Saturday, June 26, 2021

Un Western subandino


IVÁN ARANDIA

 

De entre las muchas historias, acaso inventadas, que un muy querido tío abuelo mío, hoy fallecido, solía narrar, una quedó muy especialmente grabada en mi mente, tal vez debido al especial contexto en el que me fue relatada, un viaje de catarsis a las viejas propiedades rurales de la familia paterna –o lo que quedó de ellas luego de la revolución del 52–.

 

Como sea, todo comenzó cuando tomé la vieja y pesada Luger Parabellum calibre 45 de don Próspero Arandia Ferrufino –así se llamaba él– y, claro, estupefacto ante semejante artefacto (que me recordaba a los nazis) y arriado por mi impertinente y pacifista adolescencia hippie, no pude menos que cuestionar las razones de su tenencia, a lo que el experimentado tío me respondió, sonriendo debajo su canoso y poblado bigote, que tan peculiar arma, hoy disminuida a la calidad de un souvenir familiar –ahora perdido–, tuvo su lugar y su tiempo, Sopachuy, pueblo de los valles chuquisaqueños, en el que coincidieron, allá por 1910 y pico, su madre cochabambina (comerciante de Tarata) y su padre tarijeño (arriero de Entre Ríos) –mis bisabuelos–, para dar origen a nuestra rama familiar, describiendo prolijamente lo que en mi juvenil mente se dibujaba como un perfecto western hollywoodense, ese célebre género cinematográfico ambientado en el Viejo Oeste norteamericano y que aquí parecía desarrollarse con características propias.

 

Es en este sitio en el que el anciano cuentista vivió hasta su temprana adultez, de clima más bien cálido, con calles empedradas que bajo la lluvia se convertían en el insufrible y resbaloso lodazal que tanto aborrecían las mamás y que se disimulaban bajo el denso polvo levantado por las herraduras y el traqueteo del ganado que en el seco y templado invierno circulaba abundantemente, todo al compás del inflexible rumor de los dos ríos circundantes, el Orkas, de raudas y frías aguas, y el San Antonio, más grande, apacible y templado que su hermano menor. Y el olor, sí…, ese olor a bosta de rumiante y pastura, tan característico de esas tierras y esos tiempos.

 

En ese ambiente de autoridad relajada, por entonces parte de lo que aún se conocía como tierras de frontera, seguramente por la escasa o nula presencia estatal –hablamos de 1936, más o menos, en las postrimerías de la Guerra del Chaco– tener un arma era poco menos que una necesidad, según rememoraba don Próspero, una exigencia que coexistía explosivamente con el abundante consumo de chicha del maíz producido en la zona y el trago (cañazo) venido desde los valles de Mojocoya, generando ese microcosmos de salvaje y pintoresca inseguridad tan típico de esas regiones, cuya notable pujanza económica y escaso orden las hacía especialmente vulnerables al azote del abigeato y la rapiña, actividad propia bandas de malvivientes a quienes se les denominaba “cuatreros”.

 

Esto castigaba especialmente a las familias que vivían de la ganadería y a quienes que –como mi bisabuelo, que era arriero– se dedicaban al transporte de productos usando no camiones, como hoy, si no grandes recuas de caballos y mulas, circunstancias en las que las armas eran el elemento central de un necesario sistema autogestionario de salvaguarda de vidas y patrimonios. Así es como llegó al cinto del cuentista la célebre Luger Parabellum, cambiada por su padre, mi bisabuelo, a un migrante turco (más bien palestino) por un par de reses y un caballo, extraño sujeto de quien se rumoraba turbios negocios con los desmovilizados del ejército y que años más tarde se ufanaría de haber prosperado vendiendo tierras de colores (ocres) para la construcción en las grandes urbes del lejanísimo altiplano.

 

Una de las bandas de cuatreros por entonces más grandes y temidas era la liderada por Quintín Flores, alias “El Quintito”, temida por su especial ferocidad y despiadadas formas de operación, cuya fama y nivel de perjuicio para la economía de la región habían provocado la movilización, desde la vecina ciudad de Padilla, de un nada despreciable contingente de soldados para su reducción, arribando al pueblo, según recuerda el cuentacuentos, en noviembre, seguramente con la idea de que el prenombrado, cuya afición al trago y la jarana era bien conocida, se haría presente en los festejos acostumbrados para la fiesta de la Virgen de Remedios, patrona de la región.

 

Efectivamente, así ocurrió, y pese a la expectante tensión que esto había causado en los pobladores, su captura se produjo de una forma inesperadamente pacífica, sin un solo tiro de por medio y sin la menor resistencia, ya que según ancianas bocas, el famoso cuatrero llegó ya ebrio desde San Pedro para continuar la farra en una de las chicherías de las afueras, propiedad de su comadre, quedándose profundamente dormido, atinando a despertar al día siguiente junto a un par de sus cómplices, maldiciendo entre iracundo y lloroso aguardentosas e irrepetibles frases, pronunciadas entre quechua y castellano castizo, hasta quedar, al final de la tarde, vencido por la impotencia del desarme y el encierro, acuclillado sobre en uno de los tablones de cedro aún húmedo que yacían apilados en la improvisada celda, un cuartucho en el segundo patio del edificio que años más tarde haría de alcaldía.

 

Pero no se desilusione el morboso lector, lo espeluznante sucedería después, pues unos dicen que debido al temor de que sus secuaces invadieran el pueblo en pos de una sanguinaria liberación y otros que en razón a la imposible misión de trasladarlo a un sitio de mayor seguridad, sin el riesgo de una feroz emboscada, la asamblea de notables del pueblo más el comandante del contingente militar decidieron finalmente terminar con el asunto ahí mismo y sin mayor trámite, descartándose el fusilamiento, pues aún en esos lares y tiempos se tenía una vaga idea de lo que significa el debido proceso, y optar, en definitiva, por la aplicación de la bien conocida “ley de la fuga”, determinación asumida en secreto a efectos de evitar la incómoda presencia de tumultos en su ejecución.

 

Al amanecer del día siguiente, los condenados fueron trasladados a una de las pozas más amplias y profundas del rio San Antonio, ubicada a un kilómetro del cementerio, obligados a desmontar y una vez libradas sus manos de las ataduras, tirados a punta de culatas y puntapiés al turbulento cauce, bajo la promesa de libertad si es que llegaban salvos a la orilla opuesta. El resultado no pudo ser otro, uno murió ahogado a solo segundos de su inmersión en las aún frías aguas –lo suponemos afuereño, pues es inconcebible la idea de un lugareño que no supiera nadar–, los restantes dos, uno de ellos “El Quintito”, terminaron acribillados por las balas disparadas a mansalva por la soldadesca, a metros de la ansiada ribera liberadora. Desde entonces, el célebre lugar pasó a denominarse “Poza del Desengaño”, nombre con el que hasta hoy es reconocido.

