MAURIZIO BAGATIN
V PREMIO NACIONAL DE CRÓNICA
PERIODISTICA “PEDRO RIVERO MERCADO”
“Bolivia es un país con reputación” -
James Dunkerley
Era aquel
increíble disco de Gato Barbieri, la pieza que le da el nombre, un viaje en lo
desconocido de una posible tierra andina y la magia de un saxo que me llevaba
hasta las entrañas de un interminable socavón, la dificultad para conseguir una
copia de aquel disco, dificultad hasta para tener una simple grabación en una
cinta (dificultades titánicas de un país ya
para titanes…), y era el otro disco, el de Freddie Hubbard, con el mismo título
pero menos conocido, más tropical, más oriental, más suelto; en algunos
momentos era el Mundial de Futbol del ’94, en la canícula norteamericana
aquellos chicos chiquititos que se
calificaron jugando tocando el cielo (Maradona aún no se había quejado de lo
inhumano de la altura) y les estaban sacando la mugre a los teutones, el
cronista que se encaprichó en pronunciar con una acentuación ridícula -como si
fueran franceses de alguna ex colonia o de Haití- a los jugadores bolivianos:
Etcheverrý, Soriá, Truccó, Sandý…
Pero fue sobre
todo Butch Cassidy and the Sundance Kid
y nuestro imaginario del sur, de todos los sures del mundo, de todas las
leyendas -y las realidades- que el realismo mágico nos dejó: forajidos siempre
sucios con enormes bigotes, con una amada esperándolos en cada polvoriento
pueblito y un caballo igual a los de todos los spaghetti western; Osvaldo Soriano que penetraba silencioso un
cañón o deslizándose por una pampa y organizaba un partido de fútbol entre
anarquistas de todas partes de Europa y nazis alemanes, mientras el hijo de
Butch Cassidy se escapaba con la copa hacia Tupiza, Villazón, Cotagaita; era el
mito del Che Guevara que nos transmitió una Europa ya desde hace mucho tiempo
sin héroes y sin tumbas:¿cómo lo habrán matado, quién lo traicionó, por qué
propio allí? Más La Zamba del Che que
escuchábamos día y noche bajo el sol y
las estrellas mexicanas o en las fiestas de L’Unitá, entre platos de
polenta con salchichas y queso y el siempre bueno vino tinto italiano.
Había leído en
varios periódicos que dos exponentes de la extrema derecha italiana, Stefano
Delle Chiaie y Pierluigi Pagliai, colaboraron en el golpe de estado de García
Meza (en el cual participó también el carnicero
de Lyon Klaus Barbie), la parte nefasta del Made in Italy, la parte de las raíces de su tierra que uno nunca
quiere encontrar afuera de su país: estereotipos, lugares comunes de la
banalidad de los seres humanos, de nuestra irracional fauna.
Bolivia era el
imaginarme yo que debía enseñar cómo construir canales de riego a campesinos
que un tiempo habían canalizado el agua en el Machu Picchu y que habían
alimentado uno de los más grandes imperios de todos los tiempos; memorias
históricas violentadas y disfraces oenegeistas
devastadores. Cada pueblo tiene el derecho a construir su camino, a construir
su destino, así lo tuvieron los Mayas, así los de la isla de Pascua… así lo
merecían los campesinos bolivianos del valle alto de Cochabamba. La verdad
viene después, el futuro nos la ofrece siempre en una bandeja hecha de sudor,
de lágrimas y de experiencia. Ella pero es, como decía Gabriela Mistral, un
boleto de la lotería comprado después del sorteo…
Bolivia era
también Casino, película de Martin
Scorsese sobre casas de juegos y mafia, con Robert De Niro y Sharon Stone, era
sobre todo aquella amenaza: “¡Si te portas mal, te mandaremos a Bolivia!”… ¿Qué
podría esperarme?
