Wednesday, November 30, 2016

Esto se acaba

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Una helada, unos golpes de ventarrón y el paisaje se verá desnudo. Pienso que esta es la época del año en que empecé a escribir Las pirañas, en 1985, y esa en la que transcurren los tres días de mi novela: los días cortos y las noches largas. Mentiría si dijera que siento nostalgia por aquellos días, por mucho que fueran los de mi treintena. Me siento incapaz de embellecerlos. De estar en algún lado, están en unos diarios inéditos: Los días inciertos. Y hablando de libros: no he logrado terminar ninguno de los libros que empecé este año y eso me pone de un humor sombrío. No es fácil sobreponerse a diario a la pregunta de qué valor tiene lo que haces, a la vez de comprobar que el tiempo corre en tu contra, y que es ahora o nunca, y resulta nunca. A cierta edad no hay componenda posible: como escritor has pasado y tu papel es otro, por mucho que te disguste. Si no fuera por las redes sociales viviría en un aislamiento casi completo. Si cortas esa comunicación virtual no sobreviene otro silencio que ese en el que ya estabas. ¿Nos hemos desaparecido los unos para los otros? ¿Sirve esa vida retirada para escribir mejor? Lo dudo. Esa imagen del escritor aislado del mundo en su dacha me resulta repulsiva, cuando se pone de ese modo en escena. El escrito de verdad solitario es el que no cuelga cartel de tal cosa, como decía Séneca en una de sus cartas a Lucilio. La soledad lleva al soliloquio y este al desvarío o a la estolidez, todo lo demás son puestas en escena mejor o peor armadas.

__

De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 28/11/2016

Nieblas

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

La pesadumbre de los poemas de Georg Trakl y sus crepúsculos. De un personaje de El muelle de las brumas decían que tenía niebla en la cabeza. Mal asunto ese. Estás entonces de verdad lejos, en lugares que existen apenas, borrosos, pues cualquiera que haya puesto allí su pie no puede asegurarlo y vaga desorientado e inseguro, es Melville quien habla, y lo hace de Las Encantadas, pero estos no pasan de ser lirismos, pacotillas literarias… vives donde vives, embelleces como puedes la puesta en escena para no callar y con ello no zozobrar del todo, para no verte obligado a admitir que no tienes ni idea de qué haces aquí, en esta especie de eremitorio banal, muestras lo que ves, no lo que está a tu espalda, ni en el lugar de la niebla: el paisaje no lo es todo, el paisaje puede calcinarse y sobre todo oscurecerse y ser un cepo, y eso depende más de ti que de las estaciones y sus luces.

__

De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 28/11/2016

Finnegans Wake

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Llevo un par de horas recorriendo estás páginas y no salgo de mi asombro. No voy a decir que no entiendo nada, aunque sea así, pero me pierdo como quien se extravía de noche en un bosque cerrado. La tarea de trasladar ese artefacto narrativo al castellano me parece algo colosal, asombroso. Intentar leer esas páginas de una manera convencional me parece inútil.  ¿Hay otra forma de intentarlo? Puedo decir que me dejo llevar por la escritura, tampoco funciona, ese torrente está lleno de escollos y de escolios, la distorsión del lenguaje no siempre es descifrable ni mucho menos, y el desafío de encontrar una perla rara tampoco es un estímulo que se sostenga durante mucho tiempo. Te pone a prueba como lector. Mentiría si dijera que me esperaba otra cosa porque conocía su edición francesa y algún intento de traducción en castellano y el excelente trabajo académico de Francisco García Tortosa (1992), exhaustivo y clarificador acerca del fragmento de Anna Livia Plurabelle, amén de un edición inglesa que no puedo abrir más que como si fuera un grimorio o para quedarme ante sus páginas abiertas como un hombre primitivo enmudecido frente a su tótem (Apollinaire). Escritura en el límite del enigma, sea, demasiados años de esfuerzo de escritura para ser un texto inútil y por completo gratuito, más de 70.000 notas acumuladas, obra más divertida de escribir que de leer… libro de culto… ¿Legible? A la pasa espero la llegada de los listos.

__

De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 29/11/2016

Tuesday, November 29, 2016

Esos fantasmas tan paliduchos

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES

No sé bien por qué los vengo a recordar ahora. Ya los había eliminado de todo registro por su condición de seres insustanciales en una época confeccionada con la misma receta. Distante del reciclaje mercenario con que la publicidad nos asalta de vez en cuando, mezcla de naftalina y silicona, me reencuentro ahora con este trío de fantasmas paliduchos de hace dos décadas. Época extraña, de encierro colectivo y privado, con un capataz que, pese a encontrarse en su cuenta regresiva, aún ejercía sobre todos nosotros su poder brutal. Pero ese era un tema que sólo a mí me inquietaba y muy a la pasada. En ausencia de otras alternativas, solucionaba el dilema con un par de cancioneros, afiches, panfletos y casetes metidos dentro de mi mochila. Mis amigos, en cambio, daban la espalda a la realidad sin ninguna clase de confusión interior, sólo las ganas de tomarse de las manos y conformar una suerte de familia postiza, con promesas de fidelidad eterna que el tiempo se encargaría de hacer añicos.

La memoria trae el agradecimiento de Pablito por mi defensa ante los matones de curso, violentados por su respiración alfeñique, encabezados por el mismísimo Loco. Así vinieron las invitaciones a su casa para compartir los almuerzos con su padre -un juez en ejercicio-, quien no pronunciaba ni media palabra, sino sólo sorbía la sopa añorando a su mujer, la difunta vigilante del retrato iluminado de la pared. De su semblante deduje que no le alteraba mi presencia en aquella casa del barrio Manuel Montt, dos cuadras al sur de la avenida Providencia. Tal vez no le importaba o simplemente no la percibía. Luego se sucedieron las onces preparadas por Cecilia, la hermana mayor de Pablito. Pálida, de textura láctea, en maduración confusa y voluble. No tardamos en tomarnos el sótano como nuestro nuevo hogar, cuya luminosidad salía del farol de la estupidez. El candor me hizo creer que los besos y las manos entrelazadas bastaban. A Pablito lo tomamos como nuestro hijo, más bien nuestra mascota, a quien de vez en cuando acariciábamos en la cabeza.

El Loco no pasó por alto mi alejamiento de las barrabasadas que acometíamos en sociedad. Atrás quedaron los robos de colaciones de compañeros y de vino dulce de la capilla, el tráfico de pornografía, las invocaciones al demonio con rock y citas de Baudelaire. Cuando quiso indagar en mi retirada, orgulloso e ingenuo, decidí hablarle de Cecilia, un trofeo alcanzado por mí sin recurrir a él ni a su maldad cómplice. Por sus ojos saltones debí percatarme que no se quedaría de brazos cruzados y que, por el contrario, me seguiría los pasos. De convidado de piedra evolucionó a invitado de honor en la mesa compartida por el señor juez, Pablito (a quien también dejó de atormentar cada vez que yo daba vuelta la espalda) y Cecilia.

En lo más alto de esta planicie borrosa, la presencia del Loco se tornó superior a la mía. Aún más, asumió el papel de anfitrión, con derecho a recriminar mis ausencias: que Cecilia nos había preparado un kuchen de manzanas, que había escrito una composición y quería saber nuestra opinión (supuestamente, apelando a nuestra condición de escritores), que había grabado de la radio una canción nueva para que la escuchásemos, todos juntos, en el equipo de música. Decidí recuperar terreno. No tuve otra alternativa más que seguir la corriente y tragarme, una y otra vez, la versión del Loco sobre la muerte de su padre, un piloto de pruebas de la aviación, tal vez demasiado parecida a la de algún personaje de ciencia ficción. Por los ojos de Cecilia, yo sabía que se dejaba encantar por las fantasías de este precoz demonio, mientras Pablito miraba desde un rincón alternando la satisfacción, la condescendencia y, sin percatarme del todo, el deseo.

Hoy reparo en esta suerte de refugio, calor protector entre pares, degustando con bebidas gaseosas los manjares preparados por Cecilia y, sobre todo, sentándonos en los desvencijados sillones dados de baja por el señor juez para escuchar la música almacenada en esos casetes con cintas gastadas de tanto regrabarlos. En su mayoría, temas ignorados por los sujetos de afuera, baladas románticas del cancionero latino, italiano e inglés. Nada de guitarreos eléctricos demasiado violentos, menos canciones de protesta y para qué decir la Nueva Trova con olor a insurgencia. Ellos sólo tenían tiempo para coleccionar almíbar en sus tarados corazones, incluyendo a un Loco vuelto cada vez más (o disfrazado de) ángel.

La última reunión en el sótano de los hermanos Pablito y Cecilia la recuerdo como una sucesión de estruendos, de luces y sombras. Sangre de nariz del Loco, mezclada con la de Pablito, la mía tal vez y el período de Cecilia. Una aplanadora nos pasó encima y decidí no saber nada más de todos ellos. Prefiero recordarlos (si es que…) como fantasmas pálidos de hace veinte años que como moscas que se deslizan por el excremento santiaguino de hoy.   

__
De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 01/08/2016 

Los paceños y su calvario por el agua

JOSÉ CRESPO ARTEAGA

Uno ve los noticieros, las abundantes fotografías en Internet, y pareciera que la ciudad de La Paz atraviesa un estado de guerra o el día después de una calamidad como un terremoto. Eso sí, los edificios están de pie, intactos. Pero el semblante de la población afectada dice otra cosa: desesperación, cansancio, indignación, rabia contenida. Por poco algunos corren tras los camiones repartidores como refugiados famélicos en procura de una hogaza de pan. Sólo que en vez de pan se reparte agua. El gentío a duras penas mantiene el orden en la fila, a veces vigilada por efectivos de la Policía Militar que de cierto modo rodean los carros cisternas. La gruesa manguera se extiende como una anillada serpiente, entre los baldes y bidones alineados unos tras otros. Afortunadamente no hay discusiones por la cantidad, se llena todos los contenedores que las personas puedan acarrear.

