PABLO CEREZAL
Te
esperaré
en la
puerta de embarque del amor eterno
hasta el
último momento.
Diego
Vasallo
Ya llegó el
verano y, con él, una nueva ola de calor que los entrevistados por cadenas
televisivas surfean a golpe de aire acondicionado y cerveza fría en terracitas
de barrio. Reconforta ver a tanto conciudadano disfrutando de sus merecidas
vacaciones estivales. Por mi parte, hace años que no salgo de Madrid, al menos
tres años que navego Europa y uno en que aprendo a recorrer, despacio, el
universo todo. ¿Contradictorio? No, no crean, carecer de capital para
desplazarse y andar sobrado de imaginación tiene sus ventajas.
El caso es
que hoy me ha dado por recordar períodos vacacionales de antaño y he naufragado
en la negra percusión de los tambores en Salvador de Bahía, en sus negras aguas
de piel negra celebrando el sudor y la sal en coyunda de exceso y humedad.
Aquel perderme por los oscuros vericuetos de tan luminosa ciudad ocurrió hace
años, vidas tal vez, ya digo que llevo demasiado sin viajar. Pero hoy ha
retornado a mi memoria esa incandescencia del poco dinero y la mucha gana de
dilapidar latido que se gastan los bahianos. Hoy, justamente, día de la Virgen
del Carmen, patrona del mar, que en el sincretismo candomblé se asocia, en
ocasiones, a Yemanjá, madre de todos los orishas enviados a los humanos por la
divinidad suprema de los yorubas del África occidental. Sí, hablo de religión,
yo, tan descreído. Porque las religiones, cuanto más exóticas e incomprensibles
mejor. Pregúntenles, si no, a todos los adeptos al yoga de franquicia
occidental, que siguen creyendo que el budismo es paz, amor e igualdad. Así
que, lo confieso: creo en Yemanjá, esa divinidad que humedece las mareas para
regresarnos, a sus fieles, henchidos de milagro y sudor sano a eso que
consideramos hogar y nada tiene que ver con el chapuzón mediterráneo permitido
por las divinidades del capital. Tampoco con lo que espera al regreso del
asueto vacacional.
Así que
hoy, húmedo de sudores bastardos, solo pienso en la fértil humedad de la
patrona de las aguas, y me abandono a la memoria de un año de viajes sin salir
de casa rememorando su piel con el pánico de un mapache descolorido y agreste
que solo pretende hacer nido en lo más profundo de su vientre. Y pienso en el
sincretismo bahiano, y en piel negra por incinerada de amor, y en amores negros
por oscuros, y en oscuros negros lorquianos, y en la negritud del café tenso y
la tensión de un vino vivaz que rompe contra los muelles en que mastican
salitre las encías para florecerse de extrañas y húmedas orquídeas. Cosas así,
que nadie entiende y a nadie importan y por eso las escribo de gratis, con la
misma gratuidad que ofrendo todo mi sudor a Yemanjá para que pueda esculpirlo
en sal de mirada vuelta hacia atrás para mejor verla llegar.
Me enredo.
Quería hablar de vacaciones y calor, de mares adocenados en la calma chicha y
oleaginosa de los bronceadores, de aviones que vuelan obligados y de puertas de
embarque en que espera Yemanjá, dispuesta como la Virgen del Carmen a florecer
entre las mareas del miedo sus labios de infinito hecho humedad. Ellas bendicen
a marineros que navegan porque de otra manera no saben hacerlo, también a otros
a quienes no queda más remedio, sea por alimentar a la prole pescando jureles
de cuerpo desierto como por alimentar a la prole que nació muerta en el
epicentro del miedo: Sahel y más allá.
Hoy, en las
costas hispanas, la Virgen del Carmen surcará las aguas rodeada de argonautas
que, por un día, para rendirle pleitesía, truecan en floridas guirnaldas sus
feroces tatuajes de anclas. Igual Yemanjá, y nada me gustaría más que lanzarme
a las aguas para lamer su estela de delfín lánguido y voraz. Pero está en
Brasil, y ya digo que llevo años sin poder permitirme viaje alguno. Podría
venir ella, pero la imagino en el aeropuerto retenida por las autoridades
migratorias, que le preguntarían qué se le ha perdido en Madrid. Además,
Yemanjá es negra. Así que, rechazadas sus pretensiones, la veo rodeada de
maletas con ruedas que no desplazan ningún peso, de viajeros sin gana de viajar
más que a un fotograma incierto. Yemanjá en la puerta de embarque del veraneo,
arracimando entre sus muslos el ansia por desovar un tsumani que recomponga las
mareas y, de paso, la brevedad insomne de mi pecho. Dentro de este, sí: el
corazón y la arritmia fresca. Más allá, salitre en los párpados y plegarias que
tartamudean. De yapita: soñar con un veraneo en que poder tomar un
vuelo hasta Bahía para entregarme a su chapoteo en las mareas negras del exceso.
O esperar que a ella le salgan alas. Pero dejaría de ser la oscura diosa de la
humedad, y así no.
Sous le
pavés, la plage! Reordenando el oleaje, Yemanjá. Bajo la marea, los muertos que nunca
quisieron viajar...
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De POSTALES DESDE EL HAFA, blog del autor, 16/07/2022
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