Bolivia era,
mientras yo estaba en África, solo un par de llamadas telefónicas… tomar o dejar… y un contrato hecho con la palabra, ni siquiera estrechándose la
mano -las distancias son firmas profundas- y el tiempo de cambiar de valija,
cuatro libros, un par de cintas musicales, los saludos y el verano compartido
entre Camerún y el nuevo mundo. Origen del hombre y el futuro para mí. El
boleto de avión fue de sola ida.
Antes era el
arquitecto de Cesena -poco más que un pueblito, camino a la natal Rímini del
nuestro soñador Fellini- que antes de volver de su viaje andino, por Ecuador,
Perú y por Bolivia, se envió el mismo un paquete con algo de hojas de coca
frescas, y acullicamos, o mejor nos
las comimos como rumiantes desprevenidos -o vegetarianos
power flower- sin probar nada más que un asqueo generalizado y gana de
entender que era lo que muchos podían y lograban probar, cuál era la abismal
diferencia entre la materia prima y la hoy dominadora del mundo, todos
riéndonos… nuestras amigas con sus lenguas verdes y escupiendo el comistrajo
del bodoque desde el balcón de una terraza de una tranquila provincia italiana.
La coca no era aún el mundo de hoy, le faltaba pero muy poco para volverse.
Y más antes aún
el profesor de literatura que nos leyó un artículo, sacado no sé de cual
revista, de cual libro o periódico extranjero, en el cual se hablaba de que
hubo un presidente, un caudillo tiránico, que había hecho un trueque -el
término que utilizó fue un baratto-
con Brasil y que a cambio de un flamante caballo blanco les había entregado un
pedazo de tierra amazónica…y se me vino a la mente -no me esforcé en entender por qué- Camilo
Benso, Conde de Cavour, que a cambio de la ayuda francesa contra los austriacos
cedió Niza (propia la ciudad donde nació el
Héroe de los dos Mundos, Giuseppe Garibaldi… extraños juegos que hace la
historia, que hacen los hombres…) y otros territorios italianos. Mi reino por un caballo… trueques, baratto que hacen y deshacen las
cicatrices de la historia. Y modifican la geografía.
Bolivia hace más de veinte años era mucha de mi imaginación, era mucha de
mi fantasía, eran muchos de mis sueños… un país alejado, un país desconocido,
un país misterioso… me iba imaginando que nos habrían esperado unas llamas,
estos camélidos que solo había visto sufriendo en los zoológicos de Ámsterdam,
de Lignano, de Berlín, para satisfacer aquel sueño veinteañero de competir con
ellas en quien hubiera escupido más lejos, nosotros provocándolas y luego dejar
que escupan sus salivas, evitándonos y dejándonos escupir las nuestras… sueño
que aún serba tiempo, espacio y saliva, y el otro soñador que sigue
recordándomelo…
Florencia era la
casa adonde murió exiliado, olvidado y abandonado en la pobreza Tomas Frías,
cerca del Hotel Cellai, Florencia, cuna del Renacimiento y tumba del presidente
boliviano que fue… la noche que nos alojamos en aquel hotel, una fuga nocturna
-estábamos disfrutando de un viaje escolar- nos llevó a encontrar casualmente
la placa de mármol, colgada al muro de un edificio que recuerda que ahí, en
aquella sobria casa, falleció el dos veces Presidente de la República de
Bolivia, desconocido para nosotros el país y más aún el personaje. Las paredes
encierran muchas historias, los muros a veces reclaman su memoria.
Folco Portinari,
no el priore de Florencia, director
del Banco dei Medici y padre de
Beatrice (Bice), la joven musa inspiradora de Dante Alighieri sino el ensayista
que me deleitó con Il piacere della gola,
narraba que Charles De Gaulle, en visita oficial a Bolivia, estaba
pacientemente escuchando al presidente Víctor Paz Estenssoro, el cual le
reiteraba continuamente las titánicas dificultades en gobernar a un país con
una cantidad diferentes de etnias, con inmensas diversidades sociales y
geográficas, con tanta y controversial historia, a lo cual el gigante
presidente galo, mirándolo de arriba hacia abajo le contestó: ”¿Y Usted cree que sea fácil gobernar un país
como Francia donde hay más de cuatrocientas variedades de quesos?”.
