DANIEL MOCHER
Hay una
inclinación natural a la desaparición desde hace muchos años, al escapismo, a
las bombas de humo, tal vez la tendencia sea intrínseca, como un hilo que forma
parte esencial de esta madeja inextricable que soy, de este atadillo de enigmas
y pasiones que anda (con sobrepeso) y cuenta sílabas (fatigándose). Hubo un
tiempo de tribus y ninguna era la mía. Eso deja huella, cicatrices, callo en la
fractura, psicología y perspicacia. A la fuerza ahorcan. Descreo desde entonces
de toda estructura piramidal, me incomodan las multitudes, la arenga y su
escabeche, me espantan las sectas, las peñas, los partidos. Voy o trato de ir
por otras veredas menos transitadas, con más aire. La ausencia, el desapego, la
disolución del ego, ser como un gran Buda de bronce que pude ver en Nara, en el
templo Tōdai-ji, monolítico y etéreo, estar y no estar o viceversa, no sé, ir
cruzando el cielo con aquella bandada de grullas, gris en lo gris, que vi sobre
mi cabeza en una gasolinera navarra, los atardeceres impagables de la Albufera
de Valencia contemplados desde su embarcadero, prestar atención a lo
desatendido, guardar silencio y dejar que el mundo hable en mí, para mí, por mí
y por todos mis compañeros, con sencillez y hondura, que esa es la verdadera
esencia del quedar callado, enmudecido, para que lo otro se diga mejor por
nuestros cauces finalmente silenciosos y entregados, tácitos, por entero
disponibles.
En estos
días movedizos igual se inauguran museos de arte contemporáneo que se lanzan
misiles, así de contradictorios somos. El hombre es mosca cojonera para el
hombre. Un mismo ser humano es capaz de lo mejor y lo peor, del machete y la
caricia, lo sabemos por experiencia. Odiosos y adorables en alternancia
impetuosa mientras dure la vida o el vigor. Por eso, todavía, la esperanza o el
Apocalipsis, depende del día o del humor, todo es posible. La política hiede a
estiércol, cada día una guerra nueva y la amenaza constante, creciente, de una
tercera guerra mundial, la economía de los ciudadanos de a pie acusa el efecto
mariposa gravemente y las familias cada vez se distancian más, cada uno por su
lado con sus claves bancarias, su wifi y sus ilusiones, como islas flotantes a
la deriva de un desamor que suele resultar estúpido, torpe y ridículo. Tristes
hundimientos. Todas las direcciones son contrarias cuando no contamos con el
prójimo y su equipaje. Distopías cruzando nuestras noches en vela como fuegos
artificiales sobre la bahía.
No siempre
es posible quedarse entre los demás, hay que reservar momentos para estar con
nadie, o sea, con lo más cierto de uno mismo. Me escoro y me alejo un poco, que
uno aprende a esquivar los golpes a golpes. Las ves venir cuando, por
desgracia, no has visto venir muchas otras parecidas que hicieron daño
irreparable en la línea de flotación y en el currículum. No huyo de la realidad
y su aspereza, no evito su contacto ni el de sus gentes, pero me es preciso
como el respirar, cada vez con mayor frecuencia, el irme por las ramas o por
peteneras, pensar en las musarañas y no salir en la foto. Por un rato hacer
apología de lo inútil y lo improductivo, hacer un nucciordine en toda regla, y
que viva el dolce far niente, la hora del vermú, la siesta con pijama y orinal,
el ir por libre, el loco del pueblo también, la mente en blanco. Simpatía por
Robert Walser, Thoreau, la vida retirada de Fray Luis de León, la casa
emboscada de Christian Bobin muy cerca de Saint Fermin, las certeras soledades
al óleo de Edward Hopper. Simeón el Estilita, hazme un sitio que voy corriendo,
en el desierto cabemos todos. None but the lonely heart de
Tchaikovsky, only the lonely (know the way i feel) que cantaba
Roy Orbison tras las grandes gafas oscuras de su timidez.
Hoy seremos
Oimiakón en el frío siberiano, La Rinconada andina, Rapa Nui, la recóndita isla
de Tristán de Acuña, el archipiélago Juan Fernández en donde estuvo Miguel
Sánchez-Ostiz siguiendo los pasos novelescos de Alexander Selkirk, dejadme en
el centro exacto de la puszta húngara, hoy toca perderme sin retorno por los
Apalaches o por la estepa infinita de Mongolia, permitídmelo, que mañana
volveré a ser pachinko en Shinjuku, mercado de las especias en Nueva Delhi,
rascacielos desmedido en Shanghái, vendedor de café en el gran bazar cairota de
Jan el-Jalili, seré todos nosotros, con todo nuestro vértigo, un atasco
interminable en la pinche hora pico de la Ciudad de México.
Imagen:
Houdini.
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De LOS
PROPIOS PASOS, blog del autor
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