Argelia, 1980.
Visita oficial del presidente de Nicaragua, comandante Daniel Ortega. A Ortega
lo acompañan funcionarios del Gobierno, asesores presidenciales, periodistas
del diario oficialista, Barricada, y un personaje incómodo para el protocolo
oficial: una mujer delgada, de cabellera negra ondulada que cae sobre sus
hombros, labios finos en una boca ancha, cejas depiladas y ojos con altas
pestañas. Camina unos pasos atrás del Comandante, el hombre de verde olivo que
dirige la revolución sandinista. Ella, Rosario Murillo, nunca va a su lado. No
le habla directamente en público, aunque en la lista figura como su asistente
personal. Se somete mansamente a la rigidez del protocolo hasta que llega el
momento de acomodar a la comitiva. Los funcionarios argelinos disponen
habitaciones, ordenan a los botones que trasladen equipajes. Ella pide que sus
maletas vayan a la suite del Comandante. Los funcionarios argelinos se resisten
educadamente, intentan explicar a madame que su equipaje no puede estar en esa
habitación. Ella insiste. Le espeta a uno de los encargados del protocolo
argelino: Je suis la femme du commandant!
Esta escena la
recuerda una tarde de finales del pasado enero una de las personas que estuvo
en aquella comitiva. Asegura que en los viajes oficiales Rosario Murillo
siempre generaba un problema de protocolo, porque ella no viajaba como la
esposa de Ortega, como lo sería una primera dama en toda la regla, y además
temía del Comandante, un hombre que debía demostrar una postura de duro, un
militar a cargo del gobierno y la defensa de un país atacado por Estados
Unidos, que viajaba por el mundo para pedir respaldo a la revolución
sandinista. Pero la verdad era que Murillo era su mujer, a quien se acercó en
Costa Rica a finales de los años setenta, cuando Ortega salió de la cárcel tras
siete años de encierro por el régimen somocista, y con quien convivía en una
unión libre, sin las ataduras convencionales del matrimonio católico. Ella lo había
visitado en la cárcel y se había quedado prendada de aquel hombre marcado por
el encierro. Desde que lo vio –cuentan viejas amistades de Murillo–, la mujer
decidió que se convertiría en imprescindible para él. Hizo una especie de pacto
con él. Pero los años pasaron y Murillo, quien estuvo encarcelada brevemente
por su colaboración con los guerrilleros sandinistas que anhelaban derrotar al
dictador Somoza, se exilió en Costa Rica. Allá trabajó en un teatro, la Sala
Garbo, y vivía con sus hijos y con el que en ese entonces era su compañero
sentimental. Había olvidado de momento la lucha sandinista y sus planes eran
mudarse a París a estudiar Cine. Pero Ortega llegó a su vida, lo que marcó su
futuro y el de un país entero. Se convirtió en la mujer del Comandante.
***
Managua. Mediados
de febrero de 2016. La tarde se retira poco a poco. Las luces de la ciudad
comienzan a encenderse y la avenida Bolívar, arteria importante de esta capital
destruida hace más de cuarenta años por un terremoto –que la convirtió en un
laberinto de barriadas, repartos, y baldíos habitados por okupas–
se enciende como si fuera una calle de Las Vegas. Inmensas estructuras de
metal, con decenas de bujías adheridas, iluminan la calle. Son conocidas como
los “Árboles de la Vida”, una arbolada metálica costosa que nace en las costas
del lago y llega hasta una gran rotonda donde un gigantesco rostro amarillo del
fallecido presidente Hugo Chávez saluda a los capitalinos. La avenida se llena
de gente, autos, carretones desvencijados jalados por caballos famélicos.
Grandes altares fueron levantados por las instituciones del Estado en honor a
la Virgen María y los arreglos de esos altares mezclan devoción católica con
las aspiraciones del presidente Ortega de construir un canal interoceánico en
Nicaragua, uno que compita con el de Panamá. Pequeñas réplicas del sueño
faraónico adornan los altares, bendecidos por las estatuas de la Virgen. Y
sobre este paisaje, aparece ella, la mujer del Comandante, en gigantescos
rótulos que proclaman una Nicaragua, “bendecida, prosperada y en victorias”.