En junio volvió
de Bolivia un querido amigo, nuestro
Reinhold Messner del pueblo, enamorado de las montañas, miembro del CAI
(club alpino italiano), Renzo nos invitó a ver las diapositivas de sus hazañas,
del cielo a una palmada de la mano, de los colores absolutos de las cumbres y
de las nieves eternas, el verde de los Andes… un viaje antes del viaje y el
Huayna Potosí, el Sajama, el Mururata, el Illimani, toda la paz de un
Siddhartha ya en pleno nirvana y toda La Paz vista antes de verla… luces y
colores de la Fiesta del Gran Poder. ¡Alucinar
antes de la alucinación! Una guía
alpina del lugar le dijo que alguien más de su pueblo se habría encontrado con
estas bellezas: solo las montañas no se
encuentran nunca.
Bolivia era
migración, leyendas de banderas plantadas en la luna, de mano de obra muy
apreciada en los Estados Unidos, en toda Europa, viajeros, exiliados,
vagabundos y músicos que encontrabas en pequeñas plazas de París, de Bruselas,
de Madrid, tocando sus quenas, sus flautas y sus zampoñas, como el viento les
enseñó, como ellos lo aprendieron… luego artesanos
con sus piezas de madera entalladas, llaveros multicolores, y el que en
Santander, en España, me vendió un chaleco que sigo usando… whipala antes del proceso de cambio. Eran
meseros cambas en las Ramblas de Barcelona, carpinteros y mecánicos en la
industrial Bérgamo, albañiles en la explosiva Milán… migración y nostalgia
antes de La Gran Comilona de la globalización.
Era el
malentendido con mis padres que habían entendido que me estaba yendo a las bonificas, migración que se llevó
a cabo verdaderamente después de la segunda guerra mundial, hacia las zonas aún
llenas de malaria al sur de Roma, escapándome de lo que nos estaba esperado con
la llegada al poder de Berlusconi -luego todo eso fue aun peor que toda nuestra
ingenua imaginación- mientras me estaba yendo de mucho más, y de todo lo demás…
quid pro quo, fuga, autoexilio que
lanzaron los de il manifesto, y al
cual adherimos yo, Antonio Tabucchi (el suyo fue un exilio de oro entre Lisboa
y Paris) y algunos desesperados, soñadores y fugitivos más…yo solo hacia
Bolivia.
Era también mi
mamá que rezando, antes de salirme, me dijo espero te encuentres una mujer y
que pongas tu cabeza en su sitio. Oraciones suyas cumplidas. Matrimonio mío
también.
Y mi hermana que
me llamaba y me preguntaba si había entendido bien adonde estaba yendo, porque
hay una amiga en su pueblo que recién ha vuelto de Bolivia, allí ha adoptado
dos niñas, después de una tortuosa, humillante y muy cara burocracia pudo
llevárselas hasta el rico e hipócrita nordest
italiano, eran aymaras y aún no hablaban el italiano cuando yo las conocí… después
de un tiempo una de ellas se escapó y la encontraron, bien casada y con dos
hijos, en el profundo sur de Italia. De
los Andes a los Apeninos es la
historia al revés que De Amicis no había imaginado pudiera realmente ocurrir.
