto) de llama para la fertilidad; y serpentina de carnaval, para alegrar al diablo.Luego de la ofrenda, el iniciado pide permiso al Tío para beber alcohol, y lo pasa a los mineros siempre por la derecha, para conseguir su amistad. El más antiguo de los mineros, reparte la coca por la derecha, y los otros la reciben extendiendo ambas manos en señal de gratitud. Recibir la coca con una mano, significa desprecio. “Por la derecha, porque hacia ese lado gira el mundo y el brazo derecho es fuerza y vida”, señala Juan Carlos Genio, guía que nos ha metido por túneles estrechos como cuevas de animales hasta llegar a la gruta del ritual. Los socavones han cambiado. En la colonia eran rectilíneos y amplios con arcos de medio punto sosteniendo las galerías.
En la república, las galerías se volvieron caóticas e incómodas y se construyen a medida que el minero persigue la vena de plata a punta de dinamita.
En el ritual, los mineros leen su suerte en la coca, cuya cara superior es lo bueno y el reverso es lo malo. Pasan la lengua por la hoja, se la pegan a la nariz, soplan por la boca, y según del lado que caiga la hoja, la respuesta será positiva o negativa. Piden permiso al Tío para la primera fumada con la que pedirán un deseo. Luego colocan el cigarro en la boca del ángel caído. Si el diablo se lo fuma todo y deja ceniza blanca, ha aceptado al minero. Si lo deja a medias y con la punta negra, entonces el primerizo ha sido rechazado y debe dejar la mina, si no, los más de 10.000 diablos del cerro lo perseguirán en la oscuridad para siempre.En todo el ritual, los obreros han estado pendientes a la flamita de acetileno (mezcla entre el carburo de calcio y agua) que les alumbra el camino y les bailotea en los cascos. “Si ese fueguito se apaga, debemos salir corriendo porque hay gases venenosos mortales que se forman cuando el óxido de algunos minerales se combina con el agua que escurre por las paredes”, explica el guía.

La coca, además de ser clave en el ritual, también sirve como filtro de los gases nocivos, atrapando en su textura las partículas del gas, que luego es expulsado con los escupitajos del pijcheo. Pero la coca también sirve para darle la hora al minero que pasa todo el día en la oscuridad de los socavones. “Cargamos un bolo al entrar a la mina en la mañana, cuando se seca en la boca salimos y ya es mediodía”, explica Fulgencio Lora, y remata que hay obreros que tienen una numerosa familia y trabajan hasta 24 horas corridas sin alimentarse, ni tomar agua, soportando la desnutrición. “La coca es lo único que consumimos y por eso la queremos tanto”, dice. El contacto con el asbesto les produce cáncer de pulmón, por lo que la vida activa de un minero es de 15 años, y su esperanza de vida es de 45 años.

Según los mineros más veteranos, antes la pureza de plata era de 90%, hoy es del 5%. Por ello cada grupo de cinco mineros junta 8 toneladas de mineral, que llega a tener un costo de entre Bs 600 y Bs 1.500. Mientras los adultos se revuelcan en combates diarios para ganarse unos pesos, los niños también. Los pequeños se sorprenden de todo. Miran con asombro la cámara fotográfica, tocan con curiosidad de gatitos la grabadora, y luego, estos niños de entre 5 y 12 años, se acuerdan de que deben vender en Bs 5 esas piedras de colores que extraen de la mina, para que haya algo que cenar en la casita de adobe alumbrada por un mechero de acetileno, en el campamento cenizo a los pies del cerro.
Pero si se sorprenden del color de ojos de los turistas y de que la gente tenga pelo en la cara, más se sorprenderían de saber que la minería que ellos practican, junto a la prostitución y la zafra cañera, son las tres peores formas de explotación infantil según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Esta entidad afirma que en el cerro de Potosí trabajan unos 6.500 niños de entre cinco y 16 años.A Carlos, lo encontramos perforando a mano la piedra para poner una dinamita. No contesta cuál es su edad, luego responde: 22. Un conocido de él, por lo bajito desmiente: “Tiene 16 años. Dice que tiene 22 porque está prohibido que menores a esa edad trabajen aquí”, señala.
Según el alcalde de Potosí, René Joaquino, con $us 1,5 millones, una ONG de EE.UU. aplicará un proyecto de erradicación del trabajo infantil. Joaquino reconoce que será difícil sacar a los niños de las minas porque “tienen mentes de hombres”, que preferirán ganar los Bs 200 que ganan a la semana para ayudar a sus familias en las minas, en vez de perder tiempo y dinero sentados en una escuela. “Van a la escuela cansados, se duermen y odian el estudio porque no entienden. A los 15 años se casan, a los 18 tienen hijos que harán lo mismo que ellos”, dice Joaquino. Para cortar este círculo, agrega que darán desayuno y capacitarán a los menores en plomería y carpintería.
La desnutrición facilita que la contaminación producida por las cabezas de ingenio causen diarrea y vómito a los niños. “En la mina Pailaviri hay un 40% de niños desnutridos y en las escuelas todos tienen bichos. Los animales beben agua contaminada, y luego esa carne la comen los niños”, agrega el titular de salud municipal, Manuel Canaviri.¿Y qué querés ser de grande?, preguntamos a Walter, un vendedor de piedras del cerro: “Minero como papá”, contesta cansado y feliz.

