Friday, September 9, 2022

Seamus Heaney y el sentido de la poesía


BRUCE SWANSEY

 

En su prólogo a The government of the tongue, Seamus Heaney recuerda que en 1972 fue a Belfast para reunirse con el cantante David Hammond. El propósito era grabar poemas y música para mandar la cinta a un amigo mutuo que vivía en Michigan. Camino del estudio estallaron bombas, a las que siguió el aullido de las ambulancias y de los coches de bomberos. Ya en el estudio les pareció imposible proceder. ¿Cómo cantar y recitar poemas mientras otros sufren? ¿Como Nerón mientras Roma ardía? Por otro lado, ¿qué hay de malo con cantar y decir poemas?

Es una pregunta a la que Heaney dedica tiempo. La izquierda nacionalista y combativa de la vanguardia que lo antecedió optó por poner la creación al servicio de la causa como única justificación del arte, como si fuera posible dividir la obra artística en compartimentos y, desplazando la exigencia formal, poner el énfasis en el contenido.

En el contexto antes descrito, el dilema es serio. La violencia es el signo de la época, las paredes dividen dos comunidades, los murales pintados afirman una visión militante de los acontecimientos, rostros y nombres que recuerdan el sacrificio de los mártires porque la historia se escribe con su sangre. Se está con la república o con los usurpadores. La pregunta acerca de la función de la poesía acompaña el oficio desde su origen. ¿Utilizar la poesía para combatir injusticias? ¿Permanecer indiferente en nombre de la libertad del poeta? Estas son las grandes preguntas de cuya respuesta depende la práctica del oficio.

A nueve años de su muerte, el 30 de agosto de 2013, la vida y obra del poeta irlandés Seamus Heaney es objeto de una exposición que divide el material (fotografías, manuscritos, cartas, apoyos cibernéticos y documentos que esbozan el contexto) en cuatro secciones. La primera es Excavations, centrada en la obra temprana de Heaney, el encuentro del poeta con el mundo que lo rodea y que pone de relieve su interés por la comunidad y la naturaleza. La segunda es Creativity, que examina el descubrimiento de la propia voz y su diálogo con otros poetas como Yeats, Robert Lowell, Auden y Osip Mandelstan, por nombrar algunos. El diálogo que entabla con ellos se basa en la admiración compartida por la integridad. Conscience es la tercera sección, dedicada a la cuestión de la función de la poesía y del compromiso del escritor en la lucha por una sociedad más justa, y es la sección que desgajo para este comentario porque me parece fundamental para entender la posición de Heaney ante el hecho artístico. La exposición termina con Marvels, dedicada a la última fase de la poesía de Heaney, quien obtuviera el Premio Nobel de Literatura en 1995.

Además de su dimensión pública, se recuerda con afecto y admiración a un Heaney dispuesto a escuchar y a observar a sus semejantes con empatía. El arco de su vida se inicia en el norte de Irlanda, en el condado de Derry, en 1939. Viene de una familia católica establecida en el norte. No se puede decir que sea la excepción, pero se distingue en el entorno religioso, mayoritariamente protestante. La independencia había sido ganada en 1916, apenas un par de décadas antes del nacimiento de Heaney durante una era turbulenta.

El lugar y la fecha de su nacimiento son importantes por ser territorio en disputa, el centro de los problemas que aún dividen la isla y que entonces como ahora afligen la región. El mundo rural de su infancia deja honda huella no solo en los temas, sino también en una manera de aproximarse al mundo. Nada es insignificante a la mirada del poeta. Es un mundo en miniatura, pero el “norte” no es solo una referencia geográfica.

En estas circunstancias, es fácil imaginar que se cuestione la existencia misma de la literatura, que puede ser una fuga de la realidad o un compromiso para cambiar las condiciones de vida. Se trata de la vieja lucha entre el arte por el arte y el arte que asume una responsabilidad política.

Dada la gravedad que abruma la vida diaria, el escritor se pregunta acerca del sentido de la poesía en un mundo consumido por la ira fratricida. La poesía no cambia las cosas. Ni siquiera las mejora. En circunstancias extremas es difícil justificar el placer asociado con la lectura cuando lo que se busca es la acción inmediata. Pero la poesía es un registro de la realidad y un reconocimiento que produce estados emocionales excepcionales.

La exposición muestra el precario equilibrio de una posición que rechaza decantarse a un lado o a otro. Heaney entiende la importancia de los acontecimientos, incluso su dimensión trágica, a condición de que nada desplace la importancia del oficio. Conscience permite detenerse para indagar los valores que Heaney asume y las decisiones que informan su trabajo. Es, sobre todo, una invitación a examinar el dilema, en un esfuerzo por aclarar los valores que estructuran éticamente su obra.

En Heaney, la reflexión ética acerca del valor de la poesía comienza con la valoración de la obra de Wilfrid Owen que, al contrario de la poesía oficial, denuncia la guerra de 1914 como una carnicería inútil y rechaza el patriotismo que exalta el sacrificio. Owen es el muerto que regresa desencantado para recordar a las víctimas. La de Owen es una forma trágica de entender la poesía y mostrar la desolación de esa tierra baldía que la retórica patriotera trata de ocultar. Owen se compromete con la verdad testimonial, lo cual desnuda la poesía, haciéndola esencial en su condena de la violencia.