 

No se sabe a ciencia cierta qué fue lo que ocurrió luego, lo conocido es que el cuatrerismo hizo de las suyas por estos lares y más hacia el sur hasta pasado el primer tercio del siglo pasado, dando origen, seguramente, a muchas apasionantes historias de cowboys y bandidos, transmitidas oralmente por mestizos juglares anónimos, sin aún obtener un sitial en las letras nacionales. Nunca será posible descartar, por ejemplo, que imaginariamente el Quintito haya sido la encarnación criolla de un Robin Hood valluno, bilingüe quechua castellano, hábil y barbudo jinete de poncho oscuro, versado en el manejo de armas de fuego e insuperable con el facón de matarife, tan desalmado y terrible en el pillaje como cultivado ejecutor del charango y la guitarra, exitoso con las mujeres e impenitente poeta, bastante dado al alcohol, con una vida llena de aventuras y desenfreno que al final lo llevaron a una muerte temprana y nada heroica. Quizás haya sido así, quizás no…

 

Lo cierto es que nuestra historia se ha empeñado en narrarnos obstinadamente desde los hegemónicos Andes, ignorando que ocurre y ha ocurrido mucho en este ancho país, tanto en los páramos de altura como en los llanos y selvas, y también, claro, en los tibios valles del sur, quizás menos conocidos debido a su lejanía de los centros de poder y acaso incomprendidos por su carácter más rioplatense que propiamente andino, una parte postergada de esa bolivianidad tan lejana como prolífica en relatos y vivencias, ávida de ser contada y acreedora, sin duda, de una tradición literaria que mal persiste en ignorarla.

 

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Del libro MICROENSAYOS En cuatro mil caracteres... con espacios. Edición digital, junio 2021

 

Friday, June 18, 2021

En un rincón de su jardín...


MAURIZIO BAGATIN

 

…hay maní forrajero, son algunas hojas que fuimos sustrayendo hace veinte años atrás de una plazuela en Yapacaní. El pasto es siempre verde y cubre como una manta la tierra del rosal. Ninguna novela empezó así, ninguna tal vez jamás así empezará.

Los patriarcas deciden cuando, adonde y como morirse. Es el destino de los íntegros hasta el final, de los que vivieron una generación que hoy nos parece tan antigua, así tan inalcanzable. Una generación que hoy nos está dejando y así dejan también un mundo. Un poco de Revolución francesa, un poco de Contrato social y siempre el sueño de querer la luna. Acción e ilustración.

“Hoy quería preguntarle si se acordaba de cuando con su compañero de viaje, luego de una inolvidable sopa de cebolla, comida en aquel mercado de Les Halles en París, entraron a la Bolsa de valores, casi al lado de la iglesia de San Eustaquio, y sabiendo que los americanos habían invadido la Republica Dominicana, se pusieron a gritar: “¡Abajo Estados Unidos, muera el Imperio!”. Entre el espanto y la bulla de todos los presentes se escaparon, para enterarse el día después que la cotización de las empresas gringas había perdido su valor, solo a causa de aquel grito…”.

“El 18 de diciembre del 2005, cuando ya se perfilaba un nuevo horizonte para Bolivia, se me acercó y muy posado me dijo:” ¡Hoy hemos retrocedido 250 años!”, a distancia de 15 años, el 18 de octubre del 2020, movió lentamente su firme postura y sentenció: “Hoy retrocedimos otros 250 años, ¡y así son 500!”.

En un rincón de su jardín… hay las plantas de olivos, el parral con la vid que trajo Charles de Gaulle de visita a Cochabamba, higos y granadas y peras, las papayas, el níspero en su ventana y luego pacay, tomate de árbol, membrillos y guayabas, la síntesis tan añorada por Alcide d’Orbigny. Las cucardas de su colección, las violetas de los Alpes mirando la cordillera andina, detrás de molles, jacarandas y tajibos, en la soledad del fondo, el fresno donde se reparaba del sol valluno un solitario gallo catalán… parte de su mundo con su familia, una mirada a la cuarta generación que continua un ciclo de un mestizaje epopéyico, hecho de una pincelada de Goya, de una calle en la Palermo del Gatopardo y emigrantes ligures que dejaron San Jorge y los puertos del Mediterráneo, casi al final un toque de un extraño Marco Polo hasta llegar a la que fue la ciudad de la eterna primavera.


Es imposible pasar en silencio una muerte, así como toda vida merece una narración, de lejos un bolero, los amigos del café, la política que no pudo ser; los Quijotes de ayer que sean los hombres nuevos del mañana, el sueño de una generación en la mirada de un viejo que vivó y de un niño que se prepara para vivir, así son los patriarcas, sin juventud y siempre esperando en su crepúsculo una carta que jamás llegará.

18 de junio 2021

Imágenes: 1- Don Enrique y Doña Olga en su jardín

2- Don Enrique y Lucas, 4 generaciones en una imagen

 

Sunday, June 13, 2021

Comer y luego morir


MAURIZIO BAGATIN

 

“Mangia. Mangia piccolo Michel, mangia. Se non mangi non puoi morire”                                       -Ugo en La gran comilona de Marco Ferreri-

 

La gula es un pecado capital. Que se muera alguien de hambre es un crimen.  

La comida es más importante que el tiempo”, le dice el pianista Władysław Szpilman a un compañero entregándole su reloj para que lo venda, y con el dinero de la venta compre pan y salchichas. El hambre es cosa seria, y durante las guerras es peor.

En 1939 el ya precario equilibrio europeo se vio definitivamente quebrado con la invasión alemana de Polonia; el siglo breve, después de la gran guerra, se ingenió en inventarse otra guerra: hambre, miseria y dolor estaban detrás de las puertas y en las cuatro esquinas de las ya indigentes familias europeas, que aún no habían salido de un feudalismo que parecía eterno.                                                                       

Las hambrunas del ‘800, las carestías y escasez de alimentos parecían perpetuarse en el tiempo y en el espacio; todo esto mientras las ciudades atraían cada día más hacia ellas manos de obra para fabricar armas, la guerra reclutaba cada día más carne de cañón y el campo ya no producía alimento para estas bocas, siempre más numerosas y hambrientas.