Pachamama contra la mujer por amor al Tío
Las mujeres tienen vetado el ingreso a los socavones porque, según dicen los mineros, son portadoras de mala suerte para la explotación de la plata.En realidad, tal prohibición se debe a una cuestión de celos. Según la tradición, si una mujer entra a la mina, el diablo puede enamorarse de ésta y dejar de fecundar a la Pachamama (madre tierra), lo que causaría una escasez de plata.Si, en cambio, el Tío no se interesa por la mujer que entró en el cerro, entonces la Pachamama puede sufrir un acceso de celos y dejar de abrir sus entrañas para que el diablo la fecunde. En cualquier caso, los que salen perdiendo son los labradores de la panza del cerro, que en el pasado han sufrido la sequía del mineral y lo han atribuido a la presencia de alguna mujer en los socavones, según afirman los propios mineros que guardan con celo, esta tradición. Pero cada regla tiene su excepción.“Hubo casos en los que el minero moría y sólo dejaba hijas, por lo que la mayor debía tomar su lugar. Entonces el diablo veía a la mujer como un minero y no intentaba seducirla, como dicen que ha pasado en Potosí, donde mineros le han regalado mujeres vivas al diablo, a cambio de abundantes vetas de plata”, dice Zaida Marka, hija y esposa de minero, que observa a sus niños mientras estos venden trozos de minerales a los turistas en las bocas de mina del cerro. En la colonia, los españoles impedían que sus mujeres entren a las minas para que no vean y se impresionen con el trabajo inhumano que realizaban los mitayos (indígenas) en la extracción de la plata.“Cuando el diablo se emborracha, la Pachamama le suplica que salve a sus hijos mineros de los derrumbes. El la complace y la fecunda”, concluye doña Zaida.

Del blog NUEVO PERIODISMO PUNTO COM, del autor, abril, 2008

Imagen 1: René Darwin Pinto
Imagen 2: El Tío

Bui Chat, el editor clandestino


En Vietnam hay censura, asegura Bui Chat, flamante ganador del Premio Libertad de Publicación 2011, que todos los años otorga la Unión Internacional de Editores. Tiene 32 años y otro nombre, con el que publica en la otra editorial autorizada por Hanoi. En 2002 Bui Chat decidió dejar de lamentarse por no poder publicar su poesía. Entonces creó su falsa identidad y el sello Giay Vun, con el que además publica los libros que el gobierno vietnamita no autoriza o que las otras editoriales rechazan. En particular de historia y sociología. Hay, entre ellos, libros sobre la guerra, claro.

Para eso tiene que recurrir al mercado negro y pagar extra para que las imprentas se hagan cargo de sus libros. “Hay un nuevo amor, por el libro, por los derechos humanos, por la libertad”, asegura. Estuvo preso y cada tanto tiene que escapar al campo.

En Vietnam –dice- hay alrededor de 20 editoriales independientes, clandestinas y similares. Todas tienen un circuito de distribución rápido y conviene que los editores no sepan con demasiada exactitud el paradero y el modus operandi de los distribuidores de todo el país. “Así se protegen los canales de distribución”, dice Bui. Todo el movimiento es subterráneo”, sentencia. No hay prensa, ni mails, sólo libros.

Tal vez este premio, que lo llena de orgullo, termine por perjudicarlo. Mientras tanto con los 5000 francos suizos del premio que este lunes le entregarán el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri y su ministro de cultura, Hernán Lombardi; los repartirá entre colegas independientes y clandestinos para seguir editando libros.


Aquí un par de versos de un poema suyo traducido al inglés, poesía militante y anticomunista.

What is communism hell knows, but for sure…

After communism is innocent long days with
no diverting path
After communism is holding high your head
After communism you go without coming back
After communism some people is sad and disoriented
After communism is destiny
After communism so far nobody knows

Revista Eñe, abril 2011

Imagen: Manuel Alvarez Bravo/Libros, 1930

Sunday, February 12, 2012

De Antofagasta a La Paz/Un recorrido de León Felipe


Por: Lupe Cajías

Líber Forty es una de las pocas personas que recuerdan el paso del poeta español León Felipe por La Paz, por Bolivia en 1947. Ambos estaban relacionados por su ideario libertario y por su amor al teatro.