Estas estampas se han vuelto una constante en las dos últimas semanas en la sede de Gobierno. Más de noventa barrios se han visto racionados de sopetón en el aprovisionamiento de agua. La medida extrema ha pillado desprevenidos a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Es penoso ver a tantos pobladores de las laderas y otras barriadas humildes bajando hasta sitios más accesibles, donde se anuncia que llegarán las cisternas, y luego emprender el camino de vuelta, con el sacrificio y peligro que ello conlleva, pues han de hacerlo también de noche, entre las sombras y la pésima iluminación de las farolas. No se salvan ni algunos jailones (ricachones) de la zona sur, que tal vez por primera vez en sus vidas han tenido que salir a la calle con sus bidones y hacer fila como los demás, lo que ha generado no pocas burlas en las redes sociales.

Tal panorama era impensable hasta hace algunos años para los paceños, quienes vivían felizmente rodeados de sus montañas y orgullosos de sus aguas cordilleranas convenientemente embalsadas que parecían garantizar el suministro permanente. Bien recuerdo que la última vez que viajé a la ciudad del Illimani (harán unos siete u ocho años) me impresionaba que el agua del grifo saliese con tremenda presión natural. Aquí llueve todo el tiempo, en un mismo día tenemos distintos climas; me puntualizaba un familiar, dando por hecho que no había de qué preocuparse.  Los cochabambinos estamos acostumbrados de toda la vida (o por lo menos desde que tengo conciencia) a la sequía, a los cortes permanentes, a los racionamientos escalonados y otras acciones de la empresa Semapa. Menos mal que ésta todavía permanece bajo el control del municipio, con relativa autonomía que le ha permitido adquirir cierta experticia para hacer frente a los constantes retos que supone la problemática local del agua potable.

No se puede decir lo mismo para la urbe paceña, donde el gobierno evista con el pretexto de que era un “recurso estratégico que debería estar en manos del Estado” se apoderó del servicio municipal de agua tanto en la hoyada como en El Alto, cual si fuera un botín político, para a continuación llenar los puestos de mando con sus militantes, la mayoría de las veces con nula cualificación técnica. El desastre no tardaría en llegar como ocurrió con la textilera Enatex y otras empresas donde el régimen puso sus garras. Las consecuencias de esa pésima gestión se han descargado sobre la ciudadanía, pues como reflejan las denuncias no se advirtió oportunamente sobre la carestía que se avecinaba, ni mucho menos se elaboró planes de contingencia o prevención. En resumidas cuentas, los despreocupados burócratas destinaban el presupuesto a recompensarse con jugosos sueldos mientras Epsas (la nueva estatal del agua) hacía aguas por todas partes, valga el absurdo.

De pronto llueve la solidaridad, hasta de sitios tan lejanos como Santa Cruz, cuyas autoridades ofrecieron mandar agua en abundancia siempre y cuando el Gobierno les enviase los camiones correspondientes. El ejército acantonado en la región se puso traje de campaña y movilizó a sus tropas y  vehículos cisternas que ellos llaman Neptunos. La estatal del petróleo destinó algunos de sus camiones, recalcando que son cisternas nuevas ante la desconfianza de la población. Como no podía ser de otra manera, la vapuleada Epsas también contribuye con lo suyo tratando de poner parches al asunto.

Entretanto, el hijo predilecto de la Pachamama recorre en las últimas horas los parajes de la cordillera en su helicóptero, para encontrar fuentes y otros manantiales con que sosegar a los sedientos paceños. Días antes había ordenado la destitución de los gerentes y otros cabecillas de la empresa responsable, mientras pedía disculpas a la paceñidad por el triste papel de sus funcionarios. Como queriendo decir “yo no fui”, matizó que se había enterado del desabastecimiento leyendo en los periódicos. Una muestra más de que el caudillo reina pero no gobierna. Toda su gestión se la ha pasado inaugurando obras y recortando cintas, jugando al fútbol y viajando a todo rincón del planeta donde precisan de su inimitable liderazgo. Hace diez años que hizo de la defensa de la Madre Tierra su bandera de lucha y continúa pavoneándose que, gracias a su gestión, la ONU ha reconocido el acceso al agua como un “derecho humano”.

Pero en esa década no se enteró de que el lago Poopó se estaba secando hasta que lo vio convertido en un desierto. Tampoco sabe que la principal necesidad de los cochabambinos es la carestía de agua (desde hace décadas), pero nos ha prometido construir un tren metropolitano de quinientos millones de dólares. Asimismo, no sabe que continúa subiendo la lista de municipios (ya casi un centenar) que se han declarado en emergencia por la sequía crónica que afecta a sus poblaciones, a quienes, como mejor remedio, Defensa Civil les envía tanques de plástico, bolsas de cemento, rollos de tuberías plásticas y otros paliativos. Tal vez no se enterado que la pista de Chacaltaya -que ostentaba el récord de campo de esquí más alto del mundo-, ya no existe más y que los nevados que la rodean son apenas unas motas de nieve entre sus riscos. Y sin embargo, sus escribanos y demás adláteres pregonan que el preocupado gobernante conoce la geografía nacional como la palma de su mano.

Como gota que colma el vaso, a los paceños los encandiló con sus coloridos teleféricos para que estos se enorgullezcan de su “ciudad maravilla” y otros cuentos. Cientos de millones de dólares que se hubieran invertido de mejor manera antes que en megalomaníacas obras de dudosa utilidad. Nadie había visto que las represas se estaban agotando. Nadie había notado que la Pachamama “otra clase está”, según afirmó el clarividente inquilino de la vicepresidencia, al enterarse de la crisis. No había sido culpa de nadie, sino del calentamiento global.

__
De EL PERRO ROJO (blog del autor), 24/11/2016

Imagen: “El dúo salvador”


La mujer del comandante

CARLOS SALINAS MALDONADO

Argelia, 1980. Visita oficial del presidente de Nicaragua, comandante Daniel Ortega. A Ortega lo acompañan funcionarios del Gobierno, asesores presidenciales, periodistas del diario oficialista, Barricada, y un personaje incómodo para el protocolo oficial: una mujer delgada, de cabellera negra ondulada que cae sobre sus hombros, labios finos en una boca ancha, cejas depiladas y ojos con altas pestañas. Camina unos pasos atrás del Comandante, el hombre de verde olivo que dirige la revolución sandinista. Ella, Rosario Murillo, nunca va a su lado. No le habla directamente en público, aunque en la lista figura como su asistente personal. Se somete mansamente a la rigidez del protocolo hasta que llega el momento de acomodar a la comitiva. Los funcionarios argelinos disponen habitaciones, ordenan a los botones que trasladen equipajes. Ella pide que sus maletas vayan a la suite del Comandante. Los funcionarios argelinos se resisten educadamente, intentan explicar a madame que su equipaje no puede estar en esa habitación. Ella insiste. Le espeta a uno de los encargados del protocolo argelino: Je suis la femme du commandant!

Esta escena la recuerda una tarde de finales del pasado enero una de las personas que estuvo en aquella comitiva. Asegura que en los viajes oficiales Rosario Murillo siempre generaba un problema de protocolo, porque ella no viajaba como la esposa de Ortega, como lo sería una primera dama en toda la regla, y además temía del Comandante, un hombre que debía demostrar una postura de duro, un militar a cargo del gobierno y la defensa de un país atacado por Estados Unidos, que viajaba por el mundo para pedir respaldo a la revolución sandinista. Pero la verdad era que Murillo era su mujer, a quien se acercó en Costa Rica a finales de los años setenta, cuando Ortega salió de la cárcel tras siete años de encierro por el régimen somocista, y con quien convivía en una unión libre, sin las ataduras convencionales del matrimonio católico. Ella lo había visitado en la cárcel y se había quedado prendada de aquel hombre marcado por el encierro. Desde que lo vio –cuentan viejas amistades de Murillo–, la mujer decidió que se convertiría en imprescindible para él. Hizo una especie de pacto con él. Pero los años pasaron y Murillo, quien estuvo encarcelada brevemente por su colaboración con los guerrilleros sandinistas que anhelaban derrotar al dictador Somoza, se exilió en Costa Rica. Allá trabajó en un teatro, la Sala Garbo, y vivía con sus hijos y con el que en ese entonces era su compañero sentimental. Había olvidado de momento la lucha sandinista y sus planes eran mudarse a París a estudiar Cine. Pero Ortega llegó a su vida, lo que marcó su futuro y el de un país entero. Se convirtió en la mujer del Comandante.

***

Managua. Mediados de febrero de 2016. La tarde se retira poco a poco. Las luces de la ciudad comienzan a encenderse y la avenida Bolívar, arteria importante de esta capital destruida hace más de cuarenta años por un terremoto –que la convirtió en un laberinto de barriadas, repartos, y baldíos habitados por okupas– se enciende como si fuera una calle de Las Vegas. Inmensas estructuras de metal, con decenas de bujías adheridas, iluminan la calle. Son conocidas como los “Árboles de la Vida”, una arbolada metálica costosa que nace en las costas del lago y llega hasta una gran rotonda donde un gigantesco rostro amarillo del fallecido presidente Hugo Chávez saluda a los capitalinos. La avenida se llena de gente, autos, carretones desvencijados jalados por caballos famélicos. Grandes altares fueron levantados por las instituciones del Estado en honor a la Virgen María y los arreglos de esos altares mezclan devoción católica con las aspiraciones del presidente Ortega de construir un canal interoceánico en Nicaragua, uno que compita con el de Panamá. Pequeñas réplicas del sueño faraónico adornan los altares, bendecidos por las estatuas de la Virgen. Y sobre este paisaje, aparece ella, la mujer del Comandante, en gigantescos rótulos que proclaman una Nicaragua, “bendecida, prosperada y en victorias”.