1939 es el año que obliga a los países involucrados en la guerra en buscar alternativas en la producción de alimentos, así en Italia se llevará el cultivo del trigo en Piazza Duomo de Milán, en Londres el Hyde Park tendrá su granja de cerdos y el proclamado Dig for victory introducirá huertos hasta en las inmediaciones de la Torre de Londres; en Alemania los schrebergarten permitirán un sustento y un refugio cuando sus viviendas sean bombardeadas, en los Estados Unidos los ya experimentados Urban Gardens de la época de la depresión se trasforman en Relief Gardens y muy pronto en Liberty Gardens, como forma de proporcionar alimentos y recursos a parados y ciudadanos.                    

El pan que hace Armando es un poco duro, “en po’ dur” me dice Gianfranco en su dialecto del Trentino, es el pan hecho con harinas que no son polvos, harinas de granos antiguos, es el pan “de una volta”, es el pan de ayer. Recuerdo bien como lo conservaban en la Valtellina, en Carnia, en ciertos lugares de montaña, adonde lo elaboraban en octubre, antes del invierno, para que durara hasta la llegada de la primavera, en mayo del siguiente año. Pan duro y fuerte, sopándolo en el agua resucitaba, encima de la estufa a leña se volvía fresco y crocante, se volvía como el día de su elaboración. Pan hecho con amor y con manos fuertes, pan que se come con los ojos y por su perfume, antes que con la boca; oscuro hasta el negro, al partirlo oyes palabras, la musicalidad de todo el pasado de aquel grano, y mientras lo mascas puedes ver el violento amarillo de los campos, las amapolas de un infinito rojo y la hoz y el sudor del campesino en junio.           

“Cuentan los biógrafos de Fourier, que, hallándose en Marsella, los dueños del establecimiento en que servía diéronle el encargo de arrojar al mar un considerable cargamento de arroz, que habían dejado pudrir con el único fin de mantener el alto precio a que entonces se vendían en Francia los artículos de primera necesidad”, nos recuerda Rafael Barrett.            

La Revolución del ’52 en Bolivia trajo cambios, gatopardescos, como todos los cambios de amo lo son, un mundo estaba en su ocaso, otro emergiendo, así siempre -no existen poderes buenos, canta el cantautor- desde el alba del mundo. Pietro Dominici, el representante del mundo en su crepúsculo y Juan Choque, el nuevo mundo al cual ha llegado su hora, al medio Carlos Cáceres -ni chicha ni limonada o burguesía floja- y una narración nueva, la de Raúl Botelho Gosalvez, la cual describe el cambio, el aire de turbulencia y el caos producto de la reforma agraria. Carlos Cáceres “Abrió la lata de Corned Beef y al sentir que un olorcito medio picante brotaba de aquella vianda resolvió arrojarla al río” mientras Juan Choque le lanzó un grito “¡No, no la tire usted! -exclamó Choque-. Es delito desperdiciar la comida”.  Comer y luego morir, la carne en estado avanzado de putrefacción le costó la vida a Juan Choque, el aymara que acompañaba a Carlos Cáceres, él estaba ya encaminándose hacia el cambio tanto esperado por una parte de la sociedad boliviana de aquel entonces.         

Luego de más de medio siglo, otro cambio, el llamado Proceso de cambio. El Proceso de cambio es una metáfora, “la última que oímos”, nos cuenta un sociólogo boliviano. Debíamos, a través de este proceso exportar alimentos mientras, con este proceso ahora importamos papas, tomates y la casi totalidad de la harina (polvo con tres 000) de trigo que consumimos. Algo así, una serendipia para obtener y conservar el poder. Nada más.

Los cuentos de hadas son verdad. El jorobado Tabagnino hizo de necesidad virtud, de zapatero de la calle, muerto de hambre y sin que nadie le lleve siquiera unas chancletas a reparar, se ingenia en engañar al Hombre salvaje, lo que se come a todos los que encuentra. El tacaño es el malo del pueblo, guarda todas sus riquezas, el oro y el dinero sin compartirlo o disfrutar de él, ni siquiera con su esposa. Tiene siempre hambre y no desdeñaría desayunarse al jorobado Tabagnino si no fuese que el jorobado, hambriento él también, pero con cerebro fine, se ingeniara en cómo salirse vivo de ahí, y con el provecho que el Rey de Portugal le propuso en una bandeja de oro. El reino se libró del Hombre salvaje, el que a todos se comía, y el jorobado Tabagnino fue nombrado por el rey su secretario.                   

¿Qué haríamos sin los cuentos de hadas? Sin esta verdad que pertenece al patrimonio oral de la humanidad, sin la moraleja o las guerras, el hambre, el miedo y el sapo que se vuelve príncipe, sin el don de la narración frente a una chimenea o en la oscuridad del invierno, bajo un libro de estrellas en el verano. Esta es la gran metamorfosis que sigue alimentando al ser humano, vivir para escuchar, oír para luego transmitir, fingir para que todo, así, sea aun más real. La memoria es obra de campesinos, no de escritores. Se cultiva como se cultiva la tierra. Se le da la vuelta, se la fertiliza. Es una compañera que da buenos frutos para masticar con los dientes. Satisface y sacia, y su sabor es siempre novedoso en cada palabra, con cadencia de reloj de arena, de labios que se secan y reportan a su lengua, salivas y memorias. La lengua es el genio de la tierra, sus narraciones la sal necesaria. 

No sabemos si a Albert Hofmann le gustaba el pan y no conocemos su alimentación, lo que sí conocemos es su invención, el LSD, nada más y nada menos que el ácido lisérgico, un alucinógeno. Hofmann lo sintetizó en laboratorio, pero en natura lo podemos encontrar en el ergot, un hongo parásito (claviceps purpurea) que desde siglos ataca las plantaciones de centeno, un cereal antiquísimo que se difundió por todo el mediterráneo. Y en el mediterráneo existe una isla alucinante y alucinada, en 1835 Alexandro Dumas la describió así de triste: “Es difícil encontrar algo más triste, más sombrío y desolado que esta infeliz isla que forma el lado occidental del archipiélago de las Eolias. Es un rincón de la tierra olvidado en el momento de la creación, que permaneció en el momento del caos". Esta isla es Alicudi y en Alicudi las alucinaciones fueron provocadas por un alimento: el pan negro de centeno. Ahora tenemos que imaginarnos un periodo de grande carestía, cuando el pan era la base de la alimentación, todos lo comían y muchos respiraban la harina durante el empasto. Tomar ácido lisérgico sin saberlo es definitivamente diferente al acostarse en una alfombra y entregarse una estampilla empapada de LSD. Si se toma sin saberlo, el cornezuelo de centeno provoca experiencias alucinatorias mucho más profundas e incontrolables. Durante muchísimo tiempo los habitantes de Alicudi vivieron alucinados entre brujas, mujeres que se transformaban en grandes pájaros y volaban en dirección de Palermo, y con el misterio de vivir alucinados sin saberlo. Tal vez Ulises en una de sus peripecias amarró el barco propio aquí.