Bolivia era una
guía turística -junto a Perú (allí una epidemia de cólera había causado menos
muertos qua una inundación en una ciudad del norte de Italia)- advertencias: Sorojchi Pills para la altura,
antidiarreicos, vacuna contra la fiebre amarilla, cuidado con los efectos de
las bebidas alcohólicas en las alturas -durante las muchas fiestas que investían el país había que ser
precavidos- y, sobre todo, no adentrarse en barrio de zonas peligrosas, como si
existiera una señalización, unas visibles o perceptibles indicaciones al
respeto: un amigo, con algunos
prejuicios y muchas paranoias, me visitó en Camerún y, como todo buen viajero
responsable, cuidaba su cámara fotográfica más que a su chica que lo
acompañaba, durante toda su estadía africana no dejó nunca su Leica, ni cuando iba a dormir, porque con estos africanos, hay que cuidarse de todo, ya me han robado
los calcetines en el hotel, me miran chueco y tienen una cara… su chica terminó en la cama con un ingeniero que
trabajaba con nosotros (él, apasionado como ella de arquitectura, le contó que
había trabajado en el proyecto de Renzo Piano, en la construcción del
aeropuerto de Osaka, en Japón… y fue magia negra) y su Leica pasó todos los
peligros africanos y le fue robada en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma,
apena desembarcado del vuelo Lagos-Roma, seguramente por una mano experta
local. Una recomendación que recibí de mi abuela a los diecisietes años fue:
“Todo mundo es país y si estas afuera cuídate más de tus paisanos que de los
que vas a visitar”.
Bolivia era el
desconocido mundo del tercer mundo, oenegés, polvo, falta de caminos, miseria y
dolor, mitos y leyendas, fabulas y crónicas de un realismo mágico solamente
leído: todo el atraso que Pasolini nos devolvía en poesía… porque ser atrasado no es el peor de los males.
La Tesis de
Historia de una chica, creo toscana, Francesca Fabeni, que metió la pata lapidariamente, sostenía que la revolución boliviana
era una revolución sin socialismo, ninguna Tesis de Pulacayo, ninguna reforma
agraria y ninguna nacionalización de las minas como tampoco el voto universal
le hicieron -¿a razón?- cambiar de
idea, según ella, en Bolivia no hubo revolución, sino un cambio gattopardesco. Queda una
revolución, entre las vividas en Sudamérica, la de México, la cubana, y la
de Nicaragua, que es la menos estudiada.
Bolivia era A Cochabamba me voy de Víctor Jara, en
la bellísima versión latín-jazz de Daniele Sepe, escuchada en un hilarante
concierto en Umbría pocos días antes de llegar a la Llajta: la voz de José
Seves y la embriagadora performance de Elizabeth Morris y de Auli Kokko, y el
disco editado por il manifesto,
entrega nostálgica para auténticos outsiders, disco que fusionaba los cantos
andinos, Tierra y Libertad y los Sem terra con el jazz, simbiosis mágicas
que desgranamos en viaje, lentamente, sin mirar atrás, sin mirar adelante, con
los ojos cerrados, cruzando el océano que abrió las puertas a toda las futuras
contaminaciones musicales.
Bolivia era un
chocolate, el de “El Ceibo”, que me
invitaron unas chicas que atendían una tienda de productos del tercer mundo, L’Altrametá, se trataba de
una barrita de chocolate con quinua… se rieron, me saludaron y me dijeron
“desde Bolivia envíanos una tarjeta postal”, años después entré nuevamente en
L’Altrametá, en la pared, reservada a los recuerdos y a las reliquias, colgaba
aún la tarjeta que les envié desde Cochabamba: el Cristo de la Concordia, la
Colina de San Sebastián, el Tunari y una infaltable chicharronería.