La Rosario
Murillo de ahora no es aquella mujer que tenía que tragarse las rigideces del
protocolo oficial allá donde Ortega viajaba. Murillo manda con férreo puño en
un Estado donde nada se mueve sin su visto bueno. Ha acumulado un poder casi
total y es autoritaria. Es la mujer del Comandante, primera dama, esposa casada
por la Iglesia católica, pero también primera ministra de facto del gobierno de
Nicaragua. Ortega la ha nombrado canciller en funciones en sus viajes oficiales
y sus hijos son asesores presidenciales. La pareja tiene ocho hijos: Carlos
Enrique, Daniel Edmundo, Juan Carlos, Camila, Luciana, Maurice, Rafael y
Laureano. En la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC) celebrada en enero de 2015 en Costa Rica, Camila y Luciana fueron
acreditadas como asesoras presidenciales, Rafael viajó con rango de ministro de
Gobierno y Rosario Murillo, como canciller. Laureano es asesor presidencial
para inversiones y es el hombre encargado de la relación con el empresario
chino Wang Jing, a quien Ortega le entregó la concesión de cien años para la
construcción del canal interoceánico en el país. La familia gobierna Nicaragua.
Quienes la conocen gustan comparar a Murillo con Elena Ceaușescu, la esposa del
líder rumano Nicolae Ceaușescu, con quien compartía el poder y funcionaba, de
hecho, como primera ministra de la nación comunista. Elena cultivaba un culto a
la personalidad gracias al control de la propaganda y los medios de
comunicación del Estado. La familia Ortega controla al menos cuatro canales de
televisión en Nicaragua, comprados con fondos de la cooperación petrolera
venezolana, que desde 2007 el presidente Ortega administra de forma
discrecional y que han sumado alrededor de tres mil 500 millones de dólares. En
esos canales de televisión aparece todos los días, tras la comida, la primera
dama para dirigirse al país, como lo hizo el 12 de febrero, para invitar a los
nicaragüenses –según la transcripción oficial de su discurso– “a celebrar,
junt@s, como gran familia nicaragüense, el Día del Cariño, el Día del Amor y la
Amistad. Y empezamos a celebrar hoy… ¿Cómo? Uniéndonos tod@s en nuestras
comunidades para luchar contra el mosquito, que significa también luchar contra
el dengue, el chikungunya y el zika”. En sus alocuciones diarias Murillo lee
partes meteorológicas, informes sísmicos y vulcanológicos y da alertas
sanitarias, mientras menciona a la Virgen y al santoral. A través de esas
presentaciones da órdenes a ministros, regaña a los funcionarios que no cumplen
con sus proyecciones o presenta planes de gobierno. El presidente Ortega rara
vez aparece en escena. Es Murillo la cara, voz y mando del Ejecutivo.
Juan Carlos
Ortega, hijo de Murillo, es el director del Canal 8, comprado en 2009 por un
monto superior a los diez millones de dólares con fondos de la cooperación de
Venezuela, según investigaciones de la prensa nicaragüense. Maurice y Carlos
Enrique, otros hijos de la pareja, controlan directamente el Canal 4 y el Canal
9, también propiedad de la familia. Además, Murillo maneja el Canal 6, la cadena
pública del Estado.
***
Nicaragua. 1998.
El país ha dejado atrás la guerra de los ochenta y por primera vez conoce la
democracia. Se ha formado un Estado que cumple con firmeza las órdenes del
Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y los acreedores
internacionales de la ingente deuda externa. Hay un gran descontento social por
la pérdida de las ya de por sí exiguas ayudas sociales que daba el gobierno
sandinista, derrotado en 1990 –en unas elecciones supervigiladas– por una
mujer, Violeta Chamorro, cuya principal credencial hasta aquel momento era
haber sido la esposa de Pedro Joaquín Chamorro, mártir nicaragüense, asesinado
por el somocismo en 1978. En el poder está ahora Arnoldo Alemán, sucesor de
Chamorro, un personaje volcánico, popular en las zonas rurales, entre el
campesinado, campechano y de voz rotunda. Este será un año trágico para
Nicaragua, porque en octubre el huracán Mitch golpearía con furia al país y
causaría más de tres mil muertos. Pero meses antes, en mayo, ocurrió un hecho
que cambió para siempre la política nicaragüense. Un verdadero terremoto
político. El 31 de mayo Zoilamérica Narváez, hija de Murillo, acusó
públicamente a su padrastro, el líder de la oposición Daniel Ortega, por
violación, por abusar de ella desde que era una niña. “Daniel Ortega Saavedra
me violó en el año de 1982. No recuerdo con exactitud el día, pero sí los
hechos. Fue en mi cuarto, tirada en la alfombra por él mismo, donde no
solamente me manoseó sino que con agresividad y bruscos movimientos me dañó,
sentí mucho dolor y un frío intenso. Lloré y sentí nauseas. Todo aquel acto fue
forzado, yo no lo deseé nunca, no fue de mi agrado ni consentimiento, eso lo
juro por mi abuelita a quien tengo presente. Mi voluntad ya había sido vencida
por él. El eyaculó sobre mi cuerpo para no correr riesgos de embarazos, y así
continuó haciéndolo durante repetidas veces; mi boca, mis piernas y pechos
fueron las zonas donde más acostumbró echar su semen, pese a mi asco y
repugnancia. Él ensució mi cuerpo, lo utilizó a como quiso sin importarle lo
que yo sintiera o pensara. Lo más importante fue su placer, de mi dolor hizo
caso omiso”, se lee en el testimonio escrito por Narváez.
