CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY
El
Comandante Osama nació en 1956, y por un
tiempo vivió en Oruro. Pasó sus primeros años, aquellos que lo marcaron para
siempre, entre las minas y la recolección de botellas de vidrio que luego
serían vendidas a cambio de unas monedas. Los carritos de metal eran sus
juguetes. La hoguera encendida en las noches y el kerosene que siempre faltaba
en casa. Un padre que luego se supo que tenía otra familia en Cochabamba. El
Comandante Osama dice que conoció a esa otra familia cuando él tenía diez años.
Se fue a buscar al padre como un Juan Preciado que se desplaza de un campamento
lleno de hombres a punto de morir por la enfermedad y la pobreza y se adentra
en un valle lleno de futuro. Cochabamba luego de la revolución nacional de
abril de 1952 era un lugar próspero, ligado al poder político nacional y lleno
de actividad intelectual al interior de la universidad pública y en los bares y
restaurantes cercanos se hablaba con igual pasión del fútbol y de la política.
En los
albores de la década del sesenta el Comandante Osama no la tuvo fácil. Estudió
en un colegio fiscal que se niega a dar el nombre, trabajó como cargador en el
mercado. Luego trabajó como electricista y al final, consiguió trabajar como
operario de maquinarias en la fábrica de calzados Manaco. Su padre había muerto
a finales de los noventa. La familia que tuvo jamás aceptó la presencia del
Comandante Osama, lo creían un fracasado. En comparación de sus hermanos que
habían logrado ser bachilleres e ingresar a la carrera de Derecho, el
Comandante Osama era la demostración de que el pasado siempre te persigue. Así
que ya para aquellos años en los que la década de los noventa hizo que la
ciudad de Cochabamba cambiara y dejara poco a poco su pasado de ciudad jardín
para convertirse en una ciudad con pretensiones de modernidad, llena de cemento
y grandes construcciones, el Comandante Osama dejó de visitarlos y empezó su
consumo de marihuana y alcohol.
Intentó
convivir con una compañera del trabajo, pero luego de breves meses, ella lo
dejó. No pudo soportar que él no deseara nada de la vida. Para entonces algo
había cambiado en el Comandante Osama. “Yo no leía. No veía mucha televisión.
Aunque me gustaban las películas de acción, pero nada más. Así que mi vida era
una pérdida de tiempo”. Pero algo pasó. Algo cambió y él tuvo su oportunidad de
ver más allá: “Lo que pasa es que en las noticias ya habían cosas que estaban
cambiando. Los campesinos salían a las calles. Mis hermanos mineros también
estaban en la calle. Yo reconocía a algunos dirigentes que ya eran viejos y a
sus hijos que habían crecido y me veía a mí y yo pensaba que yo no había tenido
tanta suerte”. El Comandante Osama habla de la suerte como algo negativo porque
piensa que de haber seguido en el campamento minero tarde o temprano hubiera ingresado
al socavón y su vida hubiera seguido la línea fijada por la historia; habría
conocido el sindicalismo trotskista, hubiera sido dirigente, hubiera, quizás
logrado construir una familia. Pero no. Él tuvo que ir en busca del padre y se
miró a sí mismo en una ciudad que no lo incluía y a la que él mismo no sentía
como propia. Así que decidió emprender el regreso. Pero cuando estuvo a punto
de irse descubrió que los años no habían esperado por él. Era el principio del
nuevo siglo y nuevas revueltas sucedían. El dos mil había empezado con bloqueos
de caminos en La Paz y un levantamiento cocalero. Pero esos momentos sólo
revelaron el umbral por el que el Comandante Osama transitaría años después; al
año siguiente el comandante Osama organizó la resistencia primero en la Avenida
Blanco Galindo y luego, en la Avenida Aroma,
en plena guerra del Agua. Aunque Oscar Olivera no lo recuerda, el
Comandante Osama dice que Olivera hizo bien al gestionar la creación de la
Coordinadora del Agua. Y aun ríe cuando recuerda que en los días conflictivos
de ese abril de 2001, vecinos y estudiantes universitarios que deseaban sumarse
a la lucha contra el ejército pedían hablar con la señora Coordinadora. “Ellos
creían que la Coordinadora era una mujer”, “Era complicado decirles en mis
palabras que la Coordinadora éramos todos. Que no se trataba de sólo
enfrentarnos con el gobierno, se intentaba frenar el alza del precio al agua,
la privatización del recurso hídrico, como se dice, y luego para evitar que la
empresa privada se apropie de lo nuestro”.
Osama no ha
perdido la claridad de la demanda. No ha dejado que los años y sus miedos
venzan a la esperanza de aquellos años, porque mientras más habla de esos
momentos en que abril era el tiempo de la revolución, se nota en su voz que
para él fue como volver a la vida. El Comandante Osama luego de la victoria de
abril sobre la empresa internacional regresó a la fábrica, pero encontró
represalias. Le bajaron el sueldo, le quitaron el seguro médico. Tuvo que
renunciar. Hubiera podido seguir así un tiempo porque después de todo no
dependía nadie de él. Pero pensó que lo mejor era renunciar y así lo hizo; pagó
el alquiler de ese mes y se fue de la ciudad. Agosto de dos mil uno lo encontró
viviendo en la ciudad de El Alto. Primero vivió en Villa Horizonte I, un barrio
minero. Allí trabajó como electricista y después como taxista. Estuvo afiliado
a la organización vecinal y recibió capacitaciones: Le enseñaron cómo hacer
lectura de coyuntura política, le dieron clases de historia boliviana; le
enseñaron los funcionamientos del capitalismo. Junto a muchos otros jóvenes y
personas adultas él asistía a esas reuniones con la sed de los años lejos de
todo conocimiento. Eran los momentos en que los primeros resultados del
levantamiento zapatista recorrían América Latina y podía uno sentir esperanza,
eran también los momentos posteriores a las revueltas de Argentina, era el
tiempo previo a la guerra del gas.