Forty, argentino de nacimiento y tupiceño desde edad escolar, había retornado al país en 1946, después de recorrer el mundo con sus alpargatas de anarquista y croto. El aviso invitando a una obra dramática, auspiciada por el Club The Strongest, decidió su permanencia en el pueblo sudchicheño de su infancia y la fundación del elenco teatral y cultural Nuevos Horizontes.

León Felipe era el nombre acortado de Felipe Camino Galicia de la Rosa, nacido en España en 1884. Hijo de un notario, estudió para farmacéutico y como agente de medicamentos inició su vida errante, casi al mismo tiempo que actuaba de cómico en compañías de teatro. Pronto, su camino lo llevó por los versos y por una vida bohemia alejada de su propia profesión.

A inicios de los años 20 fue a vivir a México, aquella ciudad esplendorosa de arte y creación y fue parte de su ambiente intelectual. Retornó a su país como militante republicano. Después de ser perseguido, fue asilado en su segunda patria, México, donde murió en 1968. Es considerado parte de la Generación del 27, como se reconoce a varios otros poetas, novelistas y filósofos de la España antes de la Guerra Civil.

León Felipe fue reconocido por el gobierno mexicano como embajador de la República Española en el exilio, y en esa calidad viajó por varios países latinoamericanos. No tenemos datos para suponer que llegó a Bolivia en misión oficial, probablemente ni siquiera sus colegas escritores lo reconocían. Aunque ya era una persona mayor, todavía no se valoraban sus versos libres, casi de prosa, como autoría de un poeta mayor.

Él llegó a Bolivia en una época de grandes conflictos sociales, poco después de la aprobación de la Tesis de Pulacayo y en vísperas del largo sexenio de revueltas mineras y agrarias. En su encuentro, Forty regaló a León Felipe copias de los artículos de otro anarquista, Rafael Barrett, ligado a las luchas en los yerbales paraguayos y uruguayos, que tanto influyó en las federaciones obreras bolivianas (paceñas, orureñas y tupiceñas).

El 30 de enero de 1947 León Felipe atravesó la frontera. Aprovechó el paisaje para escribir, seguramente a mano alzada, en un papelito que luego imprimió la biblioteca clásica y contemporánea de Editorial Lozada (Buenos Aires, 1957).

El poema lleva por título “De Anfogasta a La Paz; en el tren” y un añadido final: ¿en Chile?; ¿en Bolivia? Como en buena parte de su obra, acá también aparecen el viento, la luz, la nube. Felipe es el poeta caminante, el trovador sin patria y sin banderas, el croto que viaja libre porque no tiene casa ni propiedades ni residencias.

“Va el tren como un gusano, empujado por el viento.

El Viento le grita,

Le aúlla,

Le aguija

El Viento es un gigante burlón que persigue a los trenes

Por las cordilleras solitarias

¡Corre, gusanito!...¡Corre que te pesca!

Huyo…huyo…huyo…

Voy huyendo del mar y del Viento

Quiero salir del alarido

Y del sollozo…

Volver a la nube…

Hay una nube quieta allá arriba, que me aguarda.

(…)

Desde esta ventanilla que enmarca el paisaje

Dentro de unas leyes rígidas…de orden andino,

Cósmico, primario…metálico…

Ser nube…y luego hombre…¡Ésta es la ronda:

Hombre…y después agua otra vez…Agua!

Agua esterilizada…y luego ¡Lágrimas!”

Sigue el poema asombrado por el paisaje de sal y de nieve, y el viento y la luz limpísima, otra vez la nube, el viento, la luz, la nube, la lágrima. “Quiero mirarlo todo ya, otra vez…ciego…¡ciego!, desde los ojos vacíos de la nada”.

León Felipe no es el único forastero que resuelve en versos el impacto que le causa contemplar el paisaje/espejismo del altiplano boliviano. Recordemos las odas del colombiano William Ospina a La Paz, cuando llegó a la ciudad de luz el 2001. O al poeta y escritor chileno/croata Antonio Skármeta, quien también partió en un tren desde Antofagasta hasta Oruro en su primer viaje de aventuras y de amor juvenil.

