Thursday, December 14, 2017

Comandante Osama

CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY

El Comandante Osama nació en 1956,  y por un tiempo vivió en Oruro. Pasó sus primeros años, aquellos que lo marcaron para siempre, entre las minas y la recolección de botellas de vidrio que luego serían vendidas a cambio de unas monedas. Los carritos de metal eran sus juguetes. La hoguera encendida en las noches y el kerosene que siempre faltaba en casa. Un padre que luego se supo que tenía otra familia en Cochabamba. El Comandante Osama dice que conoció a esa otra familia cuando él tenía diez años. Se fue a buscar al padre como un Juan Preciado que se desplaza de un campamento lleno de hombres a punto de morir por la enfermedad y la pobreza y se adentra en un valle lleno de futuro. Cochabamba luego de la revolución nacional de abril de 1952 era un lugar próspero, ligado al poder político nacional y lleno de actividad intelectual al interior de la universidad pública y en los bares y restaurantes cercanos se hablaba con igual pasión del fútbol y de la política.

En los albores de la década del sesenta el Comandante Osama no la tuvo fácil. Estudió en un colegio fiscal que se niega a dar el nombre, trabajó como cargador en el mercado. Luego trabajó como electricista y al final, consiguió trabajar como operario de maquinarias en la fábrica de calzados Manaco. Su padre había muerto a finales de los noventa. La familia que tuvo jamás aceptó la presencia del Comandante Osama, lo creían un fracasado. En comparación de sus hermanos que habían logrado ser bachilleres e ingresar a la carrera de Derecho, el Comandante Osama era la demostración de que el pasado siempre te persigue. Así que ya para aquellos años en los que la década de los noventa hizo que la ciudad de Cochabamba cambiara y dejara poco a poco su pasado de ciudad jardín para convertirse en una ciudad con pretensiones de modernidad, llena de cemento y grandes construcciones, el Comandante Osama dejó de visitarlos y empezó su consumo de marihuana y alcohol.

Intentó convivir con una compañera del trabajo, pero luego de breves meses, ella lo dejó. No pudo soportar que él no deseara nada de la vida. Para entonces algo había cambiado en el Comandante Osama. “Yo no leía. No veía mucha televisión. Aunque me gustaban las películas de acción, pero nada más. Así que mi vida era una pérdida de tiempo”. Pero algo pasó. Algo cambió y él tuvo su oportunidad de ver más allá: “Lo que pasa es que en las noticias ya habían cosas que estaban cambiando. Los campesinos salían a las calles. Mis hermanos mineros también estaban en la calle. Yo reconocía a algunos dirigentes que ya eran viejos y a sus hijos que habían crecido y me veía a mí y yo pensaba que yo no había tenido tanta suerte”. El Comandante Osama habla de la suerte como algo negativo porque piensa que de haber seguido en el campamento minero tarde o temprano hubiera ingresado al socavón y su vida hubiera seguido la línea fijada por la historia; habría conocido el sindicalismo trotskista, hubiera sido dirigente, hubiera, quizás logrado construir una familia. Pero no. Él tuvo que ir en busca del padre y se miró a sí mismo en una ciudad que no lo incluía y a la que él mismo no sentía como propia. Así que decidió emprender el regreso. Pero cuando estuvo a punto de irse descubrió que los años no habían esperado por él. Era el principio del nuevo siglo y nuevas revueltas sucedían. El dos mil había empezado con bloqueos de caminos en La Paz y un levantamiento cocalero. Pero esos momentos sólo revelaron el umbral por el que el Comandante Osama transitaría años después; al año siguiente el comandante Osama organizó la resistencia primero en la Avenida Blanco Galindo y luego, en la Avenida Aroma,  en plena guerra del Agua. Aunque Oscar Olivera no lo recuerda, el Comandante Osama dice que Olivera hizo bien al gestionar la creación de la Coordinadora del Agua. Y aun ríe cuando recuerda que en los días conflictivos de ese abril de 2001, vecinos y estudiantes universitarios que deseaban sumarse a la lucha contra el ejército pedían hablar con la señora Coordinadora. “Ellos creían que la Coordinadora era una mujer”, “Era complicado decirles en mis palabras que la Coordinadora éramos todos. Que no se trataba de sólo enfrentarnos con el gobierno, se intentaba frenar el alza del precio al agua, la privatización del recurso hídrico, como se dice, y luego para evitar que la empresa privada se apropie de lo nuestro”.

Osama no ha perdido la claridad de la demanda. No ha dejado que los años y sus miedos venzan a la esperanza de aquellos años, porque mientras más habla de esos momentos en que abril era el tiempo de la revolución, se nota en su voz que para él fue como volver a la vida. El Comandante Osama luego de la victoria de abril sobre la empresa internacional regresó a la fábrica, pero encontró represalias. Le bajaron el sueldo, le quitaron el seguro médico. Tuvo que renunciar. Hubiera podido seguir así un tiempo porque después de todo no dependía nadie de él. Pero pensó que lo mejor era renunciar y así lo hizo; pagó el alquiler de ese mes y se fue de la ciudad. Agosto de dos mil uno lo encontró viviendo en la ciudad de El Alto. Primero vivió en Villa Horizonte I, un barrio minero. Allí trabajó como electricista y después como taxista. Estuvo afiliado a la organización vecinal y recibió capacitaciones: Le enseñaron cómo hacer lectura de coyuntura política, le dieron clases de historia boliviana; le enseñaron los funcionamientos del capitalismo. Junto a muchos otros jóvenes y personas adultas él asistía a esas reuniones con la sed de los años lejos de todo conocimiento. Eran los momentos en que los primeros resultados del levantamiento zapatista recorrían América Latina y podía uno sentir esperanza, eran también los momentos posteriores a las revueltas de Argentina, era el tiempo previo a la guerra del gas.