La joven
intentaría enjuiciar al Comandante, pero gracias a un pacto político entre
Ortega y Alemán (un acuerdo con el que ambos se repartían los poderes en
Nicaragua), una jueza sobreseyó el caso, argumentando que los hechos habían
prescrito. La verdadera salvación de Ortega, sin embargo, fue su mujer, Rosario
Murillo, quien se puso contra su hija y defendió a su compañero públicamente.
“Es el momento clave de Rosario Murillo. Descalifica, desmiente y sacrifica a
su hija, la declara loca, y así rinde un servicio a Ortega y se hace
imprescindible para Daniel”, explica Sofía Montenegro. Una posición similar
mantiene Dora María Téllez, mítica comandante de la revolución. “Con la
denuncia por violación de Zoilamérica, Rosario interviene respaldando a Ortega,
lo que le da un enorme poder frente a Daniel, además de una gran cuenta por
cobrar. Es una factura carísima para Ortega”, asegura Téllez. Comienza entonces
una nueva etapa en la política de Nicaragua. Ortega ya se había hecho con el
poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un partido que había
entrado en crisis tras la derrota de 1990, con un sector que pedía la
democratización de ese órgano político, que se convirtiera en un partido
moderno, de una izquierda socialdemócrata, y otro más autoritario, que apelaba
a mantener la violencia callejera como forma de presión frente al nuevo
régimen. Zoilamérica salió a vivir a una especie de exilio en Costa Rica. Las
principales figuras intelectuales del sandinismo dejaron el partido, el
exvicepresidente y escritor Sergio Ramírez fundó otro, el Movimiento Renovador
Sandinista. Ortega y su círculo más cercano quedaron al frente del FSLN y en la
campaña presidencial de 2000, un nuevo Ortega apareció públicamente. Ya no era
el “gallo ennavajado”, el comandante fuerte de los ochenta y principios de los
noventa, sino un político renovado, vestido de blanco, que hablaba de paz, amor
y reconciliación. Murillo se convirtió en su jefa de campaña, y montó un nuevo
discurso que mezclaba lo místico, lo revolucionario y lo religioso, con la New
Age. En 2005 logra una alianza con el cardenal Miguel Obando y Bravo,
férreo oponente de Ortega en los ochenta, pero venido a menos en la iglesia
tras su destitución, por parte de un moribundo Juan Pablo II, como jefe de la
Arquidiócesis de Managua. El 3 de septiembre de ese año Obando casó por la
iglesia a Ortega y Murillo quien, tras décadas de unión libre, pasó a ser
oficialmente y bajo bendición católica la mujer del Comandante. Un año después,
el Frente Sandinista hizo un guiño a los sectores más conservadores del país al
aprobar una reforma al Código Penal en la que se penalizaba el aborto
terapéutico, una opción vigente durante más de un siglo en Nicaragua y que se
practicaba a aquellas mujeres cuya vida estuviera en riesgo por el embarazo.
Esa decisión hizo que Ortega y su mujer se convirtieran en centro de críticas
del fuerte movimiento feminista de Nicaragua, que los denunció –y denuncia– a
nivel internacional. De hecho, Murillo nunca ha simpatizado con ese movimiento
y ha perseguido y atacado a las feministas de Nicaragua. En un artículo
titulado “La conexión feminista”, escribió: “El feminismo quiso ser una
proposición de Justicia. La distorsión del feminismo, la manipulación de sus
banderas, la deformación de sus contenidos, la disposición de sus postulados
para la Causa del Mal en el mundo, es, indiscutiblemente, un acto de traición,
alevoso y cruel, de los verdaderos intereses, personales y colectivos de las
mujeres, que son sustituidos por mezquinas ambiciones, y perversas intenciones
políticas…”.
