DANIEL MOCHER
Nuestra
familia ucraniana viene a hacer una barbacoa a casa, shashlik,
brochetas de carne marinada, típicas del Cáucaso y del Asia Central, que
asaremos sobre sarmientos chestanos. Mientras trasegamos cervezas sin parar
hablo con Sergei de mil cosas aparentemente inconexas, vigilamos el fuego, él
va preparando los pinchos, Irina y Elena cuidan de Claudia y Marcos, los
adolescentes, somnolientos, pegados a las pantallas de sus móviles.
Conversaciones caóticas las nuestras, plagadas de gesticulaciones, mezcla de
español, inglés, ruso y ucraniano, y parece increíble pero nos entendemos,
porque nos queremos entender, hacemos el esfuerzo y eso es lo que de verdad
importa.
Surgen los
cosacos y pienso en El Don apacible de Shólojov,
libro que me regaló mi padre y todavía tengo pendiente. A Sergei le gusta el
arte y la historia, diseño alemán de los años 50, hablamos también de la
empresa que nos gustaría montar juntos, de su porvenir en España, ya que ni
piensan en volver a su amada Járkov, hecha ruinas por demasiados años para una
vida tan corta. Cambiamos a temas más amables y le recomiendo visitar la costa
de Alicante: Dénia, Moraira, Jávea, Altea, Calpe… también le hablo de Toledo y
Salamanca, de esa belleza medieval que te deja estupefacto, fulminado en tu
pequeñez.
Al poco de
iniciarse la guerra en Ucrania fueron llegando escalonadamente para vivir con
nosotros hasta que les encontramos trabajo y un piso de alquiler. Primero
Irina, Tania, Dania y la perra Pugnia. Después llegó Vika y finalmente Sergei.
Fueron llenando nuestras vidas de pedazos que han salvado del desastre de sus
propias vidas, de esa dignidad que nadie puede arrebatarle al ser humano si no
se deja y de esas ganas de empezar de nuevo y salir hacia adelante. Plantaron
eneldo, coles y remolachas en nuestro jardín, cocinaron borsch, okroshka, plov,
arenques en salmuera, pollo a la Kiev. Hemos bebido su vodka, bien frío,
especialmente Nemiroff y Khortytsa. Tania cantaba
por Alexander Malinin, Irina por Grigory Leps y Okean
Elzy. Irina insistió mucho en que debería leer Eugenio Oneguin de Pushkin por
delante del resto de la literatura rusa. Crimea, evocada como un paraíso
perdido. La cercana Georgia, su gran cocina desconocida, sorprendente,
empezando por el riquísimo jachapuri. Hemos reído y llorado juntos.
Nos cuidaron cuando necesitábamos cuidados. Nos han descubierto mucho de su
mundo y de nosotros mismos, hemos constatado que no somos tan distintos a pesar
de tantas cosas diferentes. Ya sabemos que los seres que aman son muy
parecidos, los que odian son penosamente idénticos.
Frente a mi
cama, sobre el zapatero, he colocado unos iconos ortodoxos que me envió la
hermana de Sergei desde Járkiv y un chotki que Vika le pidió a
su madre para mí. Pienso inevitablemente en La Oración de Jesús, en
los Relatos de un peregrino ruso, libro decimonónico tan delicioso
como desconocido. Mística cristiana, no importa si ortodoxa o católica,
juglares de Dios. Monte Athos, también cada pedazo de tierra que pisara san
Juan de la Cruz. Y cada uno de sus versos inspirados, revelados. Suelo
mezclarlo todo organizando en mi interior una extraña armonía, inquebrantable
de tan frágil, también ahora lo eslavo y lo mediterráneo se enredan, por qué
no.
De alguna
manera, estas dos familias somos una sola familia porque también hemos cantado
juntos contra los fantasmas que acechan amenazando la alegría, y en algún
instante hasta fueron derrotados. Bajo el gran algarrobo comimos sin prisa y se
nos ha pasado la tarde, en grata compañía es más fácil dejarse ir hacia otro
lugar. Hubo un brindis con ron dominicano, la jacaranda en flor pujaba hacia lo
celeste, al atardecer hablábamos con pasión y esperanza sobre el futuro, esa
niebla que nos inquieta y que intentamos despejar inútilmente. Si suena el
blues de Koko Taylor o Robert Cray es más
llevadera la incertidumbre. Fuimos refugiados en sus corazones al darles
refugio, algo de su tierra, su cultura y sus vidas forma parte de nosotros para
siempre. Bajo la nieve de la estepa ucraniana se esconde un corazón tan cálido
que nunca podrá morir.
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De LOS
PROPIOS PASOS, blog del autor, 15/05/2023
Imagen: Marc Chagall/Familia ucraniana, 1941-1943
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