LA VIDA POR LA
VIDA
Quizás lo que más
me atrapó de la novela de Pablo Cerezal es la vida que se celebra, la vida
misma. No es una perogrullada, en esta nuestra sociedad de la re-presentación,
vivimos (aparte de a golpes, como ya apuntó Gabriel Celaya) más pendientes de
hacer la foto que de estar en la celebración, más preocupados por vendernos que
de ser, más anestesiados por las redes sociales, que nos devuelven el espejismo
que un exabrupto vale tanto como la acción de protesta, que mencionar un libro
es como haberlo leído, y así podría seguir convocando ejemplos hasta la
extenuación.
‘Breve historia
del circo’ es una festeja la vida por la vida, es, en este sentido, un canto a
la épica de lo inútil, entendiendo como inútil aquello que no busca un rédito
crematístico de ningún orden, que es, a su vez, el único modo posible en que yo
misma entiendo la vida. Ese es el sentido mismo de vivir. Tal vez si le
extirpamos la búsqueda del por qué, tan occidental, nos quedaríamos con la
gratuidad. Mejor, con el abismo de la gratitud. Hay dos abismos de la gratitud,
ambos presentes en la novela de Pablo. El del nacimiento (nadie está allí para
elegir nacer) y el de la muerte (tampoco escogemos ser llamados a ella). Entre
esos dos abismos uno puede creerse el señor de esa historia (que es lo que
tendemos a hacer, lo que hace el propio protagonista cuando llega a su
particular Macondo, que es Cochabamba) o pensar que la historia tiene un
sentido que no necesitamos ponérselo nosotros, con nuestra razón, sino que
escuchándolo y dejándolo expresar, será la vida misma la que muestre sus
sentidos. Cuando el protagonista de esta breve historia del circo desiste de
colocar su visión del mundo aprendida y deja que la realidad que tiene ante sí
se exprese es cuando se produce el prodigo, cuando surge el asombro (no la
sospecha), y se rompe el mito del mundo como cosa hecha.
Es entonces
cuando surge la pobreza que no es tal, o no es sólo pobreza, hay niños con
mocos, y dinero que no alcanza a fin de mes, hay espera, y contemplación (uno
se templa con, adquiere la misma entonación de lo que sucede y se deja
interpelar) y, sobre todo, se vuelve pasivo, que aunque suena por lo lastrado
de la palabra, pasivo o pasible, que se deja afectar.
Todo esto es lo
que me ha emocionado de la novela de Pablo. La vida misma. Porque nos guste o
no, aquí, en este lado del mundo, como decía Martín Gaite, lo raro es
vivir.
_____
EL FREAK SHOW
DE CEREZAL
Suena OTTO E
MEZZO de Nino Rota. Comienzan a entrar los trapecistas, una señora con barba,
un enano vestido a rayas y el domador de fieras. No veo al hombre de dos
cabezas, pero de seguro está cerca.
Cuando
Pablo Cerezal me mandó aquel texto primigenio que daría lugar a lo que hoy
tenemos entre manos no dejó de sonar en mi cabeza OTTO E MEZZO. Y sonaba
porque, cuando uno piensa en el circo -o al menos yo-, piensa en Fellini,
piensa en trombones y piensa en ese freak show del que cada día me siento más
parte. No me interesa ya tanto el león que atraviesa aros de fuego o el payaso
que hace reír al niño con su flor que escupe tinta. No es ese circo el que me
vino a la cabeza cuando Pablo me mandó aquel texto virgen, un texto que dista
ya mucho de esto que aquí nos encontramos y que Chamán ha editado con sumo
esmero.
El circo de
Pablo, su breve historia del circo, se adentra más en esa parte “rara”, en la
parte más “friki” del espectáculo. La estética de ambos circos puede ser
similar, pero desde el principio supe que Pablo no podía engañar y traernos un
circo al uso. Cuando uno se topa con un texto de Cerezal se da cuenta a la
mínima de que él mismo es uno de esos personajes del freak show. Para empezar,
en esa mezcla de prosa y poesía, pero que no es ni una ni otra, porque incluso
lo que parece más evidente en el caso de Pablo nunca lo es. Basta a veces con
cortar las líneas con el botoncito del teclado para que lo que a priori parece
un texto en prosa se convierta en un verso delicioso. Y créanme que yo no soy
buena lectora de prosa (de hecho, casi que la evito, y él lo sabe). En el caso
de Pablo no es así: he tenido la oportunidad de leer otros libros suyos y
muchos artículos, y -como diría Daniel- qué bien escribe el cabrón.
En este circo
encontramos un auténtico anecdotario: a través de pequeños pasajes, de momentos
muy claves en la vida de Pablo en su estancia en Cochabamba, nos lleva a
profundas reflexiones sobre la vida, sobre el porqué de nuestra existencia,
sobre el amor, sobre la paternidad, o incluso sobre la conciencia humana. No es
un tratado moralista donde el autor nos da una serie de lecciones sobre la vida,
sobre lo mucho que se aprende estando en Bolivia, trabajando con una ONG o
lejos de sus amigos. Pablo no puede conformarse con eso, y como ese freak show
que pone a la vista sus más extraños personajes, las excentricidades más
rotundas y sus criaturas más perversas, Cerezal nos muestra la cara B del
circo. Sin pudor aparente (aunque sé que lo hay) nos habla de sus miedos, sus
debilidades, sus ansiedades, sus deseos más personales, sus dudas…, mezclándolo
todo con elementos más públicos y más ajenos a su vida personal. Creo que lo
llaman literatura confesional; yo creo que va más allá.
Habrá ciertos
elementos que vertebren este libro, como son el amor y la convivencia, la
conciencia y todo lo que ello conlleva, el sentimiento de patria en su sentido
más extenso pero también la necesidad de crear un hogar, una cueva donde
echarse a dormir. Hay música (Lou Reed, Tom Waits), hay una gata/gato
enferma/enfermo, hay pasta de dientes, hay mercados repletos de gente, y hay
gente pobre y muy pobre, hay dolor y a veces no tanto…, pero sobre todo
hay Munay. Munay es el principio y el fin de este libro. Es el elemento que
vertebra la historia y que da sentido a estas páginas. Es Munay primero el
miedo, la duda, la incertidumbre, como lo es luego el alivio, el suero y la
cordura. Justifica así la existencia de Pablo aunque ya no haya un “nosotros”,
aunque ya baste sólo un llanto para que queden atrás copas, canciones en noches
infinitas o la misma Cochabamba y su conciencia humana. Estamos, pues, en esta
breve historia del circo ante una auténtica metamorfosis del poeta (porque,
aunque él no se defina así, yo lo tengo en wasap como “Pablo poeta” desde el
día que lo conocí). Vivimos un cambio de vestuario, de máscara, de atrezo, que
marcará, en definitiva, el resto de los pasos que dé a partir de entonces en su
espectáculo vital.
No se lo pierdan.
Pasen y vean todo este repertorio de criaturas terrenales y divinas, ajenas y
propias, opacas y evidentes, que Cerezal nos tiene preparadas en su circo
particular. Y no olviden lavarse los dientes siempre, no sea que nuestros hijos
se horroricen al vernos desdentados.
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De LA GALLA
CIENCIA, 08/12/2017
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