PABLO CINGOLANI
De manera
rauda, asciendes por los cerros. En una hora de marcha, trepas desde los 3500
metros de altura hasta los 4000, o sea, transitas desde la cabecera de valle
hacia la puna propiamente dicha. El tránsito lo ocupan los desgajamientos de la
precordillera: una infinita serie de cárcavas abismales, todas fosilizadas, que
cargan el ambiente de un acuciante misterio, lo cual impulsa la caminata y la
elevación, ya que puedes temer caer entre las simas. Hay demasiados precipicios
propicios donde arrojarse.
Llaman los
lugareños a las alturas con el nombre de Tiñipata. Pata, en lengua
autóctona es precisamente eso: altura, lugar elevado. El origen del vocablo
“tiñi” está asociado a la cultura impuesta y es una derivación del acto de
teñir, de vegetales asociados con la acción del teñido. Se trata de unos
líquenes que precisamente recubren las areniscas fósiles. Atesoran un verde tan
frágil que magnetiza y carga de poesía el entorno. Puedes encontrar manchones
extensos de estos líquenes tapizando temibles agujas o acariciando rocas
negras. El contraste de colores es muy evocador.
Cuando al
final de la travesía dejas atrás los abismos, la puna aparece de manera
intempestiva y se muestra cargada de esplendor. La panorámica que puedes
apreciar desde allí es cautivadora, así llueva o granice o reviente el sol: en
dirección sur, la vista atraviesa la totalidad del valle lateral que corona
Tiñipata y, a su vez, cortas con la mirada otros dos valles, el principal, en
cuyo seno se aloja, hacia el oeste, la ciudad de La Paz y uno más, muy extenso
también, que es el valle de Achocalla.
Entre ambos
valles, se alzan los cerros de Chullpani y Hujata, bellísimos, de color rojo,
rojo oxidándose. Al fondo, se instala a pico la línea perpetua del
altiplano, la invencible raya desde donde todos los caminos son imaginables,
son posibles, son ciertos. En otra línea visual y casi recta, está estándose
Amachuma, en el borde que se derrama (pero no se escurre) hacia Achocalla. La
tormenta más colosal de rayos que vi en mi vida se precipitó por esos lados.
Deberías haber asistido al tremendo y electrizante espectáculo brindado por
Illapa.
La puna
está caracterizada por praderas de ichu (paja brava) que doran el paisaje y lo
vuelven sensiblemente terapéutico. Aquí y allá puedes encontrar plantíos
humanos de papa, papa amarga, papa luki, la más resistente a las
heladas. El aire es muy límpido. Hay aves maría o alkamaris que
te cuidan y propician el buen camino. Se siente una extraña paz allá arriba.
Son rastros de antiguos mundos que aún superviven.
Antaqawa,
26 de diciembre de 2018
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Fotografía:
Amachuma
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