Las fabulas son verdades. Pregúntales a los más ancianos, a los de la última generación que no conoció la juventud, el ser joven, los que nunca se pusieron un par de jeans y no saben qué es una discoteca. Ellos oyeron y luego contaron fábulas durante las vendimias, cuando cosechaban el granoturco, después de las misas el domingo, durante los banquetes nupciales y, sobre todo, aunque no lo crean, durante los velorios en un funeral. Retornan el aedo, el trovador, el cantastorie popular.

Piruóccolo era el marido de Angiolina, y cada noche, ya sentados en la cocina, empezaban a reprocharse que uno trabajaba más que el otro; el marido desafiando a la mujer con que su oficio era el más duro, y ella con que su trabajo él nunca lo hubiera logrado desempeñar. Gracias a la intervención de su compadre llegaron a un acuerdo: al día siguiente el marido debería encargarse del trabajo de la mujer y ella del de su marido. Se levantó primero Angiolina y se fue a cortar las leñas para la chimenea, entre tanto, muy lentamente, el marido se levantó de la cama y empezó preparándose una focaccia en el horno y luego bajó a la cantina para destilar un poco de vino, mientras estaba destilándolo oyó que la gallina gritaba y salió a ver qué estaba sucediendo: un zorro se la estaba llevando entre los dientes. Enfurecido, agarró un palo y masacró al burro que debía hacer de guardia al gallinero, lo sacudió tanto que el pobre burro se murió. Volvió a la cantina y se encontró con el vino que había inundado todo el piso; subió y en el horno se había quemado la focaccia y así casi toda la casa. Lo agarró la desesperación y quiso suicidarse, se encaminó hacia el río para lanzarse en él y así ahogarse, se desnudó, pero tuvo miedo de los remolinos, temblaba y temblaba y nunca decidía lanzarse hasta que cambió de idea y decidió volver a la casa. Una vez al borde del río no encuentra su ropa para vestir y, avergonzado, se tapa con dos grandes hojas de bardana. Esto hasta la esquina donde se encuentra con un asno que, muy hambriento, se le acerca y se come las dos grandes hojas de bardana además de lo que Piruóccolo estaba intentando ocultar. Llegado a la casa mutilado, se oculta avergonzado adentro del horno. Al poco tiempo Angiolina vuelve del trabajo y, encontrando la puerta cerrada, empieza a llamar a Piruóccolo, el cual no contesta, hasta que Angiolina desesperada por su ausencia, derrumba la puerta y oye la voz del marido diciéndole que está en el horno. Sospechando que algo haya ocurrido le pregunta qué pasó, él empieza a narrarle los trágicos acontecimientos del día hasta llegar al río para suicidarse. “¿Y luego?” le pregunta Angiolina, a lo que él empieza narrarle que “…un asno hambriento en el camino se comió las hojas de bardana, y también lo que estaba detrás escondido”. A esta última, Angiolina ya no aguantó y, enfurecida, tomó la leña que se trajo del bosque y encendió el horno. Piruóccolo murió quemado y bien tostado.

Nota: Piruóccolo en dialecto napolitano tiene un explícito significado fálico.

12 de junio 2021

 

Bibliografía

Rafael Barrett, El dolor paraguayo, Editorial Servilibro, Asunción, 2011

Raúl Botelho Gosalvez, Con la muerte a cuestas, en Ricardo Pastor Poppe, Los mejores cuentos bolivianos del Siglo XX, Los amigos del libro, Cochabamba, 1989

A cura di Roberto De Simone, Fiabe campane, Einaudi, Torino, 1994

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Imagen: Alicudi

 

La leyenda de Majnó: el campesino anarquista que a punto estuvo de tumbar el nacimiento de la URSS


ISRAEL VIANA

 

Por extraño que parezca, Nestor Majnó no es tan conocido para el gran público como Mijaíl BakuninEmma Goldman o, incluso, Buenaventura Durruti. Sin embargo, no son pocos los investigadores que se han referido a este ucraniano como «el héroe del anarcocomunismo occidental», el «protagonista de uno de los acontecimientos más notables del anarquismo mundial», «el único hombre que estuvo cerca de lograr el sueño comunista libertario» y hasta «el anarquista más poderoso de la historia». Un campesino que, con un pequeño grupo de adeptos, fue capaz de sembrar el pánico entre los zaristas y, también, entre los bolcheviques durante la Guerra Civil rusa de 1917 a 1922.

A pesar del olvido en que se encontraba, su figura ha sido noticia en varias ocasiones en los últimos años. La última vez, hace apenas unas semanas con la publicación en España de la segunda parte de ‘¡Viva la anarquía! El encuentro entre Majnó y Durruti’ (Ponent Mon/Catarata), la novela gráfica de Bruno Loth y Corentin Loth. Un cómic de 88 páginas en el que se narra, con multitud de detalles, la charla que nuestro protagonista mantuvo en París, el 15 de julio de 1927, con el líder anarquista español.

En noviembre de 2019, además, se reemplazó en la pequeña localidad del sureste de Ucrania donde nació nuestro protagonista en 1889, Guliaipolé, una estatua del odiado Lenin por una suya, generándose una gran polémica. En ese momento, algunos medios de comunicación ya calificaron a Majnó como el «guerrillero anarquista más grande de la historia, además del menos conocido». Desde ese mismo año, sus descendientes luchan también, sin éxito, para que sus restos sean repatriados desde París, donde falleció de tuberculosis en 1934. Un acto que se vendría a sumar a todo el ‘merchandising’ asociado a su figura que se ha puesto a la venta en su pueblo.

