Saturday, February 11, 2012
Crónica de otro mal día
Pedro Albornoz
El día comenzó como cualquier otro, ni siendo bueno ni malo. Pero a medida que progresaban las horas mi humor fue empeorando, a tal punto que cualquier cosita mínima amenazaba con hacerme estallar.
Como la persona aburrida que soy – adoro la rutina, lo predecible, lo controlado – disfruto de lo cotidiano. Hacerme el café por la mañana, con un chorro de leche evaporada y un toque de más de azúcar; pensar en cosas nuevas para diseñar mientras voy a recoger a mi madre para llevarla al fisioterapeuta, la charla tranquila con ella mientras navegamos el intenso tráfico de la ciudad, aprovechar el tiempo que tengo libre en su terapia para ir al mercado a beber un vaso espeso de linaza caliente con un chorro de limón, hacer mi primera llamada de la mañana para intercambiar algún pedazo jugoso de chisme o simplemente para decir “hola”, o, mejor aún, recibir un mensaje de texto de alguien que amo, estas cosas bastan para hacer que la mañana sea perfecta y mi día sea bueno, pero no hoy.
Hoy simplemente me pareció haber sido diseñado para tocar todos aquellos botones que tengo que desatan mi modo Hiroshima.
No fue una cosa específica, creo. Es posible que hoy mi indicador de “Cotidianidad” llegó a niveles extremos de peligro. No pude continuar la lectura de mi libro, no pude beber mi linaza, y perdí mi primer puesto en la fila para comprar boletos de avión porque mi limón decidió cambiar de parecer y comprar en Aerosur sólo para llamarme diez minutos después para pedirme que volviera a BOA para comprar los pasajes. Y claro, ahora yo era el número 25 en la fila.
Por si acaso, tomé la ficha 49 (el contador estaba en 25) y decidí llevar a mi madre a casa en lugar de hacerla esperar sólo dioses saben cuánto tiempo. Al volver, estaban atendiendo al número 52. Si sólo llegaba cinco minutos antes. Sólo cinco. 5. V. Five.
Cinco.
Tomé otra ficha, esperé que atendieran a veintipico otras y cuando me tocó, hubo problemas para cobrar la tarjeta. Luego hubo problemas en la impresora. Y luego la vida simplemente mandó toda sutileza al diablo y decidió cortar todo el sistema informático. Me quedé mirando a la secretaria con mi cara más boba hasta que comenzó a persignarse de puro miedo.
Creo que ése fue el mejor momento de mi mañana.
Y luego decidí que me merecía un pequeño detalle: merecía cocinarme un gran almuerzo, una feijoada descomunalmente deliciosa con arroz blanco y mucha calabresa. Luego de comprar las costillas de cerdo, me topé con una pirata de DVDs increíble: tenía, ignorando su valor, una de las películas más difíciles de conseguir en Bolivia (lo sé, la busco desde hace años), El Juego de Lágrimas (the Crying Game) con subtítulos en español! Oh, mi día comenzó a cambiar! ¡Alegría!¡Aleluya! ¡Albricias!
Al diablo con las albricias, ¡esto merecía vodka!
Ahí fue cuando me di cuenta que la llanta que había mandado a inflar hace un par de días estaba baja. Pasé un par de décadas bajo el sol hasta que finalmente me arreglaron la goma y fue ahí que me di cuenta que en lugar de darme El Juego de Lágrimas, la pirata me había dado El Juego del Dinero.
Tenía la opción de hacerme al loco o volver a meterme en medio del tráfico de medio día, esquivar miles de mal coloridos micros - toditos con originales lemas en sus ventanas que decían cosas como “¡Oh! ¡Dudas!” , “Tu envidia es mi progreso”, “No se gana pero se goza”, “Esta mañana salí con Cristo. Si no vuelvo es que me fui con él”, el clásico de todos los tiempos “Cholero matador” que querían montar mi pobre autito como un doberman a un chihuahita tierno (supongo que los hay tiernos, hasta ahora todos los que conozco son tan histéricos que creo que me podrían enseñar un par de cosas) – o ir a casita y preparar mi almuerzo. Finalmente, ya había visto la película en cuestión varias veces y tenía una copia, aunque no subtitulada. Además, siempre pensé que ésta era la única que podía terminar de traumar por completo a mis antiguos estudiantes de cine. Era perfecta. El momento de la revelación cuando se muestra el detallito secreto de su artista protagónico es genial. No me era necesario comprarla.
Pero claro, no me gusta dejar las cosas a medias. Ingresé al centro, parqueé donde pude y esperé como quince minutos con mi monedita de cinco pesos extendida hasta que la casera pirata recordara que todavía no me había cobrado.
Ahora estoy en casa. No me alcanza el tiempo para cocinar ni almorzar porque tengo que volver a salir. Al volver, me voy a tomar una tira de neuryl esperar que llegue cualquier otro día pues está claro que éste no es el mío.
No puedo creer lo que voy a decir, pero creo que preferiría que fuera lunes de una vez…
Del Facebook de Pedro Albornoz. 11/2/2012
Imagen: Jedd Novatt/Chaos 22, 2006
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