“Schiphol
estación de trenes, Schiphol aeropuerto de Ámsterdam, hasta luego Europa, frío
hasta en pleno verano, ciudades que parecen eternamente grises, que parecen
estar soñando el sol, soñando el mar, soñando el sur, hasta pronto… me saco una
Philip Morris, una de las últimas, busco mi encendedor, no lo encuentro, y a mi
lado aparece la llama de un Zippo, se
acerca y me ofrece el suspirado fuego que enciende tabaco, nicotina, alquitrán,
adictivos químicos desconocidos, es un hombre que puede tener al máximo
treinta, treinta cinco años, rubio, ojos azules, me pregunta adónde estoy
viajando, en un maccheronico inglés
que sabe a italiano del sur, le digo que estoy viajando a Bolivia, ¡ah! me contesta, ahora en un
perfectamente reconocible dejo de dialecto romano, Santa Cruz de la Sierra y me hace el gesto inconfundible de quien
se encuentra en Holanda por algún tráfico ilícito, el tráfico de cocaína, gesto
que torciendo la nariz como lo de uno que tiene un resfrío leve, es
innegablemente el de uno del giro… estuve
ahí el año pasado, bella ciudad, lindas chicas, mucho calor. Lo miré y le
dije que no, yo estaba yendo a
Cochabamba, terminé mi Philip Morris me despedí y ya en el vagón pensé en este romano
con cara de centurión mientras iba y volvía de Ámsterdam llevando tal vez la
cocaína que alguien, o que él mismo, había ido a recibir -o comprar de algún
pusher desconocido hasta Santa Cruz de la Sierra- para luego entregarla a la Roma per bene, o a la Milán de los
yuppies y de la moda, en lo peor de los casos a los nuevos mercados, los
consumidores emergentes de una clase obrera devastada, la que antes de irme
había votado por los secesionistas de la Lega Nord”.
Bolivia era el
sueño de todo viajero, del que se sentía un poco antropólogo, un poco bohemio y
un poco poeta: el tercer mundo era un ancla
de salvación -la fuga que el director de cine Gabriele Salvatores transmite
en sus películas y a los fugitivos a los que dedica la película Mediterráneo: “Dedicado a todos los que están escapando”,
con la cual ganó el merecido Oscar- para
quienes no soportaban más el devastador progreso del primer mundo, para los que
no querían sufrir más de la abominable alienación, para muchos de los inquietos
y soñadores, y para varios de los fracasados del occidente.
Fueron los
artículos, las notas periodísticas, las estupendas narraciones de Eduardo
Galeano, su utopía siempre encendida, siempre pronta a despertar y mantener
vivo en nosotros el fuego de la memoria,
así tan frágil, así tan desmemoriada, era su memoria, era su fuego, el fuego de
su generación: la Potosí octava maravilla del Mundo, adonde Claudia (nombre de femme fatale para Bolivia), una
hechicera nacida en Tucumán, se venía a morir bajo el cerro más generoso del
universo, el cerro mágico y trágico de las encantadoras pinturas de Melchor
Pérez de Holguín, el cerro que parió tanta plata que se hubiera podido
construir con este metal un puente entre Sudamérica y España, la Potosí del
Boccaccio boliviano, el cronista Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, la fundación
del Alto Perú con Bolívar y Sucre, espléndidos y puros héroes, para nosotros
como lo eran Salgari, Dumas, Julio Verne y las mujeres, estas valerosas
cochabambinas que no se doblegaron a los españoles, las Heroínas de la
Coronilla guiadas por Manuela Gandarillas… y así La Paz y la rebelión de Tupac
Katari, Melgarejo y los continuos golpes de estado, la cocacracia de los años ’80, hasta la memoria que se introduce en la
narración de una guerra infame, la Guerra del Chaco, testimonio de dos de las
más profundas, esculpidoras y elegantes plumas que hubo Latinoamérica, la del
cochabambino Augusto Céspedes y la del paraguayo Augusto Roa Bastos: hoy solo
ellos podrían devolvernos con Sangre de
mestizo e Hijo de hombre toda la
memoria que la fragilidad de la historia nos ha hecho olvidar. Bolivia eran mis
memorias del fuego. Antes, ahora y después.
Bolivia eran los Inti Illimani, grupo musical chileno con
nombre de un cerro que es mito, magia y encanto de La Paz, los conciertos de
los setenta y de los ochenta llevaron a Italia la historia de un continente que
era continuamente depredado, violentado y sacudido por toda la violencia de lo
que todos llamaban Imperio… golpes de
estado y violencia, amor y sueños fluían en canciones que el tiempo volvieron
tristes, aburridas, monótonas, nunca nadie pudo explicarme por qué este grupo
se puso éste nombre, si desde Santiago el Illimani es muy lejos y siempre La fiesta de San Benito me pareció -como
lo es en la realidad- una fiesta afro boliviana. No sé, tal vez se
internacionalizaron con excelente anticipación o, con esta canción, querían
pedir perdón por haberse bautizado con el nombre de un cerro boliviano. ¡El
disco se intitulaba Viva Chile!, por
eso sigo preguntándomelo.