La Rosario Murillo de ahora no es aquella mujer que tenía que tragarse las rigideces del protocolo oficial allá donde Ortega viajaba. Murillo manda con férreo puño en un Estado donde nada se mueve sin su visto bueno. Ha acumulado un poder casi total y es autoritaria. Es la mujer del Comandante, primera dama, esposa casada por la Iglesia católica, pero también primera ministra de facto del gobierno de Nicaragua. Ortega la ha nombrado canciller en funciones en sus viajes oficiales y sus hijos son asesores presidenciales. La pareja tiene ocho hijos: Carlos Enrique, Daniel Edmundo, Juan Carlos, Camila, Luciana, Maurice, Rafael y Laureano. En la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en enero de 2015 en Costa Rica, Camila y Luciana fueron acreditadas como asesoras presidenciales, Rafael viajó con rango de ministro de Gobierno y Rosario Murillo, como canciller. Laureano es asesor presidencial para inversiones y es el hombre encargado de la relación con el empresario chino Wang Jing, a quien Ortega le entregó la concesión de cien años para la construcción del canal interoceánico en el país. La familia gobierna Nicaragua. Quienes la conocen gustan comparar a Murillo con Elena Ceaușescu, la esposa del líder rumano Nicolae Ceaușescu, con quien compartía el poder y funcionaba, de hecho, como primera ministra de la nación comunista. Elena cultivaba un culto a la personalidad gracias al control de la propaganda y los medios de comunicación del Estado. La familia Ortega controla al menos cuatro canales de televisión en Nicaragua, comprados con fondos de la cooperación petrolera venezolana, que desde 2007 el presidente Ortega administra de forma discrecional y que han sumado alrededor de tres mil 500 millones de dólares. En esos canales de televisión aparece todos los días, tras la comida, la primera dama para dirigirse al país, como lo hizo el 12 de febrero, para invitar a los nicaragüenses –según la transcripción oficial de su discurso– “a celebrar, junt@s, como gran familia nicaragüense, el Día del Cariño, el Día del Amor y la Amistad. Y empezamos a celebrar hoy… ¿Cómo? Uniéndonos tod@s en nuestras comunidades para luchar contra el mosquito, que significa también luchar contra el dengue, el chikungunya y el zika”. En sus alocuciones diarias Murillo lee partes meteorológicas, informes sísmicos y vulcanológicos y da alertas sanitarias, mientras menciona a la Virgen y al santoral. A través de esas presentaciones da órdenes a ministros, regaña a los funcionarios que no cumplen con sus proyecciones o presenta planes de gobierno. El presidente Ortega rara vez aparece en escena. Es Murillo la cara, voz y mando del Ejecutivo.

Juan Carlos Ortega, hijo de Murillo, es el director del Canal 8, comprado en 2009 por un monto superior a los diez millones de dólares con fondos de la cooperación de Venezuela, según investigaciones de la prensa nicaragüense. Maurice y Carlos Enrique, otros hijos de la pareja, controlan directamente el Canal 4 y el Canal 9, también propiedad de la familia. Además, Murillo maneja el Canal 6, la cadena pública del Estado.

***

Nicaragua. 1998. El país ha dejado atrás la guerra de los ochenta y por primera vez conoce la democracia. Se ha formado un Estado que cumple con firmeza las órdenes del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y los acreedores internacionales de la ingente deuda externa. Hay un gran descontento social por la pérdida de las ya de por sí exiguas ayudas sociales que daba el gobierno sandinista, derrotado en 1990 –en unas elecciones supervigiladas– por una mujer, Violeta Chamorro, cuya principal credencial hasta aquel momento era haber sido la esposa de Pedro Joaquín Chamorro, mártir nicaragüense, asesinado por el somocismo en 1978. En el poder está ahora Arnoldo Alemán, sucesor de Chamorro, un personaje volcánico, popular en las zonas rurales, entre el campesinado, campechano y de voz rotunda. Este será un año trágico para Nicaragua, porque en octubre el huracán Mitch golpearía con furia al país y causaría más de tres mil muertos. Pero meses antes, en mayo, ocurrió un hecho que cambió para siempre la política nicaragüense. Un verdadero terremoto político. El 31 de mayo Zoilamérica Narváez, hija de Murillo, acusó públicamente a su padrastro, el líder de la oposición Daniel Ortega, por violación, por abusar de ella desde que era una niña. “Daniel Ortega Saavedra me violó en el año de 1982. No recuerdo con exactitud el día, pero sí los hechos. Fue en mi cuarto, tirada en la alfombra por él mismo, donde no solamente me manoseó sino que con agresividad y bruscos movimientos me dañó, sentí mucho dolor y un frío intenso. Lloré y sentí nauseas. Todo aquel acto fue forzado, yo no lo deseé nunca, no fue de mi agrado ni consentimiento, eso lo juro por mi abuelita a quien tengo presente. Mi voluntad ya había sido vencida por él. El eyaculó sobre mi cuerpo para no correr riesgos de embarazos, y así continuó haciéndolo durante repetidas veces; mi boca, mis piernas y pechos fueron las zonas donde más acostumbró echar su semen, pese a mi asco y repugnancia. Él ensució mi cuerpo, lo utilizó a como quiso sin importarle lo que yo sintiera o pensara. Lo más importante fue su placer, de mi dolor hizo caso omiso”, se lee en el testimonio escrito por Narváez.

La joven intentaría enjuiciar al Comandante, pero gracias a un pacto político entre Ortega y Alemán (un acuerdo con el que ambos se repartían los poderes en Nicaragua), una jueza sobreseyó el caso, argumentando que los hechos habían prescrito. La verdadera salvación de Ortega, sin embargo, fue su mujer, Rosario Murillo, quien se puso contra su hija y defendió a su compañero públicamente. “Es el momento clave de Rosario Murillo. Descalifica, desmiente y sacrifica a su hija, la declara loca, y así rinde un servicio a Ortega y se hace imprescindible para Daniel”, explica Sofía Montenegro. Una posición similar mantiene Dora María Téllez, mítica comandante de la revolución. “Con la denuncia por violación de Zoilamérica, Rosario interviene respaldando a Ortega, lo que le da un enorme poder frente a Daniel, además de una gran cuenta por cobrar. Es una factura carísima para Ortega”, asegura Téllez. Comienza entonces una nueva etapa en la política de Nicaragua. Ortega ya se había hecho con el poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un partido que había entrado en crisis tras la derrota de 1990, con un sector que pedía la democratización de ese órgano político, que se convirtiera en un partido moderno, de una izquierda socialdemócrata, y otro más autoritario, que apelaba a mantener la violencia callejera como forma de presión frente al nuevo régimen. Zoilamérica salió a vivir a una especie de exilio en Costa Rica. Las principales figuras intelectuales del sandinismo dejaron el partido, el exvicepresidente y escritor Sergio Ramírez fundó otro, el Movimiento Renovador Sandinista. Ortega y su círculo más cercano quedaron al frente del FSLN y en la campaña presidencial de 2000, un nuevo Ortega apareció públicamente. Ya no era el “gallo ennavajado”, el comandante fuerte de los ochenta y principios de los noventa, sino un político renovado, vestido de blanco, que hablaba de paz, amor y reconciliación. Murillo se convirtió en su jefa de campaña, y montó un nuevo discurso que mezclaba lo místico, lo revolucionario y lo religioso, con la New Age. En 2005 logra una alianza con el cardenal Miguel Obando y Bravo, férreo oponente de Ortega en los ochenta, pero venido a menos en la iglesia tras su destitución, por parte de un moribundo Juan Pablo II, como jefe de la Arquidiócesis de Managua. El 3 de septiembre de ese año Obando casó por la iglesia a Ortega y Murillo quien, tras décadas de unión libre, pasó a ser oficialmente y bajo bendición católica la mujer del Comandante. Un año después, el Frente Sandinista hizo un guiño a los sectores más conservadores del país al aprobar una reforma al Código Penal en la que se penalizaba el aborto terapéutico, una opción vigente durante más de un siglo en Nicaragua y que se practicaba a aquellas mujeres cuya vida estuviera en riesgo por el embarazo. Esa decisión hizo que Ortega y su mujer se convirtieran en centro de críticas del fuerte movimiento feminista de Nicaragua, que los denunció –y denuncia– a nivel internacional. De hecho, Murillo nunca ha simpatizado con ese movimiento y ha perseguido y atacado a las feministas de Nicaragua. En un artículo titulado “La conexión feminista”, escribió: “El feminismo quiso ser una proposición de Justicia. La distorsión del feminismo, la manipulación de sus banderas, la deformación de sus contenidos, la disposición de sus postulados para la Causa del Mal en el mundo, es, indiscutiblemente, un acto de traición, alevoso y cruel, de los verdaderos intereses, personales y colectivos de las mujeres, que son sustituidos por mezquinas ambiciones, y perversas intenciones políticas…”.

