MARÍA JESÚS ESPINOSA DE LOS MONTEROS
El 15 de
marzo de 1930, alrededor de las 15:20 de la tarde, los ciudadanos que
sintonizaron el dial de Radio Berlin escucharon la voz gruesa de Walter
Benjamin hablando de juguetes. Benjamin, el filósofo, traductor y ensayista más
prolífico y curioso de los últimos tiempos, se preguntaba por qué demonios no
existía un programa de radio infantil que hablara del juego.
En aquella
mítica columna sonora —recogida bajo el título ‘Juguetes de Berlin I’ en el
libro Radio Benjamin publicado por Akal y editado por Lecia
Rosenthal— el alemán desgranaba algunos de los juegos de su infancia. El
pescador con suerte era un artilugio sencillo compuesto por una
pequeña caja en la que los niños pescaban figuras con forma de pez gracias a
unos palitos finos a los que se adhería un hilo; también estaban aquellos otros
“libros rápidos” con pequeñas secuencias de fotografías que mostraban un
combate o un partido de fútbol; y, por supuesto, Prueba de vida, un
juguete similar al anterior en el que las imágenes se hallaban montadas sobre
un disco que giraba rápidamente y generaba vida en aquellas figuras en
movimiento.
Estos días
en los que los contenedores de basura parecen cementerios de juguetes me
pregunto qué pensaría Benjamin de esta atiborrada dieta lúdica. Porque, ¿cuándo
un juguete comienza a serlo? Es decir, ¿cuándo los soldaditos de plomo o la
casa de muñecas dejan de ser enseres decorativos para transmutarse en depósitos
de historias imaginadas y objeto de deseo infantil? Según Benjamin, hasta el
siglo XIX no existió una industria especializada del juguete. Lo habitual hasta
aquellos días era comprar muñecas de cera en el taller del fabricante de velas,
soldados de plomo en el calderero y animales de madera en el tornero. Había
menos juguetes y no existió hecatombe alguna.
Si Benjamin
comprendió tan bien el mundo del juego es porque entendía que los juguetes de
los niños no dan testimonio de una vida autónoma, sino que son “un mudo diálogo
de señas entre ellos y el pueblo”. ¿Qué otra razón existiría, por ejemplo, para
que desde tiempos remotos el sonajero fuera dado a los recién nacidos no como
un juego, sino para ahuyentar a los malos espíritus? En el libro Juguetes (Ed.
Camisiro), el filósofo alemán reivindica los juguetes sencillos (“objetos
genuinos”, los llama) como la pelota, el arco o el barrilete. Y afirma sin
ambages que cuanto más atractivo es un juguete (“en el sentido común de la
palabra”), menos útil será para el juego.
Pienso en
Walter Benjamin cuando observo a ciertos niños abriendo regalos que contienen
juguetes galácticos a velocidad desorbitada, saltando de un paquete a otro con
inusitada violencia infantil. Son insaciables y feroces en su voluntad de
tenerlo todo ahora. Elegir qué juguete comprar se está convirtiendo casi en una
decisión moral. ¿Y si aplicamos la “dieta Benjamin” estas fiestas? ¿Y si
nuestros niños apenas se las ingeniaran con una muñeca, una pelota o un
barrilete?
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De EL
SUBJETIVO, 27/12/2018
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