Haber leído Cien años de soledad, esperar una
Macondo, muchas Macondo, todas las Macondo que me habrían esperado en Bolivia
-como en todos los países sudamericanos-, siempre hay una Macondo mágica,
siempre hay una Úrsula, un Aureliano, una lluvia que dura cuatro años, once
meses y dos días, una Macondo llena de mariposas, de muchas revoluciones, de
soledad, y en una esquina los perros de Juan Rulfo -que ladran y no muerden,-
una Comala adonde no se puede contra lo
que no se puede.
Era una canción
de Paolo Conte, alegre Sud América,
el carnaval, su futbol, el surrealismo, los trópicos, un poco quimera y muchas
nostalgias…
Y era lo que
pensaban algunos anarquistas, la cuna del capitalismo, el vale un Potosí, un país siempre laboratorio de conquistas, de
experimentos económicos y sociales, cuna del neoliberalismo y de una revolución
sin socialismo… y Tristes trópicos de
Claude Lévi-Strauss, el cual, llegando en Santa Cruz de la Sierra -algún día
visitaría aquella casa de la gobernación adonde fue retenido junto con un amigo
por la policía local-, vio pegado a una pared de aquel ambiente el aviso que
decía: “Bajo pena de severas sanciones,
está terminantemente prohibido arrancar páginas de los archivos para servirse
de ellas con fines particulares o higiénicos. Toda persona que incurra en
contravención será castigada”.
Bolivia era la
Bolivia de muchos viajeros que leí poco y de prisa, Humboldt, Haenke,
d’Orbigny, Isherwood, geógrafos, botánicos, científicos y escritores, y los
muchos de apellido italiano que tenían que ver con la transformación de la Erythroxylon
coca, y con la elaboración de elixires (Domenico Lorini), de vinos (Angelo
Mariani) y de la misma cocaína (Guillermo Malpiga), además de Paolo Mantegazza,
de fama internacional. Tomábamos el licor Coca Buton (de Giovanni Buton de
Bologna) que en su etiqueta decía: recomendado
por el célebre higienista Senador Paolo Mantegazza e incluya -sigue en la
etiqueta actual- hojas de coca bolivianas…
era tan dulzón que debíamos alargarlo con agua tónica o con Ginger Ale, el
resultado no era tan estupefaciente pero acompañaba el mito misterioso de
aquella hoja increíble, legendaria entre los Incas y prohibida en nuestros
días.
Bolivia no era
una tabula rasa absoluta pero todo era aún mucha teoría, varios cuentos,
leyendas, afabulación y demasiada imaginación.
No la de Vittorio
Modotti, anarquista italiano y tío de la incandescente Tina Modotti, que se
suicidó, atrapado por el terror, el miedo y la persecución de la policía fascista
italiana, el OVRA; desde hace mucho tiempo lo estaban teniendo al acecho, y él,
devastado por la inseguridad y carcomido por la soledad, en una fría La Paz,
decidió quitarse la vida, en lugar de entregarse a los esbirros mussolinianos.
En las fugaces
lecturas de A, la revista anárquica, algunos personajes me llegaron de muy
lejos, como si fueran señales de humo, mensajes en botella o traídos por
pichones viajeros fantásticos; así leí sobre Liber Forti y su teatro popular, y
el grupo que fundó en Tupiza con el nombre de Nuevos Horizontes, Germinal Liber Forti Carrizo, anarquista de
antaño, muy querido entre los libertarios del Ponte della Ghisolfa, zona popular de Milán y ambiente donde
Luchino Visconti rodó Rocco e i suoi
fratelli y a final de los años sesenta, en el círculo anarquista con el
mismo nombre se fundó la revista A, en la sede histórica del Circolo anárquico que sigue aún allí…
cultivando libertades.