Karen Kampwirth es profesora de Ciencias Políticas de Knox College, en Estados Unidos. Es estudiosa del movimiento feminista en Nicaragua y ha escrito artículos sobre este. La entrevisté por teléfono a finales de enero, para entender la relación de Murillo con las feministas de Nicaragua. Kampwirth me dijo que la mujer del Comandante “ha sido una mujer con demasiado poder, que nunca ha sentido la desigualdad que sentían las mujeres dentro de la revolución, por lo que es lógico que nunca haya sentido la necesidad del feminismo”. El feminismo, dice Kampwirth, “es el enemigo de Daniel Ortega y Rosario Murillo por miles de razones: por lo que sintieron como una falta de lealtad a la revolución al pedir las mujeres autonomía, por el caso de Zoilamérica Narváez y porque, junto a los medios de comunicación, han denunciado varios problemas políticos con respecto a la democracia”. “El movimiento feminista –agregó– es beligerante, autónomo, y es lógico que Ortega y Murillo le tengan miedo”. La alianza con la Iglesia católica, para esta catedrática, fue una estrategia política que, de paso, ayudó a atacar al feminismo. “No era cuestión de buscar el apoyo de la Iglesia, sino garantizar el fin de los problemas que les causaba la iglesia. En 2006 el FSLN no ganó más votos por esta estrategia de alianza, sino que no perdió votos”, dijo Kampwirth.

En las credenciales de Rosario Murillo nunca ha estado la religiosidad. Rosario Murillo nació en Managua el 22 de junio de 1951. Es hija de Zoilamérica Zambrana Sandino, sobrinanieta de Augusto Sandino –el héroe nacional de Nicaragua–, y Teódulo Murillo, un hombre conservador originario de Chontales, zona ganadera del centro del país. Tuvo tres hermanas. Cuando era adolescente Murillo fue enviada por sus padres –acomodados productores de algodón– a estudiar a Suiza. Quienes la conocen dicen que eran estudios básicos de etiqueta, de modales burgueses, para preparar a las jovencitas para el matrimonio.

***

Durante el terremoto de 1972 que destruyó la capital, Murillo perdió a un hijo. Hay varias versiones de este episodio: una de ellas cuenta que la joven se encontraba de fiesta en aquel fatídico diciembre –como buena parte de la ciudad– y había dejado solo al pequeño en la casa, al cuidado de una nana. Cuando el terremoto arrasó Managua, el pequeño quedó atrapado en los escombros de la que era la casa de Murillo. Aquel episodio la traumó, por lo que tuvo que ser tratada sicológicamente. Violeta Barrios recuerda en su autobiografía aquel episodio. A inicios de los años setenta Murillo formó parte de un movimiento artístico conocido como Grupo Gradas, un conjunto de artistas que recitaban poemas en las escalinatas de iglesias, universidades y edificios públicos. “Era gente con pasiones claramente antisomocistas y algunos simpatizaban con el FSLN”, dice Dora María Téllez. Tras el triunfo de la revolución, Murillo se convirtió en directora de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura, una poderosa organización que aglutinaba a poetas, pintores, escritores y actores del país. De aquella época, recuerda la escritora Gioconda Belli: “La elegimos directora de la asociación y por su vinculación al poder logró un terreno para instalar la organización. Montó una estructura y tenía medios a su disposición para deslumbrar a los artistas, pero con los que se dio de cabeza fue con los escritores. La mayoría éramos cuadros del Frente Sandinista y cuestionábamos muchas de las cosas que hacía. Entonces comenzó a aislar a los escritores, porque es una persona que no tolera la crítica. Sí, tiene una gran capacidad de trabajo, pero es vertical”. La cultura era el ámbito de Murillo, que no tenía nada que ver con la política. Incapaz de someter a los escritores, comenzó una campaña contra Ernesto Cardenal, entonces ministro de Cultura, hasta socavar su autoridad y quitar funciones al ministerio. “Hicimos una protesta que fue aplastada apelando a la disciplina militante”, recuerda Belli. Para Murillo el agravio de los escritores fue imperdonable. Ella se ve a sí misma como una poeta (ha publicado una decena de títulos, entre los que se encuentran Gualtayán, Sube a nacer conmigo, Amar es combatir, En las espléndidas ciudades, Las esperanzas misteriosas, algunos de ellos disponibles en Amazon), pero su trabajo literario nunca fue reconocido en un país que ha dado a la literatura latinoamericana varios nombres de peso, desde Rubén Darío, pasando por Carlos Martínez Rivas, Ernesto Cardenal o la propia Belli. Desde el regreso de Ortega al poder en 2007, Murillo desencadenó una persecución contra Cardenal, a quien la justicia nicaragüense congeló sus cuentas bancarias. El poeta, nonagenario, ha denunciado los desmanes y arbitrariedades de la pareja allá donde viaja.

La Loma de Tiscapa, en el centro de Managua, es el verdadero símbolo del poder en este país. En esa loma tenía el primer Somoza su casa y desde ahí gobernaba con mano dura. Era ahí donde el régimen tenía las celdas de tortura y también fue la sede de pactos y amarres políticos que durante décadas comprometieron el futuro de Nicaragua. Cerca de ahí, también, los marines estadounidenses vigilaban lo que durante años fue un protectorado más de Washington. Tras el triunfo de la revolución y más tarde bajo el gobierno de Violeta Chamorro, la loma se convirtió en un monumento histórico. Las celdas de tortura fueron selladas a cal y canto, pero todavía hay rastros de la vieja mansión de Somoza, hay un tanque oxidado que Mussolini regaló al dictador tropical y piezas que recuerdan a la dictadura. Fue erigida allí una enorme silueta de Sandino, que vigila desde la loma a la ciudad. Pero desde diciembre de 2013 un nuevo símbolo se ha impuesto en la loma. Rosario Murillo, la mujer del Comandante, ha mandado instalar sus árboles amarillos de metal, las aparatosas estructuras que según investigaciones de los medios independientes de Nicaragua cuestan 20 mil dólares cada una. Murillo instaló uno de esos árboles, gigantesco, a la par de la figura de Sandino, como una muestra indiscutible del nuevo poder que se alza en el país. “Los ‘Árboles de la Vida’ son un símbolo talismán. Rosario Murillo tiene un miedo del tamaño de su poder, y quiere conjurar la posible pérdida de ese poder con un talismán. Son un emblema de protección para conjurar los males que pueden acechar al poder. Por eso llena la ciudad con esos árboles, rodea la Loma de Tiscapa con los árboles, porque esa loma ha sido siempre el símbolo de poder en Nicaragua. Para mí es algo patológico, es una enfermedad. La podríamos llamar ‘el síndrome de los Árboles de la Vida’”, dice la exguerrillera sandinista Dora María Téllez. A finales de 2015, a la par de la proliferación de esas estructuras, los nicaragüenses veían la instalación de rótulos en los que Murillo aparece sola, o en posición destacada junto a su marido. En julio del año pasado, la mujer del Comandante empapeló la ciudad con volantes con su rostro y ordenó instalar una gigantesca foto suya en Masaya, ciudad localizada a 30 kilómetros de Managua, donde se celebraría un acto oficial por el aniversario de la revolución sandinista. Estas acciones, para analistas consultados en Managua, son una muestra de las aspiraciones de Murillo, infatigable súper ministra del Gobierno. La mujer del Comandante, dicen, quiere ser presidenta. “Rosario tiene cualidades positivas: es muy trabajadora. Pero también es una obsesiva-compulsiva, cuando se le mete algo en la cabeza tiene las facilidades, el poder y la motivación necesarias para cumplirlas. Pero ella vive en el mundo que ella cree y no en la realidad. Es mesiánica y absolutista, no tiene un grano democrático en su pensamiento político”, dice la escritora Gioconda Belli. “Ella es más inteligente que Ortega. Ella debería ser la candidata presidencial”, asegura, entre risas, la poeta Belli.

Nicaragua organizará elecciones presidenciales en noviembre y desde ya los rumores políticos en Managua hablan de presiones a lo interno del partido para que Ortega nombre a Murillo como candidata a vicepresidenta, que le dé su bendición. El presidente ya había reformado en 2011 la Constitución para perpetuarse en el poder. (La Constitución del país prohibía la reelección continua y cuando un nicaragüense ya hubiera ocupado el cargo en dos ocasiones, que es el caso de Ortega). La opción de que Rosario sustituya a Daniel Ortega (de cuya supuestamente precaria salud no se habla oficialmente en Managua por tratarse de un secreto de Estado), también es barajada. Jueces de la Corte Suprema, controlada por Ortega, han dicho que ella no tendría impedimento legal para correr.

Sin embargo, según Dora María Téllez, es difícil que esto ocurra. “Ortega solamente muerto va a salir de la jefatura del Frente Sandinista”, asegura Téllez. “A Murillo le han dado todo el poder, pero la sucesión es una llave que todavía tiene Ortega”. Pero si la opción es institucionalizar la sucesión familiar, Murillo, la mujer del Comandante, está en la línea de sucesión directa como heredera.

__
De CONTRAPODER, 21/03/2016


Imagen: Rosario Murillo “presente” en Masaya/LA PRENSA

Salvador Novo, un disidente

GERARDO BUSTAMANTE BERMÚDEZ

El 13 de enero de 1974 el poeta, dramaturgo, ensayista, periodista y cronista Salvador Novo López murió en Ciudad de México. Su muerte fue ampliamente resentida en el medio literario mexicano, pues dejó una ausencia en los diferentes ámbitos del espacio cultural nacional. Iniciador del llamado Teatro Ulises, que formó en 1928 junto con su amigo Xavier Villaurrutia en el predio de la calle de Mesones 42 y que patrocinaba Antonieta Rivas Mercado, a Novo se le deben las traducciones de las mejores obras de Supervielle, Gide, Cocteau y otros escritores de la época, así como insignes montajes. Sus Diez lecciones de técnica de actuación siguen siendo un manual clásico para los actores en formación.