 

Territorio Libre de Ucrania

El líder anarquista había huido hasta la capital francesa, en 1924, para escapar de la represión soviética. Una consecuencia del enfrentamiento entre dos movimientos que, en principio, parecían llamados a entenderse en la lucha contra zaristas y nacionalistas, pero que acabaron masacrándose uno a otro por el temor de Lenin a que este campesino venido a más pudiera poner en peligro su proyecto de imperio comunista. De hecho, el líder ucraniano se marchó al exilio parisino tras sufrir heridas graves en sus últimos enfrentamientos contra el Ejército Rojo. En concreto, un balazo en el vientre, otro en el cuello y otros seis más en diferentes partes del cuerpo de los que se salvó de milagro.

Hablamos del hombre que más cerca estuvo de crear un espacio sin autoridad alguna. O como lo llamó él mismo: el Territorio Libre de Ucrania. Es decir, el primer espacio de la historia sin Dios, ni patria ni patrón, que en aquellos tiempos convulsos de la Revolución rusa se traducía en imperialistas europeos, nacionalistas ucranianos, bolcheviques o cualquier tipo de dictadura del proletariado. Un sueño demasiado grande para el hijo de una familia pobre de agricultores que, sin embargo, obligó al todopoderoso Ejército soviético a emplearse a fondo para pararle los pies.

No les resultó fácil, desde luego, puesto que Majnó se había curtido en mil batallas durante su militancia política clandestina en la adolescencia. Su padre había muerto al poco de nacer él y, antes de cumplir 7 años, ya trabajaba como pastor de cabras y ovejas con el objetivo de traer el sustento que necesitaban su madre y sus tres hermanos. A los 12 ya era empleado fijo en una de las granjas de los poderosos colonos alemanes, donde comenzó a compartir el odio hacia sus señores con el resto de peones. Nada más cumplir los 16, participó en la famosa revolución de 1905 y su vida cambió para siempre.

La lucha le duró, en principio, tres años, hasta que en 1908 fue arrestado y condenado a la horca por participar en todo tipo de actividades terroristas. La más grave de ellas fue el asesinato de un policía cuando tenía 19 años. Dada su juventud, la pena capital fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad y fue trasladado a la prisión central de Moscú. Allí se inició en el anarquismo, bajo la tutela de Piotr Archinov y con las lecturas de la biblioteca en el poco tiempo que le permitían salir de su celda de aislamiento. Nueve años después, cuando ya lo daba todo por perdido, estalló la Revolución de febrero de 1917 y, para su sorpresa, fue liberado por la amnistía del primer Gobierno provisional.

 

El Ejército negro

A partir de ese momento, su carrera revolucionaria fue meteórica. Un año después fundó el Ejército Negro, un grupo armado no muy grande, pero que fue muy respetado durante la Guerra Civil por su ferocidad en los ataques contra el Ejército Blanco de los zaristas y el Verde de los nacionalistas. Y eso que se trataba de un grupo de campesinos sin apenas medios materiales ni armas, que eran capaces de recorrer largas distancias a pie, tan rápido como un cuerpo de caballería. El ritual era siempre el mismo: alcanzaban al enemigo, atacaban con pocos combatientes, golpeaban con contundencia y desaparecían sin dejar rastro a los pocos segundos.

No cabe duda de que Majnó tenía un gran talento militar. Se dice que fue el inventor de la guerra relámpago que tantos éxitos les proporcionó, más tarde, a los nazis. Con su liderazgo fueron creando cada vez más comunas campesinas fuera del yugo del Estado soviético. Llegaron a tener el control del sureste de Ucrania, la costa oriental del mar del Mar Negro y la península de Crimea. Un vasto territorio de, aproximadamente, siete millones de personas y una superficie semejante a un tercio de España, donde aplicaron por primera vez los principios del comunismo libertario y la autogestión, con los agricultores cultivando en común las tierras que habían arrebatado a los antiguos terratenientes.

Se puede decir que los majnovistas fueron los únicos capaces de crear verdaderos soviet libres, aunque ni siquiera llegaron a imponer un anarquismo pleno, ya que no querían traicionar su respeto a la libertad individual y a los principios de la libre adhesión a su proyecto por parte de los campesinos. Y aunque la mayoría de ellos lo recuerdan aún hoy como una especie de ‘Robin Hood’ que robaba a los terratenientes y a los colonos para dárselo a los pobres, lo cierto es que otros muchos se refieren a él como un ‘bandido’ al que le reprochan sus alianzas con el Ejército Rojo.

 

Entre el mito y la realidad

Entre los bulos más importantes que han circulado en torno a Majnó tras la desintegración de la URSS, el más importante es el que dice que dejó escondido el botín que había capturado en el transcurso de sus razias. Sea cierto o no, es uno de los episodios que más turistas atrae y sobre el que se han realizado numerosos libros, artículos y películas. Es como si interesara más ese misterio sin ninguna base real que sus gestas militares.

Hay historiadores como Julián Vadillo que ponen en duda la existencia de ese tesoro. «Néstor tuvo que salir corriendo primero a Rumanía y, luego, a Polonia. Sus últimos años los pasó en la más absoluta de las miserias, en un piso muy pequeño de las afueras de París», advierte en ‘Por el pan, la tierra y la libertad: El anarquismo en la Revolución rusa’ (Volapük, 2017). El rumor más extendido a día de hoy sugiere que una parte del botín podría estar en Starobelsk, aunque hay otros que lo sitúan en Melitopol, Volnovaja, Slavyansk, Rodakovo y Luhansk. Otros aseguran que fue enterrado por los anarquistas cuando fueron conscientes de que su derrota a manos de los bolcheviques era inminente.

La causa principal de esta fueron las numerosas carencias del Ejército Negro y el rechazo de sus 50.000 miembros a la disciplina y a la unidad propuesta por los bolcheviques, a los que consideraban «autoritarios» y «burocráticos». Para que se hagan una idea, los milicianos debían elegir a sus superiores mediante elecciones y podían despedirlos cuando lo consideraban necesario. Todo esto provocó cierta desorganización y que las aldeas controladas por los anarquistas ucranianos fueran saqueadas constantemente por los imperialistas.

 

Asesinados a traición

Poco a poco las comunas de Majnó se fueron bolcheviquizando, pasando a ser controladas por los comisarios del Partido rusos. Esto provocó un choque frontal con la autonomía y autodeterminación del mencionado Territorio Libre de Ucrania, pero la estocada final se produjo cuando, al terminar la Guerra Civil, los dirigentes del Ejército Negro fueron invitados a una supuesta mesa de dialogo donde, en su mayor parte, fueron apresados y fusilados a traición. A continuación, 150.000 soldados del Ejército Rojo atacaron la región y a los alrededor de tres mil guerrilleros que habían sobrevivido.

