DANIEL MOCHER
Ensimismarse
es cualquier cosa menos estar a solas con uno mismo. Pareces un dálmata de
escayola en su imperturbable majestad pero por dentro llevas un caballo de
Troya repleto de bulla, guerra y jaleo. Tajan tus ojos idos como cuchillo de
almogávar. ¿Qué se hizo en tu sangre enfebrecida de la calma y la quietud?
Faltan décadas de práctica meditativa intensa y puede que cientos de varazos en
la espalda mediante la caña reglamentaria de bambú (keisaku) de algún maestro
zen perteneciente a la escuela Rinzai. Pequeño saltamontes, resiste un poco
más, no desesperes ni tires la toalla. Lo bueno tarda en llegar o nunca llega.
A poco que
uno se quede aprisionado en sus adentros, desfilan gárgolas góticas y antiguos
fantasmas nipones, crepitan goznes y cadenas en la bodega, suenan hipidos
apagados, carcajadas dementes, peroratas, filípicas excesivas, brulotes
obstinados, al otro lado de la pared desconchada y cetrina, intramuros, bajo la
dermis, entre asaduras, miedo, incertidumbre y mondongos varios, ahí las
bestias, los endriagos, todos tus monstruos, esperpentos. Todo lo que nos hiere
largo tiempo y regresa y no nos deja en paz y regresa de nuevo a la carga es un
espectro, un viejo conocido de límites imprecisos como de bruma o picadura que
viene a visitarnos sin permiso, vendedor de humo y crecepelos, falsas
soluciones milagrosas en la hora más inadecuada. Bumerán de incordios, lo que
duele y pesa es ese vacío existencial que es un hartazgo del alma, tanto
desperdicio apilado, la luz de los días inadvertida, su joyel en extravío, nos
rompe ese esperar en el bar de la derrota por si regresa la felicidad de un
tiempo ya perdido, alguna revelación inicial velada nuevamente, tal vez, tres o
cuatro epifanías.
Es de
sabios rebajar las expectativas, reconocer nuestras limitaciones, dejemos lo
absoluto a los filósofos, también las aporías, podemos desear solo la calma o
algún instante pequeño, grato, humilde, animal de compañía erizándonos la piel
como lo hace la caricia de un viento amable bajo las parras o la higuera de una
casa encalada en el centro de un verano de campiña inglesa o mediterránea,
plantaciones de té o lavanda, también aquella hierbaluisa que llenaba un patio
interior de una casa con linaje en Jaraíz de la Vera que nos iba emborrachando
mientras le dábamos poda y conversación.
Guido Finzi
dice que las cosas sencillas son menos agresivas para el espíritu,
como él, quiero espetos de sardinas asadas en la playa de la Carihuela, un
vinho verde de Ponte de Lima, pasear por las viejas juderías sefardíes, por
ciudadelas medievales amuralladas, con calles empedradas y soportales, balcones
en voladizo, campanarios, iglesias, catedrales, belenas, callejones, nieve en
los inviernos y tardes infinitas de libros, crepitar de chimeneas,
conversaciones fraternas, amor y tragos lentos. Que suene un piano en la
distancia por Satie o Chopin, cualquiera vale para regodearse en el dolor,
extraer la miel dulcísima del opio amargo de la muerte y sus esbirros. Algún
iconostasio ortodoxo traído desde Járkov, reproducciones de las telas más
emblemáticas de Chagall, su Crucifixión blanca, por ejemplo, Henri Matisse, La
alegría de vivir, Gaugin, George Braque, alguna veneciana de Signac, saber que
no muy lejos queda la costa, aunque nunca acudamos a pasear por la arena de sus
playas. La bondad, abrirse de par en par a su paso, a pesar de que escasas
veces aguijonee nuestro oscuro cuerpo perdido tendente al pillaje y la rapiña.
Una vida
prosaica es una vida tullida, algo crucial le falta. La levadura, el
fundamento. Poesía, poesía, como la sal que arregla los guisos y los besos que
apañan lo averiado, vendaje, friegas que olían a alcohol de romero,
manantiales, poesía, la casa mítica de la infancia por la que, como escribiera
José María Álvarez, errarás por sus salas vacías buscando algo, que
solo tuviste en el principio y verás al final, dichosa maldición, poco más
tenemos, poesía, para soportar tanta intemperie, este puro éxodo de leprosos arrastrándose
por angostos caminos entre rosaledas de pétalos perfectos y espinas afiladas,
hacia un desierto o una noche interminable, fue la vida y se fue la vida,
poesía, los oasis, las estrellas, poesía, para oler el salitre cuando el mar
todavía queda insoportablemente lejos y nos fallan las fuerzas.
en agosto
18, 2024
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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor
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