Novo queda en el panorama literario contemporáneo como el gran dramaturgo que revisa y cuestiona la historia nacional mexicana, con sus mitos fundacionales de Conquista, Colonia e Independencia. Su obra poética es un ejercicio de las formas clásicas como el soneto y de recursos retóricos y tropos de dicción y de pensamiento, que domina con gran acierto, como en el siguiente cuarteto que sirvió para reprender con juegos de palabras el fracaso que significó el montaje de la obra Cortés, de Fernando Benítez: “No escribas obras tan raras/ ¡y no las dirija Ruelas!/ Porque en vez de carabelas/ te resultan velas caras.”

El dramaturgo Xavier Rojas cuenta que, como compositor de canciones, Novo ha dejado una huella poco estudiada por sus críticos. Según Rojas, Elías Nandino le contó que a finales de los años cincuenta, Novo paseaba por la avenida Juárez, justo en donde se ubicaba el afamado Hotel Regis. Ahí, de forma sorpresiva se encontró  con un cadete del Colegio Militar, con quien Novo había tenido un apasionado romance varios años atrás. Apenas si se saludaron. De ahí nació, según Rojas, la canción “Cuenta perdida” que en sus versos y en voz de Lola Beltrán, dice: “Si te acepto es porque/ quiero que me abones/ la desgraciada vida/ la que me abrió esta herida/ la cuenta ya olvidada/ la cuenta ya perdida/ que no alcanzó a pagarse/ con nuestra juventud.” Quizás la escritora Adriana González Mateos, quien ha estudiado la faceta de Novo como hacedor de El chafireteSemanario fifí en prosa, pero con mucho verso tenga más datos sobre el tema, pues como compositor de canciones Novo aparece registrado ante la Sociedad de Autores y Compositores de México con los siguientes títulos: “Corrido de Macario”, “Debí saber”, “El cielo me oyó”, “Romance de Angelillo y Adela” (versión resumida de su poema homónimo) y “Sin tus besos no quiero la vida”; varias de ellas sin grabar todavía.

Como poeta, la presencia de Novo pasa de la confesión y el idilio amoroso a la sátira en contra de sus adversarios. Sus primeros libros resultan ser la confesión velada del amor que en ocasiones se calla. En XX poemas (1925), así como en Nuevo amor y Espejo, ambos de 1933, hay una originalidad en el ritmo poético que, separado ya de los tópicos del romanticismo y el modernismo, prefiguran al gran versificador que fue. Los temas que trata en estos libros son la fraternidad, la experiencia literaria, los viajes, la infancia y el deseo amoroso. Su poema “Amor” refiere la contemplación, el recuerdo y la espera por el sujeto amado, a quien le dice en la primera estrofa: “Amar es este tímido silencio/ cerca de ti, sin que lo sepas,/ y recordar tu voz cuando te marchas/ y sentir el calor de tu saludo.” Sin embargo, la poesía de Novo fue adquiriendo con los años una intención satírica y tomó dimensiones incómodas por la fuerte dosis de confesión de la intimidad de sus adversarios. Carlos Monsiváis afirma que, para los años veinte y treinta, “a los homosexuales con recursos, talento, ingenio y audacia, se les concede una ‘dispensa moral’, que sin aislarlos del todo jamás les permite la integración plena”. De la pléyade de Contemporáneos quizás sea el propio Novo la única excepción, pues su literatura dinamita en varios sentidos las buenas conciencias, conduce a la desestabilización del culto machista que incluso está presente en la literatura de la postrevolución, pues el 24 de diciembre de 1924 Julio Jiménez Rueda publicó el polémico ensayo “El afeminamiento de la literatura”, en el que reprochaba el compromiso de los escritores con la realidad social, obrera y campesina. Según el crítico, México necesitaba de escritores gallardos, toscos y altivos. Por su parte, Francisco Monterde contesta a la apreciación anterior con el texto “Existe una literatura viril” un día después, en el que argumenta que lo que necesita la literatura mexicana son críticos y difusores de la obra. Respecto a los jóvenes escritores, afirma: “Tienen el espíritu atento a lo exterior y prefieren hacer labor de divulgación de los valores extraños.” Lo que está de fondo es la defensa de la cultura nacional por encima de las influencias extranjeras. Sin embargo, el 19 de febrero de 1925 Novo responde desde las páginas de El Universal Ilustrado ufanándose de la derrota de los escritores nacionalistas y la visibilidad de nuevas propuestas, pues: “Lo que necesitamos son lectores, pero unos los tenemos y otros no, por obvias razones.” La defensa de lo universal, que incluye lo nacional, es para Novo la piedra angular del progreso y la cultura, de ahí su enemistad con el muralismo mexicano y particularmente con Diego Rivera, quien no compartió opiniones sobre el arte con los Contemporáneos, por eso en su ensayo “Arte puro: puros maricones”, publicado en 1934, arremete: “en México hay ya un grupo incipiente de seudo plásticos y escribidores burguesillos que, diciéndose poetas, no son en realidad sino puros maricones”. Quizás este ataque del muralista sea el punto de partida para la escritura satírica de Novo, quien dedicó varios ensayos a denostar a su adversario; algunos de ellos son ”Al margen de un accidente pictórico: Diego Rivera y sus discípulos” o “Los discípulos”.  Al nutrido círculo de Rivera le escribió Novo el poema “La diegada” (1926) en donde revela la supuesta ceguera de los alumnos del muralista por el trabajo de éste y, además, se ufana en revelar escenas íntimas de infidelidades. Así lo hace saber en el siguiente soneto, que revela no sólo la mala intención sino el cariz misógino, al ridiculizar el ofrecimiento sexual de la figura femenina frente a la ausencia de su cónyuge:

Marchóse a Rusia el genio pintoresco
a sus hijas dejando –si podría
hijas llamarse a quienes son grotesco
engendro de hipopótamo y harpía.

Ella necesitaba su refresco
y para procurárselo pedía
que le repiquetearan el gregüesco,
con dedo, poste, plátano o bujía.

Simbólicos tamales obsequiaba
en la su cursi semanaria fiesta,
y en lúbricos deseos desmayaba.

Pero bien pronto, al comprender que esta
consolación estéril resultaba,
le agarró la palabra a Jorge Cuesta.

Un tema importante en la producción de Salvador Novo es la vejez y el autoescarnio. En Sátira (1970) introduce un poema titulado “Prólogo”, en el que la voz lírica se observa como un hombre sin talento en el presente; con un tono entre jocoso y grotesco habla sobre el paso del tiempo y los cambios a su fisonomía; sin embargo, en el pasado dijo: “Un escritor genial, un gran poeta…/ desde los tiempos del señor Madero,/ es tanto como hacerse la puñeta.”

El año de 1945 es importante por la publicación de fragmentos de La estatua de sal, que se convierte en el primer texto memorioso de Salvador Novo. Ya no se trata de literatura propiamente, sino de la exposición de sus experiencias sexuales desde la infancia y juventud; él mismo se construye como el hijo desobediente del Génesis. Por el libro desfila la construcción del yo y del ellos; revela los espacios inventados para el homoerotismo en el contexto de la marginalidad, la homofobia y el secreto, para lo cual se vale de la descripción minuciosa y adjetiva, así como de la ironía y el sarcasmo como recursos literarios de defensa. En 1954, sus XVIII sonetos se leen como la continuación, ahora lírica, de La estatua de sal, sobre todo porque son poemas de desafío moral, cuya temática es el deseo, la experiencia de la genitalidad que a veces raya en lo escatológico y kitsch: “Deja tu mano encima de la mía;/ dígame tu mirada milagrosa/ si es verdad que te gusto –todavía./ Y hazme después la consabida cosa/ mientras un Santa Claus de utilería/ cava un invierno más en nuestra fosa.”

A cuarenta años de la muerte de Salvador Novo, su obra sigue siendo visitada por lectores y estudiosos de la cultura mexicana del siglo XX. Sus conocimientos culinarios, los viajes y la escritura de crónicas son fuente obligada para los estudiosos de la cultura mexicana. A pesar de sus desafortunados comentarios sobre el 2 de octubre de 1968, la voz de Salvador Novo queda registrada en el panorama literario, porque su escritura fue la forma que encontró para hacer frente a la marginalidad de una época y una sociedad homofóbica.

__
De LA JORNADA SEMANAL, 25/05/2014


Imagen; Salvador Novo circa 1930, por Manuel Álvarez Bravo

Sunday, November 27, 2016

Estética de la máscara

XAVIER VILLAURRUTIA

La realidad de la máscara es el rostro.

Separada la cabeza del tronco, cortada transversalmente, ahuecada, nace la máscara. Su pretexto y su justificación lo constituye el deseo de inmovilizar y amplificar un gesto. Cuanto conserva de común con el rostro humano es solamente materia, como la pasta, la piedra, el cartón. Así, mientras contenga menos rasgos de fiel reproducción humana, más pronto se encamina, y con menos peligro de naufragio, a la isla del arte. Y en ella no vive totalmente mientras no rompe las ligaduras que la ciñen a usos utilitarios.

El nacimiento de la máscara dibujó, siquiera imprecisamente, los límites entre el espectáculo ideal y la diaria faena real. Antigua como la palabra, tan semejante a ella en cuanto pretende fijar en estrecho y definitivo gesto la expresión de una realidad significativa; en cuanto se le destina a la vez que a mostrar algo, a ocultar algo también, es como ella un a modo de puente tendido hacia un reino puro. La realidad no cede su porción, y el puente no cae para quedar de la otra parte sino cuando la máscara se basta a sí misma, libre y sola, sin memoria de su origen.