Y tampoco era la
de los misioneros, de los laicos, de los curas y de las monjas de Bérgamo que
se habían radicado en lo de Cochabamba, fundando la Ciudad del Niño; un amigo de Milán me hablo de ellos y de Padre
Berta, alma enraizada hacia el Tunari, en las afueras de la ciudad, entre eucaliptos
y molles, canchas de fútbol y huertas, los niños huérfanos, abandonados y con
poca suerte, tuvieron la fortuna de tenerlo ahí, un mañana de carpinteros,
mecánicos, albañiles les restituya dignidad, les daba una vida. La Bérgamo
emprendedora que conocí más por Fernand Braudel que por su cercanía con Milán,
estaba también en Bolivia.
Debíamos salir
ya, debíamos viajar, yo tenía una edad incierta, si te quedas es como si ya
supieras cómo todo va a terminar, porque en el quedarte está todo escrito, si
te vas, suerte, que te vaya bien… algunas amigas me lo dejaron así, algunos
amigos tomaron otro vuelo el mismo día, para ellos el destino era Cuba, una
valija llena de preservativos y de prendas femeninas y un libro que les dejé al
embarque: algunos meses después recibí, ya en Bolivia, una carta en la cual me culparon
de haberles revolucionado todos los planes, culpa mía por el libro que les
regalé, Cuba, falso diario, un viaje
postergado de un marxista sui generis,
llegar a juegos ya hechos cuando las cantinas están cerrando y los casinos
apagan las luces… yo, mientras ellos vía Madrid leían este extraño destino,
andaba hacia el mío. Miré un mapa del departamento de Cochabamba, tierra que
debía pisar por seis meses, tal vez algo más, y en alto al centro había un
territorio, el Chapare, a su extrema derecha, siempre en alto un pueblo, Los Nazis, ¿podía existir un pueblo con
semejante nombre? Recordaba que algunos de ellos lograron escaparse y
esconderse en Brasil, en Argentina, pero que algunos de ellos, además, llegaran
para fundar un pueblo, en medio de la selva amazónica, con este nombre, me
pareció digno de un realismo mágico
que aún no se había escrito.
El viaje, sí, ya
el viaje fue premonitor, vía Ámsterdam, saliendo de Venecia, una noche en la
ciudad de los Coffee Shop y de las
miles bicicletas, una mañana entre el zoológico y el acuario; cruzamos el
charco y tocamos el continente Sudamérica,
Rio de Janeiro, San Paulo, Buenos Aires, hemos llegado, no… Santiago de Chile,
Arica, La Paz, Cochabamba, veintinueve horas de vuelo, con escalas y
conexiones, dos días de homérica odisea. Junto a los documentos de viaje nos
habían entregado un libro sobre las miles
de oenegés presentes en el país y una bitácora
de viaje en la cual nos aconsejaban
reservar para el trayecto La Paz-Cochabamba un asiento en la ventanilla para
disfrutar del paisaje, con la sola decepción de que el vuelo lo hicimos a las
nueve de la noche y vaya paisaje que disfrutamos…
Bolivia era mucho
para mí, era la dignidad, la valentía y la rebeldía de su gente, era la
distancia y el misterio de su historia… toda esta era Bolivia… antes de Bolivia.
Marzo 2018
Bellísimo retrato de nuestro pais,¡qué bien nos conoce! ¡qué matices!, pareciera que pinta con palabras. Y de paso nos da una lección de erudición, sin caer para nada en la pedantería, vicio tan frecuente en quienes saben un poco más. Merecido premio, para aplaudir. Gracias por compartir esta crónica. Saludos.
ReplyDeleteGracias por tus palabras José; el pintor no soy yo sino el realismo de esta tierra que me adoptó: no gané el premio sino fui un de los concursantes. Saludos.
Delete¡Excelente! Pienso lo mismo, José. Me encantó de principio e invité, lo primero, a mi esposa como extranjera alguna vez enamorada de Bolivia, que lo leyera. Saludos.
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