En Bolivia
nadie sabía lo que sucedería aquel octubre de dos mil tres. Lo que se sabía era
que el neoliberalismo entraba en su faceta más crítica y que Bolivia no
quedaría al margen. Fue imposible predecir cómo se resolvería la historia.
Mientras tanto el Comandante Osama ya no se encuentra viviendo en Nuevos
Horizontes I. Ahora vivía en la zona de Los Andes muy cerca de la Universidad
Pública de El Alto (UPEA). A veces vendía libros usados con algunos amigos. En
ocasiones vendía marihuana. Algunos meses volvía al taxi, pero ya no estaba
solo. Había encontrado una nueva pareja.
Una mujer de su edad que vendía comida en la Feria 16 de Julio. Un poco antes
de que decidieran vivir juntos llegó octubre. La Guerra del Gas lo encontró
revisando periódicos para entender por qué pasaba eso. La venta de gas a
Estados Unidos por medio de puertos chilenos había detonado una serie de
reclamos de varias organizaciones y sindicatos. Uno de los motivos era que el
precio de la venta del gas sólo beneficiaba a los compradores, otro de los
factores tuvo que ver con la detención de un alcalde de una provincia aymara de
La Paz; este alcalde había dado la orden de practicar justicia comunitaria
contra un ladrón. La justicia ordinaria al enterarse de este hecho, ordenó la
captura del alcalde, en su tercer día de retención, las juntas vecinales se
levantaron pidiendo su libertad y el reconocimiento de la justicia comunitaria
como parte del orden jurídico estatal. Un tercer factor fue el incumplimiento
al pliego de peticiones de los campesinos. El gobierno había firmado algunos
acuerdos tras el último conflicto y al no cumplirlos, la Confederación Sindical
Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) organizó marchas y
paralizó las vías que conectan Oruro con La Paz. En ese contexto el gobierno
del entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada despliega un operativo militar
para detener a los insurgentes. En el enfrentamiento mueren dos campesinos.
Esto desata la velocidad del enfrentamiento. Y empiezan a ocurrir
enfrentamientos militares contra campesinos y vecinos de El Alto. La ciudad de
El Alto se encontró sitiada desde el nueve de octubre hasta el amanecer del 18
de octubre. Los militares entendían que uno de los focos de resistencia era esa
ciudad, porque era la primera que se había levantado contra el gobierno, la
primera que había dado su negativa a la venta del gas, la primera que estaba
organizándose con la herencia de la lógica minera para resistir al gobierno que
ya había ordenado que se corten el suministro de agua, electricidad y gas en
esa ciudad. Así que el Comandante Osama organizó a los suyos: amigos y vecinos.
Les indicó que debían poner vigilancia en cada esquina. Por las noches montaron
vigilia por turnos. Pero también ollas comunes. La comida se prepararía y
repartiría colectivamente; el Comandante Osama también propuso que debían hacer
caer las pasarelas de la Avenida Juan Pablo II y de la Avenida 6 de marzo para
que los militares con sus camiones y tanques no entraran en El Alto. Así se
hizo. Esa fuerza descomunal quedó registrada en algunas fotografías y en
algunos videos. Un grupo de no más de quince personas haciendo caer estructuras
de concreto. El Comandante Osama propuso que un grupo de vecinos fuera hasta
Senkata (la planta de distribución de gas) para apropiarse de ella y hacerse
cargo de la distribución. Y aunque la medida parecía oportuna, no se la tomó en
cuenta. No se pudo entrar en Senkata. Pero la movilización continuó y el
Comandante Osama perdió a Alex (el amigo con el que pasó largas horas en esas
capacitaciones había sido alcanzado en la cabeza por una bala militar). El
Comandante Osama tuvo miedo de que le pasara lo mismo a él o a su pareja y
decidió actuar de otro modo. Por las noches hizo su labor de inteligencia y su
labor de resistencia. Y aunque murieron más de sesenta personas a lo largo de
todo ese enfrentamiento y se registraron más de 500 heridos y un número
indeterminado de desaparecidos, el Comandante Osama no perdió a alguien cercano
otra vez. Cuando el conflicto terminó con la renuncia de Sánchez de Lozada y la
convocatoria a una Asamblea Constituyente, la convocatoria a un referéndum
vinculante sobre la política energética y la derogación de la Ley del Gas, el
Comandante Osama sufrió otra pérdida. La pareja que tenía le dijo que ya no
podía más. Quería irse de la ciudad. Ella había perdido a más amigos y
familiares que él y no podía seguir viviendo en esa ciudad; pero el Comandante
Osama no deseaba dejar El Alto, así que terminaron. Ella ahora vive en Santa
Cruz, muy cerca del Plan 3000.
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Fotografía: EL ALTO DIGITAL, octubre 2003
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