Quizá sería útil reunir en un solo volumen a todos esos autores como parte del nuevo Festival Internacional de la Poesía que ya anuncia para mayo, en Oruro, el poeta cruceño Benjamín Chávez. Festival que ha dado lugar a otras composiciones sobre Bolivia.

lcajiasmca@gmail.com

Publicado en La Ramona (Opinión/Cochabamba), 12/2/2012

Imagen: León Felipe

Saturday, February 11, 2012

Crónica de otro mal día


Pedro Albornoz

El día comenzó como cualquier otro, ni siendo bueno ni malo. Pero a medida que progresaban las horas mi humor fue empeorando, a tal punto que cualquier cosita mínima amenazaba con hacerme estallar.
Como la persona aburrida que soy – adoro la rutina, lo predecible, lo controlado – disfruto de lo cotidiano. Hacerme el café por la mañana, con un chorro de leche evaporada y un toque de más de azúcar; pensar en cosas nuevas para diseñar mientras voy a recoger a mi madre para llevarla al fisioterapeuta, la charla tranquila con ella mientras navegamos el intenso tráfico de la ciudad, aprovechar el tiempo que tengo libre en su terapia para ir al mercado a beber un vaso espeso de linaza caliente con un chorro de limón, hacer mi primera llamada de la mañana para intercambiar algún pedazo jugoso de chisme o simplemente para decir “hola”, o, mejor aún, recibir un mensaje de texto de alguien que amo, estas cosas bastan para hacer que la mañana sea perfecta y mi día sea bueno, pero no hoy.
Hoy simplemente me pareció haber sido diseñado para tocar todos aquellos botones que tengo que desatan mi modo Hiroshima.
No fue una cosa específica, creo. Es posible que hoy mi indicador de “Cotidianidad” llegó a niveles extremos de peligro. No pude continuar la lectura de mi libro, no pude beber mi linaza, y perdí mi primer puesto en la fila para comprar boletos de avión porque mi limón decidió cambiar de parecer y comprar en Aerosur sólo para llamarme diez minutos después para pedirme que volviera a BOA para comprar los pasajes. Y claro, ahora yo era el número 25 en la fila.
Por si acaso, tomé la ficha 49 (el contador estaba en 25) y decidí llevar a mi madre a casa en lugar de hacerla esperar sólo dioses saben cuánto tiempo. Al volver, estaban atendiendo al número 52. Si sólo llegaba cinco minutos antes. Sólo cinco. 5. V. Five.
Cinco.
Tomé otra ficha, esperé que atendieran a veintipico otras y cuando me tocó, hubo problemas para cobrar la tarjeta. Luego hubo problemas en la impresora. Y luego la vida simplemente mandó toda sutileza al diablo y decidió cortar todo el sistema informático. Me quedé mirando a la secretaria con mi cara más boba hasta que comenzó a persignarse de puro miedo.
Creo que ése fue el mejor momento de mi mañana.
Y luego decidí que me merecía un pequeño detalle: merecía cocinarme un gran almuerzo, una feijoada descomunalmente deliciosa con arroz blanco y mucha calabresa. Luego de comprar las costillas de cerdo, me topé con una pirata de DVDs increíble: tenía, ignorando su valor, una de las películas más difíciles de conseguir en Bolivia (lo sé, la busco desde hace años), El Juego de Lágrimas (the Crying Game) con subtítulos en español! Oh, mi día comenzó a cambiar! ¡Alegría!¡Aleluya! ¡Albricias!
Al diablo con las albricias, ¡esto merecía vodka!
Ahí fue cuando me di cuenta que la llanta que había mandado a inflar hace un par de días estaba baja. Pasé un par de décadas bajo el sol hasta que finalmente me arreglaron la goma y fue ahí que me di cuenta que en lugar de darme El Juego de Lágrimas, la pirata me había dado El Juego del Dinero.
Tenía la opción de hacerme al loco o volver a meterme en medio del tráfico de medio día, esquivar miles de mal coloridos micros - toditos con originales lemas en sus ventanas que decían cosas como “¡Oh! ¡Dudas!” , “Tu envidia es mi progreso”, “No se gana pero se goza”, “Esta mañana salí con Cristo. Si no vuelvo es que me fui con él”, el clásico de todos los tiempos “Cholero matador” que querían montar mi pobre autito como un doberman a un chihuahita tierno (supongo que los hay tiernos, hasta ahora todos los que conozco son tan histéricos que creo que me podrían enseñar un par de cosas) – o ir a casita y preparar mi almuerzo. Finalmente, ya había visto la película en cuestión varias veces y tenía una copia, aunque no subtitulada. Además, siempre pensé que ésta era la única que podía terminar de traumar por completo a mis antiguos estudiantes de cine. Era perfecta. El momento de la revelación cuando se muestra el detallito secreto de su artista protagónico es genial. No me era necesario comprarla.
Pero claro, no me gusta dejar las cosas a medias. Ingresé al centro, parqueé donde pude y esperé como quince minutos con mi monedita de cinco pesos extendida hasta que la casera pirata recordara que todavía no me había cobrado.
Ahora estoy en casa. No me alcanza el tiempo para cocinar ni almorzar porque tengo que volver a salir. Al volver, me voy a tomar una tira de neuryl esperar que llegue cualquier otro día pues está claro que éste no es el mío.
No puedo creer lo que voy a decir, pero creo que preferiría que fuera lunes de una vez…