Heaney, como antes Keats, asocia la belleza con la justicia. Una no puede existir sin la otra y ambas deben surgir libre y gratuitamente porque la poesía es desobediente a lo que no sea su impulso sin propósito práctico. Sin esta libertad esencial, la poesía degenera en propaganda. El artista no es un cruzado de la causa, sino una antena que capta señales muy diversas. Heaney reflexiona sobre la naturaleza de su oficio y se plantea preguntas éticas. Una de ellas se refiere a la responsabilidad del poeta como artífice. Heaney sabe que el poeta es responsable de su lenguaje para hacer fugazmente accesible una verdad.

Aunque no es un poeta paisajista, su obra recoge un elemento de la naturaleza local que aparece por lo menos en tres libros: Wintering outDistrict and circle y North. Se trata de un elemento característico del suelo irlandés que se llama bog y define un área muy húmeda, formada por capas de hierbas, que privadas de oxígeno, forman sustratos de terreno en donde el 90% es agua. La mezcla de tierra y agua se corta y se pone a secar para después ser usada como combustible. Bog land significa tierra de poco o nulo valor, una ciénaga. Por extensión, durante la etapa colonial de Irlanda bog people indicaba un origen oscuro, “beyond the pale”, más allá del cerco de la civilización.

A Heaney le interesa el bog como espacio simbólico y la aparición en 1969 de The bog people, estudio del arquéologo danés P. V. Glob que muestra los hallazgos que la ciénaga había conservado intactos desde el Neolítico, le da a Heaney un tema histórico para hablar de la actualidad, otra forma de “comprometerse” con los problemas de Irlanda del Norte. Como el bog, el pasado es un territorio intermedio donde los cadáveres retornan asombrosamente indemnes, acostados en su lecho de barro. El contenido acídico del bog conserva los cadáveres cuya presencia acecha los poemas. La violencia cometida en el Neolítico es la misma de hoy. El rito no ha cambiado su exigencia de sacrificio.

Debemos a Pura López Colomé la traducción de “Strange fruit”, un soneto que aparece en North y en Sonetos, edición bilingüe, porque sintetiza la emoción que le produjo el descubrimiento: “Diódoro Sículo confesó un día / sentirse en paz con gente parecida: / asesinada, en franca inadvertencia, / decapitada y anónima, fija / en beatitud y hacha la pupila, / en lo que parecía reverencia.” El fruto extraño de un rostro separado del cuerpo, como una fruta infernal, cuencos donde había ojos, expresa el horror y la ternura de la visión.

El territorio liminal del bog permite a Heaney recordar 40 años de estado de sitio, la historia como escenario del presente. Heaney respeta la responsabilidad moral del poeta eligiendo una forma elíptica. Para hablar de la realidad se remonta en el tiempo. Las víctimas rituales resurgen intactas después de un sueño milenario y sus despojos inspiran a Heaney para hablar del prestigio herido de la tribu. Esa dimensión anima un libro de poemas titulado North.

North es ancestral como el fiordo y las voces lejanas que surgen entre las brumas de la historia. El hecho misterioso y terrible del asesinato ritual está en el centro de las civilizaciones que purgaban el mundo mediante la violencia sagrada, como sucede en Viking Dublin: Trial pieces, seis escenas que iluminan intermitentemente el hallazgo y lo describen con lenguaje preciso, como lo haría un reporte forense. Hay una reticencia entre la momia que se examina y el sentimiento que la imagen libera, en lugar de pathos las señas del martirio, los cortes, la decapitación, las costillas confundidas con la mandíbula, la compasión mediante la conciencia del estado del cuerpo.

North contiene también poemas descriptivos de los hallazgos, como el hombre que parece dormir en un lecho de lodo petrificado, uno más entre las víctimas expiatorias. Todo se reúne y mezcla en el bog que se convierte en imagen del país, en emblema de una nación hecha de frutos prohibidos y extraños, de ejecuciones y estaciones que llegan y pasan mezclando fermentos de arbustos corrompidos. Esta primera sección cierra con el tema que abrió la colección: la elevación que precede la caída.

La segunda parte de North es acaso más directa. El espacio ha cambiado y en lugar de la ciénaga están la cárcel y el interrogatorio. La sobrevivencia pende de reconocer la realidad y de presentarla ante el lector mediante un lenguaje equilibrado y a veces prosaico. Heaney deseaba nombrar la verdad, pero para hacerlo debía hilar fino y mantenerse alejado del fanatismo que había cobrado víctimas desde el Neolítico hasta los días en los que su generación creía posible cambiar Irlanda del Norte y tenía esperanza de que ese cambio ocurriera también a través de la poesía, cercana del oráculo, la revelación y su claridad transitoria, como las imágenes del sueño.

Este trabajo meticuloso y a la vez inspirado e inspirador se manifiesta en el lenguaje, del que Heaney es un orfebre. Cada escritor debe a su lengua esta responsabilidad, tan importante como lo era para el caballero velar sus armas. Heaney se propuso habitar un espacio personal donde ser consciente de la realidad no significaba subordinar la poesía al servicio de un programa, sino exigirse la conquista de una lengua absuelta. El poeta no solo debe ser libre, sino también emancipar el lenguaje. En North, Heaney encontró un mito, un espacio liminal y simbólico que le permitió hablar del presente sin perder integridad artística.

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De LETRAS LIBRES, 19/07/2022

Imagen: Foto de Bernard Gotfryd

 

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