Tuesday, July 4, 2017

No estudies Derecho

BRAYAN GABRIEL MAMANI MAGNE

De todos los futuros posibles, tuve que escoger la abogacía. Cierro los ojos, hago un flashback y de nuevo estoy ahí: en el predio de la calle Loayza, con veinte años recién cumplidos, oyendo el pajpakerío de un "doctor” de cabeza nevada, intentando aprender, intentando no dormirme. El profesor habla de su vida, habla de sus logros… No habla de derecho laboral. 

Antes de acabar la clase, señala que el examen va a ser la próxima semana. Que hay que comprar el libro. Que el autor -y al decir esto su cara se colorea de orgullo- es él. "Barato es”, agrega mientras sostiene un ladrillo gris como su cabello. Dos tomos por 150 bolivianos. 

-¿Va a valer puntos? -pregunta una estudiante cuya cabeza es irreconocible entre la marea de alumnos. 

El "doctor” sonríe. Medita su respuesta. Y con un carisma digno de un Papá Noel sin barba, menciona:  

-Algo les voy a reconocer.

Nada de qué extrañarse

Todo eso ocurrió hace casi ocho años y apenas es una pieza. Una pieza más, similar a otras, del contradictorio y contaminado rompecabezas que es y siempre ha sido la Carrera de Derecho de la UMSA. 

Justo hace pocas semanas, los periódicos informaron la detención de un docente emérito que realizaba cobros a estudiantes para presentarse como tribunal en los exámenes de grado. Los ingenuos se sorprendieron. 

Quienes pisaron alguna vez la carrera, no. Sabido es: la plata subterránea corre con tanta fluidez en la vida diaria del universo abogadil, que para muchos lo raro sería enterarse de que un docente ha participado de un tribunal sin cobrar un centavo, sin hacerse rogar y que esté a la hora pactada. 

Como ocurre con cualquier árbol torcido, todo empieza desde el año cero. En el vestibular, antes de la prueba de ingreso. Un nuevo flashback: Ahora tengo dieciocho años y me paso el día estudiando los librillos del curso prefacultativo para ganarme un cupo en la carrera. Un día, luego de clases, una compañera me dice que tiene un contacto que, a cambio de quinientos dólares, puede garantizarme una nota de aprobación en el examen de ingreso. Rechazo la propuesta. Sin embargo, otros no. A las pocas semanas, la oferta se hace viral en todo el prefacultativo, como la letra de una canción de moda, como los chismes de la parranda de anoche. 

Ahora bien, lindo sería que los problemas de Derecho se redujeran a la corrupción institucionalizada. Pero no. Los tentáculos de la mediocridad cobran forma de acoso sexual, pedagogía nula e investigaciones pacatas. 

¿Quién no conoce al docente mirón, ese que desde su atril (¿o trono?) divisa a la estudiante bonita, la analiza, fantasea con ella? Justo este año, en enero, una amiga que cursó el vestibular en 2016 me contó que uno de los profesores -uno con cargo importante- le ofreció "una ayudita en el examen” a cambio de una salida con ella. Nota por cuerpo. Petición que se repite en el pregrado, en la UMSA entera, en el ejercicio de la profesión. 

Hay docentes que no van a clases. Hay otros que sí, pero tarde, luego de hacerse esperar igual que divos con la agenda repleta y una colección de pretendientes en los contactos del WhatsApp. Profesores con más corbata que pedagogía. Doctores sin doctorado. Auxiliares de docencia cuya máxima tarea es cargar los documentos del profesor. Centros de estudiantes con dirigentes que cursan el quinto año por enésima vez.

Tesis que cuando mucho aspiran a un copy paste bien disimulado, redactadas con la rigurosidad de un chico de quince años y plagiadas con la destreza de un viejo de noventa. 

"Por favor, pongan un boliviano sobre el pupitre”, dijo una vez un docente luego de repartir las hojas de un parcial.

¡Una fotocopia (que en la calle Potosí no vale más de veinte centavos) a un boliviano! La mendicidad no conoce límites. Y se extiende hasta los libros que los profesores se autopublican y ofertan en clases cual Cajita Feliz de Mc Donald’s: la hamburguesa es la nota que recibes a cambio, la obra equivale al juguetito que se rompe a los dos días. Ninguna editorial avala esos textos. Y dudo que alguna lo haga. 

He trabajado con Santillana y otras casas editoras y por mi experiencia en el rubro puedo afirmar que gran parte de esos libros están por debajo de cualquier estándar. Me acuerdo de un manual de derecho constitucional que, ilusionado, compré a un docente en mi segundo año de carrera. Decir que se trataba de un plagio sería incorrecto. Lo apropiado, más bien, sería afirmar que el texto era un collage de fragmentos de otros libros citados de manera ridícula. Había páginas rellenas con una cita de cuatro párrafos. Otras páginas, las menos groseras, tenían la decencia de incluir algo de la propia cosecha del autor, aunque esa cosecha jamás pasaba de un párrafo de cuatro líneas y un contenido que se ahogaba en los lugares comunes.

Hans Kelsen debe estar revolcándose en su tumba.
  
Causas
Una letal combinación de miedo ("el docente me puede reprobar”) y un chauvinismo universitario ridículo ("la UMSA es la mejor, por eso todo es más difícil”) ha logrado que estudiantes, docentes y titulados -entre ellos quien escribe- opten por la autocensura y no denuncien los atropellos. Acorazados en la autonomía universitaria, los maquinadores de la supuesta mejor casa de estudios de Bolivia han instaurado un principado cuyos habitantes, adormecidos por el espejismo del diploma o la corpulencia del cheque mensual, silencian lo que se debiera ser gritado, naturalizan lo grotesco y se tapan la nariz ante cualquier filtración del hedor que contamina cada espacio de la vida del umsista. 

Por supuesto, hay excepciones. Microscópicas, prometedoras excepciones. Incluso en Derecho, donde encontré un par de profesores apasionados por su trabajo, algún auxiliar que jamás cedió a la siempre bien remunerada tentación de convertirse en el alcahuete oficial de su docente, y un grupo de estudiantes cuyo objetivo iba más allá de un simple título o un puesto en una repartición estatal. Pero una gaviota no hace verano. 

Billetera mata galán, dice el refrán amoroso. En la UMSA -y en especial en Derecho- la billetera mata a la ciencia. 

Así como los paquetes de cigarros alertan sobre los perjuicios que devienen del acto de fumar, el predio de la calle Loayza debería exponer a los postulantes y al público en general advertencias sobre la madeja de irregularidades que se suceden a lo largo de la vida universitaria. 

O mejor, para evitarnos eufemismos e hipocresías, debería colgarse, en la entrada de la Facultad, un banner gigante con el siguiente mensaje: "Te conviene estudiar otra cosa”.

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De PÁGINA SIETE, 02/07/2017

Imagen: George Grosz

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