La entrada de los soviéticos marcaría el final de la autonomía anarquista ucraniana. Alrededor de 200.000 campesinos fueron ejecutados igualmente durante la invasión, mientras que otros tantos fueron deportados a campos de trabajo de Siberia. Majnó y sus últimos cien guerrilleros acabaron huyendo, prácticamente desangrados, con las heridas de bala todavía abiertas sobre sus cuerpos. Nunca más volvieron a Ucrania.

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De ABC, 09/06/2021

Imagen: Montaje de una foto de Majnó sobre una bandera soviética

 

Wednesday, June 9, 2021

Los juguetes de Walter Benjamin


MARÍA JESÚS ESPINOSA DE LOS MONTEROS

 

El 15 de marzo de 1930, alrededor de las 15:20 de la tarde, los ciudadanos que sintonizaron el dial de Radio Berlin escucharon la voz gruesa de Walter Benjamin hablando de juguetes. Benjamin, el filósofo, traductor y ensayista más prolífico y curioso de los últimos tiempos, se preguntaba por qué demonios no existía un programa de radio infantil que hablara del juego.

En aquella mítica columna sonora —recogida bajo el título ‘Juguetes de Berlin I’ en el libro Radio Benjamin publicado por Akal y editado por Lecia Rosenthal— el alemán desgranaba algunos de los juegos de su infancia. El pescador con suerte era un artilugio sencillo compuesto por una pequeña caja en la que los niños pescaban figuras con forma de pez gracias a unos palitos finos a los que se adhería un hilo; también estaban aquellos otros “libros rápidos” con pequeñas secuencias de fotografías que mostraban un combate o un partido de fútbol; y, por supuesto, Prueba de vida, un juguete similar al anterior en el que las imágenes se hallaban montadas sobre un disco que giraba rápidamente y generaba vida en aquellas figuras en movimiento.

Estos días en los que los contenedores de basura parecen cementerios de juguetes me pregunto qué pensaría Benjamin de esta atiborrada dieta lúdica. Porque, ¿cuándo un juguete comienza a serlo? Es decir, ¿cuándo los soldaditos de plomo o la casa de muñecas dejan de ser enseres decorativos para transmutarse en depósitos de historias imaginadas y objeto de deseo infantil? Según Benjamin, hasta el siglo XIX no existió una industria especializada del juguete. Lo habitual hasta aquellos días era comprar muñecas de cera en el taller del fabricante de velas, soldados de plomo en el calderero y animales de madera en el tornero. Había menos juguetes y no existió hecatombe alguna.

Si Benjamin comprendió tan bien el mundo del juego es porque entendía que los juguetes de los niños no dan testimonio de una vida autónoma, sino que son “un mudo diálogo de señas entre ellos y el pueblo”. ¿Qué otra razón existiría, por ejemplo, para que desde tiempos remotos el sonajero fuera dado a los recién nacidos no como un juego, sino para ahuyentar a los malos espíritus? En el libro Juguetes (Ed. Camisiro), el filósofo alemán reivindica los juguetes sencillos (“objetos genuinos”, los llama) como la pelota, el arco o el barrilete. Y afirma sin ambages que cuanto más atractivo es un juguete (“en el sentido común de la palabra”), menos útil será para el juego.

Pienso en Walter Benjamin cuando observo a ciertos niños abriendo regalos que contienen juguetes galácticos a velocidad desorbitada, saltando de un paquete a otro con inusitada violencia infantil. Son insaciables y feroces en su voluntad de tenerlo todo ahora. Elegir qué juguete comprar se está convirtiendo casi en una decisión moral. ¿Y si aplicamos la “dieta Benjamin” estas fiestas? ¿Y si nuestros niños apenas se las ingeniaran con una muñeca, una pelota o un barrilete?

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De EL SUBJETIVO, 27/12/2018

 

Monday, June 7, 2021

Un obituario desigual y combinado, o todo lo contrario


PABLO CINGOLANI

 

Nunca olvido, nada olvido. Nunca y menos a ti.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot: Recordando a Rodolfo

 

Extraño pijchear tu coca y tu paz, fumar con vos y tu serenidad pastoral y revolucionaria, y ese dialogar para tramar, ese dialogar para parir (poder popular), ese dialogar para fogonear la huella y que la llama luminosa de los pueblos no se apague nunca. Fuiste el mejor de todos, Juan Carlos, el mejor de los compañeros, el más virtuoso

 

De vos, Yul, echo de menos tu caballerosidad –que te nacía del cuore y tu fragua-, extraño ese tu ser honorable, eso que Conrad iluminó como el alma del guerrero, The warrior’ s soul –Conrad fue un polaco que escribía en inglés para que supieran de su patriotismo y del amor que lo laceraba

 

Extraño, Yul, esa guerra que diseñamos, la misma guerra donde estaba embarcado desde su isla de quietud febril el Juan Carlos porque la guerra es siempre la misma y hay solo una guerra que se anhela que es la guerra justa, y que no fue, que no pudimos librar pero que nos alentó, nos inspiró, la batallamos en nuestros corazones

 

Te añoro, Freddy, y siento la misma energía que sentí cuando acudí hasta Guaqui, hasta tu cuna, a verte danzar con el Poli y con el Ramiro, toda la banda brava de los Machaca, ese altiplano fértil que bordea al lago, tan sagrado como ese Tata Santiago, el Tata Rayo, que me ofreciste y ofrendamos juntos en el patio de una casa de adobes, la casa de un pueblo añejo, una casa humilde de pueblo, colmada de fe, fe y alegría, tu casa

 

¡Ay de vos Pájaro! Fuiste de tantas maneras un espejo donde podía mirarme que ni siquiera puedo sentirte partido, ido, refugiado entre las nubes de ese cielo que siempre fue nuestro compañero inclaudicable, por fiel y leal y porque sabíamos que él siempre podía amparar nuestros sueños

 

Ahora nomás te sueño, pero te sueño siempre fecundo, siempre idealista, siempre dirección nacional clandestina

 

Nosotros, algunos de todos nosotros, nacimos para eso, para ser la Dirección Nacional Clandestina de los Sueños, de los sueños colectivos, de los sueños que supimos soñar y compartir, de los sueños por los cuales luchamos, los sueños que bailamos, como los bailaba el Freddy, de los sueños que coqueamos con el Juan Carlos, de los sueños que espejeé en la formación militar de Yul

 

Escribo todo esto porque hoy me enteré de la muerte de Jeremy, de tu muerte, Jeremy

 