En el principio era el rostro. La vida seguía un desarrollo sencillo que no iba a ninguna conclusión. En la Naturaleza dormían las intenciones que el artista, como un dios minúsculo, habría de despertar más tarde. El cuerpo, libre y desnudo, era un fruto más entre los frutos desnudos. Tras el pecado, hijo de la curiosidad que desea mirar más allá del horizonte definido, el castigo vino a separar el inocente existir del ambicioso goce ignorado. Entonces el cuerpo, consciente de su estado de naturaleza, buscó el vestido, que es una máscara sin significaciones. Quedaba libre el rostro.

La fuga del rostro hacia la máscara es un síntoma de pura sangre estética.

La máscara principia por agrandar el rostro, duplicando el valor de sus rasgos con la intención de dotarlos con mayor fuerza e imperio. Desde este momento, al perder el carácter de mera reproducción escultórica, adquiere una significación simbólica. Se la destina al rito, lo cual es ya un principio de libertad: senda medianera entre la representación mecánica del rostro y la pura misión artística.

Grecia le fija una función que es un anticipo de existencia independiente. La usan los actores en la tragedia, en la comedia –como antes en la alegría de Dionisos-, para hacer de sus móviles rostros un solo petrificado gesto, alto sobre los humanos cambiantes gestos. Aun dotada de esta función, todavía la ensombrece, atándola a la roca del tropo, la idea de que simboliza la tragedia. Así se la representa: mujer que muestra al espectador la máscara dura, de violento gesto, mientras que, primera paradoja del comediante, elude y desvía el rostro impasible.

En una de las porciones de su doble posición, alcanza ya una finalidad artística. Para la tragedia, el rostro ha muerto, se ha quedado de la parte de realidad que representa para el arte un puro utensilio aniquilado. La máscara tiene en cambio, si no una existencia libre, una existencia definida, sin nexo con la realidad cotidiana. Es ya la síntesis de una imaginación estética con fáciles proporciones asequibles. Por ello la tragedia la ocupa como intermedio para equilibrar su lenguaje artístico que usa de las diarias palabras acomodadas y elevadas a la categoría estética –palabras altas, sí, pero claras a la humana inteligencia- con el rostro del comediante, desviado también de la inmediata naturalidad.

El rostro del comediante es, pues, solamente la máscara.

Al borde de la deseada libertad estética, sufre caídas y desvíos. La significación ritual o simbólica parece dejarla escapar a manos de una función aventurera: se convierte entonces, limitando su representación y su cuerpo, en el antifaz. Al mismo tiempo que se recortan sus dimensiones, pierde expresión y significado. El uso ritual guerrero o simbólico se derrumba frente a una mezquina función práctica. Su misión se reduce a ocultar el rostro que había aniquilado. El antifaz, que no tiene independencia expresiva, que para el arte no existe, cubre el rostro que como aislado recipiente de arte no ha existido jamás.

Como motivo ornamental de sus grandes o pequeñas creaciones, los arquitectos antiguos y modernos la han usado, movidos tal vez y en primero por el sentimiento alegórico que ofrece, seducidos más tarde por el pequeño mundo de armonías plásticas que contiene. Clara evolución de significaciones: de la consideración simbólica de la máscara, en la que cada rasgo es un jeroglífico con literaria traducción al recuerdo, el arquitecto pasa a estimar el lenguaje puramente estético de líneas cuya significación nace y muere, o perdura, aislada y libre en sí misma.

Sin embargo, no es adherida al muro de la arquitectura donde la máscara adquiere su pleno valor artístico. El arquitecto, aun comprendiendo el tesoro de significaciones que encierra, la usa solamente con fines decorativos: así un racimo de vid, así un haz de hojas de acanto. Y la máscara no merece que se la deje en un campo extraño a donde no puede expresarse sino de un restringido modo.

Varios mundos se la disputan. Bajo ellos la máscara se ha ensombrecido. La realidad la solicita para dedicarla a un uso práctico –para ocultar o, simplemente, para jugar. El mundo ideal la requiere como medio para expresar sus ideas simbólicas: religión, farsa. Ambos hacen de ella un útil intermedio entre su intención y su resultado.

Muerta u olvidada la función práctica –la aventura y el carnaval-, ahogada en la corriente moderna la significación estética. Imposible, entonces, incluirla en los dominios de la pintura o de la escultura. Si de ambas participa, en ninguna puede inscribirse.

Ya la miramos sola, inútil para cotidianos usos y desencadenada del símbolo, con una forma pura que puede alimentarse de contenido artístico. Y si se basta a sí misma, otras realidades de arte están obligadas, en una especia de internacional derecho estético, a permitirle una existencia cerrada en su pequeña, libre y significativa isla de arte.

_____

Villaurrutia, X. (2004). Estética de la máscara, pp. 16-25. Luna Córnea número 27, Lucha Libre. CONACULTA: México, D.F. 2 Xavier Villaurrutia. Obras, segunda edición aumentada, FCE, México, 1996 (Col. Letras Mexicanas).

Mis muertos y tus muertos

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

En esas estamos, con muertos a vueltas; con muertos, memorias y honras fúnebres. Tus muertos a los altares, los míos al chirrión. Los tuyos reciben los homenajes, los míos o los de aquel otro, el abucheo, el insulto feroz post mórtem, la calumnia rebuscada.

Muere Rita Barberá y lo hace el poeta Marcos Ana, y muere Fidel Castro y, cuando escribo estas líneas, me digo que no voy a leer ni elogios ni linchamientos. Tal vez por eso he cancelado mi cuenta de Twitter, porque me parece un pozo de infamias, ponzoña pura, un despliegue de mentiras y celebraciones de descabellos... y lo mío también, claro, para otros, escriba lo que escriba.

A Marcos Ana, la izquierda le celebra su militancia política, su poesía y el haber pasado 23 años en las cárceles franquistas. La extrema derecha por su parte le tacha de asesino, echando mano de la campaña infame que montó el demócrata Fraga Iribarren contra él, en base a unos juicios militares que deberían haber sido anulados hace tiempo, con la ley de Memoria Histórica en la mano. No importa que recientes investigaciones hayan desmentido las acusaciones contra Marcos Ana. No importa que se sepa cómo se desarrollaron las instrucciones y vistas de los juicios sumarísimos militares... lean a Ángel María de Lera, que padeció uno. Aquí de lo que se trata es de apropiarse del relato de la historia y del presente, de imponer versiones oficiales que se tragan como artículos de fe o como munición de brigada del amanecer. Nos separa la historia, cada vez más, y nos separa lo que vamos viviendo a diario: los banderines de enganche abren las 24 horas y no dan abasto. Olvidos, perdones, paces, ceremonias patriótico-religiosas, otras tantas filfas que enmascaran las ganas de descabello, de que el enemigo viva acogotado, muriendo al palo de por vida, en abjuración permanente: nada se paga, todo se cobra, basta vencer y tener la fuerza de mano.

De pronto unos se acuerdan de que cuando falleció Labordeta, que sí era diputado, y en dos legislaturas, no recibió el minuto de silencio que han querido imponer ahora. ¿Hubo minuto de silencio por Juan María Bandrés? Al Partido Popular le ha venido providencial la muerte de Barberá porque de esa manera no va ser juzgada ni imputada ni acusada ni va a poder testificar sobre nada de lo relacionado con la corrupción del PP, que es mucho.

Pobre de ti si no guardas el minuto de silencio que yo te exijo... porque de eso se trata, de exigencias políticas, de convenciones sociales que lo son, de hipocresía al cabo ¿Por qué vas a mostrar la mínima condolencia pública y política por quien es tu enemigo? ¿Por qué con quien no honraría a tus muertos o a otros muertos que no fueran los de su bando? Calla, pero eso no basta. Tengo algo muy claro: al Congreso de los Diputados se va a legislar, no a montar mojigangas políticas de rasgo por completo sectario en beneficio de quien las propone; y encima con voluntad de absolver pifias de gobierno, con el aplauso del partido en entredicho y de todos sus acólitos, que son muchos ya, en este país cainita en el que se exige lo que tú no estás en modo alguno dispuesto a conceder. ¿Acusar a la prensa de linchamiento cuando son ellos mismos quienes de manera inequívoca la defenestraron para salvar su pellejo electoral? Eso es de granujas.

Estas últimas semanas se ha desatado una ferocidad inusitada que no estaba dormida, sino agazapada, un patriotismo barato, y unas ganas de llevar a quien se opone y disiente a morir al palo. No hace falta asomarse al pozo negro de las redes sociales, con recorrer los titulares de prensa y las faenas taurinas de los columnistas basta: la mentira ha estado servida a diario y con ella la manipulación del público que a oído lo que quería oír. Me temo que toda reconciliación es ya imposible. Puede silenciarse el encono por la fuerza o por la ley, retorcida y hecha abuso y no fuente del derecho, como vemos a diario, pero no puede imponerse la convivencia de igual a igual. Esta nuestra es la historia del agravio que no cesa y del sometimiento, más que de la convivencia basada en un concierto que no sea el de vencedor y vencido, represor y sometido. La remisión a la ley es un truco. Llega un momento en que el esquinamiento es más fuerte que la cordialidad y la empatía, y hasta te resulta por completo imposible apoyar a quien lo hiciste en el pasado. No te fías. El individualismo es un veneno que corre en este tiempo de todos contra todos y sálvese quien pueda, pero sobre todo del que no está conmigo está contra mí, único fundamento ya real del nosotros. Caín anda suelto, pero todos somos Abel, los justos...

__
De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 27/11/2016


Hablemos de fútbol

MAURICIO RODRÍGUEZ MEDRANO

Los escritores bolivianos como jugadores de balompié en una charla de café.