Del Facebook de Pedro Albornoz. 11/2/2012

Imagen: Jedd Novatt/Chaos 22, 2006

La lucidez


Alejandra Pizarnik

"La lucidez es un don y es un castigo, está todo en la palabra, lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio. Pero también se llama Lucifer, el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer, y Lucifer viene de Lux y de Fergus que quiere decir, el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto; el placer y el dolor. La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez, el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.”

Citado en el film " Lugares comunes". dirigido por Adolfo Aristarain.

Imagen: Alejandra Pizarnik

Friday, February 10, 2012

PATXI IRURZUN/CHARLA-COLUTORIO


¡Qué frío hacía el martes! Bueno y el lunes, y el miércoles, y ayer, hasta hoy llevábamos una semana negativa (sin llegar a los cero grados, ni frío ni calor, dice ahora el gracioso de turno). Pero el lunes tocaba carretera y manta, esta vez de verdad, eché una al maletero por si el Córdoba reventaba, sin que él lo supiera, claro, porque sigue portándose como un campeón, con sus quince años y sus trescientosmil kilómetros y no es cuestión de herir su orgullo. El caso es que por la autopista, de noche, con el viento empujando fuerte por la Valdorba, parecía como hacía aún más frío, camino de Tudela.

Los de la revista Traslapuente me habían invitado para sus Martes literarios, en el centro Castel Ruiz, para hablar de Dios nunca reza y de todo lo que me diera la gana, y me dio la gana de hablar de como empecé yo a escribir, de Don Venancio y las redacciones de los viernes, de mi viaje al basurero de Payatas y de la epoca en que fui viajero profesional, gracias a mis libros, a los premios literarios y los reportajes y guías turisticas por encargo que iba encadenando con viajes de los que salían más cuentos y libros y premios. Suena bien, pero yo solo era el Mr Bean de los viajes, un dominguero, un turista asustadizo e impresionable mirando de reojo... Si me invitais a dar una charla os lo cuento.

El caso es que llegué a Tudela, y esta vez no me perdí (que no, que no me regale nadie un GPS, que perderse está muy bien -cuando uno va solo, si no no tiene ninguna gracia y deriva en peleas tontas y dañinas-). ¿Por donde iba? (es que me he perdido). Ah, en Tudela aparqué desde una calle desde la que viera asomar la torre de la Catedral y luego eché a andar hacia ella. Mientras lo hacía me acorde de otra vez que estuve en esa catedral, con Julio Llamazares, mientras él escribía Las rosas de piedra. Yo iba a entrevistarle, y pasé la mañana junto a él, primero en las Bardenas, luego visitando la catedral, allá Llamazares habló con un cantero, y con más gente, estaba con su libro, y yo me reconcomía por dentro porque no iba a poder hacerle la entrevista, el escritor hablaba con todo pichichi menos conmigo, al final la entrevista cayó a toda prisa mientras se comía unos pinchos y las migas de pan que caían en su plato y sus respuestas a mis preguntas eran parecidas, después Llamazares salió pitando para algún lugar en el que tenía bolo y yo me quedé con un gusto amargo en la boca, pensando en lo mal periodista que era y lo que pensé sobre Llamazares me lo callo, el caso es me apetecía volver a Tudela para quitarme ese mal gusto de la boca, y lo del otro día en Castel Ruiz sirvió para enjuagarse. Fue una charla-colutorio, estuve a gusto, me hicieron sentir a gusto, tanto que ni siquiera me importó ni me sentí tangado porque no me dieran la escultura de Boregan prometida (cosa de los recortes, de los que no se libra nadie).

Una escultura habría que hacer a los treinta valientes que se atrevieron a salir a la calle esa noche para venir a escucharme a mí, a la ama de Bea y a su amiga... Muchas gracias a ellos y a Manuel Arriazu, y Pepe Alfaro, por las lecturas, por los cafeses, por leer mis cuentos en los talleres literarios, a todos los de Traslapuente y los que después se tomaron un vino conmigo y les dio igual que yo pidiera cocacola, a todos por cómo me acogistéis, en definitiva, que para eso había empezado a escribir este post y se me ha ido la mano.

