ÁLEX AILLÓN VALVERDE
El boliviano no
se enamora, se encamota. La camotera (el camotismo, el camotaje, el camotazgo,
como prefieran llamarle), no es sino el amor en su estado descomunal. El camote
boliviano, no ve, no escucha, no entiende. Sumido en la contemplación total del
objeto amado, el camote boliviano camina por el mundo y sin embargo, no está en
este mundo. La gente mira pasar al camote y lo ve con una mezcla de ternura,
miedo y desprecio, porque saben que alguna vez, como bolivianos, también
deberán enfrentar la misma condición. Estar camote, sin embargo, puede ser una
condición pasajera y disfrutable. Es pues lindo estar camote. Mientras estás
camote estás en diálogo directo con Dios. Eres un iluminado, el filósofo
esencial de las estrellas. En Bolivia, apreciado visitante, los camotes son
parte del paisaje y están libres por todas partes. Puedes verlos posados en los
árboles, en los cables de alta tensión, en los teleféricos o, sin más, en las
calles. Si te los encuentras, no los asustes, no les preguntes estupideces, no
soportan las cámaras y otras frivolidades tan habituales y tan por debajo del
verdadero amor.
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Imagen: Francis Picabia
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