Me cuentan que la plaga te arrasó en una semana, te hachó sin remedio, yendo o viniendo desde Colorado hacia Nueva York o viceversa. Vos que un día me escribiste: "We are always in wars that are not ours and often do not interest us, but the taste of triumph makes us see in the dark". Saudades de Conrad, de Kurtz en Camboya: yo, borracho, en medio de una guerra injusta, te mandaba videos de los Cowboy Junkies y de Neil Young, para que terminaras de comprender, en tu proceso de fascinación con lo que carajo somos nosotros, que la guerra no es ajena y siempre tiene sentido y nos interesa si es justa, si es noble, si es virtuosa. Decía el Mío Cid, querido Jeremy: hay que buen vasallo fuera/si buen señor tuviera

 

La revolución es un sueño eterno, escribió uno de los nuestros, el Andrés Rivera, sobre la vida de otro que, en 1811, en las mismas pampas de Guaqui donde bailamos con fervor con el Freddy, fue obligado a enterrar su sueño de libertad radical y ampliada y masticar su derrota hasta su muerte –paradojas: el mejor orador de la revolución murió de un cáncer en la garganta. Se llamaba Manuel Castelli

 

Decía Silvio Rodríguez, cuando lo cantábamos: Vivo en un país libre/ Cual solamente puedo ser libre/

En esta tierra, en este instante…

Decía Ezra Pound en su Guía de la Kultura: ese país sólo existe en el corazón de los hombres

Decía Manuel Puig en El Beso de la mujer araña: Fue un sueño breve, pero fue un sueño feliz

Decía un poeta llamado Luis Alberto Spinetta: la lluvia borra la maldad/ y lava todas las heridas de tu alma…

 

Esperando esa lluvia, quedándote o yéndote, decía el Mío Cid, insisto: hay que buen vasallo fuera/ si buen señor tuviera

 

Nuestro señor siempre fue el destino

 

Ese destino áspero, duro, frío pero que nos concede ver en la oscuridad. Más acá o más allá de la muerte, querido Jeremy.

 

Laderas de Aruntaya, 7 de junio de 2021

 

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Imagen: Pablo Picasso, 1901

Sunday, June 6, 2021

Primero viene la comida, breve historia del hambre


MAURIZIO BAGATIN

“Es por el fruto que se juzga una planta, no por la raíz” - Giacomo Agostinetti -

Los Padres Benedictinos eran tan hábiles agricultores que Isabela de Castilla solía decir: "Sería mejor darles a estos Padres España para cultivar en lugar de dejarla en el abandono”. De eso deberíamos ocuparnos, cultivar el abandono, despejar, recordar. La media luna fértil es hoy un desierto árido. Todo parece haber iniciado con el hambre, en un Edén, según la Biblia la manzana, el falso fruto, una manzana llena de metáforas que nos conduce hasta aquí; la culpa y el dogma han colaborado con el resto. Si una araña chupa una flor, ese jugo se convierte en tóxico y venenoso, pero si una abeja lo chupa, el mismo jugo se convierte en miel. Los insectos son los alquimistas de una cadena de transformaciones que nos llevan el remedio y el veneno, tal vez la posibilidad de la homeopatía. La dosis es lo más importante.

Leo algunas páginas de Hambre, la obra de Knut Hamsun: «Cada planta ha adquirido un aspecto distinto con el leve soplo agonizante de la primera helada; las briznas de paja se levantan pálidas hacia el sol y las hojas caídas silban por la tierra con un sonido que recuerda a gusanos de seda en movimiento…». Dijo de él Thomas Mann que su escritura estaba en “lo avanzado, la exquisitez, la pillería de sus recursos y el conservadurismo campesino de sus convicciones”, la tierra, el lugar de origen el topos literario y la voluntad. Pero nunca el cambio, el Hambre es la metáfora de una condición, de la transición de un siglo a otro, de una velocidad, de un espacio, de un tiempo a otro.

El pueblo napolitano era, según Maquiavelo, “hombres enemigos de la civilización”, durante la revolución del 1799 como bien sentenció Vincenzo Cuoco: “Pocos entienden a la revolución francesa, poquísimos la aprueban y casi nadie la desean por Nápoles” y ahí hubo guerra civil, feroz y despiadada a raíz de una idea burguesa de inspiración jacobina y salió derrotada por la plebe, la cual aliándose al rey Borbón -una paradoja trágica, como si en París el pueblo se hubiera aliado con su opresor, Luis XVI- y desencadenó un odio terrible, con una barbarie que culminó con actos de canibalismo, adonde el plebeyo devoraba al burgués y jacobino, luego de haberlo despedazado y haberlo cocido en las fogatas que ardían en las plazas.

Gastronomía, conocimiento y placer, comer bien y sano para no terminar en Gastroenterología. El término gastronomía tiene su origen en el griego. Proviene de γαστρονομία palabra formada por γαστήρ, γαστρός(pr. gastér, gastrós) cuyo significado es estómago, vientre, más νόμος, νόμου(pr. nómos, nómu) que significa ley, regla, más el sufijo – ια (pr. –ía) (cualidad). En la China antigua se elegía qué comer basándose en el Tao y la armonía con la naturaleza. Había todo un protocolo, el vino y la sopa tenían que estar a la derecha del comensal, y los platos a la izquierda. Se debía comer lentamente, masticando bien. El comensal debía levantarse saciado y satisfecho. La educación es una cuestión cultural. En muchos países árabes el perfecto ritual después de comer es eructar, símbolo de que la comida estaba deliciosa. A los niños en occidente se les enseña que comer con la boca abierta, eructar y sorber la sopa son gestos socialmente inaceptables. Si en Italia comiéramos en silencio, sin activar varios discursos al mismo tiempo, sin gesticular, sin el canto labial de sirenas encantadoras, sin el baile de los cuerpos entre una portada y otra, sin imaginar una Ópera como digestivo, no estaríamos en Italia. Pero todo cambia y así también los hábitos alimenticios y los comportamientos en la mesa. El campesino se volvió burgués, el burgués cosmopolita, el cosmopolita hoy está volviendo al campo, es el eterno retorno. O el pasado es un presente momificado.