En Bolivia nadie sabía lo que sucedería aquel octubre de dos mil tres. Lo que se sabía era que el neoliberalismo entraba en su faceta más crítica y que Bolivia no quedaría al margen. Fue imposible predecir cómo se resolvería la historia. Mientras tanto el Comandante Osama ya no se encuentra viviendo en Nuevos Horizontes I. Ahora vivía en la zona de Los Andes muy cerca de la Universidad Pública de El Alto (UPEA). A veces vendía libros usados con algunos amigos. En ocasiones vendía marihuana. Algunos meses volvía al taxi, pero ya no estaba solo.  Había encontrado una nueva pareja. Una mujer de su edad que vendía comida en la Feria 16 de Julio. Un poco antes de que decidieran vivir juntos llegó octubre. La Guerra del Gas lo encontró revisando periódicos para entender por qué pasaba eso. La venta de gas a Estados Unidos por medio de puertos chilenos había detonado una serie de reclamos de varias organizaciones y sindicatos. Uno de los motivos era que el precio de la venta del gas sólo beneficiaba a los compradores, otro de los factores tuvo que ver con la detención de un alcalde de una provincia aymara de La Paz; este alcalde había dado la orden de practicar justicia comunitaria contra un ladrón. La justicia ordinaria al enterarse de este hecho, ordenó la captura del alcalde, en su tercer día de retención, las juntas vecinales se levantaron pidiendo su libertad y el reconocimiento de la justicia comunitaria como parte del orden jurídico estatal. Un tercer factor fue el incumplimiento al pliego de peticiones de los campesinos. El gobierno había firmado algunos acuerdos tras el último conflicto y al no cumplirlos, la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) organizó marchas y paralizó las vías que conectan Oruro con La Paz. En ese contexto el gobierno del entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada despliega un operativo militar para detener a los insurgentes. En el enfrentamiento mueren dos campesinos. Esto desata la velocidad del enfrentamiento. Y empiezan a ocurrir enfrentamientos militares contra campesinos y vecinos de El Alto. La ciudad de El Alto se encontró sitiada desde el nueve de octubre hasta el amanecer del 18 de octubre. Los militares entendían que uno de los focos de resistencia era esa ciudad, porque era la primera que se había levantado contra el gobierno, la primera que había dado su negativa a la venta del gas, la primera que estaba organizándose con la herencia de la lógica minera para resistir al gobierno que ya había ordenado que se corten el suministro de agua, electricidad y gas en esa ciudad. Así que el Comandante Osama organizó a los suyos: amigos y vecinos. Les indicó que debían poner vigilancia en cada esquina. Por las noches montaron vigilia por turnos. Pero también ollas comunes. La comida se prepararía y repartiría colectivamente; el Comandante Osama también propuso que debían hacer caer las pasarelas de la Avenida Juan Pablo II y de la Avenida 6 de marzo para que los militares con sus camiones y tanques no entraran en El Alto. Así se hizo. Esa fuerza descomunal quedó registrada en algunas fotografías y en algunos videos. Un grupo de no más de quince personas haciendo caer estructuras de concreto. El Comandante Osama propuso que un grupo de vecinos fuera hasta Senkata (la planta de distribución de gas) para apropiarse de ella y hacerse cargo de la distribución. Y aunque la medida parecía oportuna, no se la tomó en cuenta. No se pudo entrar en Senkata. Pero la movilización continuó y el Comandante Osama perdió a Alex (el amigo con el que pasó largas horas en esas capacitaciones había sido alcanzado en la cabeza por una bala militar). El Comandante Osama tuvo miedo de que le pasara lo mismo a él o a su pareja y decidió actuar de otro modo. Por las noches hizo su labor de inteligencia y su labor de resistencia. Y aunque murieron más de sesenta personas a lo largo de todo ese enfrentamiento y se registraron más de 500 heridos y un número indeterminado de desaparecidos, el Comandante Osama no perdió a alguien cercano otra vez. Cuando el conflicto terminó con la renuncia de Sánchez de Lozada y la convocatoria a una Asamblea Constituyente, la convocatoria a un referéndum vinculante sobre la política energética y la derogación de la Ley del Gas, el Comandante Osama sufrió otra pérdida. La pareja que tenía le dijo que ya no podía más. Quería irse de la ciudad. Ella había perdido a más amigos y familiares que él y no podía seguir viviendo en esa ciudad; pero el Comandante Osama no deseaba dejar El Alto, así que terminaron. Ella ahora vive en Santa Cruz, muy cerca del Plan 3000.  

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Fotografía: EL ALTO DIGITAL, octubre 2003

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