La pasión de Borges por Islandia lo
acompañó toda su vida, e incluso más allá, pues la lápida de su tumba ginebrina
tiene una inscripción en anglosajón en la parte frontal, y una en escandinavo
antiguo en la posterior, tallada a petición de María Kodama, que reza: “De
Ulrica a Javier Otálora”, en mención de los personajes del relato al que
aluden, y que representan a María Kodama y a Borges. La cita está extraída de
la Volsungasaga, saga islandesa anónima escrita hacia 1270, cuya
traducción de William Morris al inglés le obsequiara su padre en la
adolescencia. Lectura que constituyó una revelación, pues ese temprano contacto
generó un íntimo e intenso deslumbramiento que nunca lo abandonaría y que se
consolidó a lo largo de su vida.
Borges viajó a
Islandia en 1971, en 1976 y en 1978. Como resultado de sus lecturas previas, en
el primer viaje era capaz de entender la lengua escrita, aunque su interés fue
siempre más de índole etimológico que hacia la lengua hablada, lo cual no es de
extrañar, dado que su fascinación por Islandia tuvo su origen en la lengua
islandesa, que para él era “el latín del norte”, y que se ha mantenido casi sin
cambios desde hace siete siglos. Ese interés, insólito en la época por parte de
un escritor hispanoamericano, da como fruto tres libros sobre cultura islandesa
medieval: Las kenningar (1933), que, revisado, incluyó
en Historia de la eternidad; Antiguas literaturas germánicas (1951),
reeditado en 1966 con correcciones menores como Literaturas germánicas
medievales; y la traducción al español con María Kodama de Gylfginning (La
alucinación de Gylfi), que es una parte de la Edda, de Snorri
Sturlusson, uno de sus autores islandeses de referencia.
En Las
kenningar, de brevedad borgeana (apenas treinta páginas), Borges reflexiona
sobre el sistema metafórico islandés, las denominadas kenningar,
que aparecen en los poemas escáldicos, a menudo intercalados en las sagas. Los
poemas escáldicos eran composiciones laudatorias dedicadas a reyes o personajes
principales de la cultura noruega e islandesa, cuya característica consiste en
que no eran anónimos. Para ilustrar su reflexión escoge la Snorra Edda,
compuesta alrededor de 1230, que sirvió a los jóvenes escaldas como ars
poetica, pues era un texto que daba lecciones de retórica y poética a los
jóvenes escaldas.
Las kenningar son, en su acepción más simple,
perífrasis metafóricas, asociaciones de imágenes donde, por ejemplo, la
“tempestad de las espadas” alude a “la batalla” y la “pradera de la gaviota”,
“al mar”. Borges no dejó de reconocer que algunas podían resultar artificiosas
–“flores retóricas”, las denomina– y que su encanto se difumina al traducirlas
a lenguas como el español o el portugués. Pero no por ello deja de admirar la
profunda evocación imaginativa que despiertan y el caudal de significados que
la mayoría desprenden. La seducción que ejercieron sobre Borges guarda relación
con su carácter diferenciador de las perífrasis que abundaban en la “literatura
arcaica”, sea en la Ilíada o en Beowulf. Valga
como muestra de su funcionamiento y de su paulatino grado de complejidad el
ejemplo siguiente: si encontramos “la morada de pájaro” por “el aire”, ésta se
puede combinar para crear imágenes más sofisticadas. Si “el cielo” es “yelmo
del aire” podemos encontrar “yelmo de la morada del aire”. Descifrarla, por
tanto, requiere conocimientos de mitología nórdica. Con este libro, Borges se
acoge a un tema desconocido para el lector de la época y lo hace guiado por el
gusto personal, por eso elige aquellas que lo han seducido y omite las de
“potencia más alta”, las de “segundo grado”, las de “razón mitológica”, que no
son las que elegiría un islandés experto en mitología. En ese sentido, el texto
tiene carácter lúdico, pues las plantea de manera adivinatoria, como “mero soborno
a la inteligencia”.
A menudo Borges
se lamentó del desconocimiento de la literatura escandinava en el mundo
hispánico, y con sus aportaciones pretendía paliar en algo ese vacío, pero no
dominado por una puridad académica sino guiado por su caudalosa curiosidad y
gusto personal que, a pesar de ciertas inexactitudes documentadas en Las
antiguas literaturas germánicas, no deja de poseer valor informativo, y
aunque su acercamiento a la literatura islandesa se centró en la Edad Media y
no lo conectó con la literatura contemporánea, el mérito de tender puentes
entre ambas culturas no ha sido secundado por otro escritor hispánico actual.
Si en el plano histórico hay aspectos de su interpretación discutibles, sus
valoraciones literarias se revelan de interés para entender su obra. Una
influencia reconocida por él mismo al afirmar que creía “haber aprendido a
narrar en esos libros”. Porque aquello que le entusiasma, Borges no puede dejar
de usarlo en la ficción, siquiera como experimento, y su fascinación por las
sagas permeó su estilo, como él mismo reconoce en una entrevista en su primer
viaje a la isla, al decir que lo seduce la economía de esa antigua literatura,
pues “todos los que escriben en español tiene la tendencia a extender su
estilo”. Como no podía ser de otro modo, Borges incorporó su fascinación por
este mecanismo creativo a su propia obra, como el poema “Fragmento”, construido
a base de kenningar. El sustrato islandés también subyace en “Tlon,
Uqbar, Orbis Tertius”, en el que emplea su conocimiento de las kenningar alternándolo
con diversas posibilidades de su invención. En otra entrevista reconoce haber
compuesto “La intrusa” ateniéndose “al estilo y espíritu de las sagas”, y la
isla boreal es la protagonista de numerosos poemas como “A Islandia”, de El
oro de los tigres; “Islandia el alba”, de La moneda de
hierro, e “Islandia”, de Historia de la noche. A su mítico
monstruo marino o “verde serpiente cosmogónica” dedicó la composición onírica
“Midgarthormr”, de Los conjurados y Atlas. El
islandés era, a buen seguro, la lengua en la que Borges se permitía soñar.
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De LA JORNADA
SEMANAL, 17/05/2015
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