Con las enfermedades, los alimentos recorren la Historia del ser humano, de lo que nos enfermamos y de lo que comemos se trata. Hipócrates, filosofaba con el alimento para que sea nuestra medicina, y viceversa, como el poeta buscaba la belleza -también en la salud- y los dos escribían bajo los dictados de los dioses, pero los dioses, se sabe, son tacaños y muy celosos, por lo tanto, dejaban a los poetas el primer verso y a los filósofos el primer parágrafo. Las recetas no siempre han salido perfectas, no lo pedíamos porque es la imperfección la musa, pero, la ausencia de acuerdo muchas veces generó el caos. El tomate tuvo que viajar al Viejo continente para hacerse famoso y volverse salsa, la papa estropeándose hasta ser puré, aunque un cochabambino en París al oír el camarero presentarle el plato como un “Purée de pommes de terres” le contestó: “¡Bah! ¡Qué puré ni puré! ¡Esto, en mi tierra se llama papa ñut’uspa!”, mientras que la vaca llegó a las Américas para transformarse en hamburguesas y el trigo, haciéndose pasta, inventarse en unas tagliatelle Alfredo.

Y se miraba la luna, mirar para preguntarle, porque el ciclo lunar es esencial para el campesino, en los procesos de la uva y de su transformación en vino; en los injertos, en la poda de la vid, trasvasar el vino siempre en luna menguante mientras que vendimia y prensado de la uva en luna creciente. Lunáticos los poetas de las palabras con sus palabras y con el vino o por el vino, calidad calculada para el poeta del campo, el campesino. Un poeta lo escribió: “El más grande patrimonio de la humanidad es la agricultura”.

El alimento es como la manzana embrujada, la muerdes y obtienes un mundo diverso o una diferente manera de ver las cosas. No es solo el gusto en ofrecernos el placer, hoy son todas las estrategias que la imagen de él, las que entran en nosotros, por los ojos, en nuestra mente, luego en el estómago.

En el principio eran las especias… así Stefan Zweig nos introduce en el Navigare necesse est del intrépido Magallanes, las que dieron sabor a la comida de la Vieja Europa, picantes, ardientes, embriagadoras especias del Oriente, en la Edad Media toda la cocina nórdica es sosa e insípida, no se conoce aún la papa, el tomate y el maíz, el limón para agriar, el azúcar para endulzar, el café y el té para estimular, en todas las mesas, de príncipes y nobles es la gula la encubridora de la monotonía desabrida de las comidas. La papa, que fue el pan de los pobres y la reina de la cocina del mundo andino precolombino, era la base de la alimentación en las tierras altas de las montañas, fue sustancia y mantenimiento de los seres humanos. Los cronistas la embellecieron, Guamán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso de la Vega. En guiso o locro, cocida y asada logró sustituir el poder del maíz, hacerse chuño para su conservación, gracias a las variaciones de temperaturas y al empirismo campesino. Hoy es siempre un deleite compartir un papa waiku con pintaboquitas y quesillo fresco, un Kallu con harta llajwa y un buen tutumazo de chicha kulli.

Massenzatico es un tranquilo pueblo en la provincia de Reggio Emilia, en el corazón de la Emilia roja y productiva del Belpaese; ahí en 1893 se construyó la primera Casa del Popolo (Casa del Pueblo) italiana, y ahí, adonde liberté egalité fraternité se unieron, a inicio del siglo XXI se funda “Le cucine del popolo/La rivoluzione a tavola” (Las cocinas del pueblo/La revolución en la mesa)… ¿Qué comían y bebían los fundadores del socialismo? Si conocemos sus actos políticos, no conocemos los alimentos que generaron sus proyectos. Seguramente una generación así efervescente no hubiera podido existir sin la contribución de una cocina excepcional.

¿Qué habrán comido los internacionalistas en la Trattoria delle Tre Zucchette? ¿Qué cosa se bebía en las llamadas cameracce romagnole? ¿Cuál era la cocina de los sindicalistas revolucionarios y cómo funcionaban las osteria senza gli osti (las tabernas sin anfitriones)? ¿Cómo fueron las veladas rojas socialistas? ¿Qué comían los hijos de los huelguistas en los comedores comunistas? ¿Y cuál fue el fin del “cappelleto anarchico”, y de los licores proletarios? Estas y muchas más fueron las primeras preguntas que se pusieron los participantes del día de las cocinas del pueblo, en Massenzatico, y luego se propusieron una cocina de clase social, redescubrir los alimentos con alto valor nutricional que hicieron dinámica y longeva a la generación anterior, alimentos diferentes de los de la gorda y floja burguesía.

5 de junio 2021

 

Bibliografía

Stefan Zweig, Magallanes, Editorial Maxtor, Valladovid, 2017

Luis Téllez Herrero, Lo que se come en Bolivia, Ministerio de Culturas y Turismo, La Paz, 2014

Antonio Ghirelli, Storia di Napoli, Einaudi, Torino, 1973

Giacomo Agostinetti, Il buen contadino, Biblioteca dell’immagine, Podenone, 2004

AA.VV, Le cucine del popolo, Zero in condotta, Milano, 2005

 

Thursday, June 3, 2021

Taverne de Platon


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

 

Me parece que esa va a ser mi dirección postal de ahora en adelante… Portátil, de modo que la puedes poner donde quieras. Eso sí, con la puerta cerrada y un cartel que diga que vuelves enseguida, y abrir lo justo, solo a los de confianza, como Matías Gáscue, y a los muy extraños, peregrinos de alguna insensatez, fugados de lugares imaginarios, exploradores de la pura nada, naturalistas de pedregal o selva cerrada con el susto metido en el cuerpo… El susto, mal asunto, lo tratan mucho en Bolivia, y lo trataron en mi tierra los curanderos. Y eso, encontrado tu interlocutor hablar de gente olvidada, calles lejanísimas, lugares desaparecidos, vidas echadas a perder o vidas ganadas a los miasmas.

 

Bolero para Jaime Gil de Biedma

A ti te ocurre algo,

yo entiendo de estas cosas,
hablas a cada rato
de gente ya olvidada,
de calles lejanísimas
con farolas a gas,
de amaneceres húmedos
de huelgas de tranvías.

A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas,
cantas horriblemente,
no dejas de beber
y al poco estás peleando
por cualquier tontería,
yo que tú ya arrancaba
a que me viera el médico
pues si no un día de éstos
en un lugar absurdo
en un parque, en un bar
o entre las frías sábanas
de una cama que odies
te pondrás a pensar,
a pensar, a pensar
y eso no es bueno nunca…
…porque sin darte cuenta
te irás sintiendo solo
igual que un perro viejo
sin dueño y sin cadena,
te pondrás a pensar,
a pensar, a pensar
y eso no es bueno nunca.

A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas.


José Agustín Goytisolo

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De VIVIRDEBUENAGANA, blog del autor, 03/06/2021