Conversación 1, Café Alexander, 19 de noviembre de 2016

—Nuestros escritores están divididos en ligas de fútbol. O liguillas de barrio, dependiendo el caso.

—¿Del Salón de Fama?

—El terror de los estudiantes de colegio, Nataniel Aguirre (¿era novelista o historiador?), y Jaimes Freyre, Alcides Arguedas (delantero punzante), Adela Zamudio, mediocampista que hacía florituras; Franz Tamayo. Empezamos mal: cero copas mundiales o Champions League. Tamayo se postuló a Presidente.

—Perdió. ¿Y Jaimes Freyre?

—En Wikipedia se dice que es referente del modernismo.

—Por el bigote, era absolutamente modernista.

—Augusto Céspedes era pésimo delantero-novelista (buen cronista y cuentista); Carlos Medinaceli jugó un Mundial en el minuto 93; Antonio Díaz Villamil, carrilero izquierdo; Óscar Alfaro, categoría mosquitos; Jaime Saenz, expulsado por doping positivo; Óscar Cerruto, un caballero, émulo de Cortázar y de Borges; Julio de la Vega, otro caballero; Jesús Urzagasti, mediocampista con mal genio; Jesús Lara prefería canchas de tierra sin márgenes de tiza, tristemente es nuestro menos recordado; Renato Prada Oropeza se fracturó antes de algún Mundial; Eduardo Mitre, arquero (poeta) lesionado; Pedro Shimose, los argentinos lo homenajearon convirtiendo su canción en cumbia villera; Néstor Taboada Terán era buen tipo; Gastón Suárez, velocista de tramos cortos, el mejor; Marcelo Quiroga Santa Cruz se dedicó a la dirigencia.

—¿Jugadores en ligas extranjeras?

—Edmundo Paz Soldán, carrilero derecho, sin otra pretensión; Claudio Ferrufino-Coqueugniot, buen defensor; Carlos Decker Molina, mediocampista de tramos cortos (excelente cronista); Giovanna Rivero, delantera que juega sus primeros partidos; Eulalio González, lo mejor de nuestra poesía, el futuro o el pasado con tintes de profecía.

—¿Liliana Colanzi, Sebastián Antezana, Rodrigo Hasbún, Guillermo Ruiz Plaza?

—Guillermo debería probarse en la cantera del Madrid y salir de PSG; Liliana Colanzi metió un gol y nada más, lesión de la rodilla. Sebastián Antezana, dos goles y sequía, como Martins; Rodrigo Hasbún, un gol y tres parantes, pero renovó contrato con el Madrid.

—¿No son amigos de Paz Soldán?

—…

—Liga boliviana de fútbol (categoría A). Homero Carvalho hace pases buenos, a veces agarra mucho el balón; Ramón Rocha Monroy, cinco goles en treinta partidos; Julio Barriga, pichichi de la poesía; Adolfo Cáceres dejó el fútbol; Adolfo Cárdenas, un golazo al estilo de Joyce.

—Jóvenes promesas: Wilmer Urrelo, muy peruano (Alianza Lima y compañía), pero promesa al fin y al cabo; Willy Camacho abandonó el fútbol; Magela Baudoin, dos goles en dos partidos.

—Liguillas de barrio o provincia. O que solo juegan partidos relámpago por el premio en efectivo.

—Rodrigo Urquiola, Daniel Averanga, Bryan Mamani, Álvaro Pérez y otros más que ya no me acuerdo.

—¿Yo dónde me ubico?

—Tú no pasas de entrenamientos en cancha de tierra de Villa Victoria.

Periodista y escritor - zion186@hotmail.com

_____
De OPINIÓN (Cochabamba), 27/11/2016


Saturday, November 26, 2016

No conozco...

JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ

«No conozco la región del lago Baikal, no conozco Siberia, ni siquiera he viajado nunca por encima del paralelo sesenta y cinco - y sin embargo estoy ahí sin duda alguna...», dice uno de los textos del libro «Deseo de ser piel roja», de Miguel Morey (XXII Premio Anagrama de Ensayo) uno de los libros de El Canon, el librero donde guardo mis libros de cabecera. Este fragmento refleja algo que siempre he sentido y que muchos otros han sentido también. Que todos estamos hechos de lo que hemos vivido, de las personas que hemos conocido, de la música que hemos escuchado, de los libros que hemos leído y de los lugares a los que hemos viajado. Pero también estamos hechos de todo aquello que no hemos vivido, de las personas que no hemos conocido, de la música que no hemos escuchado, de los libros que no hemos leído y de los lugares que no hemos conocido. En definitiva, somos lo que tenemos y lo que nos hace falta. Por igual. Yo, por ejemplo, siempre he dicho que los fiordos noruegos son el lugar más hermoso del mundo y que sería feliz viviendo en una cabaña de madera en las orillas de un fiordo. Nunca he estado ni siquiera en Noruega ni me he preocupado por ver fotografías de sus fiordos. Pero hay cosas que intuimos. Yo tenía un amigo que decía que estaba seguro de que el día que Natalie Portman lo conociera se enamoraría de él. Tenía una convicción absoluta de eso. Aseguraba que tal vez lo mejor era que nunca sucediera porque él no sabría entonces cómo manejar el hecho de estar casado con una estrella de Hollywood. Terminar por rechazar el encuentro le daba un consuelo. A lo que viene todo esto es a que hay en nosotros un espíritu enorme de aventura, de descubrir lo ignoto, de ser también descubiertos por lo desconocido. Es maravilloso tener la certeza de que el día que leas «En busca del tiempo perdido» o «Los hermanos Karamazov» tu vida va a dar un giro. O pensar que tu felicidad está en Groenlandia o en Timor Oriental. Cuando le conté de esto a un amigo me echó la típica perorata de que la felicidad la llevamos por dentro y que no depende del lugar en donde estemos. Es verdad eso, pero rompe con la magia de las utopías que yo le estaba planteando. Es como decirle a Peter Pan que debe ser más feliz en Londres que en el País de Nunca Jamás. Hay algo mágico en el hecho de amar lo desconocido y en pensar que hay otros lugares para nosotros, aunque nunca vayamos a estar ahí (y tal vez la magia consista en nunca llegar a estarlo). Fernando Pessoa en «El libro del desasosiego» hablaba del viajero más grande que llegó a conocer y que nunca salió de Lisboa. Viajaba en mapas y libros y postales y cartas y fotos y videos. Sin haber conocido nunca sitio en el mundo, era capaz de describir cualquier rincón, cualquier callejón de cualquier ciudad del mundo, con sus aromas, sus colores y sus gentes.


Fidel Castro in context

BELÉN FERNÁNDEZ

As of the year 2006, Fidel Castro, Cuba's revolutionary leader, who has died aged 90, had reportedly been the subject of no fewer than 638 assassination plots by the CIA.

The Guardian newspaper notes that these had ranged from mundane bombing and shoot-'em-up schemes to more ludicrous proposals, such as one involving "a diving-suit to be prepared for him that would be infected with a fungus that would cause a chronic and debilitating skin disease".

At first glance, of course, it may seem odd and overreactive that a global superpower would engage in neurotic efforts for over half of a century to take out the leadership of an island nation smaller than the US state of Pennsylvania.

But, has it really just been a simple case of neurosis-for-the-sake-of-neurosis?

Following the triumph of the Cuban revolution in 1959, the US political establishment laboured to portray the country as not merely an ideological disaster, but also a bastion of malevolence and a downright existential threat.

In 1960, then-senator John F Kennedy spoke of Cuba as a "Communist menace" imperilling "the security of the whole Western Hemisphere" and raising the question of "how the Iron Curtain could have advanced almost to our front yard".

As late as 2002, more than a decade after the collapse of the Soviet Union, the US selected Cuba as one of three new additions to the "axis of evil" based on its alleged (read: US-hallucinated) pursuit of weapons of mass destruction.

The campaign to demonise Castro by associating him with apocalyptic scenarios, however, fails to account for the fact that the US undoubtedly takes the cake when it comes to existential threats - i.e. threats to existence as we know it.

The Cuban Missile Crisis, for example, is recorded in official US propaganda as the time the Soviets brought the world to the brink of nuclear war by installing ballistic missiles in Cuba.

In reality, the installation of said missiles postdated the installation in Turkey of US nuclear-armed Jupiter missiles pointed at the Soviet Union, and amid a US terror offensive courtesy of President Kennedy in Cuba, where Soviet missiles constituted the only deterrent against an invasion to topple Castro.

Furthermore, as Noam Chomsky has detailed, the US rejected fair and reasonable offers from Nikita Khrushchev, the Soviet leader, to defuse the missile crisis, apparently preferring to gamble with the fate of humanity.

Regarding the double standard by which the US judged its own missiles against everyone else's missiles, Chomsky comments sarcastically: "A vastly more powerful US missile force trained on the much weaker and more vulnerable Soviet enemy cannot possibly be regarded as a threat to peace, because we are Good, as a great many people in the western hemisphere and beyond could testify - among numerous others, the victims of the ongoing terrorist war that the US was then waging against Cuba".

Freedom for capital 

In his 1960 speech, Kennedy complained that Castro had "confiscated over a billion dollars' worth of American property" - a nod to the financial motives behind the vilification of the man who had overthrown the oppressive, corporate-friendly dictatorship of US pal, Fulgencio Batista.

Of course, it wouldn't look so good were the US government to acknowledge that its preponderant concern in Cuba is freedom for US capital. So a deceitful euphemism is deployed: What the US cares about in Cuba, we are told time and again, is "freedom for the Cuban people".

US-generated ruckus about Cuban political prisoners and the dearth of freedom of the press and of expression necessarily becomes less convincing in light of the US' own history of assassinating anti-establishment characters and its efforts to institutionalise censorship, as in the cases of Chelsea Manning and Edward Snowden.