Luego otra vez al coche, o al potro de tortura, por un cargamiento que padezco en silencio desde hace días en el hueso sacro (que ahora entiendo que se llama así porque te cagas en todo lo sagrado cuando pincha) y de regreso a casa otra vez el viento atroz, y el frío, acrecentado además por el recuerdo del último libro leído, El exilio voluntario, de Claudio Ferrufino Coqueugniot, por sus magníficas páginas que evocan las calles heladas de los guettos de Washington y las cámaras frigoríficas de las naves industriales a las que los trabajadores entran para protegerse del frio, pero de eso ya hablaremos otro día, ahora os dejo con un enlace a la revista Traslapuente, en la que, en la página 25, podéis leer mi relato Peaje, con el que gané hace unos meses el Certamen de cuentos de Murchante:

Publicado en el blog AJUSTE DE CUENTOS, de Patxi Irurzun, 10/2/2012

Imagen: Tapa y contratapa de Dios nunca reza, dietario

Tuesday, February 7, 2012

Cipayos y cipayas


Por Jorge Lanata

En la Argentina tratar de pensar en libertad se parece cada día más a un delito; discutir es un verbo que ha caído en desuso: nadie discute, se acusa, se señala, se grita.

El aparato de propaganda estatal tiene una actitud canina: está vigilante, atento, dispuesto a ladrar ante cualquier intrusión. La Patria tiene copyright, el campo nacional y popular tiene alambrado y los dueños de la verdad ya hicieron la escritura.
Es gracioso que un de-sobediente como Jauretche se haya transformado, hoy, en un ícono de la obsecuencia gubernamental. Eso habla, también, del nivel de ignorancia y manipulación: los chicos de La Cámpora deben creer que Jauretche es un modisto francés: consumen Jauretche pasado por la procesadora de Aníbal Fernández.
Fue justamente don Arturo quien introdujo en el ensayo político argentino la palabra “cipayo”. “Cipayo” proviene del persa, sipahi, y así se llamaban los miembros de la tropa de caballería de elite, una de las seis divisiones de caballería del ejército del Imperio otomano. En el Imperio británico llamaban cipayos a los nativos de la India reclutados al servicio del Reino Unido, Francia y Portugal.

Cipayo es el nacional que pelea a sueldo por el enemigo. Yo, que he sido comunista y terrorista en la época de Alfonsín, narco, trolo y falopero en la de Menem, golpista en la de De la Rúa, mercenario, esbirro de Magnetto y pro milico en la de El y Ella, soy ahora “cipayo” para el aparato de propaganda estatal.
El bautismo sucedió luego de que The Observer publicara en Londres, el domingo pasado, mis opiniones sobre Malvinas:
“Las Malvinas son parte de nuestra imaginación, estamos cegados por años de retórica”, dijo el cipayo.
Trataba de plantear lo siguiente: la manera de “argentinizar” las islas es integrarlas, no aislarlas; vetar los permisos de pesca es una maniobra imbécil y menor: tardan diez minutos en cambiar la bandera de conveniencia y siguen pescando. Lo que hay que hacer es poblar Malvinas, integrarlas: médicos argentinos trabajando en sus hospitales, malvinenses estudiando en Gallegos, trabajadores temporales en uno y otro lado. Crear lazos verdaderos y no retórica en tribunales internacionales que no sirven para nada.

