MAX BENÍTEZ
Decía Emil Cioran
que la melancolía era un estado muy difícil de aprehender, puesto que se nutría
de otros estados y sentimientos más profundos si se quiere. No es difícil
encontrar la raíz de la tristeza, o volver los ojos hacia el interior de uno
mismo para darse cuenta de que eso que oprime el pecho es aquello que llamamos
nostalgia. Sin embargo, la melancolía no es tan fácil de explicar. Nace de un
vacío pero no necesariamente de una ausencia. Es una molestia interna que
padecemos en silencio y que muy pocas veces sale a la luz. Cuando acabé de leer
el libro de Vicente Muñoz Álvarez (escritor, editor y poeta nacido en el León
de los años 60), “Regresiones”, fue precisamente en este estado, tan próximo a
la ensoñación y a la soledad en el que acabé.
Yo no nací en el
León de los años sesenta, ni viví, como el poeta cuenta, los últimos años de
aquella dictadura infame, ni tampoco asistí al despertar de la joven democracia
que fue también el despertar de toda una sociedad sumida en el retraso social
que supuso décadas y décadas de puertas cerradas al mundo. Yo nací diez años
después que Muñoz Álvarez, y no fue en León, sino en el Buenos Aires de los
años setenta, bajo la cortina de sangre de una de las dictaduras más
sangrientas que se recuerden en Latinoamérica, y tan solo unos años antes de
aquella absurda y estúpida guerra que se llevó por delante la vida de tantos
pobres muchachos que marcharon a la muerte bajo una consigna atroz puesto que
era absolutamente innecesaria, gratuita y ruin. Y sin embargo, las memorias de
Vicente (que abarcan desde su niñez allá por los últimos días de Franco, hasta
finales de los años ochenta, en plena efervescencia rockera), en una prosa de
diario íntimo bañado en melancolía, me hicieron vivir junto a sus regresiones,
el latido de muchas vidas que de alguna manera también era la mía.
Puede que fuera
la nostalgia la que llevara a Vicente a escribir estas memorias ahora
colectivas, pero qué duda cabe de que sus regresiones llevan el sello
crepuscular de quien narra desde la plena consciencia de que nada volverá. Así
lo explica en el inicio de uno de los capítulos:
“El objetivo y
el fin de todas estas regresiones, como iréis comprobando o comprobaréis, es
recuperar mi y vuestro pasado, porque es parecido, exorcizar mis fantasmas,
descerrajar con ganzúa de plata las `puertas blindadas de mi corazón”
O en este otro,
en el que el autor parte nuevamente de la nostalgia para entregarse a la prosa
melancólica:
“sonrío…
sonrío de puro gusto y placer cuando vuelvo (cada vez más últimamente)a los
momentos perla de antaño, cuando pienso en mis dieciocho y veinte años sonrío,
porque la nostalgia es siempre un placer, y allá que vuelvo una y otra vez,
todos estos flashbacks vienen de ahí, como estigmas imborrables en el corazón y
la piel vienen estos recuerdos a mí y también, por supuesto, debo contarlos…
vuelven aquellos lisérgicos recuerdos a mí, y yo con ellos, a modo de
caleidoscopio, me dejo llevar, quizás por lo adulterado de presente, este
sucedáneo que nos han querido vender, en lo que han reciclado la sociedad…”
Y es que, Vicente
Muñoz Álvarez, que lleva una veintena de libros escritos casi desde las
sombras, es uno de los representantes de la cultura de la periferia, esa que no
aparece en los grandes medios sino más bien lo contrario: se nutre y vive de la
calle, de la gente. Así pues, aunque ya está curtido en la indiferencia del
gran público (aunque he de añadir que supe hace un tiempo que su libro fue
motivo de una charla en la universidad de León), nos regala esta obra que es parte
de todos. Quieran o no. Nos brinda un testimonio auténtico y fértil y nos abre
la puerta de su corazón que es al mismo tiempo su gran espacio anímico. Porque
Muñoz Álvarez es todo corazón y crepúsculo. Y es en esas últimas luces del día,
allá donde acaba el horizonte, es donde hallamos su prosa aguardando en
silencio.
Vuelvo entonces,
a modo de despedida, a las palabras de Cioran:
“los elementos
estéticos de la melancolía contienen las virtualidades de una armonía futura
que la tristeza orgánica no depara. Esta conduce irremediablemente a lo
irreparable, mientras que la melancolía se abre al sueño y a la gracia”
_____
De INMEDIACIONES,
11/05/2018
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