The sheer disingenuousness of the Cuban-freedom alibi is further underscored by the fact that the US happens to occupy a portion of Cuban territory on which it presides over an illegal prison dedicated to indefinitely detaining, torturingforce-feeding, and otherwise annihilating the freedoms of various non-Cubans.

To be sure, Castro's Cuba was never a paragon of freedom of speech or related rights. When I visited for a month in 2006, some of the government detractors with whom I spoke would only pronounce Castro's name in a whisper.

Others had no qualms airing their complaints at high volumes, such as my father's relatives in the eastern province of Granma, who claimed that Castro was personally to blame for their inability to remodel the bathroom since 1962.

Although Cuba does not qualify as an objectively free society, it's important to recall that curtailments to Cuban freedom do not occur in a vacuum. Instead, they occur on an exposed island that has, for the duration of its contemporary history, resided in imperial crosshairs.

Given the sustained US effort to overthrow the Castro regime, and the system itself, with the help of fanatical Cuban exiles prone to terrorism and sabotage, state paranoia has perhaps not been unfounded. Repressive security measures stemming therefrom qualify as reactive in nature, and a result of vindictive US policy.

The real danger 

There are, meanwhile, numerous freedoms Castro's Cuba hasn't skimped on. There's much to be said, for example, for the freedom to exist without having to worry about access to food, shelter, healthcare, and education - all of which the Cuban state provides its residents.

In a 2010 article about Cuba's health-care system for the Independent, Nina Lakhani outlined how a "prevention-focused holistic model ... has helped Cuba to achieve some of the world's most enviable health improvements".

Despite spending a fraction of what the US was then spending per capita, Cuba enjoyed a lower infant mortality rate than its neighbour to the north - not to mention one of the highest ratios of doctors per capita in the world.

In addition to popularising the fundamentally anti-human view of healthcare as a for-profit commodity, the US is also known for such things as rampant homelessness, a wildly disproportionate detention and incarceration rate for black people, a higher education system that harnesses learners with debilitating debt, and elementary schools that confiscate and throw out children's lunches when their parents are behind on meal payments.

That Cuba is able to provide basic necessities of life free of charge is to some extent proof that useful programmes are possible when a nation does not spend trillions of dollars on devastating wars.

Instead of exporting catastrophe, Castro's Cuba has focused on exporting doctors. The New York Times reported in 2009 that, "[i]n the 50 years since the revolution, Cuba has sent more than 185,000 health professionals on medical missions to at least 103 countries".

A Cuban doctor employed at a free health clinic in Venezuela once aptly remarked to me on the discrepancy between US and Cuban foreign policy: "We also fight in war zones, but to save lives".

Such achievements are all the more notable given that they have occurred within a context characterised by imperial predations, a punishing economic embargo, and politically influential, belligerent hysterics from the Cuban exile crowd headquartered in Florida, a mere 160 km from the Cuban coast.

It is within this context that Fidel's legacy must be analysed. And it is this context that grants him legitimacy as a symbol of resistance against hegemony.

Despite sensational braying over the decades about the Cuban menace, Castro never posed a physical threat to the US. Rather, the danger always lay in the example he set, which exposed the possibility of challenging the pernicious self-declared US monopoly over human existence - and for which he merits remembrance as a hero.

Belen Fernandez is the author of The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, published by Verso. She is a contributing editor at Jacobin Magazine.

__
De AL JAZEERA NEWS


Epitafio personal a Fidel Castro

JEOVANY JIMÉNEZ VEGA

“Aquí yace un hombre que murió millones de veces”, debería grabarse a modo de epitafio sobre el mármol que lo cubra. Para entonces, algunos se sentirán abatidos, como si la tierra se les hundiera, mientras que otros, sin dudas, recibirán la noticia en medio de una telúrica alegría, pero absolutamente todos coincidirán en algo: ese día habrá dejado de existir el hombre más amado y más odiado durante los dos últimos siglos cubanos.

Pero Fidel Castro no habrá muerto ese día, porque ya antes, poco a poco, habría sufrido millones de muertes previas. Murió para algunos, por ejemplo, desde aquella primogénita mañana en que “no encontró” el camino del Moncada mientras otro grupo de hombres consecuentes se inmolaba en el asalto; y para otros murió cuando legalizó la pena de muerte a principios del 59, cada vez que los ecos de fusilería llegaban de La Cabaña, o tal vez unos meses después, cuando el mar se tragó en medio del misterio el sombrero de Camilo –dado oficialmente por muerto después de sólo tres días de dudosa “búsqueda”.

Pero más tarde miles de cubanos sepultaron a Fidel Castro cuando, después de haberlo negado muchas veces, anunció de repente, como de la nada, que era comunista –después incluso de haber acusado precisamente de eso, en juicio sumario, al “traidor” Huber Matos– y declarara sin reparos el carácter socialista de una Revolución que no le pertenecía a él, sino a aquel pueblo que le escuchaba sorprendido.

Unos años más tarde moriría otra vez para otros miles cuando supieron de aquel día en que murió Guevara, abandonado por Manila, en la desolación del altiplano boliviano.

Seguramente para cientos de miles de cubanos Fidel Castro murió en definitiva aquel fatídico día de marzo del 68, cuando la “ofensiva revolucionaria” usurpara cada negocio familiar sin el más mínimo resarcimiento –acto de impune y vulgar despojo que cayó sobre aquellos traicionados a los que apenas tres lustros antes llamara “pueblo” en su autodefensa durante el juicio del Moncada.

También para millones de seres en el tercer mundo debió morir en el 79, cuando siendo Presidente del Movimiento de Países No Alineados, prefirió camaleónicamente callar mientras Afganistán, un estado miembro de aquella organización mundial, sufría la artera invasión de las tropas injerencistas del ejército soviético, el incondicional aliado del barbudo incorregible. O tal vez para esos millones ya habría muerto poco más de una década antes, cuando aplaudió la irrupción de esos mismos tanques soviéticos en Checoslovaquia para apagar los ardores de la Primavera de Praga.

Pero no todos sus decesos fueron tan grandilocuentes y trascendentales, porque Fidel Castro también sufrió muchísimas muertes cotidianas durante esas décadas oscuras: murió cada vez que un cubano fue humillado en la puerta de un hotel prohibido o de una de aquellas diplotiendas elitistas; cada vez que se separó una familia o que se perdió una vida en el mar por no existir modo legal para emigrar de su prisión; cada vez que se castigó la sinceridad y se preconizó, bajo su égida personal, la hipocresía y la doblez; cada vez que se apaleó a algún cubano indefenso que intentaba ejercer los derechos prohibidos, cada vez que se perpetraba un mitin de repudio; moría cada vez que se aprisionaba a un padre o se secuestraba el futuro a alguno de sus hijos; el gran dictador también murió ante cada sueño truncado y ante cada plato vacío.

No obstante, es seguro que cuando se anuncie finalmente la muerte de Fidel Castro –la de sus despojos físicos, quiero decir– la noticia ocupará titulares en los cuatro puntos cardinales. Entonces cada consejo editorial o columnista debería tomarse su tiempo de reflexión, porque más allá de todo el amor o el odio que generara el sempiterno barbudo, se impone que aprendamos de una vez por todas la lección para que ningún otro pueblo, jamás, bajo absolutamente ninguna circunstancia o latitud, vuelva a depositar un poder semejante en manos de un solo hombre, por más bella, justa o sublime que parezca ser la causa que propone.

Pero cuando sufrirá Fidel Castro su definitiva muerte será ese día inevitable en que Cuba amanezca bajo el sol de la verdad, y se destape con su luz la caja de Pandora: sólo para entonces podremos conocer la magnitud exacta de su megalomanía, repasar su verdadero rostro, la mascarada oculta bajo tantas décadas de retórica ficticia, de culto desmedido a una personalidad con hábitos enfermizos y generadora de una caracteropatía que se extrapoló al funcionamiento de toda una sociedad por más de medio siglo. Aquel que soñó con pasar por genio no dejó tras su paso infecundo más que un país en la más absurda ruina económica y –lo cual es muchísimo más grave aún– hundido en un abismo de ruinas morales, y si el evangelio asegura que “por sus frutos los conocerás”, entonces para ese día, en que ya sí morirá definitivamente, mi pueblo calibrará por fin en todo su alcance su traición y su proverbial demagogia.

Precisamente en estos días que se pacta a su alrededor un ridículo mutismo ante hechos de indiscutible trascendencia, cuando muchos bromean con la idea de su muerte o su tácitamente aceptada decrepitud, elevo yo al cielo mi plegaria: deseo que Dios le ofrezca muchos años más de vida, los suficientes para que cualquier día de nuestro futuro cercano también le conceda, de vez en cuando, en medio de su merecida niebla mental, alguna que otra laguna de absoluta lucidez; le suplicaría por esos días, o minutos, de lucidez total para el tirano, pero eso sí, que le basten al que tanto nos dañó para percibir diáfanamente cómo mi país y mi pueblo se levantaron de las ruinas apenas ellos se apartaron; cómo todo tiempo futuro fue ciertamente mejor una vez emancipada la patria de su despotismo. Esos pocos días de lucidez le pediría a Dios antes que devuelva al polvo lo que polvo fue, para que luego le hunda nuevamente en las tinieblas donde chochará sin gloria rumiando su definitiva derrota. Entonces sí partiría Fidel Castro a la eternidad de miserias que merece, como un tenue y penoso recuerdo… y no precisamente absuelto por la Historia.

__
De CIUDADANO CERO, 15/01/2015

Imagen: Fidel Castro entre Camilo Cienfuegos y Huber Matos