Porque si mañana, por milagro, recuperáramos las islas, ¿qué haríamos con los 2 mil tipos que viven ahí? ¿Fusilarlos? ¿Darles planes Trabajar? ¿Tarjetas SUBE?
El aparato estatal reaccionó de manera coordinada: los programas de Diego Goebbels y la web de Javier Ramero (no es error de imprenta, Ramero, porque de eso trabaja) coincidieron en acusarme de cipayo.
Las voces críticas del oficialismo me hicieron reflexionar. Aquí van algunos datos que pueden servir como detector de cipayos en la Argentina:
Sólo un tercio de las 500 empresas más grandes del país son argentinas: según el Indec, sobre ese total apenas 176 son de capitales locales. La transnacionalización de la economía, iniciada en los 90, siguió aumentando con El y Ella.
Desde la reunión en 2010 de Ella con Peter Munk, el presidente de la Barrick Gold, el diputado Miguel Bonasso viene denunciando los compromisos K con las mineras. Un informe técnico publicado en 2005 advirtió que la superficie de los glaciares disminuyó entre el 56% y el 70% por las actividades en Pascua Lama y Veladero. Barrick actúa en connivencia con los gobiernos de San Juan y nacional.
En Catamarca denunciaron la aplicación de la Ley Antiterrorista contra asambleístas que se expresaron contra la ley minera en la provincia. Fue la primera vez que se aplicó la norma negociada por la Argentina con el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI).
En 2009 la Argentina condenó duramente el golpe de Estado en Honduras y dio apoyo político internacional al reclamo del destituido mandatario, Manuel Zelaya. Ahora el canciller Timerman hijo tuvo un encuentro con el presidente golpista Porfirio Lobo Sosa y afirmó que “se busca establecer un diálogo productivo y de cooperación”. En 2010 la misma Cancillería había condenado las violaciones a los derechos humanos en ese país.
Grupos económicos de Canadá, Estados Unidos, Australia, Gran Bretaña y Suiza controlan en la Argentina el mercado del litio, denominado “el petróleo que viene”. En los últimos dos años se han registrado inversiones por exploración por alrededor de 100 millones de dólares, en una riqueza que contienen los salares locales calculada en 260 mil millones de dólares. El 30% del litio se destina a la producción de baterías para autos y productos electrónicos de consumo masivo, otro 20% a la producción de aluminio, un porcentaje similar a la confección de vidrios y cerámicas y el resto a la fabricación de lubricantes. En Salar del Rincón (Salta) explota el litio Ady Resources, una firma australiana. En el Salar de Olaroz (Jujuy) operan Orocobre, asociada a Toyota, y Minera Exar, vinculada con Mitsubishi. En el Salar de Hombre Muerto, entre Catamarca y Salta, opera Rodhini Lithium, canadiense. En los salares Incahuasi, Pocitos y Arizano, Exar. En el Salar Centenario (Salta), Bolera Minera, vinculada con la francesa Bolloré y Pininfarina, que también lo hace en el Salar Chancarí, en Jujuy. En las Salinas Grandes, de Salta y Jujuy, explota el litio South American Salars, australiana. En el salar salteño de Uyuni lo hace Minera del Altiplano, de la norteamericana FMC. En el Salar de Pozuelos, la compañía coreana Ekeko. Y en el Salar de Llullaillaco (Salta), Minera Solitario Argentina, de la canadiense TNR Gold.
La merluza, columna vertebral de la actividad pesquera, se encuentra en peligro de extinción. Los buques asiáticos, en su mayoría chinos, depredan en nuestro mar la merluza y su principal alimento, el calamar. De 95.000 buques pesqueros registrados en el mundo, 210 son argentinos y 40.000 son chinos, y la mayoría navega en el área austral. Entre 2 mil y 4 mil de estos buques pescan calamares en la milla 201 al norte de las Malvinas y también dentro del territorio argentino, porque los controles son inexistentes o ineficientes.
En Tierra del Fuego se firmó recientemente un convenio con Tdfeyq (Tierra del Fuego Energía y Química, de capitales chinos) para instalar una fábrica de fertilizantes para soja en Río Grande, que incluye la provisión de gas a 1,80 dólares por millón de BTU, mientras el precio internacional es de alrededor de cinco dólares. La oposición juntó 30 mil firmas que pedían una consulta popular sobre el asunto, pero fue ignorada.

“La presidenta Kirchner es no sólo una gran amiga mía sino también de los Estados Unidos”, dijo Barack Obama en noviembre del año pasado frente a una Cristina sonriente como Susanita en una tira de Mafalda.
“No se puede pasar por alto el liderazgo de los Estados Unidos a nivel global”, afirmó Ella.
Ahora ponga su detector de cipayos a funcionar y fíjese para dónde señala la flecha roja.

Publicado en PERFIL (Argentina), 4/2/2012

Imagen: Jorge Lanata

Sunday, February 5, 2012

La intimidad como forma de violencia


Por Daniel Averanga Montiel

Tengo la necesidad de hilar fino al momento de hablar de Te odio, la (esperemos que no) última novela de Christian J. Kanahuaty, puesto que, siendo una novela corta, posee una intensidad envidiable al momento de compararla con mamotretos psicoanalíticos que sirven de novela, últimamente, en nuestro país.

