MAXIMILIANO BENÍTEZ
Tenía
veintidós años. Vivía en un pueblo muy pequeño de Castilla la Mancha. Me
llamaron al curro por teléfono para contarme que habías muerto, en tu ley,
agregaron. Nunca me gustó esa frase hecha. Yo creo que al muerto no le gustaría
oír eso de morir en algún tipo de ley. A vos mucho menos, seguro. Te cagaste en
ella toda tu vida. Le hubieras dado una buena trompada. Casi puedo verlo. Esa
noche me agarré un buen pedo recordando todo. Unos años después hablé de vos en
un libro mal escrito que no habrán leído más de veinte o treinta personas que
ni siquiera te conocieron como yo. Esa noche, la de tu muerte, y la de la
publicación absurda de tu historia de la que necesitaba desprenderme, supe de
qué se trata esto del oficio de escribir. No importa mucho, la verdad, tu
historia tampoco. Y esta foto me recuerda a todo eso, como si fuera parte de
una cinta olvidada, como esas que grabábamos de la radio con tanta dedicación
para luego perderlas para siempre. Como el borrador del que nos desprendemos
por temor, por cobardía. En silencio, para no despertar a los muertos.
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