Karen Kampwirth
es profesora de Ciencias Políticas de Knox College, en Estados Unidos. Es
estudiosa del movimiento feminista en Nicaragua y ha escrito artículos sobre
este. La entrevisté por teléfono a finales de enero, para entender la relación
de Murillo con las feministas de Nicaragua. Kampwirth me dijo que la mujer del
Comandante “ha sido una mujer con demasiado poder, que nunca ha sentido la
desigualdad que sentían las mujeres dentro de la revolución, por lo que es
lógico que nunca haya sentido la necesidad del feminismo”. El feminismo, dice
Kampwirth, “es el enemigo de Daniel Ortega y Rosario Murillo por miles de
razones: por lo que sintieron como una falta de lealtad a la revolución al
pedir las mujeres autonomía, por el caso de Zoilamérica Narváez y porque, junto
a los medios de comunicación, han denunciado varios problemas políticos con
respecto a la democracia”. “El movimiento feminista –agregó– es beligerante,
autónomo, y es lógico que Ortega y Murillo le tengan miedo”. La alianza con la
Iglesia católica, para esta catedrática, fue una estrategia política que, de
paso, ayudó a atacar al feminismo. “No era cuestión de buscar el apoyo de la
Iglesia, sino garantizar el fin de los problemas que les causaba la iglesia. En
2006 el FSLN no ganó más votos por esta estrategia de alianza, sino que no
perdió votos”, dijo Kampwirth.
En las
credenciales de Rosario Murillo nunca ha estado la religiosidad. Rosario
Murillo nació en Managua el 22 de junio de 1951. Es hija de Zoilamérica
Zambrana Sandino, sobrinanieta de Augusto Sandino –el héroe nacional de
Nicaragua–, y Teódulo Murillo, un hombre conservador originario de Chontales,
zona ganadera del centro del país. Tuvo tres hermanas. Cuando era adolescente
Murillo fue enviada por sus padres –acomodados productores de algodón– a
estudiar a Suiza. Quienes la conocen dicen que eran estudios básicos de
etiqueta, de modales burgueses, para preparar a las jovencitas para el
matrimonio.
***
Durante el
terremoto de 1972 que destruyó la capital, Murillo perdió a un hijo. Hay varias
versiones de este episodio: una de ellas cuenta que la joven se encontraba de
fiesta en aquel fatídico diciembre –como buena parte de la ciudad– y había
dejado solo al pequeño en la casa, al cuidado de una nana. Cuando el terremoto
arrasó Managua, el pequeño quedó atrapado en los escombros de la que era la
casa de Murillo. Aquel episodio la traumó, por lo que tuvo que ser tratada
sicológicamente. Violeta Barrios recuerda en su autobiografía aquel episodio. A
inicios de los años setenta Murillo formó parte de un movimiento artístico
conocido como Grupo Gradas, un conjunto de artistas que recitaban poemas en las
escalinatas de iglesias, universidades y edificios públicos. “Era gente con
pasiones claramente antisomocistas y algunos simpatizaban con el FSLN”, dice
Dora María Téllez. Tras el triunfo de la revolución, Murillo se convirtió en
directora de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura, una
poderosa organización que aglutinaba a poetas, pintores, escritores y actores
del país. De aquella época, recuerda la escritora Gioconda Belli: “La elegimos
directora de la asociación y por su vinculación al poder logró un terreno para
instalar la organización. Montó una estructura y tenía medios a su disposición
para deslumbrar a los artistas, pero con los que se dio de cabeza fue con los
escritores. La mayoría éramos cuadros del Frente Sandinista y cuestionábamos
muchas de las cosas que hacía. Entonces comenzó a aislar a los escritores,
porque es una persona que no tolera la crítica. Sí, tiene una gran capacidad de
trabajo, pero es vertical”. La cultura era el ámbito de Murillo, que no tenía
nada que ver con la política. Incapaz de someter a los escritores, comenzó una
campaña contra Ernesto Cardenal, entonces ministro de Cultura, hasta socavar su
autoridad y quitar funciones al ministerio. “Hicimos una protesta que fue aplastada
apelando a la disciplina militante”, recuerda Belli. Para Murillo el agravio de
los escritores fue imperdonable. Ella se ve a sí misma como una poeta (ha
publicado una decena de títulos, entre los que se encuentran Gualtayán, Sube a
nacer conmigo, Amar es combatir, En las espléndidas ciudades, Las esperanzas
misteriosas, algunos de ellos disponibles en Amazon), pero su trabajo literario
nunca fue reconocido en un país que ha dado a la literatura latinoamericana
varios nombres de peso, desde Rubén Darío, pasando por Carlos Martínez Rivas,
Ernesto Cardenal o la propia Belli. Desde el regreso de Ortega al poder en
2007, Murillo desencadenó una persecución contra Cardenal, a quien la justicia
nicaragüense congeló sus cuentas bancarias. El poeta, nonagenario, ha
denunciado los desmanes y arbitrariedades de la pareja allá donde viaja.