LA NARRACIÓN. En Te odio me he topado con diversas cosmovisiones (algunas precisas, otras ambiguas) sobre la intimidad y, sorprendiéndome un poco más, he descubierto que no se necesita de extensas epopeyas para conseguir un profundo análisis de la vida en pareja y sus repercusiones en las formas de pensar (y actuar) de los sujetos que la componen. En este caso, la narradora de la trama, una mujer anónima que no se presenta en ningún momento —y que tampoco lo necesita por la energía con la que se expresa—, es la responsable de armar esta novela-monólogo-confesionario, en la que no se sabe en qué momento se da sentido al título, sea por su terrible y premeditada confusión de tiempos, como su propia confusión de sentimientos con respecto a Armando, su antiprotagonista (en toda la novela no es más que un fantasma avivado por la narradora para dar testimonio mudo de lo que vivió con ella).
Lectura sencilla pero no simplona, debido a la complejidad de tabús que se destruyen en unas cuantas líneas, sin apelar a la moral, sino a una descarga profunda de sinceridad por parte del autor y, por qué no decirlo, también por parte de su narradora: una mujer que ama y odia y miente y usa su cuerpo como tabla de salvación para no caer en esa depresión inextricable por la que muchos pasan y que es difícil de conceptualizar, porque no forma parte de los territorios de la razón, sino de algo más profundo, que pocos escritores varones pueden comprender.

LA INTIMIDAD VIOLENTA. En Te odio la intimidad no implica reserva o seguridad por sentirse cerca de alguien: la narradora cuenta innumerables experiencias que parecerán íntimas por antonomasia, pero que al final no lo son por ser placebos físicos que no alcanzan a llenar los vacíos afectivos y existenciales que la rodean durante todo el monólogo. La intensidad de los momentos aparentemente íntimos se concentra en la violencia con la que ella los construye, sin pararse a presenciar más de cerca las consecuencias de lo que hace: la infidelidad despejada de todo velo, no como un atentado contra la dignidad de quien la comete, sino como un recurso de ayuda para no hundirse, es sólo uno de los rasgos más violentos de Te odio, sin contar muchas más cosas ligadas a lo que la mujer desesperada en general piensa de su pareja, de cómo se construye la intimidad desde la inseguridad, sin olvidar su belleza en el instante que sucede: la intimidad violenta que gusta porque salva, la intimidad confusa pero bella que nos ayuda a debatir sobre la vida en pareja, sin esperar comprenderla en su totalidad; la intimidad amoral, fuera de los cánones más fuertes que establecen las buenas costumbres, que nos permite cuestionar muchas cosas que parecen parte de nuestra vida, y que al final son sólo pretextos para no conocernos por el miedo que tenemos a encontrar algo que no nos gusta de nosotros mismos...
UNA LITERATURA MADURA. Kanahuaty logra un punto a favor cuando perfila a una mujer como narradora, tratando de adentrarse en el intrincado mundo femenino y analizar cómo una mujer que no tiene nada que perder piensa sobre la vida, el amor, el odio, el poder y la impotencia, formando un escrito ágil, sin tapujos, sensato y a la vez incendiario, que puede tener muchas interpretaciones, sin esperar que alguna sea la correcta en general.
Te odio forma parte de la nueva literatura boliviana madura, que explora y explota la intimidad, pero que no es intimista por su carácter objetivo sobre el mundo afectivo, siempre tan ambiguo al momento de crearlo. Rodrigo Hasbún, Giovanna Rivero, Liliana Colanzi, Wilmer Urrelo y Sebastián Antezana son parte íntegra de esta nueva ola de sangre madura y literaria, y Christian Kanahuaty ya está dentro de ella, sin opción a réplica.
CONTRATAPA (POR MARTIN KOHAN): “¿Qué tiene una mujer en mente? Christian Kanahuaty no ofrece una respuesta para esa tan famosa pregunta. En cambio, parece detenerse en la propia pregunta para acecharla y para desplegarla a lo largo de las páginas de Te odio. El monólogo sin cortes de su narradora no sigue, como podría parecer, un fluir de la conciencia, más bien sigue sus remolinos. Porque lo cierto es que no progresa, ni siquiera como deriva; en todo caso, se revuelve, gira sobre sí, choca contra su propio impulso, se pierde en sus contradicciones, se hunde en los huecos que ella misma provoca. “Recordar a veces es un acto sin sentido que no lleva a nada”, declara con desazón ya casi desde un principio. Y sin embargo no deja de lanzarse al recuerdo, persuadida de que en esa nada y en ese sinsentido no hay otra cosa que su verdad”.

*Escritor alteño y no abajeño

2 La publicada por la editorial Correveidile es la segunda novela del autor cochabambino.

1982 es el año de nacimiento de Kanahuaty, autor también de la novela Invierno.

Kanahuaty logra un punto a favor cuando perfila a una mujer como narradora, tratando de adentrarse en el intrincado mundo femenino y analizar cómo una mujer que no tiene nada que perder piensa sobre la vida, el amor, el odio, el poder y la impotencia, formando un escrito ágil, sin tapujos, sensato y a la vez incendiario, que puede tener muchas interpretaciones, no una sola correcta.

Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 5/2/2012

Imagen: Portada de Te odio