La Loma de
Tiscapa, en el centro de Managua, es el verdadero símbolo del poder en este
país. En esa loma tenía el primer Somoza su casa y desde ahí gobernaba con mano
dura. Era ahí donde el régimen tenía las celdas de tortura y también fue la
sede de pactos y amarres políticos que durante décadas comprometieron el futuro
de Nicaragua. Cerca de ahí, también, los marines estadounidenses vigilaban lo
que durante años fue un protectorado más de Washington. Tras el triunfo de la
revolución y más tarde bajo el gobierno de Violeta Chamorro, la loma se
convirtió en un monumento histórico. Las celdas de tortura fueron selladas a
cal y canto, pero todavía hay rastros de la vieja mansión de Somoza, hay un
tanque oxidado que Mussolini regaló al dictador tropical y piezas que recuerdan
a la dictadura. Fue erigida allí una enorme silueta de Sandino, que vigila
desde la loma a la ciudad. Pero desde diciembre de 2013 un nuevo símbolo se ha
impuesto en la loma. Rosario Murillo, la mujer del Comandante, ha mandado
instalar sus árboles amarillos de metal, las aparatosas estructuras que según
investigaciones de los medios independientes de Nicaragua cuestan 20 mil
dólares cada una. Murillo instaló uno de esos árboles, gigantesco, a la par de
la figura de Sandino, como una muestra indiscutible del nuevo poder que se alza
en el país. “Los ‘Árboles de la Vida’ son un símbolo talismán. Rosario Murillo
tiene un miedo del tamaño de su poder, y quiere conjurar la posible pérdida de
ese poder con un talismán. Son un emblema de protección para conjurar los males
que pueden acechar al poder. Por eso llena la ciudad con esos árboles, rodea la
Loma de Tiscapa con los árboles, porque esa loma ha sido siempre el símbolo de
poder en Nicaragua. Para mí es algo patológico, es una enfermedad. La podríamos
llamar ‘el síndrome de los Árboles de la Vida’”, dice la exguerrillera
sandinista Dora María Téllez. A finales de 2015, a la par de la proliferación
de esas estructuras, los nicaragüenses veían la instalación de rótulos en los
que Murillo aparece sola, o en posición destacada junto a su marido. En julio
del año pasado, la mujer del Comandante empapeló la ciudad con volantes con su
rostro y ordenó instalar una gigantesca foto suya en Masaya, ciudad localizada
a 30 kilómetros de Managua, donde se celebraría un acto oficial por el
aniversario de la revolución sandinista. Estas acciones, para analistas
consultados en Managua, son una muestra de las aspiraciones de Murillo, infatigable
súper ministra del Gobierno. La mujer del Comandante, dicen, quiere ser
presidenta. “Rosario tiene cualidades positivas: es muy trabajadora. Pero
también es una obsesiva-compulsiva, cuando se le mete algo en la cabeza tiene
las facilidades, el poder y la motivación necesarias para cumplirlas. Pero ella
vive en el mundo que ella cree y no en la realidad. Es mesiánica y absolutista,
no tiene un grano democrático en su pensamiento político”, dice la escritora
Gioconda Belli. “Ella es más inteligente que Ortega. Ella debería ser la
candidata presidencial”, asegura, entre risas, la poeta Belli.
Nicaragua
organizará elecciones presidenciales en noviembre y desde ya los rumores
políticos en Managua hablan de presiones a lo interno del partido para que Ortega
nombre a Murillo como candidata a vicepresidenta, que le dé su bendición. El
presidente ya había reformado en 2011 la Constitución para perpetuarse en el
poder. (La Constitución del país prohibía la reelección continua y cuando un
nicaragüense ya hubiera ocupado el cargo en dos ocasiones, que es el caso de
Ortega). La opción de que Rosario sustituya a Daniel Ortega (de cuya
supuestamente precaria salud no se habla oficialmente en Managua por tratarse
de un secreto de Estado), también es barajada. Jueces de la Corte Suprema,
controlada por Ortega, han dicho que ella no tendría impedimento legal para
correr.
Sin embargo,
según Dora María Téllez, es difícil que esto ocurra. “Ortega solamente muerto
va a salir de la jefatura del Frente Sandinista”, asegura Téllez. “A Murillo le
han dado todo el poder, pero la sucesión es una llave que todavía tiene
Ortega”. Pero si la opción es institucionalizar la sucesión familiar, Murillo,
la mujer del Comandante, está en la línea de sucesión directa como heredera.
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De CONTRAPODER,
21/03/2016
Imagen: Rosario
Murillo “presente” en Masaya/LA PRENSA